domingo, 25 de marzo de 2012

Los sospechosos y los recelosos


Tengo que confesar que me siento muy acomplejado: hace casi un año que no soy detenido o siquiera citado para interrogatorio por la policía política. Por supuesto que mi móvil sigue pinchado, mi casa discretamente vigilada, así como mis movimientos por la ciudad y sus suburbios. Pero a los segurosos, últimamente sólo los veo de lejos, en sus motos Suzuki, con cara de que no me ven ni les importo.

Si se tiene en cuenta que estoy entre los más activos periodistas independientes y que en los últimos meses han arreciado en todo el país los arrestos de opositores por diferentes periodos de tiempo y con mayor o menor grado de violencia y coerción, es para preocuparse.

El principal motivo de mi intranquilidad y acomplejamiento no es por los oficiales de la Seguridad del Estado -les juro que no los echo de menos para nada- sino por la paranoia desatada últimamente entre ciertos opositores y periodistas independientes, que mientras compiten por los roles protagónicos, se lanzan puyas y se ponen zancadillas, desconfían hasta de su sombra y aseguran por enésima vez que ya no se sabe entre nosotros quién es quién.

El fenómeno no es nuevo, pero no deja de regocijar y facilitar el trabajo de zapa de los segurosos. A cualquiera le colgamos un cartelito de “sospechoso de trabajar para la Seguridad del Estado”. Lo mismo al que no reprimen que al que reprimen demasiado. Particularmente a estos últimos. De ellos se dice que es que la policía política los quiere resaltar sobre los demás. Aun a costa de machacarlos a golpes -aunque sean mujeres, mejor aún si lo son- y tenerlos encerrados en calabozos la mayor parte de la semana.

Lo paradójico de todo esto es que hasta hace poco, los arrestos, interrogatorios, golpizas, y hasta el número de agentes, carros patrulleros y motos Suzuki implicados en los hostigamientos y operativos, constaban como méritos -¿para el Departamento de Refugiados de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba?- en el expediente de un opositor. A algunos hasta les daba envidia. Ahora es todo lo contrario: los muy reprimidos por los esbirros del régimen provocan desconfianza.

Es comprensible la paranoia. Recientemente han aparecido demasiados disidentes de utilería y palabra fácil, fakires y orates con levita, cuya única función parece ser desacreditar y ridiculizar a la oposición interna. Pero no hay que exagerar. Dicen que el pájaro se conoce por la cagada.

Ahora, luego de tanto tiempo de confusión entre los límites del activismo opositor y el periodismo independiente, que alegremente cruzábamos a cada rato, cuando ciertos colegas apsionados e hiperactivos se involucran en marchas y protestas callejeras, irremediablemente caen bajo las suspicaces lupas de los que se dicen expertos en descubrir infiltrados.

Lo malo es que algunos de ellos, con su suspicacia enfermiza, lo que tratan es de justificar sus miedos y su acomodamiento a dejar que sean otros los que hagan y deshagan en contra de la dictadura.

Con tantos que se hacen los sabichosos y los cabrones en cuanto a tácticas policiales, descubro que nunca imaginé cuán obvios suelen ser en el G-2 (Departamento de Seguridad del Estado) a la hora de fabricar leyendas para sus agentes de penetración. No me explico cómo han logrado tanto éxito en dividirnos y ponernos a pelear como perros y gatos.

Máxime con los patéticos topos que han destapado en los últimos tiempos. Tal vez se esfuerzan ahora para que la próxima hornada de destapados sea mejor. Ojala no vayan a estar entre ellos, en vez de los demasiado revoltosos y reprimidos, algunos de los demasiado recelosos. Aunque, a estas alturas del desparpajo nacional, ninguno de los dos casos me asombraría.

Luis Cino, en su blog Círculo Cínico
Foto: Luis Cino, fotografiado por Iván García en enero de 2011.

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