De toda la vida, ser camionero o trabajar en una plataforma de contenedores ha sido un negocio lucrativo en Cuba. Y mucho. Bien lo sabe Eulalio, chofer con 23 años de experiencia en camiones de cargas pesadas.
Oriundo de un pueblo perdido en La Serpa, Sancti Spíritus, a 400 kilómetros de La Habana, desde hace tres lustros Eulalio reside en una casa construida gracias a “lo que se cae del camión”, en las afueras de la capital.
Los embarques hurtados que ha llevado en su camión han sido la fuente principal de dinero para amueblar su vivienda y hasta comprarse un viejo Dodge estadounidense de los años 50 que es casi una joya. Nada de eso ha salido de su salario.
En el último ciclón, hace tres años, la transportación de tejas de fibrocemento fue confiada a militares. El régimen tenía claro una cosa: si deseaba que las tejas la recibieran los más necesitados, no podían dejar en manos de instituciones estatales su reparto. No hubieran llegado a los más afectados.
En La Habana, en barriadas donde la gente construye o repara sus casas, es habitual ver cómo a la luz del día, camiones de carga tranquilamente bajan grandes cantidades de cemento, arena, gravilla, bloques, lozas y otros materiales de construcción. Todo por la izquierda.
'Lo que se cae del camión' es un robo al detalle. Sí, es cierto que se birlan cajas de ron extraseco, cerveza clara Cristal, bolsas de cemento o jeans importados de China.
Pero el atraco mayor se da en las bases de contenedores. En el propio puerto o posteriormente. En septiembre pasado, en la última reunión de ministros encabezada por Raúl Castro, de eso se habló.
Según la prensa oficial, se ofrecieron datos sobre la extracción mayúscula de contenedores y las pérdidas millonarias que ocasionan al país. Algo hay que hacer, dijo el General, para detener el robo.
Será difícil. Romper contenedores y robar parte de las cargas de camiones que viajan a otras provincias, ya es una cultura dentro del personal que labora en ese sector.
Es, no lo duden, el primer eslabón del mercado negro cubano. También engorda los bolsillos de tipos, aparentemente invisibles, que ocupan gerencias importantes y con una cizalla no tienen que romper un contenedor, pero a su bolsillo va a parar el grueso de los billetes que generan sus ventas.
Un camionero como Eulalio puede, y lo hace, vender diez sacos de leche en polvo o sustraer unos cuantos pares de botas para ofertar en el mercado subterráneo.
Pero los robos de cientos miles de pesos convertibles, de televisores de plasma y otros efectos electrónicos, están amparados por personas corruptas que dirigen clanes estatales y mafiosos, protegidos por esa impunidad que otorga un puesto cotizado dentro de la nomenclatura criolla.
Del camión se caen muchas cosas. Pero el simple chofer u operario del puerto carga, con lo justo para alimentar a su familia o montar un timbiriche que le ofrezca algunos pesos en moneda dura. No mucho más.
Las pérdidas millonarias se realizan de otra forma. Bajo el paraguas de ministerios y empresas mixtas. Lo saben las autoridades. Pero resulta más fácil abrirle un expediente delictivo al trabajador de un almacén o a la cajera de una tienda por divisas que a un funcionario con galones.
En estos casos, siempre me hago una pregunta: cómo es posible, si el gobierno dice que el pueblo es el propietario de todo, que la gente se robe a sí misma. O los ciudadanos no confían en el sistema. O son cleptómanos genéticos.
Iván García
Foto: Reuters. Camión cargado de plátanos y otros productos agrícolas para distribuir en mercados estatales circula por La Habana.
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