jueves, 10 de mayo de 2012

Caín en una sala de cine



G. Caín, uno de los críticos de cine más importantes del siglo pasado en Hispanoamérica, cronista de la revista habanera Carteles, polémico, apasionado y tajante, ha invadido las 1.500 páginas del primer tomo de las Obras Completas de Guillermo Cabrera Infante (Gibara, 1929-Londres, 2005), que comienza a publicar Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores.

Ahí está, con una pieza memorable de Guillermo que presenta a su oscuro heterónimo, Un oficio del siglo XX, la colección de reseñas sobre cine que los lectores buscaban (y buscarán) para acercarse, con la ayuda de un experto, a las claves técnicas y emocionales de las películas y para disfrutar, en un recorrido paralelo, de una prosa atrevida, diferente, escrita por un hombre para el que las palabras tenían un significado, un valor y eran, al mismo tiempo, unas piezas de juego porque él sabía descubrir otros contenidos con un embalaje de sílabas o letras.

Este primer tomo (serán ocho en total) se titula Cronista de cine. La edición y el prólogo son de Antoni Munné. Incluye otras notas inéditas de G. Caín y una selección de entrevistas del joven periodista (parodista, diría años después el autor de Tres tristes tigres) con personajes como Luis Buñuel o Marlon Brando, que se inscribió en el hotel Packard de El Prado bajo un nombre falso y salió a la calle, según le dijo a Cabrera Infante, con la idea de comprar una tumbadora porque era fanático de los tambores y de la música afrocubana.

Hay que esperar la salida de los otros tomos con toda su materia de creación pura, sus guiones de cine, conferencias, ensayos, artículos y opiniones para tener una dimensión real de su obra. También los libros inéditos que dejó (ya se publicaron La ninfa inconstante y Cuerpos divinos), al cuidado de su esposa, la actriz Miriam Gómez.

Cabrera Infante está en la historia de la literatura de la lengua española porque acompañó su talento con muchos años de trabajo sobre la tecla dura. Y por su fidelidad a la necesidad de contar historias y de contarlas sin olvidar del todo al guajiro de su Gibara natal, fiel al tono y el vocabulario de La Habana que, gracias a él, se podrá reconstruir, al lenguaje que le enseñó el peregrinaje temprano de su vida y al refugio que puede ser la palabra para un exiliado.

El escritor de Puro humo, Todo está hecho con espejos y Ella cantaba boleros, tuvo que salir de su país a principios de los años 60. Ahora que comienza a crecer esta labor abarcadora y definitiva de sus Obras completas, se trabaja en los medios oficiales de Cuba para tratar de apropiarse, aunque sea, de un fragmento de su figura. Se ha publicado un folleto dizque académico con ese propósito.

La pieza se quiso presentar como su reconciliación con Cuba, como si el escritor necesitara reconciliarse con el país en el que nació, la tierra que quería y la gente que sentía cercana tanto en aquella isla como en los sitios a donde salieron a buscar amparo los que han tenido que irse.

Otra cosa es el concepto de la burocracia y su rechazo a los manipuladores. Para esos tramposos dejó escrita este párrafo: «Como enseña esa gran novela cubana del presidio, Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro, existe una cultura de la cárcel. Toda Cuba es una enorme cárcel. Es legítimo que exista una cultura en la Cuba de Castro. Pero es, inevitablemente, una cultura cautiva».

Raúl Rivero

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