Nací en el seno del poder, un mundo de mentiras a tutiplén. Me crié y me formé entre corruptos que con la misma frecuencia que fingían ser sencillos y guardianes del honor, en ciertos círculos privados olvidaban callar sus terribles verdades, y con tremendo desenfado explayaban historias tremebundas.
Así, con detalles, escuché el estado físico en que los sancionados a muerte llegaban al paredón. Describían hombres somnolientos, sudorosos, débiles, con trastornos para respirar y color mortecino.
Para entonces no sabía, y hasta dudaba del terror, el trauma, los efectos y secuelas que deja en una persona o grupo de ellas, el paso perverso de esa oscura máquinaria que llaman “Revolución”.
Era lógico pensar que los nervios de enfrentar la muerte, puede llegar a causar una sintomatología común. Pero mi obtusa inconformidad me arrastraba a averiguar y, preguntando, encontré una explicación donde se fundían lo simple y lo aterrador: a los condenados a muerte, antes de ser fusilados, como sino les bastara, les extraían sangre.
Ya sé que creerlo es díficil. Por ello me gustaría agregar que existen datos registrados e importantes testimonios en la web de Archivo Cuba, una organización que sin fines de lucro, hace una seria investigación sobre el tema, e intenta documentar las muertes y las desapariciones de hombres que, culpables o no, todavía son biografías inconclusas, vidas rotas que tuvieron dueños y aún hoy se encuentran a la espera de un juicio que las reivindique.
El motivo de este escrito no es hacer una denuncia, aunque de hecho lo es. Es un poquito más, es llamar la atención de lectores, estudiosos, juristas e investigadores sobre un tema envuelto en una nebulosa, poco tratado y rodeado de hermetismo.
Y no me estoy refiriendo a una torpe debilidad sino a indicios de un delito. Si no existe un documento que exponga el consentimiento del sancionado para ser sometido a tales prácticas, se trata de un crimen de lesa humanidad recogido por el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, y confesado publicamente por Fidel Castro cuando en un extenuante discurso el 6 de febrero de 1961 dijo:
"No crean los contrarrevolucionarios que por el hecho de morir infamemente frente al paredón, no serán útiles a la Revolución cubana. La sangre de estos traidores se está extrayendo antes de la ejecución para salvar las vidas de muchos milicianos dispuestos a morir por la Patria".
Pero espere, porque hay más. Todos los cubanos sabemos que como requisito indispensable para ingresar a cualquier hospital de la isla, ya sea por un simple chequeo o para una operación. Antes de sobornar a un doctor o miembro de la administración, es necesario mostrar la constancia de que se ha donado sangre, sólo así el enfermo puede hacer uso de las bondades de la gratuidad hospitalaria en Cuba.
Sangre que en la mayoría de los casos, es convertida en mercancía, y vendida al exterior sin el conocimiento ni anuencia de sus donantes.
Tan real, como esconder misiles dentro de un contenedor de azúcar. Precisamente hace unos días, antes de concluir la visita oficial que el presidente José Mujica realizara a la mayor de las Antillas, el diario El País de Uruguay publicó que durante el año 2012, el primer rubro exportado desde Cuba hacia la honorable República Oriental del Uruguay, lo ocupó la sangre humana, de apellido cubana.
Juan Juan Almeida
Martí Noticias, 5 de agosto de 2013.
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