No creo que en Cuba, en este vano otoño, ningún cubano pobre, como suelen serlo desde hace años, amanezca agobiado por el neoliberalismo, el avance de la globalización y los avatares del ciberespacio. No.
El pensamiento abstracto, los asuntos del alma y el espíritu, los vericuetos de la política tienen un viejo asunto contencioso con el ayuno y la desesperanza, con las urgencias de la carne y las tribulaciones de la cotidianeidad.
En Antilla o en Guanabacoa, el hombre de la calle, el padre de familia, el ciclauro cubano no tiene tiempo, ni ánimo ni talante para los predios de la especulación intelectual, las sutilezas de la diplomacia ni los topless lingüísticos de los dirigentes del país.
Sus vidas, sus viditas tienen un diseño y un molde que pone toda su capacidad de iniciativa en un ping pong frustrante que va del trabajo a la rapiña.
Quien se despierte en este país a las 6 de la mañana sin ser extranjero o miembro de la nomenclatura y su tropa tiene dos únicos problemas por delante, como dice un chiste popular amargo: el almuerzo y la comida.
Otros tienen muchos el de los zapatos, la merienda, la libreta y la ropa de los niños. Hay quienes tienen el de un familiar viejo y enfermo y su medicina. Y queda todavía un inventario de agobios diarios que lleva a la gente a esperar el sueño casi como un ensayo de liberación.
Así las cosas, se va haciendo mayor la furnia que separa, en esta isla, a los dirigentes de los dirigidos. El discurso oficial -y su reflejo en la prensa amaestrada- parece por momentos que está dirigido a una colonia de ingleses o de escandinavos distraídos.
La norteamericanización de la cultura no debe tener mucho progreso en Imías o en Chivirico, donde se espera que llegue a la bodega la nueva cuota de chícharos y los laúdes para acompañar a los decimistas locales no tienen cuerdas.
La globalización de corte neoliberal y la expansión y uso arbitrario de internet no puede ser centro de debate de los vecinos de un batey en el que anoche se robaron dos vacas, saquearon un platanal y la pipa de agua no entra hace una semana.
Las convenciones, los encuentros internacionales y los congresos y visitas de mandatarios extranjeros, todos deslumbrados por los avances, todos muriéndose de envidia por esa Cuba de papel, todos solidarios y elegantes se perciben desde muchas zonas de la población en la misma distancia en que las muchachas pobres y las empleaditas de tiendas ven cómo transcurre la vida de los ricos y famosos en las revistas del corazón.
Son, como se aprecia aquí, vidas paralelas. Unos en el pugilato de la supervivencia y otros en el del poder, dando y recibiendo discursos, donaciones y consejos. Cada cual por su lado, como esos matrimonios mal llevados que se divorcian en Cuba y, separados y sin amor, tienen que quedarse a vivir en la misma barbacoa.
Es la globalización del boniato, la abundancia de la calabaza neoliberal y la llegada no de internet sino de un simple mensaje esperanzador para poder hablar de soberanía individual y libertad plena lo que está en el centro de la vida de miles de familias cubanas.
De todas formas, bienvenidos sus altezas serenísimas y los expertos en alimentación, educación y derecho penal, aunque sea a contrapelo del refrán porque podrán estar en las casas, pero no ven el pueblo.
Raúl Rivero
Raúl Rivero
Cubafreepress, 18 de noviembre de 1998
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