Cuando en pleno quinquenio gris, Bernabé, aquel personaje humorístico que interpretaba Enrique Arredondo, impuso ver los muñequitos rusos como máximo castigo para los niños majaderos, costó al actor un periodo de separación de la televisión.
Entre los de mi generación, que alcanzamos en la niñez a ver siquiera algo de los dibujos animados norteamericanos antes de que el Pato Donald, Pluto, Porky y Mickey Mouse se convirtieran en los años 60 en peligrosos agentes imperialistas del diversionismo ideológico y por tanto fueran proscritos, la opinión generalizada es que los muñequitos rusos que los sustituyeron eran feos, toscos y aburridos.
En cambio, los cubanos nacidos a inicios de los años 70, cuando Cuba se unció al CAME, hoy se refieren con ternura a muchos títulos y personajes de la avalancha de animados soviéticos y de otros países de Europa Oriental (principalmente Checoslovaquia y Hungría).
Con sus nombres con la y al principio, al medio o al final en sus nombres rusos o que aparentan serlo (además de los consabidos Fidel, Ernesto, Raúl y Camilo), a los que hoy rondan entre los 35 y los 40 y tantos años, muchos los llaman la generación de Bolek y Lolek.
Tengo un amigo pianista que acaba de cumplir los 40 años, que se siente totalmente identificado con dicha generación. Explica: “Haber visto en la niñez esos muñequitos rusos hizo de todos nosotros algo distinto. En mi caso, fue parte de mi educación estética. La música de esos dibujos animados era, por regla general, de clásicos rusos (Tchaikovsky, Borodin, Prokofiev), muy bien interpretada, y bien colocada en situación.
El modo en que las historias se desarrollaban era como una fórmula distinta a la tradición nacional y al estándar occidental. Eso, lejos de traumatizarnos, creo yo, nos dio otro punto de vista, nos ayudó a usar otras formas de interpretar la realidad, una segunda opción, que creo siempre oportuna y válida”.
Puede que tenga razón. Sólo que no todos los de su generación parecen saber cómo disponer adecuadamente de esa opción alternativa que les aportaron el tío Stiopa y aquel lobo gamberro con camiseta a rayas.
De cualquier modo, aparte del reguero de chatarra, la añoranza por las latas de carne y los muñequitos rusos son las únicas huellas que perduran hoy en Cuba de los casi 30 años de la alianza con la Unión Soviética que decían -incluso en la Constitución de 1976- que era indestructible.
Luis Cino
Blog Círculo Cínico, 8 de noviembre de 2011
Video: Bolek y Lolek en el desierto de Gobi. Un día sí y otro también, estos muñequitos polacos aparecían en la programación infantil de la televisión cubana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios en este blog están supervisados. No por censura, sino para impedir ofensas e insultos, que lamentablemente muchas personas se consideran con "derecho" a proferir a partir de un concepto equivocado de "libertad de expresión". También para eliminar publicidad no relacionada con los artículos del blog. Por ello los comentarios pueden demorar algunas horas en aparecer en el blog.