Atestada de pícaros e ignorantes, la ciudad de arcos y columnas que un día inspirara al escritor Alejo Carpentier es hoy una capital donde el futuro es una entelequia o una mala palabra.
La otrora villa de San Cristóbal no es Tropicana con sus fabulosas mulatas. Tampoco es el lobby suntuoso y refrigerado de un hotel 5 estrellas. No te dejes engañar si vienes de visita. Alquilas un Mercedes Benz y a 80 kilómetros por hora contemplas la ciudad.
Pero te fuiste sin conocerla. Aunque luego en Madrid, Ontario o el Distrito Federal muestres las fotos con El Morro o el Capitolio de fondo, y tú con un tabaco Cohiba en la boca y una botella de ron Havana Club añejo en la mano.
La mayoría de los extranjeros, lejanos e indiferentes, suelen contemplarnos a través de lentes color de rosa. Ven la pobreza de la ciudad destruida, pero no pueden -ni lo intentan- penetrar en el alma abierta del habanero.
Un ciudadano que habla, piensa y actúa más rápido que los cubanos residentes en el interior del país. Los habaneros suelen ser pícaros por antonomasia.
En una de las tantas tiendas abiertas para recaudar dólares, un pinareño entretenido hizo una pequeña compra con un billete de 100. La cobradora fue a la caja central a hacer el cambio pues no tenía lo suficiente para darle el vuelto: 87 dólares con 50 centavos. Mientras la joven hacía la gestión, el provinciano se puso a recorrer la tienda. Al regresar la cajera preguntó por el dueño del vuelto y entonces un joven bien vestido le dijo que era de él, que su amigo (el pinareño), le había dejado la encomienda de recogerlo. La empleada le entregó el dinero. El habanero se esfumó con el botín.
Son cosas que suceden a diario en la ciudad, habitada por un ejército de pillos, muy diligentes a la hora estafar a los incautos. Vendedores de prendas de oro, corredores de casas, prestamistas con dinero falso, en fin, timadores de todo tipo.
Los nacidos en la capital tienen "chispa" (talento) para el engaño y capacidad para sobrevivir en las difíciles condiciones económicas por las que atraviesa la isla. Pero suelen ser ajenos a la situación política de su país y del mundo. Ese desconocimiento es casi total porque una mayoría de habaneros vive como un zombie.
En el plano deportivo no es mucho mayor el nivel de información. Solamente los fanáticos más furibundos están al día de lo que ocurre en las Grandes Ligas, la NBA y los clubes profesionales de fútbol.
Cuando Mark McGwire implantó un nuevo récord de jonrones para una temporada en las mayores, los habaneros se enteraron con retraso. Distorsionadas, a retazos y muchas veces exageradas llegan las noticias de los peloteros cubanos que juegan en Estados Unidos. "Lo que sé es que tienen mucha plata", dice un aficionado en la peña deportiva del Parque Central. Y comentaba que el Duque Hernández tenía una flotilla de 12 autos y pensaba comprarse un sector de playa en Miami Beach. Los mejor informados lo desmintieron. Es algo que sucede a menudo en La Habana. A falta de información se activa Radio Bemba, una especie de noticiero verbal que, de persona en persona, transmite los sucesos censurados en el país.
El gobierno es el principal encargado de incentivar la desinformación. En una sociedad cerrada el bajo flujo informativo es baza fundamental para mantenerse en el poder. Es más fácil gobernar cuando se manipulan las noticias o no se da a conocer la verdad. El precepto bíblico de San Juan "conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" es una asignatura proscrita por la dinastía de los Castro.
Por tanto, casi todas las informaciones circulan en forma de rumores, chismes y comentarios no confirmados. Nadie confía en la prensa oficial pues ésta, más que informar, desinforma.
Ajenos e ignorantes caminan los capitalinos bajo el tórrido sol en su lucha diaria por la supervivencia. Sólo les interesan las telenovelas, ese opio electrónico trasmitido por la televisión cubana.
Así vive el habanero, entre colas para tomar el ómnibus, comprar los exiguos productos vendidos por el estado, melodramas nacionales o extranjeros y la falta de información, a pesar de que Cuba se jacta de tener internet desde 1996. Pero el acceso está vedado a los cubanos comunes y corrientes.
Las razones son elementales: casi nadie posee una computadora y el que la tiene, en su puesto de trabajo, no puede navegar por la red de redes. A los que dirigen no les interesa contar con ciudadanos modernos e informados. El resultado es un individuo pícaro y hábil para las fullerías y el robo, pero escaso de conocimientos.
Iván García
Cubafreepress, 11 de septiembre de 1998
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