viernes, 9 de diciembre de 2011

Juan Juan Almeida habla de sí mismo


Me han pedido hablar de mí. Es difícil, pero puedo. En mi libro Memorias de un guerrillero desconocido cubano describí con bastante sarcasmo los detalles de cómo y por qué cambié el cielo por el suelo.

Un soleado 2 de diciembre, mientras se conmemoraba un aniversario más del desembarco del Granma, Fidel Castro, desde su habitual tribuna anunció mi nacimiento. Mi madre fue una campesina de sonrisa contagiosa, piernas gordas y ojos negros. Mi padre, un negro sin linaje que llegó a ser comandante.

También tuve cuatro abuelos, católicos por una parte, y santeros por la otra. Mi nombre es Juan Juan, dos veces, como John John. Almeida fue un simple esclavista que en el siglo XVI compró una colonia de esclavos y los marcó con su apellido. Pero el mío, el real, está medio perdido bailando al ritmo de tambores en una tribu africana. Soy bajito cuasienano, calvo, gordo, negro, y no encajo en el estereotipo encasquetado por raza, poseo un miembro viril que va más con mi estatura que con el tamaño de mi nariz. Sí, debería estar traumatizado. Sin embargo soy feliz.

Me entristece la existencia de aquéllos que se esconden tras seudónimos para brindar su opinión. Pero si ese es el costo, bienvenidos sean todos a la libertad de expresión.

Algunos dicen que muté cuando pisaron mi callo. Tienen toda la razón, no hay balsa que salga de Cuba sin cargar desesperación. Publiqué mi libro cuando aún vivía en la isla: no se corre el mismo riesgo hablando bajito en la calle que gritando en internet.

Por hablar lo que pienso me gané varias veces un 'tour' (interrogatorio con hospedaje incluido) a Villa Marista. Quizás por eso, confundido y convencido, no veo mérito ni encanto en el hecho de estar preso.

Mi primer sueño infantil fue ser uno de esos niños que van al parque a jugar con sus padres, pero el segundo era más sencillo, presumir en la escuela algo más que un escolta y un perro. Nunca pude realizar tan modestas ilusiones, en cambio tuve privilegios. Mi padre era un hombre ocupado, quizás por eso, y a mi manera infantil de pensar, comencé a rivalizar con esa estúpida entelequia que llaman Revolución.

Soy un hombre tolerante, diverso, alegre y plural, amante de las cosas bellas, también de la libertad. No me ofende ningún criterio controversial o divergente, no guardo espacio al tabú. Entiendo el origen del odio y los deseos de venganza, también las ansias de poder y la necesidad de reconocimiento; son sentimientos humanos, tan normales como el amor y la amistad.

Personalmente considero que el valor y el heroísmo son trastornos serios de personalidad. Pobre del país que necesita héroes -exclamó el ilustre Galileo.

Comprendo a los que por motivos propios hablan de sus familiares, no disfruto, ni me complace ese derecho. Un amigo en la Universidad Internacional de la Florida me preguntó qué haría yo si llegara a ser presidente de Cuba. Crecí jugando bajo esa mesa de mármol inaccesible para muchos, sobre la cual se firmaron importantes decisiones. En Cuba está todo por ver, y hacer. Mi interés recurrente es desmitificar el poder. Si hoy yo fuera Presidente, lo primero sería renunciar.

Juan Juan Almeida
Martí Noticias, 7 de noviembre de 2011
Foto: Cortesía de Bryan Johnson

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