martes, 13 de diciembre de 2011

Cuba duele


La nostalgia es un ladrón que roba fuerzas. Y cuando de la patria se trata, es un depredador feroz. Pregúntenle al casi millón y medio de cubanos desperdigados por medio mundo sobre Cuba.

Todos, sin excepción, católicos, ateos, liberales, apolíticos y anticastristas se le hace un nudo en la garganta cuando rememoran su niñez en algun caserío de la soleada y verde campiña o recuerdan los sitios, cálidos y familiares, donde crecieron, amaron y se hicieron hombres.

A todos ellos Cuba duele. Duele porque por décadas a muchos compatriotas les fueron estafados sus sueños. Aplaudieron a un tramposo. Algunos caminaron 62 kilómetros con sus botas rusas vestidos de milicianos.

Se vieron involucrados en guerras civiles por África en nombre de una ideología estrafalaria y comandado por su líder, Fidel Castro, quien como un fanático de Play Station movía a sus tropas en una maqueta gigantesca repleta de soldaditos de plomos y tanques de guerra de hojalata en miniatura, desde una casona de Nuevo Vedado a recaudo de los bestiales mediodías angoleños con 40 grados a la sombra.

Muchos de los soldados cubanos no regresaron. Más de dos mil, si damos crédito a la cifras del gobierno, yacen en tierra ajena. Se alistaron al régimen a tiempo completo. No pocos desandan los barrios dementes y olvidados. Su reino es un botellín de ron casero.

Otros se marcharon. Residen en cualquier parte. En tierra de nadie. Su base natural es al sur de la Florida. Como para tener cerca a Cuba. El mar azul intenso que bordea Cayo Hueso es el mismo que baña el Malecón de La Habana.

También hay compatriotas en Madrid, París, Berlín, Lucerna y hasta Tel Aviv. Desde hace tiempo ellos son indignados. La mayoría suele tener dos empleos, reciben bajos salarios o mínimas pensiones. Viven con lo justo.

Así y todo, privándose de cosas, puntualmente, giran dinero a los suyos en Cuba. O envían un paquete. Con medicamentos, ropa, alimentos, material escolar, culeros desechables, celulares o baterías. Sus parientes en la isla necesitan de todo.

Más caro que emigrados latinoamericanos pagan el flete y las llamadas telefónicas a su patria. Los Castro han edificado una flamante industria con la diáspora. A todo gas. Cobran por todo. Y bastante.

No es marcharte y ya. Antes, debes desembolsar casi mil dólares por simples chequeos médicos y otros trámites legales. En Miami, un manojo de empresas al servicio del gobierno ordeñan como una vaca a los emigrados cubanos con altas tasas para hacer llegar dinero y pacotillas a sus familiares.

Hasta visitar la patria cuesta dinero. Por decreto castrista deben pedir permiso y pagar gabela para darse una vuelta por la tierra en que nacieron. Es uno de los peores delitos de los hermanos de Birán. Tratar como parias a quienes se han marchado.

Y aunque estés lejos, exigen genuflexión política. Si tienes el lápiz afilado como Raúl Rivero, Zoé Valdés, Carlos Alberto Montaner o Tania Quintero, las puertas de tu patria se te cierran.

Tienen que conformarse con ver en fotos o videos el deterioro de su país. O charlar telefónicamente con familiares y amigos, para que les cuenten de Cuba.

Pese a la lejanía y el paso de los años, no olvidan las noches que con amigos del barrio tomaban ron en una esquina. El dominó encendido en un portal o acera. La rumba en casa de un pariente. El juego de pelota en el viejo estadio del Cerro.

Los Castro tratan como criminales a los compatriotas críticos con su autocracia. El castigo es el destierro. La nostalgia los hace dormir con Cuba debajo de la almohada. Y a su santo piden vivir lo suficiente para ver el final de esa película en blanco y negro titulada "Revolución Cubana".

Iván García

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