miércoles, 3 de agosto de 2011

¡Bienvenidas las rejas!


Parece una ciudad sitiada. Desde hace más de dos décadas, en La Habana proliferan viviendas repletas de rejas y altas cercas para protegerse de probables malhechores. Es una moda nefasta. Una plaga.

Yaquelín, 46 años, hubiese deseado que su residencia de dos plantas en la barriada del Sevillano no estuviera enrejada. Pero en cinco años, dos veces ha sido desvalijada por habilidosos ladrones.

“El problema, no es que te roben un televisor de plasma, un ordenador personal o un DVD. Es que, a veces, cuando los cacos se sienten descubiertos, pueden matar. No quiero tentar a la suerte. Y me fortifiqué, como casi todos en el barrio”.

Enrejar las casas no es una manía ni paranoia insólita. En los últimos diez años, los robos a viviendas habitadas han aumentado. Un oficial de policía lo confirma.

“Es uno de los delitos que ha tenido un crecimiento espectacular. Los ladrones suelen romper una puerta para robar cualquier cosa: desde ropa tendida en el patio hasta una bicicleta. Siempre van armados. Su intención es robar y no hacer daño, pero si se sienten acorralados, se defienden hiriendo o matando a los inquilinos”, explica el oficial.

Ese temor real es la causa de la “bunkerización” de La Habana. Y créanme, no es nada barato poner rejas de hierro en un domicilio. Elier, 39 años, tuvo que pagar 500 dólares para asegurar su hogar con gruesas barras de hierro fundido.

Hay una clara diferencia entre las personas solventes y los que tienen que enrejarse por pura necesidad. Se nota a golpe de vista. Quienes tienen dinero, buscan un herrero decente que les diseñe rejas, cercas y puertas de calidad, acordes que con la arquitectura de su morada. Cuando escasea la plata, no queda otra alternativa que acudir a personas que cobran más barato y no siempre dominan el oficio.

En cualquier cuadra, de la capital o el resto de la isla, es común ver numerosas casas fortificadas. Algunas rejas parecen obras de arte. La mayoría son chapuceras cabillas o trozos de hierro sin pintar y mal colocados. Lo que importa es blindar el hogar.

La prioridad número uno son los autos. A falta de parqueos seguros, la gente ha inventado truculentas versiones de garajes en los portales de su casa. Enrejarse no siempre es sinónimo de seguridad, según el oficial de policía.

“Hay una serie de pillos que con un gato hidraúlico se las ingenian y rompen las rejas de alguna ventana para penetrar en la casa. A los ladrones y rateros les suele llamar la atención las viviendas demasiado protegidas. Deducen que esas familias tienen artículos de mucho valor”, subraya el agente.

La tradición de las rejas en Cuba data de siglos atrás. Aquellas casonas con grandes y hermosos ventanales de rejas, que todavía se conservan en las zonas coloniales de La Habana, Trinidad y Sancti Spiritus, entre otras provincias, nada tienen que ver con el concierto desordenado de hierros rudimentarios que rompen con el entorno y la arquitectura de las ciudades.

“Sí, es cierto que muchos enrejados son antiestéticos. Pero si tu no cuidas tus bienes, nadie lo hará por ti. Es mejor precaver que tener que lamentar. Sobre todo cuando te roban cosas valiosas, adquiridas con gran sacrificio y a lo mejor no puedes volver a comprar”, dice Yaquelín con vehemencia.

Una verdad como la recta demoledora de un peso completo. Entonces, ¡bienvenidas las rejas!

Iván García

Foto: Caroline Fraser, Flickr

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