Según los historiadores, el 24 de marzo de 1897, se inició el cine en Cuba con la primera función oficial. Algunos marcan el inicio con las matinés populares de vistas fijas que ya en 1895 se exhibían en diversos locales del Paseo del Prado.
Se considera que la primera muestra al público fue unos días antes, el 7 de febrero de 1897. Estuvo a cargo del francés Gabriel Veyre, en una sala ubicada en Prado 126, justo al lado del antiguo teatro Tacón, hoy Gran Teatro de La Habana.
Desde esa fecha y hasta el 24 de marzo de 1959, cuando el gobierno revolucionario de Fidel Castro promulgara la ley que creaba el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), el cine en la isla ha tejido una historia para enmarcar con letras góticas.
Si damos crédito a los investigadores del ICAIC Héctor García, María Eulalia Douglas y Raúl González, en su texto El cine mudo en Cuba, 1897-1933, cerca del 83% de los filmes realizados en ese período se dan por perdidos.
La película más antigua que se conserva es el corto de un minuto El Parque de Palatino realizado en 1906 por Enrique Díaz Quesada, uno de los precursores del cine cubano.
Fueron precisamente Díaz Quesada y Ramón Peón los grandes artífices de la cinematografía local en la primera mitad del siglo XX. Cierto que la mayoría de los filmes cubanos en esa etapa se regían por un marcado criterio comercial, lo que lastraba en grado sumo la calidad como obra de arte de dichas cintas.
La ola avasalladora de la industria cinematográfica en Argentina y México dejó sin aire al cine del patio hasta mediados de los años 40. Luego llegó Hollywood y su sistema de estrellas. En la década de 1950, Cuba contaba con gran número de salas de cine, equipadas con la última tecnología. El 90% de los filmes exhibidos venían de Estados Unidos.
De esa tiranía del mercado que sin pistola imponía la industria de Hollywood, lograron escapar jóvenes talentosos y amantes del cine como Julio García Espinosa, Jorge Haydú, Tomás Gutiérrez Alea (Titón), Alfredo Guevara y José Massip. En enero de 1958 ellos estrenaron en el anfiteatro Varona, de la Universidad de La Habana, el documental El Mégano, acaso el precursor de los cánones artísticos de lo que un año después sería el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos).
La fundación del ICAIC el 24 de marzo de 1959 fue de las primeras leyes promulgadas por Fidel Castro. La naciente revolución apoyó desde su inicio al cine hecho en la isla. Ya se sabe lo costoso de la industria cinematográfica. Pero Castro abrió la billetera para que Alfredo Guevara, su amigo de los años universitarios, gestionara la nueva empresa.
El arte es arte. Y si bien entre los creadores -a cualquier nivel- existen celos, protagonismos y egos inflados, es innegable que los criterios artísticos tienden a imperar sobre los políticos.
Ha sucedido en obras cinematográfica paridas por el ICAIC. Los choques y desavenencias han venido del poder. El primero y, que marcó el inicio de la lenta estrangulación a la diversidad de criterios por parte de los talibanes ideológicos, fue el documental PM, realizado en 1961 por Orlando Leal y Sabá Cabrera, hermano del escritor Guillermo Cabrera Infante, rodado al margen del cine estatal.
A 50 años de distancia, el documental, abiertamente influenciado por el free cinema inglés, y que muestra aspectos sórdidos y reales de la vida nocturna en bares del puerto habanero, hoy uno se pregunta qué doble intención vio Castro en ese rodaje para bajar el hacha de la intolerancia.
Quizás PM fue el conejillo de indias para el nuevo experimento social que ya el comandante único tenía en mente. Lo cierto es que el documental provocó que un Fidel Castro, notablemente enfadado, colocara su pistola rusa encima de una mesa en la Biblioteca Nacional y con voz afónica proclamara su sentencia “Con la Revolución todo, fuera de ella nada”.
Ocurrió en junio de 1961. Y su efecto y coacción a la libre expresión dura hasta la fecha. Esas palabras nos han traído una prensa gris que apenas informa. Unos noticieros que no tienen nada que envidiar a los de Corea del Norte y una doble moral entre muchos cubanos, quienes por la noche desbarran de la gerontocracia gobernante, pero al llamado del sindicato, participan en un acto de repudio contra las Damas de Blanco.
A pesar de todo, el ICAIC ha intentado salvar los muebles. Es el organismo oficial que con más libertad ha expuesto su discurso artístico, y en ocasiones ha sido crítico con los errores y excesos emanados del torbellino revolucionario.
Películas como Alicia en el Pueblo de Maravillas, de Daniel Torres, o Vidas Paralelas, de Pastor Vega y guión de Zoé Valdés, escritora cubana exiliada en París, dos de las cintas más hipercríticos al régimen, fueron rodadas por el ICAIC, aunque después su difusión estuvo limitada.
La época dorada del ICAIC, indudablemente, fue en 1959-99, en sus primeros 40 años. Producían medio centenar de documentales y hasta doce filmes anuales. Gran parte de las vacas sagradas de cine cubano son de ese período.
La lista es larga. Pero no se puede olvidar a imprescindibles como Santiago Álvarez, Nicolás Guillén Landrián, Oscar Valdés, Jesús Díaz y Sara Gómez, en la realización de documentales. Mientras que Gutiérrez Alea, Julio García Espinosa, Pastor Vega, Humberto Solás y Fernando Pérez son gigantes dentro del largometraje.
El "período especial", esa larga crisis económica en la isla, ha menguado considerablemente la producción nacional. En 2010 se realizaron solo 4 filmes. Más de un director se ha visto obligado a pasar el cepillo por Europa, en busca de una productora que le firme un cheque y poder llevar a cabo su proyecto.
Pero hay talento de sobra entre los creadores más jóvenes. Lester Hamlet, Pavel Giroud, Eduardo del Llano, Juan Carlos Cremata y Esteban Insausti aún no han dado lo mejor de sí.
De los ya establecidos, como Fernando Pérez y Juan Carlos Tabío, se pueden esperar obras maestras. Igual a cualquier industria del celuloide del planeta, el cine cubano tiene de todo.
Hay películas mediocres y aburridas. Por suerte, abundan las notables. Es el caso de La muerte de un burócrata, rodada por Gutiérrez Alea en 1966. Una sátira sobre la burocracia cubana que mantiene plena actualidad.
Iván García
Foto: Escena de La muerte de un burócrata.
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