Si usted se precia de ser un habanero de corta y clava. Conocedor de los barrios calientes y sitios donde se consiguen jineteras nocturnas por 5 pesos convertibles. O donde venden marihuana ‘yuma’ (colombiana) y 'melca' (cocaína) sin ligar con leche en polvo. En su memoria aún guarda el solar donde se expende ron añejo robado la noche anterior de un almacén de turismo.
Y como buen habanero, sabe los recorridos de las rutas de guaguas (ómnibus). Recuerda al detalle cada nombre de las calles en el barrio de Colón, Atarés o San Isidro. Y en Miami, Madrid, Roma, o donde quiera que se encuentre, duerme con el malecón debajo de su almohada.
A esos habaneros, alardosos y bulliciosos. Emotivos y llorones cuando se habla de su ciudad, que te cantan de memoria el line-up del equipo Industriales que ganó la serie de 1984 con el jonrón descomunal de Agustín Marquetti, les voy a hacer un examen.
Por favor, traduzca este diálogo. Les daré una pista. Es el castellano que se habla a día de hoy en La Habana de los barrios marginales. Dos tipos, jóvenes, con pinta de reguetonero uno, zapatillas bajas, cinturón de hebilla ancha, camisa entallada y gafas onda retro.
El otro, el típico asere. Salió hace un par de días del tanque. Sin un peso, ni cubano, ni en divisa en el bolsillo. Se encuentra en el Paseo del Prado con su ecobio.
Luego de darse un beso, nueva moda entre los tipos duros de la ciudad, el socio con facha de rapero se llega a un bar cercano a comprar media caja de cerveza clara Cristal.
“De verdad que tú la porta”, comenta el ex presidiario. “Qué vuelta, asereco, tírámela en estéreo. Pónme en talla de la cana", le pide el amigo. “Pa’que te cuento. No se pue’subir. La iria está de apéame uno. Picadillo de tiburón en dos tandas. Cerelac y los patos que hacen ola. Una pila de tupamaros fumando breva y dando el inán. Ah, el reeducador un tragicote. Allí to' es bisne. El tráfico esta a la patá. Las 24 horas el burle andando. To’cuesta. Hasta disparar. Tres jarros de azúcar prieta y te aviñan una Playboy. Por dos, te buscan jama de la buty: arrosendo y caruca con su respectiva frijolada en volá de tómame o déjame. Por diez cajetillas de prajo, Remberto La Rata, sí el enmaranñuao, se comía Abelito, la pájara pinta de Coco Solo. Lo que se ve ahí ni en una película del sábado. Hay de tó", cuenta el asere casi ladrando.
El consorte mueve la cabeza de un lado a otro. “Seguro que estás pasmao, sin una percha bacana, y desesperao por quimbarte una loca”, quiere saber su socio.”Di tú, tengo un hambre de siglo. Y he pasao más trabajo que un forro de catre. A la jevita que enganche la parto en dos como un lápiz. De dos a tres palos, sin pastilla ni ná. Te juro que la preño de jimagua, y cuidao”, responde sonriendo.
“Yo manicheo a un par de tuercas que pa'qué. La que arman las sinvergüenzas. Meten unas peguetas que ni en un pellejo. Es lo último que trajo el barco. La tiran de mandapinga. Una de ellas da hasta el botacaca”, le dice el marginal vestido al estilo reguetón.
“Ambia, me estoy poniendo de vuelta y media. ¿Cuándo es la salsa esa? No me percovees”, apunta el joven recién salido del talego y pidiendo a gritos una hembra.
“A la noche. Voy hacer de las mías. Voy andeare, a luchar una volá. Te vas acordar de mi”, le dice mientras abre su billetera y le regala dos billetes de diez pesos convertibles. “Eso es pa'que vayas calentando el brazo. No le pagues a ningún jarro de la zona”.
"Segurete, te cojo a la vuelta. A la descará esa les voy a meter el di tú por la boca”, contesta el amigo mientras se aleja Prado abajo rumbo a un café al aire libre por moneda dura.
Si entendió este diálogo entrecortado, usted es un habanero que emigró recientemente. Si no, entonces lleva años fuera de Cuba. O probablemente no sea de La Habana.
Iván García
Foto: paris1972. Paseo del Prado de La Habana.
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