Es el mismo sitio. Desde hace un siglo. Con el mar azul intenso y quieto del Océano Atlántico que lo envuelve. Una franja larga de más de 8 kilómetros de cemento y hormigón, que a falta de mantenimiento, se desmorona en varios tramos.
Es el Malecón. Punto de encuentro de los habaneros. De escolares que no asisten a clases y acuden a nadar en aguas peligrosas y contaminadas. De jóvenes que gratuitamente pueden hablar y escuchar música.
Comarca de enamorados. Descanso de bohemios, borrachos y trasnochadores.
Muro de lamentaciones de rígidos sindicalistas y militantes del partido que por las noches, a falta de opciones recreativas, se sientan con sus esposas a hablar de los hijos que huyeron 90 millas mar afuera por no querer ser iguales a sus padres.
Construído a principios del siglo XX, el Malecón es el alma de La Habana. La ciudad tiene otros símbolos. El Morro y La Cabaña. La Giraldilla y la ceiba del Templete. El Capitolio y el Paseo del Prado. La Catedral y las empedradas calles de la época colonial. El Floridita y la Bodeguita del Medio. El Estadio del Cerro y el equipo Industriales. El Vedado y sus amplias avenidas y parques.
La Habana, su gente y sus barrios despiertan añoranzas en millones de exiliados. Pero el Malecón es el principal atracador de nostalgias de quienes ya no viven en la capital de todos los cubanos. Tan fuerte es ese sentimiento que una entrevista del periodista Armando López a la actriz cubana Susana Pérez, fue titulada El Mundo empieza en el muro del malecón.
Siempre ha sido una amplia pasarela. Con vida propia las 24 horas. Por las mañanas y en las noches, en ciertas zonas, pescadores de vara y carrete se ilusionan con poder atrapar un pez para cenar o venderlo a buen precio.
Es difícil. Pero los pescadores diestros e ilegales, en balsas fabricadas con neumáticos de camiones rusos obsoletos, en la oscuridad reman mar adentro y con chinchorros y redes regresan con una sarta de peces comestibles. Los amateurs van a matar el tiempo y hablar boberías con sus colegas de pesca.
Hay otros tipos de pesquerías. Jineteras exhaustas, en las madrugadas se sientan en su muro mientras los obreros duermen, a descalzarse sus empinados tacones y frotarse los pies, tras andar kilómetros sin poder 'pescar' a un turista con dólares o euros.
A lo largo y ancho del Malecón usted podrá encontrar vendedores de melca (cocaína), sicotrópicos y marihuana. Prostitutas con minúsculas faldas, tratando de parar coches rentados por extranjeros.
A cualquier hora, se puede observar una tropa de vendedores dedicada a vender maní, rositas de maíz y caramelos caseros a peso (0.05 cinco centavos de dólar). O chicharrones de cerdo, tamales calientes y bolsitas de boniato frito a 5 pesos (0.25 centavos de dólar).
Para disgusto de quienes solían tomar aire fresco con sus hijos y familias, determinadas áreas han sido ocupadas por gays, travestis y lesbianas. Son los "entendidos", como a sí mismos se llaman.
Las patrullas policiales con sus nuevos autos Gely fabricados en China los suelen mirar con repugnancia contenida, pero les dejan tranquilos. La orden de no molestarlos viene de muy arriba. Mariela Castro, la hija del número uno, ha dicho basta de reprimir a los gays. Y eso en Cuba son palabras mayores.
Iván García
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