Para los 'palestinos', como los habaneros llaman a los nacidos en las provincias orientales, vivir en La Habana es casi una misión imposible. Por el decreto 217, aprobado en 1997, la ley sanciona y multa a personas nacidas fuera de la capital que deseen establecerse sin el permiso oficial.
Es como una frontera sin frontera. No hay un muro que impida a miles de orientales desplazarse a La Habana. Pero sí miles de ordenanzas, inspectores, policías y miembros de los CDR (comités de defensa de la revolución), atentos a los advenedizos que se instalan en barrios de la capital.
No todos los habaneros odian a los 'palestinos'. Pero abundan los que le tienen ojeriza a los santiagueros, guantanameros, tuneros, holguineros y granmeses, entre otros que en las madrugadas llegan en trenes con sus anticuadas maletas y el deseo de comerse el mundo.
Los orientales que llegan a la ciudad tienen las mismas aspiraciones que un exiliado cuando abandona su patria. Hacer dinero y ayudar a los suyos. Huyen de sus provincias espantados por la miseria y falta de oportunidades.
Por lo general, son buenas personas. Hacen de todo. Chapean un jardín, recogen latas de aluminio y durante 13 horas, bajo un sol de miedo, pedalean en bicitaxis por los alrededores del Capitolio y el Parque Central de La Habana.
También llegan tipos con mala pinta. Marginales violentos. Proxenetas. Ladrones. Pillos y tramposos a la caza de bobos, a quienes en un abrir y cerrar de ojos le despluman el dinero.
Para la policía es fácil identificar a un oriental. Casi todos también son orientales. Los reconocen por el físico y por la forma de hablar ‘cantando’ y comiéndose las eses. Una noche cualquiera, un camión atestado de policías hace sus redadas.
Les piden el carnet de identidad, y en caso de tener los papeles en regla, los hacen hablar. Los que hablan 'cantando' van esposados para el camión. El trámite de expulsión es expeditivo.
La noche siguiente lo montan en el tren, de regreso a sus pueblos. Deportados. Les prohíben visitar La Habana durante 3 años. Son excomulgados en su propio país. Por supuesto, este proceder es anticonstitucional.
La Habana es la capital de todos los cubanos. Los orientales no son una etnia diferente. Son de la misma nacionalidad. Pero en la práctica, las autoridades los tratan como si fuesen auténticos palestinos de Gaza o Cisjordania.
Así y todo, ellos se las arreglan para volver e instalarse en la ‘placa’, como llaman a La Habana. Por la periferia de la ciudad han surgido asentamientos ilegales. Concuní es uno de ellos.
Inspectores estatales han amenazado con traer buldozers y destrozar el reguero de chozas de tablas y aluminio. Pero los orientales se plantan como si fuesen mambises. Machetes y palos en mano, defienden su derecho a intentar vivir mejor. Mujeres y niños se arman con piedras. Ante tal jaleo, las autoridades se dan la vuelta.
Estos asentamientos son verdaderas villas miseria. Existen en los municipios de Regla, Guanabacoa, Cotorro, Lisa, San Miguel de Padrón y Marianao. Las condiciones de vida de sus pobladores son infrahumanas.
No hay agua potable. La gente hace sus necesidades en matorrales o en rudimentarias letrinas, donde el excremento desagua en las inmediaciones. Casi ninguno de los orientales residentes en estas favelas tienen libreta de racionamiento.
Comen lo que pueden conseguir durante el día. O no comen. Pablo, un santiaguero que vive en uno de estos asentamientos asegura que ha estado hasta tres días sin comer. “La comida que busco o amistades me dan, son para mis hijos”.
En una casucha de cartón y madera, sin luz eléctrica, televisor ni nevera, convive con su esposa y tres hijos. Pablo aspira a conseguir un empleo y mantener a su prole.
Le será difícil. Los administradores de empresas e instituciones estatales no pueden aceptar a ‘ilegales’. Por tanto, se ven obligados a trabajar por la 'izquierda'.
Muchos de estos orientales ilegales ya no tienen casa en sus provincias de origen. Quemaron las naves. Lo vendieron todo para probar fortuna en La Habana.
Pese a las adversidades, son optimistas. Desde que el sol asoma, salen a la calle a intentar buscarse unos pesos. Regresan muy tarde en la noche. A veces con comida y dinero. A ratos con los bolsillos vacios.
Sus peores enemigos son los policías, paisanos en su mayoría. Encima, tienen que soportar burlas y desprecios de algunos habaneros, quienes para humillarlos les llaman 'palestinos'.
Entre La Habana y Oriente se ha levantado un muro de acoso policial y maltratos. Con la anuencia de las autoridades.
Iván García
Foto: Dos policías piden identificación a cubanos sospechosos de ser 'palestinos', en La Habana.
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