Norberto, 69 años, suele vivir al filo de la navaja. Es dueño de un banco clandestino de lotería, conocido popularmente en Cuba como ‘bolita’. La primera vez que reunió cien mil pesos (4,200 dólares) hizo una fiesta con amiguetes y putas que aún se comenta en el barrio.
Después ha sido más cauto. Guarda los paquetes de 100 billetes minuciosamente envueltos en un enorme closet que cubre toda la pared de su cuarto. “Llevo en este negocio más de 30 años. Nunca le he trabajado al Estado. Cuando era joven derrochaba la plata. Ahora atiendo mejor a mi familia y ahorro para una probable emergencia. En este ‘bisne’ (negocio) hay que tener siempre dinero guardado. Hay días de perder hasta 200 mil pesos (8400 dólares)”, cuenta Norberto, vestido con un short azul prusia y una camiseta de los Miami Heat.
La ilegal lotería cubana no tiene una fecha precisa de comienzo. Según Norberto, después que Fidel Castro en 1959 aboliera las apuestas y los juegos de la suerte, comenzaron a surgir pequeños 'bancos de bolitas'.
“Un amigo de mi padre tuvo un 'banco' en los años 60. Y vivía a lo grande. Ese hombre fue un modelo para mí. En 1978 decidí abrir uno. Fue posible gracias al dinero que nos dejó un pariente que residía en la Florida que por esa fecha visitaba La Habana, cuando aquellos viajes a la isla de la comunidad cubano-americana a la isla”, recuerda Norberto.
La lotería nacional siempre fue pasión en Cuba. Antes de Castro era legal, y en cada esquina vendían billetes de lotería. Tanto la gente de la Cuba profunda como las personas humildes de la ciudad, con frecuencia se jugaban lo poco que tenían, para ver si la suerte les cambiaba y pescaban un premio gordo.
El Estado controlaba la lotería. Y no era raros los casos de corrupción entre funcionarios gubernamentales. A ratos el dinero se usaba para pagar las famosas “botellas”.
A los pocos meses del arribo del comandante único arribó a La Habana, el 8 de enero del 59, inició su cruzada contra todo tipo de juego. Los casinos fueron asaltados por turbas enardecidas que con hachas y bates de béisbol destrozaron mesas de billar y máquinas tragaperras.
El judío Meyer Lanski, hombre de confianza de Lucky Luciano y que estaba al frente de varios casinos tuvo que hacer sus maletas. Pero Castro no sólo fue a por los casinos. También prohibió por decreto la lotería nacional, peleas de gallos y otras variantes de juegos por apuestas.
En ese tiempo, Norberto era un joven y lampiño miliciano que hacía caminatas de 62 kilómetros y estaba acuartelado en una base militar en las afueras de La Habana. “Eran los días de la Crisis de Octubre. Ya por esa época, en los ratos libres, mientras la amenaza nuclear flotaba sobre nuestras cabezas, jugábamos cubiletes y cartas por dinero”, rememora Norberto.
A pesar de severas sanciones penales- entre 5 y 7 años y que aún se mantienen vigentes- hacia aquellas personas que pillaran jugando por dinero la gente seguía probando fortuna.
En esta primavera de 2011, la bolita en Cuba es otro deporte nacional. Al igual que el béisbol, el sexo o beber ron como si fuese un pirata. Norberto nos cuenta el entramado de un 'banco de bolita'. “Para empezar el negocio se necesita entre 200 mil y medio millón de pesos (8 mil y 20 mil dólares), ahora hay gran cantidad de personas que apuestan. Comparado con los años 70 y 80 se han triplicado los jugadores. Existe una impunidad relativa. La policía se ha relajado y mira para otro lado. Cuando existe algún problema, uno deja caer un billete por debajo de la mesa y las cosas siguen su curso. También es fundamental contratar varios 'listeros', una persona que sea un mago con los números”, apunta Norberto mientras bebe un vaso de jugo de piña.
Es usual que un banco de calibre tenga entre 4 y 10 listeros. Cada uno, como promedio, recoge apuestas que van desde los 400 a los1,000 pesos (18 o 40 dólares).
El 'listero' o colector es el tipo que revisa las listas y observa si hay demasiado dinero apostado en determinado número. En esos casos, suele hacer lo que en el argot de la lotería local se conoce como ‘botar números’. Es decir, traspasarlo a otro 'banco'. Una manera de prevenir fuertes pérdidas de dinero.
Un 'banco' suele pagar entre 80 y 90 pesos si aciertas un número fijo; 25 o 30 por los corridos, y entre 800 y 1,000 pesos por los ‘parlés’, o sea, por acertar dos números.
Se juega del uno al cien. Y se premian los tres primeros números. Uno fijo y dos corridos. Aunque también la gente suele apostar fuertes sumas de dinero a los terminales. Los resultados se siguen por la lotería de Miami, que se sigue por la antena por cable (ilegal). Los banqueros suelen tener una, para observar en vivo cuando cantan los números.
“Hay bancos de lotería, como el mío, que están haciendo dos tiros diarios. Uno por la tarde y otro en la noche. Esto redunda en más dinero”, acota Norberto con una media sonrisa.
Pero si de juego se trata no solo la lotería deja buenos beneficios. Claro, que un 'banco de bolita' próspero, como el de Norberto, deja tan buenas ganancias que permite tener dos casas amuebladas a todo trapo y todos sus hijos tienen viejos coches norteamericanos de los años 50 que parecen recién salidos de los talleres de Detroit.
También los pequeños casinos ilegales que brotan como flores por toda la ciudad dejan gran cantidad de plata a sus dueños. Al sur de La Habana, en un barrio pobre y de calles a medio asfaltar, radica el mejor casino de la capital.
Son conocidos como ‘burles’. Se habilitan en casas particulares. Suelen tener entre dos y cuatro mesas donde se juega longana, una variante del dominó, naipes y silot, un juego de dados de fuertes apuestas y que pusieron de moda los miles de orientales que a menudo recalan en La Habana.
Ahora mismo, en el casino clandestino de Rolando se juega trío, una variante del póquer estadounidense que se practica con 36 barajas. Tres cartas bocarriba, dos en la manos y tres posibilidades de tomar cartas.
Hay seis jugadores y para sentarse en la mesa se necesita cinco mil pesos (220 dólares). Un dealer muy serio reparte las cartas para evitar trampas.
“Llevo casi un año a 'tanque' (local) lleno. Un día malo gano no menos de 8 mil pesos (350 dólares). Además vendo comida y merienda”, cuenta Rolando.
Conozca el perfil de un ‘burliche’ (jugador). Por lo general son personas que viven de negocios en el mercado negro, marginales de arrabal, funcionarios y gerentes corruptos.
Suelen estar hasta más de doce horas sentado jugando trío o tirando dados. A ratos toda una noche. Al día siguiente de nuevo a la rutina. Es su estilo de vida.
No muy lejos de la casa de Rolando hay una valla de gallos. Los fines de semanas se pone caliente. Llega gente de barrios lejanos. E incluso de otras provincias. Los rumores en Cuba tienen piernas agiles. Y cuando un fanático a las peleas de gallos se entera que hay una valla donde corre el dinero, sin pensarlo dos veces la visita.
El negocio de los gallos es casi una industria. Funciona a todo vapor y con eficiencia. Desde personas que se dedican a vender gallos de lidia y preparadores hasta los dueños de las ilegales vallas.
Les presento a Oscar, un gordo que viste de forma estrafalaria y lleva en el cuello un ramillete de cadenas de oro de 18 quilates. En este domingo de cielo encapotado, Oscar da instrucciones a dos personas que en las afueras de su valla cobran la entrada de jugadores y curiosos. Por 30 pesos (poco más de un dólar) y si no tiene pinta de policía encubierto, usted puede sentarse en una grada rudimentaria a mirar el cartel.
Cuando arrancan las peleas sube la adrenalina de los jugadores. Y las apuestas crecen como la espuma. A la derecha, un tipo con aspecto lombrosiano, a toda voz lanza una oferta: “Mil 'monedas' al gallo negro”. Y enseguida recibe contestación de un mulato musculoso.
Cada 'moneda' equivale a cinco pesos. Tranquilamente, en unas horas, estos jugadores se apuestan el salario de cinco años de un medico. Cuando llega la pelea de lujo, entre dos gallos invictos, la gente pierde el control y se arremolina junto a la valla.
Ya para entonces las apuestas andan por los 30 mil pesos. Los gallos sostienen un enconado duelo. Sale victorioso un gallo de color marrón. Los ganadores están que se salen. Los derrotados, cabizbajos y resabiosos todavía comentan la pelea.
Pero Oscar, el dueño de la valla, todavía no cierra el negocio. Durante unas cuatro horas, la gente continúa jugando silot en un tablero largo de madera y tomando cerveza clara y ron añejo. El tipo es un lince para hacer dinero.
Las peleas de perros y de carreras de autos son otras de las opciones para quienes gustan de jugar y apostar plata. Quizás con menos seguidores, pero corre dinero. Y mucho.
En autopistas y vías en las afueras de La Habana, algunas noches se organizan carreras ilegales de autos y motos. También exhibiciones de habilidades. En un santiamén llega el promotor de la carrera, que con antelación citó a los competidores y apostadores para el lugar, y coloca vigías para que den la voz de alarma en caso de que aparezca la policía.
A veces los vigías son los propios policías. “Esta vez le pagué 20 pesos convertibles (22 dólares) a cada uno de las cuatro patrullas que gestioné para que me cuiden el evento. Porque a veces hay que cerrar tramos de la vía, para evitar accidentes”, señala Hilario, al frente de la carrera.
Como en la película Rápido y Furioso, los arrebatados por los deportes de velocidad aparecen por arte de magia con una decena de vehículos adaptados para correr.
Antes de las carreras comienzan las exhibiciones. En ellas, los conductores ponen a prueba su talento, ya sea parando de costado y en marcha el coche en dos ruedas o haciendo giros de 360 grados a gra velocidad.
Cuando arrancan las carreras, programadas a mil metros, los apostadores, curiosos y jineteras que suelen asistir a estas competencias en busca de clientes, se apiñan junto a los coches.
El ganador de cada carrera se embolsilla entre 200 y 500 dólares. Y si quiere juerga, al final de la competencia, se cuelga del brazo dos puticas risueñas para que hagan un cuadro lésbico por 50 dólares.
La policía se marcha complacida luego que Hilario les paga. Solo las marcas de neumáticos en el asfalto delatan que horas antes los motores rugieron.
Lo más brutal de todos estos juegos prohibidos que se practican en Cuba, son las peleas de perros. Pero como dan dinero, la gente involucrada deja un lado los escrúpulos. En el sótano de una casona al oeste de La Habana, los fines de mes dueños de perros inmensos que meten miedo, se ponen de acuerdo para hacer sus apuestas.
Donato, un señor canoso con facha de tipo importante es preparador de perros para peleas. “Lo mismo entreno un doberman, un rotweiler que un pastor alemán. Es un trabajo arduo y costoso. Se necesita una buena suma para darles comida de calidad y comprar medicamentos. Un perro bien preparado para combatir es una máquina mortífera”, dice Donato minutos antes de una pelea.
Y no exagera. Las peleas de canes asustan. Las dentelladas de un perro se llevan de cuajo la mitad del rostro de su adversario. Y la gente que apuesta se apasiona con la matanza. Ya en ese momento las apuestan superan los 800 dólares. Y prometen subir en la pelea final, que según Reinaldo, dueño de la casa, anuncia que son dos animales que no han sido derrotados en 14 combates.
Ya sean peleas de perros, gallos, carreras de autos, burles o lotería clandestina, la pasión por el juego crece en la isla. Unos prefieren apostar un puñado de dinero en el banco de Norberto y rezan, para intentar ganar unos cuantos miles de pesos que le ayuden a reparar sus desvencijadas casas o celebrar los quince años de su hija.
Otros prefieren peleas de perros y gallos. Los combates violentos y la sangre los pone en su salsa y con la adrenalina por las nubes. Cuba, da para todo.
Iván García
Foto: Stuart Kane, Picasa. Una de las tantas peleas de gallos celebradas en los campos y ciudades de Cuba.
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