Hay fechas que marcan para siempre. El ataque a las Torres Gemelas de Nueva York es una de ellas. Probablemente todos recordemos que estábamos haciendo a esa hora. ¿Cómo nos enteramos? ¿Cuáles fueron nuestras vivencias?
El 11 de septiembre de 2001 vislumbraba ser un martes como otro cualquiera en La Habana. Había amanecido sin nubes y con un sol pletórico. A las 8:45, hora que se estrelló la primera aeronave sobre el Word Trade Center, aún estaba durmiendo.
Sobre las 9:20 comenzó mi rutina. Revisar unas notas para enviar a Encuentro en la Red. Rastrear informaciones en la radio cubana. Pasado el mediodía, escuchar el noticiario de la BBC, Radio Exterior de España, Radio Francia Internacional o la VOA. Luego, salir a conversar con gente en la calle.
Recuerdo que Radio Reloj daba una longaniza de noticias insulsas sobre el estado de la economía. Alrededor de las diez recibí la prensa, Granma y Juventud Rebelde. Con más de lo mismo. Someramente se recordaba que ese 11 de septiembre se cumplían 28 años del golpe de estado pinochetista en Chile.
Estaba solo en la casa. Mi hermana Tamila se encontraba trabajando. Mi sobrina Yania en la escuela. Mi madre Tania Quintero, periodista independiente, desde temprano había salido a 'forrajear' comida, por varios agromercados.
Sobre las once, una vecina en el pasillo lateral de mi edificio en voz alta comenta: “Parece que en Estados Unidos ha habido un accidente tremendo, lo están pasando por el Canal 6”. Conecté la tele. La televisión nacional, algo inédito, se había encadenado con la CNN y, de fondo, dos locutores comentaban la noticia.
Las imágenes eran de espanto. Una y otra vez repetían la aeronave impactando sobre la mole de hormigón, acero y cristal, cual cuchillo se introduce en una barra de mantequilla.
El teléfono empezó a sonar con insistencia. Eran amigos y parientes atónitos. No dábamos crédito a lo que estábamos viendo. Quienes tenían familiares en Miami, desesperadamente intentaban llamar en busca de más informaciones. Las líneas telefónicas con la Florida estaban saturadas.
Todavía tengo en mi retina las impactantes imágenes de personas desesperadas que se tiraban a morir desde lo alto de las Torres. Cuando los edificios se desplomaron, dejando una nube gigantesca de polvo y hollín y un estruendo escalofriante que nunca olvidarán los habitantes de Nueva York, los que seguíamos la noticia sabíamos que el mundo había cambiado.
En el transcurso de la tarde se supo que un avión había impactado sobre el Pentágono. Un cuarto avión colisionó en un bosque de Pensilvania, gracias al coraje de sus pasajeros, que por una llamada conocieron los sucesos en la Gran Manzana.
Esa noche, Fidel Castro habló en el coliseo de la Ciudad Deportiva ante numerosos estudiantes de medicina. El gobierno cubano autorizó a naves estadounidense a sobrevolar y utilizar los aeropuertos y pasillos aéreos de la isla.También el comandante único ofreció ayuda médica.
Estados Unidos estaba bajo un ataque terrorista. Todos intuimos lo que vendría después. La guerra. En aquellos días, una gran parte del mundo se solidarizó con la nación norteña. No se supo capitalizar ese respaldo.
Quizás la mejor opción no era que aviones y misiles inteligentes sepultaran en escombros, cuevas y escondrijos de los talibanes en Afganistán. Soy de los que piensa que un operativo de los servicios especiales, en estrecha colaboración internacional, hubiese dado mejores resultados.
Pero Estados Unidos quería venganza. Unas 6 mil personas resultaron heridas y cerca de 3 mil personas perdieron la vida. Muchos familiares no pudieron recuperar sus restos.
La guerra nunca será una buena opción. A diez años del ataque terrorista contra las Torres Gemelas, las víctimas suman más de un millón, entre muertos y heridos. El mundo no ha sido un sitio más seguro. Hay menos dictadores y gobernantes gamberros, pero la democracia a punta de bayoneta no ha traído orden en Afganistán ni en Irak. Todo lo contrario.
Miles de soldados estadounidenses están empantanados en esas naciones. Casi una década después del ataque a Nueva York, fue que un operativo de tropas especiales pudo cazar y matar a Osama Bin Laden.
Al Qaeda sigue viva. Los autócratas y tiranos continúan pisoteando las libertades esenciales de sus pueblos. Es bueno que Estados Unidos y otras naciones exijan democracia y respeto a los derechos humanos en los países donde se violan.
Pero no desde la carlinga de un F-16. Sin dudas, con sangre, desolación y fuego es una manera un tanto rara de aprender lecciones sobre democracia.
Iván García
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