El presidente Raúl Castro se lo piensa a la hora de poner en práctica sus reformas económicas. Demasiado quizás. Desde que su hermano Fidel le entregó el batón el 31 de julio del 2006, cuando un cáncer intestinal lo apartó del poder, Castro II ha implementado a cuenta gotas las necesarias transformaciones que a gritos pide la sociedad cubana.
Raúl oficializó su mandato el 24 de febrero de 2008, y desde esa fecha, autorizó a los cubanos de la isla a tener telefonía móvil, alojarse en hoteles destinados a turistas extranjeros, arrendar tierras cultivables y, a partir del 1 de octubre, se podrán vender y comprar coches fabricados después de 1959, sin el permiso o control de Papá Estado.
Quizás a fines de año se libere la compra-venta de viviendas. Poca cosa en 5 años. La gente de la Cuba profunda espera más. El país requiere cambios drásticos que echen abajo la colosal burocracia, un verdadero lastre que traba el buen funcionamiento de la nación.
Los más radicales piden demoler el edificio. Hasta los cimientos. Para una mayoría, es palpable que la economía cubana anda a la deriva hace 22 años. Vive una crisis estacionaria.
El sistema socialista isleño, con una pizca de marxismo y mucho de autoritarismo personal, no ha funcionado. Los números en rojo de las finanzas, sus fábricas derruidas que trabajan a media máquina y la estanterías huérfanas de mercaderías en pesos, son una señal clara que el gobierno de Fidel Castro ha resultado un desastre en materia económica.
El eterno guerrillero que siempre ha sido el barbudo, ahora muy ocupado haciendo investigaciones en el sector alimenticio, según cuenta, administró el país como si fuese un tabernero pasado de tragos.
De campaña en campaña. De planes absurdos en planes absurdos. Saltándose los presupuestos del Estado. Y tirando los recursos por la ventana en proyectos como la Central Electronuclear de Juraguá, en Cienfuegos, o en guerras civiles por el continente africano.
Así y todo, sus furibundos admiradores hacen lobby para que le concedan el Premio Nobel de la Paz. Aquéllos que ponen los ojos en blanco y tiemblan de emoción cuando escuchan el nombre de Fidel, a quien consideran el mejor 'estadista del siglo XX', no calcularon que su hermano menor es el que ha ido volcando camiones de tierra sobre el patatal dejado por el líder histórico de la revolución.
Raúl tiene puntos a favor que la población de la isla agradece, ya cansada de los extensos discursos, pachangas antimperialistas y marchas cíclicas frente a la embajada yanqui en La Habana.
Las escasas convocatorias para gritar ¡Viva Fidel! ¡Abajo Obama! y los discursos breves, han sido bien recibidos. Tampoco el General es dado a irrumpir en los estudios de televisión y dar largas peroratas, impidiendo a los fanáticos ver un partido de béisbol y a las mujeres el culebrón de turno.
Pero la poca presencia de Castro II en la vida diaria no quita que mucha gente de a pie continúe sin colmar sus expectativas. Luego que el General cambiara los muebles y mandara a casa a los hombres de confianza de su hermano, a ritmo de danzón empezó a desmontar varios de los supuestos logros del comandante único.
Cerró las becas en el campo, albergues de promiscuidad y embarazos indeseados. Clausuró dos ministerios. El extravagante y pomposo ministerio Batallas de Ideas, concebido por Fidel, y que se había convertido en un nido de trapicheros y corruptos. Y el pasado 24 de septiembre desmanteló el Ministerio del Azúcar, ineficaz e hinchado de burócratas hasta el cogote.
En un intento por salvar la obra de su hermano, Raúl Castro ha tenido que hacer de bombero. Está enfrascado en un combate de vida o muerte contra la letal burocracia y los poderosos clanes corruptos, casi mafiosos, que como el marabú habitan en todos los estamentos de la vida nacional.
Pero sus reformas económicas se me antojan parsimoniosas. Demasiado. Quizás esté ganando tiempo. Busca oxígeno político. Me pregunto si tiene sentido. El tiempo es algo que no le sobra al General.
Con 80 años recién cumplidos, sus calculados pasos para reformar Cuba pudieran ser un arma de doble filo. La isla necesita una cura de caballo. No parches de mercurocromo.
Un lustro ha sido tiempo suficiente para descabezar de un golpe a la poderosa burocracia, los enemigos más serios, y que cohabitan en su propio patio. También ha demorado en la derogación de los absurdos trámites migratorios como el permiso de entrada y salida de los cubanos a su patria.
En lo político ni hablar. Castro II se conformó con liberar a casi todos los presos políticos. A su vez, ante los brotes de indignación y protestas callejeras de la disidencia, los sofoca con detenciones preventivas, patadas de karate y golpes de bastones policiales.
Cuando pasen diez años habrá dos formas de describir a Raúl Castro: el hombre que sacó a flote la revolución de su hermano Fidel. O el tipo cauto y timorato que quiso, pero no pudo salvarla. No creo que el General tenga muchas opciones. Quedan pocas cartas en juego. Y tiempo.
Iván García
Foto: AP. Raúl Castro entre dos 'baianas', durante su visita al Pelourinho, en Salvador de Bahía, Brasil, en julio de 2009. A la derecha, Jaques Wagner, gobernador de ese estado brasileño.
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