La revolución de Fidel Castro es una laguna de contradicciones. Pretendió ser un paraíso para obreros y gente humilde. 52 años después, precisamente son los dos sectores que peor viven.
Castro intentó diversificar la industria, multiplicar la agricultura y ser una potencia ganadera. Ni lo uno ni lo otro. Los gobernantes diseñaron un sistema donde la propiedad estuviera en manos del pueblo trabajador. Y es ese pueblo trabajador el que hoy roba a manos a llenas en sus puestos laborales, para compensar sus bajos ingresos y tratar de vivir mejor.
La revolución cubana ha terminado enclaustrada en un laberinto. Incluso sus logros sociales en salud, educación y deportes están en horas bajas.
Buscando oxígeno, pero sobre todo para no perder la silla presidencial, los hermanos Castro se han travestido. El discurso luminoso del marxismo y esa ficción filosófica que resulta el comunismo científico está en bancarrota.
Lo que queda de la Cuba socialista es una parodia. Al toque de corneta, se va reconvirtiendo en un capitalismo de Estado. Las corporaciones militares han copado las principales ramas económicas. Sobre todo las que dan dinero.
Los ‘sacrificados líderes’ duermen en colchones dúplex. Viven en residencias climatizadas, con internet, antenas satelitales y autos a los que nunca les falta combustible. Y cuando llega el verano se van con sus familias a Varadero, sin gastar un duro.
Los casi 2 mil millones de dólares enviados en 2010 por cubanos en la diáspora han servido para pagar sus lujos y clínicas privadas.
En Cuba hay cuatro industrias que dan plata: aeronáutica, turismo, telecomunicaciones y remesas familiares. Esta última es la número uno. No hay que invertir un centavo. Todo es ganancia.
Otra de las incongruencias en la isla de los Castro. A quien trabaja, se le paga con una moneda inservible. Y tienen que comprar aceite, artículos de aseo, ropa, calzado y electrodomésticos en divisas.
A pesar de esas arbitrariedades, los cubanos no se tiran a la calle. El descontento en Cuba se manifiesta de otra forma. Inercia, dejadez, chapucería, robar en el trabajo o emigrar.
El ciudadano común resuelve las carencias llamando por teléfono a sus parientes al otro lado del charco. “Mándame dinero que la cosa está mala”. Y el pariente va a una agencia de la Florida y le gira un billete de cien dólares.
En 24 horas lo reciben en casa. Pueden comprar comida y leche en polvo al hjo de 7 años, que el gobierno decidió que a partir de esa edad un niño ya no necesita tomar leche.
Resolvió, en parte, un gran problema. Hasta el próximo mes. Y los mandarines, sonrientes, miran los dígitos de las cajas registradores. Las remesas son un salvavidas para unos y otros. El gobierno ordeña a los exiliados como si fuesen una vaca. Y para amasar más dólares, elevan los gravámenes a los productos vendidos por divisas.
A ese billete de cien que recibe una empobrecida familia insular le colocan un impuesto del 13%. Además de tener que pagar con un tributo del 240% los artículos adquiridos en las 'shoppings' o tiendas recaudadoras de divisas.
Cien dólares a día de hoy eran 65 hace diez años. Todos los artículos de primera necesidad cuestan un 15 o 20 % más que en 2001. Los gobernantes se justifican con la teoría de Robín Hood. Según ellos, gracias a esos impuestos, el Estado puede subsidiar al resto de la población, un 35%, que no recibe dólares. Pero en la práctica no resulta así.
Los ancianos, que dieron lo mejor de sí aplaudiendo al tramposo barbudo, e incluso arriesgaron sus vidas en las guerras africanas, en 2011 viven peor que nunca.
Escuelas y hospitales se encuentran deteriorados. Los terrenos deportivos por el estilo. Grandes extensiones de tierras fértiles están repletas de marabú. El 63% de las casas están en mal estado constructivo, muchas a punto de desplomarse.
Saquemos la calculadora. Desde julio de 1993, cuando se despenalizó el dólar, a mil millones por año en concepto de remesas, el gobierno ingresó 18 mil millones de dólares. Súmele otros miles de millones provenientes de las empresas mixtas, turismo, aeronáutica y telecomunicaciones.
¿Qué han hecho los hermanos Castro con toda esa plata? ¿En qué la han gastado? Silencio oficial.
Gran parte de esas remesas le sirve a ciertas corporaciones de verde olivo para crear sociedades anónimas e invertir en proyectos que no benefician a una mayoría.
Pero si los parientes no giraran dinero, entonces ese 65% de los que reciben dólares habría tenido dos caminos: tirarse al mar en cualquier cosa que flote o gritar libertad en una plaza pública y recibir andanadas de palos por las turbas paramilitares.
No se le puede pedir a la gente posturas heroicas. Nunca hemos tenido vocación de mártires. En un sondeo a 30 familias que reciben dólares, 28 están hastiados de Fidel y Raúl Castro y de toda su parentela.
Las remesas familiares han significado una vida mejor para infinidad de cubanos en toda la isla. Comen y visten mejor y han podido reparar sus casas. Y aunque algunos siguen viviendo con una máscara, participan en las bachatas revolucionarias y van a votar en las elecciones, también están a favor de cambios políticos y económicos.
Que no se manifiesten es fácil de entender. En sociedades cerradas, con un control absoluto por parte de los servicios secretos, el temor suele vencer los deseos de libertad.
Pero los dólares que envían nuestros parientes refuerzan el poder de los Castro. Es una verdad como un templo.
Iván García
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