jueves, 7 de julio de 2011

Del bajo mundo en los barrios pobres de La Habana


La venganza es un plato que se sirve frío. A veces. Yunieski, 21 años, uno de los tantos marginales de arrabal que pululan por La Habana, demoró tres años para tomar desquite y zanjar con sangre un altercado entre rufianes.

Una noche fresca de 2008, tomaba cerveza en un bar de la Calzada 10 de Octubre cuando fue agredido sorpresivamente. Recibió numerosos cortes de arma blanca en su cuerpo. Yunieski tiene a la prisión como segunda casa y se ha granjeado enemigos por sus aptitudes de líder entre delincuentes juveniles en el bajo mundo capitalino.

Todo fue por un asunto de faldas. Yunieski se acostaba con la ‘jevita’ (novia) de un duro del barrio y la respuesta llegó a punta de navaja. Tres años más tarde preparó su venganza. Quizás, de no haber ido a la cárcel acusado de robo, el desquite hubiese ocurrido en un plazo menor. Pero Yunieski tenía deudas pendientes con la justicia.

Al día siguiente de salir de prisión mediante libertad condicional, luego de festejar con sus socios en una discoteca, beber cerveza, halar 'melca' (cocaína) y culminar la noche en una juerga con putas, Yunieski gestionó una pistola rusa Makarov y fue por el desquite. Se lió a tiros con su adversario. Pero al encasquillarse la pistola, optó por su inseparable navaja de barbero. Resumen de la ‘batalla’: le cortó la cara y el culo a su rival, tajazos de moda en La Habana.

Y se vengó. Después de tres años de chanchullos entre los delincuentes del barrio, quienes a su espalda le reprochaban su cobardía por no haber respondido merecidamente a la agresión sufrida.

Así es el bajo mundo habanero. Entre adolescentes y jóvenes los problemas se resuelven con sangre y violencia. También entre adultos marginales. Como si se tratase de una competencia: demostrar quién lleva bien puestos los pantalones. Y el que tiene más cojones.

Los acomodados debido a negocios ilegales -dueños de ‘burles’ (casino de juego), vender drogas o controlar una red de prostitutas- cuando se sienten agredidos o amenazados, pagan suculentas cifras a sicarios, para que 'a lo cubano' propinen una brutal paliza y tajos de arma blanca en el rostro o el culo.

Desde una esquina, o dentro de un auto, el que paga mira la orgía de sangre. También ante un peligro inminente, a veces soplan a la policía para quitarse de encima a su enemigo.

En el argot del bajo mundo, a los nuevos modus operandi le llaman ‘tecnología moderna’. Triunfa y manda el que más sabe, no siempre el más fuerte y agresivo. Otra costumbre entre los truhanes habaneros es hacer voto en un plante abakuá.

Esto disgusta a los viejos ñáñigos. Que miran como la secta secreta abakuá, una religión traída a la isla en el siglo 19 por esclavos africanos desde Calabar, Nigeria, ha sido mancillada por una ola de jóvenes impetuosos y mal educados, que sienten que ser ñáñigo les da un aval extra de hombría.

En el submundo de alcantarilla, donde se habla una jerga sólo comprendida por los marginales y los galones se ganan de acuerdo a la cantidad de bofetones propinados y hechos sangrientos cometidos, los más peligrosos son los muchachos deseosos de ganarse una reputación.

En los barrios pobres de la ciudad usted los verá. Puro alarde tropical. Con jeans mostrando los calzoncillos, zapatillas deportivas, cinturones de hebillas enormes y extravagantes cortes de pelo. La policía y la cárcel les tienen sin cuidado.

Iván García

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