Es el último escalón. El peor pagado. Talía, 19 años, ‘mata jugada’ (se prostituye) en las calles oscuras de la Calzada de Bejucal, Arroyo Naranjo, el municipio más pobre y con mayor cantidad de hombres tras las rejas en La Habana.
Por 100 pesos (5 dólares) puedes hacer sexo en las márgenes de un riachuelo pestilente o en el piso de un antiguo frontón de pelota vasca, en el interior de un derruido complejo deportivo.
Si la anoche avanza y Talía, desesperada por no haber pescado ningún cliente, entonces por 50 pesos (dos dólares) vende su sexo. La joven prostituta tiene buena pinta. Abandonó la escuela en 7mo grado y tres años después salió embarazada. Desconoce quién es el padre de la criatura. Su madre no quiso saber de ella y la echó de casa.
Desde entonces ha convivido con diferentes hombres, algunos podrían ser sus abuelos. Entre golpizas, borracheras y pésima alimentación, termina por huir. Y por las noches ‘lucha’ por cualquier avenida o sitio concurrido del municipio donde reside.
Talía no se anda por las ramas. Está obligada a reunir un mínimo de 1,200 pesos (50 dólares) mensuales, para poder pagar el alquiler de la habitación mínima, pero cómoda, donde vive junto a su hijo de 4 años.
Cuando sale a ‘matar jugada’ debe pagar 4 dólares a la señora que le cuida al niño. “El dinero del primer cliente es para pagarle a la señora. Lo ideal es 'pasarle la cuenta' a cinco o seis tipos y hacer entre 25 y 30 pesos convertibles (30 o 35 dólares) y poder comprar comida. Además, debo ir ahorrando para pagar a fin de mes el alquiler. Siempre estoy estresada por la falta dinero. Y de pensar que si no puedo mantenerme, tendría que irme a vivir en la calle o con un hombre que me maltrate o sodomice”, cuenta Talía en una noche lluviosa que aleja a los acechadores de putas en la zona.
Por regla general, Talía arriba a casa con 30 dólares o más. Si tiene suerte, con dos piezas de pollo frito y unas pizzas para el almuerzo. Suele llegar a su cuarto dando tumbos, tras beberse media docena de cervezas baratas y tragos amplios de ron, pagados por clientes que se empina de un golpe.
Las ‘matadoras de jugadas’ han ido creciendo en los barrios marginales y pobres de La Habana. Y no les faltan clientes. Aquí los que pagan sus servicios no son refocilados extranjeros de paso por la ciudad que se mueven en coches rentados. No. Los ‘puntos’ (clientes) suelen ser jugadores de ‘burles’ (casinos ilegales) ex presidarios, maridos insatisfechos, jóvenes de juerga o desequilibrados mentales.
Estela, 21 años, una mulata regordeta y pechugona, sabe que su suerte podría ser otra si jineteara con clientes acaudalados o en sitios donde concurren turistas. Pero ya estuvo presa por prostitución y quiere pasar inadvertida. “Ahora la competencia es muy amplia. Hay demasiadas chicas que son autenticas 'bombas', lindas y de cuerpos espectaculares con las cuales no puedo competir. Tengo espejo. Sé que en estos barrios pobres está mi lugar. Siempre será mejor que trabajar 8 horas por un salario ridículo”, dice Estela sin complejos.
Ya algunos gallos cantan y los trabajadores comienzan a llenar las paradas de ómnibus, rumbo a sus centros laborales. Pero aún Talía no ha completado el dinero suficiente. Y aunque el sol asoma, sigue de faena. Calle arriba, calle abajo, a la caza de clientes. Para ‘matar la jugada’.
Iván García
Foto: Jinetera cubana, de Francisco Matas Rosa, fotógrafo mexicano.
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