Vivir en Cuba es extremadamente complejo. Para todo -y por todo- hay que correr riesgos. Incluso para sobrevivir. No hablo de pérdidas o ganancias en el desarrollo de una empresa. Me refiero a que en casi todos los contextos cotidianos hay que recurrir a la ilegalidad.
Si compras algo que tenga procedencia dudosa, se comete el delito de receptación. Si vendes, el de especulación. Si compras para revender, acaparamiento. Cada figura delictiva del Código Penal está diseñada de tal manara, que abarca disímiles situaciones de la vida diaria.
Conductas que en nada representan un peligro para la sociedad, y en la legislación están previstas como acciones antijurídicas. Para el gobierno, lo único legal es trabajar en un centro estatal, estudiar y comprar los mandados de la bodega. Hacer otras cosas es caminar por el filo de la navaja de la ilegalidad.
De esa situación están conscientes las autoridades. Los agentes de la policía paran diariamente en la calle a cientos de individuos bajo la sospecha de que están cometiendo un delito. No sé si existan estadísticas, pero calculo que cada cinco minutos, el 20 por ciento de la ciudadanía realiza una acción delictiva.
Tal vez todos tengamos cara de delincuentes.
Lo cierto es que los registros en la vía pública van en contra de la dignidad del ciudadano, pero no importa: hay que revisar todos los bolsos, mochilas, paquetes, jabas: así, dicen, se cumpla la ley. “Institucionalidad, orden y disciplina” es la última consigna.
En las casas sucede lo mismo. En cada cuadra, un comité “vigila” que no se cometan ilegalidades. Pero todos sabemos que es raro el vecino que no tenga algún negocio. Porque nadie puede vivir con el salario mensual. A no ser que recibas remesas del exterior o le robes al Estado.
El primero que 'echa pa'lante' a cualquiera es el presidente del Comité de Defensa de la Revolución, aunque en su domicilio tiene un banco ilegal de películas pirateadas. Todas las tardes camina por el barrio alquilando novelas, series y programas trasmitidos por la televisión de Miami.
No por curiosidad, si no por necesidad uno se entera a qué se dedica tu vecino. Llegas del trabajo y te encuentras que se te acabó el aceite para cocinar, agarras una botella y preguntas en el vecindario . Enseguida alguien te dice quién vende aceite y quien hasta ayer por la tarde tenía, pero ya se le acabó. Es el día a día de quienes no tienen pesos convertibles y necesitan conseguir detergente para lavar, jabón para bañarse o carne de res, porque alguien en la familia tiene la hemoglobina baja.
A pesar de vivir prácticamente en la ilegalidad, los cubanos deben denunciar los hechos que transgredan la ley. El incumplimiento de dicha obligación está previsto en el Código Penal como un delito. Hacerse de la vista gorda ante estas conductas también es una infracción. Y puedes ser multado. O ir a la cárcel.
Laritza Diversent
Foto: Karl Langley, Flickr
Nota.- Este trabajo fue publicado en el blog Desde La Habana en septiembre de 2009, pero el Archivo con todos los posts publicados ese año 'misteriosamente' desapareció (TQ).
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