Me parece muy loable organizar; si así se le puede llamar, a tomar ciertas medidas para enmendar la hecatombe de la que hemos sido culpables, cómplices y/o testigos; pero esto no quiere decir que el intento sea favorable.
El general Raúl Castro es ese tipo de persona que juzga sin mirarse a sí mismo, no es mucho más que un brillante delincuente travestido en dictador. De ojos achinados, mejillas caídas y cuello estrujado, es un alcohólico incestuoso, narcisista, depresivo, hipocondríaco, ambivalente sexual y agresivo que, con tal de dominar, castiga con la ley del hielo y/o aplica la fuerza excesiva. De todo esto, y más, escribo en mi próximo libro.
Pero está claro que como orinar en la calle es delito y escupir en público no, con dulzura y brutalidad el ex ministro de las FAR pretende construirse una nueva reputación mostrándose como un reformista adornado por su tierna guayabera blanca y llevando sobre el pecho la estrella que dignifica ese hedónico heroísmo que roza con el altruismo.
Así se lo ha impuesto también a los más selectos miembros del estado de las patadas y el gobierno de los puñetazos. Prójimos que desde ese paraíso, semillero de ladrones y borrachos, muestran su nuevo disfraz como ejemplo de lealtad.
Vayamos al grano, sin andar con rodeos. Resulta curioso observar que la moda es castigar la corrupción como fenómeno incipiente, ajeno, o desconocido. El espectáculo más reciente abrió sus puertas para sancionar a un grupo de funcionarios de la empresa aeronáutica Cubana de Aviación, y su turoperador, la empresa mixta Sol y Son. Dejó mucho que desear la pobre actuación de un fiscal algo vulgar y chiflado que compareció sin toga en la sala del tribunal provincial de La Habana, y con gestos de quienes defienden la honestidad como un estilo de vida, después de una perorata acerca del origen del mundo, pidió condenas que fueron desde tres hasta diez años.
El toque más interesante de lo que ya no es singular, fue la sanción en ausencia a 15 años de prisión para el empresario chileno Marcel Marambio, hermano del también sancionado a distancia, empresario chileno, el generoso caballero Max Marambio.
Aún no calienta el colchón de su penal el señor Alejandro Roca, que pasó sentado en el trono del Ministerio de Alimentación por más de un tercio de sus casi 70 años, y mostrando un desaliño extravagante que provocaba más lástima que respeto. Roca es un hombre ingenioso, cortés, cordial, cleptómano y poco honrado, que si bien definió muy temprano todo aquello que quería, no aprendió ciertas lecciones y muy caro lo ha pagado.
Sin temor a equivocarme me arriesgaría a presagiar que lloverán nuevos arrestos, juicios y sancionados. Ninguno de los castigados cumplirá su imposición a menos que se rehúse a cumplir un nuevo código moral, porque el Presidente en jefe necesita, más que soldados, un ejército de agradecidos que como armas de su credo, el poder tras el poder, hagan todo lo visible, y se encarguen de lo invisible.
La bondad es convincente y, por supuesto, conveniente. Cuando miro hacia La Habana no deja de impresionarme. Perdón, quise decir de asustarme .
Juan Juan Almeida
Juan Juan Almeida
El Nuevo Herald, 17 de junio de 2011
Foto: Harold Escalona, EPA
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