lunes, 19 de septiembre de 2011

Armando tiró la toalla


Desde hace un mes yace 5 metros bajo tierra. Los trámites burocráticos para despacharlo a la necrópolis de Colón fueron casi sumarios. Un velorio sin flores y un entierro donde sólo estaban sus sepultureros.

El viejo Armando decidió morir colgándose de un travesaño de acero que partía en dos la mínima sala de su miserable choza de concreto. Pasó a engrosar los guarismos de suicidios en la isla.

En Cuba aumentan alarmantemente los suicidios. El Estado calla. Los números de los que se quitan la vida, atormentados y sin futuro, es uno de los secretos mejor guardados.

La tasa de suicidio cubana es de la más altas del mundo. Triste récord. El anciano Armando, en este verano de calor espeso, apostó por la muerte. En el barrio pasaba desapercibido. Era un espectro.

Huraño e introvertido. No se le conocían amigos, mujeres o hijos. Si no fuese porque todos los primeros días de cada mes, puntualmente a las 5 de la tarde, acudía a la bodega para comprar su magra cuota racionada de arroz, azúcar y 20 onzas de frijoles que el Estado otorga a todos los nacidos en Cuba, se podría asegurar que era un fantasma incorpóreo.

Nadie en el barrio conoce los motivos que lo llevaron a atar una soga y colgarse de ella una tarde de aguaceros intermitentes. Los vecinos especularon con su muerte.

Unos comentaron que se había ahorcado debido a una avanzada demencia senil. Otros por un cáncer arrollador. Todos coincidían que en Cuba es mala cosa ser un viejo solitario, pobre, enfermo y sin familia.

Sobra la desidia gubernamental. Demasiadas carencias. No alcanza la chequera. Escasea la comida. Y abundan los viejos tristes y olvidados que vagan por La Habana. Armando era de ellos. Y tiró la toalla.

Iván García
Foto: Michael Weinhardt. Dos ancianos habaneros.

1 comentario:

  1. Y Armando era un hombre mayor, en mi barrio Buenavista en la Habana, son muchos los que han muerto jóvenes, y muchos de ellos por suicidio, es realmente lamentable.

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