jueves, 22 de septiembre de 2011

Recordando los años duros


En los veintidós años de esa guerra sin tronar de cañones que ha sido el 'período especial', los habitantes de Cuba se las han arreglado para capear la miseria de la mejor manera posible.

Cuando en 1989, una maestra de 33 años llamada Juana, escuchó que tropas del ejército se preparaban para repartir por los barrios raciones de comida, pensó que era otro de los tantos rumores que corrían por las calles.

Aunque no se llegó al extremo de la 'opción cero', sólo Juana, su familia y Dios supieron del sufrimiento que pasaron para sobrevivir a las espantosas carencias de esos años. Por cierto, el Señor fue el primer sacrificado. Su familia, muy católica, atesoraba cuadros con imágenes religiosas y, entre otras reliquias, una Biblia de cuero firmada por el Papa Pío XII, que Juana vendió en 65 dólares. Con el dinero compró alimentos y artículos de aseo.

Juana dejó de ejercer como maestra y salió a prostituirse a lo largo del Malecón y la Quinta Avenida. Ahora vive en Miami y no puede olvidar esa etapa difícil que la llevó a tirarse al mar en una precaria balsa en agosto de 1994.

Tampoco olvida las humillaciones que sufrió el año que estuvo en la Base Naval de Guantánamo ni los litigios de los gobiernos de Cuba y Estados Unidos para decidir la suerte de 30 mil balseros que bajo el tórrido sol oriental vivían en tiendas de campaña. En su hogar climatizado de Miami y con un buen salario mensual, Juana siempre recordará los terribles años que vivió en la década de los 90. Pero ya no está en Cuba.

Tampoco se encuentra ya en la isla, la periodista independiente Tania Quintero, de 68 años. Ella trabajaba en la televisión nacional cuando por decreto oficial, en 1990, se estableció el “período especial en tiempos de paz”, pomposo nombre con el que la burocracia criolla denominó a las penurias de todo tipo que, cual ciclón tropical, comenzó a azotar el país. “Para más desgracia, mi hija salió embarazada y mi madre, entonces con 75 años, comenzó a deteriorarse aceleradamente”.

En 1993 tuvo que vender lo que tenía, entre otras cosas, una fabulosa colección de discos brasileños. “Puse un anuncio en Opina y los vendí por 39 dólares. Con el dinero compré comida y todavía me sobró para unos metros de tela antiséptica para hacer pañales”.

Quintero se inició en el periodismo independiente en septiembre de 1995 y seis meses después fue expulsada del ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión). Su vida mejoró un poco con los escasos e irregulares dólares que ganaba escribiendo. Durante ocho años, hasta su salida del país en noviembre de 2003, formó parte del batallón de fantasmas que el régimen había clasificado como “no personas” y que vivían -y todavía viven- a merced de los insultos, la ira y la represión del gobierno de Fidel y Raúl Castro.

Bajo dos fuegos vivió la otrora reportera de la revista Bohemia. Por un lado, el acoso y el hostigamiento y, por el otro, las reales carencias económicas. Con 100 dólares al mes entonces no se podía mantener a una familia de seis miembros. Pero ella intentó que los suyos sobrevivieran, aunque el dinero sólo alcanzaba para comer más o menos bien dos semanas. Ni estirándolo como un chicle cubría los gastos de todo un mes.

Con un billete de 100, enviado como regalo navideño por un amigo español, en diciembre de 1998 pudo comprar un minúsculo televisor japonés, en blanco y negro. “Costó 91 dólares y salió bastante bueno”. Con otro extra, en el 99, pudo adquirir un refrigerador de uso, de la marca soviética Minsk. “Pagué tres mil pesos (150 dólares) y dos veces tuve que cambiarle el motor. Fue una estafa”.

Finalmente se rompió y por 50 dólares un mecánico se lo compró, para desbaratarlo y coger las piezas. Como no hay mal que dure cien años... en mayo de 2001 otro amigo europeo, conocedor de sus penurias, le hizo llegar 500 dólares. Y al contado pudo comprar un refrigerador nuevo.

Los años duros de la interminable crisis económica cubana aún pueden verse en las paredes huérfanas de pintura del apartamento donde Tania Quintero vivió antes de marchar a Suiza como refugiada política.

Iván García
Foto: Mi cuarto. El ventilador es un regalo de una amiga brasileña en 1995. El televisor ruso, en blanco y negro, se lo ganó mi madre en 1977, como mérito laboral, pero lo tuvo que pagar de su bolsillo, a plazos. Hace tiempo no funciona, es donde pongo mis libros de cabecera.

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