La crisis lo tiene sin cuidado. Cubanos como Lázaro, de 52 años, no han conocido tiempos de vacas gordas. Nunca. Incluso, cuando los autócratas marxistas diseñaban el socialismo proletario y se frotaban las manos con la inminente llegada del comunismo, él ya era un olvidado.
Su clase es la de los perdedores. La que toca fondo. De la que no se habla. Cuando Fidel Castro experimentaba con el comunismo en el poblado pinareño de San Julián y, a cambio de participar en marchas o asistir puntualmente a los domingos rojos te premiaban con una nevera o un televisor Krim 218 en blanco y negro, Lázaro nunca fue de los agasajados.
Cuando creer en Dios era casi un delito, se hizo seguidor de la secta Testigos de Jehová. El régimen siempre los vio con ojerizas. Y los marcó como 'enemigos del pueblo'.
Eran personas que no saludaban la bandera. Sus hijos no eran pioneros. No aceptaban transfusiones de sangre. Y predicaban, puerta por puerta, la llegada del Armagedón.
Cuando en Cuba se comía carne de res cada dos semanas y por la cartilla de racionamiento vendían leche condensada, ya Lázaro era persona non grata.
La policía lo citaba con frecuencia. Y cuando le venía en gana, lo dejaba detenido 5 días, sin motivo alguno, en una atestada y sucia celda. Por su amor a Jehová fue un perseguido.
Vivía como un gitano. Nunca tuvo un televisor como premio a su conducta revolucionaria. Ni siquiera un reloj despertador. Mucho menos hizo méritos para alistarse en una microbrigada de la construcción y edificar su vivienda.
Residía y reside, en un barrio marginal de toda la vida. Se llama Palo Cagao. Está ubicado en el municipio Marianao. En una casucha de ladrillos construida en los años 20, dos habitaciones y una cocina a la que los vientos furiosos de un huracán le llevaron el techo.
Allí vive Lázaro con sus dos hijos adultos y su esposa. Todos son Testigos de Jehová. Ya no son perseguidos como en los primeros años de revolución verde olivo.
Pero siguen siendo unos apestados. Olvidados. Desafectos. Parias. Tipos peligrosos.
En su hogar, con sillas de mimbre y libros religiosos, falta la tele o un equipo de música estéreo. No tuvieron suficientes méritos en los años felices del castrismo. Y ellos no tienen dólares.
Sólo les queda su fe. Y su vocación de ir, casa por casa, predicando el fin del mundo. “Quienes crean en Jehová se salvarán”, afirma con convicción absoluta.
A cubanos como Lázaro la crisis económica lo tiene sin cuidado. Siempre ha sido un perdedor.
Iván García
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Foto: Pogolotti, como Palao Cagao, Pocito, Coco Solo y Los Quemados, siempre fueron asentamientos de familias humildes, en el municipio habanero de Marianao, casi todas de la raza negra. Después de 52 años de revolución, en muchos de estos barrios continúan viviendo en el atraso y la miseria.
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