martes, 27 de septiembre de 2011

Sexo, la válvula de escape


La economía se hunde y el futuro sigue siendo indescifrable. Pero el sexo se ha convertido en un pasatiempo nacional. Al igual que tirarse al mar en una balsa rumbo a la Florida. O beber ron de quinta categoría en la esquina del barrio.

A no dudarlo, el sexo ha sido la válvula de escape de toda una generación de cubanos que crecieron becados en escuelas en el campo, dándole la espalda a un puñado de valores y costumbres de la otrora sociedad cubana.

Si algo ha sido fácil en la revolución de Fidel Castro es hacer el amor. Y pegar tarros (ser infiel a tu pareja). Durante los primeros 30 años, la revolución demonizó a los curas y las tradiciones familiares fueron arrasadas como un tifón por el barbudo caribeño, obsesionado con diseñar en el trópico al hombre nuevo.

Era el plan de Castro y el Che Guevara. Crear un tipo casi de laboratorio que fuera puntual en su trabajo e hiciera horas extras sin pensar en un salario. El mayor orgullo, en cualquier caso, era un certificado de cartulina para colgar luego en la sala de la casa.

El sueño del argentino de Rosario y el comandante de Birán era que ese hombre dejara a un lado los placeres terrenales y se atiborrara de lecturas del realismo ruso, al estilo de los Hombres de Pánfilov, o portando un AK-47 en una selva del tercer mundo, matando a cuanto gringo se pusiera a tiro.

No pudo ser. El hombre nuevo quedó a medias. En este siglo 21, el cubano es un cleptómano redomado que se roba todo lo que se ponga al alcance de su vista. Un jabón del baño de un hotel. Una bombilla en un edificio público o dos potes de salsa de tomate de la pizzería donde trabaja.

También practica el sexo a las dos manos. Suele tener a su esposa en casa cuidando a los hijos. Y cuando junta algunos dólares se va en busca de putas con sus amiguetes. Aunque ya en La Habana las prostitutas, agobiadas por la crisis económica estacionaria que dura 21 años, incursionan con éxito en el mercado por pesos cubanos.

Para dejar atrás los problemas domésticos, los hombres alquilan películas porno y se pasan horas ‘echándole maíz’ (cortejando) a cuanta hembra de culo empinado haya en el barrio.

Entre los machos cubanos, tres son los temas de conversación casi obligados. Lo mala que está la situación. Hablar de pelota. Y de mujeres. Los tipos rectos y fieles en su matrimonio son vistos con sorna por sus amigos. Es considerado un perfecto imbécil. Un hombre que no disfruta las cosas buenas de la vida.

No hay estadísticas concretas de las infidelidades en las parejas cubanas. Pero un rápido censo a 27 varones nos muestra que 25 han pegado ‘cuernos’ al menos una vez durante su matrimonio o noviazgo.

Cáigase para atrás. Las féminas no se quedan a la zaga. Entre 18 mujeres, serias y respetables amas de casa, 15 alegaron haber mantenido relaciones sexuales a discreción con un mozo de limpieza de su centro laboral o con alguno de los tantos jóvenes musculosos que pululan en los barrios habaneros.

“No es que no me guste mi esposo, es una manera de relajar y probar algo diferente”, dice con desenfado Alicia, una señora madura que acaba de beberse seis latas de cerveza Bucanero.

Pegar tarros es una costumbre que va en ascenso. Se practica a todos los niveles de la sociedad cubana. Disidentes y dirigentes del partido comunista suelen tener queridas bien atendidas, en dependencia de su entrada de dinero.

Hay líderes opositores con cuatro mujeres y generales con queridas en cada provincia. Es de suponer que sus esposas también sean infieles. Es una moda contagiosa. A José Alberto, jubilado de 66 años, lo único que le gusta de las sociedades africanas o musulmanas es que los hombres pueden tener hasta una decena de hembras por cabeza.

Existen en La Habana matrimonios que ciertos fines de semana, se van de aventura sexual como un antídoto antistrés. Suelen participar en cuadros lésbicos junto a su mujer. O miran a gusto como otro hombre se la tiempla (folla).

Somos un país pobre, pero ciertas costumbres francesas vienen calando con fuerza entre jóvenes parejas, liberales y desprejuiciadas. La Habana está lejos de ser París en asunto de libertad sexual, pero va en camino.

Iván García

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