Ha sido un boomerang. Carlos y Ariel tienen 42 años. Crecieron con la idea de que Estados Unidos era el peor de los países. Los perros y los racistas blancos, vestidos con sus capuchas, estaban al acecho en cualquier esquina para acuchillar a un negro indefenso.
Las cárceles repletas de emigrantes latinos y minorías étnicas. El sueño americano era una estafa. Cualquier loco peligroso y desempleado empuñaba un AK-47 y liquidaba a media docena de personas en la parada de un bus.
Carlos y Ariel, como muchos cubanos nacidos con la revolución de Fidel Castro se hicieron adultos convencidos que el capitalismo tenía sus días contados. Castro, el gran estadista, lo repetía en sus apocalípticos discursos. El futuro pertenecía por entero al socialismo.
A la vuelta de los años sucedió lo contrario. El partido inmortal, el de los comunistas soviéticos, hizo agua. El Kremlin cambió de color. Y las sociedades totalitarias de Europa del Este dijeron adiós a una ideología estrambótica que no funcionaba.
Ya siendo unos hombres, con hijos y familias que atender, Carlos y Ariel, veían que la revolución erigida por Castro, era -y sigue siendo- una sociedad estresante.
Todas las mañanas, un problema nuevo. Desayuno, una tacita de café. La pasta dental, infame. El arroz tan sucio, que se necesita un par de horas para limpiarlo antes de ponerlo en la candela.
Las guaguas (ómnibus) pasan cuando les da la gana. Comer carne de res o camarones, una fantasía. Navegar por internet, ciencia ficción. Tener coche y antena satelital equivale a levantar sospechas en las autoridades policiales.
Cuba es la patria de Carlos y Ariel. No la niegan. Pero están hasta el tope. Se cansaron del discurso duro y la propaganda triunfalista de la opaca y dócil prensa nacional.
Por la televisión ven que crece la agricultura y la producción de carne de cerdo aumenta. Pero los precios siguen por las nubes. Y llevar cuatro platos a la mesa cada día es una labor digna de Superman.
A diferencia de muchos de sus coterráneos, Carlos y Ariel no creen que Estados Unidos es el paraíso. Pero si trabajas duro, no se vive mal y puedes girar dólares para los necesitados familiares que se dejan atrás.
Saben que en la Yuma (USA en el argot popular) fabrican buenos ordenadores y excelentes cuchillas de afeitar. Es una nación capaz de lo mejor y lo peor. La gente es libre de decir lo que le plazca y no hay cartilla de racionamiento. Y se puede vivir sin la fastidiosa carga política de los medios oficiales cubanos.
Cuarenta y dos años, los mismos que tienen, les ha costado a Carlos y Ariel decidirse a marcharse de su país. Ahora preparan una precaria balsa. Con ella esperan poder atravesar el Estrecho de la Florida. Saben los riesgos. Una de cada tres personas es merienda de tiburones.
Van a vivir una cultura diferente. El discurso de los hermanos Castro les parece un chiste de humor negro. Están hartos. Y se van al Norte. A probar fortuna.
Iván García
Fue muy interesante a leer ese porque quiero aprender mas sobre los balseros y sus pensamientos antes, durante, y después de su viaje a los Estados Unidos. Acabo de ver un documentario sobre los balseros cubanos en mi clase de español y por eso estoy muy curiosa sobre esta tema. Aprendemos sobre la procesa y los problemas de hacer una balsa. Creo que las personas quien pueden llegar a los Estados Unidos tienen mucho suerte y son valiente. Es triste que Carlos y Ariel aprendieron cuando eran niños que socialista es el mejor forma de gobierno, y entonces, después de tiempo, se dan cuenta que el gobierno y la media son muy opresivo. Espero que ellos puedan encontrar un mejor vida en los Estados Unidos aunque hay problemas aquí también. Creo que sería muy difícil no solamente hacer el viaje a los Estados Unidos, pero además a cambiar sus ideas sobre la cultura y la vida en general. En el documentario, los balseros tienen aprender que en un sociedad capitalista tiene que preocupar sobre su propio problemas antes de los problemas de otros. Tuvieron aprender muchos otras cosas también. Por ejemplo, es necesario que Carlos y Ariel aprenden ingles cuando llegan. Gracias por escribiendo en ese. Pero tengo una pregunta también. ¿ Es la historia de Carlos y Ariel verdad?
ResponderEliminarGracias por su interesante comentario. Lo narrado es cierto, pero debido al miedo que corroe a los ciudadanos desde hace décadas, las personas te autorizan a escribir sus historias, pero te piden que no pongas su nombre y no des demasiados datos personales. Tampoco permiten que les tomes fotos. Esto no ocurre cuando vives en sociedades donde existe libertad de prensa y expresión, pero sí cuando vives en un sistema totalitario y represivo como el cubano. Saludos desde La Habana, Iván García
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