Luego de dejar la casa de Oleivys García, esposa del prisionero de conciencia Pablo Pacheco, tomé un bicitaxi para dirigirme al centro de la ciudad.
El chofer de la destartalada bicicleta, con dos asientos traseros y un techo de aluminio amarillo se llama Rodolfo. Es corpulento y educado, tiene 31 años. Nació en Guantánamo, pero desde hace una década vive en Ciego de Ávila.
Dejó la licenciatura en Cultura Física para salir a la calle a buscarse unos cuantos pesos. Recaló en Ciego y compró un bicitaxi, el mismo que ahora monto. Gracias a sus piernas, que pedalean 10 horas diarias, viven, él, su hijo de dos años y su esposa de 25.
Ahora le da a los pedales de forma rítmica bajo un sol que parece va a derretir el asfalto. Son las 4:30 y aún faltan siete horas para la salida de mi ómnibus hacia La Habana. Rodolfo me deja en el parque principal del pueblo.
-¿Cuánto te debo?, le pregunto.
-20 pesos, responde.
Me parece demasiado poco, luego de recorrer casi 5 kilómetros bajo un espantoso calor.
-No es justo. En La Habana, por cuatro cuadras te cobran 20 pesos. Hagamos un trato, me das un recorrido por la ciudad y te doy 6 cuc (150 pesos). Además, te invito a comer.
Abre los ojos como un plato. "Eso es lo que gano en dos días de trabajo. Por supuesto que sí", responde risueño.
Recorremos calles y parques. Pasamos por el nuevo bulevar y el remozado teatro. En una esquina hablo con unos avileños que se aprestan a tomar un camión para ir al estadio de béisbol.
En el deporte, Ciego de Ávila está en alza. Por esos días, por quinta vez consecutiva se habían coronado campeones en la liga superior de baloncesto. Y hasta el momento, en béisbol son el mejor equipo de la temporada. Los fanáticos están que se salen. Y los estadios donde juegan sus conjuntos siempre están repletos.
Sobre las 7 y media de la noche le sugiero a Rodolfo un sitio donde comer. "Hay muchos restaurantes, baratos, y en pesos", me dice. Pero en tres no nos dejaron entrar, por andar en bermudas.
"Es absurdo, le digo al capitán de uno de ellos, en La Habana la gente puede entrar hasta en chancletas a los restaurantes de lujo". El hombre, inmutable, me dice que lo sabe, pero así es el reglamento de gastronomía de la provincia. Incluso en algunos, aclara, tienes que llevar camisa o pulóver con cuello. "¿Y si es un extranjero?", indago. El capitán titubea: "Es distinto".
Exploto. Rodolfo me calma. "No hay problema, aquí en Ciego sobran los sitios para comer". La noche cae de prisa. Fuimos a una paladar y cenamos de maravilla: alrededor de 100 pesos (4 dólares), dos personas.
Una cantidad módica, si lo comparamos con los altos precios de la capital.
Son casi las 10. Le pido al chofer del bicitaxi que me lleve hasta la terminal de ómnibus. Por el camino, me viene a la mente mi hija Melany, de 6 años, fuerte y saludable. Aún faltaban varias horas para estar a su lado. Jamás había sentido tantos deseos de verla.
Iván García
Foto: paulaappleton, Flickr. Una de las calles principales de Ciego de Ávila.
Nota.- Décimo y último trabajo de una serie de 10 publicados en abril de 2009 en el blog Desde La Habana. Todos los posts publicados en 2009, el primer año de existencia del blog, 'misteriosamente' desaparecieron.
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