lunes, 31 de octubre de 2022

Mis años en la revista Bohemia


Soy periodista autodidacta, pero en los años que publiqué en la revista Bohemia (1974-1993) 'toqué todos los palos', como dicen los andaluces. Empecé colaborando en la Sección Internacional, cuando trabajé como secretaria en el Movimiento Cubano por la Paz, presidido por Juan Marinello. La Sección Internacional era dirigida por Fulvio Fuentes y tenía la redacción más amplia: un salón con ventanales que daban a la Avenida Boyeros. En 1976 pasé a trabajar como mecanógrafa en el Comité Organizador del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes y fue entonces que comencé a publicar en la Sección En Cuba, sobre temas nacionales y en particular acerca de los preparativos del XI Festival.

Mi jefe era Hugo Rius, fallecido el 26 de agosto en Montevideo, donde se desempeñaba como corresponsal de Prensa Latina en Uruguay. La redacción de la Sección En Cuba era más pequeña que la de Internacional, no tenía ventanas, pero, por suerte, en esa época no se iba la luz ni falló el aire acondicionado. Al final, en un cubículo con un buró, un librero, una mesita con una máquina de escribir y dos sillas, estaba la oficina de Hugo, quien al menos en mi caso, siempre le dio el visto bueno a todas las iniciativas periodísticas que le propuse, entre ellas una serie de entrevistas con personalidades que habían participado en Festivales Mundiales de la Juventud y los Estudiantes en Europa, entre ellos Joel Domenech, vicepresidente del Consejo de Ministros que entre 1974 y 1994 fuera el encargado de atender la industria básica.

Los Domenech eran dos hermanos, Joel y Fidel, y antes de 1959 habían luchado contra la dictadura de Batista desde las filas de la Juventud Socialista y el Partido Socialista Popular. Aquel día, con Joel hablé en su despacho en el Palacio de la Revolución. Una entrevista que no he olvidado pues fue la primera y última vez que usé una grabadora de cassette. Y porque el fotógrafo era el inigualable Gilberto Ante, quien a la persona que iba a retratar, fuera quien fuera, le hacía quitarse el brillo o el sudor del rostro con un pañuelo o servilleta.

Esa serie incluyó también a la estadounidense Estela Bravo y a su esposo Ernesto, de nacionalidad argentina, quienes se conocieron y enamoraron en el Festival de Bucarest, Rumanía, en 1953 (el matrimonio Bravo se estableció en Cuba a fines de 1960, Estela vinculada a la cultura y Ernesto a su especialidad científica). Si mal no recuerdo, la serie la cerraba mi prima Lydia Roca Antúnez, que participó en ese mismo festival y allí conoció a Raúl Castro, que no sé si se empató con Susana Rieumont en Bucarest o después. Susana y mi prima Lydia pertenecían a la Juventud Socialista y las dos eran 'capirras', como los cubanos les decimos a un tipo de mulatas blanconazas con el pelo malagazo.

La investigación para poder realizar esa serie sobre los Festivales, me animó a proponerle a Hugo Rius otra investigación, esta vez sobre los alemanes antifascitas que emigraron a la Isla durante la Segunda Guerra Mundial y varios fundaron en La Habana un Comité Antifascista. Esas pesquisas me llevaron más tiempo, porque tenía que alternar mi labor en Bohemia, donde ya estaba fija (como no era periodista graduada, me pusieron en la nómina como secretaria, con un salario de 163 pesos, toda una violación laboral, pero así eran y siguen siendo las cosas en el castrismo). La serie sobre los alemanes antifascistas salió en cuatro partes, en 1977, dentro de la Sección de Historia, a cargo del hoy profesor e historiador Pedro Pablo Rodríguez. Por esa serie, en 1979 fui invitada tres semanas a la RDA (República Democrática Alemana). Al regreso de la RDA, solamente en la revista Bohemia publiqué alrededor de 50 páginas. El primer trabajo se titulaba En el país de los cochecitos.

A mediados de la década de 1970, antes de viajar a la RDA, Luis Camejo, subdirector de Bohemia, me había nombrado corresponsal viajera en Matanzas, con la tarea de cubrir el funcionamiento, que a modo experimental, había puesto en marcha la Comisión Nacional para la Constittución de los Órganos del Poder Popular en Matanzas, provincia a menos de 100 kilómeros al este de La Habana. Esa Comisión la presidía Blas Roca, a quien conocía desde que en 1942 nací, porque mi padre fue durante veinte años su guardaespaldas. Blas, además, era el esposo de mi tía Dulce Antúnez, o sea, era cuñado de mi madre. Y por si no bastaran esos vínculos, Blas fue mi primer jefe cuando en agosto de 1959 inicié mi vida laboral como mecanógrafa en el Comité Nacional del Partido Socialista Popular, en Carlos III y Oquendo, Centro Habana.

Los periodistas acreditados en Matanzas, entre ellos Susana Lee, del periódico Granma, y Lázaro Barredo Medina, de Juventud Rebelde (los dos ya fallecidos), y yo por Bohemia, semanalmente nos reuníamos con Blas en la Sala White, que sigue radicando en el antiguo Liceo Artístico y Literario, inaugurado en 1860, en la calle Contreras entre Ayuntamiento y Santa Teresa, frente al Parque Libertad. Aparte de los encuentros con Blas, también reportábamos la marcha del Poder Popular en los municipios matanceros. La revista ponía a mi disposición un auto con chofer y un fotógrafo, por lo regular permanecíamos dos o tres días en Matanzas. El primer secretario del partido era Julián Rizo, pero quien atendía a la prensa era el segundo secretario, Víctor Manuel González, que después sería vicejefe del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR).

Esa etapa de corresponsal viajera en Matanzas para mí fue mucho más agradable que lo que ocurriría en 1980, con la llegada a Bohemia de una chilena llamada Marta Harnecker, teorizante del socialismo y esposa de Manuel Piñeiro, alias Barbarroja (Piñeiro había sido jefe del Departamento América del Partido Comunista de Cuba y en esa función fue el principal organizador del apoyo cubano a las guerrillas en América Latina, murió, al parecer de un infarto, mientras manejaba su auto en La Habana, el 11 de marzo de 1998). La Harnecker vino con una propuesta al director, Ángel Guerra, para realizar una encuesta sobre el papel de los medios que se titularía El Cuarto Poder. Se organizaron varios grupos de trabajo, a mí me pusieron en uno. Pero la encuesta no pasó del primer trabajo: el primero que se publicó le costó el puesto a Guerrita.

Estoy hablando de 1980, el año del éxodo por el puerto del Mariel, a unos 40 kilómetros al oeste de La Habana y por donde en cuatro meses unas 125 mil cubanos se fueron de la isla. Antes de la estampida por el Mariel, en el mes de abril, ya había ocurrido el incidente de la Embajada del Perú: en menos de 48 horas cerca de 11 mil personas ingresaron a la sede diplomática peruana, en la barriada habanera de Miramar, con la intención de irse del país. Lo del Mariel fue un mazazo terrible y a nivel privado muchos periodistas lo pensaban y comentaban.

A partir de la fallida encuesta de la chilena Marta Harnecker y el despido del director de Bohemia, los medios cubanos, que en ese momento eran todos oficiales, estatales, no se volvieron a recuperar, no levantaron cabeza. En 1980 no solamente fue destronado Guerrita, también fue destituido Orlando Fundora, jefe del DOR. En todo los medios, pero sobre todo en Bohemia, los periodistas se apendejaron.

En Cuba, en aquella época, la gente tenía mucho miedo, hablaba bajito, no comentaba nada en voz alta, tratando de proteger su trabajo y su salario para poder mantener a su familia. A diferencia de otros profesionales, los periodistas (oficiales, no habían surgido aún los periodistas independientes o alternativos), tenían posibilidades que no tenían los ciudadanos de a pie, como viajar al exterior o a otras provincias, participar en eventos nacionales e internacionales celebrados en Cuba, donde podían comer, resolver cosas y conocer extranjeros. Una actitud cobarde, igual a la del resto de la población en ese tiempo. Reacciones típicas en todos los regímenes totalitarios: la ciudadanía, atemorizada por la siniestra policía política, opta por callarse, no denunciar, no crearse problemas, no hacer nada.

Ni en Bohemia ni después en los servicios informativos de la televisión cubana, que pertenecían al ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión), jamás me quedé sentada, esperando por los planes temáticos que confeccionaba el DOR y daba a conocer a los diferentes medios estatales de comunicación de toda la isla: "Ahora esta semana hay que escribir sobre esto y lo otro". Nunca fui militante de ningún partido y como me sentía una mujer libre e independiente, nunca acepté esas orientaciones, esos controles, esas imposiciones. A mí se me ocurría algo y como a mí se me había ocurrido, lo hacía, porque a mí se me había ocurrido, no porque nadie me lo hubiera ordenado.

A los que entonces dirigían la prensa les decía: "Ustedes no les pueden pedir peras al olmo", porque siempre estaban con la consigna de "un periodismo militante y creador". Y el problema es que un periodismo militante no puede ser creador. O tal vez podría hacerse en Brasil, donde uno puede criticar al presidente. No en Cuba donde a partir de 1959 no solo dejó de existir el periodismo crítico, también murió la libertad de prensa.

Cuando en 1981 no pude seguir trabajando en Bohemia, por no poseer el título de periodista otorgado por la Universidad de La Habana, fui a ver a Elio Constantín, prestigioso periodista que estaba al frente de aquellas anormales evaluaciones (a mí la comisión evaluadora de Bohemia me dio 100 puntos en la categoría C y por escrito aclaró que mi labor era de A, pero que no me la daban, por no tener título). Elio me recibió en el periódico Granma, donde trabajaba, y me dijo que no me preocupara, que se iba a ocupar de esa injusticia.

La comisión evaluadora de Bohemia me propuso trasladarme al periódico Trabajadores. Dije que no, que yo iba a buscarme un empleo en cualquier sitio. Y en 1981 comencé a trabajar en el departamento de divulgación de la ONDI (Oficina Nacional de Diseño Industrial), en 19 y D, Vedado, en ese momento dirigida por la pareja formada por los arquitectos Olga Astorquiza e Iván Espín Guillois, hermano de Vilma.

Pero como Hugo Rius me pidió que siguiera escribiendo para Bohemia (por la temática, ahora publicaba en la Sección Económica, con cuyo jefe Alberto Pozo, también me llevé muy bien), mucha gente no sabía que ya no era empleada de Bohemia, si no colaboradora (por cada trabajo pagaban 30, 40 o 50 pesos, según género y extensión del texto). Fue lo que pasó con Carlos Aldana y Víctor Manuel González, jefe y vicejefe del DOR, que cuando se enteraron, hablaron con Nivaldo Herrera, presidente del ICRT, y de ahí salió la proposición de mi traslado de la ONDI al ICRT, para hacerme cargo de la sección cultural de la Revista de la Mañana, que salía al aire desde las 8 hasta las 12 del día, la dirigía Danilo Sirio y buena parte de la gran teleaudiencia que tenía era gracias a los videos musicales que del satélite copiaba Marta Pita.

Mi último trabajo en Bohemia se titulaba Presencia de Erich Kleiber en La Habana, salió en cuatro páginas en un número de la revista de junio de 1993 y fue seleccionado el más destacado del mes. Volviendo a Elio Constantín: nunca supe si llegó a gestionar mi reincorporación a Bohemia, creo que no, por su precaria salud. Once días después del fallecimiento de Elio (12 de septiembre de 1995), ya mi destino periodístico lo había decidido: el 23 de septiembre de 1995 me convertí en periodista independiente de Cuba Press, agencia inaugurada ese día por el poeta y escritor Raúl Rivero (Morón 1945-Miami 2021), porque coincidía con el cumpleaños de su esposa, mi querida amiga Blanca Reyes.

Tania Quintero
Foto: Exterior de la revista Bohemia en la década de 1980-1990. Tomada de mi blog.

lunes, 24 de octubre de 2022

Manuel Granados, un escritor relegado por la cultura oficial


El 27 de agosto se cumplió el aniversario del nacimiento de Manuel Granados, un escritor que ha sido relegado por los decisores de la cultura oficial en Cuba.

No se sabe con exactitud si nació en 1931 o 1932, y si fue en Camagüey o en Santa Clara. Pero esas son las contradicciones menores en torno a Granados. Todo en él fue contradictorio: su personalidad, su posición política, su literatura, su sexualidad.

Granados, en el difícil escenario de la Cuba de Fidel Castro, dentro de los estrechos márgenes de la revolución, fue un negro orgulloso de serlo, escritor, bisexual y escandalosamente libertario.

Habiendo conocido los rostros de la pobreza y el racismo, se sentía obligado a ser revolucionario. Por eso peleó en la Sierra Maestra y en Girón.

Alguna vez dijo: “Tipos como yo, por muy lejos que estemos de la teoría marxista, vamos a seguir en el tren de la revolución, cuando no sea por otra cosa, al menos por el don de la comparación: por lo que se era antes que no se es ahora, o por lo que no se era y ahora se es”.

Cuando intuyó que había trampa detrás de todos y cada uno de los principios que quisieron imponerle, se resistió a la desilusión. No quería ser malagradecido y ponerse en contra de la revolución que lo sacó de la marginalidad, pero se ahogaba con tantas imposiciones y tabúes. Se lo confesó muchas veces, rones de por medio a sus amigos -sus ambias, como él los llamaba- Tato Quiñones y Felito Ayón.

Pero siempre tuvo problemas con la revolución. Desde que se alzó en la Sierra Maestra y los rebeldes, que lo confundieron con un tigre de Masferrer, le hicieron cavar su fosa y lo sometieron a un simulacro de fusilamiento. Después de 1959, por conflictivo y pendenciero, la policía lo arrestó muchas veces. Y en 1971, en Villa Marista, la sede de la Seguridad del Estado, le advirtieron que jamás le permitirían ser libre del modo que él entendía ser libre.

Granados y su esposa, la poeta Georgina Herrera, habían tenido problemas por ser de los escritores de El Puente, la editorial condenada por Fidel Castro. Pero en 1967 su novela Adire y el tiempo roto fue premiada en el Concurso Casa de las Américas, y Haydée Santamaría lo mudó del solar de Centro Habana donde vivía para un apartamento en El Vedado, y empezó a trabajar en el ICAIC.

Pero pocos años después volvió a caer en desgracia. En 1971 lo expulsaron de la UNEAC. No fue rehabilitado hasta 1988, cuando le permitieron publicar el libro País de Coral que conformó con las historias que extrajo de su novela inacabada Los hijos de María Candela.

Su ruptura con el régimen se produjo en junio de 1991, cuando firmó la Carta de los Diez. Hostigado por la Seguridad del Estado, tuvo que exiliarse en España en 1992. Luego, casado con una francesa, se radicó en París, donde murió en 1998.

La obra de Granados ha sido subvalorada, no ha tenido el reconocimiento que merecería, no solo por su importancia en la literatura cubana, sino también en la de Latinoamérica. Adire y el tiempo roto y los cuentos de El viento en la casa sol y País de coral figuran entre lo mejor de la literatura de la negritud del continente, junto a Juyungo, del ecuatoriano Adalberto Ortiz, y Las estrellas son negras, del colombiano Arnaldo Palacios.

Con Adire y el tiempo roto, una novela cruda, descarnada, el bildungsroman de un revolucionario -el negro Julián, cuya historia converge con la de una prostituta blanca-, Granados se inscribiría, junto a Jesús Díaz, Norberto Fuentes y Eduardo Heras León, en la llamada narrativa de la violencia de la década de 1960. Los comisarios culturales castristas siempre menospreciaron a Granados por considerarlo “un negro bocón, marginal y pájaro” y que, para colmo, se hizo disidente. Al respecto, su hijo, Ignacio Granados, uno de los dos que tuvo con Georgina Herrera -la otra hija, Anaisa, murió en 1991- dijo a CubaNet:

“Por supuesto que el racismo pesó en su carrera y el conservadurismo hipócrita, la homofobia, la mezquindad política, la pobreza económica y la arbitrariedad de todo, como en las carreras de todos. Recuerdo la reivindicación de mi padre, a partir de 1987, y como todo el mundo se refería a eso que había pasado pero que nadie decía a derechas. Pero no creo que fuera solo o primeramente racismo. Fue un conjunto de cosas que incluían la mojigatería y la doblez política junto a cierto sentido altísimo e irresponsable de la libertad personal que tenía mi padre”.

Ignacio Granados Herrera, quien reside en Miami y trabaja actualmente en un documental sobre su padre, explicó sobre su personalidad: “Era impredecible, conflictivo y contradictorio. Eso era parte de su personalidad, sin que se lo propusiera. Tenía un modo de ser muy espontáneo e intereses demasiado amplios y diversos, no solo para el rigor moral del modelo cubano, sino para cualquier otro. Simplemente lo excedía todo. Y era consciente de estas contradicciones, pero nunca le quitaron el sueño, pues sabía que, más allá de él mismo, respondía a un orden que lo sobrepasaba y que era básicamente incomprensible”.

La última esposa que tuvo el escritor, la francesa Dominic Colombani, dijo sobre Granados: “Alrededor suyo lo que se daba era una experiencia especial de trascendencia; todo cambiaba, la gente, las perspectivas, todo”.

Luis Cino
Cubanet, 27 de agosto de 2022.
Foto: Portada del libro de Ignacio Granados Herrera, hijo de Manuel Granados. Tomada de este post, publicado en 2019 en el blog Negros.

lunes, 17 de octubre de 2022

José Eduardo dos Santos, autopsia de un aliado


Jonas Savimbi había prometido muchas veces derribar el último avión de tropas cubanas cuando partiera de Angola. Ese 23 de mayo de 1991, sobre la pista del aeropuerto "4 de Febrero", de Luanda, esperaban dos naves soviéticas IL-62M en las que viajaríamos los integrantes de la delegación gubernamental cubana enviada para la ocasión -encabezada por el comandante Juan Almeida- y el último contingente de soldados que la ONU contó minuciosamente hasta ese día.

No era poca la expectativa por saber quiénes abordarían ese último avión. Tras los himnos y discursos correspondientes, el presidente José Eduardo dos Santos nos despidió con un cortés estrechón de manos. Fue la última vez que lo vi. Almeida se dirigió entonces al general Samuel Rodiles, último jefe de la misión militar cubana, y le ordenó -en un tono más jocoso que solemne-y utilizando el apelativo con que era conocido: “Príkiti, me voy en el primero. Tú y el periodista, como solía llamarme, vayan en el segundo”.

Tras una larga carrera sobre la pista con las luces apagadas y un brusco despegue, la enorme aeronave soviética buscó altura con la mayor potencia posible de sus cuatro estruendosos motores. Mientras, a bordo, todos deseábamos en silencio que Savimbi no pudiera cumplir su amenaza.

Más de tres décadas después, la muy escueta nota que informó a los cubanos del luto oficial durante tres días por la muerte del expresidente angoleño José Eduardo dos Santos -el aliado africano de más larga data- omitió al menos dos datos relevantes: había fallecido a más de siete mil kilómetros de su Luanda natal, en un exclusivo hospital de Barcelona, donde vivía desde su salida del poder en 2017. Y parte de su familia había denunciado su deceso como un asesinato, lo cual aún investigaban las autoridades españolas semanas después de su fallecimiento.

Conspiraciones palaciegas africanas aparte, lo cierto es que el exilio voluntario de Dos Santos en la lejana Cataluña buscaba una conveniente distancia de los monumentales escándalos de corrupción que marcaron las últimas décadas de los 38 años que gobernara Angola con puño de hierro. Con voracidad por adueñarse de los recursos nacionales, los Dos Santos reinaron más de tres décadas sobre las incalculables riquezas naturales de uno de los países africanos con mayor desigualdad. Una larga lista que incluye oro, diamantes, riquezas forestales y raros minerales, además del gas y el petróleo administrado por la estatal Sonangol.

Tras el fin de la larga guerra civil contra las fuerzas de la UNITA, el heredero de Agostinho Neto colocó a muchos miembros de su familia y amigos al frente de las instituciones, empresas públicas, y otros cargos relevantes cuando Angola se abrió a las inversiones extranjeras, convirtiéndose vertiginosamente en el segundo exportador de petróleo de África.

José Filomeno de Sousa dos Santos (Zenú), uno de los diez hijos de José Eduardo con seis mujeres -incluidos tres matrimonios-, administró entre 2013 y 2018 los más de 5,000 millones de dólares del importante Fondo de Inversiones Soberano, antes de ser condenado en 2020 a cinco años de prisión por apropiarse de unos 1, 500 millones de dólares, fraude y tráfico de influencias, aunque todavía debatía su caso en Luanda en libertad condicional.

Más notoria aún, Isabel dos Santos -hija de la geóloga azerbaiyana Tatiana Kukanova, primera esposa de José Eduardo cuando estudiaba Ingeniería Petroquímica en Bakú en la década de 1970- fue reconocida años atrás como la mujer más rica del continente y la primera africana multimillonaria. Forbes calculó su fortuna en más de 3,300 millones de dólares, amasados durante su presidencia de Sonangol y el control de la industria del cemento, telecomunicaciones, el comercio minorista y jugosas inversiones transnacionales.

La entrada de Isabel en la administración de los activos del estado angoleño comenzó con la insólita contratación de una empresa filipina para la limpieza de la ciudad de Luanda, cuando todavía los soldados cubanos eran contados minuciosamente por la ONU. De los empeños por adecentar la capital, la primogénita pasó pronto al control de los diamantes y las millonarias concesiones petroleras.

En su boda, celebrada en Luanda en 2003, cantó un coro trasladado desde Bélgica y la cena llegó a bordo de dos aviones procedentes de Francia. El contraste con la élite de poder que administró la antigua colonia portuguesa como suya propia no pudo ser mayor, en un país donde la mayoría de la población subsiste con menos de dos dólares diarios.

En 2020, las revelaciones de la investigación periodística conocida como Luanda Leaks estimaron que la dinámica empresaria -educada desde niña en Londres, donde residió con su madre y conoció a quien fuera su esposo, el millonario zairota Zindika Dokolo- dirigía un entramado de más de 400 sociedades y filiales en 41 países, incluidos varios paraísos fiscales.

En la antigua metrópoli portuguesa, donde había realizado las más cuantiosas inversiones, fueron congelados sus activos, al igual que en Angola. El pasado año Estados Unidos la incluyó en la lista negra de personalidades corruptas y limitó su acceso a visas, sin llegar a dictar sanciones financieras. Acusada de múltiples delitos, Isabel dos Santos pasa ahora la mayor parte de su tiempo en los Emiratos Árabes Unidos -refugio preferido de oligarcas rusos y hasta de un rey emérito español. A Dubai viajó discretamente José Eduardo en las navidades de 2020, para pasar un fin de año en familia con su hija preferida.

No fue este el descalabro previsto al ceder el poder a su ministro de defensa, el general Joao Lourenço, escogido por su supuesta lealtad, tras la aprobación en el Parlamento, dominado por el MPLA, de una ley que sellaba los manejos financieros de Dos Santos y los suyos, y les aseguraba, de hecho, impunidad. La quimera del dejar todo “bien atado”.

Joao Lourenço, conocido popularmente como JLO, declaró, sin embargo, una campaña contra la corrupción anterior poco después de asegurar la sucesión. El presidente saliente afirmaba haber dejado en los fondos estatales al menos 15,000 millones de dólares, mientras Lourenço replicaba que solo había encontrado unas arcas vacías.

Apenas un año después de asumir el mando del MPLA y el gobierno, JLO destituyó a la hasta entonces poderosa Isabel, encausó a su hermanastro Zenú, y tomó distancia de José Eduardo, de quien temía represalias y que utilizara su influencia dentro de Angola para apoyar en las próximas elecciones un candidato opositor, representante de la UNITA.

Sobran razones para que en la Cuba de Raúl Castro se eviten comentarios sobre el rumbo verdadero de Angola después de la independencia. El saqueo de uno de los países más ricos del continente africano deja pálido al expediente venezolano y a la “piñata” nicaragüense, en un país donde la mayoría de la población subsiste con menos de dos dólares diarios.

Tampoco destacó Dos Santos por su generosidad hacia los más cercanos aliados de su gobierno. Entre las inapelables razones que determinaron la retirada cubana -muy poco querida por Fidel Castro- en una negociación auspiciada por Estados Unidos, estuvo el persistente atraso de Angola en el compromiso de financiar el costo de las tropas sobre el terreno, mientras la Unión Soviética asumía su armamento y traslado. Una ecuación que dejaba al mando cubano el reemplazo humano y que funcionó con altibajos largos años, hasta el arribo al Kremlin de Mijail Gorbachov.

Tras el oportuno fin de la presencia militar cubana, concluida en mayo de 1991, apenas siete meses antes de la desaparición de la URSS, la metrópoli portuguesa ocupó un lugar privilegiado en la reconstrucción de las fuerzas armadas angoleñas. Las generosas transacciones con Occidente transformaron la economía y las inclinaciones políticas en un proceso en que Cuba dejó de ser un activo a tener en cuenta.

Hasta el general Antonio Santa Franca (Ndalu),“general de generales”, según le llamaban sus iguales,, especialmente amigo de los militares cubanos y clave en las negociaciones cuatripartitas, se convertiría en el primer embajador en Washington y luego en miembro de la junta del consorcio diamantífero De Beers, dejando atrás los tiempos en que había integrado la selección cubana de fútbol cuando estudiaba agricultura en Pinar del Río.

José Eduardo dos Santos no acudió al auxilio de la ruinosa economía de Cuba en sus sucesivos colapsos, como esperaba la cúpula militar castrista. Pero tampoco cerró su puerta a enviados frecuentes, como el general Leopoldo Cintras Frías (Polo), quien encabezó bajo órdenes directas de Fidel Castro la Agrupación de Tropas del Sur en los días finales de la guerra angoleña -si bien terminó siendo sustituido súbitamente del cargo de Ministro de las FAR en la víspera de la retirada formal de Raúl Castro de sus posiciones de poder. Hacía tiempo que, para el sonriente Polo, no había nada que buscar en Barcelona.

No obstante, Dos Santos, al igual que el sudafricano Nelson Mandela, agradecieron los resultados para sus respectivos países de la presencia militar cubana en África, algo que La Habana apreció, en contraste con otros beneficiarios de ese apoyo vital, como Sam Nujoma, que olvidó mencionar a Cuba en su discurso de proclamación de la independencia de Namibia, o el etíope Menguistu Haile Mariam, que huyó derrotado de Addis Abeba, tras la retirada de las tropas cubanas de su país y de Angola, a un exilio dorado en Zimbabwe, sin despedidas.

En los tres años transcurridos entre el 2 de mayo de 1988, cuando se iniciaron en Londres las negociaciones cuatripartitas para la paz en el África austral, y la salida hacia La Habana del último avión con tropas cubanas, participé varias veces en encuentros con un imperturbable José Eduardo en su refugio de Futungo de Belas, en las afueras de Luanda.

El presidente angoleño, de una reconocida sagacidad demostrada en sus muchos años de poder, escuchaba atentamente los informes sobre los próximos pasos en las conversaciones de paz o la marcha de la larga retirada cubana, confiando en el consejo de sus asesores y sin gesto alguno que delatara sus pensamientos. Distante y siempre impecable, su rostro impasible le había valido, entre los cubanos en Luanda, el sobrenombre de “Barbarito Diez”, por su parsimonia y notable parecido físico con el popular cantante de danzones.

La víspera del fin de la presencia militar cubana, Dos Santos ofreció una recepción más íntima a los integrantes de la delegación, presidida por el comandante Juan Almeida, que habíamos viajado desde Cuba para la ocasión. Asistió acompañado -en gesto de inusual deferencia- de la bella ex azafata y modelo Ana Paula Lemos, con la que había contraído matrimonio pocos días atrás y quien sería su última esposa y madre de tres hijos.

Paradójicamente, aunque distanciada de José Eduardo, ella no compartió su exilio voluntario en Barcelona. Sin embargo, es acusada por Tchizé, tercera hija en el complicado árbol genealógico del patriarca, de ser parte de la conspiración inspirada desde Luanda para asesinarlo. La autopsia realizada ante la disputa no resolvió las dudas de la familia ni las del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, que ordenó nuevas pesquisas hasta eliminar la sospecha de homicidio.

Entretanto, el cuerpo insepulto de José Eduardo dos Santos permanecía en Barcelona, pese a la airada protesta del gobierno del MPLA presidido por JLO, que se empeñó en organizar un funeral de Estado aún sin el cadáver. Un homenaje póstumo pensado para que la UNITA no gane las elecciones el 24 de agosto. Una extraña saga de aquella guerra civil de finales del siglo XX, que no imagino cómo podría explicarse en la prensa cubana.

Alcibíades Hidalgo
CiberCuba, 24 de agosto de 2021.
Foto: José Eduardo dos Santos (1942-2022) rinde tributo a los cubanos caídos en Angola, La Habana, septiembre de 2007. Tomada de Hypermedia Magazine.

lunes, 10 de octubre de 2022

Fidel Castro: La destrucción de la nación cubana



El incendio de la Base de Supertanqueros de Matanzas, la crisis ya permanente del suministro de electricidad en toda la Isla, la caída abismal de la producción azucarera, las colas interminables para adquirir alimentos cada vez más escasos, la caída continua del valor del peso cubano y el agotamiento de las reservas financieras internacionales se suman a la larga serie de retrocesos económicos que Cuba viene sufriendo desde 1959.

Esto hace oportuno revisar una vez más la economía del país dentro de una amplia perspectiva, tanto histórica como internacional. Con este fin parto de las últimas investigaciones de John Devereux sobre la economía cubana, basadas en estadísticas históricas que incluyen, junto a otras fuentes, las del Proyecto Maddison de la Universidad de Groningen en los Países Bajos. Devereux es profesor de Economía en el Queens College de City University of New York.

De acuerdo con su análisis, la economía cubana creció y mejoró el nivel de vida de los cubanos desde el comienzo de la República en 1902, hasta alcanzar, en términos per cápita, el décimo séptimo lugar en el mundo en 1955. Como destaca el investigador, Cuba llegó a ser el primer país tropical que dejaba de ser subdesarrollado para convertirse en uno de crecimiento medio. Sin embargo, en 1959 la economía cubana se fue deteriorando rápidamente, hasta llegar al lugar 90 en 2018. Devereux califica esta caída como un caso excepcional en la historia económica mundial del último siglo. Solo Siria y Corea del Norte superan a Cuba en el enorme descenso de sus economías en ese periodo.

¿Cómo puede explicarse que Cuba haya pasado a ser un país pobre desde una posición de relativa prosperidad en el mundo, a pesar de las promesas de desarrollo de los líderes de la revolución de 1959? ¿Qué factores concretos han determinado una caída tan dramática de la economía cubana?

Las causas de este fenómeno son muchas y están relacionadas con la pérdida de la libertad económica que Cuba sufre desde 1959, acelerándose en 1960 con las expropiaciones masivas de las empresas extranjeras y las grandes empresas nacionales, y llegando a su máxima expresión en 1968, cuando Fidel Castro prohibió toda forma de actividad económica privada. El índice de libertad económica de la Fundación Heritage para el año 2022, que incluye 177 países, coloca a Cuba en el lugar 175. Solo Corea del Norte y Venezuela muestran menos libertad económica.

Hasta 1959 la economía cubana había estado dirigida no por un gobierno o poder central, sino por la agregación de millones de agentes decisorios operando libremente como consumidores, trabajadores, profesionales, comerciantes, empresarios, banqueros, campesinos, propietarios e inversionistas. Esta variedad de ocupaciones era resultado de una sociedad donde predominaba un alto grado de libertad de opciones para todos los ciudadanos.

Actuando para satisfacer sus necesidades personales dentro del marco de los recursos a su alcance, los cubanos dirigían en conjunto la economía nacional por medio de millones de decisiones y transacciones diarias, generalmente dentro de las reglas del mercado y el imperio de la ley. Hasta entonces, la economía cubana verificaba la metáfora de la "mano invisible" de Adam Smith, como si la misma pareciera dirigir toda la economía orientada hacia la satisfacción personal de los ciudadanos. Los cubanos eran los dueños de su economía.

Fue por medio de las amplias libertades económicas existentes entonces que el nivel medio de vida de los cubanos llegó a estar entre los más altos de América Latina y de varios países europeos al final de la década de 1950. Los niveles de producción, la variedad y la calidad de los bienes y servicios disponibles en cualquier cantidad que los cubanos preferían, y compraban libremente con sus ingresos, estaba a cargo de muchos miles de empresas industriales, agropecuarias y comerciales de todos los tamaños, repartidas a lo largo y ancho del país.

La economía cubana de entonces era una economía dirigida por miles de manos privadas, donde el Estado no intervenía en el manejo de las transacciones, aunque era un agente coordinador de la producción y exportación azucarera. El sector financiero y las numerosas empresas contables y de servicios profesionales y legales jugaban sus papeles de apoyo a los aparatos productivos y distributivos por medio de sus múltiples interconexiones con el resto de la sociedad y su actividad económica y financiera. Siendo una economía abierta, Cuba comerciaba libremente con el resto del mundo por medio de su moneda libremente convertible. No era una economía perfecta; podía mejorar, pero prosperaba y era muchas veces superior a la que hoy existe.

Cuando se observan las infinitas conexiones entre las diversas empresas y ciudadanos, la gran variedad de relaciones contractuales y las correspondientes cadenas de suministros, se puede notar que la complejidad de las mismas asemeja a la de una red neural, como las que operan en los sistemas nerviosos de los seres vivos. Mediante esa red de conexiones de altísima complejidad, invisible e indescriptible, que se fue armando durante siglos de desarrollo económico y social, se llevaban a cabo libremente miles de millones de transacciones diarias, desde la simple compra de una naranja a un vendedor ambulante, hasta el diseño y construcción de un edificio de apartamentos para viviendas, una nave industrial o una gran obra de ingeniería.

Tales transacciones incluían también la contratación de personal, la adquisición de propiedades, la solicitud y procesamiento de préstamos y toda suerte de actividad financiera y de apoyo a la economía. En su conjunto, la red de conexiones transmitía las señales que controlaban la economía bajo los principios que hoy se pueden conceptualizar como un sistema cibernético de gran eficiencia. Es muy fácil dañar estas conexiones, tal como se pudo verificar desde 1960, pero es muy costoso y difícil, aunque no imposible, su reconstrucción. Es por medio de esa red y de las interacciones entre la oferta y la demanda que se formaban los precios de cada uno de los bienes y servicios que se producían y distribuían sin intervención estatal. De manera similar se formaban los salarios de los trabajadores y los ingresos atribuibles al capital.

Las expropiaciones de 1960, que continuaron después con empresas de menor tamaño, no solo cancelaron los derechos a la propiedad privada de los medios de producción, sino también fueron limitando y eliminando la libertad para realizar transacciones de bienes y servicios de toda índole. La red neural de la economía sufrió severas mutilaciones, tan catastróficas como las que se sufren cuando se cortan los circuitos de un sistema electrónico o se dañan las neuronas y dendritas de un sistema nervioso.

Es importante visualizar que las expropiaciones en Cuba fueron mucho más que un simple cambio de dueños de los activos y propiedades afectadas. Al desaparecer los derechos de propiedad privada, el manejo, el control y la administración de las empresas correspondientes se traspasó a organizaciones del Estado, por medio de "empresas consolidadas", improvisadas en diversos ministerios, según el sector de actividad económica correspondiente. En este proceso desapareció la competencia entre las empresas individuales, mientras las "empresas consolidadas" se convirtieron en verdaderos monopolios, con el Estado como único dueño, fijando precios y salarios dentro de los parámetros del Gobierno central, tratando inútilmente de operar con la misma eficiencia y rentabilidad de cuando eran privadas, pero sin las conexiones que le permitían funcionar como antes.

La desaparecida competencia entre las empresas individuales, además de servir de incentivo para ofrecer mejor calidad y precios más bajos de lo que producían, podía en conjunto suplir al mercado si alguna empresa fallaba en su producción. Cuando algún productor no podía responder a la demanda, la competencia representaba una redundancia de capacidades de modo que otra empresa suplía la necesidad y los consumidores no se enteraban de la falta y no se llegaba a la escasez. Antes de 1959, rara vez la falla de un productor era una noticia o tema de un discurso político.

De hecho, con las expropiaciones se vería que los dueños no solo habían sido propietarios, sino que también generaban relaciones de muchas clases a partir de sus propiedades, principalmente la capacidad de satisfacer con estabilidad lo que la sociedad necesitaba y de producirlo con eficiencia, a un bajo costo. Típicamente los dueños eran responsables por el estado de sus empresas y se esforzaban por el uso eficiente de sus recursos, contrataban administradores y trabajadores de diversas calificaciones, velaban por satisfacer la demanda de sus clientes, cada uno cuidando la estabilidad de los abastecimientos que necesitaba su negocio y preocupándose por el mantenimiento y posible ampliación y modernización de sus establecimientos. El personal de las empresas se contrataba, promovía y compensaba en función de sus habilidades y competencia, no por sus lealtades políticas como comenzó a ser cuando las empresas pasaron a ser dirigidas por el Gobierno Revolucionario y sus ministerios.

Toda la multiplicidad de relaciones e interdependencias desapareció en Cuba con las expropiaciones. El reemplazo físico del propietario por unos empleados o burocracias del Estado no fue acompañado por el reemplazo de las mismas relaciones administrativas y de empleo. La mutilación de la propiedad privada no transfirió automáticamente al Estado los beneficios que se lograban antes por medio de las ganancias que la empresa producía, generalmente por medio de la competencia con otras empresas del mismo giro. Por el contrario, las empresas comenzaron a operar con pérdidas, obligando al Gobierno a subvencionarlas. Y como pudo verse casi de inmediato desde 1960, el personal más productivo de la empresa empezó a renunciar a sus puestos de trabajo abandonando el país en busca de mejores condiciones de trabajo y de vida en el extranjero, proceso que se repite en Cuba hasta el presente. Al dejar de ser los dueños de su economía, los cubanos se convirtieron en los prisioneros del Gobierno y del propio Fidel Castro.

Las expropiaciones en masa fueron acompañadas en Cuba de la organización del sistema de planificación central, típico de las sociedades comunistas, para dirigir lo que se denominaba la economía socialista (como paso previo a la utópica y nunca lograda economía comunista). Así se fundó la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN), conjuntamente con oficinas similares en todos los organismos del Estado. Las empresas expropiadas en todo el país perdieron entonces la autonomía y la flexibilidad necesarias para adaptarse a las condiciones cambiantes de la economía, quedando sujetas a una administración centralizada y muy rígida, incapaz de atender la demanda de los compradores en todo sus detalles y especificidades.

Este cambio radical de administración fue traumático para todo el país y todos sus sectores, provocando una contracción generalizada en los niveles de producción y consumo. Y la contracción de la producción fue lo que determinó la necesidad de subsidios para Cuba, provenientes de la Unión Soviética primero y de Venezuela después, para evitar un colapso de la economía nacional. Sin tales subsidios, la economía cubana hubiera mostrado una caída aún mayor desde 1959 de la que refiere Devereux.

Al trauma de forzar a la economía de Cuba a operar dentro de la camisa de fuerza de la planificación socialista, hay que sumar el trauma poco estudiado de las intervenciones personales de Fidel Castro en la economía. Tales intervenciones eran en realidad caprichosas y mal concebidas, sin respaldo técnico o estudios de factibilidad y formuladas fuera del plan central, sobre las cuales el gobernante no aceptaba las observaciones y advertencias de los expertos.

Sus intervenciones, no solo añadieron ineficiencia al ya mediocre sistema de planificación central que los rusos habían exportado a Cuba respondiendo a peticiones cubanas, sino que introdujeron un maligno estilo de desorden y caos en el sistema de planificación y dirección, tanto al nivel más alto de gobierno, como al nivel de la administración de las empresas estatales. Dichas intervenciones consistían en propuestas de proyectos de inversión, para los cuales se asignaban recursos fuera de los planes; recursos que tenían que ser extraídos de otros proyectos de los organismos del Estado y sus empresas.

Estos proyectos llegaban a la JUCEPLAN frecuentemente sin aviso previo y, para no contradecir a Fidel Castro, se procesaban y financiaban bajo el rubro de "Planes Especiales".La administración de tales proyectos también se improvisaba, asignándoseles a cualquier organismo estatal o grupo de personas que a Fidel Castro se le ocurriese en cada instancia, sin una evaluación previa de sus competencias. Los ejemplos más conocidos y costosos fueron los fracasados planes de desarrollo ganadero, bovino y porcino, el Cordón de La Habana (de producción agrícola) y la zafra de los diez millones de toneladas de azúcar planeada para 1970 y cuyas pérdidas para el país nunca se conocieron.

No es posible exagerar aquí la disrupción que tales decisiones y estilos de trabajo, tanto administrativo como de gobierno, provocaban a la economía cubana, pero lo insólito de este fenómeno nos obliga a apuntarlo, aunque la falta de documentación nos haga depender en el análisis de la economía cubana desde 1959 de evidencias fragmentarias, anecdóticas y personales, como la experiencia directa de este autor, por su trabajo en la JUCEPLAN entre enero de 1963 y marzo de 1966. La intervención más devastadora de Fidel Castro en la economía nacional tuvo lugar el 13 de marzo de 1968, durante la celebración del aniversario del asalto al Palacio Presidencial en 1957, cuando anunció una "Ofensiva Revolucionaria", que consistía en el exterminio de todo vestigio de propiedad privada en el país, incluyendo microempresas, trabajadores por cuenta propia, vendedores callejeros y hasta simples sillones de limpiabotas.

La medida, a la que se opusieron en privado Carlos Rafael Rodríguez y Juan Almeida (según relata Daniel Alarcón Ramírez, 'Benigno', en su libro Memorias de un soldado cubano) estuvo acompañada por la decisión de Castro de cerrar las escuelas de contabilidad en todo el país y suspender su práctica en las empresas. Esta disparatada decisión se basaba en la noción puramente castrista de que Cuba saltaría de la fase socialista de su economía directamente a una organización comunista, en la cual desaparecerían las "relaciones monetario-mercantiles" y no haría falta el dinero.

De este modo, Fidel Castro mostraba no solo un alto grado de ignorancia sobre los elementos fundamentales de la economía, sino también una reveladora falta de comprensión de cómo se supone que opere una economía bajo el socialismo. Y a la ineficiencia intrínseca del socialismo y la planificación habría que sumar su influencia destructora en la economía. El disparate de eliminar el dinero era ignorar la función de uno de los mayores inventos de la humanidad. Era equivalente a prohibir el uso de la rueda. Un episodio que pone en duda el grado de responsabilidad y hasta la inteligencia misma del gobernante.

Sin contabilidad, las empresas perdieron toda visibilidad de costos, ingresos y pérdidas o ganancias y quedaron incapaces de dirigir racionalmente su gestión productiva por varios años. La contabilidad es la columna vertebral de todo sistema gerencial. No fue hasta los años 70 que se comenzó a restaurar la contabilidad e introducir algún orden en la planificación, pero la secuela del daño infligido a las empresas perdura hasta hoy y es la base de la actual incapacidad productiva e ineficiencia de la economía cubana.

En Cuba la escasez crónica no solamente afectó el abastecimiento de los bienes de consumo y otros suministros de corto plazo, como materias primas y piezas de repuesto. La pérdida de los vínculos comerciales con otros países, en especial con Estados Unidos, perjudicó la adquisición de bienes de capital, como equipos de transporte y construcción, maquinarias agrícolas e industriales, plantas generadoras de electricidad y muchos otros. Estas carencias se fueron acumulando con los años y fueron impactando progresiva, pero inexorablemente la capacidad productiva de todos los sectores del país hasta nuestros días. Uno de los efectos más perniciosos de este proceso ha sido el de reducir a un mínimo la capacidad inversionista de las empresas cubanas. Cuba ahora depende de la importación de administradores extranjeros para muchas de sus nuevas inversiones.

La pérdida de los subsidios soviéticos en 1991 representó un duro golpe para la economía cubana que forzó a todos los cubanos, incluyendo a Fidel Castro, a enfrentarse a una dura realidad: la economía socialista de estilo castrista no era capaz de sostener al país. Gracias al control político que ejerce el totalitarismo, el régimen ha sobrevivido precariamente improvisando medidas de emergencia como la de abrirse al turismo internacional, la aceptación de remesas en dólares de los exilados cubanos y la exportación de servicios médicos.

A pesar de estas medidas de emergencia, la crisis actual no solo consiste en que la economía cubana no crezca. Es mucho más grave; la economía decrece porque ni siquiera es capaz de generar los recursos mínimos necesarios para reemplazar o dar mantenimiento a las capacidades creadas anteriormente. En consecuencia, la economía se ha estado descapitalizando. Este fenómeno excepcional, que se hace visible en el deterioro físico de las viviendas, los edificios, industrias, infraestructuras, plantaciones y masa ganadera es una característica permanente de la sociedad y economía cubanas desde los inicios de la revolución y a sus 63 años de gobierno (aunque se reportan nuevas construcciones en el sector turístico, el resto de la economía retrocede).

Junto a la descapitalización física y financiera de la economía, Cuba ha sufrido dos formas adicionales de descapitalización, la humana y la social. Por un lado, como resultado de la falta de oportunidades para mejorar las condiciones de vida, el país ha ido perdiendo su personal mejor preparado, su capital humano, incluso el que el propio Estado desarrolló como uno de los logros esperados del socialismo cubano. Por otro lado, las restricciones impuestas a las iniciativas privadas para organizar actividades sociales, culturales o políticas han impedido el desarrollo del capital social del país, o sea el conjunto de relaciones interpersonales que enriquecen la vida de toda sociedad, ya dañado desde 1959 como resultado de las políticas intrusivas de un Gobierno que quiere controlar todos los aspectos de la vida nacional.

Pero la raíz del problema económico cubano es mucho más profunda. En una carta a su secretaria Celia Sánchez, escrita en junio de 1958, Fidel Castro declaró que "cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos (EEUU). Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero". Observando la conducta de Castro con relación a la economía, puede concluirse que, a pesar de sus declaraciones a favor del desarrollo económico y el mejoramiento del nivel de vida de los cubanos, especialmente los más pobres, tales metas no eran sus objetivos principales. Desde la perspectiva actual puede concluirse que la revolución se hizo con fines inconfesables, básicamente los de utilizar los recursos económicos del país en función de una agenda personal contraria al interés de los cubanos.

El legado de Fidel Castro es el esperpento de economía que le ha dejado a los cubanos que mal sobreviven en la Isla, una economía eminentemente inválida, que necesita con urgencia cambios profundos en el personal gobernante, en la estructura institucional del Estado y en el sistema productivo para que permita que la libertad de los cubanos les haga posible volver a ser los dueños de su economía y, de paso, su nación.

Jorge A. Sanguinetty
Texto y foto: Diario de Cuba, 29 de agosto de 2022.

lunes, 3 de octubre de 2022

Cuando Gorbachov desquició a Fidel

La llegada a la jefatura del Kremlin de Mijaíl Gorbachov supuso un peligro para Fidel Castro y un espaldarazo transitorio a las tesis de su hermano Raúl, quizá el más ferviente gorbachoviano de la nomenklatura criolla, aunque la ilusión por la Perestroika y la Glasnost fue barrida con un explote del jesuita en jefe, que se llevó por delante a Carlos Aldana, a quien medios de prensa extranjeros comenzaron a llamar el tercer hombre de Cuba, para su desgracia.

Castro contaba con el antecedente de Yuri Andrópov, que cambió las relaciones entre Cuba y la URSS, obligado por la grave crisis económica y su pensamiento sensato, pero lo de Gorbachov fue demasiado para el corazón del comandante en jefe, que se vio abandonado por Moscú, tras haberse peleado intensamente con los norteamericanos y alardeado de las ventajas del comercio que consideraba justo y seguro, con los soviéticos, a contrapelo de las tesis de Ernesto Guevara, que nunca comulgó con Moscú.

Al final del camino, el inmolado Guevara ganó la partida ideológica al empecinado Castro porque la URSS desapareció y China sigue existiendo, pero Fidel apenas tenía margen para pelearse con Washington y Moscú al mismo tiempo, aunque no faltaron encontronazos con el Kremlin, como la Crisis de Octubre en 1962, decisiva en la maduración política del rebelde barbudo, y los desencuentros en Angola, donde las tropas cubanas tuvieron que corregir costosos errores tácticos de soviéticos y nativos.

La sovietización de Cuba obedeció a una combinación de desprecio estadounidense, oportunismo del Kremlin y del viejo Partido Socialista Popular y la pasión de Fidel Castro por conservar todo el poder, todo el tiempo; en un mundo bipolar, con marcadas esferas de influencia, que propició la dependencia crónica de La Habana de Moscú, pese a las notables diferencias de cultura, carácter e historia.

La aplazada visita de Gorbachov a Cuba, por un terremoto en la entonces Asia Central soviética, fue seguida por el mundo como si se tratara de un duelo al sol Caribe. Dramatismo al que contribuyó Fidel Castro recordando que la revolución cubana no era hija del Ejército Rojo y variando la ceremonia bilateral en el Palacio de Convenciones habanero, al ordenar cantar a viva voz el Himno Nacional, tras escuchar, con el ceño fruncido, las notas de la Internacional comunista.

Antes de aterrizar en La Habana, Gorby sabía que Fidel no comulgaba con sus tesis reformistas y Fidel sabía que Gorby no compartía sus métodos estalinistas, pero se cerró en banda, como correspondía a su mentalidad de fortaleza sitiada, pese a su lógico temor a quedarse solo frente a Estados Unidos y el poderoso exilio cubano.

En cambio, Raúl Castro y su equipo vieron el viaje del compañero Gorbachov como una oportunidad para aplicar las reformas que durante años intentó introducir, litigando con su hermano, que barrió todo vestigio gorbachoviano, incluido el secuestro de las publicaciones Sputnik y Novedades de Moscú que, de sustitutos del papel higiénico, pasaron a ser betsellers, hasta que el comandante cerró el quiosco.

La ilusión raulista estaba afincada en su convicción de que el comunismo era inviable en Cuba, salvo que se reformara de arriba a abajo, y que, sin la URSS, las reformas caerían por su propio peso. Pero no tuvo en cuenta que Fidel había desarticulado un intento parecido, en 1986, cuando tronó a Humberto Pérez, devenido ahora corresponsal baldío del incapaz Alejandro Gil, y la terquedad de su hermano, evidenciada en Cinco Palmas, donde aseguró que -con siete fusiles- ganaban la guerra, arranque que hizo creer a Raúl que el jefe se había vuelto loco.

Los cubanos no entendían todo lo que estaba pasando, pero sabían que vendrían días negros. La dirigencia cubana se dividió -temporalmente- en dos bloques: fidelistas y raulistas, pero la caída estrepitosa del todopoderoso Carlos Aldana, cara visible del raulismo gorbachoviano, sepultó cualquier opción de reforma, salvo las de más socialismo, como proclamaba Fidel, intercalándola con quejas sobre la chatarrería tecnológica Made in URSS and CAME y llegando a decir que los países socialistas envenenaban a cubanos con el humo de las guaguas Ikarus, importadas masivamente por su gobierno.

Fidel, viejo zorro político, vio un rayo de luz en el intento de golpe de estado del grupo conservador del PCUS contra Gorbachov, sin evaluar que era solo el canto del cisne de la liquidada URSS, de la que pronosticó su fin y poco después aupó a Boris Yeltsin, padre político de Vladimir Putin, liquidador de la presencia militar soviética en Cuba.

Pero antes, Castro había cometido un error suicida, al ordenar al sacrificado ministro del Interior José Abrantes Fernández, que le pusiera seguimiento operativo e instalara micrófonos en las embajadas y casas de diplomáticos soviéticos y de otros países del bloque del Este, afrenta que complicó sus vínculos con Yeltsin y Putin, casi hasta su muerte.

El "Período Especial en Tiempos de Paz" y la "Opción Cero" cayeron sobre los cubanos, que pasaron hambre, apagones, enfermaron de neuritis óptica y estallaron en el Malecón y calles aledañas, pese a que no faltaron esfuerzos de François Miterrand, Felipe González, Carlos Andrés Pérez y México por abrir una vía para Cuba, que implicaba reformas políticas y económicas.

Pero Castro sabía que sería un suicidio por su temor ancestral a la pujanza económica de la emigración cubana, aunque nunca ha tenido liderazgo político, excepto en la etapa de Jorge Mas Canosa.

A su llegada, Fidel paseó a Gorbachov por las principales avenidas habaneras, flanqueadas por cubanos con banderitas, a bordo de un convertible. A su salida, ceremonia en el aeropuerto porque ese día hacía mucho viento en La Habana y "no queríamos que, sobre la delegación visitante, cayera el polvo de las innumerables obras que estamos haciendo en La Habana", dr excusó Castro ante la extrañeza generalizada.

La suerte estaba echada y Cuba nunca volvió a ser la misma, pese al salve de Hugo Chávez. La revolución se había divorciado de las masas, a costa de que Fidel Castro siguiera creyéndose el invicto con más derrotas consecutivas en el siglo XX criollo.

Era primavera y 1989, tres meses después estalló el caso Ochoa, el trauma más saturniano de la revolución cubana, que sirvió para que Raúl Castro se recuperara de su derrota gorbachoviana y cumpliera su viejo y caro sueño de apoderarse del Ministerio del Interior, desequilibrando internamente al castrismo, aunque no le valió de mucho porque el MININT encadenó fracasos sonoros como la caída de 30 agentes en Estados Unidos: 27 de la Red Avispa, los esposos Myers y Ana Belén Montes, que sigue presa.

El resto es historia reciente, de potencial Gorbachov cubano, Raúl Castro pasó a ser el Brézhnev de Mayarí, apendejado ante Obama y perturbado por los ataques de su hermano enfermo en las "Reflexiones del compañero Fidel". Espantado de todo, el nonagenario general de ejército cedió el mando -que no el poder- a Miguel Díaz-Canel y Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, el segundo falleció y el primero está muerto en vida.

Carlos Cabrera
CiberCuba, 30 de agosto de 2022.
Foto: Gorbachov durante visita a Cuba en 1989. Tomada de Rialta.