lunes, 30 de septiembre de 2024

Con farmacias privadas, los medicamentos no faltarían en Cuba

Las primeras farmacias de que se tiene conocimiento surgieron hace más de 4.000 años en Mesopotamia (sobre todo en Babilonia), China, Egipto y la India, con pomadas, lociones, cataplasmas, enemas, infusiones, vinos, emplastos, y otros preparados medicinales rudimentarios. Luego en la Edad Media, en el siglo XIII, nació ya la farmacia moderna cuando se separaron la profesión de farmacéutico y la de médico, y se dejó a un lado lo mágico, las supersticiones, los curanderos y los brujos. En 1221 los frailes dominicos crearon la Farmacia de Santa María Novella, primera farmacia de Europa, en Florencia, Italia.

Y desde sus primitivos inicios hace milenios hasta hoy las farmacias en todo el planeta han sido y son privadas, con la excepción de los países comunistas entre 1917 y 1991, y hoy en los dos actuales sobrevivientes de ese aberrante sistema económico, Cuba y Corea del Norte. En Cuba las 3.000 farmacias existentes son del Estado, que encima está en la quiebra financiera y no tiene dinero suficiente ni para producir, ni para importar medicamentos.

Por eso en la Isla de cada diez medicamentos imprescindibles, ¡faltan siete! Y no es una exageración "contrarrevolucionaria", lo adminite el mismísimo ministro de Salud Pública de la "potencia médica" (¿se acuerdan?), José Portal Miranda, quien informó en la Asamblea Nacional que Cuba carece del 70% de los medicamentos básicos que necesitan los pacientes. ¿Cuántos faltarán dentro de cinco o seis meses?

Además, el verdadero faltante puede que sea hasta de un 75%, si tenemos en cuenta la cultura castrista de manipular las estadísticas cubanas oficiales por razones políticas. El déficit nacional, dijo el ministro, "se concentra casi por entero en los medicamentos que se venden en las farmacias con tarjeta de control, que incluyen un 80% de las medicinas del cuadro básico". Es decir, son medicinas para pacientes con serias enfermedades crónicas.

Esas tarjetas de control son las cartillas de racionamiento de medicamentos, las "libretas" de Salud Pública. Con ella, con el carnet de identidad, y repleto de paciencia para hacer la cola, el paciente va a la farmacia en la que le "toca" (está obligado) adquirir la medicina. Allí le revisan el certificado médico y muchas veces se la niegan, le dicen que vaya a su doctor para que certifique que sigue necesitando esa medicina.

El ministro Portal Miranda precisó que, de los 651 medicamentos que se venden en las farmacias, ¡faltan 359! Y que los 292 restantes no están disponibles todo el tiempo, pues hay baches intermitentes (cada vez más prolongados). Un detalle clave. Los fármacos por la "libreta" no existentes ahora incluyen muchos de los más necesarios para enfermos crónicos, como los antihipertensivos, ansiolíticos, hipoglicemiantes, broncodilatadores y los neurolépticos o antipsicóticos.

No es posible que haya hoy en ningún otro país en el mundo con las farmacias vacías. Las cubanas ya no tienen ni aspirinas. Son asombrosas, patéticas y tristes las fotos recientes de cualquier farmacia cubana con sus estantes vacíos. En tanto, los que gobiernan el país se dedican a agravar esta crisis. Ninguno se pregunta cuántas personas en Cuba fallecen o empeoran fatalmente de sus padecimientos por falta de medicamentos indispensables.

Y pongo un hipotético ejemplo: Julián tiene 52 años y trabaja en una agencia bancaria en Mayarí, Holguín, no tiene familiares en el extranjero. Padece de severa y persistente hipertensión arterial, pero se le acabó el medicamento que necesita y en la farmacia que le corresponde adquirirlo con su "libreta" médica no se recibe hace dos meses. Sufre entonces un derrame cerebral y muere en su casa. ¿Habría fallecido Julián si las farmacias cubanas fuesen privadas?

Porque ahí está el detalle, que las farmacias no pueden seguir siendo del Estado. Lo indignante es que la cúpula dictatorial lo sabe, como sabe también que el modelo económico socialista no funciona. Pero no cede espacio al sector privado porque teme que se le vaya de las manos y perder el poder político. Una muestra de que el régimen es consciente de la gravedad de la crisis de medicamentos es que autoriza a los viajeros la entrada al país de medicinas sin pagar nada por ellas en las aduanas, y sin importar el exceso de peso del bulto importado.

Por supuesto, eso ha aumentado el comercio subrepticio de medicamentos, que ya constituye el incipiente embrión de la futura red de farmacias privadas que habrá en el postcastrismo. Pero lo hace con mucho riesgo, esquivando policías, esbirros-inspectores. Y así salva vidas y cura enfermos, al proveerles los medicamentos que no existen en las farmacias, hospitales ni policlínicos.

Ya hay no pocas "farmacias particulares", así llamadas por la población. Todas underground, sumergidas en la clandestinidad. El ¿general? Castro II, cual perro del hortelano, ni suministra medicinas, ni permite que nadie más lo haga. Hostiga, multa o encarcela, a los pequeños comerciantes farmacéuticos privados que cubren el dramático vacío que deja la absurda farmacia estatal.

Y hay algo muy importante. Hoy la mayoría de las medicinas más necesarias a las que tienen acceso los cubanos tienen dos fuentes básicas: 1) paquetes con medicinas enviados a la Isla, o maletas y bultos que llevan personalmente los cubanos que viajan y regresan a Cuba, las "mulas", y otros viajeros; 2) las que se roban en los hospitales, farmacias, policlínicos, puertos, aeropuertos, almacenes, etc. Los trabajadores que roban medicamentos lo hacen sin remordimiento alguno, pues son testigos de cómo los roban sus jefes, los dirigentes políticos y gubernamentales. A ninguno de esos oligarcas comunistas, ni a sus familias y amistades más allegadas, les falta jamás una medicina, sobre todo las más sofisticadas, por caras que sean.

Saben que esa cofradía "revolucionaria" dispone además de hospitales y clínicas exclusivos para ellos, como el CIMEQ y otro en el reparto Kohly, ambos en La Habana, equipados con todo. Y con custodia militar para evitar intrusos o prensa. Todo ello pagado con el dinero que también le roban al pueblo. Además, si el Estado lograse acabar con el comercio privado de medicamentos no habría por ello más cantidad de estos en farmacias y hospitales, y sí más enfermos morirían o se agravarían, mientras que oligarquía dictatorial tendría más medicamentos a su disposición.

Pero lo más importante es que los comerciantes furtivos de medicamentos, o "revendedores", como los califica el régimen son consecuencia del estatismo comunista y no la causa de escasez de medicinas. Que Castro II, Díaz-Canel o Manuel Marrero respondan esta simple pregunta: ¿Había en Cuba antes de 1959 revendedores clandestinos y escasez inaudita de medicamentos fundamentales?

Y que no repitan que muchos pobres antes no las podían comprar, porque si hace 66 años el índice de pobreza en Cuba era uno de los más bajos de Latinoamérica según el Banco Mundial (BM), hoy es el más alto de la región, si se excluye Haití, tal como afirma también el BM. Es el socialismo hambreador el que ha creado una red farmacéutica privada "fuera de la ley".

Como es lógico, esos abastecedores furtivos de medicinas, luego de cubrir las necesidades de familiares y amistades, venden el resto a precios a los cuales añaden un cargo extra por el riesgo que corren de ser castigados con multas exorbitantes o de ir a prisión. Basta también ya de que la mafia gobernante se burle de los cubanos y del mundo con la falacia de que el "bloqueo yanqui" es la causa del déficit de medicamentos. En el planeta hay otros 194 países con los cuales Cuba puede comerciar libremente, incluyendo seis de los mayores fabricantes mundiales de medicamentos y productos para elaborarlos: China, Alemania, Japón, Alemania, Irlanda y la India, países con los cuales el castrismo tiene excelentes relaciones.

No solo eso, la Ley Helms-Burton no solo permite esas ventas a la Isla, sino que autorizaría exportaciones de grandes volúmenes de medicamentos a Cuba si las farmacias fuesen privadas, como en todo país normal desde los tiempos del célebre rey babilonio Nabucodonosor.

Roberto Álvarez Quiñones
Texto y foto: Diario de Cuba.

lunes, 23 de septiembre de 2024

De la sociedad de consumo a la sociedad que nos consume

“Si el dólar no baja, cerraremos”, “si el dólar no baja, subiremos el precio de la mercancía”. Esas son algunas de las “amenazas” que repiten los “mipymeros” en una “campaña contra el dólar” en redes sociales que, sin dudas, lleva el sello manipulador del régimen, ese tufo de estafa, de burla que siempre caracteriza lo que se fragua por “allá arriba” cuando se busca entretener a los de “abajo” con distracciones tontas probablemente como el más socorrido método de control cuando se extinguen las lealtades políticas.

Tanta es la matraquilla, que se escucha a gente que, incluso aceptando que jamás han tocado un dólar y que ni sueñan con comprar en una mipyme se quejan del alto precio del billete verde, y hasta maldicen a revendedores que a fin de cuentas harían lo mismo que todos en Cuba, incluidos los dueños de mipymes y hasta el mismísimo “gobierno” (que no es lo mismo, pero es igual): revender cuanto les llega a las manos, desde la caja de cigarros y la leche en polvo “de la libreta”, la balita de gas y el turno en la cola, hasta el “donativo” que en la etiqueta dice “Solo para distribución gratuita”.

Pero los “revendedores-culpables” que el régimen —bajo el disfraz de mipymero— ha construido en su campaña son la encarnación de la perversidad. Una entelequia creada para contener en sí toda esa culpa acumulada que ya no es posible atribuir por completo al “enemigo” de enfrente, y que de otro modo caería donde corresponde, es decir, en los mismos que con la Tarea Ordenamiento, el “reordenamiento”, el “ordenamiento del ordenamiento”, la “corrección de distorsiones” han parido esos “monstruitos” al estilo GAESA y en cuyo egoísmo se han “inspirado” ministros y funcionarios, tanto los que están actualmente en funciones como los “defenestrados”, tanto los hijitos de papá y mamá que hoy debutan como “mipymeros” como los otros hijos de puta que mientras intentaban convencernos entre los años 60 y 90 de lo mala que son las “sociedades de consumo” en realidad giraban el timón hacia algo mucho peor que el más despiadado capitalismo: una sociedad que nos consume y cuyo gobierno además espera de nosotros obediencia, lealtad, colaboración y agradecimiento.

Solo estando en “sintonía” con ese pensamiento típico del régimen, que lo ha caracterizado desde siempre, es que se pueden emprender campañas donde no solo se crean fantasmas que no existen —revendedores ávidos de una moneda nacional que de poco sirve, gente que especula como por deporte o por “contrarrevolución”— solo para verter culpas donde no corresponde, desviando la atención de lo que en realidad nos está haciendo daño, es decir, la consolidación de una élite a partir de la transformación —del camuflaje— de esa misma élite que hoy está obligada a mutar, a venderse como “otra cosa”, si pretende conservar el poder y perpetuarse como tal.

Y para eso necesitan no solo vender (sobre todo hacia el exterior, hacia el “enemigo”) la idea de que son “otra cosa” desligada del “Gobierno”, que su necesidad de dólares, de muchos dólares, de todos los dólares que entran a la Isla, no es para importar el último modelo de Mercedes Benz o el Cybertruck de Tesla, que no es para pagarse una mesa en la zona VIP en el concierto de Bebeshito o para vacacionar en París, sino que lo usarán en beneficio de “todos y para el bien de todos”, porque han llegado para salvarnos de una crisis, para “cambiar las cosas” cuando en realidad son harina del mismo costal.

Sueltan cosas así -tan “cheas” como una campaña de la Unión de Jóvenes Comunistas “para inaugurar el verano”- con pretensiones de un “chantaje” que a fin de cuentas no tiene sentido, en tanto a esos mercadillos (físicos u online) que popularmente llamamos mipymes solo acuden unos pocos cubanos, unos cuantos extranjeros que no dependen de un salario estatal o una pensión, y además porque todos en Cuba sabemos cuál es la fauna y la flora “verdeolivo” que habitan ese “ecosistema” de los “nuevos actores” de la economía que, vistos desde afuera, parecieran haber aceptado compartir escenario con los “viejos” pero que en realidad son el mismo “personaje” aunque en una nueva “caracterización”.

Detrás de las mipymes cubanas sabemos que hay militares en activo y en retiro, las familias de estos, los directivos de empresas estatales que “no se sabe” por cual “milagro” hicieron fortuna (y aun así no son del interés de la Contraloría ni de la Fiscalía), el exdirigente tal, el otrora cuadro ejemplar del PCC, el amigote de esta o aquella “vaca sagrada” que pastara en Punto Cero o en las cercanías de la Plaza de la Revolución, el hipócrita que desde Miami grita “abajo el bloqueo”, pero que reza para que jamás termine porque de esa hipocresía depende la fortuna que le saca a los “envíos a Cuba”, a las licencias de la OFAC, a los acuerdos con la Western Union y a los pactos con FINCIMEX.

Ni el jubilado que madruga para intentar comprar el pan o que duerme en la cola de la farmacia, ni el trabajador que espera el día del cobro para sacar los mandados de la libreta son clientes de esas mipymes donde un kilo de azúcar cuesta 500 pesos y una libra de arroz supera los 200. De modo que el otro lado lastimero de la campaña, que se disfraza de “buena gente” prometiendo “precios al alcance de todos cuando el dólar baje”, se parece demasiado a esa vieja campaña en que descaradamente nos prometieron un socialismo “próspero y sostenible” para después, como burla, imponernos este adefesio que huele mal no por las lluvias torrenciales y la basura acumulada en las esquinas sino por el sistema en mal estado que le compramos hace décadas a esos “mipymeros” de ayer —que son los mismos de hoy— con nuestros miedos, oportunismos, mediocridades y silencios.

Ernesto Pérez Chang
Texto y foto: Cubanet, 1 de julio de 2024.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Tres tigres triplistas

Cuba pulió en la tarde del viernes la expresión más fina y mordaz de su desgracia cuando tres cubanos ocuparon el podio olímpico del triple salto masculino y ninguno representaba a su país. En una lluviosa jornada parisina, lo que frenó un tanto el alcance de los competidores, Jordan Díaz, con marca de 17.86 metros, obtuvo el oro para España; Pedro Pablo Pichardo, con 17.84, la plata para Portugal, y Andy Díaz, con 17.64, el bronce para Italia. Nunca antes en la historia del deporte había ocurrido algo similar. Quizá sea el punto más alto de la solidaridad castrista, una repartición proporcionada de las virtudes de la negritud antillana entre viejos enclaves de la Europa latina.

El atletismo no solo es una práctica por sí misma, sino aquella expresión de fondo que sostiene a las demás. Lo que otros deportes disfrazan con aditamentos, técnicas o reglas puntuales, el atletismo lo entrega de manera inmediata y al mismo tiempo elusiva por su brevedad, una belleza cinética desnuda, el hombre en relación directa con los elementos, el aire y la tierra, la velocidad y la resistencia, la distancia y el tiempo. Remite todavía a una edad prearistotélica, cuando el saber era total y cualquiera podía encargarse al unísono de la astronomía y la retórica, de la matemática y la filosofía.

Salvo el atletismo, los deportes son especificidades modernas con leyes intrincadas. La natación podría comparársele, pero el hombre es un animal terrestre, no tiene nada que hacer en el agua. La atávica extrañeza generada en las piscinas olímpicas por unos cuerpos cuyas espaldas se abren como aletas, y cuyo ritmo anfibio los descuelga por un rato del aburrimiento bípedo, nos devuelve a una edad no ya antigua, sino prehumana. No carece de belleza la natación, pero se trata de un camino evolutivo cerrado. A partir de ahí no cabría imaginar, ni mucho menos podrían darse, las múltiples ramificaciones de una olimpiada o una civilización, como sí ocurrió a través del atletismo.

La razón por la que creo que después de José Raúl Capablanca el más importante atleta cubano de la historia es Javier Sotomayor, más incluso que Mijaín López, es porque Sotomayor es el ser humano que más alto ha llegado nunca por sus propios pies. Eso es ser un poeta. Eso es ser Horacio o Rilke y pararse sin máscaras frente a la verdad del mundo, mientras que ser Mijaín López, cinco veces consecutivas campeón olímpico de la división de 130 kilogramos de la lucha grecorromana, aun cuando la lucha grecorromana sea también la actividad clásica de un cuerpo contra otro, ya implica una excesiva particularidad, un catálogo de delimitaciones que funciona como escudo. Hablo, por supuesto, dentro de las escalas del genio.

El atletismo es la alabanza del ritmo y el ritmo, en palabras de Leopold Senghor, es «la arquitectura del ser, la expresión pura de la fuerza vital». Las melodías son todas más o menos similares. El ritmo, en cambio, es lo único que puede distinguirte, y cada especialidad del atletismo exige la comprensión de un compás propio sobre el que luego cada atleta va a encontrar las notas para su improvisación acústica. Ya en ese escenario, el triple salto habría que tomarlo como una desviación; alguien preguntaba por otra cosa y de repente llegó ahí y se dio cuenta de que se trataba de un hallazgo divertido que valía la pena perfeccionar. Nunca se encuentra lo que se está buscando, nadie que trajo algo de vuelta sabía en realidad con lo que cargaba. La comprensión del objeto nos alcanza después, cuando se le asigna una función.

La triplista española Ana Peleteiro, cuyo entrenador es la leyenda cubana de salto largo Iván Pedroso, dijo hace algunos años en una entrevista: «Me gustaría ir a África, conocer mis orígenes, pero no busco a mi familia biológica. Cuando tenga hijos, quiero poder explicárselos. Siempre supe que era adoptada, pero mis padres no tenían más información y no podían contarme más». El triple salto también puede leerse como una disciplina adoptada, cuyos orígenes están ahí, pero son distantes; algo que se ansía explicar, pero no se sabe cómo; algo de lo que podrían darnos información, pero no mucha. Una técnica tan aparentemente inservible como excepcional, que traza una figura de tres pasos donde cada segmento borra la forma del anterior hasta ejecutar la ceremonia fatal de la caída.

Si quitas el estadio, la afición y la competencia misma, lo que te queda es un baile. El atleta generalmente pide palmas antes de la ejecución, mientras repasa el método aprendido y recuerda lo que va a suceder. Se echa un poco hacia atrás, como si un viento leve lo empujara con la punta de su dedo, y solo entonces emprende una carrera vertiginosa de trece o catorce pasos enfilada ya hacia la curva del descenso. Ahí viene el brinco, el paso y el salto (hop, step and jump), pero no se trata de tres movimientos vulgares, la sucesión monótona del mismo golpe seco.

La secuencia en el aire contiene el patrón, es decir, lo que convierte al triple salto en música. Si el pie del último paso antes del brinco es el izquierdo, el pie con el que se cae es también el izquierdo, hay un paso en el aire, algo que tiene que llegar y no llega, un toque en el vacío. Un orden hueco sería: «izquierda, derecha, izquierda, caída». Parece la marcha de una banda municipal. El orden del triple salto es: «izquierda, izquierda, derecha, caída», y entre izquierda e izquierda, una pausa. Esa posposición genera una clave; el espectador quiere captar el trance y no puede. Los brazos son remos, el cuerpo es ahora ligero y el aire es viscoso, y cada centímetro ganado depende de una sucesión de fórmulas que expresan, por ejemplo, los ángulos de despegue en cada intervalo o cuántas veces soportan las rodillas el peso del cuerpo en los apoyos intermedios.

En la competencia olímpica de París, había una enemistad declarada entre Jordan Díaz y Pedro Pablo Pichardo. Ambos vienen de la escuela cubana de la disciplina, hoy la más prestigiosa del mundo. Allí se prioriza la potencia, y la técnica, que resulta exquisita, se pule con métodos propios a base de quíntuples, dos saltos más de los que la práctica requiere. Su tradición es la soviética, donde se trabajaba la fuerza y el salto elevado, pero es posible que, unida a esa base melódica, haya una razón cultural, la disposición de un sabor que le habría permitido a Cuba desde hace por lo menos 30 años colocar en la élite del triple salto a más atletas que ninguna otra nación, y a veces, en algunas instancias, casi más atletas que todos los demás países juntos. De los ocho finalistas de París, cuatro eran cubanos, dos de ellos verdaderamente excepcionales.

Pichardo no tiene fisuras en ninguna de las fases del ejercicio. Es veloz y estable, ataca fuerte la tabla con su pierna hábil y la distribución de sus tres saltos es pareja. Esto no siempre es así. La venezolana Yulimar Rojas, recordista del mundo del triple femenino, tiene un paso recortado que ni siquiera pudo mejorar bajo la supervisión de Iván Pedroso, pero su salto es único, como si dentro de ese mismo salto hubiese otro. Jordan, a quien también entrena Pedroso (debemos entender que en tales menesteres Pedroso es como una suerte de sacerdote o consejero mayor), cede un tanto en la carrera de impulso, con más amplitud y menos frecuencia, pero lo compensa con un físico envidiable y un brinco superior.

Los tres atletas cubanos, Jordan Díaz, Pedro Pablo Pichardo y Andy Díaz, huyeron de la misma plantación, pero yo prefiero a Pichardo, que es menos espigado y más compacto, y parece rasgar el aire y escurrirse en él. Lo hace con potencia y determinación. También su rostro es jíbaro: el cráneo alargado, los rasgos puntiagudos y en la mirada fija un charco de enojo en el que ahora, derrotado, va a zambullir su frustración. Después de todo, es probable que elija a Pichardo porque su figura fue sacada del molde del ndoki o del chicherekú.

Carlos Manuel Álvarez
Texto y fotomontaje: El Estornudo, 10 de agosto de 2024.

lunes, 9 de septiembre de 2024

Yasmani Acosta, el rostro de Cuba

Desde ayer he visto una suerte de desamparo en la mirada de Yasmani Acosta que traduce la relación con mi país. Ganó todos sus combates de modo muy inteligente, siguiendo al pie de la letra una estrategia trazada a la medida de sus limitaciones y posibilidades como luchador ya de 36 años y, según me cuentan mis amigos expertos, escaso combustible, que suele cansarse más o menos pronto. Arrancaba deliberadamente lento, le marcaban pasividad, aguantaba con maestría en defensa, tomaba iniciativa en la segunda mitad, obtenía un punto y pasaba de ronda por la regla del empate y la última anotación. Era un atleta que caminaba con lo mínimo por una cornisa, a punto de resbalar todo el tiempo, casi como si no quisiera llamar la atención y ganar así una medalla gracias a la distracción de los demás.

No lo estoy menospreciando, por supuesto, es un gran competidor, y escribo estremecido por la orfandad que ha parecido acompañarlo en París. Nunca lo vi eufórico ni desmañado, más bien discretamente retribuido por encontrarse allí. Cuando alcanzó la final, se mantuvo muy sereno. En la transmisión de NBC, por la que sigo las olimpiadas, los relatores gringos leyeron constantemente la historia de Yasmani Acosta desde la narrativa de Netflix.

Acosta tuvo que irse de Cuba para evitar el obstáculo infranqueable de Mijaín López y convertirse en algo más que el sparring del luchador más grande de todos los tiempos. Esa es solo la versión realista del asunto. Acosta llegó a una final olímpica porque tuvo, durante años, la oportunidad de entrenarse con el luchador más grande de todos los tiempos y aprender de él y ser él también. De hecho, durante su trayecto en la olimpiada, Acosta estuvo recibiendo antes de cada pelea los consejos de Mijaín. No es la historia de dos contrarios, es una historia del desprendimiento del uno en el otro, del desgajamiento de un cuerpo común.

En la discusión del oro, Mijaín no se enfrentó a un rival, se enfrentó con su propia enseñanza. La final no fue una pelea y no tuvo emoción. Más bien se acordó que Mijaín no humillara a Acosta ni lo venciera por superioridad. Ambos son amigos, compañeros, y hay detrás de todo ello, para mí, un dolor muy enquistado, no hay verdadera alegría, no hay esperanza. Mijaín clausura una grandeza histórica que incluso a él lo excede. Cuando colocó sus zapatillas en el logo olímpico del colchón, no solo patentizaba su retiro. Para mí, firmó la despedida del movimiento deportivo cubano tal como lo conocimos una vez y por el que tantos aficionados, desde nuestra primera edad, nos dejamos la garganta, las lágrimas y accedimos al éxtasis y la devoción. Lo extendió tanto como pudo. No queda nada más que rescoldos y él es una brasa, la más extraordinaria, un último fulgor.

Veo todo lo que hay alrededor, gente abotargada, un pueblo roto y envilecido diciéndole, así como si nada, 'chivato' y 'esbirro' a Mijaín, un régimen usurero que siempre lo instrumentalizó, tapando con su grandeza el desastre mayúsculo que acaecía alrededor, un chico, Acosta, que ayer, después de tanto tiempo sin poder volver a la isla, después de escaparse hace nueve años de un hotel en Chile a las dos de la madrugada y deambular por Santiago en ascuas, sin pasaporte ni pertenencias personales porque la Seguridad del Estado de la delegación cubana en los Panamericanos retenía los documentos de cada atleta, pensando que vendrían helicópteros por él y que lo devolverían a La Habana y lo enterrarían para siempre en Agramonte, su pueblo de Matanzas.

Después de todo eso, Acosta supo que nadie en su país, salvo su familia, quería que venciera, que iba a escuchar el himno de su país en un podio olímpico y que ese himno no iba a sonar por él, y sabía, además, que era justo que sonara por otro, que él, de muchas maneras, había sido acarreado hasta allí por el campeón más grande y que el campeón más grande merecía llegar adonde más nadie, de ninguna disciplina, ha llegado nunca en 128 años de juegos olímpicos modernos.

Cómo, desde aquí, desde New York, lejos de Cárdenas, el pueblo matancero de la zona cubana en la que Lydia Cabrera creía se encontraban los dioses africanos más cerca de los hombres, accesibles y a plena luz, no va a representarme Acosta, y cómo no voy a reconocerme en ese círculo de plata o en su extravío. Quien ha visto deportes durante toda su vida desarrolla con el tiempo una suerte de extraña compasión, como si descubriéramos por fin de qué trata la competencia. La victoria es escasísima y en el fondo de ella hay algo tal vez no mezquino, pero sí muy poco elegante.

Al entender esto, cada vez que ha ganado alguien que yo quería que ganara, he mirado al inminente perdedor y he querido que ganase él. Es raro, solo lo he querido por ese instante, el instante del fin. He querido que le entreguen algo que ya no va a obtener y ese destello, esa breve constatación de la incompletitud, es lo que yo creo que es la tristeza.

En el reverso de la felicitación a Mijaín, que también la extiendo, y también lo canto y lo celebro, hoy Yasmani Acosta es Cuba para mí. Un hombre cuya vida puede acoger la derrota de los demás, y la derrota tuya en particular; es un hombre que uno tiene el deber de padecer.

Carlos Manuel Álvarez
Texto y foto: El Estornudo, 7 de agosto de 2024.

lunes, 2 de septiembre de 2024

París 2024, el peor desempeño del deporte cubano

En la tarde del viernes 26 de julio, mientras Celine Dion interpretaba el Himno al amor, de la inigualable Edith Piaf, que dejaban inaugurados los XXXIII Juegos Olímpicos en París, Giraldo, 37 años, residente en Imías, uno de los diez municipios de la provincia de Guantánamo, a 1,200 kilómetros al este de La Habana, preparaba una caldosa en un descampado contiguo a su ruinoso bohío de tablas carcomidas y techo de hojalatas.

Un apagón le impidió a Giraldo ver el desfile por el río Sena de las delegaciones participantes. Sus dos hijos, de 11 y 14 años, estaban pescando en el río. Yesenia, la esposa, con un cuchillo sin cabo pelaba una yuca, dos plátanos burros verdes y un boniato. “Si los muchachos pescan algo, acompañamos la caldosa con pescado. Si no, acompañamos las viandas hervidas con un pedazo de pan y refresco instantáneo. Cuando hay apagón, el deporte y las novelas las escuchamos por radio”, dice Giraldo y muestra un aparato que se puede recargar al sol o funciona girando con fuerza una manivela negra.

Ese radio, un viejo televisor de tubos catódicos, una olla arrocera y un refrigerador son los bienes más valiosos de la familia. “El televisor me lo dieron como premio en una zafra azucarera. La arrocera y el refrigerador lo compramos a plazos en 2006, durante la 'revolución energética' de Fidel. En el campo la vida siempre ha sido muy dura. La gente emigra pa’La Habana e incluso pa’Haiti, a unos 80 kilómetros de aquí”, dice Giraldo.

Y cuenta que él y su familia siempre fueron pobres. “Pero nunca nos faltaba carne de cerdo, viandas y frutas. Ahora parece que la maldición de Díaz-Canel ha contagiado al país. Las vacas, debido al hambre, no dan ni leche. Y la tierra por falta de abonos y regadíos apenas produce. Trabajé en una cooperativa de créditos y servicios, pero me pagaban 4 mil pesos mensuales que no me alcanzaban. Por eso estoy de jornalero en fincas particulares”.

Jugar dominó, beber ron peleón y ver deportes son las aficiones de Giraldo. “Mi pasión es la pelota, el boxeo y el baloncesto. Guantánamo es cuna de muy buenos boxeadores como Félix Savón, tricampeón olímpico y seis veces titular del mundo (detenido en 2018, acusado de violar a un menor de edad) y Yuriorkis Gamboa, actualmente residiendo en Estados Unidos”, señala Giraldo.

A 550 kilómetros de Imías, en el municipio Ciro Redondo, provincia Ciego de Ávila, Alfredo, 29 años, lanzó improperios contra Díaz-Canel cuando cortaron la electricidad en medio de la transmisión del encuentro de baloncesto entre el Dream Team USA y Serbia. “Es una mariconá tras otra. Hasta cuándo los cubanos vamos a soportar a esta pila de singaos”, comenta irritado.

Como los apagones suelen durar entre seis y ocho horas, Alfredo se sentó en el portal de su casa e intentó conversar por WhatsApp con un primo que vive en Hialeah. Pero la baja cobertura se lo impidió. “Después que se va la luz, se pierde la señal y no te puedes conectar por datos a internet. La batería de las antenas que propagan la señal pierde la carga. La única opción recreativa que tenemos en los pueblos del interior es hacer planes para emigrar o salir a robar cosechas o matar vacas, vender la carne y ganar un poco de dinero”.

Ver competiciones deportivas de primer nivel le permite a muchos cubanos, hombres y mujeres, escapar de la precariedad de la vida en Cuba debido a la pésima gestión por parte del régimen de los servicios básicos y la falta de alimentos que los condena a comer una vez al día.

El avileño Alfredo es un furibundo hincha del Real Madrid. Del 'Paquete', un compendio audiovisual que clandestinamente circula por todo el país, copia también juegos de la MLB, NBA y NFL. “Me gustan casi todos los deportes. Si no hay apagón, puedo estar sentado frente al televisor doce o trece horas. No me pierdo los juegos del Real Madrid, el mejor club de fútbol de la historia. A veces, varios amigos nos vamos a un bar o una paladar y vemos los partidos en una gran pantalla. El fútbol te permite olvidar que no tienes comida ni dinero en la cartera. Ya no veo la pelota cubana, por su baja calidad. En los campeonatos mundiales y las olimpíadas, rezo para que pierdan los que compiten por Cuba. No tengo nada contra los deportistas cubanos, excepto Mijaín López y Julio César La Cruz que son dos chivatones. Mijain es un abusador. En los Juegos Panamericanos de Chile le dio una galleta a un muchacho por gritar Patria y Vida. Excelente deportista, pero muy mala persona”.

Un segmento amplio de cubanos coincide con Alfredo. Quieren que sus compatriotas pierdan o tengan malos resultados porque consideran que es una forma de desprestigiar a la dictadura. Igual que en el resto de los antiguos países comunistas en Europa del Este, el deporte en Cuba es utilizado por el régimen verde olivo como propaganda, para intentar demostrar la supuesta superioridad del modelo marxista frente al ‘capitalismo salvaje’ de Estados Unidos y Europa occidental.

Para el castrismo, los escenarios olímpicos eran un frente de batalla. Ubicarse entre las diez primeras naciones del mundo, un recibimiento popular a los deportistas que ganaban medallas de oro y un encuentro con el 'comandante en jefe' en el Palacio de la Revolución, servía para que Fidel Castro alardeara de que Cuba, por su per cápita de habitantes, tenía mayor nivel que Estados Unidos, Canadá o Alemania.

Mientras el régimen recibió millonarios subsidios del Kremlin, financió al deporte en la Isla. Los equipos de béisbol de la Serie Nacional se conformaban en las sedes provinciales del partido comunista. Cuando las selecciones se alistaban para competir en juegos centroamericanos, panamericanos, olímpicos, campeonatos mundiales o clásicos de béisbol, Castro llegaba en su Mercedes Benz blindado a seguir cada detalle de la preparación y a dar orientaciones a los entrenadores sobre qué estrategia seguir.

El deporte era una vitrina sagrada como la salud pública y la educación. Se crearon escuelas deportivas donde las futuras estrellas ingresaban a partir de los 12 años. Cuando un deportista cubano ganaba una medalla en un evento importante, era una muletilla decir ante las cámaras de televisión que “la victoria se la dedicaba al comandante” o que “gracias a la revolución era un deportista de éxito”.

Durante años, el Estado se apropió de los premios en metálico entregados a los deportistas. La narrativa oficial decía que ese dinero serviría para sufragar gastos en la salud y reparar campos deportivos. Con la caída del Muro del Berlín, en noviembre de 1989, comenzaron las fugas de atletas de calibre. Los primeros en saltar la cerca fueron los peloteros. Luego se sumaron deportistas de otras disciplinas. Del manicomio ideológico lo mismo huía una joven promesa que una consagrada como la discobola Yaima Pérez o el campeón olímpico en kayak Fernando Dayán Jorge.

Los primeros Juegos Olímpicos después de la llegada al poder de Fidel Castro y sus barbudos, se celebraron en 1960 en Roma, asistieron 12 deportistas cubanos y no obtuvieron ninguna medalla. A Tokio 1964 viajaron 27 atletas y solo Enrique Figuerola, obtuvo una medalla, de plata. En México 1968, Cuba obtendría 4 medallas de plata. En Münich 1972, Cuba ocupó el puesto 14 y a partir de esa olimpiada, siempre estuvo entre los primeros veinte países . En Montreal 1976 se situó en el octavo puesto, con 13 medallas, y de las 6 de oro, dos se las colgó Alberto Juantorena. Cuba no asistió a Los Angeles 1984, porque se sumó a la Unión Soviética y el bloque socialista europeo, que decidieron no asistir por el boicot que Estados Unidos hizo a las olimpiadas comunistas celebradas en Moscú 1980, donde la isla obtuvo el cuarto puesto, detrás de la URSS, la RDA y Bulgaria. Tampoco Cuba participó en Seúl 1988, pues junto con Nicaragua y Etiopía se solidarizó con el dictador de Corea del Norte.

Pero la mejor actuación de Cuba fue en Barcelona 1992: los 176 deportistas participantes consiguieron el quinto lugar, con 14 medallas de oro, 6 de plata y 11 de bronce, 31 en total. En Atlanta 1996 (25), Sidney 2000 (29), Atenas 2004 (27) y Beijing 2008, que a pesar de las 30 preseas obtenidas, marcó el inicio del retroceso, que no se notó porque los deportes de combate (boxeo, judo y lucha) maquillaban el desastre.

En Londres 2012, doce atletas cubanos subieron al podio; once lo hicieron en Rio de Janeiro (2016) y quince en Tokio 2020. Lo ocurrido en París 2024 ha sido la debacle. Cuba ocupó el lugar 32 con solo dos medallas de oro, una de plata y seis de bronce, 9 en total. La peor actuación en décadas. Con la particularidad, de que los 21 atletas cubanos que compitieron por las banderas de los países donde residen, conquistaron 9 medallas, la misma cantidad que obtuvieron los 61 deportistas de la delegación oficial de Cuba.

Duele saber que muchas de las viejas glorias deportivas viven hoy en la indigencia. Varios atletas olímpicos han tenido que vender sus medallas para sobrevivir en las duras condiciones del socialismo implantado por Fidel Castro en abril de 1961. Los ex voleibolistas Abel Sarmiento y Mercedes Pomares murieron pobres y en el olvido. Cada año emigran decenas de deportistas de alto rendimiento.

En los recién finalizados Juegos Olímpicos, tres cubanos que en triple salto compitieron por España, Portugal e Italia ganaron oro, plata y bronce. Lázaro Martínez, quien compitió por Cuba, obtuvo el octavo lugar. Una muestra de la realidad: de la Isla se han ido -y seguirán yéndose- los mejores talentos, entrenadores incluidos, en todos los deportes. Lo que queda es el fondo del saco. De no producirse un cambio en el país en los próximos cuatro años, la actuación de los deportistas de Cuba en Los Angeles 2028 pudiera ser aún peor que la de París 2024.

Iván García
Foto tomada de El Toque.

lunes, 26 de agosto de 2024

El castrismo gramscista

El castrismo hoy no es marxista, es gramscista, una corriente político-ideológica en pos de un mismo objetivo antidemocrático, pero por vías diferentes. El régimen cubano es un protagonista destacado de ese movimiento geopolítico y social global que en Occidente se mueve contra Occidente, y en particular contra Estados Unidos.

No importa si la cúpula castrista y buena parte de la izquierda radical se niega a aceptar que el marxismo murió y está sepultado en las murallas del Kremlin, y que no sepan que ahora son seguidores de Antonio Gramsci (1891-1937), el más destacado teórico comunista para implantar el socialismo sin revolución ni violencia alguna.

Además, en el caso de Estados Unidos, para socavar la democracia liberal, esa corriente se beneficia indirectamente de millonarias donaciones desde el Medio Oriente. Qatar regaló 4.700 millones de dólares a decenas de instituciones académicas de Estados Unidos entre 2001 y 2021, según el Institute for the Study of Global Antisemitism and Policy (ISGAP) en 2022.

A cambio de esas donaciones "altruistas" en las universidades de Estados Unidos crece académicamente "una erosión de los valores democráticos" y una "retórica antisemita o antiisraelí", afirma textualmente el estudio del ISGAP. Eso favorece al gramscismo y a la subversiva inteligencia castrista en Estados Unidos.

¿Qué es exactamente el gramscismo? Gramsci, fundador del Partido Comunista de Italia (el más fuerte de Europa Occidental), fue un intelectual y dirigente político más astuto que Marx y Lenin juntos. Para Gramsci no era necesaria una revolución violenta, como postulaba Marx, e hizo Lenin, para implantar el socialismo, sino socavar la "hegemonía cultural" burguesa hasta acabar con ella y sustituirla. Por eso se distanció de Marx, Lenin, y de Stalin, que al morir Gramsci en 1937 (de hemorragia cerebral) estaba ejecutando o matando de hambre a millones de soviéticos.

El líder comunista italiano consideraba que el sector dominante de la sociedad puede ejercer su poder porque impone su filosofía, sus costumbres, el sentido común, que facilitan la identificación inconsciente del pueblo con la clase dominante. A partir de esa conclusión, Gramsci elaboró su estrategia para desplazar incruentamente del poder a la "burguesía", y que consta de tres pilares: 1) dominar los medios de comunicación y culturales; 2) dominar la enseñanza sobre todo en las universidades; y 3) acabar con la influencia religiosa en la población.

Ah, como habrán advertido, el gramscismo lo mismo puede servir para implantar un régimen comunista, que fascista o teocrático. Marx sostenía que los comunistas solo pueden llegar al poder "derrocando por la violencia todo el orden social existente", como proclama el Manifiesto comunista (1848). Y en El Capital luego sentenció: "La violencia es la partera de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva".

Según Gramsci eso fue un grave error de Marx, pues para llevar las clases dominadas al poder político solo hay que usar las mismas armas de la burguesía, pero al revés, penetrando las bases de la hegemonía capitalista hasta controlarla por completo. En el caso de Cuba, se da la paradoja de que el castrismo es hoy protagonista del empuje gramscista continental, luego de estar atacando furiosamente a Gramsci durante varias décadas.

También los Castro arremetieron indignados contra el "eurocomunismo", un movimiento político-ideológico lanzado por el Partido Comunista italiano en los años 70 que rechazaba el modelo comunista soviético y propugnaba una mayor proximidad hacia la clase media burguesa y la aceptación del modelo parlamentario pluripartidista, al que Marx llamaba "parlamentarismo idiota" y Fidel Castro "pluriporquería".

A aquel movimiento europeo "revisionista" (según el léxico soviético) se unieron los partidos comunistas de Francia y de España, que llegaron a declarar que luchaban a la vez contra la OTAN y contra el Pacto de Varsovia. Lo cierto es que hoy la dictadura castrista ya no dedica a su ejército de agentes de inteligencia, cubanos, y extranjeros pagados o voluntarios, a "crear dos, tres, muchos Vietnam" e incendiarlo todo, sino a minar el poder burgués desde dentro y acabar con su "hegemonía cultural".

Se infiltran en partidos políticos, gobiernos, sindicatos, instituciones sociales y académicas, organismos internacionales, y hasta en el mismísimo Pentágono y el Departamento de Estado de Estados Unidos, como la puertorriqueña Ana Belén Rocha y el boliviano Víctor Manuel Rocha. Esta ingeniería castrista de subversión antidemocrática opera con soltura en América, y casi todo Occidente.

Muy atrás quedó la "lucha armada como única vía para lograr la liberación nacional de los pueblos y derrotar al imperialismo", y la intervención militar de Cuba en 16 países de Latinoamérica y seis de Africa y Medio Oriente. Entonces el castrismo era marxista. Eso es ya historia antigua. La "conversión" de Fidel Castro al gramscismo se produjo al desintegrarse la Unión Soviética y fallecer el "paganini" Volodia que mantenía a flote la improductiva economía cubana.

Se acabó la plata (soviética) y el Proxeneta en Jefe aceptó enseguida las reglas del juego de la "pluriporquería". Se abrazó a Hugo Chávez, o más bien a su millonaria chequera, y el fanático venezolano comenzó a mantener a Cuba. Ambos sacaron de la manga el "Socialismo del Siglo XXI", gramscista al cien por ciento, como lo son el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla.

Y hago aquí un paréntesis clave. Estoy convencido de que Fidel Castro nunca fue un marxista de verdad, por conciencia, como los antiguos militantes del Partido Socialista Popular, digamos. En su egolatría megalómana no creyó en otra ideología que no fuera la suya propia, utilitaria. Para obtener poder, fama, y vivir a costa de otros. Fue lo que hizo toda su vida. Fidel jamás creyó en nadie (ni en su madre) ni en nada que no brotase de su propio ego.

Gramsci tuvo un gran despiste cuando puso en el mismo plano a una sociedad libre y democrática con una tiranía totalitaria al concebir su tesis comunista "infalible" y establecer que el poder de las clases dominantes no se basa en la fuerza militar y represiva, sino en la "hegemonía cultural" ejercida por medio de la educación, los medios y las instituciones religiosas. Falso. Si el totalitarismo en Cuba ha durado 65 años ha sido por su monstruosa maquinaria de terror represivo. Y sin la KGB, la Stasi en Alemania Oriental, la Securitate en Rumanía, y las fuerzas represivas en los 35 países comunistas del siglo XX, el comunismo europeo no habría durado mucho tiempo. Y tampoco existiría en Asia.

En la Rusia bolchevique, para mantener el poder comunista Lenin asesinó o mató de hambre a varios millones de personas. Y Stalin a unos 20 millones. Otros millones de soviéticos sufrieron los horrores del Gulag, incluyendo tres mariscales, 13 generales de cuatro estrellas, 50 generales de tres estrellas, 154 generales de dos estrellas, y ocho almirantes. Son datos de varios historiadores y de la Enciclopedia Británica. En China se calcula que Mao Tse Tung mató o provocó la muerte de 65 millones de personas.

El "lavado de cerebro"” con la propaganda político-ideológica funcionó en Cuba para una parte de la población mientras Moscú pagaba los gastos. Se acabó el dinero y la farsa de la "revolución cubana" saltó en pedazos, llevándose por delante al marxismo-leninismo, al argentino Che Guevara y a Masantini el torero. Desapareció el supuesto pacto social comunista según el cual el Estado esclaviza al pueblo y a cambio le da escuela, salud pública, y un poco de alimentos.

Hoy en Cuba ya nadie aguanta eso de "los trabajadores en el poder", ni que "el futuro pertenece por entero al socialismo". No se tragan ya esa bazofia ni quienes en décadas anteriores sufrieron daño antropológico por la propaganda. Para resumir, la democracia, las libertades, derechos humanos y beneficios sociales y económicos logrados en Occidente en 200 años están en serio peligro. La humanidad sufrirá un retroceso multifacético si la izquierda gramscista sigue erosionando las bases del mundo moderno.

Y, finalmente, viene lo peor de todo esto. El gramscismo es cómplice de la alianza imperialista chino-ruso-iraní-norcoreana que pretende establecer un "nuevo orden mundial" de tintes medievales en pleno siglo XXI. Dicho lo anterior, la Administración Biden debe de sancionar y no hacerle más concesiones a la implacable dictadura castrista. Como muchos cubanos me pregunto: ¿por qué sin pedir nada a cambio?

Roberto Álvarez Quiñones
Texto y foto de Antonio Gramsci: Diario de Cuba, 5 de junio de 2024.

lunes, 19 de agosto de 2024

Cuba se acerca a una catástrofe social sin precedentes


Cuba se aproxima aceleradamente hacia un punto de inflexión en el que cualquier evento podría ocurrir, incluyendo una gran catástrofe social de magnitudes sin precedentes, ante la cual los linchamientos y saqueos del fin del machadato podrían parecernos meras riñas infantiles.

No estamos exagerando. El primero de enero de 2021, ambos firmantes publicamos y alertamos a esa dirigencia gubernamental, en lo que llamamos Conclusiones de un balance sobre Cuba al cierre del 2020, de que, si no se hacían en lo inmediato cambios radicales, el descontento “podría explotar multitudinariamente con graves consecuencias irreparables”. Y sin embargo, en vez de seguir esos consejos, empeoraron más la situación con medidas que agudizaban el estado ya de por sí muy lamentable del pueblo.

Luego, las manifestaciones del 11 de julio de ese mismo año, con miles y quizás decenas de miles de personas –si sumamos a todos los participantes de las diversas ciudades del país–, fueron pacíficas. La violencia la iniciaron luego las fuerzas represivas.

Pero ahora tenemos suficientes razones para temer que esta vez la protesta no solo no va a ser pacífica sino, muy probablemente, catastrófica. Es ya demasiado el sufrimiento y el resentimiento de la población para creer que nuevas reformas tan ineficientes como las que ya se han implementado van a resolver los graves problemas del país. Reforma, como la propia palabra indica, significa solo cambio de forma y no de la esencia de esos problemas.

El argumento de esa dirigencia para negar los cambios radicales es que significarían el fin de la “revolución”. La respuesta que hay que darles, de una vez por todas, es que esa revolución ya no existe desde hace más de cincuenta años, si es que vamos a utilizar el término tal y como lo define la Real Academia Española –“cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”–, porque en 1968, cuando finalmente terminaron expropiando al propio pueblo en la llamada ofensiva revolucionaria, confiscando a todos los pequeños propietarios, incluyendo a los más humildes trabajadores independientes como limpiabotas y vendedores de hamburguesas, no hubo ya, desde entonces, ningún otro cambio profundo.

¿Qué ha habido entonces en Cuba desde hace más de cincuenta años? El sistema político y socioeconómico que fue producto de aquella revolución, una dictadura totalitaria que llevó a prisión o pasó por las armas a antiguos compañeros de lucha que intentaron impedir aquella traición de incumplir las metas democratizadoras que ellos mismos habían prometido –restauración de la constitución y realizar elecciones libres– para imponer por la fuerza un régimen que hizo realidad los temores más sombríos que casi un siglo antes había albergado José Martí en carta a Máximo Gómez, sobre un posible caudillo que, “al frente de un pueblo entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la victoria”, convertiría a la República en un campamento de ordeno y mando.

Hablemos con propiedad: ya no hay un solo revolucionario en las filas del Partido Comunista o del Estado. Los verdaderos revolucionarios están manifestándose en las calles, o en las cárceles, como Luis Manuel Otero Alcántara, José Daniel Ferrer y Maykel Castillo Osorbo, quienes, como otros cientos de prisioneros, solo expresaron pacíficamente sus anhelos de una Cuba mejor, derecho consagrado por la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Sin embargo, fueron condenados a penas de cárcel superiores a los que recibieron los asaltantes del cuartel Moncada, que portaban armas de fuego y dejaron numerosos muertos. Y aun así, fueron amnistiados dos años después.

Ese sistema económico-social, que a pesar de todo siguen llamando “revolución”, ha sido el responsable de la destrucción de todo el país. Porque esa dirigencia, como Frankenstein, creó a un monstruo que luego no pudo ser capaz de controlar, una burocracia corrupta e ineficiente de miles de funcionarios elegidos no por capacidad sino por confiabilidad política, sin verdadero interés en la productividad, un modelo, por tanto, que solo genera una crisis permanente.

Esa crisis únicamente se alivia cuando existe un aliado externo capaz de subsidiarlo, y cuando ese aliado falta, es cuando realmente ese sistema se presenta tal y como es. Es en esos casos cuando acuden al recurso de los éxodos masivos para aliviar las tensiones sociales internas, un recurso que solo les sirve para ganar tiempo mientras se busca ese nuevo aliado capaz de suministrar los recursos que el país requiere para mantenerse en pie. Y eso es, justamente, lo que están buscando desesperadamente desde el quiebre de la economía venezolana.

Pero ese aliado no acaba de aparecer y, si no aparece, el sistema colapsará definitivamente. Por lo general, la magnitud de estos éxodos es directamente proporcional a la magnitud de la crisis, y este último éxodo ha sido el más grande de todos los tiempos, lo cual indica que están afrontando la crisis más profunda de toda su historia y las tensiones aliviadas por ese gran éxodo tienden a reproducirse en muy corto plazo, mientras que la situación internacional no permitiría, en tan poco tiempo, otro éxodo como el anterior.

Hemos llegado, pues, a un punto definitivo y decisivo donde las alternativas se presentan muy claramente: o esa dirigencia realiza en lo inmediato un cambio profundo, o las multitudes desesperadas barrerán con esa dirigencia de la peor manera.

Pero si ese liderato sigue haciendo oídos sordos a los reclamos que consecutivamente se le ha hecho de realizar esos cambios, si no tiene el interés ni el valor de enfrentar los graves conflictos del país de manera radical, no queda otra alternativa que apelar a los sectores más serenos y ecuánimes de ese pueblo para que se erijan como guías de esas muchedumbres.

Convocamos, por tanto, a la disidencia, a una unidad de todas esas alianzas que han venido realizándose en los últimos años, así como exhortamos al concurso de muchos intelectuales honestos y sensatos para que ejerzan su influencia.

Todos juntos constituirían una fuerza moral con suficiente poder de convocatoria para desplazar pacífica y armoniosamente a esa dirigencia fallida para evitar la tragedia, y conducir a ese pueblo, para el bien de todos, incluyendo la integridad física de esos mismos actuales dirigentes, sin venganzas ni revanchismos, hacia un proceso profundo de transformaciones sociales.

Cuba se levantará de sus cenizas, y será, para el mundo, un paradigma de libertad, paz y prosperidad.

Ariel Hidalgo y Elizardo Sánchez Santacruz
14ymedio, 10 de julio de 2024.

Leer también: El Hambre Nuevo.

lunes, 12 de agosto de 2024

Los primeros cacerolazos en Cuba

Actualmente, cuando se han hecho frecuentes los episodios de cubanos que en todo el país suenan los calderos en protesta contra los apagones y la escasez de alimentos, es oportuno recordar que los primeros cacerolazos que tuvo que enfrentar el régimen castrista ocurrieron hace 62 años, en junio de 1962, en Cárdenas y El Cano.

El 19 de junio de 1962, en Cárdenas, ciudad de la costa norte de Matanzas, a 150 kilómetros al este de La Habana, ocurrió el primer cacerolazo. Ese día varias decenas de cardenenses, principalmente mujeres, salieron a las calles a protestar por la escasez de alimentos, golpeando los calderos y profiriendo gritos en contra de la cartilla de racionamiento que había sido impuesta tres meses antes, el 12 de marzo de 1962.

Según alegó Fidel Castro, el racionamiento, que era consecuencia de “la guerra económica contra Cuba del imperialismo yanqui y la contrarrevolución”, era para distribuir con equidad los alimentos e impedir el acaparamiento y la especulación, y duraría “el tiempo que la situación del país lo requiriese”.

No bastándole los policías y milicianos para aplacar la atronadora protesta, el comandante Jorge Serguera, que era por entonces el jefe militar de la provincia Matanzas, ordenó sacar tanques de guerra a las calles de Cárdenas para intimidar a los manifestantes. Aquel desmesurado espectáculo represivo hizo que Serguera fuera sustituido y enviado como embajador a la recién independizada Argelia.

El presidente Osvaldo Dorticós, en un áspero discurso, culpó al “bloqueo” norteamericano de la escasez y calificó las protestas de Cárdenas como “una miserable provocación contrarrevolucionaria”.

Unos días después, a fines de junio, hubo también protestas contra el desabastecimiento en El Cano, un poblado al sudoeste de La Habana.

En la represión de la protesta en El Cano, hubo un miliciano muerto, varios heridos y decenas de detenidos. Luego vinieron las represalias del régimen: se reorganizó la milicia del poblado, cerraron varios establecimientos particulares y fueron confiscados autos y camiones de los habitantes.

Así, se creó una situación de paro forzoso para hacer que se integrara la mayor cantidad posible de vecinos a una granja experimental que instalaron en la zona, similar a otra que hicieron en Guane, Pinar del Río, mezcla de koljoz y kibutz, para probar cómo sería el comportamiento de los trabajadores en la sociedad comunista.

El experimento de la granja comunista, por suerte para los canenses, duraría poco. Pero en marzo de 1968 la llamada Ofensiva Revolucionaria acabó de sumir a los habitantes del otrora próspero poblado en la pobreza y la dependencia al Estado.

Luis Cino
Cubanet, 19 de junio de 2024.

lunes, 5 de agosto de 2024

Así viví el Maleconazo

En la noche del jueves 4 de agosto de 1994, el calor era insoportable. Resido muy cerca de la llamada 'Plaza Roja' de la Víbora, y justo a las 8 había comenzado un apagón de 12 horas.

Eran los años duros del ‘período especial’. Una guerra sin el rugir de cazabombarderos sobrevolando por la ciudad. Vivíamos en estado de sitio. De manera racionada, por decreto estatal, en cada barrio teníamos doce o más horas sin electricidad.

La jerga oficial los llamaba "apagones programados". El semanario Tribuna de La Habana, en la primera página interior, anunciaba el calendario de apagones. La temperatura no bajaba de 33 grados. A los habituales cortes de luz debíamos añadir el hambre. Siempre estábamos hambrientos.

La gente comía poco y mal. Lo que conseguía. Una libra de arroz costaba 150 pesos, igual que un aguacate. Las calles estaban desiertas. Los automóviles particulares dormían en sus casas, por falta de combustible.

El transporte urbano era una calamidad. Trasladarte de un sitio a otro demoraba dos o tres horas. Esa noche del 4 de agosto puse una sobrecama en la sala y con la puerta del balcón abierta me tiré a dormir, intentando coger fresco.

En un renqueante sillón pintado de amarillo, mi hermana le daba el pecho a mi sobrina, nacida el 3 de junio. Con una penca de guano abanicaba a la bebita. Sobre las 7 de la mañana desperté, empapado de sudor. Aún no había llegado la luz. Me bañé y salí a la calle. Muchos en el vecindario dormían en los portales o en la azotea.

No había nada que hacer. Solo charlar. De cualquier tema. Uno vecino me contó las últimas nuevas. “Dentro de 3 meses camiones militares van a repartir la comida por cada cuadra”. ¿Almuerzo y comida?, le pregunté. “Solo comida y un pedazo de pan", me respondió en voz baja.

Los soplones habituales trabajaban a destajo, enviando informes a los servicios especiales sobre lo que gente hablaba o hacía. Tirarse al mar en una balsa precaria se había convertido en un deporte nacional .

Entonces tenía 28 años. Cuatro de cada cinco amigos o conocidos hacían planes para construir una embarcación decente y viajar hacia Estados Unidos. No se hablaba de otra cosa. Solo de huir.

Todavía en la mañana del 5 de agosto ser balsero era un delito. Si te pillaban, podías cumplir una sanción de hasta 4 años tras las rejas. Pero la gente iba perdiendo el temor. A pesar de los chivatos del barrio, se construían balsas de todo tipo y tamaño, al amparo de los prolongados apagones. La Habana era una urbe de fragatas. Y luego estaban los más temerarios.

La gente andaba desesperada. Según una amiga, en su trabajo estaban planeando secuestrar un barco pesquero en el poblado de Batabanó. Por el barrio, un ex marinero se ofrecía como práctico. Aseguraba tener un plan para llegar sano y salvo a las costas de la Florida.

El hombre tenía un sextante y cartas náuticas. “Es una travesía complicada. Puedes ser merienda de tiburones si no se prepara bien la expedición”, decía. Por esos días, jeeps con militares de boinas rojas y AK-47 patrullaban la capital.

La Habana era como una lija de fósforos. Cualquier roce podía provocar un fuego. Todavía se comentaba el fatídico suceso del remolcador 13 de marzo, el 13 de julio. Las autoridades, para dar un escarmiento ante los numerosos intentos de fugas ilegales, a 7 millas de la bahía habanera, embistieron intencionalmente el viejo remolcador.

A bordo iban 72 personas. Murieron 41 personas. 10 eran niños. De acuerdo a los testimonios de 31 sobrevivientes, dos embarcaciones del régimen les negaron ayuda. Fue un crimen. A pesar de la censura y manipulación oficial, la noticia se había regado como pólvora por toda isla. Los robos y secuestros de embarcaciones del Estado no se detuvieron.

Hacer el viaje de 10 minutos en una destartalada lancha que cruza la Bahía rumbo al pueblo de Regla, se convirtió en algo peligroso. Efectivos policiales fiscalizaban a todos los pasajeros que subían a bordo.

Sobre las 12 del mediodía del viernes 5 de agosto, bajo un sol de plomo, un amigo, con la respiración cortada, llegó al grupo de jóvenes que estábamos sentados en una esquina. “Me acaban de llamar mis parientes en Miami y me dijeron que cuatro lanchas grandes habían salido rumbo a La Habana, a recoger a los que quieran irse. En el Malecón hay un montón de gente esperándolas”.

Un chofer de la ruta 15, hoy residente en España, nos invitó a tomar su ómnibus, para llegar más rápido. Se desvió del itinerario. Por el trayecto iba recogiendo personas que le sacaban la mano.

“Voy pa'l malecón”, decía. Cada uno que subía contaba una versión nueva de lo que estaba aconteciendo. “Han roto vidrieras de las tiendas y están robando alimentos, ropa y aseo. Han volcado carros de patrullas. Parece que ‘esto’ (la revolución) se jodió”, aseguraban.

El ambiente era de fiesta. Cerca del antiguo Palacio Presidencial, fuerzas combinadas de la policía, militares y agentes de la Seguridad del Estado detuvieron el ómnibus. Un grupo de leales al régimen intentaba contener las protestas antigubernamentales y los incipientes disturbios con consignas. Había una algarabía impresionante.

Nos apeamos y por calles interiores caminamos en busca de la Avenida del Puerto, paralela al Malecón. Desde el muro, infinidad de personas miraban ansiosas el horizonte. Cerca del hotel Deuville, un patrullero había sido destrozado a pedradas. Paramilitares llegaban en camiones, armados con bates, cabillas y tubos de acero. Eran obreros de brigadas de construcción creadas por Fidel Castro y que fueron movilizados con urgencia.

Por primera vez en mi vida escuché gritos de Abajo Fidel y Abajo la Dictadura. Lo que comenzó con un intento de fuga masiva a la Florida se estaba transformando en un motín popular.

El epicentro del Maleconazo fueron los barrios pobres y mayoritariamente negros de Jesús María, Belén, San Leopoldo, Colón y Cayo Hueso. Zonas donde la gente residía en solares ruinosos y con un futuro entre signos de interrogación. Cunas del jineterismo, juego prohibido y tráfico de drogas. Allí los hermanos Castro no son bienvenidos.

Pasada las 6 de la tarde, fuerzas del régimen parecían tener bajo control la amplia demarcación donde la gente se había tirado a las calles a robar, gritar o simplemente sentarse en el muro del Malecón, a esperar por lo que sucediese.

Camiones antimotines detuvieron a cientos de ciudadanos. Se regó el rumor de que Fidel Castro había llegado. Los AK-47 de los militares estaban sin pasador: listos para usarse. Cuando comenzó a oscurecer, ya los disturbios se habían controlado. Regresamos caminando y comentando los sucesos. Esa noche, ante el temor de otras revueltas, no hubo apagón.

Iván García

Foto: Multitud que el 5 de agosto de 1994, espontáneamente, se congregó frente al Hotel Deauville, en Galiano y San Lázaro, La Habana. Más fotos en A 15 años del Maleconazo.

lunes, 29 de julio de 2024

Claudia Sheinbaum, cuna roja con línea blanca

El martes 4 de junio estuve en la emisora Actualidad Radio de Miami, conversando con los periodistas Ricardo Brown y Roberto Rodríguez Tejera sobre Claudia Sheinbaum, la recién elegida presidenta de México.

El programa se dividió en dos secciones, una en la que conversé sobre la cuna roja de la camarada Sheinbaum, y otra sección en la que la escritora y periodista de investigación mexicana Anabel Hernández conversó sobre los fuertes vínculos de la Sheinbaum —y de su jefe Andrés Manuel López Obrador (AMLO)— con el narcotráfico mexicano.

De más está decir que la sección más importante e interesante del programa fue la de Anabel Hernández. Unos minutos repletos de informaciones sobre los orígenes de esa famosa frase con la que Obrador pidió que al Narco mexicano se le dieran “abrazos y no balazos”.

Del tiro, ya me compré el libro de Anabel Hernández, ya lo estoy leyendo y ya les puedo decir que no dejen de comprarlo y leerlo si quieren saber por qué no hay nada de casual en la famosa frase de AMLO, o en su decisión de liberar al hijo del Chapo Guzmán.

Aquí pueden escuchar la conversación de Ricardo y Roberto con Anabel Hernández. Y aquí pueden escuchar lo que dije sobre la nueva presidenta de México.

Todo encaja. La cuna roja de la Sheinbaum pueden comprobarla en el libro América Latina en la Internacional Comunista, un texto que yo cito mucho en “El Sóviet Caribeño”.

Si bajan ese libro, y buscan el apellido Sheinbaum, podrán ver que tanto el abuelo de Claudia, Jonas Sheinbaum, como su tío-abuelo, Salomón Sheinbaum, llegaron a Cuba en 1923, fueron fundadores del Partido Comunista cubano en 1925, y terminaron siendo expulsados hacia México en 1928.

En tierra azteca los Sheinbaum siguieron militando en el Partido Comunista Mexicano y se convirtieron, como otros comunistas de origen judío que pasaron por Cuba, en contactos de confianza de Fabio Grobart. Tanto Grobart como Jonas Sheinbaum fueron Secretarios de Organización del Comité Central de sus respectivos partidos latinoamericanos, una secretaría que siempre estuvo a cargo de coordinar el trabajo de Inteligencia dentro de esas organizaciones.

El padre de Claudia, Carlos Sheinbaum, también fue un militante comunista que entre 1952 y 1957 fungió, para más coincidencias, como Secretario de Organización de la Juventud Comunista Mexicana. En ese cargo Carlos tiene que haber trabajado en estrecha relación con Isidoro Malmierca, el comunista cubano que llegó a ser el Jefe Nacional de la Juventudes Masónicas en Cuba —infiltrado por el PCC.

En sus memorias, Malmierca reconoce que entre 1953 y 1959 él fue unos de los encargados de darles control y ayuda, de parte de los soviéticos, a los jóvenes comunistas mexicanos, una labor en la que necesariamente tiene que haber trabajado estrechamente con Carlos Sheinbaum.

Malmierca, como otros tantos comunistas cubanos que trabajaron para el aparato de Inteligencia del PCC, fue fundador de la Inteligencia castrista y transfirió al castrismo no solo sus experiencias como agente del partido, sino también sus conexiones y relaciones personales.

Si la Inteligencia castrista no usó esa larga historia de relaciones de los Sheinbaum con la Inteligencia del PCC, para reclutar a Claudia, entonces podemos decir que estaban hurgándose en las narices, y eso es algo por lo que ellos no se caracterizan.

Todo encaja. La droga también encaja.

El concepto de “drogas para las revoluciones” también tiene su origen en los comunistas cubanos.

La primera familia campesina que se sumó a la guerrillita de Fidel Castro, en la Sierra Maestra, fue la familia del patriarca Crescencio Pérez, el hombre que controlaba la producción y el contrabando de marihuana en esa región y que además fungía como guardaespaldas del líder comunista Romárico Cordero. Como consecuencia de eso, durante la lucha contra Batista los castristas no sólo dejaron tranquilo el tráfico de marihuana, sino que lo utilizaron para financiarse.

Ese fue el origen del concepto “drogas para las revoluciones”. Un concepto al que también pueden encontrarle un origen más profundo en el relativismo moral de los comunistas, o en esa idea marxista de que la ética y la moral son construcciones sociales que siempre responden a los intereses de una clase dominante.

Para los comunistas no hay principios morales ancestrales y universales, para ellos todo es relativo y ese relativismo es usado para justificar sus atrocidades, y para atraer a sus filas a sociópatas como el Che Guevara o Barack Obama, y a psicópatas como Fidel Castro o Josef Stalin.

Una galería en la que El Chapo Guzmán es un bebé.

César Reynel Aguilera
Aguilera blog, 5 de junio de 2024.

lunes, 22 de julio de 2024

Recordando a Nancy Pérez Crespo

En Cubanet leo: "En la década de 1990, fundó en Miami la agencia Nueva Prensa Cubana (NPC), que en 2006 contaba con 21 periodistas dentro de la Isla, según contó entonces en una entrevista con el medio estadounidense The New York Times". Desconozco por qué Nancy en NYT no mencionó lo que en mi opinión fue su mayor logro dentro del periodismo independiente cubano: haber logrado que Cuba Press, con el poeta y periodista Raúl Rivero desde La Habana y ella desde Miami, consiguieran convertir a Cuba Press es la más profesional de las agencias de prensa independientes surgidas en la Isla a inicios y mediados de los 90.

Cuando el 23 de septiembre de 1995 se funda Cuba Press en la casa de Blanca Reyes y Raúl Rivero, en el apartamento 9, en el 3er. piso del edificio situado en Peñalver 466 entre Francos y Oquendo, Centro Habana, durante los primeros meses leíamos por teléfono los trabajos (conservo el número: 879-5578, también el de Angela, 879-4235, vecina del 2do. piso, que nos dejaba llamar cuando el G-2 interrumpía el teléfono de Raúl y Blanca) a Rosa Berre o a su esposo Carlos Quintela, que ya en 1994 habían creado CubaNet. No puedo precisar la fecha exacta, pero fue en 1996 cuando Nancy Pérez Crespo se puso al frente de Cuba Press. Con ella estuvimos trabajando hasta 1998.

Es una lástima que Raúl Rivero ya no está para preguntarle las causas de la ruptura con Nancy. Los más de 30 periodistas que entonces tenía Cuba Press en la capital y otras provincias, pasamos a dictarle por teléfono los textos a Bernardo Marqués Ravelo, que laboraba con Nancy y al igual que Raúl y nosotros, los periodistas, pasamos a depender de Juan Granados, quien abrió una plataforma a la que le puso Cuba Free Press, porque Nancy registró el nombre de Cuba Press y se consideraba su dueña. Ella nunca más mencionó a Cuba Press, tampoco publicó en internet los cientos de trabajos que entre 1996-1998 casi a diario le enviábamos desde la Isla. Ojalá no los hayan destruido y se puedan recuperar, sobre todo los redactados por Raúl Rivero, crónicas que eran joyas periodísticas.

En 1998, después de la ruptura, es que ella crea la agencia Nueva Prensa Cubana. La primera vez que me detuvo la Seguridad del Estado, en enero de 1997, yo había ido con Ñico a la Embajada de Checoslovaquia, a recoger un paquete y 2 mil dólares que Nancy nos enviaba con un diplomático checo. Lo ocurido ese día lo conté en 2012. En la segunda parte, el acto de repudio. Cinco años después, en 2017, al principio cuento de nuevo la detención y después el interrogatorio.

Hace diez años, en junio de 2014, leí un artículo suyo y le envié un email con saludos míos y de Iván. Copio su respuesta:

Hola, Tania: Recibí tu mensaje y les agradezco la nota. Hoy estoy muy triste porque se nos fue otro héroe de la República: Alfredo Izaguirre Rivas. El viernes viene a cenar a casa Alberto Reyes (Nanín), el hermano de Blanquita. Él está de visita aquí, en Miami. Ya estamos en contacto. Nuestro teléfono es 305-909-2478. Un abrazo para los dos, Nancy.

Tania Quintero

lunes, 15 de julio de 2024

Excarcelan a un periodista, pero siguen oprimiendo a la prensa independiente

En las últimas horas conocimos la noticia del arribo a Miami, directamente desde una prisión castrocomunista, del periodista independiente Lázaro Yuri Valle Roca. Según informan los medios de prensa independientes, el destacado comunicador, encarcelado de modo arbitrario por el solo “delito” de informar a la opinión pública de la Isla, llegó a la “segunda ciudad más poblada por cubanos” tras ser desterrado de su Patria.

Las imágenes tomadas en el gran aeropuerto de la urbe floridana y que han sido colgadas en las redes resultan sobrecogedoras. En ellas aparece el rostro famélico de un señor que no guarda semejanza alguna con el que conocemos del combativo informador. Los tres años pasados en las prisiones del castrismo, el hambre y la brutalidad padecidos en ellas, lo han deteriorado como si hubiese pasado varios lustros cautivo en un país normal.

Sucederá con Valle Roca lo mismo que, hace años, dije de otro preso político liberado: bastarán tres fotos (una antes de su encarcelamiento, esta de su arribo a Miami directamente desde la prisión, y una tercera tomada dentro de algunas semanas) para que hasta el izquierdista más desinformado y tonto comprenda a cabalidad la clase de porquería que es y toda la monstruosidad que encierra el llamado “socialismo del siglo XXI”.

El caso del colega Yuri, que felizmente ha salido ya de las tenebrosas islas del “Archipiélago DGP” (Dirección General de Prisiones del castrismo), nos obliga a recordar a los más de mil hermanos nuestros que permanecen privados de libertad sin haber cometido delito alguno. Pienso ante todo en los que han pasado más tiempo presos: José Daniel Ferrer y Félix Navarro. Pero también en los restantes. ¡Todos merecen salir en libertad ya!

La excarcelación del colega Lázaro Yuri nos conduce de lleno a otro tema de actualidad que también está relacionado con el periodismo: me refiero a la reciente promulgación de la Ley de Comunicación Social y su Reglamento, que acaban de ser publicados en la Gaceta Oficial de la República. A este tema ha sido consagrada la “Mesa Redonda” de este jueves.

La caracterización de los nuevos cuerpos legales, hecha desde el oficialismo, está signada por el inevitable blablablá comunista. Una versión sucinta de esta realidad es la que, según Juventud Rebelde, ofreció quien preside la Asociación Cubana de Comunicadores Sociales, Rosa María Pérez, una de las participantes en el aludido programa televisivo: la Ley, dice la burócrata, “impulsa el desarrollo de la mercadotecnia, la publicidad y la propaganda con una visión científica, e incentiva la educación y la instrucción en estos temas”. La Mesa Redonda de este jueves estuvo dedicada, en esencia, a glosar lugares comunes como ese.

Al que lea pasajes con semejante contenido sin tomar las debidas precauciones, es probable que sienta deseos de aplaudir la nueva iniciativa comunista y expresar respaldo a la flamante Ley. Pero claro que una conducta de ese tipo estaría totalmente desencaminada. Lo que en realidad han dispuesto las autoridades de “la Continuidad” es la intensificación, bajo nuevas modalidades, de la represión que caracteriza el régimen inviable que ellas mismas han impuesto y mantenido a ultranza. Su aspiración es aherrojar aún más a la prensa.

Es esto lo que, de manera certera, han reflejado los órganos de la prensa independiente de la Isla. El diario 14yMedio, por ejemplo, esclarece el verdadero sentido de la nueva Ley. En una nota redactada en La Habana, el diario deja claro el sentido profundo de la nueva normativa, y lo hace citando su artículo 5: “El Sistema de Comunicación Social actúa conforme al Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano, expresión del pensamiento y el ejemplo de Martí y Fidel y las ideas de emancipación social de Marx, Engels y Lenin”.

Esa mezcla tan típicamente castrocomunista de conceptos, de palabrería insulsa y mendaz con frases que reflejan la indeclinable vocación totalitaria del régimen, permite entrever cuáles son las verdaderas esencias de la nueva legislación. Es lo mismo que se trasparenta de otra cita sobre los objetivos perseguidos: “estimular el uso inclusivo, ético, responsable y seguro de internet, como vía para la defensa y consolidación de la sociedad socialista”.

Quisiera terminar este artículo refiriéndome a un aspecto de la nueva normativa al cual -hasta donde sé- no se le ha prestado atención en otros órganos informativos. Me refiero a que en la Ley de Comunicación Social (y también en su Reglamento) se ha manifestado, con absoluta desfachatez, una de las manías de las que los comunistas dan sobradas muestras en el terreno lingüístico. Me refiero a la tremenda vocación que esos señores sienten por el empleo de eufemismos. Esta realidad la conocemos bien los cubanos desde antiguo.

Es en base a esa obsesión que los rojos llaman “interruptos” a los simples “desempleados”; “prensa” a lo que en realidad es “agitación y propaganda”; o “deambulantes” a los “mendigos y pordioseros”. Pero creo que, en la nueva Ley, los comunistas han logrado superarse a sí mismos. Reproduzco el apartado primero de su artículo 28: “Los medios fundamentales de comunicación social son las organizaciones mediáticas que tienen un carácter estratégico en la construcción del consenso, cumplen funciones de servicio público y constituyen mediadores políticos, ideológicos y socioculturales”.

Para quienes se han librado de tener que sufrir en carne propia las calamidades generadas por el castrocomunismo, paso a recordar algunas de las realidades que, a lo largo de más de seis décadas, ha padecido el cubano de a pie, que quedan adecuadamente enmascaradas en el precepto legal que cité en el párrafo precedente. Desde su misma trepa al poder, el fundador de la actual dinastía se consagró a controlar todos los medios de difusión masiva, objetivo que alcanzó en menos de un par de años.

A partir de ese momento, lo que ha habido es una constante andanada de propaganda y agitación comunista, unida a la persecución despiadada de cualquier opinión discrepante o simplemente alternativa, lo cual ha incluido hasta la prisión de los heterodoxos. Pues bien, ahora ese proceso de constante conculcación de las libertades internacionalmente reconocidas, ha pasado a ser llamada, en la neolengua castrocomunista, como “construcción del consenso”. ¡Qué desparpajo!

René Gómez Manzano
Cubanet, 7 de junio de 2024.
Foto: Tomada de Martí Noticias.

lunes, 8 de julio de 2024

Sobrevivir en La Habana del "socialismo o muerte"

El portero de El Floridita, bar situado en la esquina de Obispo y Monserrate, Habana Vieja, intenta guarecerse del sol debajo de una marquesina desteñida. Bosteza, mira el reloj y luego se arregla la pajarita negra de su uniforme gastronómico.

Cuando por la calle Monserrate descubre a un grupo de turistas rusos, camina hacia ellos con el menú entre las manos y le dice en un inglés decente: “Pasen, por favor, este es el bar más famoso de La Habana, donde Ernest Hemingway tomaba mojitos”, y les muestra una estatua del escritor sentado en una banqueta del Floridita.

Los viajeros hacen una mueca cuando ven los precios de infarto. Ellos quieren beber cerveza barata. Tampoco les gusta el ambiente de un bar desierto, sin música y con el cantinero que bosteza mientras mira indiferente un partido de fútbol de la Champion League.

Cuando los turistas rusos por la calle Obispo se dirigen rumbo a la Avenida del Puerto, varios niños les piden chiclets, confituras y dinero. Las cartománticas con sus coloridos atuendos quieren leerles con urgencia el futuro, una escultura humana embadurnada de betún negro estira su sombrero de copa para que le depositen dólares, euros o pesos, mientras insistentes merolicos les proponen CD piratas de Pablo Milanés, Los Van-Van y Compay Segundo.

Cada vez que pasa un turista por las estrechas callejuelas de la zona antigua de la ciudad, espontáneamente se activa una tropa de vendedores ambulantes que ofrecen desde una caja de tabacos Cohíba, una réplica de la boina del siniestro Ernesto Guevara hasta participar en una orgia lésbica por 40 dólares.

A esas personas que de manera informal, un día sí y el otro también, salen a la calle a buscar dinero en el argot habanero se les denomina 'luchadores' y 'metedores de cuerpo'. Camilo, un tipo que viste con ropa deportiva, tres veces a la semana trabaja como custodio en un bodegón privado, da clase de karate por 1,500 pesos mensuales y dos veces al día recoge las apuestas de la popular e ilegal lotería cubana conocida como la bolita.

En 2021, después de la pandemia, Camilo llegó en tren a la capital desde un poblado recóndito de Santiago de Cuba, provincia cubana a más de mil kilómetros al este de La Habana. “Nagüe, a mí no me asusta el fuego (la calle). La caliente viene pa’rriba de mí y yo voy pa’rriba de la caliente. Llegué solo hace tres años, pero ya traje a mi esposa y a mis dos hijos. Allá en Oriente la cosa está que arde. Apagones de ocho horas todos los días y la gente comiéndose a 'Nicolás por una pata' (pasando hambre). Aquí apenas hay apagones y si tienes voluntad, sales a la calle y te buscas cuatro pesos. Este gobierno es una calamidad, pero no me estoy quejando constantemente ni esperando con la boca abierta que estos canallas me den por la libreta un panecito de mierda y un muslo de pollo.

“A diferencia de otros, me voy pal’ fuego y sin robar ni joder a nadie me busco honradamente el dinero. Lo mismo pedaleo doce horas diarias en un bicitaxi, que vendo pan con picadillo o ropa traída de afuera. Los lechones no se me mueren en la barriga. Cuando llegué a La Habana vivía en un bajareque improvisado cerca de la Autopista Nacional. Ya pude comprar mi cuartico en un solar y aunque no tengo FE (familia en el extranjero), si Dios quiere,dentro de dos años estoy montando en el 'tubo' (avión)”, confiesa Camilo, quien solo duerme cuatro o cinco horas por los empleos que ha tenido y sigue teniendo.

"Soy electricista, pero hago de todo, un hombre orquesta. He trabajado en Antillana de Acero, he sido estibador del puerto, ayudante de la construcción y sepulturero. A La Habana Vieja vengo a vender tumbadoras y artesanías. Cuando la cosa está mala, porque hay pocos turistas y los que vienen no quieren gastar su plata, me busco otra pincha. Dentro de un rato unos socios me recogen para que toque los tambores en una fiesta de santo. Siempre llego a la casa con dinero, mis negritos no pueden morirse de hambre", dice y se sonríe.

En los barrios marginales y mayoritariamente negros y mestizos de Jesús María, Belén, Colón, Cayo Hueso y San Leopoldo, en edificaciones ruinosas, bajareques en peligro de derrumbe y cuarterías superpobladas, residen cientos de miles de personas que han emigrado de otras provincias. Suelen pensar y hablar más rápido que el resto de los cubanos. Se caracterizan por su capacidad de resistencia y la creatividad para burlar las leyes dictadas por las autoridades.

Cuando en la Isla una mayoría apoyaba, o simulaba respaldar a la dictadura verde olivo, en los barrios de la Cuba profunda florecía el mercado negro. Se vendía pan con bistec, cerveza de lata, marihuana y melca (cocaína). Circulaba el dólar, entonces prohibido, y los vecinos sabían quién ofertaba jeans Levi’s o calzado deportivo Nike comprado en un centro comercial de Miami o la zona franca de Colón en Panamá. Existían -y existen- casinos ilegales llamados burles y con el auge del turismo surgieron las jineteras, matadoras de jugadas y pingueros.

Les presento a Dinorah. Nombre ficticio, desde luego. La única vez que vio a su padre, recuerda, fue una tarde al salir de la secundaria donde cursaba octavo grado. La invitó a comer helado en Coppelia, en La Rampa. Treinta y nueve años después no ha sabido más de él.

“Mi abuela y mi mamá, ya fallecidas, fueron madres y padres al unísono. Tuvieron que criar a mis seis hermanos en un país que cuando no faltaba el pan faltaba la guayaba. La gente se queja que ahora estamos mal, pero es que nunca estuvimos bien. Mi madre tuvo que salir a jinetear para mantenernos. No sé si tuvo otras opciones. No la juzgo. Cuando crecí le seguí sus pasos. Y ahora mi hija de 23 años también jinetea. Es un karma que persigue a varias mujeres de mi familia. Algunas han podido largarse de esta locura. Otras, como hija, sueña con ligar un yuma y emigrar”, comenta y asegura:

"Que la prostitución en Cuba ha tenido tiempos buenos, regulares y malos. Depende del turismo o que los tipos con un baro largo quieran gastarlo en vacilar con mujeres. La pandemia fue horrible. Todo el dinero que teníamos guardado se gastó en comida. Los más jóvenes inventaron el sexo virtual por internet. No me gusta esa fantasía, pero algo de dinero se gana. Con la inflación, los hombres no quieren gastar dinero en juergas ni en queridas. La crisis es tan grande que faltan hasta los condones”. Para llegar a fin de mes, vende muestras de perfumes, arregla uñas y hace desriz en el pelo. “Así y todo, el dinero no alcanza”, afirma Dinorah.

Cae la noche en la zona colonial de La Habana. En los bares de la calle Obispo las prostitutas esperan que alguien les pague un trago. Una pareja de travestis en tacones merodean por las inmediaciones del Paseo del Prado a la caza de clientes. Al costado del hotel Sevilla, tres tipos beben alcohol casero de cuarta categoría. Se pasan en silencio la caneta plástica entre ellos. No tienen nada que hablar.

Camilo apura el paso mientras se come una pizza que compró antes de hacer la guardia nocturna en un bodegón privado. Opina que los héroes nacionales no son no José Martí ni Antonio Maceo. “Los timbalúos de verdad somos los cubanos que llevamos 65 años aguantando esta dictadura. Nos debieran hacer un monumento”.

Iván García
Foto: Vendedor de periódicos en La Habana, realizada por Juan Antonio Madrazo y tomada de Diario de Cuba.