lunes, 28 de septiembre de 2020

Cuba: final de la utopía (II y final)


Muchos deben recordar al Fidel Castro de la memoria extraordinaria, capaz de hablar horas con gran fuerza argumentativa sobre los problemas del mundo, aunque siempre sin ofrecer soluciones. Su ventaja en ese debate la daba el contexto de dictaduras y la agresiva política de Estados Unidos contra su gobierno. Cuando esto cambió, Fidel tartamudeó para responder a una periodista sobre por qué los cubanos no podían entrar a los hoteles de lujo que abrió el capitalismo en su país socialista e insultaba a gritos, como activista de calle, acusando de agentes de la CIA a los periodistas que le preguntaban por los presos políticos.

Castro no pudo reinventarse, su cabeza se quedó en los años 60 y le costaba admitir el fracaso. En otro video le preguntan a Fidel por qué insiste en el comunismo si éste ya está muerto en todo el mundo. Su respuesta fue: “Cristo murió en la cruz y al tercer día resucitó”. En 2010 hizo una sorprendente declaración: “El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros mismos”. Cuba permitía a los millonarios como inversionistas y a los pequeñoburgueses como turistas, siempre y cuando fuesen extranjeros.

Capitalismo y riqueza para los extranjeros, y socialismo y pobreza para los cubanos; de nuevo mostraba su genialidad política pariendo un “apartheid económico”. Después, Raúl Castro dio otro paso permitiendo los llamados “cuentapropistas”. Con este paso la Revolución aceptó burgueses cubanos, siempre que fueran pequeños.

Con el tiempo, las raíces religiosas de la izquierda convirtieron saber y tener en pecados capitales y rasgos sospechosos. Esto les ha impedido a los gobernantes cubanos tener una relación normal con los empresarios y los tecnócratas, los dos componentes más importantes para el desarrollo, el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. Para entender este conflicto puede resultar útil un verso del poeta cubano Indio Naborí. Su poema Placa en la puerta del partido, fue muy popular en la izquierda para fortalecer la mística. El verso final dice así: “aquí tienes que ser/ el último en comer/ el último en dormir/ el último en tener/ y el primero en morir”. Estas ideas que rezaban los militantes para ir a la lucha son una expresión de la barrera religiosa que hay entre la izquierda y el mercado. En el pensamiento extremista, la pobreza es un valor, no un problema que debe resolverse.

Con una izquierda pobre y perseguida, resultó fácil contraponer codicia y ambición a justicia y solidaridad. Pero ¿qué ocurre en las almas izquierdistas cuando la realidad demuestra que la codicia y la ambición son más eficientes para desarrollar la economía y reducir la pobreza? ¿Qué les ocurre cuando el poder los coloca frente a las tentaciones de la sociedad de consumo? Tienen dos caminos: entrar honestamente a la normalidad o volverse corruptos y cínicos.

Castro insistía en que el centro del debate era la naturaleza del hombre y que ésta era ser solidario. Utilizaba ejemplos de guerras y tragedias para demostrarlo. En realidad, éste es el centro del error, porque el ser humano no es ni solidario ni egoísta por naturaleza. Como dice Martin Nowak: “La competencia y la cooperación han funcionado desde el primer momento para dar forma a la evolución de la vida en la Tierra, desde las primeras células hasta el Homo sapiens. Por lo tanto, la vida no es sólo una lucha por la supervivencia: también es, podría decirse, un abrazo para la supervivencia”.

Guevara decía que el revolucionario es el eslabón más alto de la especie humana y la extrema derecha piensa lo mismo de los empresarios. Ambas ideas llevan a la corrupción, la primera porque va contra la naturaleza humana y la segunda porque si todo asume tener el dinero como propósito, los policías, los jueces, los maestros necesitarán volverse corruptos para no ser especies inferiores. El estilo de vida es irrelevante, da igual si se vive con comodidades cuando esto es resultado del esfuerzo personal o si se es austero por opción personal.

Existen ricos austeros y pobres que derrochan lo que no tienen. Hay en la izquierda quienes, sin sufrir retortijones ideológicos, optaron por la corrupción. En Nicaragua, Daniel Ortega es ahora tan rico como el exdictador Somoza; los bolivarianos venezolanos son multimillonarios con cuentas de hasta miles de millones de dólares y los generales cubanos son ahora los dueños de la industria turística. Un conocido izquierdista español se disfraza de pobre en el congreso, pero usa chaqué en los eventos de la farándula. Cuando era candidato cuestionaba a quienes tenían casas de 600 mil euros y terminó comprándose una del mismo precio.

La primera vez que probé caviar fue con Fidel Castro: una misión iraní le dejó una dotación de regalo, pidió vino francés de excelente calidad y me dijo que las exquisiteces no debían ser sólo para los ricos. Ni el yate ni las langostas frescas en Cayo Piedra eran cultura “proletaria”. La conclusión sería que la codicia puede también ser revolucionaria. Cuando la riqueza proviene del poder político, perder el poder es quedar en la pobreza porque no se sabe hacer otra cosa. Entonces hay que defender el poder a toda costa, como en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Pero ya no se está defendiendo el socialismo ni a los pobres, sino los privilegios personales de los dirigentes y sus familiares. La corrupción en la extrema izquierda establece una relación de amor y odio con la riqueza que deriva en una vulgar transición de revolucionarios a ladrones.

La aceptación de la economía de mercado para la izquierda tiene dos componentes fundamentales: el personal y el programático. El primero es aceptar que no es malo tener y el segundo es entender que los que saben generar riqueza son indispensables. Cuando no se comprende esto, el deseo de superación, una aspiración natural en todos los seres humanos, acaba representado exclusivamente por las derechas.

La ambición humana es el motor de la generación de riqueza y crecimiento económico. Por ello, el propósito marxista de desarrollar las fuerzas productivas lo han ejecutado mejor las derechas. Las izquierdas se tomaron en serio el evangelio de San Mateo que dice: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Deng Xiaoping, padre ideológico de la transición de China al capitalismo, se mofaba de quienes decían que “si un granjero tenía tres patos era socialista, pero si tenía cinco, era capitalista”.

Esto ocurre en Cuba cuando el gobierno regula el número de mesas que pueden tener los restaurantes privados. A Deng se le atribuye la más valiosa cita sobre el cambio en China: “Enriquecerse es glorioso”. Quienes venimos de la izquierda sabemos que esta idea es fundamental porque fusiona lo individual con lo programático e implica una ruptura con el voto de pobreza de la izquierda, que al igual que el celibato de los curas, genera perversiones porque va contra la naturaleza humana. La corrupción es para la izquierda marxista lo que la pedofilia es para la Iglesia católica.

No es casual que las derechas asuman en sus programas la producción y las izquierdas, la distribución. Tampoco es casual que cuando ya no hay mucho que repartir, la izquierda pierda elecciones. La regla es que a mayor distancia del mercado se es más de izquierda, sin embargo, a la hora de gobernar el resultado es que a mayor distancia del mercado corresponde mayor fracaso. Los gobiernos de extrema izquierda de Evo Morales y Daniel Ortega no se pelearon con el mercado y sus resultados económicos contrastan con los fracasos venezolano y cubano. El marxismo, en el consciente y el subconsciente de las izquierdas, genera un conflicto moral con el espíritu emprendedor. Los empresarios son definidos como enemigos o como aliados indeseables.

La izquierda necesita romper con la idea de la igualdad absoluta y aceptar la legitimidad de la ganancia, de la acumulación y de la diferencia. Los empresarios son capital humano como lo son los profesionales de alta calificación, sin éstos no hay crecimiento económico. La izquierda debería tener empresarios en sus filas. La sensibilidad social y la solidaridad no son incompatibles con el espíritu emprendedor, los ricos también pueden irse al cielo. Sin duda hay empresarios que abusan de los trabajadores, pero igual hay doctores que abusan de sus pacientes y no por ello debemos quedarnos sin doctores.

Para quienes viven en el mundo normal, este debate puede parecer tonto, pero estos son los cuellos de botella ideológicos y morales que enfrenta ahora la utopía cubana. Necesitan, como me dijo Fidel, “cuestionar sus verdades” y aceptar que éstas siempre fueron mentiras. A raíz de la pandemia, los izquierdistas dicen que viene el fin de la globalización y del neoliberalismo, alias del capitalismo. El problema es que el capitalismo es reformable, lo que no se puede reformar es el socialismo marxista cubano, como no era reformable el soviético que se autodestruyó cuando Gorbachov intentó hacerlo.

El propio Fidel Castro después de reunirse con Gorbachov me dijo que éste iba a destruir a la Unión Soviética tal como ocurrió. Stephen Kotkin habla de “autodestrucción ideológica” y usa la figura de las famosas muñecas rusas matrioska diciendo que “dentro de Gorbachov estaba Kruschov, dentro de Kruschov estaba Stalin, y dentro de Stalin estaba Lenin. Los predecesores de Gorbachov habían construido un edificio que tenía minas que provocaron su propia detonación al impulsar la reforma”.

El neoliberalismo es sólo una variable del capitalismo con menos Estado y más mercado. Capitalismo es también la Revolución de José Figueres en Costa Rica, el Nuevo Trato de Franklin Roosevelt, el Estado de Bienestar de Suecia, Noruega y Dinamarca, y la modernización española que ejecutó Felipe González. La pandemia obliga a fortalecer el rol subsidiaro del Estado en todas partes, pero el capitalismo continuará siendo el motor de la economía para generar empleos, proporcionar ingresos a los gobiernos y reducir la pobreza.

En Gran Bretaña, cuna del neoliberalismo, el gobierno está pagando los salarios de once millones de trabajadores. Esto no es bondad, es comprensión de cómo funciona la economía. El capitalismo no va a terminar. Lo que viene es la competencia entre dos tipos de capitalismos: el liberal democrático y el capitalismo con dictadura. Cuba no está en ninguno de esos dos grupos. China no regresará al maoísmo, Putin no va a expropiar a los oligarcas rusos y Vietnam no renunciará a los progresos que ha logrado.

En estos tres símbolos de utopías fallidas “enriquecerse ha sido glorioso”; la colección de whisky más cara del planeta, valorada en 14 millones de dólares, pertenece a un millonario vietnamita que vive en la ciudad Ho Chi Minh. En las calles donde antes caían bombas estadounidenses ahora transitan vehículos Ferrari, Aston Martin y hay tiendas de Oscar de la Renta, Louis Vuitton, Gucci, relojes Patek Phillipe y joyerías de Tiffany. La transformación capitalista de Vietnam logró que las exportaciones pasaran en los últimos veinte años de 10 mil millones a 230 mil millones de euros.

En ese mismo período las exportaciones de Cuba pobremente pasaron de 1,400 millones a 2,100 millones de euros mientras su capital se está cayendo y en sus calles circulan vehículos con hasta setenta años de antigüedad. La Habana ocupa la posición 192 en índice de calidad de vida de un total de 231 posiciones. Estados Unidos mató cinco millones de vietnamitas y destrozó el país, y ahora los estadounidenses llegan por miles como turistas y son bien recibidos. Todos los argumentos del régimen cubano sobre el embargo y las sanciones estadounidenses son nada comparadas con los treinta años de guerra que sufrió Vietnam contra dos potencias.

El fracaso económico de Cuba no es culpa de Estados Unidos, sino del conflicto religioso de los comunistas cubanos con la ganancia, la creatividad, el espíritu emprendedor y el deseo de superación de sus ciudadanos.

La economía siempre ha tenido tendencia a globalizarse y, al igual que el mercado, existe desde antes que existiera el capitalismo. Ambos fenómenos, mercado y globalización, son inevitables porque responden a la naturaleza humana. Quienes pelean contra las fuerzas del mercado acaban derrotados. La globalización se aceleró en las últimas décadas por el desarrollo del transporte y la revolución de las comunicaciones. Esto facilitó que los grandes capitalistas pudieran conectar sus industrias con las enormes reservas de mano de obra barata que existían en países pobres como China, India, México o Bangladesh. Un fenómeno similar de demanda y disposición de mano de obra ocurrió salvajemente en los siglos XVI, XVII y XVIII con el comercio de esclavos africanos, resultado de la conquista y colonización europea en América.

La globalización actual ha tenido, entre otras, tres consecuencias importantes: generó fortunas sin precedentes, sacó a centenares de millones de gentes de la pobreza y abarató las manufacturas llevando la sociedad de consumo a todas partes. Sin duda ha tenido consecuencias negativas ambientales, injusticias con millones de trabajadores, severa desigualdad y otras. Pero si la globalización desapareciera como dicen los izquierdistas, sería una gran catástrofe para los más pobres. Va a reacomodarse, pero no a desaparecer.

El riesgo de que aparezcan nuevos gobiernos autoritarios resultado de la pandemia es un tema político, la democracia no es universal y podría perder terreno, pero el carácter capitalista de las economías no está en cuestión. La recesión económica generada por la pandemia provocará protestas sociales y problemas a la clase política en todas partes, incluidos China, Rusia, Gran Bretaña, Brasil, México y Estados Unidos. Pocos gobiernos saldrán bien librados, ya sean de derecha o izquierda, pero hay que estar locos para pensar que habrá revoluciones populares comunistas en alguna parte.

El capitalismo sufrirá reformas y sobrevivirá; lo que no sobrevivirá es la utopía estatista cubana y el desastre del socialismo del siglo XXI en Venezuela. Pueden seguir un tiempo más como muertos que caminan, pero el modelo marxista no va a resucitar y la aproximación de su final tiene consecuencias.

En 1959, después de los inicios de la revolución, Fidel Castro definió que la defensa de Cuba debía hacerse generando o expandiendo conflictos armados en Latinoamérica. La invasión de Bahía de Cochinos, la expulsión de Cuba de la OEA y el predominio de dictaduras militares en casi todo el continente justificaban la lucha armada. La frase de Guevara de “crear uno, dos, tres Vietnam” era una forma de defender a Cuba. Se trata de algo militarmente básico, si te quedas encerrado en tu territorio, tu defensa será débil y tu enemigo podrá concentrar ofensivamente sus fuerzas contra tus posiciones. Para evitar esto es indispensable una defensa ofensiva que disperse, distraiga, agote y obligue a tu enemigo a combatir en un territorio más amplio.

Cuando Stalin estableció gobiernos comunistas satélites en Europa del Este no estaba haciendo revoluciones por solidaridad con los trabajadores de estos países. Estaba ampliando la defensa territorial de la Unión Soviética. El general Vo Nguyen Giap, uno de los más brillantes estrategas de la historia, jefe de las fuerzas vietnamitas en la guerra contra franceses y estadounidenses, mantuvo una ofensiva permanente sobre Vietnam del sur con operaciones regulares e irregulares hasta alcanzar la victoria y reunificar su país. En El Salvador los guerrilleros aplicamos este principio con una estrategia sistemática de sabotajes y golpes de mano en las ciudades y territorios que controlaba el gobierno. Nuestros ataques rápidos y el sabotaje obligaron a los militares a invertir mucha fuerza en protegerse y cuidar la infraestructura. Con ello el crecimiento y la capacidad ofensiva que había logrado Estados Unidos fueron anulados y en 1989 entramos a San Salvador.

Cómo se defendió Cuba poniéndose a la ofensiva es una larga historia que abordaré en una siguiente entrega, que titularé Cuba: defensa y agonía.

Joaquín Villalobos*
Nexos, 1 de julio de 2020.
Foto: Tomada de Cubanet.
*Exjefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de conflictos. Asesor del gobierno de Colombia para el proceso de paz.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Cuba: final de la utopía (I)



Fidel Castro abrió la conversación con lo que más se hablaba en aquel momento en La Habana, la prohibición de las revistas soviéticas Novedades de Moscú y Sputnik. De manera tajante me dijo: “Hemos tenido que terminar su circulación. Durante años distribuimos millones y difundimos sus ideas como verdades, pero su contenido actual equivaldría a que el Vaticano sacara un nuevo catecismo donde afirmara que Jesús y la Virgen nunca existieron y que todo ha sido una mentira. No podemos cuestionar nuestras verdades, porque se nos cae el sistema”.

Era agosto de 1989. El llamado “socialismo real” o “comunismo” empezaba a agonizar en Europa y Asia. Aunque la intención fuera otra, la comparación de esa agonía con el final de un sistema de creencias religiosas no pudo ser más elocuente. El enojo de Castro lo provocó un artículo de Vladimir Orlov en cual sostenía que el socialismo cubano era una copia del soviético que “negaba totalmente la economía de mercado y el pluripartidismo” y mantenía al “Estado militarizado para defender a la élite partidaria estatal, no sólo de la contrarrevolución externa, sino también de la interna”.

Se burlaba de que Fidel llamara a defender ese socialismo hasta la última gota de sangre. Había razones para el enojo, pero impedir el debate con ideas que venían de la meca del socialismo era miedo de Castro a perder el debate y el control sobre los cubanos. Obviamente, la utopía cubana también podía morir. Era fácil acusar de traidor y de agente de la CIA a un disidente cubano o a un crítico de la izquierda latinoamericana, pero eso no se le podía decir a los soviéticos que durante cuarenta años le habían dado a Cuba el desayuno, el almuerzo y la cena.

El filósofo británico John Gray, en su libro Misa negra, sostiene que todas las corrientes políticas, incluido el liberalismo, tienen pretensiones utópicas religiosas, son proyectos que ambicionan ser globales y llegar hasta el fin de los tiempos. Los misioneros armados estadounidenses que invadieron Irak para llevar la democracia y las bombas evangelizadoras que lanzaron franceses y británicos sobre Libia son ejemplos de liberalismo religioso.

Ahora nos asusta el califato universal que moviliza al radicalismo islámico, pero el paradigma del comunismo científico mundial que propugnaba el marxismo-leninismo partía de la misma pretensión. Hace algunos años Raúl Castro, en un congreso del Partido Comunista de Cuba, pronosticaba que un día Estados Unidos sería gobernado por los comunistas.

Para Bertrand Russell “el bolchevismo entendido como fenómeno social no ha de ser considerado un movimiento político corriente, sino una religión”. Gray establece que “la idea misma de la revolución entendida como un acontecimiento transformador de la historia es deudora de la religión. Los movimientos revolucionarios modernos son una continuación de la religión por otros medios”. Mis propios orígenes como revolucionario a inicios de los años 70 partieron del catolicismo y puedo dar fe de que la militancia era una especie de apostolado, tal como me lo dijo Ignacio Ellacuría, sacerdote jesuita asesinado por los militares en 1989, durante la guerra civil en El Salvador.

Es común escuchar juicios idealistas sobre los revolucionarios pensando que éramos la solución, cuando solamente éramos el síntoma de sociedades enfermas de autoritarismo. Una sociedad puede tener la rebelión en su cultura política, pero esto no le asigna a los alzados calidad de solución. Los movimientos revolucionarios latinoamericanos fueron construcciones sociopolíticas, caóticas, fragmentadas y primitivas que competían entre ellas por cuál grupo tenía la verdad. Si bien surgían por causas justificadas, eran proclives al fanatismo ideológico, al revanchismo, al resentimiento social y a la manipulación por intereses externos. Admitían en sus filas a mucha gente noble e idealista, pero también recibieron aventureros, megalómanos, oportunistas y hasta sociópatas que disfrutaban de la violencia.

No interesa hacer aquí una profunda discusión filosófica, sino establecer que el punto de partida teórico marxista y cristiano de gran parte de la izquierda latinoamericana tiene un origen contaminado de dogmas, ritos, creencias y santorales que la hizo necesitar un mesías y una tierra santa. Éste fue el lugar que ocuparon Fidel Castro y Cuba en el imaginario de la izquierda e incluso entre intelectuales, académicos y líderes políticos marxistas o marxistas solapados de todas partes del mundo, incluyendo Estados Unidos.

Era la lucha del David cubano contra el Goliat imperialista americano; en algunos intelectuales pesaba más el rechazo a Goliat que el proyecto de David. La veneración y el reconocimiento a Fidel Castro incluyó creyentes y no creyentes. Pero tal como establece el mismo Gray: “Las religiones políticas modernas… no pueden sobrevivir sin demonología”. Es así como los cuatro demonios más importantes para nuestra izquierda han sido: los ricos, el capitalismo, el imperialismo yanqui y los disidentes.

La figura mítico-religiosa de Fidel Castro arranca y cobra fuerza con la prolongada victimización de la Revolución Cubana y de la izquierda en Latinoamérica, en el contexto de la Guerra Fría. Las intervenciones estadounidenses, las dictaduras militares, los golpes de Estado, las torturas, los asesinatos, las desapariciones, las masacres y la persecución persistente, le otorgaron de facto a la izquierda la representación del bien en la lucha contra el mal. Castro estaba tan consciente del poder que le daba ser víctima que, en una ocasión, hablando del Che Guevara, me dijo que el parecido de éste con la imagen de Jesucristo contribuyó a convertirlo en un ícono universal revolucionario. Efectivamente, la imagen justiciera del Che y su sacrificio nos movió a muchos jóvenes a rebelarnos contra las dictaduras. Guevara dio fuerza a la mitología religiosa izquierdista al asociar violencia, sufrimiento y martirio con redención y transformación revolucionaria. Cuestionar esta mitología se convirtió entonces en herejía, no importa que se estuviera frente a absurdos evidentes.

La guerrilla cubana no necesitó un gran desarrollo militar. Los rebeldes entraron a La Habana con sólo unos cientos de hombres. El Che fue un mal estratega, su plan en Bolivia era absurdo y por eso fue derrotado. Hay evidencia fotográfica y testimonial de que fue capturado vivo, de que se rindió sin “luchar hasta la última gota de sangre” como exigía Castro. Él mismo dijo a sus captores: “No disparen. Soy el Che Guevara valgo más vivo que muerto”. Por otro lado, su imagen de hombre bueno se contradecía con su gusto por los fusilamientos en la sierra y en la revolución.

En 1964, durante un discurso en Naciones Unidas, dijo: “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”. En su mensaje a la Tricontinental en 1967 dijo: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Esta cara cruel de Guevara dejó de destacarse y muchos, la verdad, ignorábamos esa parte de la historia. Sin embargo, las evidencias de guerrillero inepto, cobarde y de hombre sanguinario no impidieron su santificación como ícono revolucionario heroico, representante del bien.

Fidel Castro fue un desastre como jefe de Estado. Usando un concepto marxista se puede afirmar que fue incapaz de desarrollar las fuerzas productivas en Cuba y, más bien, fue el destructor de éstas. Castro es el padre de una economía parásita, primero de la Unión Soviética y luego de Venezuela. En verdad, la economía cubana funcionaba mejor con la dictadura de Batista que con la de Castro. Conforme a datos de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas (FAO), el promedio de producción de caña de azúcar por hectárea en el mundo es de 63 toneladas métricas y el de Cuba es 22. En un artículo del periódico Granma titulado “Añoranza por la reina”, publicado el 7 de febrero de 2007, se decía que desde 1991 la producción de piña había descendido 30 veces.

Sobra información, pero abundan los ciegos que no quieren ver. Durante años, intelectuales y funcionarios de organismos internacionales aceptaban los progresos en salud y educación del socialismo cubano, pero pocos ponían atención en que éste no tenía sustento económico propio sino en el subsidio soviético. Esto permitía repartir sin producir. Los cubanos han pagado esa falsa igualdad no sustentable con pérdida de libertades y con hambre cuando se acabó el subsidio. Han soportado seis décadas una dictadura que justifica su fracaso por la existencia del demonio imperialista y que sustenta su poder controlando a los cubanos con el miedo, la necesidad de sobrevivir y el escepticismo de que un cambio es posible.

En Costa Rica hubo una guerra civil entre 1948 y 1949 que condujo a una revolución basada en un programa socialdemócrata que disolvió el ejército, estableció una nueva constitución, modernizó el país, aseguró el crecimiento económico, la educación, el bienestar social y las libertades democráticas. Todo esto sin fusilamientos, sin declararse antimperialista y sin satanizar al capitalismo y a los empresarios. El líder de este movimiento, José Figueres Ferrer, ganó las elecciones en 1953, pero entregó el gobierno cinco años después. No se quedó gobernando hasta la muerte. Durante setenta y un años, en Costa Rica no ha habido golpes de Estado ni movimientos guerrilleros y ha tenido dieciocho presidentes electos libremente.

Es el país más estable, el que tiene la mayor expectativa y el que mejor ha respondido a la actual pandemia del Covid-19 en Latinoamérica. La educación de su población le ha permitido atraer inversiones de Microsoft, Intel, Hewlett Packard, Google y Amazon, y lograr progresos en innovación tecnológica y respeto al medioambiente. Tiene el salario mínimo más alto de Latinoamérica con 555 dólares, mientras en Cuba son sólo 15 dólares. Los costarricenses no emigran en masa, al contrario, el país recibe inmigrantes y envía más dinero en remesas del que recibe. Estos resultados han superado siempre a Cuba, incluso en los mejores momentos del subsidio soviético.

Sin embargo, estos resultados de la revolución costarricense no despertaron la mitología religiosa que desataron Castro y Cuba. Sin duda, hay diferencias importantes de contexto como el carácter de las élites costarricenses, socialmente más sensibles que los oligarcas guatemaltecos o salvadoreños. Pero lo más importante fue que Figueres y sus seguidores no eran marxistas-leninistas y no les interesó ser redentores. Prefirieron fundar instituciones a ser caudillos, no quisieron crear un hombre nuevo, entendieron que la naturaleza humana es un balance entre la cooperación y la competencia en la cual la ambición de los empresarios puede convivir con la solidaridad hacia los trabajadores.

Pero una revolución sin mesías resultaba muy pagana para el fervor que dominaba a la izquierda de entonces, martirizada por dictaduras. Por ello, Costa Rica nunca fue reconocida por la izquierda como una verdadera revolución. Dicen que la fe es ciega y esto resume lo que ocurrió en la construcción del pensamiento de la izquierda frente a Fidel. Nadie veía el desastre, los que lo veían callaban y los que en algún momento decidimos cuestionarlo abiertamente fuimos llamados agentes de la CIA, neoliberales, vendidos y traidores, es decir, herejes, infieles, apóstatas. Atreverse a decir que la Revolución Cubana es un fracaso o, peor aún, que Ernesto Che Guevara se rindió al ver cerca la muerte, es un sacrilegio. Yo lo digo con la autoridad que me da haber comandado revolucionarios que se enfrentaron solos a batallones, que prefirieron morir heroicamente antes que rendirse.

Establecido el carácter religioso de la izquierda, perder la fe, dejar de creer se volvió un tema lento, complejo y traumático. No es casual que los cambios en la Unión Soviética y Europa comunista llegaron con el cambio generacional. Mario Vargas Llosa en el libro La llamada de la tribu hace referencia a su ruptura con Cuba y a las acusaciones que le lanzó Castro de servir al imperialismo cuando lo sentenció a no volver a pisar Cuba jamás. Le dio la categoría de “ángel caído expulsado del paraíso”. José Saramago lo dijo en una frase: “Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo”. Vargas Llosa describe la ruptura diciendo: “Romper con el socialismo y revalorizar la democracia me tomó algunos años. Fue un periodo de incertidumbre”.

Nunca pude conocer la realidad de los cubanos de la calle. Las muchas veces que visité La Habana me recibía un Mercedes Benz que me llevaba del aeropuerto a una casa de protocolo en el barrio de Miramar. Pero conocí bien el “sistema”, su política exterior, sus dirigentes y, sobre todo, su estrategia hacia el continente con las izquierdas armadas y no armadas. Me reuní decenas de veces con Fidel Castro en el palacio de gobierno, en su yate, en la residencia de Cayo Piedra, en el penthouse donde vivió Celia Sánchez, en su limusina soviética.

Una vez compartimos tiempo en una práctica de tiro. Castro tenía gran habilidad para manipular a las personas a partir de un protocolo, un ritual y de un uso reiterativo de la palabra que fortalecía en terceros la idea de que él era infalible en temas de fe izquierdista. Unas cuantas veces su apoyo fue crucial para que los comunistas salvadoreños aprobaran mis propios planes. Si Fidel apoyaba, todos aceptaban.

Castro empobreció dramáticamente a los cubanos, pero tenía una gran capacidad política para armar estrategias que le permitieran conservar el poder en condiciones extremas, sacando del juego a adversarios reales o potenciales, con cualquier método; diseñando un sistema de control policial en el que todos vigilan a todos; y ejecutando planes con efectos de largo plazo como los médicos-esclavos. Era poseedor de una genialidad perversa, con una visión religiosa y culturalmente conservadora y por lo tanto hipócrita en política. Los principios debían ser defendidos a muerte, a menos que él decidiera lo contrario.

Era humildemente arrogante. Repetía constantemente sus hazañas militares en primera persona. Escuché muchas veces su narración de las emboscadas en la sierra y cómo dirigió desde La Habana la batalla de Cuito Carnavale en Angola. Disfrutaba del poder y sabía que sus palabras eran recibidas como mensajes divinos.

Yo me rebelé contra la dictadura en mi país movido por valores como la justicia, la compasión y por la indignación frente a la arrogancia y crueldad de militares y oligarcas. Pero esos mismos valores me llevaron, años después, a romper con la extrema izquierda y a dejar de creer en la Revolución Cubana. Fue un proceso complejo porque eso implicaba ubicarme en un centro izquierda que no tenía futuro en un país polarizado al extremo. En una ocasión, Fidel me dijo que si ganábamos la guerra podíamos perder la paz. Obviamente percibía las tensiones entre los marxistas y quienes simpatizábamos con la socialdemocracia. Sin embargo, Castro mantuvo un trato preferencial conmigo hasta el final de la guerra porque me reconocía como jefe militar guerrillero.

Cuando las protestas de 2018 en Nicaragua, jamás imaginé que Daniel Ortega fuera capaz de matar a más de 400 nicaragüenses, encarcelar a cientos con tanta ferocidad y definirse abiertamente como dictadura. El sandinismo, incluido Ortega, fue menos dogmático que los marxistas salvadoreños, pero cuando recuperó el poder redefinió su programa como cristiano, socialista y solidario, una mezcla de marxismo, esoterismo y manipulación cínica de la religión. Lo ocurrido en Nicaragua me llevó a pensar que si en El Salvador hubiésemos triunfado, los comunistas, que eran más dogmáticos que Ortega, con el apoyo de Cuba habrían tomado el control del gobierno, yo habría sido disidente y, como tal, habría terminado muerto o dirigiendo fuerzas contrarrevolucionarias.

El empate militar y el acuerdo de paz evitó que esto ocurriera. Mi reflexión es que la guerra en mi país fue un enfrentamiento entre quienes defendían una dictadura y quienes querían imponer otra. La institucionalidad que estableció el acuerdo de paz fue lo mejor que pudo pasar. El empate fue posible por la intervención estadounidense. Sin ella, hubiéramos derrotado a los militares salvadoreños, igual que Fidel pudo derrotar a Batista. Lo paradójico es que yo era simultáneamente un peligro potencial como disidente para la izquierda y al mismo tiempo el objetivo principal de la CIA para ser eliminado y al único al que la agencia destinó un equipo permanente con ese propósito.

Entendí entonces el enorme coraje de todas las disidencias internas de la Revolución Cubana: enfrentaban el riesgo del rechazo de ambas partes. Entre éstas, las disidencias que pudieron haber motivado la perestroika, como la del general Arnaldo Ochoa y mi amigo Tony de la Guardia, dos guerreros fuera de serie fusilados sin compasión por Fidel Castro en 1989. Fueron acusados de narcotráfico en un país donde absolutamente nada se podía hacer sin el consentimiento de Fidel. Con estos fusilamientos, Castro logró limpiarse frente a los estadounidenses por el narcotráfico y deshacerse de un grupo de disidentes, en particular de Arnaldo Ochoa, el más potente de sus competidores.

Separar la ideología de la calidad humana es fundamental para romper con la visión izquierdista que divide al mundo entre buenos y malos, conforme a las posiciones políticas o el origen de clase. Sin tolerar las diferencias, la izquierda jamás será democrática y siempre habrá riesgo de que acabe en dictadura. En la visión religiosa los pobres son buenos, aunque sean delincuentes y los ricos son malos, aunque sean generosos. El calificativo de “pequeño burgués” es un ataque común en la extrema izquierda, que se adentra en la forma de ser y en las costumbres de las personas. Esto conducía a los llamados procesos de proletarización, consistentes en una disciplina de sacrificios para forzar el cambio de clase. La militancia revolucionaria se convertía así en un apostolado, tal como me lo dijo Ellacuría, en principio aparentemente inocente, que se adentraba en la imposición de genuinas idioteces, como la ropa, la música o el arte.

Los Beatles fueron prohibidos en Cuba. Hasta que el Ministerio del Interior comisionó la traducción de sus canciones, concluyeron que éstas no eran contrarrevolucionarias y terminaron construyendo una estatua de John Lennon en un parque en La Habana. Pablo Milanés, el cantautor que se convirtió en marca cultural de Cuba fue enviado en 1966 a un centro de reeducación junto a disidentes y homosexuales. Como se fugó, lo metieron en una prisión con delincuentes comunes. Su pecado era tener talento frente a la mediocridad partidaria.

En su nivel más extremo, la proletarización o reeducación condujo al genocidio de Pol Pot en Camboya, a los muertos de la Revolución Cultural de Mao Zedong y a las matanzas de Stalin. La construcción del hombre nuevo la realizaban matando a millones de personas que representaban al viejo sistema. Guevara fue un fiel impulsor de la construcción del hombre nuevo por la vía de los fusilamientos. A menor escala esto ocurrió también en las filas de la insurgencia latinoamericana. En 2014 fue encontrada en Perú una fosa común con 800 víctimas de Sendero Luminoso, la mayoría indígenas asháninkas y machiguengas exterminados entre 1984 y 1990. En 2003 las FARC ejecutaron un atentado terrorista contra el exclusivo Club Nogal de Bogotá, hubo 36 muertos y 198 heridos. Pudo haber más víctimas si el peso de la piscina que estaba en el noveno piso hubiese demolido el edificio. Fue un acto terrorista dirigido contra civiles por su origen de clase.

El libro Grandeza y miseria de una guerrilla, escrito por Geovani Galeas y Berne Ayalá, cuenta que entre 1986 y 1991, en El Salvador uno de los grupos guerrilleros arrestó, torturó y mató cruelmente a cientos de combatientes y colaboradores por considerarlos espías de los militares. Muchas de estas personas fueron víctimas de una paranoia colectiva de los dirigentes por sospechas originadas en conductas no proletarias que se interpretaban como “infiltración enemiga”. Galeas y Ayalá recopilaron y publicaron los testimonios de las familias de las víctimas. En Guatemala, Mario Roberto Morales, exmilitante de las Fuerzas Armadas Rebeldes, en su libro Los que se fueron por la libre, habla del abandono de sus “prerrogativas de clase” para adentrarse en “los hábitos del pueblo” y cuenta de una guerrillera de seudónimo La China que fue ejecutada porque su “sensualidad” generaba conflictos entre los compañeros. Esta sería una ejecución de corte religioso como las que ahora realiza el Estado Islámico.

En abril de 1983, en Managua fue asesinada con noventa puñaladas Mélida Anaya Montes (Ana María), segunda al mando de uno de los grupos guerrilleros salvadoreños. Inicialmente el asesinato se atribuyó a la CIA, pero los investigadores nicaragüenses y cubanos capturaron rápidamente a los autores. Los debates sobre la negociación como una salida a la guerra produjeron profundas diferencias en el grupo guerrillero al que pertenecía Mélida. Ella estaba en favor de la negociación y el jefe de la organización, Salvador Cayetano Carpio (Marcial), consideraba que negociar era traicionar al proletariado y a la revolución. Carpio ordenó entonces al equipo de contrainteligencia que tenía bajo su mando ajusticiar a Mélida por desviaciones pequeñoburguesas y traición y encubrir el crimen. Al ser descubierto, Carpio optó por suicidarse.

Una guerra exige disciplina y compromiso y hubo efectivamente casos de espionaje y traición. Sin embargo, la “proletarización” fue la causa principal de numerosos crímenes que, además, como dice Roberto Morales, debían ocultarse para evitar “hacerle el juego al enemigo”. La visión religiosa abría las puertas al fanatismo, al revanchismo, al resentimiento social, a la manipulación y al engaño, pero también a la mediocridad, que ha sido el factor más autodestructivo en las izquierdas.

Rechazar la diferencia e imponer la igualdad convierte la mediocridad en resultado y termina con la expulsión o la huida de los talentos. Esto puede verse en el contraste entre la Cuba rica de la Florida y la Cuba pobre de la isla, o entre las dos Alemanias antes de la caída del muro. Cuando el oportunismo adulador y acrítico y su pariente, el culto a la personalidad, toman control, la ineficiencia se vuelve la regla. El fracaso de la Revolución Cubana es hijo de la mediocridad y del voluntarismo, igual que en la Unión Soviética.

Joaquín Villalobos*
Nexos, 1 de julio de 2020.
Foto: Tomada de Árbol Invertido.

*Exjefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de conflictos. Asesor del gobierno de Colombia para el proceso de paz.

lunes, 14 de septiembre de 2020

"En Estados Unidos logré mis sueños"


El pasado mes de marzo, el laureado compositor cubanoamericano Jorge Luis Piloto Alsar (Cárdenas, Matanzas, Cuba, 1955), contó en exclusiva para Diario Las Américas, su salida de Cuba por el puerto del Mariel en 1980. Pero la llegada del Covid-19, entre tantas cosas que de pronto la pandemia alteró, no hizo posible que el valioso testimonio de Piloto saliera en un número especial que estaba previsto imprimir sobre los 40 años del más grande éxodo migratorio que se ha producido en el castrismo. Hoy se lo ofrecemos.

Jorge, cuéntanos sobre tu vida en La Habana de finales de los años 70.

-En agosto de 1978 terminé el servicio militar, que en mi caso fue de más de tres años porque me pidieron quedarme tres meses más para participar en el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que ese año se celebró en La Habana.

-Yo formaba parte de una agrupación musical dentro del EJT (Ejército Juvenil del Trabajo) que se llamaba Habana 75, por el año en que se fundó el grupo. La última actividad donde tocamos en el Festival fue en el barco El Pinero, que hacía el trayecto de Batabanó a Nueva Gerona, Isla de Pinos. Entre otras delegaciones juveniles, viajaban las de Finlandia, Suecia y Francia y fue la razón por la cual, a partir de esa fecha, a Isla de Pinos le cambiaran el nombre por el de Isla de la Juventud.

-Al recibir mi baja del servicio militar, traté de trabajar en lo que sabía, que era en la música, pero me dijeron que no necesitaban más músicos, a pesar de haber participado en el Adolfo Guzmán, el más importante concurso nacional para compositores que entonces había en el país, y con la canción "Decir tu nombre" había ganado el premio que otorgaba la revista Bohemia. Pero en Cuba nunca pude dedicarme profesionalmente a la música y terminé trabajando en una fábrica de carbón mineral de la industria sidero-mecánica, en El Cerro. Allí trabajé en un almacén hasta el día en que me fuí por el Puerto del Mariel en 1980.

¿ Cómo recuerdas aquellos días?

-Aquellos días los recuerdo muy vivídamente, pues debido a los acontecimientos de la Embajada de Perú, en la barriada habanera de Miramar, el gobierno de Fidel Castro abrió el Puerto de Mariel e invitó a todas las personas que residían en Estados Unidos, ir al Mariel en una embarcación y llevarse a todos los miembros de su familia que quisieran irse.

-Estaba casado, y el tío de mi esposa llegó al Mariel y nos reclamó. Éramos nueve personas: sus padres, su hermano y su esposa, su sobrino con su esposa y su hija de tres años, su sobrina y su esposo, que era yo. Para nuestra sorpresa, solo autorizaron la salida de seis personas, entre ellos yo, y dejaron a mi cuñado con su esposa y su niña, que no pudieron salir hasta el mes de agosto. Nosotros nos fuimos antes, el 16 de mayo.

-Recuerdo que en la noche del sábado 10 de mayo, vísperas del Día de las Madres, llegaron dos militares a la casa y nos dijeron que teníamos que presentarnos al día siguiente, a las 7 de la mañana en el Círculo Social Gerardo Abreu Fontán, en la Playa de Marianao. Aquel sábado por la noche, los pocos familiares y amigos que sabían que en cualquier momento nos iríamos, vinieron a despedirse, entre ellos mi madre y mi hermano. Enseguida en el barrio se dieron cuenta de que nos íbamos y trataron de organizar un acto de repudio, pero la presidenta del CDR (Comité de Defensa de la Revolución), les sugirió hacerlo al otro día. Les dijo que nos teníamos que ir al mediodía del domingo, nunca les dijo la verdad, de que nos iríamos esa madrugada. La amistad pudo más que la posición política. Siempre se lo agradecimos.

-Al llegar al Fontán, me doy cuenta de que no había llevado la baja del servicio militar y me quisieron devolver, pero alguien me preguntó dónde había pasado el servicio, quiénes eran mis superiores y otras indagaciones. Hizo una llamada y me pude quedar, otro milagro. En el Fontán pasamos seis días. Solo nos podíamos llevar lo puesto. La comida teníamos que comprarla, una cajita al día por persona, con arroz blanco y algo que parecía pescado. Pasamos hambre. Un día no comí nada. Cuando comíamos un poco más era por la caridad de otros que estaban esperando la salida como nosotros y habían llevado dinero.

¿ También estuvieron en el campamento El Mosquito?

-Sí. El viernes 16 de mayo nos pasan al Mosquito, el lugar más tétrico e intimidante que he visto en mi vida. Estaba cercado por una alambrada muy alta, con garitas con soldados apuntando con ametralladoras de grueso calibre, también habían montones de soldados con perros pastores alemanes. Los perros se los echaban a la gente cuando se producían disturbios por la comida, que nunca alcanzaba para todos. Ahí me encontré personas que llevaban muchos días esperando. Nos tenían separados por grupos: Testigos de Jehová, Presos Políticos y Familiares, que era el nuestro, y otros que no recuerdo.

-No quiero dejar de mencionar dos incidentes terribles. Cuando nos movieron del Fontán para El Mosquito, empezaron a llenar una guagua a partir de los últimos asientos hacia los primeros. Mi esposa y yo éramos los últimos de la fila y nos tocó sentarnos en el asiento frente a la escalera de la guagua, donde se paró un soldado con un rifle AK. Al ver a mi mujer le dijo al chofer: "Mira el flaco de mierda ese, el tronco de jeva que se lleva para meterla a puta allá en Miami". Mi soberbia y reacción fue inmediata, pero mi suegro, que estaba detrás de mí, me agarró por el hombro y me dijo: "No digas nada, te quiere provocar". El soldado respondió: "Que diga algo, que se va a ir sin dientes".

Han pasado cuarenta años y el régimen castrista sigue usando los mismos métodos contra quienes piensan diferente, siguen maltratando a su propia gente, violando sus derechos civiles y ciudadanos...

-Fue lo más humillante que he vivido en mi vida, pero no fue todo. Al bajarnos en El Mosquito nos registraron y me encontraron en el bolsillo de mi camisa una foto tamaño pasaporte de mi madre. Me la rompieron en la cara, mientras una mujer me decía: "No te puedes llevar nada". Todavía me pregunto cómo un sistema puede sacar lo peor de los seres humanos. Le da poder y algunos beneficios a determinados cubanos y le salen sus verdaderos colores.

Jorge hace pausa y cuenta que en 2002 hizo un viaje por varios países europeos ex comunistas (Hungría, República Checa, Eslovenia y Polonia) y la visita al campo de concentración de Auschwitz le recordó El Mosquito con su hacinamiento y sus literas. Prosigue su relato:

-Para suerte nuestra, solo estuvimos unas horas en El Mosquito y de ahí fuimos al Mariel y abordamos el barco, un camaronero nombrado Golf Star. Con el tiempo, supe que éramos 478 personas, nos metieron como sardinas en lata, no había lugar donde sentarse. Me subí al techo y allí encontré un lugar al lado de un moreno recién sacado de la cárcel. Habían muchos delincuentes y varios enfermos mentales, quienes también estaban muy nerviosos.

-A las pocas horas de salir, comenzó una tormenta terrible, no llovía, pero como había luna llena, se veía muy bien. Las olas caían sobre el barco, barriendo el vómito de todos los que estábamos allí, mareados. Algunos cayeron al mar, luego me dijeron que fueron cinco, pero yo recuerdo haber visto solo a dos, que no se pudieron salvar, era imposible.

-En medio de esa tormenta, el moreno, que estaba lleno de tatuajes, me pregunta: "¿ Blanquito, de dónde tu eres?". "De La Habana", respondo. Entonces él me pide: "Si yo muero y tú te salvas, busca a mi madre que se llama (me dijo el nombre, pero lo he olvidado), que vive en la calle Hospital, en el barrio de Cayo Hueso, y dile que mi último pensamiento fue para ella". Solo comenté: "De ésta, los dos vamos a salir vivos". Y así fue. Cuando me decía eso no se le veía miedo en la cara. Nunca más lo volví a ver, pero nunca lo he olvidado.

Siempre que llueve escampa. Luego de tantos horrores, finalmente arribaron a su destino.

-A Cayo Hueso, Florida, llegamos el sábado 17 de mayo a las 3 de la tarde. La sed me mataba. Cuando me bajé del barco, a los marines les decía Please, Water! Y me dijeron: "Toma esto que es mejor". Era Gatorade. Había llegado a la tierra prometida.

-Juré nunca regresar a Cuba y hasta hoy lo he cumplido. De la isla saqué a mi madre, recientemente fallecida, a mi único hermano y a un primo que actualmente vive en Las Vegas. En Estados Unidos logré mis sueños, tuve un hijo y vivo de mi música.

Veinte veces nominado a los Grammy Latino, Jorge Luis Piloto, ganó el primero en 2009 con la canción "Yo no sé mañana", coescrita con Jorge Villamizar e interpretada por Luis Enrique. En 2010 la Sociedad de Autores Americanos (ASCAP) le entregó el premio Golden Note por sus 25 años de carrera y por su aporte musical al repertorio hispanoamericano. Entre los artistas que han grabado temas suyos o en coautoría con otros compositores se encuentran Celia Cruz, José José, Gilberto Santa Rosa, Mariah Carey, Carlos Vives, Christina Aguilera, Tito Nieves, Rey Ruiz, Olga Tañón, Marta Sánchez, David Bustamante, Tamara y Luis Enrique.

Iván García
Foto: Jorge Luis Piloto en 1982 en Miami. Cortesía del autor.

lunes, 7 de septiembre de 2020

Nuevas medidas económicas, viejos problemas políticos


Si en algo estuve de acuerdo con el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en su discurso del pasado jueves 16 de julio, transmitido de manera diferida por el programa Mesa Redonda, como introducción al anuncio de una serie de nuevas medidas para impulsar la economía, fue en que «el peor riesgo estaría en no cambiar, en no transformar, y en perder la confianza y el apoyo popular». Que Cuba necesita cambiar es obvio.

Todo país necesita cambiar constantemente porque las generaciones cambian y los países -sus leyes, instituciones, políticas- necesitan parecerse a quienes los habitan. Pero Cuba necesita, especialmente, cambiar su manera de cambiar, que es lo que de veras garantizaría apoyo popular. No tanto «el bienestar», como dijera el Presidente, sino la posibilidad de que el pueblo participe en la creación de ese bienestar.

No puede haber participación auténtica, que exprese la diversidad política que converge en el país, si, para empezar, no se garantiza el ejercicio pleno de los derechos de los ciudadanos a asociarse y a expresarse libremente.

La economía no existe separada de la política porque cada modelo económico se sustenta en una visión específica de la vida, las relaciones sociales, la naturaleza, el poder, y hasta del sexo. Mientras el ejercicio de la política quede restringido a los espacios admitidos por el Estado y el Partido Comunista de Cuba, los cambios solo podrán ser un fiel reflejo de la clase hegemónica y no del pueblo cubano en su complejidad.

Se sabe que la creación de una red comercial en dólares para la venta de diversos productos (alimentos, artículos de aseo e higiene, ferretería, electrodomésticos) va a incrementar las desigualdades. Eso no podrá evitarse.

Solo quienes cuenten con ingresos en dólares, que serán básicamente quienes reciban remesas del exterior, trabajen con organizaciones extranjeras o logren insertarse en mercados internacionales, podrán acceder a esa red; que seguro contará con una oferta superior, más atractiva, estable y variada que la que funciona ahora con las dos monedas nacionales (CUP y CUC). Pero ni el sector estatal, que emplea a tres millones 79 mil 500 personas, ni el sector no estatal, que emplea alrededor de un millón 435 mil, incluidos poco más de 620 mil cuentapropistas, tienen establecidos los salarios en dólares.

El mismo Díaz-Canel reconoció que «en ocasiones, para beneficiar a todos, hay que implementar medidas que, entre comillas, parece que favorecen a pocos, pero que a la larga beneficiarán a todos». Una vez más estamos frente a la película maquiavélica de «el fin justifica los medios». Una vez más a la mayoría le toca sacrificarse en aras de un futuro luminoso prometido mientras crecen los privilegios de una minoría.

Ciertamente, algunas decisiones resultan novedosas, como la de aprobar las empresas micro, pequeñas y medianas, y han sido percibidas incluso con optimismo por algunos especialistas. Sin embargo, lo más preocupante, a mi entender, es la lógica en la cual se basa esta «estrategia económico-social». Desde el momento en que su punto de partida es nada más y nada menos que el Buró Político del Partido -que no enfrenta ninguna fuerza que configure un equilibrio de poderes-, como sucedió con el Anteproyecto de Constitución, que se discutió durante cinco años al interior de esa élite antes de que en la Asamblea Nacional del Poder Popular se conformara la comisión con 33 diputados que supuestamente lo redactaría en menos de dos meses, yo no puedo considerarla legítima.

Para considerar legítima dicha estrategia, que implica un proceso de reformas, y no de cambios sistémicos, no basta con prometer que beneficiará a todos, también es necesario que se emprenda con todos, como defendiera siempre José Martí.

Y todos no son solo los actores que el Partido único consiente. Todos no son solo los actores que coinciden con su política o que no la cuestionan con rigor. Todos no son solo las organizaciones sociales, gobiernos, empresas o negocios privados que responden a sus intereses y cumplen sus reglas. Todos son, además, los partidos opositores, las organizaciones, los artistas y los medios independientes que desafían el actual orden de cosas y batallan por conquistar un lugar justo en la sociedad y en la construcción del presente y el futuro del país.



Las medidas que comenzaron a implementarse el 20 de julio de 2020 podrán generar cierto progreso económico, al menos según una comprensión de la economía circunscrita a la capacidad de consumo de bienes y servicios de una población, pero no nos conducirán a una Cuba más inclusiva y democrática. Propiciar la participación social no es apenas informar y explicar a la gente por televisión las decisiones que un grupo reducido tomara en privado, no es hacer que la gente baile a tu ritmo y con la música que pones, sino decidir con la gente: descentralizar el proceso de toma de decisiones y diseñar estructuras horizontales que favorezcan la creatividad y la implicación popular.

Sobran en Cuba los estudios que, desde distintas disciplinas, exponen propuestas para dinamizar el ejercicio de la política y el empoderamiento ciudadano. Es colosal la producción de conocimiento sobre el tema del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, el Instituto de Filosofía, el Centro Memorial Dr. Martin Luther King Jr., el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, el Laboratorio de Ideas Cuba Posible, el Observatorio Crítico Cubano o el Centro de Estudios Convivencia.

Soluciones a los problemas económicos, sociales y políticos de Cuba -cuya puesta en práctica no depende de que se levante el embargo impuesto por Estados Unidos- hay muchísimas ya escritas. Se me ocurre, a raíz de la publicación el 23 de julio del Decreto Ley No. 4 de 2020, que promueve el uso de los organismos genéticamente modificados en la agricultura cubana, el libro Avances de la Agroecología en Cuba. Claro, en general, estas soluciones abogan por la descentralización del poder, y ya sabemos que quienes ejercen el poder, más en un sistema totalitario como el cubano, no suelen ceder si no es para preservarlo adecuándose a las nuevas condiciones.

Antes de pedir confianza al pueblo, el gobierno debería empezar por confiar en el pueblo.

¿Qué confianza en el pueblo demuestra el gobierno, cuando las medidas anunciadas por Díaz-Canel el 16 de julio, luego de varios días de rumores sobre la apertura de nuevos establecimientos en dólares, fueron tomadas al interior del Buró Político? ¿Qué confianza demuestra el gobierno cuando no permite que los opositores participen, en igualdad de condiciones con los miembros y dirigentes del Partido, en la vida política de la nación? ¿O acaso los opositores, y todos los demás grupos que son segregados por sus ideas, no son parte del pueblo?

Si el gobierno estuviera en verdad seguro de que el Partido representa mayoritariamente los intereses y la voluntad del pueblo, en Cuba los derechos civiles y políticos estarían garantizados. Se pudiera fundar por vías legales medios de comunicación, partidos, asociaciones múltiples, proyectos comunitarios… Todas las personas que quisieran manifestarse pacíficamente por cualquier causa digna en los espacios públicos podrían hacerlo. Los periodistas independientes podrían reportar sin temor a acabar en la cárcel, como Roberto de Jesús Quiñones, que ya lleva más de diez meses sufriendo privación de libertad por intentar hacer su trabajo.

Cuba no necesita seguir profundizando aún más sus contradicciones y resentimientos. Que un presidente dedique casi la mitad de un discurso a hablar de enemigos de la Revolución, de adversarios, como recién hiciera Díaz-Canel, poco o nada beneficia a todos. Ni quienes cuestionan al gobierno, ni quienes se le oponen, ni quienes hacen chistes con sus funcionarios, deberían ser considerados enemigos por expresarse libremente. Considerarlos enemigos y tratarlos en consecuencia, además, demerita al propio gobierno: pone en evidencia su intolerancia y su incomprensión de los derechos humanos. Y la figura pública que no esté lista, en la época de las redes sociales y los memes, para enfrentar chistes, buenos o malos, que se dedique a otra cosa.

La segregación por motivos políticos e ideológicos que ha originado y estimulado el gobierno cubano desde la década de los sesenta, y que en Fidel Castro tuvo su principal artífice, como se puede verificar desde sus discursos más tempranos, ha dañado y continúa dañando a Cuba más que lo que las políticas de Estados Unidos han dañado y continúan dañando.

Me temo que sanar las heridas que las confrontaciones entre cubanas y cubanos han abierto en la sociedad requerirá un proceso de recuperación psicosocial y cultural mucho mayor que el que requeriría el proceso de recuperación económica del embargo si se levantara de una vez en el Congreso estadounidense.

Nadie realmente preocupado por el bienestar de la nación debería contribuir a acrecentar esas heridas. No se puede responder al odio con odio porque así solo lo multiplicamos. Lo único que de veras nos hará sanar y avanzar hacia una república democrática será la búsqueda de la verdad, que implica reconstruir la fragmentada memoria histórica de Cuba, y la implementación de la justicia, para lo cual tendremos que restablecer las libertades que nos han sido quitadas, lograr la separación de poderes y aprender de otras experiencias de reconciliación nacional. Ese es el cambio que creo más urgente y necesario.

Si entendemos la economía como reproducción de la vida humana en armonía con la naturaleza, las primeras medidas económicas para Cuba deberían ser políticas. El gobierno podrá lograr, con esta estrategia, cierta estabilidad, en la medida en que resuelva el desabastecimiento y alivie la crisis económica que padece el pueblo, sobre todo ese que no cuenta con dólares para adquirir artículos de primera necesidad en los nuevos mercados.

Pero a la ciudadanía cubana le corresponde seguir expandiendo los límites de lo permitido y mirar más allá del papel sanitario, el pollo o el puré de tomate. Podríamos dejar de ser un país hambriento sin ser un país libre.

¿Qué nos garantiza que en una semana, un mes, o un año, el Buró Político no vuelva a reunirse y decida echar para atrás las pocas medidas aperturistas que ha tomado sin contar con nadie? ¿Qué se lo impediría? Ahora mismo, nada. Sería imprudente, una torpeza tremenda, pero nada se lo impediría. Y no sería la primera vez que recogiera el cordel que antes soltó.

El gobierno puede decir que el mayor riesgo estaría en perder el apoyo popular, pero para Cuba, para su futuro, el mayor riesgo estaría en no recuperar, lo antes posible, las libertades necesarias para construir poder popular.

Mónica Baró
El Estornudo, 25 de julio de 2020.