El incendio de la Base de Supertanqueros de Matanzas, la crisis ya permanente del suministro de electricidad en toda la Isla, la caída abismal de la producción azucarera, las colas interminables para adquirir alimentos cada vez más escasos, la caída continua del valor del peso cubano y el agotamiento de las reservas financieras internacionales se suman a la larga serie de retrocesos económicos que Cuba viene sufriendo desde 1959.
Esto hace oportuno revisar una vez más la economía del país dentro de una amplia perspectiva, tanto histórica como internacional. Con este fin parto de las últimas investigaciones de John Devereux sobre la economía cubana, basadas en estadísticas históricas que incluyen, junto a otras fuentes, las del Proyecto Maddison de la Universidad de Groningen en los Países Bajos. Devereux es profesor de Economía en el Queens College de City University of New York.
De acuerdo con su análisis, la economía cubana creció y mejoró el nivel de vida de los cubanos desde el comienzo de la República en 1902, hasta alcanzar, en términos per cápita, el décimo séptimo lugar en el mundo en 1955. Como destaca el investigador, Cuba llegó a ser el primer país tropical que dejaba de ser subdesarrollado para convertirse en uno de crecimiento medio. Sin embargo, en 1959 la economía cubana se fue deteriorando rápidamente, hasta llegar al lugar 90 en 2018. Devereux califica esta caída como un caso excepcional en la historia económica mundial del último siglo. Solo Siria y Corea del Norte superan a Cuba en el enorme descenso de sus economías en ese periodo.
¿Cómo puede explicarse que Cuba haya pasado a ser un país pobre desde una posición de relativa prosperidad en el mundo, a pesar de las promesas de desarrollo de los líderes de la revolución de 1959? ¿Qué factores concretos han determinado una caída tan dramática de la economía cubana?
Las causas de este fenómeno son muchas y están relacionadas con la pérdida de la libertad económica que Cuba sufre desde 1959, acelerándose en 1960 con las expropiaciones masivas de las empresas extranjeras y las grandes empresas nacionales, y llegando a su máxima expresión en 1968, cuando Fidel Castro prohibió toda forma de actividad económica privada. El índice de libertad económica de la Fundación Heritage para el año 2022, que incluye 177 países, coloca a Cuba en el lugar 175. Solo Corea del Norte y Venezuela muestran menos libertad económica.
Hasta 1959 la economía cubana había estado dirigida no por un gobierno o poder central, sino por la agregación de millones de agentes decisorios operando libremente como consumidores, trabajadores, profesionales, comerciantes, empresarios, banqueros, campesinos, propietarios e inversionistas. Esta variedad de ocupaciones era resultado de una sociedad donde predominaba un alto grado de libertad de opciones para todos los ciudadanos.
Actuando para satisfacer sus necesidades personales dentro del marco de los recursos a su alcance, los cubanos dirigían en conjunto la economía nacional por medio de millones de decisiones y transacciones diarias, generalmente dentro de las reglas del mercado y el imperio de la ley. Hasta entonces, la economía cubana verificaba la metáfora de la "mano invisible" de Adam Smith, como si la misma pareciera dirigir toda la economía orientada hacia la satisfacción personal de los ciudadanos. Los cubanos eran los dueños de su economía.
Fue por medio de las amplias libertades económicas existentes entonces que el nivel medio de vida de los cubanos llegó a estar entre los más altos de América Latina y de varios países europeos al final de la década de 1950. Los niveles de producción, la variedad y la calidad de los bienes y servicios disponibles en cualquier cantidad que los cubanos preferían, y compraban libremente con sus ingresos, estaba a cargo de muchos miles de empresas industriales, agropecuarias y comerciales de todos los tamaños, repartidas a lo largo y ancho del país.
La economía cubana de entonces era una economía dirigida por miles de manos privadas, donde el Estado no intervenía en el manejo de las transacciones, aunque era un agente coordinador de la producción y exportación azucarera. El sector financiero y las numerosas empresas contables y de servicios profesionales y legales jugaban sus papeles de apoyo a los aparatos productivos y distributivos por medio de sus múltiples interconexiones con el resto de la sociedad y su actividad económica y financiera. Siendo una economía abierta, Cuba comerciaba libremente con el resto del mundo por medio de su moneda libremente convertible. No era una economía perfecta; podía mejorar, pero prosperaba y era muchas veces superior a la que hoy existe.
Cuando se observan las infinitas conexiones entre las diversas empresas y ciudadanos, la gran variedad de relaciones contractuales y las correspondientes cadenas de suministros, se puede notar que la complejidad de las mismas asemeja a la de una red neural, como las que operan en los sistemas nerviosos de los seres vivos. Mediante esa red de conexiones de altísima complejidad, invisible e indescriptible, que se fue armando durante siglos de desarrollo económico y social, se llevaban a cabo libremente miles de millones de transacciones diarias, desde la simple compra de una naranja a un vendedor ambulante, hasta el diseño y construcción de un edificio de apartamentos para viviendas, una nave industrial o una gran obra de ingeniería.
Tales transacciones incluían también la contratación de personal, la adquisición de propiedades, la solicitud y procesamiento de préstamos y toda suerte de actividad financiera y de apoyo a la economía. En su conjunto, la red de conexiones transmitía las señales que controlaban la economía bajo los principios que hoy se pueden conceptualizar como un sistema cibernético de gran eficiencia. Es muy fácil dañar estas conexiones, tal como se pudo verificar desde 1960, pero es muy costoso y difícil, aunque no imposible, su reconstrucción. Es por medio de esa red y de las interacciones entre la oferta y la demanda que se formaban los precios de cada uno de los bienes y servicios que se producían y distribuían sin intervención estatal. De manera similar se formaban los salarios de los trabajadores y los ingresos atribuibles al capital.
Las expropiaciones de 1960, que continuaron después con empresas de menor tamaño, no solo cancelaron los derechos a la propiedad privada de los medios de producción, sino también fueron limitando y eliminando la libertad para realizar transacciones de bienes y servicios de toda índole. La red neural de la economía sufrió severas mutilaciones, tan catastróficas como las que se sufren cuando se cortan los circuitos de un sistema electrónico o se dañan las neuronas y dendritas de un sistema nervioso.
Es importante visualizar que las expropiaciones en Cuba fueron mucho más que un simple cambio de dueños de los activos y propiedades afectadas. Al desaparecer los derechos de propiedad privada, el manejo, el control y la administración de las empresas correspondientes se traspasó a organizaciones del Estado, por medio de "empresas consolidadas", improvisadas en diversos ministerios, según el sector de actividad económica correspondiente. En este proceso desapareció la competencia entre las empresas individuales, mientras las "empresas consolidadas" se convirtieron en verdaderos monopolios, con el Estado como único dueño, fijando precios y salarios dentro de los parámetros del Gobierno central, tratando inútilmente de operar con la misma eficiencia y rentabilidad de cuando eran privadas, pero sin las conexiones que le permitían funcionar como antes.
La desaparecida competencia entre las empresas individuales, además de servir de incentivo para ofrecer mejor calidad y precios más bajos de lo que producían, podía en conjunto suplir al mercado si alguna empresa fallaba en su producción. Cuando algún productor no podía responder a la demanda, la competencia representaba una redundancia de capacidades de modo que otra empresa suplía la necesidad y los consumidores no se enteraban de la falta y no se llegaba a la escasez. Antes de 1959, rara vez la falla de un productor era una noticia o tema de un discurso político.
De hecho, con las expropiaciones se vería que los dueños no solo habían sido propietarios, sino que también generaban relaciones de muchas clases a partir de sus propiedades, principalmente la capacidad de satisfacer con estabilidad lo que la sociedad necesitaba y de producirlo con eficiencia, a un bajo costo. Típicamente los dueños eran responsables por el estado de sus empresas y se esforzaban por el uso eficiente de sus recursos, contrataban administradores y trabajadores de diversas calificaciones, velaban por satisfacer la demanda de sus clientes, cada uno cuidando la estabilidad de los abastecimientos que necesitaba su negocio y preocupándose por el mantenimiento y posible ampliación y modernización de sus establecimientos. El personal de las empresas se contrataba, promovía y compensaba en función de sus habilidades y competencia, no por sus lealtades políticas como comenzó a ser cuando las empresas pasaron a ser dirigidas por el Gobierno Revolucionario y sus ministerios.
Toda la multiplicidad de relaciones e interdependencias desapareció en Cuba con las expropiaciones. El reemplazo físico del propietario por unos empleados o burocracias del Estado no fue acompañado por el reemplazo de las mismas relaciones administrativas y de empleo. La mutilación de la propiedad privada no transfirió automáticamente al Estado los beneficios que se lograban antes por medio de las ganancias que la empresa producía, generalmente por medio de la competencia con otras empresas del mismo giro. Por el contrario, las empresas comenzaron a operar con pérdidas, obligando al Gobierno a subvencionarlas. Y como pudo verse casi de inmediato desde 1960, el personal más productivo de la empresa empezó a renunciar a sus puestos de trabajo abandonando el país en busca de mejores condiciones de trabajo y de vida en el extranjero, proceso que se repite en Cuba hasta el presente. Al dejar de ser los dueños de su economía, los cubanos se convirtieron en los prisioneros del Gobierno y del propio Fidel Castro.
Las expropiaciones en masa fueron acompañadas en Cuba de la organización del sistema de planificación central, típico de las sociedades comunistas, para dirigir lo que se denominaba la economía socialista (como paso previo a la utópica y nunca lograda economía comunista). Así se fundó la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN), conjuntamente con oficinas similares en todos los organismos del Estado. Las empresas expropiadas en todo el país perdieron entonces la autonomía y la flexibilidad necesarias para adaptarse a las condiciones cambiantes de la economía, quedando sujetas a una administración centralizada y muy rígida, incapaz de atender la demanda de los compradores en todo sus detalles y especificidades.
Este cambio radical de administración fue traumático para todo el país y todos sus sectores, provocando una contracción generalizada en los niveles de producción y consumo. Y la contracción de la producción fue lo que determinó la necesidad de subsidios para Cuba, provenientes de la Unión Soviética primero y de Venezuela después, para evitar un colapso de la economía nacional. Sin tales subsidios, la economía cubana hubiera mostrado una caída aún mayor desde 1959 de la que refiere Devereux.
Al trauma de forzar a la economía de Cuba a operar dentro de la camisa de fuerza de la planificación socialista, hay que sumar el trauma poco estudiado de las intervenciones personales de Fidel Castro en la economía. Tales intervenciones eran en realidad caprichosas y mal concebidas, sin respaldo técnico o estudios de factibilidad y formuladas fuera del plan central, sobre las cuales el gobernante no aceptaba las observaciones y advertencias de los expertos.
Sus intervenciones, no solo añadieron ineficiencia al ya mediocre sistema de planificación central que los rusos habían exportado a Cuba respondiendo a peticiones cubanas, sino que introdujeron un maligno estilo de desorden y caos en el sistema de planificación y dirección, tanto al nivel más alto de gobierno, como al nivel de la administración de las empresas estatales. Dichas intervenciones consistían en propuestas de proyectos de inversión, para los cuales se asignaban recursos fuera de los planes; recursos que tenían que ser extraídos de otros proyectos de los organismos del Estado y sus empresas.
Estos proyectos llegaban a la JUCEPLAN frecuentemente sin aviso previo y, para no contradecir a Fidel Castro, se procesaban y financiaban bajo el rubro de "Planes Especiales".La administración de tales proyectos también se improvisaba, asignándoseles a cualquier organismo estatal o grupo de personas que a Fidel Castro se le ocurriese en cada instancia, sin una evaluación previa de sus competencias. Los ejemplos más conocidos y costosos fueron los fracasados planes de desarrollo ganadero, bovino y porcino, el Cordón de La Habana (de producción agrícola) y la zafra de los diez millones de toneladas de azúcar planeada para 1970 y cuyas pérdidas para el país nunca se conocieron.
No es posible exagerar aquí la disrupción que tales decisiones y estilos de trabajo, tanto administrativo como de gobierno, provocaban a la economía cubana, pero lo insólito de este fenómeno nos obliga a apuntarlo, aunque la falta de documentación nos haga depender en el análisis de la economía cubana desde 1959 de evidencias fragmentarias, anecdóticas y personales, como la experiencia directa de este autor, por su trabajo en la JUCEPLAN entre enero de 1963 y marzo de 1966. La intervención más devastadora de Fidel Castro en la economía nacional tuvo lugar el 13 de marzo de 1968, durante la celebración del aniversario del asalto al Palacio Presidencial en 1957, cuando anunció una "Ofensiva Revolucionaria", que consistía en el exterminio de todo vestigio de propiedad privada en el país, incluyendo microempresas, trabajadores por cuenta propia, vendedores callejeros y hasta simples sillones de limpiabotas.
La medida, a la que se opusieron en privado Carlos Rafael Rodríguez y Juan Almeida (según relata Daniel Alarcón Ramírez, 'Benigno', en su libro Memorias de un soldado cubano) estuvo acompañada por la decisión de Castro de cerrar las escuelas de contabilidad en todo el país y suspender su práctica en las empresas. Esta disparatada decisión se basaba en la noción puramente castrista de que Cuba saltaría de la fase socialista de su economía directamente a una organización comunista, en la cual desaparecerían las "relaciones monetario-mercantiles" y no haría falta el dinero.
De este modo, Fidel Castro mostraba no solo un alto grado de ignorancia sobre los elementos fundamentales de la economía, sino también una reveladora falta de comprensión de cómo se supone que opere una economía bajo el socialismo. Y a la ineficiencia intrínseca del socialismo y la planificación habría que sumar su influencia destructora en la economía. El disparate de eliminar el dinero era ignorar la función de uno de los mayores inventos de la humanidad. Era equivalente a prohibir el uso de la rueda. Un episodio que pone en duda el grado de responsabilidad y hasta la inteligencia misma del gobernante.
Sin contabilidad, las empresas perdieron toda visibilidad de costos, ingresos y pérdidas o ganancias y quedaron incapaces de dirigir racionalmente su gestión productiva por varios años. La contabilidad es la columna vertebral de todo sistema gerencial. No fue hasta los años 70 que se comenzó a restaurar la contabilidad e introducir algún orden en la planificación, pero la secuela del daño infligido a las empresas perdura hasta hoy y es la base de la actual incapacidad productiva e ineficiencia de la economía cubana.
En Cuba la escasez crónica no solamente afectó el abastecimiento de los bienes de consumo y otros suministros de corto plazo, como materias primas y piezas de repuesto. La pérdida de los vínculos comerciales con otros países, en especial con Estados Unidos, perjudicó la adquisición de bienes de capital, como equipos de transporte y construcción, maquinarias agrícolas e industriales, plantas generadoras de electricidad y muchos otros. Estas carencias se fueron acumulando con los años y fueron impactando progresiva, pero inexorablemente la capacidad productiva de todos los sectores del país hasta nuestros días. Uno de los efectos más perniciosos de este proceso ha sido el de reducir a un mínimo la capacidad inversionista de las empresas cubanas. Cuba ahora depende de la importación de administradores extranjeros para muchas de sus nuevas inversiones.
La pérdida de los subsidios soviéticos en 1991 representó un duro golpe para la economía cubana que forzó a todos los cubanos, incluyendo a Fidel Castro, a enfrentarse a una dura realidad: la economía socialista de estilo castrista no era capaz de sostener al país. Gracias al control político que ejerce el totalitarismo, el régimen ha sobrevivido precariamente improvisando medidas de emergencia como la de abrirse al turismo internacional, la aceptación de remesas en dólares de los exilados cubanos y la exportación de servicios médicos.
A pesar de estas medidas de emergencia, la crisis actual no solo consiste en que la economía cubana no crezca. Es mucho más grave; la economía decrece porque ni siquiera es capaz de generar los recursos mínimos necesarios para reemplazar o dar mantenimiento a las capacidades creadas anteriormente. En consecuencia, la economía se ha estado descapitalizando. Este fenómeno excepcional, que se hace visible en el deterioro físico de las viviendas, los edificios, industrias, infraestructuras, plantaciones y masa ganadera es una característica permanente de la sociedad y economía cubanas desde los inicios de la revolución y a sus 63 años de gobierno (aunque se reportan nuevas construcciones en el sector turístico, el resto de la economía retrocede).
Junto a la descapitalización física y financiera de la economía, Cuba ha sufrido dos formas adicionales de descapitalización, la humana y la social. Por un lado, como resultado de la falta de oportunidades para mejorar las condiciones de vida, el país ha ido perdiendo su personal mejor preparado, su capital humano, incluso el que el propio Estado desarrolló como uno de los logros esperados del socialismo cubano. Por otro lado, las restricciones impuestas a las iniciativas privadas para organizar actividades sociales, culturales o políticas han impedido el desarrollo del capital social del país, o sea el conjunto de relaciones interpersonales que enriquecen la vida de toda sociedad, ya dañado desde 1959 como resultado de las políticas intrusivas de un Gobierno que quiere controlar todos los aspectos de la vida nacional.
Pero la raíz del problema económico cubano es mucho más profunda. En una carta a su secretaria Celia Sánchez, escrita en junio de 1958, Fidel Castro declaró que "cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos (EEUU). Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero". Observando la conducta de Castro con relación a la economía, puede concluirse que, a pesar de sus declaraciones a favor del desarrollo económico y el mejoramiento del nivel de vida de los cubanos, especialmente los más pobres, tales metas no eran sus objetivos principales. Desde la perspectiva actual puede concluirse que la revolución se hizo con fines inconfesables, básicamente los de utilizar los recursos económicos del país en función de una agenda personal contraria al interés de los cubanos.
El legado de Fidel Castro es el esperpento de economía que le ha dejado a los cubanos que mal sobreviven en la Isla, una economía eminentemente inválida, que necesita con urgencia cambios profundos en el personal gobernante, en la estructura institucional del Estado y en el sistema productivo para que permita que la libertad de los cubanos les haga posible volver a ser los dueños de su economía y, de paso, su nación.
Jorge A. Sanguinetty
Texto y foto: Diario de Cuba, 29 de agosto de 2022.
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