La última vez que Godefroid Tchalmesso Diur recuerda haber llorado fue una madrugada de 1967, cuando escuchando una radio Zenith Panasonic -la preferida por los guerrilleros- frente al malecón de La Habana supo que el hombre que “había sido su inspiración” y al que había seguido hasta Cuba desde su Congo natal, había muerto. Horas antes, Ernesto Guevara de la Serna, el revolucionario argentino-cubano que pasaría a la historia como “Che” Guevara, era ejecutado en Bolivia.
Para Tchalmesso acababa una época. Para muchos revolucionarios, moría una utopía: la de los pueblos del mundo liberados del imperialismo. Godefroid Tchalmesso, alias Tremendo Punto, es uno de los últimos compañeros del Che. También es probablemente el último dirigente congoleño vivo al que se menciona en Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo, el diario en el que Guevara vertió su amargura por una aventura revolucionaria fallida: la que le llevó en 1965 a la República Democrática del Congo.
La época de las grandes esperanzas en lo que entonces se llamaba Tercer Mundo se desvanecía ya tras el entusiasmo inicial de pueblos como el del ex Congo belga que habían accedido a la independencia en 1960. En el país africano aún resonaba, sin embargo, el mensaje del líder que había sacudido al país del yugo colonial, Patrice Lumumba, asesinado en 1961 con la complicidad de la CIA y de Bélgica.
Muy lejos, en Cuba, este magnicidio y la dolorosa historia colonial del Congo habían impresionado al Che, un internacionalista que soñaba con acudir a "otros lugares del mundo que reclamaban sus modestos esfuerzos”, según dijo en la carta de despedida que escribió a Fidel Castro antes de partir para África. Meses antes, en un discurso pronunciado el 11 de diciembre de 1964 en la ONU, Guevara se había indignado por la ejecución de Lumumba y definido el Congo como “el único caso en la historia mundial que demuestra cómo se pueden atropellar los derechos del pueblo con la impunidad más absoluta y el cinismo más insolente”.
Tras la muerte de Lumumba, varias insurrecciones integradas por maoístas y lumumbistas se habían alzado en armas tanto en el oeste como en el este del Congo para derrocar a la nueva administración prooccidental, instalada por la CIA y por Bélgica. En la región oriental, los revolucionarios 'simba' (león, en swahili) tenían frente a ellos al ejército regular congoleño, a tropas americanas y belgas y también a un ejército de mercenarios sudafricanos. La revuelta había estallado en 1964 y ocupado casi un tercio del enorme Congo pero cuando el Che llega al país apenas si controlaba ya algunas áreas aisladas. Aunque la confrontación era desigual, los simba no estaban solos. La implicación de Estados Unidos había llevado a la Unión Soviética, China y Cuba a apoyar con armas y asesores al Movimiento de Liberación Nacional congoleño. El país africano se había convertido así en un teatro de la Guerra Fría.
En 1965, Godefroid Tchalmesso tenía 24 años. Hoy, a sus 75 años, sentado en la terraza de un hotel de Kinshasa, recuerda la época en la que ocupaba el cargo de delegado en Tanzania del Ejército Popular de Liberación congoleño. Cuando un primer grupo de combatientes cubanos negros llega a su capital, Dar es-Salam, para apoyar a los 'simba', Tchalmesso no podía ni soñar que entre ellos se encontraba el Che, a quien había conocido meses antes. El guerrillero estaba irreconocible pues Cuba había ideado una tapadera que incluía un elaborado disfraz: sin su característica barba y con una dentadura postiza, nadie podía adivinar que el médico cubano "Ramón Benítez" era en realidad el Che. Para los congoleños, aquel hombre era el comandante Tatú (tres en swahili), un médico blanco bajo la autoridad de un cubano negro.
A Guevara la liberación del Congo le parecía una de esas “causas justas por las que luchar” de las que hablaba en sus escritos. La importancia geoestratégica del país, sus 2,34 millones de kilómetros cuadrados y su vecindad con nueve Estados -algunos aún colonizados, como Angola- lo hacían en su opinión idóneo para convertirse en la mecha que prendiera la revolución en el continente africano.
A su llegada a Dar es-Salam, el Che negocia con Tchalmesso su entrada en el Congo. Con él fija también las condiciones de su apoyo. “El Che era humilde y aceptó ponerse bajo la autoridad de los dirigentes de nuestra rebelión”, rememora el exguerrillero. El líder de los 'simba' en el este del Congo era entonces Laurent-Désiré Kabila, el hombre que 32 años después arrebató el poder a Mobutu Sese-Seko y cuyo hijo Joseph Kabila es hoy presidente del Congo.
Tchalmesso se encargó luego de “buscar los barcos” y organizar la entrada clandestina del Che al Congo. En una “embarcación azarosa, precaria”, el revolucionario y una docena de cubanos de su confianza -los primeros de un total de 140- en la madrugada del 24 de abril de 1965, atravesaron el Lago Tanganika desde Tanzania hasta la orilla congoleña.
La misión no empezó con buen pie. Los cubanos se quedaron horrorizados cuando vieron que los congoleños se ponían a cantar para alertar de su llegada a sus compañeros, lo que podía haber hecho que los descubrieran. El Che, por su parte, se sentía culpable por haber ocultado su identidad incluso a los dirigentes de la rebelión congoleña, todo con el fin de no ser detectado por la CIA, que desde hacía años lo buscaba para matarlo.
El secreto no duró mucho. Al día siguiente, el revolucionario se confía con Tchalmesso: “Soy el Che”. “Su reacción fue de aniquilamiento”, explica Guevara en su diario. Tchalmesso recuerda bien su asombro y luego repite las dos palabras que salieron de su boca entonces: Escándalo internacional. “Después, el Che me pidió que volviera a Tanzania para informar a Kabila de su presencia”, precisa el antiguo guerrillero.
A su llegada al Congo, el Che intenta organizar a unos combatientes que, según muy pronto comprende, no sólo están divididos y carecen de formación militar -“el principal defecto de los congoleños es que no saben disparar”, escribe- sino que adolecen de “espíritu de lucha” y sufren la “nefasta influencia de Kigoma”, una localidad de la orilla tanzana donde corría el alcohol y abundaban los burdeles. Los cubanos se ven forzados a una inactividad forzosa mientras esperan, debilitados por la malaria y la disentería, la orden de la dirección congoleña de entrar en combate.
En las raras ocasiones en las que esta orden llega, los congoleños y ruandeses casi siempre tiran el fusil y salen corriendo, “disparan con los ojos cerrados” o se niegan a combatir. Un día el Che insta a Tchalmesso: “Tú, que sabes disparar, enseña a tus compañeros”. Los congoleños se niegan a cargar peso alguno y a cavar trincheras porque los agujeros en la tierra “son para los muertos”.
El choque de culturas y el desconocimiento del idioma swahili pesan. El Che observa cómo los congoleños creen en la 'dawa', un ritual que consiste en rociar al combatiente con un bálsamo que, según ellos, les vuelve invulnerables a las balas. “Supersticiosos” y “haraganes” son adjetivos que dedica en su diario a los revolucionarios congoleños, sin dejar por ello de criticarse a sí mismo por haber llegado sin información al país y también a los cubanos que, poco a poco, empiezan a reclamar el regreso a Cuba, para escándalo mayúsculo del Che. En medio de la desbandada casi general, las escasas posiciones en manos de los revolucionarios van cayendo una tras otra en poder del enemigo.
“El Ejército Popular de Liberación es un ejército parásito, que no se entrena, no trabaja y exige de la población abastecimiento y trabajo”, escribe el Che. La ausencia de la dirección congoleña en el campo de batalla le resulta incomprensible, sobre todo la de Kabila, cuya llegada se demora dos meses y medio. Cuando por fin llega, se queda sólo cuatro días y, aunque promete volver enseguida, no lo hace. El revolucionario argentino -a quien Kabila había causado inicialmente muy buena impresión- critica su constante ausencia del frente, “su afición al trago y las mujeres” y termina por sentenciar en una carta enviada a Fidel Castro que “nada indica que Kabila sea el hombre que precisa la situación”.
“Estas afirmaciones han sido sacadas de contexto”, puntualiza Tchalmesso, un contexto que define como de “de gran exacerbación”. También explica la actitud de la tropa congoleña con el argumento de que ésta carecía de “conciencia política”. Pero, sobre todo, defiende sin fisuras a su antiguo dirigente: “Kabila sí tenía madera de líder y si permanecía en Tanzania, era porque su presencia era necesaria para organizar el trasiego de armas y las relaciones con el gobierno tanzano. Además, él no era bebedor”.
En el Congo, el Che recibe un duro golpe durante una visita del ministro cubano Osmany Cienfuegos, que le anuncia que su madre está muy enferma. El Che adivina que, en realidad, ha fallecido: “Al conocer la noticia, se levantó y se alejó en silencio, entrechocando el talón de las botas mientras caminaba. Siempre lo hacía cuando algo le preocupaba. Era una catadura de hombre de los que nacen cada dos siglos. Emanaba fortaleza moral y psicológica y, por encima de todo, era muy humano, justo y ponderado en el juicio. En combate era el primero en poner el pellejo y se imponía a la tropa con su ejemplo. Mostraba un amor a los pueblos inconmensurable: murió en Bolivia, pero podía haber muerto en el Congo”, alaba Tchalmesso.
En los últimos tres meses de la estancia del Che, el guerrillero congoleño deja Tanzania para luchar junto a los revolucionarios cubanos. Entonces no hablaba español, “sólo algunas malas palabras que me habían enseñado los cubanos, no el Che, que nunca las decía”, explica. En esos tres meses, su trato se hace más estrecho. Tchalmesso duerme en la misma choza que el Che y otros dos cubanos y, en sus diarios, Guevara lo menciona a menudo. Le llama Chamaleso o Tremendo Punto, el apodo que le habían dado después de que el congoleño volcara una barca en el lago con varios cubanos a bordo que no sabían nadar para escapar de un avión enemigo, y que hace alusión a una canción cuya letra dice “Tremendo punto, tremenda moral”.
El retrato que el Che hace de él es el de un joven “inseguro”, pero al que no le falta el valor, por lo que llega a proponerle que asuma la dirección militar de la guerrilla. Tchalmesso declina la oferta, asegura, “por lealtad a Kabila”. “Su trato conmigo no cambió, siguió siendo cercano, pues era una persona que siempre trataba de comprender a todo el mundo, pero sé que le decepcioné”, confiesa.
Al finalizar el mes de junio de 1965, cinco cubanos habían muerto ya en combate y la CIA sabía que el Che estaba en el Congo. La desmoralización de la tropa alcanza su punto más alto y la situación se torna tan peligrosa que Fidel Castro pide al revolucionario que abandone el país, algo a lo que él se resiste. En noviembre, la dirección congoleña pide la salida de los cubanos. El 21 de noviembre, el Che sube a regañadientes a bordo de una barca que le lleva con sus compañeros -incluido Tchalmesso- a Tanzania. En los meses que siguen escribirá su diario, que empieza con una frase lapidaria: “Ésta es la historia de un fracaso”.
Su antiguo compañero africano no lo ve así: “La epopeya congoleña del Che sentó doctrina para las guerras de liberación en África”. A él también lo marcó. Poco después de terminar aquella aventura, Tchalmesso pidió al gobierno cubano viajar a la isla “para formarse mejor en la lucha revolucionaria”, pero lo que iban a ser unos meses se convirtieron en más de tres décadas. Después, el compañero africano del Che ha tenido varias vidas: primero como periodista y corresponsal de la agencia Prensa Latina en Haití y Estados Unidos y, al volver al Congo, 32 años después, ya con Kabila en el poder, como ministro de Defensa y embajador de su país en Angola.
Tchalmesso vive con un pie en Cuba y otro en el Congo. Tres de sus cuatro matrimonios han sido con cubanas y con ellas tuvo siete hijos.
Texto y foto: Trinidad Deiros
El Confidencial, 8 de julio de 2016.