jueves, 28 de febrero de 2019

La Cuba de Desmond Boylan



El 29 de diciembre de 2018, Desmond Boylan, un fotógrafo consagrado, falleció repentinamente en La Habana, donde hace años radicaba con la familia que formó. Desde que se conoció la noticia, las redes se llenaron de mensajes de dolor, gratitud y, sobre todo, de muchas de sus magníficas fotografías.

Boylan, nacido en Irlanda en 1964, reportaba desde Cuba para Associated Press. En los últimos años su trabajo construyó una imagen muy particular de la Cuba del cambio. Su cámara captó negocios emergentes, la renovada cercanía con Estados Unidos, turismo, pobreza… Su mirada buscaba –y encontraba– por igual la Cuba tomada por celebrities y la Cuba que habita los muros donde éstas se fotografían.

"Cubro noticias, deportes o cualquier cosa de interés que esté sucediendo, cuando sea, donde sea”, decía. Sus redes dan fe de que, además, entre noticia y noticia, no escapaban a su lente el atarceder habanero en el retrovisor de un carro, la alegría limpia del niño o el perro que juegan bajo el aguacero, un colibrí, una tendedera, el manicero, el lado amable de la autoridad o la tristeza feroz de un grafiti, siempre con una marca de autor que hacía su trabajo reconocible como pocos.

“El fotoperiodismo es una forma de vida, es mostrar lo que sucede de la forma más directa, clara y honesta posible, para una audiencia global que observará y comprenderá a través de esas fotografías. Intento tomar fotos con contenido que sea apreciado y comprendido por cualquiera que las vea, sin importar raza, nacionalidad o ubicación”, afirmaba Boylan, quien aseguraba que no pasaba un solo día sin que tomara fotos.

Nieto de un fotógrafo que solía mostrarle su trabajo y estimular su curiosidad, recordaba jugar con la cámara de sus padres cuando tenía 5 años. “Era una Werlisa”. Creció en la España franquista y luego en la efervescencia de la transición. “En esa época estaba muy asustado para tomar fotos, pero descubrí que tenía una creciente atracción por ser testigo de eventos noticiosos en primera fila y me di cuenta de que la forma perfecta de hacerlo era tomando una cámara y convirtiéndome en fotoperiodista”.

Atento siempre y discreto, como “una mosca en la pared”, Desmond Boylan entendió que “una buena imagen permanece en el tiempo, se sostiene sola y es fuerte por sí misma para siempre”. Así las suyas lo sostendrán a él.

Mónica Rivero
On Cuba, 30 de diciembre de 2018.
Foto de Desmond Boylan tomada de On Cuba, donde se pueden más fotos suyas.

Ver también: Cuba en los ojos de Desmond (http://www.cubadebate.cu/fotorreportajes/2018/12/31/cuba-en-los-ojos-de-desmond/#.XC9wPFVKjcs), Entrevista que en 2016 le hicieron en Russia Today (https://www.youtube.com/watch?v=jpa7e7PHVuA) y Veinte imágenes para recordar a Desmond Boylan (https://www.larazon.es/multimedia/galerias/20-imagenes-para-recordar-al-fotografo-desmond-boylan-FK21184908).

lunes, 25 de febrero de 2019

Recordando a Frank Hernández Trujillo



La noticia de la muerte de Frank HernándezTrujillo me llenó de una mezcla de tristeza y desesperanza, inevitable cuando nos abandona por sorpresa una de esas personas que aún tienen tantas cosas buenas que aportar a la sociedad.

Frank era un anticastrista convencido. En 1960, con apenas 18 años, se vio obligado a exiliarse para salvar su vida, y a partir de entonces, dedicó sus esfuerzos a restituir en Cuba la democracia pluralista y el respeto a las libertades fundamentales, como dejaba claro en sus siempre instructivas conversaciones, que transmitían un mensaje educativo como buen pedagogo que era. Estaba convencido de que nos liberaríamos de la dictadura.

Nunca lo escuché quejarse de la pasividad del pueblo. Hombre recto, educado, sin sinuosidades, en sus planteamientos transmitía la sinceridad y conciliación entre nosotros. Cuando por las naturales diferencias de nuestros temperamentos y por las difíciles condiciones de nuestra lucha surgían desavenencias, siempre encontrábamos en él un análisis acertado de la situación, sin imponernos su criterio.

El mayor ejemplo lo dio en el 2003, durante la Primavera Negra, cuando la dictadura no sólo encarceló a numerosos opositores y periodistas independientes, sino también emprendió una campaña de intrigas y descrédito contra muchos de los que no fueron encarcelados. En aquellos momentos críticos y difíciles, Frank, con sus opiniones acertadas, nos ayudó a mantener la calma.

Siempre pendiente de nuestras necesidades materiales, trataba de ayudarnos sin cuestionar o pedir nada a cambio. Se solidarizaba también con las personas necesitadas, fueran ancianos, enfermos o impedidos físicos. No se cansaba de repetir que la ayuda que él enviaba era para quien la necesitara, sin cuestionamientos políticos. Así era Frank, un enemigo acérrimo del castrismo, pero con un amor, una fe y una compasión inmensa por el sufrido pueblo cubano.

Hombre sencillo y de gran sensibilidad, cuando hablaba de Cojímar, su poblado natal, se le notaba la nostalgia. En una ocasión le propuse hacer una visita a su antigua casa y enviarle unas fotos, pero la encontramos en ruinas: algunas paredes sin techo ni ventanas y el interior lleno de hierba. Se veía que la habían canibalizado. De las fotos nada comentó.

Su vida se resume en un pensamiento martiano: “En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarle a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana”.

Frank Hernández Trujillo entró en la historia de Cuba por la puerta grande y forma parte de los patriotas que dedicaron su existencia a luchar contra la dictadura castrista. Ese es su legado y el ejemplo que nos dejó.

¡Descansa tranquilo, hermano, que tu sueño se hará realidad!

Gladys Linares
Texto y foto: Cubanet, 2 de enero de 2018.
Leer también: Falleció el periodista independiente Mario Hechavarría Driggs.

jueves, 21 de febrero de 2019

60 años de un sueño húmedo



Este texto son cinco historias. El testimonio de personas que vivieron la Cuba anterior a 1959 y que hoy, sesenta años después, cuentan cómo incidió la Revolución en sus vidas.

Miguel Castillo: 84 años



Yo era patriota, pero me dejé manipular. La gente de Batista hablaba de Martí, de Maceo, de Máximo Gómez y me engañaron. La prensa, la radio, vendían una imagen que no era la real. Entonces decidí servirle a la patria y entré en la Marina de Guerra. Fue una decisión por patriotismo, pero también por necesidad económica.
Nací en Guanabacoa. Mi madre era lavandera, éramos pobres. Desde joven trabajé vendiendo café en las calles y en la construcción. Un día me llamaron por teléfono a la obra donde trabajaba. Era mi madre, me dijo: “Miguel se acaban de llevar a tu padre al hospital”.
Le diagnosticaron una peritonitis. Nosotros no teníamos dinero ni para comprar lo mínimo: penicilina. Mi padre murió. Solo. Sin atención. Al lado de su cuarto, en otra sala, estaban otros ancianos, la gente rica, ellos tenían todos los medicamentos, toda la atención y un médico en la cabecera de la cama el día entero.
Después de aquello me incorporé a la Marina de Guerra de Fulgencio Batista. Mi buque era la fragata “José Martí”. Atendía los radares en el puesto de mando y por ello ganaba 81 pesos mensuales, eso equivale hoy a miles de pesos.
Era de la gente de Batista y eso me hizo abrir los ojos y ver lo que estaba pasando en el país. Se mataba, se cometían crímenes para mantener el control. Cuba era un río de sangre. Los padres llegaban a los féretros, se asomaban al cristal y no reconocían los rostros de sus hijos.
Tenía una novia que se llamaba Rosa, a su hermano la tiranía se lo mató. Todos esos crímenes despiadados fueron los que después me hicieron cambiarme de bando.
Recuerdo estar en una cafetería con los tíos de Rosa y observar cómo en la esquina un camión de la policía bajaba a golpes a un negro. Intenté detenerlos, pero los tíos de Rosa no me dejaron. Me tomaron por el brazo y me metieron para adentro de la cafetería. Me dijeron: “¿Tú estás loco? ¡Te van a matar a ti también!” Segundos después sentimos el sonido de un disparo. Cuando salimos, había un charco de sangre.
Yo formaba parte de la Marina de guerra de Batista y, clandestinamente, tenía relación con una célula del movimiento 26 de julio de Fidel Castro. Una vez estaba afuera de mi casa, vestido de marino, jugando dominó con un revolucionario perseguido por la policía.
A lo lejos vi una patrulla. Le dije: “Ni te muevas”. Un guardia se bajó del carro, con una Thompson y un bicho de buey (especie de látigo) en la mano. Llamé a un vecino para que jugara conmigo mientras los policías preguntaban en otras casas del vecindario dónde vivía el hombre. Al revolucionario le dije que se escondiera en mi casa. Ahí estuvo dos días.
En 1959, cuando triunfó la Revolución, me propusieron quedarme en la nueva Marina de Guerra. Mi comportamiento había sido ejemplar, había tenido una conducta intachable a pesar de estar del otro bando. Decidí licenciarme honrosamente y empezar de cero. Comenzar a acumular méritos.
Nunca negué que fui batistiano y me sumé a la revolución. La nueva política era justa y humana, ayudaba a los pobres. Me incorporé a las milicias, a la lucha contra bandidos y me sumé a los maestros voluntarios para alfabetizar.
Quise ser del Partido Comunista, pero me lo negaron hasta 1987, porque mi esposa había bautizado a dos de mis seis hijos. El primero se llama Vladimir, por Lenin, y la segunda Krupskaya, por la esposa de él.
Siempre buscaron un pretexto para no aceptarme en el Partido. Es que soy crítico con todo lo mal hecho, con las injusticias, con los maltratos y eso no gusta. Ser revolucionario es ser sincero, tener convicciones. Hay muchos fariseos por todas partes, muchos corruptos.
La gente aparenta una cosa y son otra. Ahora, para acompañar al nuevo presidente Díaz-Canel, la gente dice que “vamos a combatir la corrupción” y los que lo dicen son los mismos corruptos.
Cuando Fidel hizo el alegato de “La historia me absolverá”, y lo llevaron a prisión, había detrás de él, en las imágenes, un retrato de Martí. En aquel tiempo eran igual que ahora: gente de doble rasero.
Todavía estoy activo. Ahora vivo en el Sopapo, Batabanó, provincia Artemisa, y soy el jefe del subsector de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), además de ser el representante del Ministerio del Interior de todo el Consejo Popular “La Julia” y miembro de la Seguridad del Estado.
No discrimino a nadie por no simpatizar con la revolución o por ser religioso, porque cada cual es a su manera. Hace poco una iglesia pentecostal me invitó a una misa. Llamé al Partido para ver si estaba legalizada y me dijeron que sí. Fui a la misa porque nosotros los revolucionarios tenemos que estar en todas partes, tenemos que meter el hocico.
El revolucionario no puede tener miedo a decir las cosas. Hace tres años un muchacho fue golpeado por la policía porque se negó a enseñar el carnet de identidad. Los policías estaban borrachos, le pusieron las esposas y lo golpearon. Con mucho dolor, tuve que escribirle una carta a Raúl Castro y decirle que mi jefe superior había abusado de su poder.
El país está marchando bastante bien. Díaz-Canel está tocando con la mano los problemas, les pide a los revolucionarios que sean humanos, pero sigue habiendo problemas porque esto se ha relajado mucho, ha habido mucha tolerancia.
Por ejemplo: el peor día de mi vida fue cuando desalojaron a once familias de sus casas. Eran orientales y habían levantado un asentamiento ilegal. Había mujeres embarazadas, niños, ancianos y no creyeron en eso. El gobierno llegó y les destruyó todo, les rompieron hasta las tazas de baño.
Yo gano 242 pesos (10 dólares) de pensión al mes y mi esposa 240. Mis hijos me tienen que ayudar para vivir. Uno de ellos trabaja en una empresa italiana y me da un estipendio de 20 dólares mensuales. Desgraciadamente es así. Ha habido mucha dejadez, mucha impunidad y todo eso ha conspirado contra la revolución.

Josefina Diego: 67 años



No éramos una familia de la burguesía. Mi padre, Eliseo Diego, era profesor de inglés y español. Mi madre también era pedagoga. Los domingos nos reuníamos en casa, con la familia, con los amigos de mi padre del grupo “Orígenes”.
Estudié en una escuela privada, muy modesta, donde la matrícula era muy barata, incluso, a quienes no podían pagar, se les permitía estudiar igualmente. Todas las maestras eran negras y mulatas, fueron las mejores profesoras de mi vida.
Después de 1961 esa escuela dejó de existir. El triunfo de la revolución trajo nuevas leyes, entre ellas la nacionalización de los colegios privados, la escuela se cerró y, pocos años después, se derrumbó por el deterioro de los años.
Mi abuela (madre de Eliseo Diego) creció en Estados Unidos y le enseñó el inglés y la religión católica a mi padre. A ella no le gustaba lo que estaba sucediendo en Cuba. En esos años había una propaganda muy fuerte que condenaba al comunismo y ella pensaba que la revolución no era tan “verde como las palmas”, como decían.
Mis hermanos y yo estudiamos en escuelas religiosas. En esa época comenzó en Cuba una persecución contra los creyentes. Todas las escuelas religiosas tuvieron que cerrar. Al ver lo que ocurría, mi familia decidió irse del país.
Mis padres renunciaron a sus trabajos. Prepararon toda la documentación: solicitud de visado, vacunas, etc. En aquellos años un funcionario iba a hacer un inventario en las casas y ponía un cuño en la puerta. Luego había que esperar por un telegrama con la fecha de salida definitiva del país. Recuerdo a mi madre comprando ropa de invierno en este calor infernal.
Toda la familia paterna nuestra vivía ya en Estados Unidos, la materna no. Mi madre era muy apegada a su familia. Ella era diabética y la idea de la partida le desestabilizó su azúcar, provocándole hipoglucemias frecuentes. El día que presentó la renuncia a su trabajo me la encontré en nuestro cuarto con un coma hipoglucémico profundo.
Mi padre y mi abuela entendieron que si bien nos iban a salvar del comunismo, corrían el riesgo de dejarnos huérfanos. Fueron a la estación de policía y renunciaron a la salida. Regresaron a casa, abrieron una botella de champán y brindaron. Decidieron quedarse.
Al principio de la revolución había una intención de justicia social muy grande, había una necesidad en el pueblo de eliminar la mentira, el fraude, la corrupción. Había miseria, pero en Cuba no había la miseria de Haití o la existente en países africanos.
Se han logrado muchas cosas, pero ¿a qué precio? Se han cometido muchas injusticias, como fue la persecución a los homosexuales y a los creyentes.
Pienso que puede señalarse 1961 como una fecha clave. Se cerraron una serie de periódicos porque había un enemigo del que defenderse, en abril había ocurrido la invasión por Playa Girón. Ese mismo año, Fidel Castro, en su discurso conocido como “Palabras a los intelectuales”, dijo “dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada”.
¿Pero quién pone esos límites?, ¿qué es revolucionario y qué no lo es? Ahí empezó algo muy grave. Ahí se coartó drásticamente la libertad de expresión en este país. No solo en la literatura, sino en la filosofía, en la economía, en todo. Los límites varían, tener barba y el pelo largo podía ser contrarrevolucionario, era mal visto. Sin embargo, los rebeldes bajaron de la Sierra Maestra con sus barbas y sus melenas.
Era una sola voz, una sola prensa, una sola televisión, una sola persona decidiéndolo todo. Se rompió el debate. En una familia, las personas no se pueden poner de acuerdo. ¿Cómo entonces se puede pretender que todo un país esté de acuerdo? ¿Quién ha visto un Parlamento donde todo se vota por unanimidad?
Estudié primero Literatura Inglesa, dos años, y luego matriculé Economía y me gradué en 1976. Los cambios hay que hacerlos desde dentro, me dije, y decidí ingresar en la Juventud Comunista. Entré en 1973, pero el romanticismo me duró muy poco.
Con la crisis de los años noventa, mis hermanos se fueron a vivir a México y yo quedé cuidando a mis padres que estaban enfermos. No había comida, no había transporte, no había nada. Tuve que dejar de trabajar en oficinas para cuidar a mis padres. Comencé a hacer traducciones del inglés al español. Y con eso hoy aún me gano la vida, más los derechos de autor míos y de mi padre.
La luz eléctrica era una ilusión y el calor era horrible. Papá y yo nos acostábamos en el piso para refrescarnos con las corrientes de aire. Eran tiempos difíciles y nosotros padecimos las mismas escaseces que todos los cubanos. Mi padre estaba desesperado.
En 1993 a mi padre le concedieron el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe ‘Juan Rulfo’. Viajamos a México a recoger el premio y papá quiso pasarse un tiempo fuera de Cuba para darse algunos gustos, Además, mis hermanos vivían allá. Pero estaba muy enfermo, sus pulmones estaban mal. Recibió el premio en noviembre y en marzo de 1994 falleció. Dejó una biblioteca con 4000 ejemplares, la mayoría en inglés.
Que sea crítica no quiere decir que quiero que vengan los americanos ni el pasado ni el capitalismo más desenfrenado. En Cuba había una gran ilusión en los primeros años de la revolución, pero eso se fue perdiendo.
La economía está en ruinas. La gente está desencantada, sin ilusión, porque hay algo que está mal.
Hay una insistencia en la empresa estatal socialista pero no hay ningún estímulo real al trabajo, los salarios no sirven para nada, por eso la gente se corrompe y roba, porque no le puedes pedir a un anciano o a un profesional que viva con menos de 240 y 400 pesos mensuales (10 y 18 dólares aproximadamente). Hay muy mala distribución de la riqueza.
Hay una doble moral en este país, producto de los límites que no permiten que la gente se pueda expresar con libertad.
Se supone que somos marxistas-leninistas, la palabra irrevocabilidad es antimarxista y antidialéctica. Las constituciones tienen que estar por encima de los partidos y no viceversa. Martí no hubiera podido votar a favor de esta constitución, porque Martí no era marxista.
En el libro de mi hermano, “Informe contra mí mismo”, él reproduce una carta, donde en un momento se dice: “Estoy cansada de los discursos interminables, de las consignas repetidas, estoy cansada, muy cansada, cansadísima, de no poder escoger ni siquiera mi propia infelicidad”. Esa carta la escribí yo en 1990.

Gilberto Valdés: 90 años



Mi madre decidió que estudiara el bachillerato en el Instituto del Vedado y no en el de La Habana, porque en el primero los estudiantes no hacían huelgas estudiantiles, no había manifestaciones ni revueltas revolucionarias, era una escuela de blancos. En 1942 fui el primer negro que pisó ese Instituto.
En aquella época, en el barrio del Vedado vivía la sociedad de clase media alta, gente blanca solamente. Si un negro paseaba por sus calles después de las seis de la tarde, la policía lo detenía.
Mi madre estudió algo de piano y su hobby era la música. De ahí me viene mi vena musical. Ella oía mucha música clásica y desde los cuatro años a mí me empezó a gustar ese tipo de temas y el jazz, música norteamericana, sobre todo. Me sentaba a escuchar emisoras de los Estados Unidos por horas.
En el Instituto fundé mi primer cuarteto vocal, que fue el primer cuarteto con ese formato de toda América Latina. El grupo salió por inercia, por puro entusiasmo de unos amigos a los que nos gustaba la música.
Una vez que nos graduamos, el grupo se detuvo. Cada uno de nosotros tomó su camino hacia la Universidad. Estudié odontología.
Era una etapa marcada por los estallidos sociales. Fulgencio Batista dio su golpe de Estado y asumió el poder en Cuba. Luego se desató un desencanto social que provocó la reacción de los movimientos estudiantiles.
Así conocí a José Antonio Echevarría, que se hizo mi amigo. También a Fidel Castro, pues siempre estaba en las revueltas en la Plaza Cadena de la Universidad de La Habana.
Eran los estudiantes quienes se rebelaban y protestaban por las cosas malas de los gobiernos de turno. Salíamos en grupo y le cortábamos los cables a los tranvías, trancábamos las calles con manifestaciones, huelgas, parábamos los ómnibus y bajábamos a los choferes, nos enfrentábamos a la policía. Éramos jóvenes, al final todo era una gran diversión.
Ser universitario no iba solo de convertirse en un profesional, sino que existía un compromiso social con lo que ocurría en el país. Protestar, levantarse en contra de lo mal hecho. Dentro de todo ese movimiento estudiantil existían facciones de derecha, de izquierda, medias.
De vez en cuando se producían enfrentamientos entre las distintas alas estudiantiles. Varias veces hubo muertos en la Plaza Cadena por disturbios armados entre los propios estudiantes. En 1956, la Universidad de La Habana decidió cerrar sus puertas por un año producto de todo ese movimiento insurreccional.
Nos quedamos a la deriva y un amigo me propuso retomar el cuarteto vocal de cuando el Instituto. Nos dijimos que esta vez sí iba a ser en serio, que no íbamos a cantar en los parques de manera amateur. Estuvimos ensayando durante 10 meses y así nació Los Cavaliers.
Un año después de la fundación del nuevo cuarteto, en 1957, la asociación de críticos nos dio el premio al mejor cuarteto vocal masculino de Cuba. Eso nos valió para que nos contrataran en el cabaret Sans Souci, que era el sitio de la alta sociedad cubana.
En Cuba habían florecido los casinos con la llegada de los gánsteres estadounidenses y los principales lugares nocturnos, como Tropicana y Sans Souci, pertenecían a esas mafias.
Andar por las calles de la Habana era un gran peligro. Los muertos aparecían todas las noches. Recuerdo que un vecino fue a la estación de la policía de Zanja para notificar que iba a hacer una fiesta en su casa. Y, mientras esperaba que lo atendieran, llegó el jefe de la estación y dijo: “Todos los que están aquí, recójanlos”. Al otro día amaneció muerto.
El triunfo de la Revolución en 1959 fue muy extraño, tomó un efecto muy raro. Es como si tuvieras un muelle comprimido y al soltarlo, el muelle no vuelve a su sitio, recobra otra dimensión, salta y produce un descalabro total.
Los barbudos entraron a La Habana y fueron recibidos con aplausos. Pero en esa euforia se cometieron muchos errores. Muchos de esos barbudos revolucionarios eran campesinos, no eran profesionales, no tenían un nivel cultural elevado y visitaban por primera vez La Habana.
A Marianao fue donde primero acudieron. Llegaron directamente al Sans Souci y con mandarrias derribaron todo el cabaret. Instauraron desde ese día y hasta hace unos pocos años una base de tanques del ejército.
Sans Souci era la imagen de la alta burguesía, de la oligarquía, y la efervescencia revolucionaria tenía como meta acabar con todo eso. No pensaron en el futuro. Hoy Sans Souci pudiera haber sido, como aún lo es Tropicana, uno de los grandes cabarets de Cuba. A Tropicana también intentaron derribarla, pero los trabajadores se plantaron delante de los tanques del ejército y no lo permitieron.
Ocho meses después me fui a Europa a un contrato de trabajo. Estuve nueve años sin venir a Cuba. Hice otro cuarteto y conocí Bulgaria. Por primera vez vi el socialismo real implantado. Era una sociedad completamente distinta a lo que yo estaba acostumbrado.
Cuando Estados Unidos atacó Playa Girón, estábamos trabajando en el Líbano. Fuimos a la embajada de Cuba, le dijimos al embajador que, si era necesario, estábamos dispuesto a regresar a la isla a defenderla del ataque. No hizo falta, en unas pocas horas se resolvió el asunto.
Siempre estuvimos al tanto de los pasos que iba dando la Revolución. En octubre de 1962, estábamos en París cuando la Crisis de los Misiles. Los músicos trabajamos en las noches, por eso en las mañanas descansamos. Recuerdo despertar y sentir un revuelo tremendo, un alboroto en las calles, la gente gritando, rezando, decían que la tercera guerra mundial había llegado, que los americanos iban a atacar Cuba.
Al principio de la revolución se cometieron muchas injusticias. Por ejemplo, Bebo Valdés era apolítico y le exigieron que tenía que entrar vestido de miliciano a Radio Progreso. Él no era miliciano, por qué tenía que hacerlo, y eso mismo le pasó en varios sitios. Prácticamente lo forzaron a abandonar su país.
En ese momento, yo estaba en Italia tocando con un trompetista cubano. Un día el tipo me dice que me iba a dar una sorpresa. Fuimos a la terminal de trenes y veo salir del tren a Bebo. Poco tiempo después montamos el trío “Los Valdés”.
Regresé a Cuba nueve años después. Encontré un país realmente difícil. Lo bueno de antes de 1959 no estaba y lo bueno de después era malo. Para todo era una burocracia enorme. Lo que si se percibía era que ya no existía la presión para salir en las noches. Había una tranquilidad increíble. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Georgina Wong (89 años) y Caridad Amaral (87 años)



C: Mi madre me tuvo con 16 años. No conocí a mi padre, falleció cuando tenía un mes de nacida. Nunca supe su nombre. Cuando cumplí los dos años, mi madre decidió salir de Consolación del Sur, provincia Pinar del río, y venir a La Habana a probar fortuna. Quería salir de aquel monte.
G: Mi padre emigró de China a Cuba. Era un cantonés que le vino huyendo a la crisis económica de los años 20 en Asia. Conoció a mi madre y se casaron. Nací aquí en el barrio chino de La Habana.
C: Llegamos a La Habana y no teníamos donde dormir. Estuvimos deambulando por las calles casi dos años. Sin techo, sin comida. Hasta que un día un hombre me vio y le preguntó a mi madre si no teníamos casa. El hombre nos dio una habitación para dormir por unos días. Al tiempo se casó con mi madre.
G: Estudié en un colegio público del barrio chino. Por la mañana las clases eran en chino y por la tarde en español. Ahí, en esa escuelita, conocí a Caridad.
C: Al frente de la casa estaba la compañía de teatro chino infantil. Mi padrastro comenzó a llevarme a dar clases y me enseñó el chino. A los 8 años actué por primera vez.
G: Estuvimos 30 años sin vernos. Me había ido del barrio porque mi madre se mudó al Vedado. Nos reencontramos en “La Taza de arroz”, una feria que se hizo en 1945 para recolectar dinero y enviarlo a China por los daños de la Segunda Guerra Mundial.
C: Habíamos estudiado juntas hasta el bachiller. Nuestra vida era el teatro. Estuvimos trabajando en una de las cinco compañías de la Sociedad China de Cuba. Este barrio era muy alegre, siempre había fiestas, fue el barrio chino más poblado de América Latina.
G: Mi madre quiso que estudiara y me fui a la universidad. Me gradué de Licenciatura en Derecho Diplomático. Luego llegó la revolución y me mandaron a la India como parte del cuerpo diplomático. Cuando me retiré, regresé al barrio chino. No era lo que yo había dejado.
C: Cuando triunfó la Revolución todo cambió. Como era comunismo, los chinos se fueron huyendo. El nuevo gobierno intervino todos los comercios, los negocios. Las personas que tenían posibilidades económicas se fueron, solo quedaron los que no tenían nada.
G: Hasta la sede de la Sociedad China la destrozaron. Rompieron los baúles donde estaban los trajes, los retratos y las fotos las tiraron al piso y las pisotearon, a las paredes les dieron con hierros. Los instrumentos musicales los lanzaron a la calle.
C: Tuvimos que dejar de actuar. Murió el teatro “El águila de oro”, murió el cine chino.  Años después el lugar, donde por años cantamos y bailamos, se volvió unas ruinas apestosas que daba asco, un nido de ratas.
G: Es mejor no acordarse de aquello, da mucha nostalgia. Se extraña mucho lo que era este barrio, los amigos y parientes que se fueron del país, los maestros de artes marciales. Con los años me salió un problema en la cadera, por manejar el león y por tirarme de lugares altos en el teatro. Cada vez que me duele, me da tristeza porque pienso en el pasado, en lo que se perdió.
C: Los pocos que quedamos nos reunimos en esta casa de abuelos. Venimos, almorzamos, conversamos. En toda Cuba no llegan a 100 chinos y esto era un país donde había miles.
G: En 2011, un fotógrafo chino que vive en Kansas visitó el barrio interesado en su historia. Le dijeron que tenía que conocer a Caridad, que ella cantaba y hablaba en chino. Caridad lo llevó a su casa, le enseñó fotos de la época y le contó de la historia del barrio.
C: El hombre recaudó dinero entre amigos y nos invitó a China. Ese era nuestro sueño. Actuamos en dos universidades, fuimos a Hong Kong y nos llevaron al cementerio donde están nuestros ancestros, después de saludarlos, comenzó a llover. Bajo el agua canté la primera canción que me enseñó mi madre cuando niña.

Jorge Peyrellade: 89 años



Nací en Camagüey. Mi familia era pequeña burguesa. Me gradué primero de estudios sobre Peritos Químicos Azucareros y luego me hice ingeniero agrónomo.
Criaba cerdos con mi tío en su finca. Comencé a hacer una mezcla en una batea, con palmiche, con leche en polvo. Vendíamos un cerdo diario. Al ver la producción que estábamos logrando, compramos un motor de un Chevrolet y con el bagazo del ingenio, después de terminarse la zafra, ideamos un pienso.
Por eso hay que dejar que la gente crezca, que las iniciativas se desarrollen. En dos años pasé de una batea a ser el representante de la fábrica más antigua de pienso de los Estados Unidos.
Los que vivimos aquella época, sabemos que la historia en Cuba está manipulada. Los gobiernos de Prío Socarrás y de Grau San Martín fueron los únicos en los que hubo verdadera democracia y libertad. Antes, el Partido Revolucionario (PRC), fundado por Martí, tenía el fin de luchar por la independencia y, una vez alcanzada, desaparecer.
Luego vendría el pluripartidismo, lo normal en las democracias. No lo que se dice hoy sobre la existencia de un partido único. El socialismo es una cosa distinta a lo que en Cuba llaman socialismo.
Con 1959 vinieron logros sociales, pero ahora todos esos logros están en peligro o se han perdido.
Cuando supe que iban a nacionalizar las empresas, le dije a mi tío que venía a trabajar para La Habana, que se encargara él del negocio. Durante los primeros años de la Revolución ayudé al país en lo que pude. Me siento satisfecho de haber hecho muchísimas cosas anónimas.
Trabajé en el Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) y en varios proyectos con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Recuerdo que los dirigentes estaban desesperados por encontrar una proteína para darle al pueblo y les recomendé el huevo.
Había un tabú sobre el huevo en ese entonces. Tuve que explicarles que, después de la leche de vaca, el mejor alimento protector es el huevo.
En 1967 disolvieron el INRA y solo dejaron a 150 trabajadores para que siguieran en sus labores, entre ellos yo. Todos tenían que ser del Partido Comunista y me negué. Intentaron convencerme: tuve que llenar unos documentos y pasar más de cinco horas en una entrevista. Después de mi negativa quedé marginado.
Surgió el proyecto de los zoológicos y pasé a formar parte de él. Se quería tener uno en cada provincia, pero los animales estaban compitiendo por la comida del hombre, había que solucionar ese problema. Me fui al zoológico del Vedado y comencé a desarrollar investigaciones para mejorar el aspecto de los animales y su reproducción.
Realicé experimentos con monos enfermos de Parkinson, que mejoraron su salud. Monas con problemas reproductivos pudieron tener sus bebés.
En ese tiempo no había información sobre la cría artificial y había una leona recién nacida a la que su madre no le daba leche. La pequeña estaba desgarrada, desnutrida, su propia madre le había caído encima y le había aplastado las patas traseras. Decidí traerla para mi casa.
Le preparé un suplemento y enseguida comenzó a mejorar. Estuvo dos meses en casa, dormía en el baño. Por las mañanas cuando le abrían la puerta iba directo para mi cama y se subía encima de mí. Las escuelas que quedaban cerca traían a los alumnos para que la vieran.
Un día le pisé la cola con el sillón y me sacó las garras. Tuve que llevármela de la casa porque ya estaba creciendo. La devolví al zoológico, pero se quedaba en mi oficina. Con siete meses me atrapó por el cuello, jugando, y casi me asfixia. Ya ahí si tuve que devolverla a la leonera con el resto de los animales.
Poco tiempo después murió de tristeza. No comía, no salía de la caverna. Los otros leones le quitaban los alimentos.
En 1976 me fui a estudiar a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y me hice Doctor en Ciencias Biológicas en la rama de fisiología animal y humana. A mi regreso trabajé en el Instituto de Zoología y en el Zoológico Nacional. En este último desarrollé una investigación sobre la dieta utilizando a primates de todos los continentes. Después me jubilé.
Ya en casa me entretenía con pajaritos. Llené el balcón con 35 jaulas de nueve especies. Estuve diez años reproduciéndolos y haciendo apuntes para una futura investigación.
El debate que hay en Cuba alrededor de la dieta humana me motivó para retomar mi investigación que había realizado anteriormente con los monos. El estudio estaba basado en dos grupos: uno que estaba sometido a una dieta balanceada y otro que no.
Fue asombroso lo que fui encontrando. En 2013 definí una dieta humana idónea y descubrí qué nos separa a los humanos de los primates en cuanto a la dieta, una cuestión que está relacionada con la evolución.
Los monos que comieron la dieta no balanceada se peleaban unos con otros, eran ariscos, todo el tiempo se mordían. En el momento de la investigación se produjo un desagüe en el sitio donde dormían y se propagó una infección. Del grupo sin dieta murieron casi todos. A los otros solo se les alteraron los leucocitos.
Los primates que tenían la dieta balanceada eran unos caballeros. Les cedían su comida a las hembras paridas y se quedaban contemplándolas al comer. Lo que quiere decir que la dieta mal balanceada produce alta morbilidad, alta mortalidad e incentiva la violencia.
¿Desde que dejamos de pertenecer al campo socialista no hay más violencia en Cuba? ¿No ha aumentado la indisciplina social? Todo eso tiene que ver con la dieta, con la falta de agromercados, de comida en general.
Esta investigación no han querido publicarla en Cuba. Tenía un contrato con la Editorial Científico-Técnica, pero cambiaron al director y el nuevo me dijo que no le interesaba “el tema de los monos”. Rescindí mi contrato.
Un amigo que vive en Estados Unidos me está ayudando a promoverlo. Abrió una página en internet para venderlo a cinco dólares. La intención es recaudar fondos para costear de manera independiente la publicación.
El precio es bien barato porque quiero que esté al alcance de los cubanos y para que los dietistas de este país se enteren de que lo que comemos nos está enfermando.
Texto y fotos: Abraham Jiménez
El Estornudo, 2 de enero de 2019.

lunes, 18 de febrero de 2019

De la cercanía de Obama a la hostilidad de Trump



Solo 90 millas separan a Cuba del sur de Florida, en Estados Unidos. Esa distancia se estrechó con el restablecimiento de relaciones que impulsó en 2014 el entonces presidente Barack Obama. Pero se agranda cada vez más con la retórica hostil de su sucesor, Donald Trump.

Desde su llegada al poder a principios de 2017, Trump ha restringido los viajes a Cuba, ha reducido su personal diplomático y ha endurecido el embargo con más sanciones a los hoteles de la Isla, pero sobre todo ha cambiado la actitud de Estados Unidos hacia el país caribeño, según coinciden expertos consultados por la agencia EFE.

“Hemos pasado de un tono cívico y de respeto mutuo a un tono barbárico, intimidatorio y propio de un matón. Hemos pasado del acercamiento positivo a una retórica imperialista”, dijo Peter Kornbluh, director del proyecto de documentación de Cuba del Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington.

El mayor cambio, afirma Kornbluh, es que Trump emplea un lenguaje destinado a provocar un “cambio de régimen” en Cuba, una idea que Obama abandonó en octubre de 2016. tras décadas de hostilidad con la Revolución Cubana, de cuyo triunfo se cumplen ahora 60 años. Entonces, Obama proclamó una directiva que pretendía hacer “irreversible” la normalización de relaciones iniciadas el 17 de diciembre de 2014 y en la que anunció: “No seguiremos buscando el cambio de régimen en Cuba. Estados Unidos no puede imponer un modelo diferente a Cuba porque el futuro de Cuba depende de los cubanos”.

El acercamiento promovido por Obama y el entonces presidente Raúl Castro, buscaba acabar con medio siglo de enemistad y enterrar en el pasado momentos como la Crisis de los misiles, que en octubre de 1962 puso al mundo al borde de la guerra nuclear. Esa armonía acabó con la llegada a la Casa Blanca de Trump, quien supo conquistar al sector más radical del exilio cubano de Florida, contrario al deshielo.

Los dos mayores discursos sobre Cuba de su gobierno se han producido justamente en Florida. En junio de 2017, Trump prometió mano dura con la Isla; y en noviembre de 2018, su asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, se comprometió a derrotar a la “troika de la tiranía”, en la que además de Cuba incluyó a Venezuela y Nicaragua.

A pesar de la hostilidad de Trump, Estados Unidos ha mantenido los 23 acuerdos bilaterales que se firmaron bajo el gobierno de Obama y ha seguido reuniéndose con las autoridades cubanas para conversar sobre una gran variedad de temas, desde narcotráfico hasta terrorismo pasando por cibercrimen.

De esa forma, el mandatario no ha dado marcha atrás en el proceso de normalización de relaciones, pero lo ha congelado: ha prohibido la mayoría de transacciones de Estados Unidos con empresas administradas por las fuerzas armadas cubanas, que controlan buena parte de los hoteles, y ha limitado el tipo de viajes que los estadounidenses pueden hacer a Cuba.

El punto de inflexión, sin embargo, se produjo con los supuestos ataques que enfermaron a 26 empleados de la Embajada de Estados Unidos en La Habana entre noviembre de 2016 y agosto de 2017. Debido a ese episodio, Washington ordenó la salida del personal no esencial de su legación en Cuba, es decir, un 60 por ciento del total; y cerró su oficina de asuntos migratorios, de forma que los cubanos deben tramitar en terceros países los visados que necesitan para viajar a territorio estadounidense.

Con la vista puesta en 2019, los expertos advierten de un endurecimiento de la política hacia Cuba. De hecho, Trump está evaluando cuatro opciones con respecto a la isla, Según William LeoGrande, profesor en la American University y autor de un libro sobre el proceso de deshielo.

La primera posibilidad que baraja Trump, explica LeoGrande, es un aumento de las restricciones a los viajes a la isla, mientras que la segunda consiste en la inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo, de la que salió en 2015 por decisión del Ejecutivo de Obama. La tercera opción es la imposición de sanciones económicas a líderes cubanos y la cuarta podría ser la activación de una parte de la ley Helms-Burton de 1996, que endureció el embargo a Cuba.

En concreto, Trump podría permitir que entrara en vigor el título tercero de esa ley, congelado desde hace 22 años, y eso permitiría a los cubanoamericanos demandar en cortes de Estados Unidos a las compañías que se están beneficiando de propiedades en Cuba que antes de la Revolución eran de su propiedad.

A finales de enero de 2018, Trump tendrá que decidir si permite la entrada en vigor de esa provisión, algo que “paralizaría” cualquier negocio con la Isla, sostiene LeoGrande. Si adopta alguna de esas cuatro medidas, habrá demostrado que sus palabras están acompañadas de acciones. Entonces, Estados Unidos se alejará todavía más de Cuba.

EFE/On Cuba, 29 de diciembre de 2018.
Foto: Barack Obama y Rachel Robinson, viuda de Jackie Robinson, durante el encuentro amistoso de béisbol entre equipos de Cuba y Estados Unidos, celebrado el 22 de marzo de 2016 en el Estadio Latinoamericano de La Habana. Tomada de MLB.com

Leer también: Más allá de un abrazo.

jueves, 14 de febrero de 2019

lunes, 11 de febrero de 2019

Turista en casa



La calle es larga y remota como el suspiro de un moribundo y la luz municipal de los focos amarillos se desparrama sobre el asfalto húmedo de la madrugada. La fachada de la esquina tiene el color terroso de las casas en las que ya no vive nadie o en las que vive todavía mucha gente. Hay una ventana cerrada, una reja de hierro, manchas en la acera, y en el fondo un cielo oscuro y agitado.

Es poderosa la imagen de la soledad y la pobreza. Me detuve y le saqué una foto con azoro. Era una calle, la calle de la desgracia, que yo había recorrido muchas veces, en muchas partes distintas y siempre apurado. Como si alguien, seguramente yo mismo, estuviera siguiéndome los pasos.

Ahora estaba de visita en Cárdenas, el pueblo al noroeste de Cuba en el que viví hasta los diecisiete años y que nunca antes había pensado retratar, básicamente porque uno retrata los lugares a los que llega, no los lugares de los que sale.

Pero esta vez yo estaba llegando. Era el verano de 2018, tres años ya en el extranjero, y en las calles Aranguren y Laborde, a las seis de la mañana del barrio Fundición, un barrio construido en la línea del mar, con salitre en la cara, me di cuenta de que yo era un visitante en la esquina de toda la vida.

Me había convertido, por un momento, en un turista de mi pasado; el peregrino que estaba recorriendo, más que un lugar, las ruinas de un tiempo y el trazado urbanístico de una memoria. Aquella foto era la foto de un pensamiento.

A los dieciocho años me fui a La Habana. Nos soportamos hasta los veinticinco. Fue una relación febril entre dos cuerpos jóvenes vueltos uno en la boca del deseo, diluidos en la lengua del hambre. La Habana aún no llega a los quinientos años, por lo que podemos correr el riesgo de volvernos rápidamente más viejos que la ciudad. El éxodo es tal vez la arruga más profunda de la piel, pero es también un pliegue que no se ve, porque se vive como una cirugía ética, el bisturí que corta un tejido enfermo.

He llegado a muchas ciudades y he pasado muchas horas en aviones luego de esa operación sin anestesia. La primera vez que me sorprendí de encontrarme donde me encontraba fue en Berlín. Compraba yo dos pantalones en un bazar cerca del río Spree, mientras cientos de refugiados sirios, desde el sur, invadían Alemania como ratas sin techo. La última vez, en cambio, fue una mañana de noviembre entre Argentina y Chile, sobrevolando los Andes, sus picos blancos de nieve.

Quien viaja finalmente toma fotos porque necesita demostrar, sea para el otro o para sí mismo, que estuvo en ese lugar específico. Está tratando de remediar en el presente una angustia que se va a proyectar en el futuro sobre un hecho que fue. Hay una razón por la que tengo muy escasas fotos de algunos de los sitios que he visitado, y de otros no tengo ninguna. Mi finitud reduce o desintegra la capacidad simbólica y la belleza natural de los espacios.

Un sitio solo puede ser leído en primera instancia dentro de una cronología personal y una sensibilidad específica, y toda cronología personal es corta ante la historia y toda sensibilidad específica es insuficiente ante la cultura. Mi tamaño se impone. Mi edad se va convirtiendo, para mí pesar, en la edad absoluta de las cosas.

Soy un líquido inflamable, fósforo de lo ajeno, y he visto arder Barcelona, Nueva York o Venecia inmediatamente con mi llegada. ¿Cómo puede seguir conservando su carácter histórico o fascinante –su centro sagrado, su piedra solemne– el lugar al que arribamos con nuestra batería de gestos y actitudes prosaicas y comunes?

Las grandes catedrales desaparecen tales como son para convertirse apenas en el lugar en el que ese momento estoy: ahí donde tengo unos zapatos puestos y me aburro y me rasco la cabeza y me toco la nariz y bostezo y sudo y apesto, y así una serie de acciones que son las acciones de toda la vida, las de antes y las de después, las únicas acciones que el hombre puede emprender con facilidad e irrepetiblemente, los movimientos que llenan el tiempo.

No tengo en el extranjero una mirada nueva. Contemplo el Foro Romano con los mismos dos ojos con los que he visto siempre, los ojos cuyas retinas cargan consigo la imagen del caballo municipal con la carne pegada a las costillas, del viejo sin dentadura sentado en el quicio de la acera, de la fosa de excrementos desbordándose en la calle como un limo negro.

¿Qué sentido tiene entonces retratar un sitio que ya no es, o que solo es en la medida en que soy yo? Ninguno, porque ya nos acompaña una foto nuestra, la foto del cuerpo vivo, para todo el tiempo que nos ha sido dado.

Si esto no bastara, ¿cuál es el valor concreto de tomar la foto que se toma todos los días? ¿Qué se retrata en la Plaza San Marcos, en la Sagrada Familia o en el Empire State que no se sepa? Son sitios constatados. Nadie dudaría de que hemos ido a un lugar que la gente, justamente, usa para ir. Es lo que se hace.

Pensé en eso hace poco, de visita en Perú, porque quería recorrer algunos de los espacios que hace cien años César Vallejo hubiera podido frecuentar. Antes creía portentoso, en extremo poético, que Vallejo estuviera enterrado en París, pero eso no tiene nada de poético, entendido lo poético como el ejercicio del milagro y el asombro, como lo extraño o lo desconcertante. En París está enterrada mucha gente. Es natural, de algún modo, morirse en París: territorio consagrado, lugar de llegada. Lo inaudito, lo verdaderamente único y estremecedor, es nacer en Santiago de Chuco. La muerte es uniforme, el nacimiento es específico.

La saeta de esa premonición me atacó aquella madrugada en Cárdenas. Vi entonces la calle de siempre, intransferible, sabiendo que nadie más podía retratarla, que me encontraba en un sitio improbable e inverosímil que se iba a mantener a salvo de la visita de nadie. Solo una especificidad así, fantasmagórica, podía volverme singular y corpóreo.

Había, además, otras texturas en la foto. El ojo es tiránico y secuestra la sensibilidad del viajero. No hay visita sin mirada, pero en casa hay rápidamente olor y tacto, formas de acercarse al mundo y de profundizarlo que por lo general requieren estancia y paciencia, una verticalidad o inmersión; lujos todos que el viaje moderno difícilmente puede permitirse, como fenómeno horizontal y directo que es.

Sin embargo, nunca hubiese habido foto local si un día no me hubiera ido a los lugares que son de todos. La calle larga y remota, el cielo oscuro y agitado, la casa sin pintar del hombre pobre. Hay que escapar de un sitio así para llegar a él.

Carlos Manuel Álvarez
El Estornudo, 18 de diciembre de 2018.
Foto del autor: Calle de Cárdenas, Matanzas.

jueves, 7 de febrero de 2019

Acuerdo con Grandes Ligas puede beneficiar a muchos cubanos

Cuando aquella tarde de 1980, en el puerto del Mariel el estelar pelotero habanero Bárbaro Garbey subía a un bote atestado de personas que deseaban emigrar hacia Estados Unidos, comenzaba a fraguarse la conmovedora historia de talentosos jugadores cubanos que huían de su país para competir en el mejor béisbol del mundo.

Pasado de peso y con el pelo canoso, 25 años después, Garbey contaba al diario USA Today que en varias ocasiones intentó sumarse a los miles de cubanos que escapaban del castrismo.“Las tres primeras veces me reconocieron y me dijeron que eso no era para mí. La cuarta vez, un tipo también me reconoció, pero me dijo: ¿Así que te quieres ir? Pues vete al diablo”. En 1978, Bárbaro Garbey había sido inhabilitado de jugar béisbol por las autoridades cubanas acusado de 'vender' juegos de su equipo Industriales.

Posteriormente, Rey Vicente Anglada, ex segunda base que tenía manos de mago y hoy es manager de Industriales, reconoció que fue una imputación falsa acusar a un grupo de jugadores de 'vender partidos'. Nunca las autoridades políticas y deportivas en Cuba han realizado una disculpa pública.

En una entrevista a un periódico de la Florida, Bárbaro confesó que el precio a pagar fue grande. “No pude ver a mi familia en doce años, pero estaba decidido a probarme y a demostrar que tenía madera de Grandes Ligas”. Garbey hizo su debut en la gran carpa con los Tigres de Detroit y en 1984 ganó un anillo de la Serie Mundial.

El goteo de deserciones de peloteros de la Isla comenzó a dispararse en 1991, cuando el formidable lanzador René Arocha abandonó la selección nacional en el Aeropuerto de Miami. Después de esa fuga, alrededor de 1,200 beisbolistas cubanos escapaban en cualquier cosa que flotara o abandonaban sus equipos en el extranjero para probar fortuna en la MLB (Major League Baseball) Algunos como el paracorto habanero Rey Ordoñez, en un torneo universitario en Buffalo, Nueva York, saltó la cerca del jardín izquierdo y pidió asilo político.

Decenas de peloteros cubanos como José Abreu, Aroldis Chapman o Yasiel Puig, lograron cumplir sus sueños y hoy ganan salarios de seis ceros en Grandes Ligas. Otros, como Yunier Díaz, Rogelio Armenteros y Robert Luis Moiran, van por ese camino. En la pasada temporada más de 30 peloteros de origen cubano jugaron en la MLB. Y más de cien jugadores nacidos en Cuba se esfuerzan en las ligas menores para dar el gran salto.

Aunque la prensa estatal patrocinada por el régimen castrista apenas ofrece estadísticas y habla con la boca apretada de sus logros deportivos, los fanáticos locales siguen al detalle los éxitos de sus compatriotas.

El nuevo acuerdo entre la Federación Cubana de Béisbol y la MLB, en un futuro a corto plazo, pudiera beneficiar económicamente a miles de cubanos. Ignacio, licenciado en deporte, fue un entrenador de calibre en las categorías pequeñas. Ayudó a ganar varios títulos nacionales a equipos sub-12 y sub-15 de La Habana.

Pero el bajo salario, poco más de 400 pesos, equivalente a 15 dólares, le obligó a cambiar de trabajo. “Ahora soy jefe de turno en una fábrica de refrescos. Con lo que me busco por la izquierda gano diez veces más que mi antiguo sueldo. Pero si con el nuevo acuerdo entre las Grandes Ligas y la Federación Cubana se me abre una puerta y puedo entrenar en ligas infantiles bajo la supervisión de la MLB, te aseguro que dejo el trabajo en la fábrica. Mi vocación es formar futuras estrellas del béisbol”, dice con una pizca de nostalgia y recuerda a varios de sus alumnos como Jorge Oña, que juega en ligas menores de Estados Unidos.

Frank, un conocedor de las interioridades de la pelota nacional, se emociona cuando habla del futuro que podría tener nuestro béisbol. “Este acuerdo con la MLB es histórico. Los treinta y pico de peloteros de origen cubano que juegan en Grandes Ligas y casi un centenar en otras ligas, en su conjunto tienen contratos superiores a las exportaciones anuales de Cuba. Con ese pacto, si las autoridades no se entrometen, la MLB pudiera abrir varios campamentos beisboleros y recuperar cientos de terrenos de pelota perdidos y no faltarían guantes, pelotas, bates y otros implementos. Son tantas las carencias que hubo juegos de la Serie Provincial de Primera Categoría suspendidos por falta de pelotas”, dice Frank y añade:

“La MLB podría abrir cursos para scouts, crear una estructura que se complemente con la de las escuelas deportivas cubanas y podríamos acceder a las técnicas y metodologías beisboleras más novedosas. Y dominar estadísticas tan poderosas como la sabermetría. Es es un bisne (negocio) de ganar-ganar para ambas partes”.

Los familiares de niños que todos los fines de semana juegan en ligas infantiles consideran que este acuerdo posibilitaría firmar futuros contratos sin tener que marcharse del país. Ronald, padre de dos adolescentes de 12 y 15 años, que despuntan como futuras estrellas, considera “que si la Federación Cubana permite cierta autonomía, en un futuro cercano, bajo el patrocinio de la MLB y las autoridades cubanas, se podrían firmar contratos con equipos de las Mayores. La mayoría de los familiares, que somos los que nos hemos gastado un montón de dinero y tiempo, aspiramos a ser los representantes de nuestros hijos. Cualquier contrato que se pueda firmar resolvería muchos de los problemas acumulados en cualquier familia. Si el Estado no se inmiscuye, este acuerdo es un negocio excelente para todos”.

Ahora mismo, el número de jugadores que pudiera interesarles a las organizaciones de la MLB no es nutrido. El bajón cualitativo de la Serie Nacional es considerable. En un béisbol huérfano de grandes estrellas descuellan Alfredo Despaigne o Liván Moinelo, que juegan en ligas de Japón. Es entre los jóvenes donde se puede recoger una mejor cosecha. César Prieto, Andrés Hernández, Oscar Luis Colás o lanzadores como Javier Mirabal y Norge Luis Vera junior tienen herramientas suficientes para crecer y poder jugar en la Gran Carpa.

Con el acuerdo entre Cuba y las Grandes Ligas, se podrían recuperar a cientos de entrenadores de béisbol, terrenos de pelota, dotar de implementos deportivos a todas las categorías y diseñar una liga profesional nacional donde puedan jugar los peloteros nuestros que compiten en ligas menores o no son regulares en las Mayores. Y hasta jugadores extranjeros podrían ser firmados.

El béisbol cubano necesita una revolución profunda. Y no hay mejor aliado que la MLB para ese rescate. Las cenizas de Fidel Castro, quien siempre fustigó al deporte profesional, deben estar revolviéndose en su tumba.

Iván García


lunes, 4 de febrero de 2019

Béisbol cubano: otro año de penumbras



El año 2018 fue desastroso en materia de resultados internacionales para el béisbol cubano. No aparece la luz al final del túnel, y lo que era bien fácil hace algún tiempo, se ha convertido en una tarea imposible. Repasemos lo que ocurrió con las selecciones cubanas de pelota en los últimos doce meses.

En enero, los Alazanes de Granma por segundo año consecutivo ganaron la Serie Nacional, y obtuvieron el derecho de participar en la Serie del Caribe. Otra vez el equipo mostró buena cara en la fase clasificatoria, pero cedió en el partido del cruce en semifinales ante las Águilas Cibaeñas. Los pupilos de Carlos Martí dejaron buenas sensaciones, y otra vez el pueblo cubano se quedó con el sabor de boca de que se podía llegar a la final de la justa. Nuevamente se perdía el juego bueno.

Lo único positivo en la categoría de mayores durante 2018, estuvo en las tres victorias conseguidas por un equipo alternativo ante la selección de Nicaragua. Los nicas no eran el mejor medidor, pero se pudieron probar otras figuras, y se cumplió el objetivo de ganar el tope.

En el verano llegaría el principal compromiso del deporte cubano: los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Barranquilla, Colombia. Peor no le pudo ir al béisbol después de una polémica Serie Especial que pretendía mantener en forma a los principales jugadores cubanos. Derrotas ante Venezuela y Puerto Rico pusieron en evidencia a nuestro pasatiempo nacional. De forma milagrosa, Cuba finalizó con la medalla de plata y el cupo directo a los Panamericanos de Lima 2019.

La guinda al pastel llegó con la Semana de Haarlem en Holanda. El segundo equipo cubano perdió en la fase clasificatoria ante tres selecciones europeas: Alemania, Italia y Holanda. Semejante desastre jamás había ocurrido contra conjuntos del viejo continente. El enrevesado sistema de competencia permitió que los antillanos maquillaran un poco el resultado y finalizaran en un magro cuarto lugar entre seis participantes. Cuba no gana ni un torneo de segunda línea como el celebrado en el país de los tulipanes.

El panorama en otras categorías también es triste. Cuba únicamente ostentaba una corona mundial en la categoría sub-15 debido a los títulos conquistados en México 2014 y Japón 2016. El nuevo reto mundialista estaba fijado en Panamá, en agosto de 2018. El equipo dirigido por Dany Valdespino llegó invicto a la Super Ronda, y se desmoronó en esa fase de la competencia. Perdieron de manera consecutiva ante Panamá, Estados Unidos y Taipei de China lo que los llevó a finalizar en el quinto lugar. La única satisfacción fue la inclusión del receptor Edgar Quero en el Todos Estrellas del torneo.

Entre agosto y septiembre, se desarrolló el Panamericano sub-12 en Aguascalientes, México. El equipo cubano solo sufrió un par de derrotas ante Estados Unidos (16-1 en el debut), y Nicaragua (5-2 en la Súper Ronda). Este conjunto se llevó las medallas de bronce y obtuvo uno de los cuatro cupos mundialistas para 2019.

El campeonato mundial de béisbol femenino tuvo como sede al estado de la Florida, Estados Unidos, también en el mes de agosto. Las muchachas de Margarita Mayeta mantuvieron el octavo lugar de la anterior edición, aunque el equipo parecía que podía mejorar ese resultado. Una derrota increíble 5-8 en la última jornada clasificatoria ante Hong Kong, la selección más débil de la justa, privó a las antillanas de clasificar entre las seis primeras.

A pesar de perder ante el equipo asiático, el elenco cubano ganó los tres juegos de la Super Ronda de los no clasificados ante Corea del Sur, Holanda y Puerto Rico, con lo que pudo ubicarse en el octavo puesto. Arianna García fue la líder en bases robadas en la justa con nueve. Las cubanas finalizaron el año en el séptimo lugar del ranking mundial.

El desastre mayor llegó a finales de año en otro torneo continental. El panamericano juvenil celebrado en Panamá en noviembre brindaba cuatro boletos para el Mundial, y Cuba quedó eliminada en la primera ronda. Derrotas 4-5 ante Colombia y 5-10 ante Venezuela impidieron el avance en el grupo y alejaron al plantel de una justa mundialista en la que siempre han estado presentes, salvo una vez, cuando no se participó en la lid clasificatoria del año anterior.

Doce meses que culminan con la grata noticia del acuerdo entre la MLB y la Federación Cubana de Béisbol, lo que abre una puerta de esperanzas. El venidero año será bien intenso con el Premier 12 y la clasificación olímpica como objetivo fundamental. ¿Conseguirá Cuba algún título internacional?

Javier Nodarse
Texto y foto: On Cuba, 29 de diciembre de 2018.