jueves, 30 de marzo de 2017

Trump, un Chevy y la incertidumbre de los cubanos



R.P. es un “emprendedor” cubano. Su pequeña empresa reduce su estructura a él y su automóvil, que no son ni una persona ni un automóvil cualquiera. R.P. tiene cuarenta años y hace dieciséis se graduó como ingeniero mecánico en una universidad tecnológica habanera, pero desde hace seis, al calor de la política de ampliación del trabajo privado, dejó su antigua labor y se dedicó a conducir autos de alquiler. Casi de un día para otro su salario aumentó en cinco, seis veces. Y su auto, tan peculiar y “cubano” como él, es un Chevrolet Bel Air de 1957 que heredó de su padre.

Hace un año, ante el auge de visitantes estadounidenses (nunca turistas, los estadounidenses no viajan a Cuba como turistas pues la ley de embargo se los prohíbe), R.P. decidió reorientar su negocio: en lugar de recorrer La Habana buscando pasajeros que le pagaran en moneda nacional, se especializaría en pasear visitantes estadounidenses. Porque a los vecinos del norte les encanta recorrer la mítica, magnética ciudad de La Habana en los mismos autos que más de medio siglo atrás pudieron haber usado sus abuelos en sus viajes a Cuba. Y pagan bien por ese capricho.

Para que el negocio funcionara mejor, R.P. tomó la decisión que ya otros de sus colegas habían adoptado: convertiría su Chevrolet sedán en un descapotable, el más cotizado de los transportes en que esos visitantes gustan de recorrer La Habana, no importa lo implacable que sea el sol del trópico.

Para hacer la “cirugía reconstructiva” de su auto, R.P., que prefiere no usar su nombre completo para evitar ver afectado su negocio, buscó a otros emprendedores que se han especializado en este tipo de transformación e invirtió en ella todos sus ahorros y más: 3000 dólares.

Ahora, ante las amenazas del presidente Donald Trump de revisar la política de acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, R.P. no sabe si el “emprendimiento” que creía próspero seguirá siéndolo o si ha hecho la peor inversión de su vida porque, sin afluencia de clientes, demorará años en amortizarse… R.P. ruega porque Trump no le joda el negocio.

Mientras en Cuba se celebraba el homenaje póstumo a Fidel Castro al que asistían personalidades políticas de todo el mundo, un cintillo de la transmisión de CNN en Español advertía que el presidente electo de Estados Unidos prometía revisar el curso de las relaciones de su país con la isla y quizá revertir el proceso de acercamiento iniciado en diciembre de 2014 por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro. En los meses posteriores la conexión se intensificó con varios decretos presidenciales de Obama que propician el fortalecimiento de esos recuperados vínculos entre Washington y La Habana.

Uno de los signos más visibles de la mejoría de las relaciones fue la ampliación de categorías en que podían inscribirse los estadounidenses que desearan viajar a la isla y el reinicio de vuelos comerciales directos. El más retumbante, la revisión de los privielgios migratorios de los ciudadanos cubanos.

Ahora, las reiteradas declaraciones de Trump respecto a la política que seguirá con La Habana, más vehementes cuando recién ocurre la muerte de Fidel, no permiten predecir una mejora en la salud de estas relaciones.

Al aeropuerto de La Habana llega uno de los vuelos de líneas comerciales estadounidenses que cubren trayectos entre ciudades del norte y de la isla. El vuelo procedente de Miami ha durado cuarenta y cinco minutos. Ya en la pista, los pasajeros deben esperar otros cuarenta minutos para que haya una escalerilla disponible que les permita salir del avión. En los trámites migratorios, aduanales, de recogida de equipajes, invierten otros noventa minutos.

Esa misma noche, en un informativo cubano, un responsable de esa terminal afirma que las condiciones están garantizadas para recibir a todos los visitantes que llegan a la isla por ese aeropuerto y que podrían ser más si se elimina el embargo. Pero la pregunta que nos hacemos todos los cubanos –creo que los de aquí y los de allá- es: ¿Un Trump pragmático flexibilizará el embargo o un Trump fundamentalista lo reforzará?

Un retroceso desde el estado de cosas hoy existente entre Cuba y Estados Unidos podría llevar a cometer una vez más el error de cálculo político de pensar que una postura de hostilidad estadounidense desestabilizaría al gobierno cubano. Cuba, ya se sabe, lo resistió todo: desde las tensiones de la Guerra Fría hasta el todavía vigente embargo dictado en 1962. Después soportó la caída de sus sostenes económicos y políticos con la implosión del socialismo europeo y la desaparición de la URSS en 1991, que sumieron al país en una dramática penuria económica. La situación de aquellos años de carencias supremas se hizo aún más difícil de superar con el recrudecimiento del embargo gracias a las leyes Torricelli y Helms Burton, que le daban carácter extraterritorial a las sanciones que ya sufría el país. Pero el gobierno cubano asimiló esos embates, aunque la mayor cuota de sacrificio y sufrimiento la padeció el pueblo, los ciudadanos de a pie.

Sin que cambiasen esas condiciones externas hacia finales de la década de 1990 comenzó para Cuba un período de recuperación y la vida se normalizó —una compleja normalidad en la que siguen existiendo carencias— sin que en lo esencial cambiara la estructura política del país ni su dirigencia y, tampoco, la política de Estados Unidos hacia la isla, que se tornó incluso más agresiva en los mandatos presidenciales de Bush Jr., que llegó a limitar las visitas familiares y las remesas de los cubanoamericanos que tanto ayudaban a sus parientes en la isla.

Cuando Raúl Castro asumió el poder en 2008, de inmediato emprendió cambios que han afectado la estructura social cubana. Quizás desde fuera no se tiene una medida exacta de lo que han significado esas transformaciones, pero de entre ellas solo mencionaré una que ha modificado la vida de sus ciudadanos: la posibilidad de viajar, antes limitada.

Esta ganancia ha potenciado la emigración. Y se ha convertido, incluso, en un oficio lucrativo: muchos cubanos viajan a Panamá, Ecuador, México o Miami como “mulas” que regresan con electrodomésticos, paquetes de ropa y comida que alimentan los pequeños negocios privados y el mercado negro. En cada periplo “la mula” puede ganar unos 200 dólares: el salario de cuatro meses de un médico cubano.

Cuando mayor distensión existe entre Cuba y Estados Unidos, Trump lanza una exigencia: la isla debe cambiar su sistema político o revisará su posición hacia ella.

Obsesionado con la emigración, quizás las decisiones que implemente Trump podrían llegar a la derogación de la añeja Ley de Ajuste Cubano, más ahora cuando el presidente Obama prácticamente cerró a los cubanos las fronteras de su país con la eliminación de la política de “pies secos, pies mojados” que garantizaba a los ciudadanos de la isla que llegaban a Estados Unidos una residencia casi inmediata, un privilegio que por años facilitó un crecimiento y rápida inserción de la comunidad cubana.

En la lógica de las declaraciones de Trump la posibilidad de un levantamiento total o parcial del embargo podría entrar en un período de inmovilidad, a pesar de que en la más reciente votación en Naciones Unidas respecto a la exigencia cubana de su derogación, por primera vez la delegación de Washington se abstuvo de apoyar su propia política. Si concreta esta intención, Trump no haría más que darle continuidad a una política que el presidente Obama trató de desmontar por considerarla históricamente fracasada.

¿Volverán las relaciones bilaterales a su estadio anterior? Con Trump todo puede suceder. Solo que Cuba ya vivió esa experiencia y su sistema no cambió. Lo más doloroso es que un regreso a la hostilidad la sufriría sobre todo el pueblo cubano, que sería el gran perdedor por los efectos de una sostenida ceguera histórica.

Aun con el repunte de la industria turística y la pequeña empresa privada, la economía cubana decreció un 0,9 por ciento en el 2016. En su discurso de cierre de año el presidente Raúl Castro exigió una política más dinámica hacia la captación de inversión extranjera. El país la necesita para crecer. En Cuba hay muchas cosas por hacer. La nueva relación con Europa facilita a los empresarios del Viejo Mundo su acercamiento a la isla. Un cambio político de Trump hacia Cuba impediría a las empresas estadounidenses avanzar en los espacios existentes y crear otros nuevos, incluso con embargo. ¿Sería un buen negocio para los estadounidenses?

El taxista R.P. y otros emprendedores ruegan por una mejoría en las relaciones con Estados Unidos. Ellos, como otros cubanos, podrían perder sus inversiones y la esperanza de una vida mejor. Al mismo tiempo, los cubanos que se preparaban para emigrar por la frontera mexicana se vieron sorprendidos por el cambio de política migratoria con el que Obama se adelantó a Trump dejándolos en el limbo -muchos de ellos con sus casas y bienes ya vendidos- y preguntándose, ¿y ahora qué?

Al parecer, desde que se alejó del poder en 2008, Fidel Castro no participó de manera activa en las más importantes decisiones y transformaciones de estos años. Su figura conservó, sin embargo, su simbolismo histórico.

Luego de los nueve intensos días de sus exequias (concluidas el 4 de diciembre, fecha significativa en Cuba pues se celebra el día de Santa Bárbara sincretizada en el orisha guerrero Changó), la vida en la isla fue recuperando su cubana normalidad.

Mucha gente celebró las navidades. Los mejores jugadores de béisbol que todavía quedan en el país comenzaron la fase de los decisivos play-off. Mientras, los sacerdotes yorubas, en su tradicional predicción, anunciaron que el 2017 sería un año magnífico. Pero la gente se pregunta qué pasará en los próximos meses, ya sin Fidel en Cuba, con Trump al otro lado del Estrecho de La Florida y los nuevos acuerdos migratorios. ¿Será en verdad un buen año para los cubanos?

Leonardo Padura
The New York Times en Español, 21 de enero de 2017.
Dibujo de María Herguera tomado de The New York Times en Español.
Leer también: Donald Trump: Se terminó la incertidumbre.

lunes, 27 de marzo de 2017

De Ronald a Donald


Donald Trump llega al poder para consumar, en la política, el revival ochentero que estamos viviendo en otras esferas. Si pensamos en el Brexit, resulta fácil evocar el dúo Reagan-Thatcher que la emprendió contra la socialdemocracia y el comunismo. Obsesionados ambos con el impacto nocivo del hedonismo en la competencia capitalista, y liderando ambos aquella “revolución neoconservadora” que un día aupaba a Jesse Helms y su mayoría moral contra los peligros internos y otro día a Chuck Norris y su minoría letal contra los enemigos externos.

Otras características de Trump que recuerdan a Reagan: su presentación como outsider del sistema, su agresividad, su apología del capitalismo sin paliativos, su anti-intelectualismo, su ultra-nacionalismo o su énfasis en marcar un enemigo.

Asimismo, conviene marcar algunas diferencias entre el actor de Hollywood y el magnate inmobiliario. Si Reagan supo escudarse en sus famosos tanques pensantes -con Milton Friedman, Daniel Bell, Peter Steinfels o Hilton Kramer a la cabeza-, no parece haber nada “pensante” en los tanques que pueda emplear Trump. Y esto es así porque Trump, sencillamente, siente que ha derrotado a la cultura. Reagan le pedía a Estados Unidos que “estirara los músculos”, Trump parece invitarlo a estrechar la mente.

Si en política exterior Reagan simbolizó la batalla contra el comunismo, Trump ha puesto su foco en el terrorismo. Si en política doméstica el actor lanzó una cruzada moral que incluía a la contracultura o los homosexuales (a los que llegó a culpar de la plaga del Sida), el magnate se ha lanzado directamente contra inmigrantes y musulmanes (aunque esto no le impida hacer negocios con Arabia Saudí). Y si Reagan destruyó la industria, Trump hoy utiliza esa demolición para acrecentar sus bases sociales, con un proletariado venido a menos, olvidado por el progresismo, las nuevas tecnologías o Wall Street.

Reagan se rodeó de personajes, Trump es directamente un personaje. Un icono del capitalismo de pelotazo –más alto, más lejos, más fuerte-, con su estética ostentosa y su celebración perpetua del dinero. Por último, hay que decir que Reagan cumplió buena parte de sus promesas, mientras muchos rezan ahora para que Trump no cumpla las suyas.

Tal vez por oposición a este revival, desde la cultura hoy también se intenta la recuperación de otros ochenta: Alexander Kluge, los artistas rebeldes de entonces o, aunque sólo sea a nivel de la parodia, los filósofos franceses, como hace Laurent Binet en La séptima función del lenguaje.

Sin duda, una forma de oponerse al conformismo que emana de esa década, con su irracionalismo y su hipócrita necesidad de mantener los vicios privados y las virtudes públicas. También porque, después de que en los ochenta se fraguara el desmantelamiento del comunismo y la socialdemocracia, hoy no resulte improbable que el liberalismo y la democracia, tal como los conocimos, sean los próximos a batir.

Iván de la Nuez
El Estornudo, 23 de enero de 2017.
Publicado en El País con el título Revival.
Foto: Tomada de El Estornudo.

jueves, 23 de marzo de 2017

Trump, primeros efectos en Cuba


Viernes, 20 de enero de 2017. El Presidente número 45 de los Estados Unidos toma posesión de la Casa Blanca, convirtiéndose así en el hombre más poderoso del mundo. Comienza un reality que el mundo seguirá con los pelos de punta y que durará, mínimo, cuatro años.

Desde Cuba, un palco a solo 90 millas de distancia, la audiencia está garantizada. Se le mira con lupa.

Juan Guzmán no se llama Juan Guzmán, pero me dice que lo nombre así por temor a descubrirse. Hace dos meses salió de Cuba hacia Guyana. Hace dos semanas llegó a los Estados Unidos. El tiempo que hay en medio le cambió la vida.

Guzmán, un tipo pacífico de habla pausada, aprendió en el camino hacia el norte, por ejemplo, a fumar. Y aprendió a ser desconfiado y a caminar sin zapatos. “Lo más difícil fue andar cuatro días descalzo, por la selva entre Colombia y Panamá. Correr sobre piedras, raíces, pisar las espinas. Los zapatos los perdí cruzando un río”, cuenta vía internet.

“Me fui en ese momento, a pesar de no contar con toda la seguridad, porque Trump ganó las elecciones y dijo que no quería inmigrantes. La Ley de Ajuste pendía de un hilo: yo temía perder los privilegios como cubano, y la vida (u Obama) me dio la razón”, explica el joven radicado en Miami.

Una vez tomada la decisión, el principal obstáculo era el dinero: cómo reunir la suma necesaria. Guzmán se arriesgó, quemó las naves, trituró el boleto de regreso y lo lanzó al caño del lavabo. Si la inversión fallaba, tendría clausuradas las puertas del retorno.

Aunque menos ruidoso que sus pares de Camarioca (1965), el Mariel (1980) y la Crisis de los Balseros (1994), Cuba vive desde 2014 -con 140 mil emigrados- el cuarto éxodo del último medio siglo. O quizás, para ser precisos, el cuarto desangramiento: en vez de alimentos, inversiones y medicinas, en ambas orillas del Estrecho de la Florida se comercia con personas.

Según un reporte de la Oficina de Operaciones en el Terreno del Servicio de Aduanas y Protección de Fronteras de Estados Unidos, publicado en octubre último, en el año fiscal 2016 más de 50 mil cubanos arribaron a tierra norteamericana. Siete de cada diez cruzaron la frontera por México. De los tres restantes, uno fue balsero y solo dos recibieron visa de la embajada estadounidense en Cuba.

La incertidumbre, atizada por el discurso antiinmigrante de Donald Trump y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana (17 de diciembre de 2014), disparó la inmigración irregular. Mientras en 2015 llegaron a las costas floridanas 4 mil 473 balseros (de acuerdo al citado reporte de la oficina fronteriza), en los últimos doce meses la cifra se elevó hasta los 7 mil 358, lo que supone un incremento del 65 por ciento.

La diáspora representa el principal vínculo entre La Habana y Washington. Según estadísticas oficiales, uno de cada tres cubanos posee un familiar en Estados Unidos, y prácticamente todos, al menos, un amigo entrañable. De ahí el interés y temor suscitados por la retórica del nuevo inquilino de la Casa Blanca.

“Negocio” es un negro gordo, de gordos dedos negros con anillos dorados. Las gruesas cadenas le encorvan el cuello, pero lo hacen feliz. El despacho del hombre es la sala de su casa, donde destacan chillones cuadros de almendrones (automóviles norteamericanos de los años 50) y exageradas mulatas voluptuosas. En la esquina de la habitación, donde convergen las paredes amarillas, cuelga una planta de helecho. "No sabes el trabajo que me dio lograrla. Aquí entra poco sol", comenta.

A 'Negocio' todos en el barrio lo llaman así. Por algo será. Legalmente, alquila por horas una habitación en su apartamento. Ilegalmente… bueno, según su versión, se dedica a "atender" al turismo.

-Este país vive de servicios. ¿Tú no lo sabes? Yo entro en ese sector, aclara, distendido en el sofá. El brilloso tapiz rojo del mueble se hunde bajo el peso de su cuerpo.

"A mí no me interesa la política, lo que quiero es hacer negocios. 2016 fue un buen año. Nunca vi tantos americanos aquí, y mira el tiempo que llevo en esto. Son buenos clientes, dejan propinas y la mayoría viene a divertirse. Lo que yo quisiera es que Trump no limitase eso, sino que lo ampliara", dice 'Negocio'.

Mientras el “empresario” describe su escenario ideal, consistente en la explosión del turismo estadounidense, una joven sale de la habitación trasera. Viste un short de mezclilla corto y blusa de tirantes. Lleva el pelo recogido, atado el moño con una cinta morada. Al marcharse, le da un beso al anfitrión y él le palmea las nalgas. “Es la muchacha que hace la limpieza”, me explica al cerrar la puerta.

'Negocio' vive feliz. Solo hay que echarle una ojeada. Para ello, trabaja de sol a sol, o de luna a luna. Pero su vida no es perfecta por un pequeño detalle: el caprichoso alfiler que brinca en su almohada cada noche. 'Negocio' tiene un problemita varado en Panamá…

Desde el comienzo de la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, a partir de diciembre de 2014, el vínculo entre ambos países se ha incrementado. En los doce meses de 2016 casi 290 mil estadounidenses visitaron la nación caribeña, un 74 % más que el año anterior, informó en su cuenta en Twitter la diplomática Josefina Vidal, encargada por la parte cubana de la mesa de negociaciones.

La cifra resulta relevante, sobre todo por las barreras persistentes al turismo norteamericano como consecuencia del bloqueo económico. De continuar la política de apertura y acercamiento, se predice la continuidad al alza, lo que implicaría una bolsa de miles de millones de dólares.

El presidente Donald Trump, al igual que su émulo 'Negocio', en algún momento se mostró interesado en sacar ganancias de la isla. En octubre, Miguel Fluxá, presidente ejecutivo del español Grupo Iberostar, dijo que “Trump hasta hace muy poco, menos de seis meses, ha estado intentado negociar hoteles en Cuba”. Estaríamos hablando de abril de 2016, una fecha en la que el magnate neoyorquino ya tenía, de sobra, la Casa Blanca entre ceja y ceja.

Y hay otro antecedente del interés económico de Trump. Según un reportaje de Newsweek, el actual presidente exploró la forma de eludir el bloqueo para invertir en Cuba en la década del 90.

Esther Valero, cubana de 70 años, vivió de primera mano la elección presidencial de Donald Trump. Visitó los Estados Unidos entre mayo y noviembre de 2016, la etapa más intensa de la campaña electoral. Afirma haber seguido cada debate en la televisión.

"Él hablaba como si supiera que lo iban a elegir. Lo que más me impresionó fue su seguridad", recuerda la mujer desde el barrio habanero de Calabazar. "Yo no hubiese querido que él saliera, porque siempre se proyectó contra los cubanos, los latinos y la emigración".

-¿Cuál es su principal temor con la presidencia de Donald Trump?

"Mi miedo es que limite los viajes, las remesas, los negocios con Cuba; que revierta lo que Obama ha avanzado. Yo viví tiempos amargos cuando Bush (George W.) puso las visitas de los cubanoamericanos cada tres años. Tengo a mis hijos y nietos allá. Sería terrible volver a aquella etapa.»

-Muchos comparten esa incertidumbre, pero la diáspora cubana se inclinó por Trump…

"Él engatusó a la gente con la promesa de empleo. Que iba a traer las empresas al país y que haría grande otra vez a América. Ese lemita pegó. En mi familia sí no se lo tragaron, y muchas personas cercanas tampoco, pero la opinión estaba dividida. El día de la elección, yo estaba convencida de que ganaría Hillary. Eso decían las encuestas. Estuve pegada a la pantalla del televisor hasta las 2:30 de la madrugada, cuando anunciaron la noticia oficialmente. No lo podía creer. ¿Quién habrá votado por ese esperpento?".

Los conteos indicaron que Donald Trump se llevó el 52 % de los votos cubanoamericanos en la elección de noviembre pasado, por un 47 % de Hillary Clinton. Sin embargo, las áreas de mayor concentración de votantes de origen cubano favorecieron a la candidata demócrata. Miami Dade, por ejemplo, eligió a Clinton con el 66 % de las papeletas. Y en Nueva Jersey, segunda plaza fuerte de la emigración cubana, Hillary obtuvo a su favor casi el 55 % de las boletas.

Después de vender sus propiedades, Juan Guzmán, en su prisa por marcharse antes de que Donald Trump asumiera la presidencia de Estados Unidos, pasó a ser Juan 'sin-nada'. O a ser Juan 'convertido-en-billetes'. Esta vez no podía fallar, no como hace diez años, cuando se lanzó en una embarcación rústica por la costa de Cojímar, pueblo de pescadores al este de La Habana.

"Salimos un grupo de cinco amigos. A 18 millas náuticas se rompió el motor del bote. El mar nos trajo de regreso. Recalamos en el Malecón, justo frente a la embajada americana. Parecía una burla. Por suerte, no nos cogió la policía", recuerda.

Juan Guzmán vendió un viejo Lada rojo y su apartamento en el reparto Alamar. Las dos propiedades las había heredado del padre. Si lo deportaban, el hombre no tendría techo para retornar.

El dinero reunido era un botín para él, y a la vez, una tentación para los asaltantes: un boleto hacia el sueño americano o hacia una fosa común en Centroamérica. "Cogí un cuchillo y abrí el cinto de cuero más grueso que encontré. Metí los billetes ahí, tratando de disimular. Luego lo cosí. Todo lo que tenía lo llevaba encima. En el viaje no me quité los pantalones ni para ir al baño", confiesa Guzmán.

-En México pasé un susto grande. Era una parte complicada. En Monterrey me paró la Policía Federal, según su versión, para hacer un chequeo de rutina. Yo sabía que estaban parando a los cubanos para extorsionarlos, por eso hablé lo menos posible para que no me notaran el acento.

-Cuando me dejaron tranquilo, busqué el contacto que tenía coordinado. Me llevaron en automóvil hasta Nuevo Laredo, en la frontera con Estados Unidos. Fue un viaje de más de tres horas, y lo único que veía a los lados de la carretera era campo. Si me hubiesen querido matar, lo hubiesen hecho sin problemas.

-Me sentía asustado, tanto por el contacto como por los federales que estaban en el camino. Cruzamos dos retenes. Los guardias tenían rifles automáticos y patrullaban en jeeps. Afortunadamente llegamos al paso fronterizo sin ningún inconveniente.

Volviendo a 'Negocio'. Su problema tiene 21 años y se llama como él. Bueno, no se llama Negocio, sino con el nombre real que me impide hacer público. "No es por miedo, chama, es precaución. Entenderás cuando tengas mi edad", me dice.

-A mi hijo se le metió en la cabeza la idea de irse. Aquí yo le daba de todo, vivía como rey, pero se empató con una mujercita y lo convenció. Como andaba el comentario de que el nuevo presidente iba a quitar la Ley de Ajuste, él se apuró. Ahora los dos están embarcados en Panamá.

-Me paso el día en la wifi para hablar con él, darle consejos. Le digo que no se vuelva loco, que espere. Le mando dinero pa´ que no pase trabajo. Él sabe que soy su padre y puede contar conmigo. Ahora estamos esperando a ver qué hace Trump. Fíjate las vueltas que da la vida: el hombre pasó de ser nuestro problema a ser nuestra única esperanza.

"¿Qué podemos esperar de Trump?", se cuestiona Esther Valero en el sillón de mimbre de su casa. "Por como él se proyectó en la campaña, Cuba no debe esperar nada de él. Al menos nada bueno. Mira nada más la gente de las que se ha rodeado".

Las declaraciones de Donald Trump respecto a Cuba han resultado, en el mejor de los casos, reticentes. Sobre el tema migratorio, al referirse a los privilegios de la Ley de Ajuste, en febrero pasado al periódico Tampa Bay Times expresó: "No creo que sea justo. ¿Por qué sería justo? (…) Hay gente que ha estado en el sistema durante años (esperando a inmigrar legalmente a Estados Unidos) y es muy injusto cuando la gente simplemente cruza la frontera y tienes a otros que lo hacen legalmente".

En igual sentido apostó Rex Tillerson, designado Secretario de Estado. El ex jefe de la trasnacional petrolera Exxon Mobil declaró en el senado que recomendaría al presidente revisar los acuerdos firmados por Obama sobre el tema Cuba.

Michael Pence, compañero de fórmula de Trump, resultó mucho más tajante: "La administración Trump mantendrá el embargo que por cinco décadas viene aplicándose contra la Isla, hasta que se garanticen reales libertades religiosas y políticas".

Juan Guzmán, uno de los últimos cubanos en beneficiarse de la “política pies secos/pies mojados”, se siente afortunado de su privilegio. Desde que llegó a Estados Unidos, hace dos semanas, vive en un apartamento con cuatro salvadoreños. Los conoció en la travesía. Son su familia actual. Cada noche, los cinco salen a las calles de Miami ataviados de escobas, trapeadores y frazadas de piso. En lo que esperan el permiso de trabajo, limpian gimnasios, oficinas, escuelas. Les pagan cinco dólares la hora. La jornada nunca excede las tres horas. El alquiler les cuesta 700 dólares al mes.

En las primeras horas del 20 de enero, Esther Valero debe haber atravesado la aduana de los Estados Unidos. "Saqué el pasaje para el mismo día 20. Si Trump decide cerrar la frontera y cortarnos el paso, se va a joder conmigo: voy a estar del otro lado", aseguró pícaramente la anciana.

'Negocio' pone una vela en el altar de su casa. A la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, protectora de los náufragos. Dice que en la imagen, uno de los remeros le recuerda a su hijo.

René Camilo García Rivera
El Estornudo, 20 de enero de 2017.
Foto de AFP tomada de Yahoo Noticias.

lunes, 20 de marzo de 2017

Trump, la clave del entuerto migratorio cubano


¿Qué pudo haber llevado a Obama a firmar apresuradamente un decreto en sintonía con la política migratoria de Trump y contra sí mismo? Y digo “apresuradamente” porque hasta hace unos pocos meses la Casa Blanca reiteraba que no tenía ninguna intención de modificar la Ley de Ajuste ni la política pies secos/pies mojados.

La decisión de Obama ha generado innumerables cuestionamientos, preguntas y aparentes contradicciones. La primera de estas la he esbozado ya: semejante medida -dirigida al parecer contra la emigración ilegal- debería ser trumpista. Se entiende que los seguidores de Obama-Hillary estén insultados al no saber cómo encajar esta decisión dentro del marco general de la política de fronteras abiertas y culto al otro ajeno. Sin embargo, algo peor pudiera esconder esta “insólita” orden ejecutiva del presidente saliente.

Si asumimos que en política lo verdadero es lo que no se ve, cualquier hipótesis acerca de la derogación de la política pies secos/pies mojados debería arrojar luz sobre ese entuerto en el que nadie sabe de qué lado situarse, quién actúa mal y quién bien y, sobre todo, qué persiguen con ello Obama y Raúl Castro. Las dudas solo aumentan: ¿por qué querría Raúl detener el flujo de cubanos hacia el exterior en un momento tan difícil desde el punto de vista político y económico para el régimen? ¿Acaso no se ha dicho que la Ley de Ajuste y la política pies secos/pies mojados actúan a modo de válvula de escape?

Por otra parte, alguien se ha quejado ya de que Obama recibe palos porque boga y palos porque no boga: si no deroga la Ley, se dice, actuaría como el comunista que quiere llenar Miami de castristas. Pero si lo hace, entonces lo que quiere es mantener a los cubanos cautivos bajo la dictadura castrista. En fin, un panorama realmente desolador.

Pongamos ahora la cuestión en contexto y ensayemos una mirada multilateral. Esto nos permitirá esclarecer si la medida del presidente saliente es perjudicial o beneficiosa para los verdaderos anticastristas y antimarxistas.

La política pies secos/pies mojados la estableció el Presidente Clinton en el momento más tenso del llamado, en Cuba, Período Especial. ¿Acaso no fue esto un gesto inducido por el gobierno cubano? Sin dicha política el régimen de La Habana pudo haber colapsado. Lo mismo sucedió unos 30 años después con la política de deshielo, esta vez de la mano de Barack Obama: en el peor momento que atravesaba el régimen llegó el oxígeno directamente de Washington. Y ahora, en enero de 2017, ¿qué sucede? ¿Por qué querría Obama firmar esa orden ejecutiva que deroga la política pies secos/pies mojados y que tan impopular lo hace a los ojos de sus seguidores cubanos, amén de lo inconsecuente que resulta con la línea de su partido? La Habana maneja los hilos, haciéndole creer al presidente saliente que pasos como estos llevarían a normalizar las relaciones entre ambos países, lo cual sería parte de su legado presidencial. Pero, sin duda, el motivo más convincente es la destrucción de Trump. Y aquí viene otra pregunta crucial: ¿por qué querría Raúl a estas alturas retener a toda esa emigración en la Isla?

Para responder la pregunta anterior recordemos que la decisión tomada por Obama -y que también parece una respuesta inducida desde La Habana- involucra otro aspecto: el del programa de Parole para los médicos cubanos.

Ahora veamos qué gana el régimen con todo esto. Es obvio que gana en términos de retención del personal médico que usa como fuente de riqueza en el exterior. Sin embargo, hay algo que no debe pasarse por alto. En Chicago se ultiman los detalles de la colaboración de médicos cubanos. Es decir, el territorio americano será invadido por el personal de la salud castrista del mismo modo que lo hace en la mitad del mundo.

Ahora bien, quien conoce la Cuba comunista sabe que no hay manera alguna de que los médicos que envía al exterior el gobierno cubano, particularmente si el destino es Estados Unidos, no sean colaboradores de la Inteligencia y de la Contrainteligencia castristas. Eso es axiomático: médicos cubanos en misión en Estados Unidos = Espías. Y ya ello es parte del regalo que le preparan a Trump, porque estos individuos no son los espías clásicos, sino los “embajadores culturales” que vienen a diseminar el marxismo, el odio al capitalismo y el culto a las ideologías “izquierdosas” junto con el amor a Cuba (castrista, se entiende). Toda vez que las Universidades norteamericanas están ya colonizadas por el marxismo cultural, se impone ahora llegar a las “comunidades vulnerables”. Esa misión recaerá en los médicos cubanos que, obviamente, recabarán también información de inteligencia.

Así, pues, hasta la victoria electoral de Trump al régimen de La Habana le convenía mantener la política pies secos/ pies mojados y eliminar el programa de Parole para los médicos. De haber ganado Hillary no se habría derogado la política pies secos/pies mojados. Después de la elección de Trump como presidente de Estados Unidos a Castro le conviene derogar ambas políticas. Con respecto al tema de los médicos se entiende claramente, pero volviendo a la pregunta clave de más arriba ¿para qué querría el dictador cubano derogar una política que le ha sido extremadamente útil para paliar la situación interna?

En primer lugar, hay que decir que se mantiene la crisis aun con el aumento de los viajes y remesas a Cuba. En segundo lugar, que la infiltración de espías que facilitaba el flujo migratorio hacia Estados Unidos se va a compensar de una forma más efectiva y profesional a través del “personal de la salud” (que apoyará a las huestes de la UNEAC y de las universidades e institutos de investigación cubanos). Y tercero, Raúl prepara un arma para enfrentar la eventual hostilidad de Trump: la vuelta a la estrategia fidelista de las oleadas migratorias. La presión de la olla servirá en lo adelante como mecanismo para forzar a Trump. Es, junto a los estragos de una creciente y despiadada represión interna que ya están cargando con toda intención a la cuenta del presidente electo, la única arma que les queda. Obama, al corriente del asunto, colabora con el dictador cubano.

¿Debería Donald Trump revocar la orden ejecutiva del presidente Obama sobre la política pies secos/pies mojados? Definitivamente, no. La política pies secos/pies mojados daña a Estados Unidos, al exilio cubano y a la oposición interna, mientras beneficia al régimen castrista. Solo hay que aprender a manejar la situación a nuestro favor: Donald Trump deberá, pues, mantenerse firme y no ceder a los muy probables chantajes de Raúl ni a los previsibles encantamientos de Díaz-Canel, al tiempo que restituye el programa de Parole para los médicos cubanos y pone límites al intercambio cultural unidireccional, que solo trae a tierras norteamericanas figuras del oficialismo. De ese modo se estaría del lado del verdadero anticastrismo, porque es también la manera más efectiva de estrechar el cerco sobre la dictadura. Quien no lo entienda así solo tome un lápiz y haga cuentas.

No hay que lamentarse, pues, de lo ocurrido. Junto a la crisis interna agravada y unas condiciones externas favorables necesitamos alcanzar también una masa crítica y su catalizador. ¿Conflicto ético, sentimental, familiar, pena por el socito del barrio? Ésta no es la Cuba de los 80 o los 90.

Ahora los cubanos hasta pueden salir del país y regresar. Incluso en Estados Unidos siguen teniendo posibilidades, pero tienen que hacer algo allá por la libertad, que esto no es un balneario, joder, es el Exilio.

Y, ¿qué ganan los estadounidenses con todo esto? Mucho: muerto el perro castrocomunista se acabó la rabia.

Alexis Jardines Chacón
Cubanet, 14 de enero de 2017.
Fotomontaje tomado de Cubanet.

"Hace cinco años que estamos investigando a Iván García"


Cuando llegó la citación para una entrevista con un oficial de la policía, entre el asombro y la incertidumbre, la familia de la joven pensó que se trataba de un error.

Les llamaremos Kenia, Pedro y Camila. Son vecinos del barrio y prefieren el anonimato. Pedro está jubilado, Kenia es cuentapropista y Camila ya terminó sus estudios.

A Kenia la citaron a una dependencia policial en la calle Finlay, en el Reparto Sevillano, muy cerca de donde radica el cuartel de la Seguridad del Estado conocido como Villa Marista.

“Al llegar, el hombre comenzó a acosarme y amenazarme, diciendo que andaba con extranjeros. Luego quiso recabar información sobre Iván García, ‘connotado contrarrevolucionario al que hace cinco años estamos investigando’. Quería saber detalles de su vida privada, de dónde sacaba dinero para reparar su casa. También, mi opinión sobre su trabajo como periodista independiente. En un momento lo calificó de 'terrorista' y aseguró que tanto él como su madre eran 'conspiradores'. Estaba bajo un estado de shock. Le respondí que él es amigo mío y de mi familia, y si eso que ustedes dicen es cierto, por qué no lo meten preso. El oficial que me entrevistó, joven, antipático y rasurado a lo militar, me respondió que por ahora no tenían pruebas, que contaban con gente como yo para que colaborara con ellos y les brindara más informaciones. Me negué a ser informante”, cuenta Kenia.

Con Pedro fueron más incisivos. “Me acusaron de darle información confidencial a Iván García, les dije que estaba jubilado hace cuatro años. Me amenazaron que podrían abrirme un expediente por colaborar en algunas de las notas periodísticas escritas por Iván. Al terminar la cita, me advirtieron que tuviera cuidado de no decirle nada a Iván, pues 'él puede salir ileso, pero tú, Pedro, viejo así como estás, puedes parar en la cárcel'”.

Sin aportar pruebas, a Camila le levantaron un acta de advertencia por acoso al turismo y prostitución. “No la firmé. Pero me dijeron que si sigo teniendo trato con Iván me van a procesar por prostitución. Me acusaron de proxenetismo y junto con Iván, de controlar a varias prostitutas quienes a cambio de dinero ofrecían datos de su trabajo. Todo eso es una mentira escandalosa. Por miedo, les prometí que borraría el teléfono de Iván de mi lista de contactos”.

A todos les advirtieron que próximamente volverían a citarlos. Les dije que cuando los citaran, me avisaran con antelación, para ir con ellos. Si quieren saber de mí, cítenme, es una bajeza amedrentar a personas inocentes.

En marzo de 1991, cuatro años antes de comenzar a escribir como periodista independiente en Cuba Press, estuve dos semanas detenido en una celda de Villa Marista, sede del Departamento de Seguridad Estado. Me acusaban de 'propaganda enemiga' y no llegué a ser enjuiciado. Pero a partir de 1991, por cualquier motivo era detenido.

Luego de un tiempo sin molestarme demasiado, el 22 de octubre de 2008, mientras en Prado y Teniente Rey un colega colombiano me entregaba unos libros enviados por Ernesto McCausland, prestigioso periodista, escritor y cineasta de Colombia (fallecido en 2012), tanto el colombiano como yo, fuimos detenidos por la policía y montados en un carro patrullero. A él lo liberaron enseguida, pero a mí me condujeron a la unidad de Zanja y Lealtad y durante 11 horas permanecí en un calabozo. Lo conté en Estado de Sitio.

Dos años más tarde, en agosto de 2010, se produciría el primer acoso por parte de la Contrainteligencia Militar. Entonces escribía para El Mundo.es/América, que publicó tres denuncias, la primera se titulaba Citación oficial. Tres años después, nuevamente sería acosado por los servicios secretos. El 18 de febrero de 2013, Diario Las Américas en primera plana publicó "Periodista de Diario Las Américas acosado por el gobierno cubano". A modo de testimonio quedaría este post en el blog Desde La Habana.

La Seguridad del Estado sabe donde encontrarme. Tienen mis teléfonos y la dirección donde vivo. Espero por ellos.

Iván García Quintero
La Habana, 19 de marzo de 2017.

Foto: Iván García y Raúl Rivero en una cafetería de Miami, el 17 de septiembre de 2016.

jueves, 16 de marzo de 2017

En Cuba todos esperan favores de Trump


Apostar capital político o confiar en un tipo tan errático como Donald Trump no es un buen negocio. Solo los desesperados, sinvergüenzas y amorales pueden argumentar que el magnate neoyorquino es un altruista o humanista convencido.

Esperar que el iracundo Trump negocie estrategias que enderecen el rumbo de la ineficiente economía cubana, abra puertas a la imparable emigración o conceda un cheque en blanco a la oposición local, es pretender que lanzando dados en un casino obtengamos la prosperidad nacional.

Hasta el miércoles 25 de enero, cuando Raúl Castro habló en la V Cumbre de la CELAC, en República Dominicana, y dijo estar dispuesto a mantener un diálogo respetuoso con Donald Trump, "pero sin hacer concesiones", en Cuba no había salido ninguna nota oficial acerca de la actitud del nuevo presidente de Estados Unidos.

El silencio de los medios estatales y voceros del gobierno ante los proyectos desquiciados de Trump ya era vergonzoso.

Que un presidente como el impresentable Maduro o el grisáceo Castro, que se presentan como socialistas y comunistas, por estrategia política callaran o celebraran (en el caso del venezolano cuando Trump tomó posesión), al más retrogrado y conservador de los presidentes estadounidenses en los últimos treinta años, era un contrasentido.

Por otro lado, ¿dónde está la llamada ‘solidaridad latinoamericana’ hacia una nación como México, en estos momentos sufriendo una auténtica guerra de baja intensidad, acusaciones infundadas y amenazas por parte de Donald Trump?

Gran parte de la actual izquierda latinoamericana en el poder es un fraude sin más ideología ni convicciones que las emanadas del poder corrupto y el saqueo del erario público. Por eso callan. Prefieren establecer un compadreo con Trump para complacer a su aliado Vladimir Putin, con una estrategia imperial sin disimulos, que defender sus fingidas doctrinas ‘humanistas y de justicia social’.

El nuevo inquilino de la Casa Blanca ha puesto al mundo patas arribas. Ha desacreditado a numerosas instituciones, de su país o internacionales, excepto las del Kremlin. Es una amenaza para todos. Para el establishment, el Partido Republicano y acuerdos comerciales liberales como el Tratado de Asociación Transpacífico (TPP) y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA).

Trump no es un demócrata. Es él. Un manipulador de altura que ha conquistado a la mitad del pueblo estadounidense con medias verdades y mentiras sin fundamentos. Con su aislacionismo y proteccionismo, si logra llevarlo a cabo, Estados Unidos va retroceder al nivel de España, cuando menos. Su viaje al pasado es un suicidio.

Las personas y las sociedades crecen. Ya no vivimos en la etapa de la revolución industrial. El mundo se ha convertido en una aldea global. Gústele o no a Mr. Trump.

Una amiga que reside en Miami, casera en una residencia al sur de la ciudad, me contaba que votó por Trump para que regresen a la Florida las factorías de ropa y juguetes que antaño les daban trabajo a miles de personas.

Para ejemplificar el horror de los nuevos tiempos, mencionaba que hasta el coctel de frutas que se vende en Publix se elabora en China. Me temo que tiene razón ese segmento de la América profunda que observa con desconsuelo la descapitalización de sus ciudades y los bajos salarios.

Pero cuando se ensamblen los iPhone en Cupertino, sede de Apple en California, y los Ford en Detroit, después no se quejen de los precios por las nubes. Las industrias y marcas globales se marchan a otros países por los bajos costos.

Esperemos que Trump resuelva el entuerto. Preocupado como está en arreglar el mundo a su manera y convertir a América grande otra vez, se supone que no tendrá mucho espacio en su agenda para el tema cubano.

Cuba ya no es un problema. Fidel Castro murió y hace décadas el régimen no subvierte con armas y guerrillas a Centroamérica o África. El clan gobernante principal, cinco o seis ancianos que suman casi quinientos años, siguen odiando al ‘imperialismo yanqui’ y apostando por el fin del capitalismo moderno.

Son dictadores de libro. Pero el poder, el dinero, la familia y el factor biológico los ha convocado a cambiar o aparentar nuevas estrategias. Por una simple razón: si Cuba sigue encallada entre el marabú y la improductividad, en algún momento comenzarán los conflictos sociales.

Para tirar el carro adelante hace falta una locomotora. Una vez fue Rusia. Otra vez fueron los petrodólares de Chávez. Ahora suspiran por el billete verde del otrora enemigo americano.

Mientras, en la Isla, un ala de la disidencia está de fiesta con la llegada de Trump. Con su ingenuidad política piensan que con el nuevo presidente aumentará el flujo de dólares a la oposición y el reconocimiento internacional.

Un grave error de no pocos opositores: creer que los problemas en Cuba los puede solucionar Estados Unidos. Les digo una cosa: si no somos capaces de conquistar derechos universales, nadie lo hará por nosotros.

La dependencia siempre crea compromisos. El destino de Cuba es un asunto de los cubanos. Los de la diáspora y los de la isla. De nadie más. Sería bueno que Trump lo entienda.

Iván García
Diario Las Américas, 27 de enero de 2017.
Foto: Donald Trump con dos ayudantes en el Despacho Oval de la Casa Blanca. Tomada de El Universal.


lunes, 13 de marzo de 2017

Cuba después del fin de la política "pies secos, pies mojados"


Si las victorias de política exterior de los gobiernos coincidieran con las de sus pueblos, habría tres victorias políticas que deberían aplaudirse en Cuba: la derogación de la Ley de Ajuste Cubano, la devolución de la Base Naval de Guantánamo y el fin del bloqueo económico.

Sin embargo, el día que se anunció la terminación de la política "pies secos, pies mojados", no hubo celebración en La Habana. Esta política, considerada un apéndice de la Ley de Ajuste Cubano de 1966, fue establecida por Bill Clinton en 1995 durante la crisis de los balseros para garantizar a los migrantes cubanos que llegaran a las costas de Estados Unidos un estatus legal y un camino casi garantizado a la residencia permanente. El comunicado oficial del gobierno revolucionario publicado en los medios estatales anunciando la medida, recalcó su efecto inmediato y culpó a la ley por la muerte de los cientos de miles de cubanos que han perecido en el mar o en la ruta de Centroamérica.

Rara vez las notas oficiales tienen el tino de reflejar el estado de ánimo de las calles. Y esta vez no fue diferente. Fuera de las páginas de los diarios, La Habana vivía en incertidumbre. ¿Qué iba a pasar con aquellos que pagaron visas para México u otro país de América Latina con el objetivo de cruzar la frontera en las próximas semanas; con quienes daban los toques finales a las balsas hechas de poliespuma, tablas y motores fuera de borda para atravesar el mar, y con los que vendieron sus casas y carros buscando llegar hasta Estados Unidos? La excepción migratoria cubana, de tan cotidiana, se había convertido en un estado natural de las cosas.

El 12 de enero de 2017, ocho días antes de la toma de posesión de Donald Trump, Barack Obama volvía a estremecer nuestras certezas, como lo hizo por primera vez el 17 de diciembre de 2014. Desde el punto de vista político, en un escenario de normalización de las relaciones entre ambos países, el cese de esta política es coherente con el ánimo de las negociaciones. Hay acuerdos sobre energía, medioambiente, salud. Hay desacuerdo en materia de derechos humanos. En todo caso, la excepcionalidad migratoria cubana dejó de justificarse luego de la apertura de las embajadas en Washington y La Habana. El llamado régimen de Castro sigue siendo, a ojos estadounidenses, represivo y totalitario, pero no tanto como para no poder resolver las diferencias a través del diálogo.

No obstante, es difícil obviar el saldo humano del cese de esta política. Desde 2012, más de 118 mil cubanos han seguido la ruta del mar o de la tierra -o alguna combinación de ambas- para alcanzar territorio estadounidense, según el Departamento de Seguridad Nacional. Los cubanos que a partir de ahora intenten llegar al país del norte no serán legalmente admitidos ni recibirán pensiones alimenticias, posibilidades de estudio, seguro médico ni permiso de trabajo.

Ha cambiado todo afuera sin que nada cambie adentro. Las causas de la migración siguen inamovibles, aunque los diarios cubanos insistan en obviarlas. Quienes llegaban hasta las fronteras de Estados Unidos el 13 de enero escapaban de un régimen de persecución política. Los que tocaron tierra a partir del día 14 huyen de la falta de oportunidades económicas. Y, por tal motivo, no serán aceptados.

No es más política la migración cubana que la salvadoreña. Tampoco es más económica la migración cubana que la salvadoreña. Pero durante muchos años hablar de migración política sirvió al gobierno estadounidense para abrir las puertas a cubanos y cerrarlas al resto. La Ley de Ajuste, la de “pies secos, pies mojados” y la que ofrecía parole a los médicos que cumplieran misiones internacionalistas en terceros países parecían diseñadas no tanto para proteger al pueblo como para encolerizar a un gobierno.

Las imágenes de los balseros que le han dado la vuelta al mundo debían avergonzar al gobierno de La Habana. El éxito del capitalismo se medía a partir de la escandalosa cifra de emigrantes que producía la isla socialista. Pero el astuto gobierno cubano aprovechó a sus migrantes para mejorar la economía sin ceder ni un centímetro en su forma de ejercer el poder. Los redujo a enviadores de remesas, turistas que ocupaban hoteles todo incluido, visitantes recurrentes con estampas en pasaportes que permiten entrar sistemáticamente a la tierra de nacimiento, nunca ciudadanos con derecho a voto o a invertir legalmente en su propio país.

De uno y otro lado el emigrante que tenía los pies secos quedó como moneda de cambio, como daño colateral de la política exterior.

La migración sirvió también al gobierno cubano para aplacar posibles estallidos sociales. La apertura del puerto de Camarioca aportó 260 mil migrantes; Mariel, 120 mil, y quienes atraviesan Centroamérica ya superan los 100 mil desde 2012. Todo esto sin contar los cientos de miles de balseros. Nadie abandona un país donde todo marcha bien.

Todos estos episodios limpiaron a la isla de inconformes. Pero hoy los inconformes son más útiles a la política estadounidense en tierra que en el mar, porque la subversión del sistema cubano continúa siendo un objetivo. Ahora el gobierno estadounidense parece preguntarse qué serían capaces de hacer los pueblos cuando ven limitadas sus libertades civiles, sus oportunidades laborales y económicas pero no tienen una salida migratoria para sus problemas.

Sin embargo, el fin de la política “pies secos, pies mojados” no es la única variable para una transformación en Cuba. Los posibles migrantes no se convertirán de la noche a la mañana en activistas.

Cambiar una nación no solo depende de la permanencia física en el territorio, sino de que estén creadas las condiciones para la participación activa en la vida política del país, de que los órganos de la Seguridad del Estado no repriman sistemáticamente a quienes disienten, de que el gobierno de Washington no subvencione a una buena parte de quienes disienten colocándolos en una inevitable situación de vulnerabilidad política, de que haya una alternativa política plausible, que no negocie principios básicos del pueblo cubano como la soberanía, la independencia, la autodeterminación y no sacrifique conquistas de la Revolución como la salud y la educación públicas.

Esas condiciones, en la Cuba de 2017, todavía no existen. Habrá entonces cubanos que prefieran compartir destino con los once millones de indocumentados -posibles deportables bajo cualquier gobierno, no importa si es republicano o demócrata- que hay hoy en Estados Unidos, y habrá quienes se involucren más en la vida política de su país, quienes le pidan cuentas a la isla que se quedó atrofiada en las ganas e inicien el camino del cambio.

Elaine Díaz Rodríguez
The New York Times en Español, 16 de enero de 2017.

jueves, 9 de marzo de 2017

Dos visiones de un país



El jueves 19 de enero por la noche, un día antes de la asunción de Donald Trump, el ambiente en Washington, la capital de Estados Unidos, se reflejaba casi como un espejo en Joe’s, un restaurante clásico de comida estadounidense a unas calles de la Casa Blanca. En el bar, los eventos de la víspera de la toma de posesión se mostraban en dos pantallas: una con Fox News y otra con CNN.

Valerie Jarret, una de las asesoras más cercanas de Barack Obama, estaba en el restaurante, al igual que un señor mayor que caminaba con bastón y llevaba con orgullo la gorra de Make America Great Again. Cada uno vivía algo distinto: las últimas horas de la administración Obama y la esperanza de la administración Trump.

La capital de Estados Unidos se despertó el viernes 20 atravesada por dos visiones contradictorias. Antes de las siete de la mañana, docenas de manifestantes se empezaron a organizar en McPherson Square con camisetas que decían “No es mi presidente” y carteles que rezaban “Traidor, estás despedido”, “Resistencia a Trump” y “El títere naranja de Putin”. Ciudadanos de distintos rincones del país habían llegado para alzar su voz en contra del nuevo presidente.

Heather Gatny, 37 años, viajó con su madre desde Michigan para protestar contra la toma de posesión: “Podemos esperar racismo, misoginia y, probablemente, nos lleve a una guerra. Me gustaría que fuera destituido”, expresó.

Por las mismas calles pasaban tranquilamente simpatizantes de Trump en dirección a las líneas de metro que los acercarían al Capitolio, y muchos de ellos llevaban su famosa gorra roja.

Evan Walton, 45 años, había llegado con su esposa e hija desde Doyleston, Pensilvania, para asistir al evento histórico. “Estoy contento. Espero una mejor economía y una frontera más segura”. Y añadió que le gusta que Trump “sea un hombre de acción, un constructor, un empresario. Es eficiente y ama a Estados Unidos”.

Ni siquiera Cheryl Taylor, una activista de Carolina del Sur de 63 años que asistía a una inauguración presidencial por cuarta vez, podía mantenerse al margen de las emociones que embargaban las calles de Washington. “Barack Obama quería un cambio, pero el país no recibió lo que esperaba”, dijo. Taylor apreciaba el hecho de que el nuevo presidente fuera un hombre “que escucha a Dios”.

David Beltran, un joven de 22 años que nació en Colombia, pero que ha vivido casi toda su vida en Estados Unidos, estaba marchando por los derechos de los gays y los inmigrantes. “Este hombre no representa mis valores. Ha hablado mal de personas como yo o como mis padres, que han trabajado tan duro para llegar aquí”.

Walter, un abogado retirado que viajó desde Florida para manifestarse en contra de Trump, declaró: “Espero que Dios nos ayude en los próximos cuatro años. Solo puedo decir que necesitamos la ayuda de Dios para que nos rescate de este loco, él y Putin son muy peligrosos”.

Mientras se aproximaba la hora de la toma de posesión, las calles cercanas al Capitolio se empezaron a llenar de personas con gorras rojas, emocionadas de oír a su nuevo presidente. Los manifestantes, por su lado, se formaban y empezaban a caminar hacia los puntos de entrada para protestar.

Pamela Patrino, 42 años, con un acento bostoniano opinó que estaba lista para “apoyar a Donald Trump. Es hora de tener a alguien que no sea tan cercano a la arena política. Él no tiene una agenda secreta”. Acompañada de su pequeña hija, aseguró que Trump iba a unir a los estadounidenses: “Los muros que construya no nos van a separar, serán motivo para comunicarnos mejor. El muro, al final, tendrá una puerta y un puente”.

Minutos después, cuando empezaban a caer unas gotas de lluvia sobre la multitud congregada, Trump reafirmó esas mismas promesas ante un país dividido. No en vano es el hombre que empieza su mandato con los niveles de populridad más bajos en la historia de un presidente entrante. Según dos encuestas recientes, una de CNN y ORC y la otra de The Washington Post y ABC News, solo el 40 por ciento de los estadounidenses tienen una buena opinión de su nuevo presidente.

Tal vez por eso, su discurso de posesión parecía el de un candidato que sigue en campaña. Con sus eslogans America First y Make America Great Again, Trump hizo énfasis en sus temas centrales: la economía, los trabajos y el pueblo. Y usó la retórica populista que marcó su candidatura para afirmar que ese era el día en que iba a tomar “el poder de Washington D.C.” para devolvérselo al pueblo.

Muffy Opry y Jane Barton, dos mujeres texanas, también se mostraron complacidas con el primer discurso del nuevo presidente. “Fue maravilloso, repitió todo lo que ha prometido en los últimos dos años y era exactamente lo que queríamos oír”, dijo Jane.“Lo hizo muy bien, está concentrado en el pueblo y eso hace años no sucede en el gobierno”, apuntó Beth Azor, una mujer de 56 años que había llegado desde Fort Lauderdale para sentarse a pocos metros de Trump, entre una multitud de asistentes bien vestidos. “Va a proteger nuestras fronteras y estoy emocionada porque él va a ser fuerte. Hemos sido muy débiles y hemos mandado a nuestros soldados y nuestro dinero a otros países y no siempre ha sido una relación recíproca. Hay que darle una oportunidad”, subrayó Beth..

Sin embargo, los manifestantes congregados en McPherson Square no parecían estar dispuestos a esperar para confirmar si las amenazas de Trump han sido solo retórica vacía o no. Para mucho de ellos, lo que se vio en la campaña y lo que se conoce del nuevo presidente es suficiente para alzar la voz.

Para Nick Atwell, un hombre de 28 años que vive en Oregon y llevaba puesta una camiseta que decía “No es mi presidente”, Estados Unidos “caminó hacia la oscuridad”. Su única esperanza, dijo, “es que después de esta tragedia que está por comenzar, seremos como los adictos que han tocado fondo”.

Paula Durán
The New York Times en Español, 20 de enero de 2017.
Foto: Tomada de The New York Times en Español.
Leer también "Existe una división en la sociedad de EEUU que no se veía hacía tiempo".

lunes, 6 de marzo de 2017

"Esto no es un punto en la historia de América, es una coma"


Barack Obama habló en público el viernes 20 de enero por la tarde, como ciudadano corriente por primera vez en más de una década desde que en 2005 fuera elegido senador por Illinois. Lo hizo en una despedida improvisada en la base militar Andrews, Maryland, antes de volar con Michelle a sus primeras vacaciones fuera de la Casa Blanca.

Los Obama se despidieron de unas 2 mil personas, la empleomanía más cercana que les ha acompañado en los últimos ocho años. “Esto no es un punto”, dijo en referencia al relevo de poder que acababa de producirse en Washington, “es una coma en la historia de la construcción de América”.

Nada más terminar la toma de posesión de Donald Trump, el 45 presidente de Estados Unidos, el ya ex presidente Barack Obama y la ex primera dama, fueron directamente desde las escalinatas del Capitolio a la base militar para su último vuelo en el Air Force One. El viernes empezaron unas cortas vacaciones en Palm Springs, en el sur de California, a unos 180 kilómetros de Los Ángeles.

“Nuestra democracia no son los edificios ni los documentos. Sois vosotros y vuestra voluntad de trabajar y mejorar las cosas. Sois vosotros y la voluntad de escuchar, discutir y unirse para tocar puertas y hacer llamadas y tratar a la gente con respeto. Y eso no se acaba. Esto solo es un alto en el camino”, le dijo al personal.

El sur de California es uno de los lugares de descanso favorito de Obama. Cuando ha tenido que ir a la costa Oeste, principalmente a eventos de recaudación de fondos, suele sacar un día extra para jugar al golf en Palm Springs o en San Diego. El año pasado, la prensa local especuló que los Obama buscaban casa en la zona para mudarse, pero ellos confirmaron que se quedarían a vivir en Washington hasta que Sasha, la hija menor, terminara la High School.

A los Obama los recibió la lluvia más intensa que se ha visto en años en la zona, tras cinco años de sequía. El avión hizo varios intentos de aterrizar en el aeropuerto de Palm Springs y finalmente fue desviado a una base militar cerca de Riverside, donde aterrizó a las 17.45 hora local. El 20 de enero, día de la toma de posesión de Trump, fuertes aguaceos de empaparon todo el sur de California, con alertas por inundaciones y cortes de carreteras en una región muy mal preparada para las lluvias. Al menos por el momento, Obama se tiene que olvidar del golf.

Los Obama se dirigieron a una residencia en Thunderbird Heights, una comunidad de alto poder adquisitivo en Rancho Mirage. Cuatro presidentes, según el recuento del diario local Desert Sun, han jugado al golf en Thunderbird: Eisenhower, Richard Nixon (el único presidente californiano de la historia), Gerald Ford y George W. Bush. El diario recuerda que, desde Herbert Hoover en 1929, todos los presidentes han visitado el desierto de Palm Springs menos Roosevelt y Carter.

Según TMZ, los Obama se alojarán en la residencia que tienen allí el embajador de Estados Unidos en España, James Costos, y su esposo, Michael Smith. Costos cesará en su puesto junto con Obama. Costos y Smith son amigos muy cercanos de la familia Obama.

Pablo Ximénez de Sandoval
El País, 21 de enero de 2017.
Leer también: Comparativo de los discursos de Barack Obama en 2009 y Donald Trump en 2017.

jueves, 2 de marzo de 2017

Cómo funcionan las mafias gastronómicas


Algunos sábados, ya tarde en la noche, tras repartir las ganancias con el administrador y separar discretamente un sobre con varios billetes en pesos convertibles, “para los que más mean allá arriba”, Nicolás (nombre cambiado), jefe de almacén de un centro nocturno, abre una botella de Johnny Walker.

El whisky lo guarda en la última hilera de un estante metálico donde se amontonan rones añejos, vodkas y pomos de refrescos. Luego de echarle cubitos de hielo al trago, se pone a recordar viejos tiempos de la gastronomía habanera.

Nicolás comenzó como el muchacho de los mandados. Una tarde cualquiera, a mediados de los años 80, se llegó a ver a un amigo que administraba una pizzería al sureste de la capital.

“No terminé el octavo grado y desde los 15 años estoy en la caliente. Vendiendo lo que sea o trabajando por la izquierda. Siempre me ha gustado tener un baro en el bolsillo”, confiesa.

En sus inicios, Nicolás fue ayudante en la elaboración de pizzas y dulces. “Después empecé a trabajar de madrugada, haciendo pizzas y 'pays' para el turno de la mañana. Hice bastante dinero. En cada turno me buscaba hasta mil pesos. Vendía aceite, queso, puré de tomate y cualquier cosa que se me pusiera por delante”. Bebe un sorbo de whisky y continúa su relato.

“Llevo 32 años en este giro. Conocí a personajes que eran lince del facho como Roberto, ex administrador de la heladería Ward, en Santa Catalina, que explotó por envidia de Ramiro Valdés, que en ese entonces era Ministro del Interior. O como Pupo, que en pleno período especial, abrió un restaurante de lujo en la Víbora. Con una palabra se define la gastronomía cubana: mafia”, afirma Nicolás.

“Ha habido épocas de vacas gordas y vacas flacas. Pero todo el que trabaja en gastronomía vive del robo. Que nadie te meta un cuento. Es una cadena bien engrasada. Los empleados le roban al consumidor y a los administradores. Los jefes le roban a ellos y al gobierno. Después a repartir el dinero", expresa.

Y cuenta que no toda la plata va para el bolsillo del administrador, porque hay que mojar también al director de la empresa, al jefe de los inspectores y al que te trae los productos del almacén, entre otros. A su vez, el director de la empresa, envía sobres a sus superiores y ‘regalos’ al secretario del partido y la juventud en el municipio. El jefe de almacén aporta más detalles:

“Cada establecimiento tiene una plan de venta mensual, que depende de su ubicación y categoría. De acuerdo a las ganancias, cada administrador, semanalmente, le hace llegar un sobre con dinero al director de la empresa. Mi administrador y yo, por ejemplo, le entregamos mil pesos y 100 cuc semanales al director".

Nicolás aclara que los centros nocturnos y restaurantes que venden en divisas generan más ganancias, pero también tienen encima los ojos de los mayimbes. "Aquí un tipo honesto explota a los pocos meses. Los mismos trabajadores le hacen la vida imposible. Y a los directivos no les cuadra un comecandela, pues no les reporta plata. Te echan los leones pa'rriba o no te hacen llegar productos. Y si no cumples el plan de ventas, te sustituyen”, subraya.

Según Nicolás, la clave del ‘invento’ está en tener una buena pluma, o sea, un buen contador, porque el robo sale de los papeles. "Con el tiempo uno se vuelve un experto en trucos financieros. Se reportan decenas de productos que el establecimiento no oferta. En los centros nocturnos las ganancias llegan por el pago del cover. Si en una noche entran 200 personas que pagaron 5 cuc, solo se reporta la mitad. El resto se reparte entre el primer y segundo administrador y yo. Una noche buena deja 200 cu. Aparte, yo tengo mi mecánica con la bebida y los platos para picar. Por la izquierda compro jamón, queso, cerveza, ron y whisky robados de los hoteles Todo Incluido”.

El entramado de corrupción en los establecimientos gastronómicos es brutal. La escasez y el descontrol estatal están en la génesis de un auténtico cartel mafioso que permea al sector.

Esos clanes controlan precios y son una pieza fundamental del mercado negro que inunda una isla donde casi todos roban. Desde los que limpian en los establecimientos hasta los que dirigen.

Las estructuras mafiosas se han expandido de una manera vertical a las redes gastronómicas del país. Además de enriquecer a miles de funcionarios, la corrupción permite el tráfico de influencias y el nepotismo.

“Un administrador con chispa que logre establecer buenas relaciones, a los dos años ya tiene un carro, puede reparar su casa y conseguirle un apartamento a su querida. Hay muchas maneras de 'comprar' a la gente, al margen de su cargo: a todos les gusta resolver comida y bebida gratis. Hoy le regalas una pierna de jamón, mañana una caja de cerveza, pasado le resuelves un reservado para él y su amante con todos los gastos pagados. Entonces cuando le pides un favor, es difícil que te diga que no te lo puede resolver. Yo he conocido tipos corruptos, pero te juro que a los funcionarios del partido y oficiales del Ministerio del Interior no hay quien les gane”, relata Nicolás.

Cuando usted le pregunta de qué forma se pudieran eliminar esos clanes mafiosos, el jefe de almacén sonríe: “Es imposible. Esos mecanismos forman parte del sistema. En Cuba la corrupción es un modo de vida. Para frenar la corrupción en gastronomía habría que privatizarla: el dueño de una cafetería o paladar no se va robar a sí mismo”.

A pesar llevar 32 años en un sector que él mismo define como una mafia, Nicolás prefiere trabajar en establecimientos gastronómicos del Estado que en una cooperativa o negocio privado. “No tienes que invertir tu dinero. La ganancia es limpia”.

Esa economía subterránea que genera la corrupción ha hecho metástasis en toda la sociedad cubana. La falta de transparencia provoca desde turbias cuentas offshore en paraísos fiscales a clanes mafiosos enquistados en la gastronomía estatal.

En Cuba la corrupción es sistémica. No tiene arreglo.

Iván García
Diario de Cuba, 22 de noviembre de 2016.
Foto: Tomada de El Toque.