lunes, 27 de junio de 2022

Vestirse en Cuba, otro dolor de cabeza


La Vía Blanca, una carretera de cuatro carriles y 138 kilómetros de longitud, conecta a La Habana con Matanzas, cruza por industrias alrededor del puerto y serpentea por playas en la costa norte. La Vía Blanca sirve de frontera entre los municipios Guanabacoa y Regla, probablemente donde más se practican las religiones afrocubanas. Justo en el semáforo que divide ambos municipios, a la izquierda, se encuentra Regla, un poblado marítimo de poco más de 43 mil habitantes al otro lado de la Bahía habanera.

Después del mediodía, la gente escapa del feroz calor sentándose en un parque donde corre una brisa cargada de salitre que adormece. A un costado de la iglesia y muy cerca del muelle, se encuentra una tienda privada. En la capital existen muchas similares. Suelen funcionar en salas y habitaciones de viviendas familiares. Las de más calibre tienen probadores con espejos, armarios atestados de prendas femeninas y masculinas de vestir y anaqueles con calzado deportivo. La oferta es variada. A precios siderales venden ropa de marca comprada en Miami, Panamá o Cancún y a menor costo, toda clase de pacotillas. Los pulgueros, en las afueras de la ciudad, suelen ser más baratos.

Por eso Marta, pediatra de 60 años y su hija, fueron desde Marianao, donde residen, hasta un tenderete en Regla buscando precios asequibles. “A partir de 1959, vestirse en Cuba ha sido un problema. En 1962 implantaron dos libretas de racionamiento, una de alimentos y otra de productos industriales. La de alimentos sigue vigente, pero la otra desapareció a fines de la década de 1980. Por la libreta de productos industriales se podia adquirir una muda de ropa y un par de zapatos al año, fueras mujer, hombre o niño. También ropa interior y cepillos de dientes, entre otros artículos de producción nacional, todos de baja calidad y pésimo diseño", recuerda la doctora.

Poco después, la oferta mejoraría con la apertura de una red de comercios denominados Mercado Paralelo, que además de alimentos, a precios altos vendía ropas y zapatos de regular calidad importados de la Unión Soviética, Bulgaria, Polonia, Albania, Hungría, Checoslovaquia y otros países socialistas de la Europa del Este.

Pero las tiendas estatales siempre tuvieron la competencia del mercado negro. René, ex marinero, cuenta que “la tripulación del barco mercante en que yo trabajaba compraba bultos de ropa a precios de saldo en la zona del Canal de Panamá. Cualquier cosa que compráramos, gafas, pañuelos de cabeza o chancletas, las vendíamos diez veces más caro al regresar a la isla. En aquella época el gobierno cotizaba a uno por uno el dólar. A los marineros nos daban un estipendio que era una miseria pero lo reinvertíamos en comprar pacotillas. Había gente que te daba el dinero para que le compraras un televisor a color o un ventilador”.

Otra forma que tenían los cubanos para proveerse de ropa y calzado era conseguir dólares en el mercado negro, arriesgándose a ir a prisión porque era una moneda prohibida (Fidel Castro despenalizó el dólar el 26 de julo de 1993). En los 80 un dólar se cotizaba entre 4 y 7 pesos. Con esos dólares se contactaba a un estudiante o un técnico extranjero, incluso a diplomáticos, quienes a cambio de dinero, te compraban mercancías en las tiendas exclusivas que ellos funcionaban en Cuba.

Julio, residente en Kentucky, aclara que fue por esa época cuando surgió la palabra jinetero, posteriormente asociada a la prostitución. “Los cambistas de dinero merodeábamos por las inmediaciones del Vedado a la caza de turistas. Les ofrecíamos comprar dólares a mejor precio que el Estado. En las cajas de los hoteles les daban un peso por cada dólar y los jineteros de entonces les ofrecíamos 6 o 7 pesos por cada dólar. Después negociaba con un estudiante africano, de los miles que estudiaban en el país, para que me comprara pacotillas por cantidad. Por cada dólar que me compraba le daba dos pesos. Un pitusa (jean) que costaba 7 dólares lo vendía en 120 o 150 pesos. Igual hacía con aquellas camisas 'bacterias (hawaiana). A las zapatillas (tenis) de suela gorda le sacaba hasta 100 pesos de ganancias en cada par que vendía. Era un negocio super lucrativo. Eso sí, tenías que hilar fino. Si te pillaba la policía, te sancionaban de cuatro a seis años de cárcel”, rememora Julio.

Jorge, ex modisto, expresa que “los cubanos vestíamos de forma horrible. Vivíamos en una burbuja, no existía internet y vestir a la moda no era una prioridad. La mayoría de los jóvenes andaban con botas rusas y usaban horribles pantalones hechos en Cuba”. En su opinión, el comienzo de los vuelos de la comunidad cubana asentada en la Florida marcó un antes y un después en los gustos y tendencias a la hora vestir de la población en la Isla.

"No es que nuestros compatriotas tuvieran buen gusto ni vistieran de etiqueta, por lo general era lo contrario. Pero esa ropa sencilla visualmente era atractiva. Hoy mucha gente se escandalizaría, pero el concepto de vestir a la moda en ese momento era sinónimo de un par de tenis, un vaquero o un short fosforescente y un pulóver con la imagen de Bruce Lee. Esa vestimenta se impuso en Cuba por los envíos de paquetes de parientes y amigos o eran compradas en el mercado negro, pero era de más calidad que la ofertada en las tiendas estatales. A partir de los 80, el gobierno quiso darles más visibilidad y protagonismo a los diseñadores locales de moda. No sé logró mucho: los cubanos continuaron vistiéndose con lo que podían conseguir. La moda la marcaba lo que la gente veía en filmes y revistas foráneas", subraya Jorge.

En 1990, ya con el Período Especial, una aguda crisis económica con apagones de doce horas y una comida caliente al día, en un congreso femenino, Fidel Castro aconsejó conservar por mucho tiempo la ropa, porque “vendría una etapa compleja donde el Estado no podrá distribuir ropa ni calzado”. Así fue. Desaparecida la libreta de productos industriales que anualmente garantizaba una muda de ropa y un par de zapatos, para vestirse y calzarse, los cubanos tienen que pagar precios de escándalo.

Dinorah, administradora de una tienda comisionista, reconoce que desde hace más de treinta de años, el Estado no puede garantizar un suministro estable y a precios módicos de ropa y calzado. “La opción más barata era importar contenedores de ropa reciclada o de segunda mano que se vendía en determinados establecimientos. Pero desde hace tres años dejaron de importarse y venderse. Ahora donde se puede adquirir ropa y calzado de uso es en las 'ventas de garaje' que los particulares montan en sus casas. Ropa y calzado nuevo, solamente en las tiendas por divisas o que te lo manden de afuera. Los ciudadanos tienen que 'inventar' si quieren estar bien vestidos”.

Yaima, empleada bancaria y madre de tres hijos, afirma que “en mi familia, las piezas de vestir, así como las sábanas, toallas y manteles son usados de una generación a otra. Cuando mi hija cumplió los 15, solo pude regalarle un vestido y un par de zapatos. Si comer en Cuba es una odisea, vestirse es un dolor de cabeza”.

Los precios en el mercado negro son estratosféricos. Un calzado deportivo pirata no baja de 5 mil pesos, el salario mensual de un profesional. Javier, alumno de secundaria, dice que “un par de tenis Converse original puede costar 10 u 11 mil pesos. Y unos Nike 20 mil pesos”. Daimara, estudiante universitaria, señala que “marcas baratas en el mundo como Shein o Zara, en el mercado informal habanero las venden tres o cuatro veces más caras que su valor de costo. Es una locura”.

Volvamos a la doctora Marta y su hija. Después de recorrer varios tenderetes privados en Regla, salieron con las manos vacías. "Vamos a las tiendas alejadas del centro de La Habana para comprar a mejor precio, pero todo se ha puesto muy caro. Es que cada vez que sube el dólar o el euro en el mercado informal, no solo suben precios de los alimentos también los de la ropa ”, confiesan.

Mientras esperan un ómnibus en una parada de la Vía Blanca, Marta comenta que van a ir al pulguero de La Cuevita, en San Miguel del Padrón, porque les dijeron que "allí todavía se consigue ropa barata". Ojalá tengan suerte.

Iván García
Foto: Comprando ropa de segunda mano en una 'venta de garaje' en La Habana. Tomada de ADN Cuba.

lunes, 20 de junio de 2022

El caos del transporte público en La Habana



Cuando la alarma del teléfono móvil empieza a sonar justo a las cuatro y treinta de la madrugada, cuenta Rubén, 41 años, estibador en un almacén de víveres, enciende el horno para tostar dos rebanadas de pan de molde que guarda en la nevera. Luego de afeitarse, desayuna café recalentado y tostadas con pasta de ají elaborada por su esposa.

A la cinco de la mañana camina seis cuadras hasta la parada de ómnibus. Cuando llega, prende un cigarro mientras revisa su muro de Facebook en el móvil. “Antes que se agudizara la crisis del transporte en La Habana, el P-9, que me lleva al trabajo, pasaba a las cinco y media. Pero desde hace un año puede demorar dos o tres horas”, dice Rubén, quien trabaja en el municipio Marianao, al oeste de la ciudad, a más de quince kilómetros de donde reside.

En un ómnibus público el viaje suele demorar cuarenta y cinco minutos. Si va en taxis colectivos treinta minutos. “Donde pincho (trabajo) no tenemos transporte obrero. Cada cual va por su cuenta. Un tiempo atrás cogía taxis particulares. Cuatro en total, dos para ir y dos para regresar. Gastaba 40 pesos diarios. Pero ahora el precio de los taxis se ha disparado. La ida y la vuelta me salen en 200 o 300 pesos. Y cada vez es más difícil alquilar un taxi. En ir de mi casa y regresar del trabajo invierto cuatro o cinco horas diarias. Es una locura”, indica Rubén.

Desde el otoño de 2019, con el inicio de la ‘situación coyuntural’, un eufemismo del régimen para minimizar la feroz crisis económica, el transporte urbano en Cuba es una auténtica pesadilla. Ya sea por déficit de combustible o de divisas para adquirir piezas de repuestos y renovar la envejecida flota de ómnibus y taxis estatales, el transporte público en la Isla siempre fue una asignatura suspensa del gobierno.

Antes de 1959, La Habana, con un millón 200 mil habitantes, y con una dimensión territorial mucho mayor que ahora, pues a ella pertenecían las actuales provincias de Artemisa y Mayabeque, disponía de más de 2,100 ómnibus. En 1953, al transporte capitalino se habían incorporado 630 ómnibus británicos Leyland, importados por la compañía Autobuses Modernos, y más de 1,500 guaguas de diferentes modelos y marcas, entre ellas General Motors, pertenecientes a la Cooperativa de Ómnibus Aliados (COA), las dos empresas encargadas de la transportación pública en la ciudad. Por sus asfaltadas vías circulaban más de 3,500 autos, particulares o utilizados como taxis.

Además, existían numerosas líneas de autobuses interprovinciales como La Flecha de Oro, Ómnibus Menéndez, Ómnibus Libres S.A., Amarillas S.A., La Estrella del Sur, Únicos de Cárdenas, La Cubana y La Ranchuelera, entre otras. En febrero de 1955, la COA inauguraba un servicio interprovincial de lujo conocido como la Ruta 80, con aire acondicionado y ventanillas panorámicas. Cada una de estas líneas tenía varias salidas diarias hacia distintas ciudades de la isla.

Tres años después, en 1958, la capital cubana disponía de 4,500 vehículos para el transporte urbano e interurbano. Esas facilidades de movilidad nacional, se complementaba con una extensa red ferroviaria (Cuba tiene ferrocarril desde 1837, primero que España), con itinerarios a todas las provincias y zonas apartadas del país. No menos importante era la existencia de cien aeropuertos públicos y privados, de los cuales cuatro eran internacionales: La Habana, Varadero, Camagüey y Santiago de Cuba.

“Entonces, viajar de La Habana a Pinar del Río, Matanzas, Las Villas, Camagüey u Oriente, era barato y cómodo. Si tenías licencia de conducir podías rentar un automóvil. Las condiciones de la Carretera Central, la Vía Blanca y otras autopistas eran inmejorables. En las ciudades del interior no era difícil desplazarse”, recuerda Hilario, tabaquero jubilado. Cuando Fidel Castro llegó al poder en enero de 1959, el transporte en la capital funcionaba con la precisión de un reloj suizo. “En horario pico, las rutas con más pasajeros, tenían una frecuencia de dos y tres minutos entre una y otra. Jamás en La Habana se vio a la gente colgando en las puertas de los ómnibus o encima del techo como sucedió en años posteriores”, rememora Hilario.

Néstor, ex jefe de turno en la terminal de ómnibus del Diezmero, en el municipio de San Miguel del Padrón, considera que el “gran error del gobierno fue nacionalizar las dos empresas de ómnibus, la COA y Autobuses Modernos. Lo que funciona bien no se toca, a no ser que sea para mejorar, que no fue el caso. La COA era una cooperativa donde los dueños eran los propios choferes. Se debió reforzar esa modalidad de cooperativa, que incluso es afín al modelo socialista. Pero el gobierno optó por desmantelarlas y crear Ómnibus Metropolitanos de La Habana con un descomunal aparato burocrático que jamás funcionó. Al aumentar el número de habitantes -actualmente en la capital viven más de dos millones y medio de personas-, el esquema de transportación se vio desbordado por la creciente demanda” , afirma y explica:

“En la década de 1950, sin contar La Habana campo, en la capital residían de 700 mil a 800 mil habitantes. Pero en los 80, ya vivían más de dos millones. La flota, de unas 2,500 guaguas, la componían ómnibus japoneses Hino, Ikarus de Hungría y Girón ensamblados en Cuba. De la terminal del Diezmero salía la ruta 10, que junto con las rutas 2 (Párraga) y 4 (Mantilla) eran las de mayor demanda. A pesar de tener una frecuencia cada tres minutos en hora pico, esas tres rutas viajaban atestadas de pasajeros”.

Acerca de la debacle del transporte público en La Habana, Néstor opina que la causa principal fue "la mala planificación por parte de los gestores de transporte y por creer que la capital iba a tener otras alternativas de transportación como trenes suburbanos. El servicio de taxis, que se renovó en los años 70 con automóviles comprados en Argentina, comenzó a debilitarse. La futura construcción de un metro con asistencia de la antigua URSS y Corea del Norte fue un cuento chino del gobierno”.

Con la caída del comunismo soviético en 1991, Cuba dejó de recibir miles de millones de rublos anuales en subsidios. En la década de 1990, coincidiendo con el llamado "Período Especial en Tiempos de Paz", una guerra sin el rugir de los cañones, el transporte público quebró en La Habana y en el resto del país.

Tras la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela, los hermanos Castro diseñaron una alianza política y económica con el paracaidista de Barinas que les proporcionó más de cien mil barriles diarios de petróleo a cambio de médicos, entrenadores deportivos y asesores militares.

Celso, empleado de la terminal de ómnibus del Calvario, en Arroyo Naranjo, al sur de La Habana, relata que “dejamos de transportar pasajeros en los incómodos y calurosos 'camellos' (un remolque acoplado a un camión dónde viajaban más de 300 personas apretujadas como sardinas en lata), porque el Estado diseñó una estrategia de 16 rutas principales, con la letra P, y otras 40 rutas denominadas 'alimentadoras', con la letra A. Los ruteros P, en teoría, debían tener una frecuencia entre cuatro y siete minutos en hora pico. Cada una de las 16 rutas contaría con 30 autobuses articulados. Las rutas alimentadoras funcionarían de quince a treinta minutos en horario de máxima demanda y eran las encargadas de transportar a los pasajeros al interior de los barrios. Pero todo quedó en buenas intenciones. En 2006 comenzaron a rodar los primeros ómnibus articulados, pero por el deterioro de las calles, exceso de pasajeros, déficit de piezas de recambio y otros factores, al poco tiempo el esquema de transportación se fue al garete. Desde hace un año, de las 780 a 850 guaguas que deben funcionar para mantener un mínimo de servicio, funcionan alrededor de 440”.

Según un especialista, La Habana necesita un parque de 2,800 ómnibus, como mínimo, para cubrir todas las rutas. Y no menos de 7 mil taxis diariamente circulando. “Lo ideal sería un metro, como el de Santo Domingo, en la República Dominicana, pero es muy costoso. Construir cada kilometro soterrado cuesta millones de dólares. La opción pudiera ser un metrorail parecido al de Miami y complementarlo con una red de trenes suburbanos. Pero esos proyectos necesitarían de una inversión inicial de mil millones de dólares”. Sin solución a corto ni mediano plazo, Rubén, estibador en un almacén habanero, seguirá demorándose varias horas en ir al trabajo y luego regresar a su casa.

Iván García
Foto: Tratando de subir a un ómnibus en la Plaza de la Revolución de La Habana. Tomada de Cubacute.

lunes, 13 de junio de 2022

Brindis por la mujer del Almendares


Esa mujer que el jueves 5 de mayo de 2022 golpeó el asfalto, lanzándose desde el puente sobre el río Almendares, en La Habana, es un tajo en el alma de Cuba, maltrecha de inxilios, como el suyo, aunque nunca haya gritado a favor o en contra del gobierno, pero sufriendo lenta agonía. Con magulladuras dolorosas y exhalando en el hospital, cuya burocracia anotó otro óbito.

No sabemos cómo se llamaba, qué edad tenía, si dejó huérfanos, dónde vivía, dónde creció, estudió, trabajó, amó y sufrió hasta el drama de elegir esa frontera entre El Vedado y el Reparto Kohly, para saltar a la nada, dejando un testimonio de desesperación, que desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí duele a una isla donde las mujeres sufren la peor parte del drama colectivo de pobreza, desigualdad y represión.

Todo suicidio es un grito, un reclamo, una culpa, una venganza de quien no pudo o no quiso seguir viviendo, pero necesita comunicar su partida, que es su forma de decir no me sigan, pero no me olviden. Perdónenme, quiéranme un poquito y quiéranse mucho, aunque yo no lo conseguí, pero me habría gustado.

Tampoco faltarán versiones interesadas en asegurar que estaba loca, que padecía de los nervios. Incluso que se mató porque le negaron la visa para entrar a Estados Unidos. Sonajeros habituales de Radio Bemba, cuando la sinrazón quiere evadirse y echa a andar enemigos rumores, silenciando zonas dolorosas. nunca atribuidas al socialismo, sino al adversario.

¡Qué mas da! El sistema falla cada vez que un cubano se quita la vida, aunque policías y 'factores' de su barrio anden ahora indagando sobre sus últimos días para favorecer un relato acomodaticio al poder, incluidas veladas insinuaciones sobre la personalidad de la suicida, por si llegara a ser conveniente asesinar su reputación, aun después de muerta.

Esa mujer sin nombre, tendida a la entrada del Bosque de La Habana, descalza y con las piernas abiertas, mientras otra la socorre, pudo ser cualquiera de los cubanos que sufren. Pero fue ella, la que eligió suicidarse entre el primero de mayo y el Día de las Madres, cuando unos llorarán su trágica partida y otros cruzarán el Puente Almendares con flores, cakes y besos.

Carlos Cabrera
CiberCuba, 6 de mayo de 2022.

Video: La cubana Elaine de Valero en Se fue, de Raúl Torres (Bayamo, 1966), canción que el autor interpretara a dúo con Pablo Milanés.

lunes, 6 de junio de 2022

La explosión del Hotel Saratoga




La Habana, viernes 6 de mayo. El reloj marcaba más de las diez de la mañana cuando el camión cisterna matrícula B187578, que transportaba 12.300 litros de gas GLP (mezcla de butano y propano), conducido por Orlando Vargas Bring, 58 años, después de transitar por la calle Zulueta, se estacionó a un costado de la puerta de servicios del Hotel Saratoga, situado en la esquina de Prado y Dragones, en el corazón de la ciudad.

Saúl, dependiente de un agromercado, recuerda perfectamente el camión, "pues yo estaba en un almendrón (auto antiguo utilizado como taxi colectivo) y tuvimos que esperar detrás de la pipa de gas hasta que se parqueara. Cuando llegué a la casa me enteré que había ocurrido una explosión en el Saratoga. Me salvé en tablitas”.

Noemí, ama de casa, se persigna antes de hablar y besa la cruz de un rosario blanco que lleva en el cuello. “Acababa de salir de una tienda de artículos religiosos que hay en la Asociación Cultural Yoruba, ubicada en Prado, en la misma acera del Hotel Saratoga. Iba caminando rumbo al Parque de la Fraternidad cuando sentí la explosión. Mi primera reacción, y la de muchísimas personas, fue correr hacia un lugar seguro. Cuando llegué al portal de la tienda Isla de Cuba y miré pa’atrás no podía creer lo que veían mis ojos. Una nube de polvo se esparcía por todo el lugar. Parecía que al Saratoga lo habían bombardeado. Enseguida la gente empezó a brindar primeros auxilios. 'Cuidado, no vayan pa'llá', gritaba un custodio de la tienda. Decía que a lo mejor explotaba otra bomba y se desplomaba el hotel", rememora Noemí.

Según los vecinos, la explosión ocurrió alrededor de las diez y cincuenta de la mañana. Ese trozo de la geografía habanera comprendido desde el Parque de La Fraternidad hasta el Parque Central, cuenta con una de las densidades poblacionales más altas del país. Hasta cuatro generaciones diferentes viven en extrema pobreza, apiñadas en cuarterías inmundas y edificios en peligro de derrumbe, a pesar de ser uno de los sitios más céntricos y con la mayor cantidad de establecimientos comerciales de la capital.

En el lenguaje coloquial, es una tradición decir "voy de compras a La Habana", en particular a esa zona, una demarcación por donde siempre pasaban rutas de ómnibus que facilitaban la movilidad entre los municipios habaneros, sin contar las piqueras de taxis. Ahora, aunque con menos transporte, sigue siendo un sitio por el cual a diario transita un elevado número de habitantes de la capital y el resto de provincias. Actualmente en la zona cohabitan negocios privados, hoteles, instituciones estatales, tiendas y personas que sin licencia, sentados en los portales, revenden pacotillas importadas de Panamá, Cancún o Miami. También pululan pícaros y estafadores. Cuando cae la noche, se convierte en una pasarela de vendedores de drogas y de prostitución, con jóvenes dedicados a prácticas sexuales por quinientos o mil pesos la media hora.

Ese viernes, la afluencia de transeúntes era elevada. Cristóbal, dueño de un Cadillac descapotable que renta a turistas, “estaba merendando en una cafetería privada en Monte y Prado cuando estalló el hotel. Pensé que era un ataque terrorista. Dejé el pan con jamón y el refresco en el mostrador, me monté en el carro y salí volando de allí. Jamás en mi vida había escuchado una explosión tan violenta”.

El edificio con el número 609, aledaño al Saratoga, donde la mayoría de las familias residen en condiciones deplorables, sufrió serias afectaciones. “Estaba preparándole algo de comer a mi nieto cuando escuché el estruendo. Pensé que el edificio se estaba derrumbando. Los dos salimos corriendo. Cuando llegamos a la calle vimos, que el Saratoga había explotado. Nos dijeron que de manera provisional nos iban a alojar en un hotel de la Villa Panamericana, en Cojimar”, dijo una vecina del inmueble. Posteriormente, por un familiar, supimos que a ella y a otros que perdieron sus casas, los albergaron en el Palacio Central de Computación, en Reina y Amistad, cercano a su destruido edificio.

Según funcionarios del régimen, la explosión afectó a 23 edificios de la manzana comprendida entre Prado, Dragones, Zulueta y Monte, 17 de ellos de viviendas. Los más graves fueron el edificio de Prado 609, donde colapsaron 15 apartamentos y el de Zulueta 510, con 10 apartamentos desplomados y daños estructurales de consideración.

Un trabajador de ETECSA que se encontraba en el cuarto piso de la sede de la empresa, en Águila y Dragones, a dos cuadras del Hotel Saratoga, relata que "cuando se escuchó el potente estruendo, cundió el pánico. La gente salió despavorida para la calle. Yo pensé que era un terremoto. Luego, cuando vi cómo quedó el hotel, creo que esa explosión no pudo ser de una fuga de gas”. Diversas teorías conspirativas circulan entre los ciudadanos de a pie. Evelio, cuentapropista, afirma “que el gobierno no dice que fue un sabotaje para no alarmar al turismo. ¿Cuándo tú has visto una explosión de gas en que apenas hay fuego y al camión del gas no le pasó nada?”.

Sergio, especialista en prevención de incendios, asegura que es “normal que se inventen cosas. Pero es perfectamente creíble la versión de una explosión por fuga de gas. Ese tipo de explosiones lo puede originar cualquier chispa, al prender un interruptor o incluso el uso de un teléfono móvil. Donde no estoy de acuerdo es en la politización del gobierno, que se ha centrado en destacar la solidaridad, rápida asistencia médica y ardua labora de rescatistas y bomberos, algo muy meritorio, minimizando que las causas del accidente fueron la negligencia y el incumplimiento de las estrictas normas de seguridad cuando se trasvasa gas GLP”.

El experto considera que “en los últimos tiempos en Cuba se han producido incendios en empresas del Estado, algunos sospechosos o con indicios de ser premeditados, como los tres ómnibus incendiados en Santa Marta, Matanzas, en octubre de 2021, y los cinco ómnibus quemados en un parqueo de transporte escolar en la Habana del Este, en marzo de 2022. O los incendios en las centrales telefónicas de Santa Clara, en junio de 2018, y de Las Tunas, en diciembre de 2021. En febrero de 2022 cogió candela una fábrica de tabaco en San Antonio de los Baños. Siete de cada diez empresas e instituciones estatales no cumplen las medidas de seguridad contra incendios. Los extintores suelen estar vacíos o rotos y descompuestos los aspersores de agua. Existe demasiada negligencia en el personal que manipulan el gas y otros combustibles. A veces la tecnología no es la adecuada y los obreros suelen carecer de trajes de protección. Por mi experiencia, aseguro que fue la irresponsabilidad la que provocó ese lamentable accidente”.

Un empleado del hotel Saratoga aclaró que después de dos años cerrados por la pandemia, “no se le había dado mantenimiento a las tuberías de gas. Cuando estabas en la cocina, se sentía un fuerte olor a gas. Había salideros. Tampoco se le daba mantenimiento adecuado a los aires acondicionados ni a la red hidráulica. El hotel iba a reabrir el martes 10 de mayo con una cena a los participantes de una feria de turismo en Varadero. Esa mañana no fui a trabajar. El viernes 6 de mayo volví a nacer”.

Fallecieron 46 personas, entre ellos una embarazada, cuatro menores y una turista española que caminaba por las inmediaciones y hubo casi un centenar de lesionados de diversa gravedad. Si en algo coinciden los habaneros consultados es que fue una tragedia que se pudo evitar.

Iván García

Foto: Cuando aún salía humo por la explosión, decenas de curiosos fueron a ver de cerca lo ocurrido en el Hotel Saratoga. Unos cuantos haciendo fotos con sus celulares, otros, los más solidarios, enseguida empezaron a rescatar de los escombros a personas heridas y fallecidas. Y no faltaron los que trataron de aprovechar el caos inicial, a ver qué se podían robar. A pesar de quedar cerca el Comando 1, la principal estación de bomberos de La Habana, éstos demoraron en llegar, igual que las ambulancias. Hasta que no llegó la policía, el público no fue desalojado y el área fue acordonada. Los últimos en hacer acto de presencia fueron las autoridades. Tomada de El País.