lunes, 25 de enero de 2021

El periodismo esbirro de la revolución cubana

 


Por estos días, la inexistencia de prensa libre en Cuba es notoriamente repugnante. La maquinaria mediática propiedad del Estado, costeada por el pueblo, desprestigia al Movimiento San Isidro sin que los cubanos tengan otra opción -equivalente en cantidad y alcance- para recibir una versión alternativa a la del Gobierno. El monopolio de la información se mantiene -como casi todo- mediante la violencia institucionalizada del Estado y se basa teóricamente en algunas falacias construidas por Fidel Castro sobre lo que es el periodismo en un entorno capitalista.

Fidel Castro sostenía: "Se habla de libertad de expresión, pero en realidad lo que se defiende fundamentalmente es el derecho de propiedad privada de los medios".

La libertad de prensa deriva de la libertad de expresión, se entiende como la libertad de difundir opiniones e información usando medios de comunicación sin control o censura estatal. La posibilidad de crear o adquirir un medio de comunicación, es decir, crear o adquirir una empresa de manera individual o por asociación con otras personas es condición imprescindible para que haya libertad de prensa. Sin libertad para crear el medio, no hay libertad para alcanzar el fin. La libertad de empresa garantiza la libertad de prensa; sin empresa libre no hay prensa libre.

Fidel Castro sostenía: "En esos medios 'libres', ¿quién habla? ¿De qué se habla? ¿Quién escribe? Se habla lo que quieren los dueños".

Aquí la falacia está en equiparar dueño a rico. La cantidad de dinero que se invierta condiciona el tamaño del medio, pero no su existencia. El mundo está lleno de pequeños y grandes medios comunitarios, personales, de asociaciones, de iglesias, todos privados y sin control o censura estatal. El dinero influye en el alcance del medio facilitando el uso de más y mejores materiales y herramientas para llegar a más gente o crear contenidos más atractivos, pero no tiene relación con la libertad misma para crear el medio, la libertad es para todos. Es necesario entender que libertad de, no significa posibilidad de. La libertad de conducir no significa posibilidad de conducir un Lamborghini, pero no poder conducir un Lamborghini no implica que no exista libertad de conducir; como mismo no poder comprar la CNN no significa no tener libertad de expresión.

Fidel Castro sostuvo: "Periodismo no quiere decir empresa (…) empresa quiere decir negocio y periodismo quiere decir esfuerzo intelectual".

Insidiosa y falsa dicotomía, pues ningún trabajador tiene libertad de opinión en su puesto laboral, opinará solo hasta donde las normas de la empresa que lo contrata le permitan, y eso está bien siempre que el contrato sea un acuerdo voluntario entre partes. Un trabajador de la planta de pintura de una fábrica de autos, aunque desee pintar los autos de color verde porque en su opinión son más atractivos así, tendrá que pintarlos de rojo si es lo que manda el propietario. En caso contrario, puede dedicarse a pintar autos por su cuenta, pero no usando la pintura, las herramientas y el tiempo que no es suyo.

Los periodistas son profesionales contratados para comunicar lo que quiera decir el propietario del medio, que es quien está ejerciendo su libertad de expresión y para ello paga al periodista por sus servicios. Si un periodista quiere expresar su opinión propia, siempre que exista libertad de empresa y opinión podrá irse a otro medio más afín a sus ideas o crear un medio propio. Un periodista no puede utilizar los materiales y el tiempo que no son propios para comunicar sus opiniones personales, cuando voluntariamente y a cambio de una paga se comprometió a comunicar las opiniones del propietario del medio.

Fidel Castro sostuvo: "La verdad en nuestros tiempos navega por mares tempestuosos, donde los medios de divulgación masiva están en manos de los que amenazan la supervivencia humana".

Decir esto en tono acusador es doloso, implica que existe la posibilidad de "no estar parcializado", cuando estar parcializado es precisamente lo que define tener opinión. Toda opinión es siempre interpretación parcial de una realidad sesgada por intereses personales, por reglas heurísticas inherentes al pensamiento y por las limitaciones del conocimiento que posee cada cual. Los medios no solo están parcializados, es que no pueden dejar de estarlo.

Distinto es si se esfuerzan por manipular la realidad, algo que, de hacerse, encuentra límites en los derechos individuales a la protección contra la difamación. Un medio no puede mentir impúdicamente sobre alguien —excepto en Cuba—, y si manipula descaradamente los hechos de los que informa, lo pagará o no según lo que a su audiencia le interese la credibilidad como valor.

Mientras haya libertad de empresa y de expresión, habrá alternativas para que cada cual elija donde informarse según su propia parcialidad e interés. En un clásico evento de proyección freudiana, Fidel Castro atribuyó sus propios pecados a sus oponentes: el Gobierno cubano impidiendo la libertad de empresa impide la libertad de expresión y prensa, mientras que con dinero ajeno —el del pueblo— mantiene unos medios donde se escucha solo su voz.

"Las dictaduras no quieren libertad de prensa, por algo nos tuvieron censurados y amordazados… cuando un derecho se lo pueden arrebatar al pueblo de un día para otro, no es un derecho." No es el Movimiento San Isidro quien así habla, sino Fidel Castro el 4 de enero de 1959; pero en 2006, tras 47 años de reinado absolutista, no dejó dudas de su poder: "Nuestra prensa es revolucionaria, nuestros periodistas, en la radio, en la televisión, son revolucionarios. Nosotros tenemos muchos periódicos… hay decenas de periódicos, y todos son revolucionarios".

Nuestra prensa… nuestros periodistas… nosotros tenemos… Solo le faltó decir, y habría sido mucho más apegado a la realidad: mi prensa, mis periodistas, yo tengo. En esta triste Cuba, la libertad de prensa se tornó en libertad de ser castrista. Los que no lo sean serán gusanos, terroristas, apátridas, mercenarios y todos los agravios que a los periodistas de Fidel se les pueda ocurrir en su único rol: defender la revolución a toda costa, ser esbirros.

Rafaela Cruz
Diario de Cuba, 4 de diciembre de 2020.

Foto: Fidel Castro en el periódico Granma. Tomada de Diario de Cuba.

Sobre la foto.- Por esto que Juan Marrero escribió, esa foto me parece fue hecha el 4 de octubre de 1965. Sentado, a la izquierda de Fidel Castro, Isidoro Malmierca, recién nombrado director de Granma, a la derecha, Blas Roca, ex director del diario Hoy, a su lado, Osvaldo Dorticós y Faure Chomón. Detrás de Faure, Jorge 'Papito' Serguera y a su derecha Carlos Rafael Rodríguez. La mulata de pie, detrás de Carlos, es Justina Álvarez, secretaria (y querida) de Blas Roca (mi tía Dulce Antúnez, esposa de Blas, no la podía ver, siempre sospechó de Justina, una manzanillera que había sido mujer de Aníbal Escalante. Después de 50 años de matrimonio, Blas se divorció de mi tía y se casó con Justina. A la derecha de Malmierca, con una mano en la cara, Ramiro Valdés. El mulato calvo a la izquierda, recostado a la pared, con traje, cuello, corbata y gafas oscuras es el periodista Gabriel Molina (Tania Quintero).

lunes, 18 de enero de 2021

¿Entrará algún día Cuba en la modernidad?



El régimen que bajo el comando de Fidel Castro se instaló en el poder en enero de 1959 e inamovible en el poder permanece, se niega a dialogar con los cubanos que tengan ideas distintas a las anquilosadas de quienes llevan 62 años desgobernando Cuba. No importa si son periodistas independientes, disidentes, artistas, intelectuales, científicos, juristas, defensores de los derechos humanos, protectores de los animales y del medio ambiente, religiosos o de la comunidad LGBTI, entre otros representantes de la amplia y diversa sociedad civil existente en la Isla.

Los viejos y nuevos castristas ningunean, vigilan, acosan, reprimen y están dispuestos a encarcelar a los que piensan diferente.

Las discrepancias hay que dirimirlas entre todos los cubanos, piensen como piensen, civilizadamente. Aunque es complicado hablar con un régimen que, sin aportar pruebas, acusa a una parte de sus ciudadanos de ser "herramientas de los servicios especiales de Estados Unidos". Urge parar ya con las campañas difamatorias en los medios estatales controlados por el departamento ideológico del Partido Comunista, el único permitido, y por el Departamento de Seguridad del Estado del Ministerio del Interior. No seguir incitando a la violencia entre cubanos y de seguir usando el mismo lenguaje que en sus tiempos usó Fidel Castro, llamando 'gusanos', 'escorias', 'antisociales', 'marginales', 'delincuentes', 'mercenarios' y 'agentes de la CIA', a quienes le contradijeran, tuvieran otros puntos de vista o no se plegaran a su política de ordeno y mando.

Ahora, los continuadores del fidelismo, han agregado la palabra 'terrorista'. A ninguno de los actuales artistas, intelectuales y periodistas independientes, ni los más jóvenes ni los más viejos, aspiran a recabar dinero de cubanos exiliados en Estados Unidos y otras naciones para comprar armas y con ellas asaltar un cuartel, desembarcar en las costas cubanas, sublevarse en las montañas, organizar una guerrilla, descarrilar trenes, atacar un palacio presidencial como hizo el Directorio Revolucionario 13 de Marzo. O el Movimiento 26 de Julio, que tenía células terroristas.

Sergio González, alias El Curita, fue el jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio en La Habana. El 8 de noviembre de 1957, El Curita organizó una operación contra la dictadura de Fulgencio Batista denominada La Noche de las Cien Bombas. Según EcuRed, la Wikipedia criolla, "la operación consistió en la colocación de bombas y petardos en lugares estratégicos de la capital cubana que explotaron simultáneamente a las nueve de la noche. La acción se ejecutó sin que resultara herido ningún civil inocente".

En El Movimiento de Resistencia Cívica en La Habana, escrito por Jorge Alberto Serra y publicado en La Jiribilla en agosto de 2007, un párrafo dice: "El sentimiento generalizado de rechazo a Batista y a su régimen dictatorial intensificó cada vez más las actividades entre los miembros de la Resistencia en estrecho vÌnculo con el M-26-7 antes de la anunciada huelga. Se organizaron mítines de protesta en calles, tiendas y recintos religiosos; se distribuyeron volantes llamando a la huelga y a la resistencia al régimen; se reprodujeron boletines y otros documentos; se efectuó el riego de alcayatas con el objetivo de dificultar el tráfico, fundamentalmente en los días festivos en las principales avenidas; se realizaron pequeños sabotajes con fósforo vivo en cines y tiendas elegantes de la ciudad".

Los continuados y furibundos ataques hacia los artistas, intelectuales y periodistas independientes se han convertido en un bumerán.

Los desfasados gobernantes olvidan que estamos en el siglo XXI, en la era de las libertades, del desarrollo sostenible, de la modernidad. Y aunque Cuba está a la zaga en las nuevas tecnologías y son pocos los cubanos conectados a internet en sus hogares, si damos crédito a la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, en 2019 en la Isla habían 6.042 600 millones de abonados a la telefonía celular (de ellos, 80 por ciento usaba con frecuencia internet de datos en 3G y LTE). Millones de cubanos residentes en las 15 provincias y el municipio especial Isla de la Juventud, pueden acceder a internet desde sus celulares, hacer fotos y videos y de inmediato informarse de lo que está pasando en su propio país, noticias que en ocasiones los medios estatales ocultan, distorsionan, no reportan o se demoran en reportarlas, algo que no sucedía 25 años atrás, cuando surgió la prensa independiente en Cuba y entonces, como ahora, con la presencia de periodistas provenientes de los principales medios cubanos.

Los papagayos al servicio de un régimen decrépito que sin sonrojarse están haciendo linchamiento verbales y gráficos -algunos, inclusive han sido compañeros de estudios de los linchados- no se dan cuenta, como sí se da cuenta la gente en la calle, que todos ellos nacieron después de 1959, fueron a círculos infantiles donde se suponía sembraban la semilla del Hombre Nuevo, a escuelas donde fueron pioneros con pañoletas azules o rojas y en los matutinos alzaban un brazo y gritaban "Seremos como el Che".

Luis Manuel Otero, la figura más visible del Movimiento San Isidro, conformado por artistas, poetas, músicos e intelectuales independientes y al cual el castrismo intenta humillar y desacreditar, nació en La Habana el 2 de diciembre de 1987, día que los revolucionarios celebraban el 31 aniversario del desembarco del yate Granma. Mulato y pobre, se destacó como atleta escolar, luego se decantó por el arte visual y fue aceptado como miembro de la Asociación Hermanos Saíz, de jóvenes creadores, y de la Asociación Cubana de Artistas y Artesanos, exponía en galerías pertenecientes al Ministerio de Cultura y era entrevistado, entre otros medios estatales, por El Caimán Barbudo, órgano cultural de la Unión de Jóvenes Comunistas. Entonces, Luis Manuel no era 'marginal', 'delincuente' ni 'terrorista'. Una de sus performances con más repercusión ocurrió hace tres años.

El periodista independiente Waldo Fernández Cuenca, el 24 de abril de 2017 lo contaba en Diario de Cuba: "Cientos de curiosos recorrieron deslumbrados los pasillos exteriores de lo que será el Hotel Manzana Kempinski, donde el empresario italiano Giorgio Gucci inauguró su boutique Giorgio G. VIP. Mientras, en las inmediaciones de lo que se perfila como uno de los espacios más lujosos de La Habana, el artista Luis Manuel Otero Alcántara preguntaba ¿Dónde está Mella? Otero se paró en las afueras del hotel como estatua viviente y con fotos de Julio Antonio Mella cubriendo su cabeza. "Había un busto de Mella en el mismo centro" de la Manzana de Gómez, "el cual fue retirado, como es habitual, sin explicación alguna", dijo. "Así ha sucedido con bustos de otras figuras cuando remodelan un lugar, y yo deseaba hacer ver la pérdida progresiva de esas estatuas". La performance duró pocos minutos. Primero la policía le dijo que no podía pararse a la entrada del hotel, luego, cuando bajo la lluvia el artista se fue a la calle, vino la Seguridad del Estado y se lo llevó junto a su pareja, la historiadora de arte Yanelys Núñez". Tuvieron suerte: no los detuvieron, los dejaron en su destartalada vivienda de la calle Damas 955 entre San Isidro y Avenida del Puerto, Habana Vieja, que en esa época albergaba el Museo de la Disidencia y posteriormente sería sede del Movimiento San Isidro.

Lo que Inés Casal Enríquez, madre de Julio Llópiz Casal, artista visual especialista en instalación, fotografía, performance, diseño y la escritura, en una misiva le dijo a Fernando Rojas, viceministro del Ministerio de Cultura, es válido para casi todos los artistas y periodistas independientes nacidos en las década de los 80 y 90, a quienes la Seguridad del Estado, con el apoyo de vocingleros oficiales, con sus burdas manipulaciones, están tratando de desmoralizar y crearles causas judiciales, para justificar detenciones, arrestos domiciliarios, posibles juicios y encarcelamientos. "Mi hijo no es terrorista. Mi hijo no busca desestabilizar al sistema y mucho menos incitar a un levantamiento popular. mi hijo no está manipulado, dirigido, pagado por ningún gobierno extranjero, por ninguna organización, por ningún medio de prensa. Mi hijo no es un delincuente, es un artista cubano que también trabaja por Cuba y para Cuba. Mi hijo dice lo que piensa en cualquier lugar y circunstancia".

Los padres de Llópiz, escribió su madre, entregaron todas sus fuerzas, todas sus energías, todo su conocimiento, todos sus sueños revolucionarios a su país. Ella confesó que fue militante del Partido Comunista durante casi 30 años, y lo fue a conciencia, porque creía en la Revolución, pero hace años se sintió traicionada en sus sueños y dejó de creer en ella. Casi todos los padres, abuelos, hermanos, tíos y parientes cercanos de esos artistas y periodistas independientes creyeron en Fidel Castro y su revolución, algunos fueron militantes, otros combatientes internacionalistas, militares del Ministerio del Interior o de las Fuerzas Armadas o médicos, como los padres del periodista y escritor Carlos Manuel Álvarez.

En vez de dedicar tantos recursos, personal y dinero en uno de los aparatos represivos más poderosos del continente americano, debieran dedicarlo a tratar de mejorarle un poco la vida a una población que en su mayoría depende de las míseras cuotas de alimentos que "papá Estado" le posibilita comprar en la bodega de su barrio por una libreta de racionamiento instaurada por Fidel Castro en marzo de 1962, hace 58 años, todo un récord Guinness. En vez de seguir fomentando el odio y la confrontación, el castrismo debería aprovechar el talento, creatividad y deseos de una generación de artistas, intelectuales y periodistas independientes que lo que desean es que Cuba prospere, su gente no tenga que hacer colas para comprar alimentos, medicinas y artículos de aseo, pueda reparar sus casas, sus hijos o nietos puedan desayunar antes de ir a la escuela y en sus mochilas llevar una buena merienda. Que los obreros, campesinos, ingenieros y otros profesionales puedan aportar ideas e innovaciones para que sus respectivos lugares de trabajo sean rentables y competitivos, y que La Habana, la capital del país, no siga cayéndose a pedazos y familias enteras se queden sin vivienda. Pero sobre todo, que nadie más muera por un derrumbe, como ocurrió el 27 de enero de 2020, cuando María Karla Fuentes, Lisnavy Valdés y Rocío García, de 11 y 12 años, alumnas de sexto grado, fallecieron por la caída de un balcón en la barriada habanera de Jesús María.

Hasta el famoso cantautor Silvio Rodríguez, nada sospechoso de ser 'contrarrevolucionario', dijo en su blog que daba la impresión de que las autoridades cubanas "se agarraron de lo que fuera para suspender el diálogo, quitárselo de arriba", a propósito de que el anodino ministro de Cultura declarara roto el acuerdo de diálogo al que se había llegado el 27 de noviembre, entre las autoridades y los más de 300 artistas e intelectuales que pacíficamente se manifestaron en las afueras del Ministerio de Cultura, durante más de 14 horas para exigir ser escuchados. Un gobierno se debe a sus gobernados, no viceversa. Los gobernantes tienen la obligación de sentarse a dialogar con los que piensan igual o parecido y también con los que piensan distinto. Esos cubanos calumniados en medios estatales, sin derecho a réplica, son tan o mejores cubanos que quienes diseñan y dirigen campañas difamatorias a las cuales prestan sus rostros y nombres, periodistas-portavoces de los gobernantes, no de los ciudadanos.

Con esa posición de fuerza, el régimen castrista está propiciando la violencia, el caos y abriéndole la puerta a un estallido social. Con su empecinada actitud, mandamases y represores evidencian lo alejados de la realidad que están. Tal vez saben de la realidad por las encuestas que hacen el Partido Comunista y el Ministerio del Interior, pero prefieren taparse ojos y oídos y dedicarse a batallas y campañas, lo que le permite desviar la atención de los asuntos prioritarios e incluso justificar el incumplimiento de planes que aliviarían un poco la agobiada existencia de una población que desde que se levanta hasta que se acuesta es pensando qué va a comer al día siguiente. Los dirigentes cubanos jamás se codean con la gente, no caminan por las aceras y calles destruidas, no entran a solares y cuarterías, no saben cómo viven en las miles de chabolas y favelas que se localizan desde oriente hasta occidente. Y aunque todos ellos tienen internet en sus residencias, ni siquiera entran a You Tube y ven la cruda realidad que youtubers de la isla muestran en sus vlogs. Tampoco ven los videos hechos por Palenque Visión o la Televisión Serrana en el olvidado Oriente cubano.

Se creen o imaginan que todavía están en 1959, cuando los cubanos masivamente salieron a las calles a respaldar a aquel barbudo que prometía democracia y libertad de prensa y ya en mayo de 1960 cerró periódicos, revistas y hasta un semanario humorístico. No se percatan, o no quieren percatarse, que cada vez es más alto el porcentaje de cubanos que dejó de creer en la revolución y el socialismo de Fidel Castro y los dirigentes históricos, hoy ancianos que rondan los 90 años. No se percatan, o no quieren percatarse, que los cubanos están hartos de 62 años de discursos, promesas y mentiras, de movilizaciones obligadas para asistir a marchas combatientes, tánganas y mítines de repudio contra vecinos, amigos o familiares, cuyo único 'delito' es no tener las mismas opiniones, pensar con su cabeza, no con la de otros.

Tanto los cubanos de a pie, esos que ya ni café pueden tomar por la mañana, como los que reciben divisas y viven un poco mejor, aman a su patria y no quisieran tener que dejarla por no tener futuro para ellos ni para sus hijos, o por estar continuamente ninguneados, acosados y reprimidos. Quisieran vivir y morir en Cuba, pero sin tener que hacer largas colas para conseguir un trozo de carne de cerdo, arroz, viandas y frijoles, cada vez más escasos y caros. También quisieran comer caliente dos veces al día, tener desodorante, champú, jabón, pasta dental, papel sanitario... No vivir con la zozobra de que un huracán o un aguacero le va a tumbar el techo de su cuarto, asistir a consultas médicas en policlínicos y hospitales limpios y bien equipados, en las farmacias adquirir las medicinas recetadas, montar pequeños negocios con garantías legales y pasar unos días de vacaciones.

Y, por supuesto, cómo no, vivir "en un país libre, cual solamente puede ser libre en esta tierra y en este instante", estrofa de la Pequeña serenata diurna estrenada en 1975 por Silvio Rodríguez, nada sospechoso de ser 'contrarrevolucionario'. Vivir con libertad, democracia, diálogo, tolerancia y respeto a quienes tengan ideas y opiniones diferentes, lo anhelan todos los cubanos, incluidos los periodistas independientes y los artistas del Movimiento San Isidro, así descritos por Carlos Manuel Álvarez en Los artistas del hambre: relatos del desalojo de una protesta en Cuba, publicado el 30 de noviembre en El País: "Son negros, pobres, desplazados, viven en casas precarias rodeadas de hoteles lujosos para turistas de pantorrillas blancas. Son todo lo que la Revolución prometió reivindicar y terminó persiguiendo, cazándolos para ocultarlos. Lo que ellos ponen sobre la mesa, y de ahí la furia con la que buscan borrarlos, no es solo la pelea por la liberación del rapero Denis Solís, sino que abren el abanico de posibilidades para la forma de una república nacional negra, de una nueva cultura largamente pospuesta, lo que articula al movimiento con las narrativas globales de hoy. Solo entonces, a través de ese resquicio beligerante, Cuba estaría entrando en la modernidad".

Tania Quintero

lunes, 11 de enero de 2021

En la televisión nacional nos llaman enemigos de Cuba




En mi vida he salido al menos dos veces en el noticiero de la televisión cubana. La primera vez tenía diez años, le daba la mano a Fidel Castro y era un niño feliz. La segunda vez, hace unos pocos días, fue en varios reportajes donde me calificaban como alguien "abiertamente hostil contra Cuba" es decir, enemigo de mi país. No hay aquí un recorrido inédito.

Es probable que muchas de las personas que alguna vez le dieron la mano a Fidel Castro hayan sido luego tildados de “traidores a la patria”, juzgados por ello, borrados de fotos y cortados de cintas cinematográficas. Ese hombre, que no admitía el disenso, era un pasaporte directo hacia la muerte civil de quienes no coincidían con él.

El 24 de noviembre volé a Cuba desde Nueva York vía Miami y fui a reportear en la sede del Movimiento San Isidro, grupo de activismo radicado en La Habana Vieja, donde varios artistas contestatarios y ciudadanos rechazados por el Estado habían comenzado una protesta pacífica por el encarcelamiento arbitrario del rapero Denis Solis, miembro de la organización. La protesta había derivado luego en una huelga de hambre y sed de algunos de sus integrantes, que tenía en vilo a la opinión pública y preocupado al poder político.

Poco después de mi entrada al lugar, usando como pretexto evitar la propagación del Covid-19, la policía política sofocó con violencia la protesta la noche del 26 de noviembre, justo unas horas después del cuarto aniversario de la muerte de Castro, como para demostrar que su legado de represión sigue vivo. (Al igual que en otros países, incluso en algunos menos autoritarios que Cuba, la pandemia se ha convertido en una excusa eficiente para el aumento de la vigilancia y control de la población). Quienes estábamos ahí fuimos detenidos y luego liberados, pero todavía tenemos patrullas estacionadas frente a nuestras casas para restringir nuestra movilidad.

El incidente provocó mi regreso triunfal a la televisión. Vi mi imagen recortada, editada, mientras una voz engolada me movía como una marioneta por el retablo de la propaganda. “¡Qué raro!”, pensé. El dolor se convertía en desconcierto. Si salía yo hablando, lo hacía en off. La gente podía ver mi cara, que era ahí una máscara villana, pero no podían escuchar mis palabras ni tampoco la manera en que las pronuncio, el seseo contínuo, cómo atropello lo que digo o me demoro unos segundos intentando encontrar una idea que nunca es la que es. Esos pequeños defectos que me convierten en una persona habían desaparecido.

Lázaro M. Alonso, un compañero de curso en la universidad, fue presentador de uno de los programas  en los que enjuiciaron mediáticamente al Movimiento San Isidro y a mí. Tampoco creo ser más víctima que él. Este tipo de traiciones son consustanciales a las culturas totalitarias. La tarea de mentir a conciencia es quizá el papel más desagradable de representar en el teatro ideológico cubano. Pero mantener a toda costa la puesta en escena del silencio de los cubanos en plena crisis política y económica, es un lujo que el régimen ya no se puede dar. Solo las nuevas tiendas en dólares no están desabastecidas y los cubanos deben pagar en una moneda que únicamente pueden conseguir a través de remesas y no de su salario. El descontento social es palpable.

Verme difamado en televisión hizo que pensara en mi familia. Esa conexión afectiva fue lo único que disipó hasta cierto punto el profundo sentido de extrañamiento. Como todos los cubanos, una vez fui pionero, alumno ejemplar de la patria, y en el barrio muchos me miraban orgullosos porque Castro me había saludado. Ahora el régimen, como director de la puesta en escena nacional, me asignaba el rol de enemigo de Cuba.

Cuando vaya de visita a Cárdenas, mi pueblo, quizá algunos me miren como se mira a un sujeto peligroso o apestado. Tal vez también deba padecer ese tipo de saludo triste que algunos usan para demostrar que no sucede nada conmigo, que me saludan no porque me quieren saludar, sino para convencerse de que no temen saludarme. Para no confundirme, para que el “pionero” y el “enemigo del pueblo” no se peleen, vuelvo al viejo tema Nubes, de Carlos Varela, uno de nuestros músicos de protesta, que dice: “¿Y ahora por qué rezas en tu viejo altar? No bajes la cabeza, y no mires atrás”.

He recibido en estos días muchas muestras de afecto hasta de gente que ya no recordaba conocer, o mensajes bienintencionados que me hablan de cosas que no entiendo —valentía, ejemplo, también de patetismo y ridiculez—, pero me gustaría creer que he digerido el episodio de la disolución de la huelga y mi detención de manera pausada, hasta donde tal cosa sea posible, porque luego de mi detención y salida vino un interrogatorio de casi tres horas con la Seguridad del Estado. Me amenazaron y acusaron de recibir órdenes de un gobierno extranjero, queriendo encontrar las señas de una conspiración internacional donde solo hay reclamo popular.

Tengo 30 años y soy un tipo permanentemente molesto. De algún modo, vivo así, como si cada día me lincharan en la televisión. En ese sentido, lo que ocurrió en la emisión del noticiero que nos dedicaron al Movimiento San Isidro y a mí no fue más que un trámite. Por una razón u otra, no es algo personal. Todo el mundo en este país vive con una piedra metida en el zapato o como si llevara unos lentes sucios, mal graduados.

El enojo es el sentimiento generalizado entre los cubanos, la incomodidad constante, incorporada; más que el miedo, el hartazgo o el entusiasmo ciego y doctrinario. Por las calles del comunismo caminamos como quien se pone tacones para atravesar un suelo de adoquín. Hacemos malabares para no caernos, simulando normalidad, hasta que algunos, desesperados por el contorsionismo, se doblan el tobillo. Protestar luego por ese esguince sin cura es lo que hace que te llamen enemigo del pueblo.

Lo que el Movimiento San Isidro expresa entonces, como una articulación dolida, es el reclamo de un país lesionado. La resistencia de este grupo, liderado por el artista Luis Manuel Otero Alcántara, dura ya varios años, y no los consiguen acallar. La represión que soportaron ahora no parece tampoco haber sido en vano. Al día siguiente, en un gesto inédito, centenares de jóvenes y artistas se reunieron en las afueras del Ministerio de Cultura para pedir el reconocimiento pleno de los espacios culturales independientes y el cese de la censura ideológica en el arte.

Después de horas de espera, se efectuó la reunión con los funcionarios. Treinta artistas elegidos de manera democrática presentaron las demandas de la comunidad allí reunida. Lo que ha acontecido luego era previsible: el incumplimiento por parte del poder político de los puntos principales de un acuerdo meramente verbal. El acoso, el descrédito en la prensa y el lenguaje beligerante de los máximos representantes del régimen ha arreciado en redes como Twitter, y algunas de las figuras principales presentes en la reunión, como la artista Tania Bruguera han sido detenidas.

El régimen militar cubano no parece ya tan infranqueable. Aunque a corto plazo no hay que esperar nada del gobierno —de momento, se han negado a continuar con el diálogo—, hay señales valiosas que no se deben ignorar: el hecho de que muchos jóvenes habaneros se hayan convertido en ciudadanos por unas horas y que un ministerio recibiera a artistas que durante años se ha encargado de desprestigiar.

Son pasos que, si bien pequeños, deberían conducir a una conversación nacional. No con ningún actor secundario y escurridizo, como un ministro. Hay que exigir una reunión con el presidente Miguel Díaz-Canel. Mis minutos en la televisión pasan, pero algo tiene que quedarnos de esta lucha.

Carlos Manuel Álvarez
The New York Times en Español, 7 de diciembre de 2020.

lunes, 4 de enero de 2021

Comerse uno mismo



Lo que los cubanos buscan en la comida al final no es comida. Las largas colas para comprar un pedazo de pollo o unos files de huevos no son al final las largas colas para comprar un pedazo de pollo o unos files de huevos. La razón por la que las colas nunca terminan no es porque escasee precisamente el alimento o el producto que ese día milagrosamente ha aparecido y todos salen en desbandada a comprar. Lo que escasea es otra cosa, cifrada, que la gente intuye.

La gente toma su pedazo de pollo y sus filas de huevos después de horas de trabajo en el trapiche de la nada y miran extrañados aquello que el vendedor, desfallecido y cansado, les ha puesto en sus manos desfallecidas y cansadas, y la gente se dice a sí misma: «Esto es lo que estaban vendiendo, pero esto no es lo que yo vine a comprar, aun cuando me haya convencido de que esto es lo que vine a comprar». Luego la gente llega a su casa y administra el pedazo de pollo y los files de huevo. Van comiendo siempre un poco, hasta donde alcance, apaciguando al animal del hambre, volviéndolo dócil, pero sin poder matarlo nunca. La gente come para anestesiar algo que no pueden curar. La comida en Cuba es como un medicamento que no sana, sino que alivia por un rato. Es justo que paguemos ese precio, pues ¿por qué habría que pedirle al animal del hambre que se tranquilice con comida?, si sabemos que eso nunca va a suceder.

Una vez más hay que a salir a la calle, a comprar aquello que nos hemos convencido que salimos a comprar, hasta que el vendedor desfallecido y cansado nos pone el producto en nuestras manos desfallecidas y cansadas y nos damos cuenta por enésima vez de que lo que estaban vendiendo no era precisamente lo que habíamos ido a comprar. Hay gente que se ha pasado la vida entera, día a día, dándose cuenta de esto. Pero ese darse cuenta hay que entenderlo como una noción entre brumas, algo que se sospecha, que no logra dibujarse aún del todo y que siempre se mantiene en estado de duermevela, entre derretido y fugaz. Mejor así, decimos, antes de que la bestia del hambre nos lance el zarpazo final.

La bestia del hambre ruge en casa y hay que inyectarle el calmante de la comida. Incluso, si se aguza el oído, puede escucharse a lo largo de Cuba el rugido sordo de todas las bestias del hambre sincronizadas, cantando al unísono su melodía de mínimo espanto, secuestradas en las jaulas de los cuerpos desfallecidos y cansados. Desgracia imperceptible, evidencia íntima. Cuerpos, además, de los que el hambre tampoco quiere escapar. Su secuestro es también una estancia voluntaria, porque esas hambres fueron incubadas ahí, crecieron ahí, no quieren ni sabrían irse ya a otro lugar. Conocen esas anatomías tal como los héroes conocen a sus patrias y los dictadores a sus pueblos. Han moldeado la figura de esos cuerpos tal como los héroes moldean las figuras de sus patrias y los dictadores las figuras de sus pueblos.

En Un artista del hambre, el cuento de Kafka que quizá me haya perturbado por más tiempo después de su lectura, el ayunador agoniza dentro de su jaula circense y le dice a todos que lo perdonen, pero solo lo escucha el inspector, pegado a la reja (¿quién, si no el inspector, va a escuchar?). «Sin dudas», dice, «todos te perdonamos». El ayunador había deseado toda la vida que lo admiraran por su resistencia para no probar bocado, y cuando el inspector le responde que, en efecto, lo han admirado, el ayunador contesta que no debieron hacerlo, porque ayunar le era forzoso, no podía evitarlo. ¿Y eso por qué? Pues porque nunca pudo encontrar comida que le gustara. «Si la hubiera encontrado, puedes creerlo, no habría hecho ningún cumplido y me habría hartado como tú y como todos», fueron las últimas palabras del ayunador.

Los huelguistas de San Isidro son un poco el ayunador. Han buscado por toda Cuba una comida que les gustara, han querido hartarse como los demás, pero no han podido encontrarla en ningún lugar. Y he ahí que, como la libertad sólo se encontraba en ellos, empezaran a comerse a sí mismos.

Carlos Manuel Álvarez
El Estornudo, 3 de diciembre de 2020.