Sesenta años después, pocas cosas han cambiado en la vida del campesino Hilario, 77 años. En 1962, vivía con sus padres y cinco hermanos en una choza de tablones de madera, piso de tierra y techo de guano en el poblado de San Cristóbal, que entonces pertenecía a la provincia Pinar del Río y actualmente es uno de los once municipios de la provincia Artemisa.
“Había dejado la escuela en cuarto grado para ayudar al viejo en la siembra y recogida del tabaco. En febrero de 1962, con 17 años, me alisté en las milicias revolucionarias y en octubre me movilizaron a un batallón enclavado en la región montañosa de Guanito, un lugar desolado. Acampamos en un antiguo hospital de leprosos construido por el gobierno de Ramón Grau. Nos aclararon que nuestra misión era custodiar un armamento ruso que se iba a emplazar en la colina. Se rumoraba que allí había refugios y también un puesto de mando donde en caso de guerra, Fidel y el Che iban a dirigir los combates”, relata Hilario.
Mientras Giraldo, 78 años, conduce un carretón con rollos de alambre hasta su finca, en el poblado pinareño de Mantua, 200 kilómetros al oeste de La Habana, una ligera neblina oculta la salida del sol y un gallo canta en la lejanía de la campiña. El acompasado galope del caballo resuena en el húmedo sendero de tierra. Los destrozos del huracán Ian son visibles. Todavía no hay electricidad en la zona y el suministro de agua potable es cada dos semanas.
En el otoño de 1962, Giraldo se encontraba sembrando yuca en la hacienda familiar, cuando un jeep militar con varios oficiales a bordo parqueó en un trillo al costado de su vivienda. “Tenían una orden de decomiso. Nos dijeron que por un asunto de seguridad nacional, teníamos que entregar la finca pues tenían que instalar una base militar. Por esos días se notaba tremendo ajetreo de soldados rusos. Luego supe que el gobierno emplazó cohetes nucleares en la zona”, recuerda.
Diego, 80 años, ferroviario jubilado, cuenta que durante la crisis de los misiles fue destinado a una unidad de tanques en el poblado de Managua, al sur de La Habana. “Entonces estaba convencido de la superioridad militar de la URSS sobre Estados Unidos. Yo pensaba que después que terminara la tiradera de cohetes, íbamos a ocupar la Casa Blanca y poner la bandera cubana. En el campamento nos atiborraban con películas soviéticas de la Segunda Guerra Mundial. Estábamos idiotizados. Desconocíamos qué cosa era un ataque nuclear”.
Décadas después, se conocería que Estados Unidos superaba a su contraparte soviética en cabezas nucleares. Y gracias a la información del coronel del Ejército Rojo, Oleg Penkovski, quien espiaba para la CIA, el presidente John F. Kennedy supo que contaba con ventaja militar.
Rubén, licenciado en ciencias políticas, asegura que “cuando se repasa la documentación desclasificada de la llamada Crisis de Octubre o de los Misiles, uno se espanta. La irresponsabilidad de Fidel y de las autoridades cubanas fue mayúscula. Por inmadurez política, no supieron prever las consecuencias de emplazar armas nucleares en la isla. Es cierto que Estados Unidos tenía un plan, la Operación Mangosta, para desestabilizar al gobierno. Pero eso no justificaba esa decisión aventurera. Fidel puso al país en peligro de ser borrado del mapa. Y su petición a Nikita Kruschov de iniciar primero un ataque nuclear a Estados Unidos más que un disparate era una decisión criminal”.
En la madrugada del 27 de octubre de 1962, según archivos desclasificados en la antigua Unión Soviética, Kruschov recibió una carta de Castro que le dejó helado. Si Estados Unidos decidía invadir a Cuba, “ese sería el momento de eliminar para siempre semejante peligro (el de los imperialistas yanquis), en el acto de la más legítima defensa, por dura y terrible que fuera la solución, porque no habría otra”. El barbudo le pedía al ruso que asestara el primer golpe nuclear. En Estados Unidos, esa misiva es conocida como la Carta del Armagedón.
Más de un millón de cubanos fueron movilizados en aquel otoño de 1962. Si damos crédito a la narrativa del régimen verde olivo, a propuesta del mandatario soviético, se emplazaron 24 plataformas de lanzamientos, 42 cohetes R-15, unas 45 ojivas nucleares, 42 bombarderos Ilyushin IL-28, un regimiento de aviones caza que incluía a 40 aeronaves MiG-21, dos divisiones de defensa antiaérea soviéticas, cuatro regimientos de infantería mecanizada y otras unidades militares, alcanzando a unos 47.000 soldados en total.
Svetlana Savranskaya, directora de operaciones rusas del Archivo Nacional de Seguridad de Estados Unidos, una institución no gubernamental, reveló en 2012 a la BBC “que la crisis de los misiles no terminó el 28 de octubre de 1962, porque Cuba se iba a convertir en una potencia nuclear, justo en las narices de Estados Unidos y a 140 kilómetros de La Florida”.
Según los archivos personales de Anastas Mikoyan, número dos del Kremlin y el hombre encargado de negociar con el gobierno de La Habana, Fidel Castro le rogó quedarse con algunas armas nucleares tácticas: él creía que los servicios especiales estadounidenses no las habían detectados.
Humberto, 83 años, oficial jubilado de las fuerzas armadas, dice que vivió aquellas dos semanas de incertidumbre en una base militar en Holguín. “Tenía 23 años y recién me había graduado de ingeniería civil. Pasé un curso exprés de artillería antiaérea y nos enviaron a la antigua provincia de Oriente. Una batería antiaérea de esa unidad fue la que derribó el avión espía norteamericano U-2”.
“Nosotros pensábamos que Kennedy iba a interpretar el derribo de esa aeronave como un acto de guerra. En Cuba no existían refugios ni el avituallamiento necesario para sostener una conflagración de esa magnitud. El lunes 22 de octubre de 1962, durante una guardia nocturna, el jefe de batallón nos comunicó sobre el discurso de Kennedy y la decisión de Kruschov de no detener los barcos que viajaban rumbo a la Isla con armas atómicas. ‘La guerra es cuestión de días’, nos dijo. En la tropa se pensaba que aquello sería un safari para cazar yanquis. La moral estaba por las nubes después de Playa Girón. Alguien señaló: 'Compañeros, esta guerra es de otro tipo. No hay ganadores ni perdedores, todos vamos a morir'. Fue cuando me percaté de la gravedad del momento”, rememora Humberto.
El ex preso político Pedro Corzo, 78 años, residente en Miami, en 1962 ya era opositor al régimen comunista de Fidel Castro. “Vivía en San Diego del Valle, un pueblo de la otrora provincia Las Villas. Aunque aún no me habían detenido, supe de que había amplias evidencias de que la dictadura dinamitó todo el perímetro del Presidio Modelo y otras cárceles donde había prisioneros políticos, para según se desarrollaran los acontecimientos, volarlos a todos. Por la zona donde vivía había un fuerte movimiento de armas y de tropas rusas. Los opositores nunca imaginamos que fueran cohetes nucleares. Cuando el armamento pasaba por el pueblo, el ejército nos obligaba a meternos en nuestras casas, cerrar las ventanas y no mirar hacia fuera. El castrismo creó las condiciones para una guerra total y el pueblo estaba completamente desinformado”.
La periodista independiente Tania Quintero, 79 años, hoy viviendo en Suiza como refugiada política, recuerda así aquellos días: "El cubano de a pie, entonces bastante desinformado, cogió pa'ltrajín a los soviéticos, a quienes despectivamente llamaban 'bolos', por lo toscos que eran. El sentir de los dirigentes cubanos en todo aquel asunto de los cohetes se trasladó a la población. La gente quería que los 'camaradas de la URSS' no se dejaran meter el pie por los yanquis y tuvieran suficientes cojones para dejar instaladas esas armas en la isla. Kruschov quedó bautizado como 'Nikita Nipone' (ni quita los cohetes ni los pone). Así de simples los cubanos veían las cosas en 1962. El escalofrío vino después, cuanto tuvimos tamaño de bola de lo que estaba en juego. En esa época, el ambiente político criollo estaba polarizado por las influencias de Mao Tse Tung y Nikita Kruschov. Las discusiones entre prochinos y prosoviéticos eran habituales y acaloradas, al menos en La Habana".
Sesenta años después de la crisis de los cohetes, Hilario, el campesino de San Cristóbal, considera que las cosas poco han cambiando para él y su familia. “Somos igual de pobres que en 1962. En vez de conmemorar aquella crisis, debieran escuchar a los cubanos de a pie y hacer cambios para que la gente viva mejor. ¿Cuál es el plan del gobierno para salir de esta miseria?”, se pregunta Hilario. De momento no hay ninguno.
Foto: Tanto en La Habana como en zonas rurales de Pinar del Río y otras localidades de la isla, fueron situadas armas antiaéreas y anticoheteriles. Imagen de Reuters tomada de El Periódico.