lunes, 19 de diciembre de 2022

Navidad sin pandemia, pero con guerra

Es la primera Navidad sin pandemia, aunque todavía hay casos de Covid y sus variantes en el mundo.

En Cuba, además de los cerca de 9 mil fallecidos por coronavirus hasta febrero de 2022 (según Wikipedia), el año que está a punto de terminar ha estado marcado por la proliferación de casos de dengue, en particular el hemorrágico, con víctimas mortales -entre ellas menores de edad-, decesos no informados públicamente por las autoridades sanitarias cubanas.

Más allá de virus y enfermedades, de desastres naturales o provocados, de la carestía de la vida, la inflación, desabastecimiento de determinados productos y de las erradas políticas de buena parte de los gobernantes del planeta, donde coexisten democracias y dictaduras, 2022 quedará marcado por la genocida invasión de Rusia contra Ucrania. Una guerra que ojalá esté a punto de concluir.

Con el Himno de la Alegría*, los realizadores del blog le deseamos lo mejor a nuestros lectores en 2023.

Iván García, Tania Quintero y Marco Antonio Pérez López

* Grabación en vivo de la interpretación del Himno de la Alegría por los cantantes españoles Miguel Ríos, Ana Belén, Víctor Manuel y Joan Manuel Serrat, Plaza de Toros de Las Ventas, Madrid, septiembre de 1996, como parte de la gira titulada El gusto es nuestro.

La letra es de Amado Regueiro y la música es una adaptación del compositor argentino Waldo de los Ríos (1934-1977) del último movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. En 1969, el Himno de la Alegría fue grabado por Miguel Ríos (Granada, Andalucía, 1944), convirtiéndose en un fenómeno musical en España. También tuvo una gran repercusión internacional. En 1970, del tema se vendieron más de diez millones de discos en todo el mundo, llegando a ser número uno en Estados Unidos, Francia, Italia, Reino Unido y Alemania y muy escuchado en Japón, Austria, Holanda, Suecia y Canadá, entre otros países. La canción es un rayo de luz en medio de la oscuridad en que todavía se encuentra una parte de la humanidad y por su fuerte mensaje de paz y libertad, es el himno oficial de la Unión Europea.

lunes, 12 de diciembre de 2022

El declive del turismo en Cuba



El sol de octubre reverbera en la piscina del decadente hotel cinco estrellas Meliá Península Varadero, a unos 140 kilómetros al este de La Habana. Una escena inusual: turistas extranjeros cargando agua de la piscina en bolsas de nailon para descargar el baño. Un huésped cubano grita molesto: “De pinga este país. Nada funciona. Ni el turismo”

Delia, ingeniera, cuenta que “durante más de cuatro horas faltó el agua en el hotel. Mi hija y yo llegamos de la playa y no pudimos ducharnos. Tuvimos que ir a cenar llenas de arena. Es una falta de respeto”. Gracias al dinero que mensualmente le gira el padre de su hija desde Miami, ella pudo rentar cuatro noches, supuestamente en un hotel 'cinco estrellas' en la modalidad de todo incluido. Desembolsó casi 50 mil pesos (2 mil dólares al cambio oficial de 25 pesos), aunque debido a la inflación y la alta cotización del dólar en el mercado informal, el costo real fue de 400 dólares.

La lista de reproches es larga. “Teníamos reservación para el lunes 26 de septiembre. Pero con la llegada del huracán Ian aplazaron la entrada al hotel. Fue una odisea. Llamé varias veces a la agencia Gaviota para cancelarla, pero la empleada me dijo que el huracán no iba a pasar por Varadero y se mantenía la reservación. Con el ciclón próximo a entrar por Pinar del Río, fuimos al lugar de salida en La Habana. Un montón de personas, la mayoría extranjeros, esperaban el ómnibus que los llevaría a Varadero. Hubo quienes llegaron al hotel y los enviaron de regreso a la capital. Mi hija y yo no viajamos a Varadero. Allí mismo nos cancelaron la reservación, después de haber gastado 1,200 pesos en alquilar un taxi para llegar a tiempo al lugar de salida. Trasladaron la reservación para el lunes 10 de octubre", relata Delia y añade:

“Ya en el hotel, tuvimos que cambiar de habitación porque el aire acondicionado no enfriaba y el televisor tenía problemas, igual que la cerradura electrónica de la puerta. La comida en la mesa buffet era poco variada y la calidad de su elaboración no era buena. Había racionamiento de los alimentos para los huéspedes. En los restaurantes especializados solo tenías opción a un entrante, un plato fuerte y un postre. Si pedías espaguetis, por ejemplo, no podías comer pizza. Es inadmisible que uno pague tan caro por un servicio tan malo. En la habitación solo ponían un pomo de agua diario y tenías que estar cayéndole atrás a la mucama para que pusieran el papel sanitario”.

Mónica, estudiante universitaria que invitada por una amiga residente en Tampa también estuvo en el Meliá Península Varadero, explica que “para un cubano, alojarse en un hotel de cualquier categoría es un oasis en medio de tantas dificultades materiales que estamos viviendo. Pero los extranjeros con los que hablé se estaban tirando de los pelos y arrepentidos de haber escogido la Isla como destino turístico. Un español confesó que eran las peores vacaciones de su vida. A varios les pregunté por qué venían a Cuba. Unos dijeron que por curiosidad, por ser Cuba el último reducto del comunismo de corte soviético. Nos ven como un bastión anacrónico de la Guerra Fría. Otros para acostarse con prostitutas".

Un turista argentino le dijo a Mónica que por 103 dólares, lo que le costó una noche en ese hotel, podía rentar una habitación en el Holiday Inn, uno de los mejores de Panamá. Inaugurado hace 21 años, al no recibir el mantenimiento adecuado, el Meliá Península parece un hotel viejo. Incluso para los pocos cubanos que pueden hospedarse en hoteles de Varadero, el servicio y la calidad dejan bastante que desear.

Según un empleado, “antiguamente los trabajadores del sector éramos considerados privilegiados. El salario siempre fue una miseria. Pero se ganaba dinero con las propinas y los ‘inventos’. Ahora trabajamos como esclavos, doce horas diarias, soy cantinero y mi sueldo mensual es de 3,700 pesos, 150 dólares al cambio oficial, pero menos de 20 dólares en el mercado informal, donde un dólar se cotiza entre 190 y 200 pesos. De mi salario me descuentan el transporte obrero y la comida, peor que la de los huéspedes. Como el turismo que viene a Cuba ya viene con los gastos pagados, apenas nos dan propinas. Tenemos que estar pidiéndoles a los turistas que nos traigan un sandwich de la mesa buffet porque lo que nos dan en el comedor es poco y malo. Si no pedimos la baja es porque queremos cuadrar con una yuma para que nos saque del país”.

El animador de un hotel en Cayo Coco, Ciego de Ávila, confiesa que duerme en una colchoneta hedionda en el piso del local donde trabaja. "Cada noche le pido a mis orishas que me pongan en el camino una extranjera, sobre todo si es temba (mediana edad), pues son las mujeres con más plata. Una turista mexicana me prometió sacarme del país. Por eso me mantengo laborando en esas condiciones”.

Un funcionario de Gaviota, empresa de turismo administrada por GAESA, con más de 33 mil habitaciones hoteleras en toda la Isla, coincide que los salarios en el sector turístico son muy bajos. “Las condiciones de trabajo son abusivas, humillantes. A los empleados los mantienen bajo contratos para poder despedirlos a la primera de cambio. Los peores remunerados son los negros y mestizos. A cualquiera que cojan robando lo pueden juzgar por las leyes militares. En general, la empleomanía cada vez tiene menos preparación, porque la emigración en este sector es muy elevada. Cuba ha retrocedido mucho en la calidad de los servicios turísticos. República Dominicana, México y Bahamas nos aventajan bastante y cobran menos por estancia. La causa principal del declive es la pésima gerencia de GAESA, que cada vez invierte menos en alimentos, avituallamiento, capacitación y mantenimiento de los hoteles que están funcionando ”.

A pesar que la actual ocupación habitacional es del 14 por ciento, GAESA, sigue construyendo hoteles de lujo en todo el país. Solo en La Habana se han inaugurado cuatro hoteles cinco estrellas plus y se construyen otros tres. En un artículo publicado en 2019 por el sitio digital El Toque, se revela que en los últimos diez años GAESA había invertido 19 mil millones de dólares en la construcción de hoteles y campos de golf. GAESA funciona como un gobierno a la sombra. No publica informaciones sobre su opaco entramado financiero y no permite auditorías externas.

“El sueño de GAESA es hacer negocios con empresas estadounidenses. Ellos piensan que si no hubiera embargo, recibirían entre siete y diez millones de turistas al año. Ese modelo de empresa estatal de sociedad anónima es lo más parecido a la piñata nicaragüense de Ortega o la venta de propiedades del Estado en la Rusia de Yeltsin”, asegura el funcionario de Gaviota.

Pero la mala gestión es el principal freno al turismo. Un turista residente en Alemania comentó a Diario Las Américas que su estancia reciente en Cuba fue una pesadilla. “La última vez que vine, hace tres años, la situación era crítica. Pero lo de ahora no tiene nombre. Viajé con grupo de 30 turistas alemanes durante dos semanas y nos hospedamos en hoteles cinco estrellas de distintas provincias. Además del mal servicio, escasez de frutas y pescados, entre otros alimentos, la comida no estaba bien elaborada. En un hotel cinco estrellas de Santiago de Cuba había cucarachas. Cuando caminabas por las calles de cualquier localidad, la gente nos acosaba pidiendo dinero o se dedicaban a la prostitución. Los apagones eran extensos, muchas calles se ven llenas de basura y la mayoría de las edificaciones están ruinosas. El país parece en pie de guerra”.

Al respecto, el funcionario de Gaviota aclara que “la tasa de reincidencia de los turistas es inferior al 30 por ciento y, salvo excepciones, su poder adquisitivo es bajo”. Un segmento amplio de viajeros viene en busca de sexo barato. Cuba pudiera convertirse en la Tailandia del Caribe.

Iván García

Foto: El turismo en Cuba va cuesta abajo por el mal servicio, la poca variedad y calidad de los alimentos, el deterioro de las instalaciones por falta de mantenimiento y la falta de profesionalidad de su empleomanía, entre otras deficiencias, pero también por la errada política de construir hoteles en zonas rodeadas de inmuebles en pésimo estado constructivo y viejos edificios multifamiliares, donde a menudo falta el agua o el fluido eléctrico. Es el caso del Hotel Paseo del Prado, en Prado y Malecón, Habana Vieja. Imagen de José Leandro Garbey Castillo tomada de El Toque.

lunes, 5 de diciembre de 2022

Cubanos recuerdan la Crisis de Octubre de 1962


Sesenta años después, pocas cosas han cambiado en la vida del campesino Hilario, 77 años. En 1962, vivía con sus padres y cinco hermanos en una choza de tablones de madera, piso de tierra y techo de guano en el poblado de San Cristóbal, que entonces pertenecía a la provincia Pinar del Río y actualmente es uno de los once municipios de la provincia Artemisa.

“Había dejado la escuela en cuarto grado para ayudar al viejo en la siembra y recogida del tabaco. En febrero de 1962, con 17 años, me alisté en las milicias revolucionarias y en octubre me movilizaron a un batallón enclavado en la región montañosa de Guanito, un lugar desolado. Acampamos en un antiguo hospital de leprosos construido por el gobierno de Ramón Grau. Nos aclararon que nuestra misión era custodiar un armamento ruso que se iba a emplazar en la colina. Se rumoraba que allí había refugios y también un puesto de mando donde en caso de guerra, Fidel y el Che iban a dirigir los combates”, relata Hilario.

Mientras Giraldo, 78 años, conduce un carretón con rollos de alambre hasta su finca, en el poblado pinareño de Mantua, 200 kilómetros al oeste de La Habana, una ligera neblina oculta la salida del sol y un gallo canta en la lejanía de la campiña. El acompasado galope del caballo resuena en el húmedo sendero de tierra. Los destrozos del huracán Ian son visibles. Todavía no hay electricidad en la zona y el suministro de agua potable es cada dos semanas.

En el otoño de 1962, Giraldo se encontraba sembrando yuca en la hacienda familiar, cuando un jeep militar con varios oficiales a bordo parqueó en un trillo al costado de su vivienda. “Tenían una orden de decomiso. Nos dijeron que por un asunto de seguridad nacional, teníamos que entregar la finca pues tenían que instalar una base militar. Por esos días se notaba tremendo ajetreo de soldados rusos. Luego supe que el gobierno emplazó cohetes nucleares en la zona”, recuerda.

Diego, 80 años, ferroviario jubilado, cuenta que durante la crisis de los misiles fue destinado a una unidad de tanques en el poblado de Managua, al sur de La Habana. “Entonces estaba convencido de la superioridad militar de la URSS sobre Estados Unidos. Yo pensaba que después que terminara la tiradera de cohetes, íbamos a ocupar la Casa Blanca y poner la bandera cubana. En el campamento nos atiborraban con películas soviéticas de la Segunda Guerra Mundial. Estábamos idiotizados. Desconocíamos qué cosa era un ataque nuclear”.

Décadas después, se conocería que Estados Unidos superaba a su contraparte soviética en cabezas nucleares. Y gracias a la información del coronel del Ejército Rojo, Oleg Penkovski, quien espiaba para la CIA, el presidente John F. Kennedy supo que contaba con ventaja militar.

Rubén, licenciado en ciencias políticas, asegura que “cuando se repasa la documentación desclasificada de la llamada Crisis de Octubre o de los Misiles, uno se espanta. La irresponsabilidad de Fidel y de las autoridades cubanas fue mayúscula. Por inmadurez política, no supieron prever las consecuencias de emplazar armas nucleares en la isla. Es cierto que Estados Unidos tenía un plan, la Operación Mangosta, para desestabilizar al gobierno. Pero eso no justificaba esa decisión aventurera. Fidel puso al país en peligro de ser borrado del mapa. Y su petición a Nikita Kruschov de iniciar primero un ataque nuclear a Estados Unidos más que un disparate era una decisión criminal”.

En la madrugada del 27 de octubre de 1962, según archivos desclasificados en la antigua Unión Soviética, Kruschov recibió una carta de Castro que le dejó helado. Si Estados Unidos decidía invadir a Cuba, “ese sería el momento de eliminar para siempre semejante peligro (el de los imperialistas yanquis), en el acto de la más legítima defensa, por dura y terrible que fuera la solución, porque no habría otra”. El barbudo le pedía al ruso que asestara el primer golpe nuclear. En Estados Unidos, esa misiva es conocida como la Carta del Armagedón.

Más de un millón de cubanos fueron movilizados en aquel otoño de 1962. Si damos crédito a la narrativa del régimen verde olivo, a propuesta del mandatario soviético, se emplazaron 24 plataformas de lanzamientos, 42 cohetes R-15, unas 45 ojivas nucleares, 42 bombarderos Ilyushin IL-28, un regimiento de aviones caza que incluía a 40 aeronaves MiG-21, dos divisiones de defensa antiaérea soviéticas, cuatro regimientos de infantería mecanizada y otras unidades militares, alcanzando a unos 47.000 soldados en total.

Svetlana Savranskaya, directora de operaciones rusas del Archivo Nacional de Seguridad de Estados Unidos, una institución no gubernamental, reveló en 2012 a la BBC “que la crisis de los misiles no terminó el 28 de octubre de 1962, porque Cuba se iba a convertir en una potencia nuclear, justo en las narices de Estados Unidos y a 140 kilómetros de La Florida”.

Según los archivos personales de Anastas Mikoyan, número dos del Kremlin y el hombre encargado de negociar con el gobierno de La Habana, Fidel Castro le rogó quedarse con algunas armas nucleares tácticas: él creía que los servicios especiales estadounidenses no las habían detectados.

Humberto, 83 años, oficial jubilado de las fuerzas armadas, dice que vivió aquellas dos semanas de incertidumbre en una base militar en Holguín. “Tenía 23 años y recién me había graduado de ingeniería civil. Pasé un curso exprés de artillería antiaérea y nos enviaron a la antigua provincia de Oriente. Una batería antiaérea de esa unidad fue la que derribó el avión espía norteamericano U-2”.

“Nosotros pensábamos que Kennedy iba a interpretar el derribo de esa aeronave como un acto de guerra. En Cuba no existían refugios ni el avituallamiento necesario para sostener una conflagración de esa magnitud. El lunes 22 de octubre de 1962, durante una guardia nocturna, el jefe de batallón nos comunicó sobre el discurso de Kennedy y la decisión de Kruschov de no detener los barcos que viajaban rumbo a la Isla con armas atómicas. ‘La guerra es cuestión de días’, nos dijo. En la tropa se pensaba que aquello sería un safari para cazar yanquis. La moral estaba por las nubes después de Playa Girón. Alguien señaló: 'Compañeros, esta guerra es de otro tipo. No hay ganadores ni perdedores, todos vamos a morir'. Fue cuando me percaté de la gravedad del momento”, rememora Humberto.

El ex preso político Pedro Corzo, 78 años, residente en Miami, en 1962 ya era opositor al régimen comunista de Fidel Castro. “Vivía en San Diego del Valle, un pueblo de la otrora provincia Las Villas. Aunque aún no me habían detenido, supe de que había amplias evidencias de que la dictadura dinamitó todo el perímetro del Presidio Modelo y otras cárceles donde había prisioneros políticos, para según se desarrollaran los acontecimientos, volarlos a todos. Por la zona donde vivía había un fuerte movimiento de armas y de tropas rusas. Los opositores nunca imaginamos que fueran cohetes nucleares. Cuando el armamento pasaba por el pueblo, el ejército nos obligaba a meternos en nuestras casas, cerrar las ventanas y no mirar hacia fuera. El castrismo creó las condiciones para una guerra total y el pueblo estaba completamente desinformado”.

La periodista independiente Tania Quintero, 79 años, hoy viviendo en Suiza como refugiada política, recuerda así aquellos días: "El cubano de a pie, entonces bastante desinformado, cogió pa'ltrajín a los soviéticos, a quienes despectivamente llamaban 'bolos', por lo toscos que eran. El sentir de los dirigentes cubanos en todo aquel asunto de los cohetes se trasladó a la población. La gente quería que los 'camaradas de la URSS' no se dejaran meter el pie por los yanquis y tuvieran suficientes cojones para dejar instaladas esas armas en la isla. Kruschov quedó bautizado como 'Nikita Nipone' (ni quita los cohetes ni los pone). Así de simples los cubanos veían las cosas en 1962. El escalofrío vino después, cuanto tuvimos tamaño de bola de lo que estaba en juego. En esa época, el ambiente político criollo estaba polarizado por las influencias de Mao Tse Tung y Nikita Kruschov. Las discusiones entre prochinos y prosoviéticos eran habituales y acaloradas, al menos en La Habana".

Sesenta años después de la crisis de los cohetes, Hilario, el campesino de San Cristóbal, considera que las cosas poco han cambiando para él y su familia. “Somos igual de pobres que en 1962. En vez de conmemorar aquella crisis, debieran escuchar a los cubanos de a pie y hacer cambios para que la gente viva mejor. ¿Cuál es el plan del gobierno para salir de esta miseria?”, se pregunta Hilario. De momento no hay ninguno.

Iván García

Foto: Tanto en La Habana como en zonas rurales de Pinar del Río y otras localidades de la isla, fueron situadas armas antiaéreas y anticoheteriles. Imagen de Reuters tomada de El Periódico.

lunes, 28 de noviembre de 2022

Ana Belén Montes, la espía perfecta


Durante 17 años, hasta su arresto en 2001, Ana Belén Montes, una funcionaria estadounidense hija de puertorriqueños, mereció el calificativo de "espía perfecta" que le dan los autores de The Queen of Cuba, The Inside Story on How the Perfect Spy Evaded Detection for 17 Years, Peter Lapp y Kelly Kennedy. El libro, editado por el sello Post Hill Publications, saldrá a la venta tras la liberación de la espía, prevista para enero de 2023.

Montes, plantada como asesora de temas cubanos para Estados Unidos en el Pentágono, se las arregló para suministrar información clasificada a La Habana e influir en las políticas de Washington hacia la Isla.

Hacía todo esto sin cobrar un centavo y por odio a las políticas externas de Estados Unidos, dijo en declaraciones a El Nuevo Herald Peter Lapp, el agente retirado del FBI que arrestó a Montes en 2001. Ahora, devenido autor, ofrece todos los detalles de la historia, incluida la identidad del agente Germán, el contacto de la mujer con sus jefes de La Habana.

Para Lapp, "el servicio de inteligencia cubano es uno de los mejores del mundo", y lo que hace que sea tan bueno "es que encuentran a estas personas que tienen ideas afines, que tienen esta empatía visceral por lo que Cuba está tratando de hacer. Son buenos en encontrar a personas que no quieren hacerlo por dinero".

Sobre el caso de Montes, el ex agente lamentó: "No pudimos devolver el golpe en décadas, fallamos bastante". De acuerdo a su investigación, la espía, nacida en la República Federal Alemana, enviaba diariamente a Cuba datos confidenciales y, al mismo tiempo, recibía instrucciones de Fidel Castro para influir en las decisiones de Estados Unidos hacia el gobierno cubano.

El enlace era el doctor Evelio Guerra Pereda, alias Germán, un oficial de inteligencia encubierto como médico cuyo expediente, hoy público, revela que trabajó en el hospital Manuel Fajardo de La Habana. Interpelado por Lapp en la actualidad, Guerra Pereda negó conocer o tener vínculos con Montes.

Durante la Administración de Barack Obama, se tuvo conocimiento de que Rolando Sarraff Trujillo, ex oficial de inteligencia de Estados Unidos capturado en La Habana, había proporcionado pistas para la captura del "topo" de Castro escondido en el Pentágono. En 2014, Sarraff fue intercambiado por tres de los cinco espías cubanos denominados "los cinco héroes".

El propio Obama, tras el intercambio, calificó a Sarraff, sin identificarlo, como "uno de los más importantes agentes de inteligencia que Estados Unidos ha tenido en Cuba, y que ha estado en prisión por casi dos décadas", período que coincide con el arresto de Ana Belén Montes.

"¿Cuáles fueron las motivaciones de Ana Belén Montes para su labor de espionaje?: la ideología pura", se puede leer en el informe público del FBI. Dicho informe contextualiza el arresto de la mujer tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas en Nueva York y afirma que formó parte de una estrategia mayor para garantizar la seguridad del país.

Entre los documentos a los que Montes tenía acceso como analista de la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos estaban los planes de la invasión a Afganistán, a los que Castro pudo haber tenido acceso a través de su espía. El FBI recorre la trayectoria laboral y de espionaje de Montes, comenzando con su reclutamiento por La Habana en 1984 y describiendo su estado actual: una mujer de 60 años, operada de cáncer de mama, que intentará reanudar su vida luego de dos décadas en prisión.

Por su parte, el autor de The Queen of Cuba, quien también interrogó durante varios meses a Montes, la define como una mujer "recta, pomposa y narcisista". Un personaje casi de ficción, una fanática de Castro y su gobierno, un extremismo que le resultó ideal para conformar el libro.

Texto y foto: 14ymedio, 22 de septiembre de 2022.

lunes, 21 de noviembre de 2022

Cuando el Che quiso reclutar al magnate cubano Julio Lobo


Muy pocos saben de la reunión que tuvo lugar el 11 de octubre de 1960 entre el comandante Che Guevara y el magnate Julio Lobo, que era por entonces el hombre más rico de Cuba.

El llamado Rey del Azúcar fue citado con urgencia la madrugada de ese día por Guevara, que entonces era presidente del Banco Nacional de Cuba, a su despacho en La Habana Vieja.

Julio Lobo acudió al encuentro en su lujoso auto y vestido con su elegancia característica. El Che, de uniforme verde olivo y boina, comenzó la conversación advirtiéndole que el capitalismo en Cuba no tenía cabida y que todas sus propiedades serían nacionalizadas por el Estado, pero le ofreció a Lobo dejar en sus manos su central preferido, el Tinguaro, y su mansión en La Habana a cambio de que pasara a dirigir la industria azucarera cubana.

Julio Lobo quedó sin habla y respondió a Guevara que le diera unos días a Guevara para tomar una decisión. Al llegar a su oficina, el millonario pidió a su secretaria ciertos papeles que guardó en su portafolio y comentó “Es el fin”. Dos días después se fue de Cuba. El 14 de octubre, el régimen castrista confiscó todas las propiedades de Julio Lobo.

Julio Lobo Olavarría, nacido en Venezuela, era hijo de inmigrantes judíos que lo llevaron a Cuba cuando tenía dos años y adquiriría la nacionalidad cubana. Estudió en Estados Unidos y heredó la fortuna de sus progenitores. Aquel capital lo multiplicó hasta llegar a poseer 16 centrales azucareros, dos refinerías, 22 almacenes de azúcar, una agencia de radiocomunicaciones, un banco, una naviera, una aerolínea, una aseguradora y una petrolera.

Poseía una de las bibliotecas mayores del país, la cual, tras su partida, pasaría a los fondos de la Biblioteca Nacional. Su colección de obras de arte, que incluía numerosos bienes que pertenecieron al emperador Napoleón Bonaparte, pasaría en los años 60 al Museo Napoleónico, ubicado en la que fuera la residencia de Orestes Ferrara en El Vedado.

En su pinacoteca, de valor incalculable, tenía cuadros de Miguel Ángel, Da Vinci, Rafael y Goya, entre otros pintores de renombre. (algunos pasaron al Museo Nacional de Bellas Artes, pero los más valiosos se esfumaron y nadie sabe a dónde fueron a parar).

Las residencias de Julio Lobo se convirtieron en solares que hoy se encuentran en lamentable estado de conservación o fueron convertidas en sedes de organismos estatales. Según rumores de la época, a pesar de su fama de persona austera, tuvo aventuras con actrices de Hollywood como Esther Williams y Joan Fontaine y realizó costosos viajes por el mundo.

La fortuna de Julio Lobo fue calculada entre 85 y 100 millones de pesos de la época (hoy unos 4 000 millones de pesos). Además de ser el principal empresario de la isla y destacada personalidad de la burguesía nacional, fue la mayor autoridad mundial en el tema del azúcar. Si en aquella reunión del 11 de octubre de 1960 Lobo hubiera aceptado la oferta de Guevara, posiblemente habría sido muy distinto el destino de la industria azucarera cubana.

El declive de nuestra principal industria se inició en los años 60 con las llamadas Zafras del Pueblo y se agudizó en 1970 cuando, por un capricho de Fidel Castro, se produjo el descalabro de la Zafra de los Diez Millones.

Décadas después, Castro ordenaría el desmantelamiento de gran parte de los centrales azucareros cubanos. Hoy Cuba produce menos azúcar que a finales del siglo XIX y tiene que importarla de Brasil y Francia para abastecer el mercado interno.

Después de exiliarse en Estados Unidos, Julio Lobo, se dedicó a especular en la bolsa de Estados Unidos, lo que le permitió volver a levantar una fortuna, que cinco años más tarde perdería. Decidió retirarse y vivir en España, donde murió en 1986. Sus restos se encuentran en el cementerio madrileño de La Almudena.

Jorge Luis González
Texto y foto: CubaNet, 4 de octubre de 2022.

lunes, 14 de noviembre de 2022

El problema no es la luz, es el castrismo


Con la brutal represión desatada y la imposición de largas condenas de prisión a cientos de los participantes en las multitudinarias protestas del 11 de julio de 2021 y el encarcelamiento de los dos miembros más prominentes del Movimiento San Isidro, Luis Manuel Otero y Maykel Osorbo, la dictadura creyó haber creado suficiente terror para que no ocurrieran nuevas revueltas.

Cuando unos meses después el dramaturgo Yunior García Aguilera y el grupo Archipiélago convocaron a una marcha cívica para el 15 de noviembre, el régimen se asustó tanto que, descolocado, en violación de sus propias leyes, desencadenó un descomunal esfuerzo represivo y una paranoica y ridícula campaña mediática para hacer creer que la marcha, inspirada en un manual de guerra no convencional del US Army, buscaba provocar una intervención norteamericana en Cuba.

Finalmente, la marcha cívica no fue, el régimen logró abortarla. Yunior García, que había asumido un liderazgo que le quedaba varias tallas grande, cedió ante las amenazas de la Seguridad del Estado y, tan pronto le quitaron el cerco a su vivienda, se fue a España. La decepción con Yunior y el fracaso de la marcha en la que tantas expectativas estaban cifradas originó gran desaliento entre los opositores al régimen.

Posteriormente, la campaña de acoso e intimidación de la Seguridad del Estado contra integrantes de Archipiélago, artistas contestatarios, activistas prodemocracia y periodistas independientes, consiguió que varias decenas de ellos se exiliaran.

Los mandamases tuvieron un respiro hasta que estallaron las protestas por los apagones, que alcanzaron su clímax los días 29 y 30 de septiembre en numerosos barrios de La Habana. Y de nuevo, como hicieron el 11J, recurrieron a la represión. Esta fue particularmente brutal contra los manifestantes que bloquearon la calle Línea, en el Vedado.

Los represores no vacilaron en golpear a mujeres y menores de edad. Y ya está en marcha la cacería contra los que participaron en las protestas, quienes, acusados de sedición y otros cargos, serán juzgados de forma sumaria y expedita por “atestado directo”.

La dictadura, aterrada, sabiéndose en su peor momento, no sabe otro modo de enfrentar los reclamos populares. De nada valen la demagogia ni los ridículos intentos de los voceros oficialistas en inventar historias rocambolescas y absurdas para hacer creer que las protestas son instigadas y financiadas desde el exterior y están vinculadas con “actos de terrorismo”.

Solo un puñado de cretinos, sulacranes y cínicos simula creerse esas mal hilvanadas historietas. Lo que la mayoría de los cubanos perciben es una asfixiante agonía de hambre, apagones, prohibiciones y obligatoriedades arbitrarias impuestas por una élite de mezquinos gordiflones a la que solo le importa recoger dólares y mantener el poder absoluto.

A palos y mediante el nuevo Código Penal, de inspiración estalinista, que para coartar más las libertades y criminalizar el disenso hace uso indiscriminado de la legislación violando instrumentos jurídicos establecidos por el propio régimen, podrán intimidar a algunos, hacer que momentáneamente se sientan desalentados, pero no conseguir respeto ni credibilidad. La ruptura entre el régimen y el pueblo es irreversible.

Las protestas vuelven a estallar cada vez que la dictadura, decrépita y al borde de la postración, sufre una de sus cada vez más frecuentes isquemias, de las que no logra recuperarse con sus torpes movidas y empecinamientos en políticas fracasadas.

El oficialismo trata en vano de hacer ver que “la mayoría de los que protestan, los que no son pagados por la CIA, son personas no necesariamente contrarrevolucionarias, confundidas por la propaganda enemiga en las redes sociales, que no entienden los esfuerzos que hace la dirección del país para, a pesar del bloqueo, normalizar la situación del sistema electro-energético nacional y la alimentación del pueblo”.

Si los mandamases aguzaran los oídos y la terquedad les abriera un poco las entendederas, comprenderían que el problema no es la luz ni unas cuantas libras más de boniato, plátano, yuca o malanga.

Las noches del 9 y el 10 de octubre, volvieron a estallar protestas en San José de las Lajas, Bejucal, Güines, Quivicán, Santa Cruz del Sur, Jagüey Grande, Matanzas y otros poblados y ciudades. Y ya la gente no se limita a sonar los calderos y reclamar solo que “pongan la corriente”. Cada vez se escuchan más gritos de “libertad”.

Luis Cino
Cubanet, 12 de octubre de 2022.

lunes, 7 de noviembre de 2022

Un año sin Raúl Rivero



El 6 de noviembre se cumplió el primer aniversario de la muerte del poeta y periodista Raúl Rivero (Morón, 1945-Miami 2021). Para recordarlo, hemos seleccionado un texto publicado el 6 de diciembre de 2010 en el blog Desde La Habana:

Vargas Llosa conversa con Raúl Rivero

La única esquina de la felicidad que el Premio Nobel de Literatura le ha prohibido visitar a Mario Vargas Llosa es la que el escritor tiene en los silencios de los amaneceres de Lima y de Madrid. No hay tiempo ahora para esas horas especiales en las que el hombre de Arequipa le cuenta al mundo sus historias, y mezcla las vidas de hombres y mujeres reales con seres que nada más aparecen en su imaginación.

Él va de homenaje en homenaje hasta Estocolmo, pero hay emoción y una rara nostalgia del porvenir cuando le pregunto si tiene ya en el directo algo para escribir en enero.

«Pues sí, tengo un ensayo que está bastante avanzado que se llama La civilización del espectáculo, en el que estaba trabajando justamente cuando vino esta noticia que significó para todos como una revolución en la vida. Y ya no lo he podido retomar. Así que es lo primero que voy a retomar. Tengo un proyecto de novela también. Una historia situada en Piura, que es una ciudad del norte del Perú donde yo viví sólo dos años y, sin embargo, me ha llenado la cabeza de ideas, de imágenes, de personajes, de posibles historias. Así es que esos son mis proyectos inmediatos».

No creo que el escritor esté desesperado porque pasen rápido los festejos, las felicitaciones, los mensajes de todas partes del mundo y la ceremonia de entrega del galardón en Suecia. Pero a pesar de que está a pocas horas del Estocolmo helado que lo espera el próximo día 10, enseguida que sale el tema de los libros que tiene en la cartera vienen a la conversación sus primeras obras. Y con ellas los tiempos y los hombres del fragor del boom de la novelística latinoamericana. Tengo en la memoria, en un descarga familiar, hace ya varios meses, en la casa del barrio de Salamanca, en Madrid, del cineasta Orlando Jiménez Leal a Vargas Llosa en una evocación llena de cariño y respeto por el argentino Julio Cortázar. Y lo convido a que lo recuerde.

«Fuimos muy amigos en los años en que yo viví en París. Incluso yo seguí bastante de cerca lo que fue la gestación de Rayuela. Era una época en la que nos veíamos mucho y además trabajábamos por periodos al mismo tiempo en la UNESCO como traductores. Una cosa que yo recuerdo que siempre me sorprendió muchísimo es que Cortázar no tenía un plan previo. Se sentaba cada día a la máquina de escribir sin saber qué es lo que iba a contar. Fíjate que a pesar de trabajar de esa manera, con tanta espontaneidad, el libro tiene una estructura tan sólida, parece un libro muy planeado, muy trabajado. Y si fue trabajado, fue trabajado de una manera inconsciente. Lo escribió prácticamente de corrido. A mí me sorprende porque para mí eso sería inconcebible».

Después, le pedí que se fuera de París para la capital inglesa a encontrarse con otro de sus viejos compañeros. Y entonces redujo el tono, se puso un poco tenso y bajó la mirada. Éste fue el pequeño retrato dramático que hizo, con cercanía familiar, un poco doloroso. El punto más difícil del tiempo que estuvimos en esta tertulia improvisada que presidió una grabadora digital.

«Guillermo Cabrera Infante fue muy amigo mío. Fuimos vecinos en Londres y creo que el destino de Guillermo fue bastante trágico porque, a diferencia de otros escritores, yo creo que en el fondo él jamás se acostumbró a vivir fuera de Cuba. A pesar de ser tan cosmopolita, internacional, creo que vivió toda su vida con una nostalgia tremenda de su país, de su lengua, de sus imágenes y que nunca perdió la esperanza de volver. Creo que en los últimos años sufrió mucho cuando empezó a sentir que eso no iba a ser posible porque empezó a sentirse enfermo. Al mismo tiempo, fue uno de los grandes escritores de su época. Realmente él revolucionó el lenguaje narrativo y consiguió convertir a Cuba en una mitología literaria. La obra de Guillermo traduce esa saturación de esa realidad histórica, social en un mito literario. Guillermo es un escritor que va a quedar, sin ninguna duda».

Como no estamos dispuestos a convertir el diálogo en una colección de obituarios amables ni en una convocatoria a la tristeza permanente, le hablo a Vargas Llosa de su período (a los 16 años) de redactor de mesa y ayudante en el diario La Crónica, de Lima. Lo incluyo en la lista de los pocos inadaptados que vamos quedando todavía por el mundo con el ruido de las imprentas, el olor a tinta y la melodía de los teletipos con su escándalo acompasado y el peligro latente del saturnismo. ¿Será verdad que se acabarán los libros de papel y los periódicos?

«Espero que no ocurra, porque si se acaban los libros de papel y se impone el libro digital va a haber un empobrecimiento de la literatura. No es un prejuicio. Mi impresión es que la pantalla quiere llegar siempre al mayor número. Abarata, banaliza tremendamente los contenidos como lo ha demostrado la televisión. La televisión, por una parte, es un recurso extraordinario de comunicación y, por otra parte, la pobreza de su contenido, desde el punto de vista artístico y creativo, es gigantesco. Espero que no ocurra con el libro de papel, pero si el libro de papel llegara a desaparecer o a pasar a la clandestinidad, yo creo que con el libro digital reinando y tronando habría un gran empobrecimiento de lo que entendemos hoy día por literatura».

Este hombre, ya lo dije, añora los amaneceres para trabajar. Tiene una disciplina laboral que es ya el sello de su vida diaria. Tiene fama entre sus amigos de irse a sentar frente al ordenador (antiguamente ante los pianos negros de la Underwood) con puntualidad, rigor y bajo cualquier condición climática, como se dice por allá: «Llueva, truene o relampaguee». La verdad es que sus jornadas son largas y constantes y se sospecha que él las hace interminables porque también goza y se realiza con esa aventura creativa, con los personajes y las historias que le regala a los lectores y con las resonancias de esas páginas. Se ha ganado los más importantes premios literarios del mundo y eso lo hace un divorciado esencial de las vanidades y dueño de un antídoto definitivo contra la fatuidad. Cuando le comento que su Nobel se ha celebrado como pachanga planetaria, dice que esa reacción le ha sorprendido. Y desvía el motivo del júbilo, le da todo el protagonismo al idioma en que escribe.

«Yo creo que la razón principal es que se reconoce en el premio a una lengua. Y la verdad es que el español es hoy una lengua no solo muy viva, sino en expansión. Eso es lo que ha motivado esa alegría. Y también el hecho de que hacía tantos años que no recibía un escritor de lengua española este reconocimiento. En todo caso me ha sorprendido y, desde luego, me ha conmovido mucho».

No quiero obligarlo a una trova política densa y avasalladora después de hablar tanto de amigos y de libros. A donde quiera que llega, como tiene en su expediente ciudadano una aspirantura frustrada a presidente de su país, al escritor lo obligan a explayarse sobre temas ideológicos y conflictos o lo fuerzan a que consulte una bola de cristal para que adivine escenarios políticos. Se sabe que Vargas Llosa, con la ciudad de Madrid pegada a la ventana de su casa, puede soñar que camina solitario por el malecón Armendáriz, en Lima. Y se sabe que también con un paisaje limeño en la noche, él puede andar a la búsqueda de libros por las viejas librerías madrileñas o desprevenido por Sol o por Serrano. Por lo tanto, para no sacar de repente esa navaja que lo amenace si no se pronuncia como un animal político en los minutos que nos quedan para hablar, lo convido a que me diga qué futuro sueña para sus patrias.

«En España, yo quisiera que se consolide la democracia, que no prosperen los peligros que la amenazan, entre ellos, en un lugar principalísimo, los nacionalismos que yo creo que es una fuente de división, de encono. Y en el fondo, en el fondo de los fondos, es profundamente antidemocrático».

«En América Latina», esa es la frontera que Vargas Llosa le pone al Perú, «quisiera que desaparezcan las dictaduras que todavía quedan, empezando por la de Cuba y la candidata a sucederla que es hoy día Venezuela. Y después, los gobiernos esos populistas que, aunque tienen un origen democrático, tienen una deriva peligrosa como es el caso de Nicaragua, el caso de Ecuador, de Bolivia. Sin embargo no soy pesimista, creo que América Latina, comparada con la de nuestra juventud, ha progresado enormemente. Hoy en día las dictaduras militares prácticamente desaparecieron. La izquierda y la derecha están aceptando las reglas de la democracia, están aceptando las economías de mercado. Es decir, están adoptando un pragmatismo que trae finalmente convivencia, paz, más desarrollo, progreso, libertad. Y mi esperanza es que ese proceso continúe, se consolide en el futuro».

Le propongo hablar, ahora en el estribo, de poesía. Es un obstinado lector de versos desde su adolescencia, cuando descubrió en la biblioteca de su madre una colección de poemas del chileno Pablo Neruda. Muchos amigos piensan, aunque no lo dicen, que Mario es un poeta bisiesto, que escribe y esconde. ¿No hay por ahí, en los espacios en blanco, entre los apuntes para un cuento, una novela, un artículo o un ensayo, un par de notas para unos sonetos de amor?

«Yo no sólo escribí poesía de joven, sino que hasta llegué a publicarla. Esa es la vergüenza que tengo cada vez que algunos de esos autores de tesis me recitan los malísimos poemas que escribí de joven. Pero sí soy un lector y creo que de buena poesía».

No he podido, no he querido olvidar cuando me despedí de Mario Vargas Llosa en este Madrid noble y generoso (donde le acababan de proclamar hijo predicelecto de la ciudad), del sitio en el que hablamos por primera vez. Nos vimos y nos saludamos en el vestíbulo de un hotel de una ciudad de América. Estábamos rodeados por un grupo de escritores de aquel continente. Todo parecía posible todavía, hasta la libertad. Unos de aquellos amigos permanecen. Otros, se fueron muy lejos y algunos de aquellos individuos siguen ahí, pero es inútil.

Fue en los años 60, Vargas Llosa había publicado un libro de relatos, Los jefes (1958). Y una novela, La ciudad y los perros (1963). Era un periodista reconocido y un joven escritor peruano que prometía mucho. Y cumplió.

Raúl Rivero
Foto: Tomada de Cuba está en deuda contigo, obituario publicado en Diario Las Américas.

lunes, 31 de octubre de 2022

Mis años en la revista Bohemia


Soy periodista autodidacta, pero en los años que publiqué en la revista Bohemia (1974-1993) 'toqué todos los palos', como dicen los andaluces. Empecé colaborando en la Sección Internacional, cuando trabajé como secretaria en el Movimiento Cubano por la Paz, presidido por Juan Marinello. La Sección Internacional era dirigida por Fulvio Fuentes y tenía la redacción más amplia: un salón con ventanales que daban a la Avenida Boyeros. En 1976 pasé a trabajar como mecanógrafa en el Comité Organizador del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes y fue entonces que comencé a publicar en la Sección En Cuba, sobre temas nacionales y en particular acerca de los preparativos del XI Festival.

Mi jefe era Hugo Rius, fallecido el 26 de agosto en Montevideo, donde se desempeñaba como corresponsal de Prensa Latina en Uruguay. La redacción de la Sección En Cuba era más pequeña que la de Internacional, no tenía ventanas, pero, por suerte, en esa época no se iba la luz ni falló el aire acondicionado. Al final, en un cubículo con un buró, un librero, una mesita con una máquina de escribir y dos sillas, estaba la oficina de Hugo, quien al menos en mi caso, siempre le dio el visto bueno a todas las iniciativas periodísticas que le propuse, entre ellas una serie de entrevistas con personalidades que habían participado en Festivales Mundiales de la Juventud y los Estudiantes en Europa, entre ellos Joel Domenech, vicepresidente del Consejo de Ministros que entre 1974 y 1994 fuera el encargado de atender la industria básica.

Los Domenech eran dos hermanos, Joel y Fidel, y antes de 1959 habían luchado contra la dictadura de Batista desde las filas de la Juventud Socialista y el Partido Socialista Popular. Aquel día, con Joel hablé en su despacho en el Palacio de la Revolución. Una entrevista que no he olvidado pues fue la primera y última vez que usé una grabadora de cassette. Y porque el fotógrafo era el inigualable Gilberto Ante, quien a la persona que iba a retratar, fuera quien fuera, le hacía quitarse el brillo o el sudor del rostro con un pañuelo o servilleta.

Esa serie incluyó también a la estadounidense Estela Bravo y a su esposo Ernesto, de nacionalidad argentina, quienes se conocieron y enamoraron en el Festival de Bucarest, Rumanía, en 1953 (el matrimonio Bravo se estableció en Cuba a fines de 1960, Estela vinculada a la cultura y Ernesto a su especialidad científica). Si mal no recuerdo, la serie la cerraba mi prima Lydia Roca Antúnez, que participó en ese mismo festival y allí conoció a Raúl Castro, que no sé si se empató con Susana Rieumont en Bucarest o después. Susana y mi prima Lydia pertenecían a la Juventud Socialista y las dos eran 'capirras', como los cubanos les decimos a un tipo de mulatas blanconazas con el pelo malagazo.

La investigación para poder realizar esa serie sobre los Festivales, me animó a proponerle a Hugo Rius otra investigación, esta vez sobre los alemanes antifascitas que emigraron a la Isla durante la Segunda Guerra Mundial y varios fundaron en La Habana un Comité Antifascista. Esas pesquisas me llevaron más tiempo, porque tenía que alternar mi labor en Bohemia, donde ya estaba fija (como no era periodista graduada, me pusieron en la nómina como secretaria, con un salario de 163 pesos, toda una violación laboral, pero así eran y siguen siendo las cosas en el castrismo). La serie sobre los alemanes antifascistas salió en cuatro partes, en 1977, dentro de la Sección de Historia, a cargo del hoy profesor e historiador Pedro Pablo Rodríguez. Por esa serie, en 1979 fui invitada tres semanas a la RDA (República Democrática Alemana). Al regreso de la RDA, solamente en la revista Bohemia publiqué alrededor de 50 páginas. El primer trabajo se titulaba En el país de los cochecitos.

A mediados de la década de 1970, antes de viajar a la RDA, Luis Camejo, subdirector de Bohemia, me había nombrado corresponsal viajera en Matanzas, con la tarea de cubrir el funcionamiento, que a modo experimental, había puesto en marcha la Comisión Nacional para la Constittución de los Órganos del Poder Popular en Matanzas, provincia a menos de 100 kilómeros al este de La Habana. Esa Comisión la presidía Blas Roca, a quien conocía desde que en 1942 nací, porque mi padre fue durante veinte años su guardaespaldas. Blas, además, era el esposo de mi tía Dulce Antúnez, o sea, era cuñado de mi madre. Y por si no bastaran esos vínculos, Blas fue mi primer jefe cuando en agosto de 1959 inicié mi vida laboral como mecanógrafa en el Comité Nacional del Partido Socialista Popular, en Carlos III y Oquendo, Centro Habana.

Los periodistas acreditados en Matanzas, entre ellos Susana Lee, del periódico Granma, y Lázaro Barredo Medina, de Juventud Rebelde (los dos ya fallecidos), y yo por Bohemia, semanalmente nos reuníamos con Blas en la Sala White, que sigue radicando en el antiguo Liceo Artístico y Literario, inaugurado en 1860, en la calle Contreras entre Ayuntamiento y Santa Teresa, frente al Parque Libertad. Aparte de los encuentros con Blas, también reportábamos la marcha del Poder Popular en los municipios matanceros. La revista ponía a mi disposición un auto con chofer y un fotógrafo, por lo regular permanecíamos dos o tres días en Matanzas. El primer secretario del partido era Julián Rizo, pero quien atendía a la prensa era el segundo secretario, Víctor Manuel González, que después sería vicejefe del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR).

Esa etapa de corresponsal viajera en Matanzas para mí fue mucho más agradable que lo que ocurriría en 1980, con la llegada a Bohemia de una chilena llamada Marta Harnecker, teorizante del socialismo y esposa de Manuel Piñeiro, alias Barbarroja (Piñeiro había sido jefe del Departamento América del Partido Comunista de Cuba y en esa función fue el principal organizador del apoyo cubano a las guerrillas en América Latina, murió, al parecer de un infarto, mientras manejaba su auto en La Habana, el 11 de marzo de 1998). La Harnecker vino con una propuesta al director, Ángel Guerra, para realizar una encuesta sobre el papel de los medios que se titularía El Cuarto Poder. Se organizaron varios grupos de trabajo, a mí me pusieron en uno. Pero la encuesta no pasó del primer trabajo: el primero que se publicó le costó el puesto a Guerrita.

Estoy hablando de 1980, el año del éxodo por el puerto del Mariel, a unos 40 kilómetros al oeste de La Habana y por donde en cuatro meses unas 125 mil cubanos se fueron de la isla. Antes de la estampida por el Mariel, en el mes de abril, ya había ocurrido el incidente de la Embajada del Perú: en menos de 48 horas cerca de 11 mil personas ingresaron a la sede diplomática peruana, en la barriada habanera de Miramar, con la intención de irse del país. Lo del Mariel fue un mazazo terrible y a nivel privado muchos periodistas lo pensaban y comentaban.

A partir de la fallida encuesta de la chilena Marta Harnecker y el despido del director de Bohemia, los medios cubanos, que en ese momento eran todos oficiales, estatales, no se volvieron a recuperar, no levantaron cabeza. En 1980 no solamente fue destronado Guerrita, también fue destituido Orlando Fundora, jefe del DOR. En todo los medios, pero sobre todo en Bohemia, los periodistas se apendejaron.

En Cuba, en aquella época, la gente tenía mucho miedo, hablaba bajito, no comentaba nada en voz alta, tratando de proteger su trabajo y su salario para poder mantener a su familia. A diferencia de otros profesionales, los periodistas (oficiales, no habían surgido aún los periodistas independientes o alternativos), tenían posibilidades que no tenían los ciudadanos de a pie, como viajar al exterior o a otras provincias, participar en eventos nacionales e internacionales celebrados en Cuba, donde podían comer, resolver cosas y conocer extranjeros. Una actitud cobarde, igual a la del resto de la población en ese tiempo. Reacciones típicas en todos los regímenes totalitarios: la ciudadanía, atemorizada por la siniestra policía política, opta por callarse, no denunciar, no crearse problemas, no hacer nada.

Ni en Bohemia ni después en los servicios informativos de la televisión cubana, que pertenecían al ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión), jamás me quedé sentada, esperando por los planes temáticos que confeccionaba el DOR y daba a conocer a los diferentes medios estatales de comunicación de toda la isla: "Ahora esta semana hay que escribir sobre esto y lo otro". Nunca fui militante de ningún partido y como me sentía una mujer libre e independiente, nunca acepté esas orientaciones, esos controles, esas imposiciones. A mí se me ocurría algo y como a mí se me había ocurrido, lo hacía, porque a mí se me había ocurrido, no porque nadie me lo hubiera ordenado.

A los que entonces dirigían la prensa les decía: "Ustedes no les pueden pedir peras al olmo", porque siempre estaban con la consigna de "un periodismo militante y creador". Y el problema es que un periodismo militante no puede ser creador. O tal vez podría hacerse en Brasil, donde uno puede criticar al presidente. No en Cuba donde a partir de 1959 no solo dejó de existir el periodismo crítico, también murió la libertad de prensa.

Cuando en 1981 no pude seguir trabajando en Bohemia, por no poseer el título de periodista otorgado por la Universidad de La Habana, fui a ver a Elio Constantín, prestigioso periodista que estaba al frente de aquellas anormales evaluaciones (a mí la comisión evaluadora de Bohemia me dio 100 puntos en la categoría C y por escrito aclaró que mi labor era de A, pero que no me la daban, por no tener título). Elio me recibió en el periódico Granma, donde trabajaba, y me dijo que no me preocupara, que se iba a ocupar de esa injusticia.

La comisión evaluadora de Bohemia me propuso trasladarme al periódico Trabajadores. Dije que no, que yo iba a buscarme un empleo en cualquier sitio. Y en 1981 comencé a trabajar en el departamento de divulgación de la ONDI (Oficina Nacional de Diseño Industrial), en 19 y D, Vedado, en ese momento dirigida por la pareja formada por los arquitectos Olga Astorquiza e Iván Espín Guillois, hermano de Vilma.

Pero como Hugo Rius me pidió que siguiera escribiendo para Bohemia (por la temática, ahora publicaba en la Sección Económica, con cuyo jefe Alberto Pozo, también me llevé muy bien), mucha gente no sabía que ya no era empleada de Bohemia, si no colaboradora (por cada trabajo pagaban 30, 40 o 50 pesos, según género y extensión del texto). Fue lo que pasó con Carlos Aldana y Víctor Manuel González, jefe y vicejefe del DOR, que cuando se enteraron, hablaron con Nivaldo Herrera, presidente del ICRT, y de ahí salió la proposición de mi traslado de la ONDI al ICRT, para hacerme cargo de la sección cultural de la Revista de la Mañana, que salía al aire desde las 8 hasta las 12 del día, la dirigía Danilo Sirio y buena parte de la gran teleaudiencia que tenía era gracias a los videos musicales que del satélite copiaba Marta Pita.

Mi último trabajo en Bohemia se titulaba Presencia de Erich Kleiber en La Habana, salió en cuatro páginas en un número de la revista de junio de 1993 y fue seleccionado el más destacado del mes. Volviendo a Elio Constantín: nunca supe si llegó a gestionar mi reincorporación a Bohemia, creo que no, por su precaria salud. Once días después del fallecimiento de Elio (12 de septiembre de 1995), ya mi destino periodístico lo había decidido: el 23 de septiembre de 1995 me convertí en periodista independiente de Cuba Press, agencia inaugurada ese día por el poeta y escritor Raúl Rivero (Morón 1945-Miami 2021), porque coincidía con el cumpleaños de su esposa, mi querida amiga Blanca Reyes.

Tania Quintero
Foto: Exterior de la revista Bohemia en la década de 1980-1990. Tomada de mi blog.

lunes, 24 de octubre de 2022

Manuel Granados, un escritor relegado por la cultura oficial


El 27 de agosto se cumplió el aniversario del nacimiento de Manuel Granados, un escritor que ha sido relegado por los decisores de la cultura oficial en Cuba.

No se sabe con exactitud si nació en 1931 o 1932, y si fue en Camagüey o en Santa Clara. Pero esas son las contradicciones menores en torno a Granados. Todo en él fue contradictorio: su personalidad, su posición política, su literatura, su sexualidad.

Granados, en el difícil escenario de la Cuba de Fidel Castro, dentro de los estrechos márgenes de la revolución, fue un negro orgulloso de serlo, escritor, bisexual y escandalosamente libertario.

Habiendo conocido los rostros de la pobreza y el racismo, se sentía obligado a ser revolucionario. Por eso peleó en la Sierra Maestra y en Girón.

Alguna vez dijo: “Tipos como yo, por muy lejos que estemos de la teoría marxista, vamos a seguir en el tren de la revolución, cuando no sea por otra cosa, al menos por el don de la comparación: por lo que se era antes que no se es ahora, o por lo que no se era y ahora se es”.

Cuando intuyó que había trampa detrás de todos y cada uno de los principios que quisieron imponerle, se resistió a la desilusión. No quería ser malagradecido y ponerse en contra de la revolución que lo sacó de la marginalidad, pero se ahogaba con tantas imposiciones y tabúes. Se lo confesó muchas veces, rones de por medio a sus amigos -sus ambias, como él los llamaba- Tato Quiñones y Felito Ayón.

Pero siempre tuvo problemas con la revolución. Desde que se alzó en la Sierra Maestra y los rebeldes, que lo confundieron con un tigre de Masferrer, le hicieron cavar su fosa y lo sometieron a un simulacro de fusilamiento. Después de 1959, por conflictivo y pendenciero, la policía lo arrestó muchas veces. Y en 1971, en Villa Marista, la sede de la Seguridad del Estado, le advirtieron que jamás le permitirían ser libre del modo que él entendía ser libre.

Granados y su esposa, la poeta Georgina Herrera, habían tenido problemas por ser de los escritores de El Puente, la editorial condenada por Fidel Castro. Pero en 1967 su novela Adire y el tiempo roto fue premiada en el Concurso Casa de las Américas, y Haydée Santamaría lo mudó del solar de Centro Habana donde vivía para un apartamento en El Vedado, y empezó a trabajar en el ICAIC.

Pero pocos años después volvió a caer en desgracia. En 1971 lo expulsaron de la UNEAC. No fue rehabilitado hasta 1988, cuando le permitieron publicar el libro País de Coral que conformó con las historias que extrajo de su novela inacabada Los hijos de María Candela.

Su ruptura con el régimen se produjo en junio de 1991, cuando firmó la Carta de los Diez. Hostigado por la Seguridad del Estado, tuvo que exiliarse en España en 1992. Luego, casado con una francesa, se radicó en París, donde murió en 1998.

La obra de Granados ha sido subvalorada, no ha tenido el reconocimiento que merecería, no solo por su importancia en la literatura cubana, sino también en la de Latinoamérica. Adire y el tiempo roto y los cuentos de El viento en la casa sol y País de coral figuran entre lo mejor de la literatura de la negritud del continente, junto a Juyungo, del ecuatoriano Adalberto Ortiz, y Las estrellas son negras, del colombiano Arnaldo Palacios.

Con Adire y el tiempo roto, una novela cruda, descarnada, el bildungsroman de un revolucionario -el negro Julián, cuya historia converge con la de una prostituta blanca-, Granados se inscribiría, junto a Jesús Díaz, Norberto Fuentes y Eduardo Heras León, en la llamada narrativa de la violencia de la década de 1960. Los comisarios culturales castristas siempre menospreciaron a Granados por considerarlo “un negro bocón, marginal y pájaro” y que, para colmo, se hizo disidente. Al respecto, su hijo, Ignacio Granados, uno de los dos que tuvo con Georgina Herrera -la otra hija, Anaisa, murió en 1991- dijo a CubaNet:

“Por supuesto que el racismo pesó en su carrera y el conservadurismo hipócrita, la homofobia, la mezquindad política, la pobreza económica y la arbitrariedad de todo, como en las carreras de todos. Recuerdo la reivindicación de mi padre, a partir de 1987, y como todo el mundo se refería a eso que había pasado pero que nadie decía a derechas. Pero no creo que fuera solo o primeramente racismo. Fue un conjunto de cosas que incluían la mojigatería y la doblez política junto a cierto sentido altísimo e irresponsable de la libertad personal que tenía mi padre”.

Ignacio Granados Herrera, quien reside en Miami y trabaja actualmente en un documental sobre su padre, explicó sobre su personalidad: “Era impredecible, conflictivo y contradictorio. Eso era parte de su personalidad, sin que se lo propusiera. Tenía un modo de ser muy espontáneo e intereses demasiado amplios y diversos, no solo para el rigor moral del modelo cubano, sino para cualquier otro. Simplemente lo excedía todo. Y era consciente de estas contradicciones, pero nunca le quitaron el sueño, pues sabía que, más allá de él mismo, respondía a un orden que lo sobrepasaba y que era básicamente incomprensible”.

La última esposa que tuvo el escritor, la francesa Dominic Colombani, dijo sobre Granados: “Alrededor suyo lo que se daba era una experiencia especial de trascendencia; todo cambiaba, la gente, las perspectivas, todo”.

Luis Cino
Cubanet, 27 de agosto de 2022.
Foto: Portada del libro de Ignacio Granados Herrera, hijo de Manuel Granados. Tomada de este post, publicado en 2019 en el blog Negros.

lunes, 17 de octubre de 2022

José Eduardo dos Santos, autopsia de un aliado


Jonas Savimbi había prometido muchas veces derribar el último avión de tropas cubanas cuando partiera de Angola. Ese 23 de mayo de 1991, sobre la pista del aeropuerto "4 de Febrero", de Luanda, esperaban dos naves soviéticas IL-62M en las que viajaríamos los integrantes de la delegación gubernamental cubana enviada para la ocasión -encabezada por el comandante Juan Almeida- y el último contingente de soldados que la ONU contó minuciosamente hasta ese día.

No era poca la expectativa por saber quiénes abordarían ese último avión. Tras los himnos y discursos correspondientes, el presidente José Eduardo dos Santos nos despidió con un cortés estrechón de manos. Fue la última vez que lo vi. Almeida se dirigió entonces al general Samuel Rodiles, último jefe de la misión militar cubana, y le ordenó -en un tono más jocoso que solemne-y utilizando el apelativo con que era conocido: “Príkiti, me voy en el primero. Tú y el periodista, como solía llamarme, vayan en el segundo”.

Tras una larga carrera sobre la pista con las luces apagadas y un brusco despegue, la enorme aeronave soviética buscó altura con la mayor potencia posible de sus cuatro estruendosos motores. Mientras, a bordo, todos deseábamos en silencio que Savimbi no pudiera cumplir su amenaza.

Más de tres décadas después, la muy escueta nota que informó a los cubanos del luto oficial durante tres días por la muerte del expresidente angoleño José Eduardo dos Santos -el aliado africano de más larga data- omitió al menos dos datos relevantes: había fallecido a más de siete mil kilómetros de su Luanda natal, en un exclusivo hospital de Barcelona, donde vivía desde su salida del poder en 2017. Y parte de su familia había denunciado su deceso como un asesinato, lo cual aún investigaban las autoridades españolas semanas después de su fallecimiento.

Conspiraciones palaciegas africanas aparte, lo cierto es que el exilio voluntario de Dos Santos en la lejana Cataluña buscaba una conveniente distancia de los monumentales escándalos de corrupción que marcaron las últimas décadas de los 38 años que gobernara Angola con puño de hierro. Con voracidad por adueñarse de los recursos nacionales, los Dos Santos reinaron más de tres décadas sobre las incalculables riquezas naturales de uno de los países africanos con mayor desigualdad. Una larga lista que incluye oro, diamantes, riquezas forestales y raros minerales, además del gas y el petróleo administrado por la estatal Sonangol.

Tras el fin de la larga guerra civil contra las fuerzas de la UNITA, el heredero de Agostinho Neto colocó a muchos miembros de su familia y amigos al frente de las instituciones, empresas públicas, y otros cargos relevantes cuando Angola se abrió a las inversiones extranjeras, convirtiéndose vertiginosamente en el segundo exportador de petróleo de África.

José Filomeno de Sousa dos Santos (Zenú), uno de los diez hijos de José Eduardo con seis mujeres -incluidos tres matrimonios-, administró entre 2013 y 2018 los más de 5,000 millones de dólares del importante Fondo de Inversiones Soberano, antes de ser condenado en 2020 a cinco años de prisión por apropiarse de unos 1, 500 millones de dólares, fraude y tráfico de influencias, aunque todavía debatía su caso en Luanda en libertad condicional.

Más notoria aún, Isabel dos Santos -hija de la geóloga azerbaiyana Tatiana Kukanova, primera esposa de José Eduardo cuando estudiaba Ingeniería Petroquímica en Bakú en la década de 1970- fue reconocida años atrás como la mujer más rica del continente y la primera africana multimillonaria. Forbes calculó su fortuna en más de 3,300 millones de dólares, amasados durante su presidencia de Sonangol y el control de la industria del cemento, telecomunicaciones, el comercio minorista y jugosas inversiones transnacionales.

La entrada de Isabel en la administración de los activos del estado angoleño comenzó con la insólita contratación de una empresa filipina para la limpieza de la ciudad de Luanda, cuando todavía los soldados cubanos eran contados minuciosamente por la ONU. De los empeños por adecentar la capital, la primogénita pasó pronto al control de los diamantes y las millonarias concesiones petroleras.

En su boda, celebrada en Luanda en 2003, cantó un coro trasladado desde Bélgica y la cena llegó a bordo de dos aviones procedentes de Francia. El contraste con la élite de poder que administró la antigua colonia portuguesa como suya propia no pudo ser mayor, en un país donde la mayoría de la población subsiste con menos de dos dólares diarios.

En 2020, las revelaciones de la investigación periodística conocida como Luanda Leaks estimaron que la dinámica empresaria -educada desde niña en Londres, donde residió con su madre y conoció a quien fuera su esposo, el millonario zairota Zindika Dokolo- dirigía un entramado de más de 400 sociedades y filiales en 41 países, incluidos varios paraísos fiscales.

En la antigua metrópoli portuguesa, donde había realizado las más cuantiosas inversiones, fueron congelados sus activos, al igual que en Angola. El pasado año Estados Unidos la incluyó en la lista negra de personalidades corruptas y limitó su acceso a visas, sin llegar a dictar sanciones financieras. Acusada de múltiples delitos, Isabel dos Santos pasa ahora la mayor parte de su tiempo en los Emiratos Árabes Unidos -refugio preferido de oligarcas rusos y hasta de un rey emérito español. A Dubai viajó discretamente José Eduardo en las navidades de 2020, para pasar un fin de año en familia con su hija preferida.

No fue este el descalabro previsto al ceder el poder a su ministro de defensa, el general Joao Lourenço, escogido por su supuesta lealtad, tras la aprobación en el Parlamento, dominado por el MPLA, de una ley que sellaba los manejos financieros de Dos Santos y los suyos, y les aseguraba, de hecho, impunidad. La quimera del dejar todo “bien atado”.

Joao Lourenço, conocido popularmente como JLO, declaró, sin embargo, una campaña contra la corrupción anterior poco después de asegurar la sucesión. El presidente saliente afirmaba haber dejado en los fondos estatales al menos 15,000 millones de dólares, mientras Lourenço replicaba que solo había encontrado unas arcas vacías.

Apenas un año después de asumir el mando del MPLA y el gobierno, JLO destituyó a la hasta entonces poderosa Isabel, encausó a su hermanastro Zenú, y tomó distancia de José Eduardo, de quien temía represalias y que utilizara su influencia dentro de Angola para apoyar en las próximas elecciones un candidato opositor, representante de la UNITA.

Sobran razones para que en la Cuba de Raúl Castro se eviten comentarios sobre el rumbo verdadero de Angola después de la independencia. El saqueo de uno de los países más ricos del continente africano deja pálido al expediente venezolano y a la “piñata” nicaragüense, en un país donde la mayoría de la población subsiste con menos de dos dólares diarios.

Tampoco destacó Dos Santos por su generosidad hacia los más cercanos aliados de su gobierno. Entre las inapelables razones que determinaron la retirada cubana -muy poco querida por Fidel Castro- en una negociación auspiciada por Estados Unidos, estuvo el persistente atraso de Angola en el compromiso de financiar el costo de las tropas sobre el terreno, mientras la Unión Soviética asumía su armamento y traslado. Una ecuación que dejaba al mando cubano el reemplazo humano y que funcionó con altibajos largos años, hasta el arribo al Kremlin de Mijail Gorbachov.

Tras el oportuno fin de la presencia militar cubana, concluida en mayo de 1991, apenas siete meses antes de la desaparición de la URSS, la metrópoli portuguesa ocupó un lugar privilegiado en la reconstrucción de las fuerzas armadas angoleñas. Las generosas transacciones con Occidente transformaron la economía y las inclinaciones políticas en un proceso en que Cuba dejó de ser un activo a tener en cuenta.

Hasta el general Antonio Santa Franca (Ndalu),“general de generales”, según le llamaban sus iguales,, especialmente amigo de los militares cubanos y clave en las negociaciones cuatripartitas, se convertiría en el primer embajador en Washington y luego en miembro de la junta del consorcio diamantífero De Beers, dejando atrás los tiempos en que había integrado la selección cubana de fútbol cuando estudiaba agricultura en Pinar del Río.

José Eduardo dos Santos no acudió al auxilio de la ruinosa economía de Cuba en sus sucesivos colapsos, como esperaba la cúpula militar castrista. Pero tampoco cerró su puerta a enviados frecuentes, como el general Leopoldo Cintras Frías (Polo), quien encabezó bajo órdenes directas de Fidel Castro la Agrupación de Tropas del Sur en los días finales de la guerra angoleña -si bien terminó siendo sustituido súbitamente del cargo de Ministro de las FAR en la víspera de la retirada formal de Raúl Castro de sus posiciones de poder. Hacía tiempo que, para el sonriente Polo, no había nada que buscar en Barcelona.

No obstante, Dos Santos, al igual que el sudafricano Nelson Mandela, agradecieron los resultados para sus respectivos países de la presencia militar cubana en África, algo que La Habana apreció, en contraste con otros beneficiarios de ese apoyo vital, como Sam Nujoma, que olvidó mencionar a Cuba en su discurso de proclamación de la independencia de Namibia, o el etíope Menguistu Haile Mariam, que huyó derrotado de Addis Abeba, tras la retirada de las tropas cubanas de su país y de Angola, a un exilio dorado en Zimbabwe, sin despedidas.

En los tres años transcurridos entre el 2 de mayo de 1988, cuando se iniciaron en Londres las negociaciones cuatripartitas para la paz en el África austral, y la salida hacia La Habana del último avión con tropas cubanas, participé varias veces en encuentros con un imperturbable José Eduardo en su refugio de Futungo de Belas, en las afueras de Luanda.

El presidente angoleño, de una reconocida sagacidad demostrada en sus muchos años de poder, escuchaba atentamente los informes sobre los próximos pasos en las conversaciones de paz o la marcha de la larga retirada cubana, confiando en el consejo de sus asesores y sin gesto alguno que delatara sus pensamientos. Distante y siempre impecable, su rostro impasible le había valido, entre los cubanos en Luanda, el sobrenombre de “Barbarito Diez”, por su parsimonia y notable parecido físico con el popular cantante de danzones.

La víspera del fin de la presencia militar cubana, Dos Santos ofreció una recepción más íntima a los integrantes de la delegación, presidida por el comandante Juan Almeida, que habíamos viajado desde Cuba para la ocasión. Asistió acompañado -en gesto de inusual deferencia- de la bella ex azafata y modelo Ana Paula Lemos, con la que había contraído matrimonio pocos días atrás y quien sería su última esposa y madre de tres hijos.

Paradójicamente, aunque distanciada de José Eduardo, ella no compartió su exilio voluntario en Barcelona. Sin embargo, es acusada por Tchizé, tercera hija en el complicado árbol genealógico del patriarca, de ser parte de la conspiración inspirada desde Luanda para asesinarlo. La autopsia realizada ante la disputa no resolvió las dudas de la familia ni las del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, que ordenó nuevas pesquisas hasta eliminar la sospecha de homicidio.

Entretanto, el cuerpo insepulto de José Eduardo dos Santos permanecía en Barcelona, pese a la airada protesta del gobierno del MPLA presidido por JLO, que se empeñó en organizar un funeral de Estado aún sin el cadáver. Un homenaje póstumo pensado para que la UNITA no gane las elecciones el 24 de agosto. Una extraña saga de aquella guerra civil de finales del siglo XX, que no imagino cómo podría explicarse en la prensa cubana.

Alcibíades Hidalgo
CiberCuba, 24 de agosto de 2021.
Foto: José Eduardo dos Santos (1942-2022) rinde tributo a los cubanos caídos en Angola, La Habana, septiembre de 2007. Tomada de Hypermedia Magazine.

lunes, 10 de octubre de 2022

Fidel Castro: La destrucción de la nación cubana



El incendio de la Base de Supertanqueros de Matanzas, la crisis ya permanente del suministro de electricidad en toda la Isla, la caída abismal de la producción azucarera, las colas interminables para adquirir alimentos cada vez más escasos, la caída continua del valor del peso cubano y el agotamiento de las reservas financieras internacionales se suman a la larga serie de retrocesos económicos que Cuba viene sufriendo desde 1959.

Esto hace oportuno revisar una vez más la economía del país dentro de una amplia perspectiva, tanto histórica como internacional. Con este fin parto de las últimas investigaciones de John Devereux sobre la economía cubana, basadas en estadísticas históricas que incluyen, junto a otras fuentes, las del Proyecto Maddison de la Universidad de Groningen en los Países Bajos. Devereux es profesor de Economía en el Queens College de City University of New York.

De acuerdo con su análisis, la economía cubana creció y mejoró el nivel de vida de los cubanos desde el comienzo de la República en 1902, hasta alcanzar, en términos per cápita, el décimo séptimo lugar en el mundo en 1955. Como destaca el investigador, Cuba llegó a ser el primer país tropical que dejaba de ser subdesarrollado para convertirse en uno de crecimiento medio. Sin embargo, en 1959 la economía cubana se fue deteriorando rápidamente, hasta llegar al lugar 90 en 2018. Devereux califica esta caída como un caso excepcional en la historia económica mundial del último siglo. Solo Siria y Corea del Norte superan a Cuba en el enorme descenso de sus economías en ese periodo.

¿Cómo puede explicarse que Cuba haya pasado a ser un país pobre desde una posición de relativa prosperidad en el mundo, a pesar de las promesas de desarrollo de los líderes de la revolución de 1959? ¿Qué factores concretos han determinado una caída tan dramática de la economía cubana?

Las causas de este fenómeno son muchas y están relacionadas con la pérdida de la libertad económica que Cuba sufre desde 1959, acelerándose en 1960 con las expropiaciones masivas de las empresas extranjeras y las grandes empresas nacionales, y llegando a su máxima expresión en 1968, cuando Fidel Castro prohibió toda forma de actividad económica privada. El índice de libertad económica de la Fundación Heritage para el año 2022, que incluye 177 países, coloca a Cuba en el lugar 175. Solo Corea del Norte y Venezuela muestran menos libertad económica.

Hasta 1959 la economía cubana había estado dirigida no por un gobierno o poder central, sino por la agregación de millones de agentes decisorios operando libremente como consumidores, trabajadores, profesionales, comerciantes, empresarios, banqueros, campesinos, propietarios e inversionistas. Esta variedad de ocupaciones era resultado de una sociedad donde predominaba un alto grado de libertad de opciones para todos los ciudadanos.

Actuando para satisfacer sus necesidades personales dentro del marco de los recursos a su alcance, los cubanos dirigían en conjunto la economía nacional por medio de millones de decisiones y transacciones diarias, generalmente dentro de las reglas del mercado y el imperio de la ley. Hasta entonces, la economía cubana verificaba la metáfora de la "mano invisible" de Adam Smith, como si la misma pareciera dirigir toda la economía orientada hacia la satisfacción personal de los ciudadanos. Los cubanos eran los dueños de su economía.

Fue por medio de las amplias libertades económicas existentes entonces que el nivel medio de vida de los cubanos llegó a estar entre los más altos de América Latina y de varios países europeos al final de la década de 1950. Los niveles de producción, la variedad y la calidad de los bienes y servicios disponibles en cualquier cantidad que los cubanos preferían, y compraban libremente con sus ingresos, estaba a cargo de muchos miles de empresas industriales, agropecuarias y comerciales de todos los tamaños, repartidas a lo largo y ancho del país.

La economía cubana de entonces era una economía dirigida por miles de manos privadas, donde el Estado no intervenía en el manejo de las transacciones, aunque era un agente coordinador de la producción y exportación azucarera. El sector financiero y las numerosas empresas contables y de servicios profesionales y legales jugaban sus papeles de apoyo a los aparatos productivos y distributivos por medio de sus múltiples interconexiones con el resto de la sociedad y su actividad económica y financiera. Siendo una economía abierta, Cuba comerciaba libremente con el resto del mundo por medio de su moneda libremente convertible. No era una economía perfecta; podía mejorar, pero prosperaba y era muchas veces superior a la que hoy existe.

Cuando se observan las infinitas conexiones entre las diversas empresas y ciudadanos, la gran variedad de relaciones contractuales y las correspondientes cadenas de suministros, se puede notar que la complejidad de las mismas asemeja a la de una red neural, como las que operan en los sistemas nerviosos de los seres vivos. Mediante esa red de conexiones de altísima complejidad, invisible e indescriptible, que se fue armando durante siglos de desarrollo económico y social, se llevaban a cabo libremente miles de millones de transacciones diarias, desde la simple compra de una naranja a un vendedor ambulante, hasta el diseño y construcción de un edificio de apartamentos para viviendas, una nave industrial o una gran obra de ingeniería.

Tales transacciones incluían también la contratación de personal, la adquisición de propiedades, la solicitud y procesamiento de préstamos y toda suerte de actividad financiera y de apoyo a la economía. En su conjunto, la red de conexiones transmitía las señales que controlaban la economía bajo los principios que hoy se pueden conceptualizar como un sistema cibernético de gran eficiencia. Es muy fácil dañar estas conexiones, tal como se pudo verificar desde 1960, pero es muy costoso y difícil, aunque no imposible, su reconstrucción. Es por medio de esa red y de las interacciones entre la oferta y la demanda que se formaban los precios de cada uno de los bienes y servicios que se producían y distribuían sin intervención estatal. De manera similar se formaban los salarios de los trabajadores y los ingresos atribuibles al capital.

Las expropiaciones de 1960, que continuaron después con empresas de menor tamaño, no solo cancelaron los derechos a la propiedad privada de los medios de producción, sino también fueron limitando y eliminando la libertad para realizar transacciones de bienes y servicios de toda índole. La red neural de la economía sufrió severas mutilaciones, tan catastróficas como las que se sufren cuando se cortan los circuitos de un sistema electrónico o se dañan las neuronas y dendritas de un sistema nervioso.

Es importante visualizar que las expropiaciones en Cuba fueron mucho más que un simple cambio de dueños de los activos y propiedades afectadas. Al desaparecer los derechos de propiedad privada, el manejo, el control y la administración de las empresas correspondientes se traspasó a organizaciones del Estado, por medio de "empresas consolidadas", improvisadas en diversos ministerios, según el sector de actividad económica correspondiente. En este proceso desapareció la competencia entre las empresas individuales, mientras las "empresas consolidadas" se convirtieron en verdaderos monopolios, con el Estado como único dueño, fijando precios y salarios dentro de los parámetros del Gobierno central, tratando inútilmente de operar con la misma eficiencia y rentabilidad de cuando eran privadas, pero sin las conexiones que le permitían funcionar como antes.

La desaparecida competencia entre las empresas individuales, además de servir de incentivo para ofrecer mejor calidad y precios más bajos de lo que producían, podía en conjunto suplir al mercado si alguna empresa fallaba en su producción. Cuando algún productor no podía responder a la demanda, la competencia representaba una redundancia de capacidades de modo que otra empresa suplía la necesidad y los consumidores no se enteraban de la falta y no se llegaba a la escasez. Antes de 1959, rara vez la falla de un productor era una noticia o tema de un discurso político.

De hecho, con las expropiaciones se vería que los dueños no solo habían sido propietarios, sino que también generaban relaciones de muchas clases a partir de sus propiedades, principalmente la capacidad de satisfacer con estabilidad lo que la sociedad necesitaba y de producirlo con eficiencia, a un bajo costo. Típicamente los dueños eran responsables por el estado de sus empresas y se esforzaban por el uso eficiente de sus recursos, contrataban administradores y trabajadores de diversas calificaciones, velaban por satisfacer la demanda de sus clientes, cada uno cuidando la estabilidad de los abastecimientos que necesitaba su negocio y preocupándose por el mantenimiento y posible ampliación y modernización de sus establecimientos. El personal de las empresas se contrataba, promovía y compensaba en función de sus habilidades y competencia, no por sus lealtades políticas como comenzó a ser cuando las empresas pasaron a ser dirigidas por el Gobierno Revolucionario y sus ministerios.

Toda la multiplicidad de relaciones e interdependencias desapareció en Cuba con las expropiaciones. El reemplazo físico del propietario por unos empleados o burocracias del Estado no fue acompañado por el reemplazo de las mismas relaciones administrativas y de empleo. La mutilación de la propiedad privada no transfirió automáticamente al Estado los beneficios que se lograban antes por medio de las ganancias que la empresa producía, generalmente por medio de la competencia con otras empresas del mismo giro. Por el contrario, las empresas comenzaron a operar con pérdidas, obligando al Gobierno a subvencionarlas. Y como pudo verse casi de inmediato desde 1960, el personal más productivo de la empresa empezó a renunciar a sus puestos de trabajo abandonando el país en busca de mejores condiciones de trabajo y de vida en el extranjero, proceso que se repite en Cuba hasta el presente. Al dejar de ser los dueños de su economía, los cubanos se convirtieron en los prisioneros del Gobierno y del propio Fidel Castro.

Las expropiaciones en masa fueron acompañadas en Cuba de la organización del sistema de planificación central, típico de las sociedades comunistas, para dirigir lo que se denominaba la economía socialista (como paso previo a la utópica y nunca lograda economía comunista). Así se fundó la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN), conjuntamente con oficinas similares en todos los organismos del Estado. Las empresas expropiadas en todo el país perdieron entonces la autonomía y la flexibilidad necesarias para adaptarse a las condiciones cambiantes de la economía, quedando sujetas a una administración centralizada y muy rígida, incapaz de atender la demanda de los compradores en todo sus detalles y especificidades.

Este cambio radical de administración fue traumático para todo el país y todos sus sectores, provocando una contracción generalizada en los niveles de producción y consumo. Y la contracción de la producción fue lo que determinó la necesidad de subsidios para Cuba, provenientes de la Unión Soviética primero y de Venezuela después, para evitar un colapso de la economía nacional. Sin tales subsidios, la economía cubana hubiera mostrado una caída aún mayor desde 1959 de la que refiere Devereux.

Al trauma de forzar a la economía de Cuba a operar dentro de la camisa de fuerza de la planificación socialista, hay que sumar el trauma poco estudiado de las intervenciones personales de Fidel Castro en la economía. Tales intervenciones eran en realidad caprichosas y mal concebidas, sin respaldo técnico o estudios de factibilidad y formuladas fuera del plan central, sobre las cuales el gobernante no aceptaba las observaciones y advertencias de los expertos.

Sus intervenciones, no solo añadieron ineficiencia al ya mediocre sistema de planificación central que los rusos habían exportado a Cuba respondiendo a peticiones cubanas, sino que introdujeron un maligno estilo de desorden y caos en el sistema de planificación y dirección, tanto al nivel más alto de gobierno, como al nivel de la administración de las empresas estatales. Dichas intervenciones consistían en propuestas de proyectos de inversión, para los cuales se asignaban recursos fuera de los planes; recursos que tenían que ser extraídos de otros proyectos de los organismos del Estado y sus empresas.

Estos proyectos llegaban a la JUCEPLAN frecuentemente sin aviso previo y, para no contradecir a Fidel Castro, se procesaban y financiaban bajo el rubro de "Planes Especiales".La administración de tales proyectos también se improvisaba, asignándoseles a cualquier organismo estatal o grupo de personas que a Fidel Castro se le ocurriese en cada instancia, sin una evaluación previa de sus competencias. Los ejemplos más conocidos y costosos fueron los fracasados planes de desarrollo ganadero, bovino y porcino, el Cordón de La Habana (de producción agrícola) y la zafra de los diez millones de toneladas de azúcar planeada para 1970 y cuyas pérdidas para el país nunca se conocieron.

No es posible exagerar aquí la disrupción que tales decisiones y estilos de trabajo, tanto administrativo como de gobierno, provocaban a la economía cubana, pero lo insólito de este fenómeno nos obliga a apuntarlo, aunque la falta de documentación nos haga depender en el análisis de la economía cubana desde 1959 de evidencias fragmentarias, anecdóticas y personales, como la experiencia directa de este autor, por su trabajo en la JUCEPLAN entre enero de 1963 y marzo de 1966. La intervención más devastadora de Fidel Castro en la economía nacional tuvo lugar el 13 de marzo de 1968, durante la celebración del aniversario del asalto al Palacio Presidencial en 1957, cuando anunció una "Ofensiva Revolucionaria", que consistía en el exterminio de todo vestigio de propiedad privada en el país, incluyendo microempresas, trabajadores por cuenta propia, vendedores callejeros y hasta simples sillones de limpiabotas.

La medida, a la que se opusieron en privado Carlos Rafael Rodríguez y Juan Almeida (según relata Daniel Alarcón Ramírez, 'Benigno', en su libro Memorias de un soldado cubano) estuvo acompañada por la decisión de Castro de cerrar las escuelas de contabilidad en todo el país y suspender su práctica en las empresas. Esta disparatada decisión se basaba en la noción puramente castrista de que Cuba saltaría de la fase socialista de su economía directamente a una organización comunista, en la cual desaparecerían las "relaciones monetario-mercantiles" y no haría falta el dinero.

De este modo, Fidel Castro mostraba no solo un alto grado de ignorancia sobre los elementos fundamentales de la economía, sino también una reveladora falta de comprensión de cómo se supone que opere una economía bajo el socialismo. Y a la ineficiencia intrínseca del socialismo y la planificación habría que sumar su influencia destructora en la economía. El disparate de eliminar el dinero era ignorar la función de uno de los mayores inventos de la humanidad. Era equivalente a prohibir el uso de la rueda. Un episodio que pone en duda el grado de responsabilidad y hasta la inteligencia misma del gobernante.

Sin contabilidad, las empresas perdieron toda visibilidad de costos, ingresos y pérdidas o ganancias y quedaron incapaces de dirigir racionalmente su gestión productiva por varios años. La contabilidad es la columna vertebral de todo sistema gerencial. No fue hasta los años 70 que se comenzó a restaurar la contabilidad e introducir algún orden en la planificación, pero la secuela del daño infligido a las empresas perdura hasta hoy y es la base de la actual incapacidad productiva e ineficiencia de la economía cubana.

En Cuba la escasez crónica no solamente afectó el abastecimiento de los bienes de consumo y otros suministros de corto plazo, como materias primas y piezas de repuesto. La pérdida de los vínculos comerciales con otros países, en especial con Estados Unidos, perjudicó la adquisición de bienes de capital, como equipos de transporte y construcción, maquinarias agrícolas e industriales, plantas generadoras de electricidad y muchos otros. Estas carencias se fueron acumulando con los años y fueron impactando progresiva, pero inexorablemente la capacidad productiva de todos los sectores del país hasta nuestros días. Uno de los efectos más perniciosos de este proceso ha sido el de reducir a un mínimo la capacidad inversionista de las empresas cubanas. Cuba ahora depende de la importación de administradores extranjeros para muchas de sus nuevas inversiones.

La pérdida de los subsidios soviéticos en 1991 representó un duro golpe para la economía cubana que forzó a todos los cubanos, incluyendo a Fidel Castro, a enfrentarse a una dura realidad: la economía socialista de estilo castrista no era capaz de sostener al país. Gracias al control político que ejerce el totalitarismo, el régimen ha sobrevivido precariamente improvisando medidas de emergencia como la de abrirse al turismo internacional, la aceptación de remesas en dólares de los exilados cubanos y la exportación de servicios médicos.

A pesar de estas medidas de emergencia, la crisis actual no solo consiste en que la economía cubana no crezca. Es mucho más grave; la economía decrece porque ni siquiera es capaz de generar los recursos mínimos necesarios para reemplazar o dar mantenimiento a las capacidades creadas anteriormente. En consecuencia, la economía se ha estado descapitalizando. Este fenómeno excepcional, que se hace visible en el deterioro físico de las viviendas, los edificios, industrias, infraestructuras, plantaciones y masa ganadera es una característica permanente de la sociedad y economía cubanas desde los inicios de la revolución y a sus 63 años de gobierno (aunque se reportan nuevas construcciones en el sector turístico, el resto de la economía retrocede).

Junto a la descapitalización física y financiera de la economía, Cuba ha sufrido dos formas adicionales de descapitalización, la humana y la social. Por un lado, como resultado de la falta de oportunidades para mejorar las condiciones de vida, el país ha ido perdiendo su personal mejor preparado, su capital humano, incluso el que el propio Estado desarrolló como uno de los logros esperados del socialismo cubano. Por otro lado, las restricciones impuestas a las iniciativas privadas para organizar actividades sociales, culturales o políticas han impedido el desarrollo del capital social del país, o sea el conjunto de relaciones interpersonales que enriquecen la vida de toda sociedad, ya dañado desde 1959 como resultado de las políticas intrusivas de un Gobierno que quiere controlar todos los aspectos de la vida nacional.

Pero la raíz del problema económico cubano es mucho más profunda. En una carta a su secretaria Celia Sánchez, escrita en junio de 1958, Fidel Castro declaró que "cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos (EEUU). Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero". Observando la conducta de Castro con relación a la economía, puede concluirse que, a pesar de sus declaraciones a favor del desarrollo económico y el mejoramiento del nivel de vida de los cubanos, especialmente los más pobres, tales metas no eran sus objetivos principales. Desde la perspectiva actual puede concluirse que la revolución se hizo con fines inconfesables, básicamente los de utilizar los recursos económicos del país en función de una agenda personal contraria al interés de los cubanos.

El legado de Fidel Castro es el esperpento de economía que le ha dejado a los cubanos que mal sobreviven en la Isla, una economía eminentemente inválida, que necesita con urgencia cambios profundos en el personal gobernante, en la estructura institucional del Estado y en el sistema productivo para que permita que la libertad de los cubanos les haga posible volver a ser los dueños de su economía y, de paso, su nación.

Jorge A. Sanguinetty
Texto y foto: Diario de Cuba, 29 de agosto de 2022.