lunes, 27 de julio de 2020

El hampa habanera se reinventa


Al mediodía, Sheyla recibió un mensaje por WhatsApp de un cliente VIP. Luego de maquillarse, ceñirse un vaquero azul claro con parches en las rodillas, ponerse una blusa blanca escotada y unos Nike Air Force, se despidió de su madre que dormitaba en la sala y llamó a un chofer particular que por diez cuc la llevaría hasta el Vedado.

"Negocios son negocios", dice Sheyla. "Incluso en tiempos de pandemia y cuarentena, a la hora de hacer caja, el deber me llama", comenta con una sonrisa franca. Desde hace cinco años es jinetera. “De clase media alta", proclama con orgullo. Y subraya: "Tocando a la puerta de las prostitutas exclusivas”.

En Cuba, la prostitución es ilegal. Pero a veces hay tanta impunidad, que pareciera que las autoridades miran hacia otro lado. Existen varias categorías. Las más baratas son denominadas 'matadoras de jugadas'. Suelen ser muchachas de barrios humildes en las afueras de La Habana que se prostituyen por cinco pesos cuc la media hora. Por lo general, sus clientes son de lo peor de la fauna marginal. Hombres que beben alcohol a pulso, se alimentan poco y mal, viven en condiciones precarias y escapa del tedio, la pobreza y la falta de futuro comprando sexo barato.

En otro grupo se clasifican las chicas que cobran diez pesos cuc la noche. Más aseadas y atractivas, pero igualmente pobres, con historias de padres que no conocieron y parientes que abusaron de ellas. Le siguen las jineteras de más nivel. Jóvenes entre 18 y 30 años con una instrucción aceptable, suelen hablar inglés o italiano. Cobran de 50 a 100 dólares la noche. Dólares, léase bien, pues solo van a la cama con extranjeros o cubanos residentes en el exterior.

Las más instruídas pudieran ser médicas, ingenieras u otra profesión. Pero los salarios deprimidos y el deseo intenso de emigrar las lleva a prostituirse. Dentro del mundo del sexo tarifado, las jineteras cubanas se distinguen de sus homólogas occidentales porque no cobran por horas y porque el cliente es un objetivo a cazar sentimentalmente.

Las jineteras de clase media alta, como Sheyla, no tienen chulos que las exploten y suelen tener varios ‘novios’ extranjeros o cubanos radicados en otros países que mensualmente les giran dinero. De ese grupo selecto, explica Sheyla, “uno escoge al que más te cuadre para intentar casarse o vivir con él en un futuro. Hay que ser cuidadosa, muchos tipos te caen a mentiras. Tengo planes de emigrar a Estados Unidos y casarme con un cubano que está muy enamorado de mí. Si me sale bien, me retiro del bisne. Si no, me pongo a bailar gogo en Miami Beach”.

Con la llegada del Covid-19 las cosas cambiaron para muchas jineteras. El turismo se esfumó y cerraron bares, clubes y centros nocturnos. Las que tienen ‘novios’ fuera de Cuba y les envían giros internacionales están 'escapando' (resolviendo). También las que pueden vivir de sus ahorros o concertar citas con clientes privilegiados. Sheyla confiesa que “llevaba treinta y dos días sin estar con nadie ni salir pa’l fuego. Pero el dinero se va como agua. Entonces decidí contactar a un cliente de hace tiempo. Me paga cien dólares la noche y me trata como si fuera una princesa”.

Yordanka, adicta al gimnasio, tuvo más suerte. Estaba de 'faena' con un enamorado canadiense en un hotel en Cayo Coco, en la costa norte de la isla, cuando el gobierno cubano cerró las fronteras. Lo que parecía una semana de juerga terminó convirtiéndose en una relación formal. “Ha gastado cantidad de dinero. Lo traje para mi casa. Llevamos casi cuarenta días sin salir a la calle. Le pagamos a un vecino para que nos traiga la comida”, cuenta Yordanka.

Abdiel, listero de la lotería ilegal conocida en Cuba como la bolita, señala que al principio de la cuarentana el negocio se vio afectado. “Imagínate, la mayoría de los centros de trabajo cerraron y en la calle había poca gente. Teníamos que visitar una por una las casas de los principales apostadores y decidimos dejar de recogerle a los que juegan menos dinero. Desde que creamos un grupo de WhatsApp, las recogidas han subido, aunque no al nivel de tiempos normales, cuando recogía cuatro mil pesos diarios en cada una de las dos tandas. Ahora tengo días de recoger tres mil y pico”.

Abdiel aclara que no tienen problemas con los que tienen tarjeta Transfermóvil de Etecsa. "Ellos ponen el dinero jugado en el número de mi cuenta. Los que no lo tienen, hacen sus apuestas, le tomo una captura de pantalla y después paso a recoger el dinero en efectivo o a pagarle el premio si ganaron algo. Claro, son gente de confianza”.

Según personas consultadas. a los vendedores clandestinos de ron, sicotrópicos y drogas las cosas les están yendo mejor de lo previsto. “El alcohol no cree en coronavirus ni situación coyuntural. Donde quiera venden ron, pero los precios son muy caros. Yo tengo ron del bueno, sacado de la fábrica, a 50 pesos la botella. Y me vuela. Supongo que la gente encerrada entre cuatro paredes y sin comida, opta por darse unos tragos para olvidar los problemas. El pitcheo está durísimo y el alcohol relaja”, precisa una fuente.

Un vendedor de marihuana y melca asegura que al detenerse la vida nocturna, "los precios del polvo y la yerba bajaron. Un gramo de coca estaba entre 100 y 130 cuc, en estos momentos se vende a 90 cuc. Y el cigarro de marihuana yuma (foráneo) costaba a cinco cañas, ahora cuesta cuatro. El cambolo sigue al mismo precio, 2 cuc pesos cada piedra. Y las pastillas entre 20 pesos y un cuc. El negocio no está pa’hacer una fiesta, pero no me quejo”.

Sheyla, jinetera de clase media alta, confiesa que está harta de la cuarentena. Extraña los tragos de caipirinha y el reguetón a toda mecha en las discotecas habaneras. “La pincha de nosotras es de contacto directo. Sin nasobuco ni nada. Ahora hay con andar con cautela, no vaya que ser que un cliente tenga el coronavirus. Estoy a punto de volverme loca encerrada en mi casa. Y eso que, gracias a Dios, tengo comida y ciertas comodidades”.

La que se sacó la lotería fue Yordanka. “Quien lo iba a decir. Que conocería a mi futuro esposo en plena pandemia del Covid-19”. Dentro de unos meses, Yordanka se ve vestida de blanco y del brazo de su pareja. No le importa si la boda la celebran La Habana, Cayo Coco o Varadero. Pero la idea de seguir viviendo en Cuba se le antoja difícil.

Iván García
Foto: Tomada de un fotorreportaje sobre el turismo sexual en Cuba publicado en El País ante de la pandemia del coronavirus.
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lunes, 20 de julio de 2020

Lo que se le pide a Díaz-Canel


Pocas horas antes del domingo 10 de mayo, Abdiel, socio de Cuber, un negocio que oferta a domicilio viandas, hortalizas y frutas, entre otros alimentos, contactó por WhatsApp con el resto de emprendedores en busca de opciones para impedir que las lluvias anunciadas afectaran la distribución de cakes por el Día de las Madres.

Fue una reunión exprés, cuenta Abdiel, diez minutos de conferencia telefónica en la que se dispuso que los choferes encargados de repartir los cakes se presentaran una hora antes de lo acordado para que la entrega se efectuara a tiempo. En diez minutos se calculó el gasto de combustible, el pago a los choferes contratados, a las dulcerías particulares y las ganancias que recibirían cada uno de los empleados después de la jornada de trabajo.

Cuber, como otros negocios particulares, no necesitó banda ancha de internet, extensas reuniones ministeriales con decenas de ministros y funcionarios para buscar soluciones creativas a los problemas que provoca la estacionaria crisis económica agravada por el Covid-19 y el agudo desabastecimiento de alimentos que asola a Cuba.

“Y mira que tenemos razones para quejarnos. Nunca el gobierno implementó un mercado mayorista, los impuestos son excesivos y abusivos, debieran deducirlos de las ganancias, no de los gastos, en fin… La lista de problemas es amplia, pero si vamos a detenernos en ellos jamás saldríamos adelante”, comenta Abdiel y añade:

“Incluso, por muy creativos que seamos, si el Estado no encuentra soluciones a los problemas económicos, a la larga tendremos que cerrar. Un emprendedor no puede inventar la carne de puerco ni la malanga. Pero sabemos cuáles son los mecanismos para estimular la producción agropecuaria. Es simple: eliminar Acopio como intermediario y que cada campesino siembre, produzca y venda sus cosechas a quien desee. Es tan fácil que no entiendo por qué el gobierno se empantana con el tema de la producción agrícola”.

Mientras el sábado 9 de mayo un grupo de emprendedores privados en diez minutos encontraban soluciones a sus problemas, Miguel Díaz-Canel, el presidente designado por Raúl Castro, se reunía con varios ministros y funcionarios en el Palacio de la Revolución, en busca de respuestas a la crisis económica y de salud pública provocadas por el Covid-19.

En cada sesión, por videoconferencia, la plana mayor del régimen se comunica con los gobernantes provinciales y municipales. Damián, miembro del partido comunista, cuenta algunas interioridades de esas reuniones.

“Primero cada funcionario o ministro de un organismo determinado lleva su plan o agenda, casi siempre alejado de la realidad, cargado de mentiras, sin un estudio a fondo y repleto de jergas y tecnicismos. La primera parte del discurso es culpar al bloqueo (embargo) de todos los problemas, ya sea el barco que no ha traído petróleo o el barco que no trajo el pollo o la harina de trigo. Si hay dificultades en la comercialización, se culpa a los 'factores', que nunca tienen nombre ni apellido. De las colas se culpa al pueblo y al final plantean que la solución es más economía planificada y más mano dura con los irresponsables que no cumplen el distanciamiento social durante la pandemia. A modo de conclusión, Díaz-Canel o Manuel Marrero, el primer ministro, 'bajan una muela' (hacen una intervención) preelaborada. Al día siguiente se vuelven a reunir. Desde que Díaz-Canel es presidente, lleva dos años de reunión en reunión. Antes del coronavirus viajando por todas las provincias, ahora de lunes a viernes, acumulando horas-nalgas sentado en una butaca giratoria en un salón con aire acondicionado y con su nasobuco (mascarilla)".

Varios economistas de calibre han publicado sus opiniones con respecto a Cuba. Todos coinciden, desde luego, que el Covid-19 ha puesto al desnudo las carencias estructurales de la economía nacional. Juan Triana, Pedro Monreal, Pavel Vidal, Omar Everleny y Carmelo Mesa-Lago, entre otros, una y otra vez han subrayado cómo deberían ser las reformas económicas que debieran ser emprendidas por el gobierno.

No todos creen en el liberalismo a pulso. Ni siquiera hablan de democracia o libertad de expresión. Se centran en el tema económico y le piden al gobierno que tome nota de la experiencia china o vietnamita, países regidos por un partido comunista que ha logrado crecimientos económicos impresionantes gracias a la economía de mercado.

Los más liberales, consideran que las transformaciones económicas debieran estar acompañadas por reformas políticas. Pero la parálisis de la autocracia verde olivo es tan profunda, que ni siquiera intentan reformas al estilo chino. El coronavirus fue el catalizador que provocó la tormenta perfecta, debido a factores internos y reformas aplazadas por el régimen castrista. Si la unificación monetaria se hubiera realizado en tiempo y forma, se hubiera permitido que los profesionales pudieran abrir negocios particulares, incentivado las cooperativas y privatizado instituciones estatales que no funcionan como la gastronomía, unido a un alza de salario sustancial, probablemente el país estaría en una mejor situación para afrontar la posterior crisis económica que la pandemia legará a escala mundial.

Pero el Covid-19 cogió al régimen fuera de base. Manipulando cifras, no hablando con claridad, con una narrativa delirante y una ristra de promesas incumplidas. Pese a los malos augurios económicos, a la crispación ciudadana que pudiera desembocar en estallidos sociales y a la crisis alimentaria de corte africana que padece hoy Cuba, si Díaz-Canel fuera capaz de diseccionar correctamente el actual escenario, y es un hombre honesto, existen soluciones factibles para salir del atolladero.

Cuba está abocada a una crisis comparable con la del Período Especial en la década de 1990. Probablemente menos profunda en términos de PIB, pues en aquella etapa se perdió un 35% del producto interno bruto, la economía no estaba tan diversificada ni el turismo se había consolidado, como tampoco la exportación de servicios médicos y de productos de la biotecnología generaban la cantidad de divisas que generaron posteriormente.

Pero el desgaste por la mala administración del país provoca que los cubanos de a pie no confíen en sus gobernantes.

De una manera u otra, los cubanos llevan treinta años viviendo en una crisis económica estacionaria. Aunque ya habían vivido momentos muy difíciles, como la Ofensiva Revolucionaria en 1968 y el fracaso de la Zafra de los 10 Millones en 1970,por solo mencionar dos ejemplos, consideran que el Período Especial se atenuó, pero no terminó. En todos y cada uno de esos momentos la administración de la economía por parte de las autoridades ha sido deficiente.

El régimen no supo aprovechar el caudal de dólares que llegaba de Venezuela. En la primera década de este siglo, el gobierno de Hugo Chávez giraba anualmente hacia La Habana entre tres mil y cuatro mil millones de dólares por concepto de prestación de servicios médicos, deportivos y profesionales. Además de enviar a Cuba más de 100 mil barriles diarios de combustible a precio de saldo. Era una época donde el barril de petróleo alcanzó cifras récord.

Incluso la Isla se ubicó en el puesto 38 en la exportación de petróleo, al reexportar un 30 por ciento del combustible que llegaba desde Venezuela. ¿En que se gastó ese dinero? Fueron años donde supuestamente la economía creció entre un 9 y un 12 por ciento. Al nivel de los tigres asiáticos (Corea del Sur, Singapur, Taiwán y Hong Kong).

Es tan evidente el desastroso desempeño económico de Cuba y Venezuela, abrazados a modelos disfuncionales y atrapados en crisis que nunca tocan fondo, que cualquier Estado medianamente serio comprende que deben renunciar a repetir esos disparates.

Urge reformar la economía desde los cimientos. Aprobar leyes que propicien la inversión extranjera, que incluya a los cubanos radicados en el exterior. Desatar las fuerzas productivas internas. Y derogar para siempre el bloqueo interno del régimen contra el pueblo. No se le pide otra cosa al gobierno de Miguel Díaz-Canel.

Iván García

Foto: Díaz-Canel a su llegada a la Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno de la Unión Europea y la Comunidad de Estados Americanos y Caribeños (CELAC), celebrada en Bruselas, Bélgica en junio de 2015. Tomada del artículo Raúl Castro estaría preparando a Díaz-Canel para una sucesión anticipada o algún imprevisto, de Juan Juan Almeida, publicado en diciembre de 2016 en Martí Noticias.

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lunes, 13 de julio de 2020

Cuba, 60 años de colas



Hacer cola en Cuba es una especie de catarsis. Las personas charlan durante horas de su familia, de política o problemas conyugales. Mientras en una parroquia un cura espera en silencio la confesión de nuestros pecados, en una cola el interlocutor es cualquier persona. Ni siquiera hace falta conocerse.

A veces las colas duran un par de horas. Otras se extienden por una semana. O quince días. Leticia, ama de casa, recuerda que a finales de la década de 1980, estuvo diez días en una cola para comprar alimentos y confituras en la antigua tienda Sears, a un costado del Parque de la Fraternidad, en el corazón de La Habana.

Antonio, un anciano cascarrabias, padre de cinco hijos y abuelo de ocho nietos, asegura que aprendió a jugar ajedrez en una cola de seis noches, esperando que abastecieran de carne de cerdo para celebrar el año nuevo.

Para Teresa, enfermera jubilada, las colas le traen buenos recuerdos. En los años 70 en una cola en la carnicería de su barrio donde iban a vender hígado de res, conoció a su actual esposo y padre de sus dos hijos.

Es difícil que un cubano nunca haya hecho una cola. Por cualquier cosa: un trámite burocrático, comprar papas o una camisa de cuadros Made in China. Entre un calor húmedo y pegajoso, a pesar de ser las cuatro de la madrugada, y un enjambre de mosquitos que la gente intenta espantar a manotazos, Rubén, amante de la pesca costera, afirma que en una “cola hay que tener la paciencia de un buen pescador y la voluntad de un maratonista olímpico”.

“A veces picas y consigues lo que buscas. O te pones fatal y haces la cola por gusto. No siempre las colas son directas. Hay casos que primero se hace una cola para que te den un turno. Entonces con ese turno es que aseguras un puesto en la siguiente cola, porque últimamente llegan pocos productos a los mercados. Hace dos semanas hice una cola de tres horas para coger un turno que me permitiera comprar un paquete de galletas. El turno era para comprar al día siguiente. Pero solo vendieron hasta el número 50 y yo tenía el 93. Dos semanas después vendieron de nuevo galletas y fue cuando pude comprarlas”, cuenta Rubén.

Hace tres días, en una cola para comprar módulos de viandas en el mercado agropecuario del Mónaco, en La Víbora, Anselmo, ex tabaquero jubildo, junto a varios conocidos del barrio, repasaban la historia de las colas y las crisis económicas en Cuba. “Que yo recuerde, y tengo ochenta y dos años, después de triunfar la revolución, hasta octubre de 1960, todavía en tu casa podías tomarte una malta con leche condesada y en cualquier cafetería, almorzar un pan con bistec de res, ruedas finas de cebolla y papas fritas. Tomarte una tacita de café de verdad, no ese café mezclado con chícharos que venden ahora. Con leche de vaca que vendían en litros, preparar una champola de guanábana o chirimoya o un batido de mamey. En el antiguo mercado de Cuatro Caminos, por dos pesos podías comprar un pargo grande y fresco, y por diez pesos, un puerco mamón para asar”, rememora Anselmo y añade:

“Con la reforma agraria comenzaron a escasear los productos agrícolas, sobre todo las frutas cubanas. Fidel decía que la culpa era de los transportistas privados que eran contrarrevolucionarios y dejaban pudrir las cosechas. Luego nacionalizó el flete de carga, creó ese desastre llamado Acopio, y las viandas y hortalizas se perdían por temporadas. En 1962 se agudizó el bloqueo y gradualmente empezar a desaparecer las cosas, desde un cepillo de diente hasta las manzanas de California. En marzo del 62, Fidel implementó la libreta y dijo era provisional, que desaparecía antes de diez años, por las reformas emprendidas en la agricultura, avicultura, ganadería bovina, caprina y la pesca. Y aseguraba que tendríamos tanta malanga, leche y carne de res que nos convertiríamos en una potencia exportadora de alimentos. Pero se equivocó. La prensa a cada rato recuerda al comandante, pero no dice que prometió todas esas cosas".

Caridad, ama de casa, asegura que ya a fines de 1960 comenzó la primera crisis económica. "Fue en 1968, cuando Fidel nacionalizó los timbiriches de fritas y los pequeños negocios. No había nada. Para comer en un restaurante tenías que tener un turno que te daban en el trabajo por méritos laborales. Los 70 también fueron durísimos tras el fracaso de la zafra de los diez millones. Una caja de cigarros llegó a costar más de veinte pesos. Comer caliente dos veces al día era un lujo, igual que ahora, y hasta los juguetes se vendían regulados, por la libreta”.

Carlos, sociólogo, considera que las crisis económicas en Cuba son estacionarias. “Hubo un pequeño oasis, a mediados de los años 80. Entonces, un trabajador con su salario podía alimentar a su familia. En esa época funcionó el llamado Mercado Paralelo, donde en venta libre se ofertaba jugos embotellados de Bulgaria y otros productos provenientes de los ex países socialistas de Europa, y nacionales, a precios accesibles, jamón viking, embutidos de calidad, helados, yogurt, mantequilla, queso crema, confituras y dulces en conserva, entre otros. Al existir una flota pesquera (que luego Fidel desguazó y vendió como chatarra), vendían calamares y diferentes tipos de pescados. Eso duró un par de años. Ha sido la única etapa donde el salario tuvo un valor real”.

Según el sociólogo, con la llegada del Período Especial y hasta la fecha, el salario perdió todo su valor. "Se pagaba en una moneda devaluada. Y para comprar alimentos y otras mercancías había que tener divisas. Esa distorsión provocó que se perdiera la motivación por el trabajo. La doble moneda propició un espejismo productivo en muchas empresas estatales, con canjes monetarios arbitrarios que provocaron que producir alimentos en Cuba resultara más caro que importarlos”.

Por una razón u otra, ya sea de carácter financiero o político, la economía en la Isla nunca ha carburado. Los expertos señalan diversas causas. La principal es la planificación y estatización de esferas económicas que debieran funcionar según la oferta y demanda. Yoel, economista, considera que China y Vietnam son el mejor ejemplo de que un país con gobierno marxista puede tener un loable crecimiento económico si apuesta por la economía de mercado.

“Mientras la antigua URSS giraba millones de rublos a Cuba, según algunos expertos casi dos veces más que el Plan Marshall de Estados Unidos a naciones de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, Fidel Castro se burlaba del bloqueo y ni siquiera lo mencionaba. A pesar de esa inyección de capitales, la industria cubana no creció, tampoco la agricultura y las estructuras económicas tenían cimientos endebles. Cuando desapareció el campo socialista, Cuba debió apostar por la experiencia china, pero el régimen siguió apostando al voluntarismo y la economía de comando".

En opinión de Yoel, solo aplicaron algunos parches y limitadamente permitieron inversiones extranjeras. "En eso Chávez llegó al Palacio de Miraflores y alargó la respiración artificial del inoperante modelo económico cubano. Entonces Venezuela tenía recursos y el petróleo tenía altos precios. Cuba incluso reexportaba un 30 por ciento del combustible que Venezuela le entregaba. Pero es tan ineficiente el modelo cubano, que ni en época de vacas gordas supo equilibrar la balanza comercial, aumentar el consumo interno, mejorar calidad de vida e incrementar salario de los trabajadores. Gran parte de ese dinero lo administraron empresas militares en la construcción de hoteles, construcciones que en los últimos diez años han gastado casi veinte mil millones de dólares”.

Le pregunté a diez personas que habitualmente hacen colas para comprar alimentos, medicinas y artículos de aseo cuál es la etapa económica más compleja que ha vivido. Las diez personas consultadas nacieron a partir de 1970. Por lo tanto, sus épocas a comparar son dos: el Período Especial de los 90 y la 'situación coyuntural' .

Todos coincidieron en que el panorama actual es más complejo que el de los 90. Margot, profesora, explica por qué: “El Período Especial fue durísimo, con apagones de doce horas diarias. Pero por la libreta de racionamiento te otorgaban más alimentos. Cuando se despenalizó el dólar en 1993, el que tenía divisas, podía comprar alimentos variados y de calidad en las tiendas por divisas. Ahora ni por divisas encuentras comida y mucho menos variedad”.

Los cubanos tienen el inusual récord de llevar 60 años haciendo colas.

Iván García
Caricatura de Osval, tomada de Colas sintomáticas, publicado en el periódico Escambray, Sancti Spiritus, el 10 de junio de 2020.
Ver video Hoy peor que ayer: las colas en Cuba,subido a Diario de Cuba el 6 de mayo de 2020.

lunes, 6 de julio de 2020

"Hace 31 años que no como bistec de res"



La madrugada está fresca. Magda, 29 años, utiliza la aplicación WhatsApp para evadir la prohibición de hacer colas promulgada por las autoridades cubanas en tiempos de coronavirus. Son las dos de la mañana y ocho personas intentan espantar el sueño hablando naderías o haciendo chistes con sus mascarillas artesanales puestas.

Un dependiente del mercado le vende la información de cuándo va a entrar pollo, hígado de pollo, picadillo de pavo, salchichas o hamburguesas. “Se le paga cinco pesos convertibles para que nos avise la llegada del camión con algunos de esos productos. La mayoría de las personas de la cola son del barrio, si pasa la policía podemos alegar que no tenemos sueño. Hacemos la cola al doblar del mercado, a media cuadra. Tenemos un vigía que nos avisa y si viene un patrullero, nos disgregamos y escondemos en nuestras casas”, cuenta Magda, madre soltera de dos hijos, quien además de hacer colas pone extensiones de pelo y arregla uñas.

El mercado está ubicado en una zona tranquila, rodeada de grandes framboyanes que delimita las barriadas de La Víbora y Santos Suárez. Hernán, jubilado, está sentado en el portal de su casa junto a dos vecinos suyos. “Si sumamos las edades arañamos los 250 años”, dice. En un radio portátil escuchan un programa de boleros. Cuando el presentador anuncia Lágrimas Negras, interpretada por Diego el Cigala y acompañado al piano por Bebo Valdés, hacen silencio.

Terminada la canción regresan las nostalgias y y los recuerdos. “Qué Habana aquella. Si tenías cuatro pesos en el bolsillo, los fines de semanas podías beber cerveza y bailar con tu pareja escuchando a Benny Moré en el Alibar. o ver a la Lupe en La Red y si tenías un poco más de dinero, ibas a Tropicana, donde el Caballón (Bebo Valdés) acompañó a Nat King Cole cuando estuvo en La Habana”, rememora uno de los ancianos.

Hernán cierra los ojos como si quisiera atrapar el pasado. “Sí señor, qué Habana aquella. Los bares con sus victrolas y en cualquier fonda te comías una completa y en los timbiriches, una frita por diez centavos o un pan con bistec de res por quince centavos”. Cerca, dos habaneros jóvenes escuchan. Hernán les pregunta cuándo fue la última vez que comieron camarones enchilados, pargo asado o bistec de palomilla.

“Camarones al ajillo lo he comido un par de veces, cuando unos parientes que viven en Miami me invitaron a un hotel todo incluido. Y carne de res hace tres años que no pruebo ni la de segunda”, responde uno de los jóvenes. Uno de los ancianos comenta: "Has sido más afortunado yo, pues la última vez que comí un bistec de palomilla fue cuando se cayó el Muro de Berlín. De eso hace ya 31 años, fue en la primera quincena de noviembre de 1989 cuando compré por la libreta mi cuota de carne de res, que ya después el gobierno no la dio más. Todavía las guaguas Leyland circulaban por La Habana”.

Comienzan los chistes. “En Cuba al bistec de res le dicen Jesucristo: se habla de él, pero nadie lo ha visto”. O “en Miami se come el bistec de vuelta y vuelta y en Cuba das mil vueltas y no encuentras un bistec”. Todos ríen. Típico de los cubanos, burlarse de sus propias desgracias. Pero enseguida se ponen serios. Hernán baja la voz y dice: “Ahora todos los días en el noticiero o en el Granma hablan del hambre que están pasando en Estados Unidos. Como si fuéramos bobos. Tenemos familiares y amigos en Miami y esa gente no está gorda por gusto”.

El debate se enciende. Las personas que hacen colas critican al régimen en duros términos. “La princesa Mariela Castro es una cara de guante, decir que ella está preocupada por el pueblo norteamericano cuando aquí la mayoría de los cubanos come caliente una vez al día y no ve la carne hace años. La proteína que estamos comiendo es pollo y salchichas, si tienes suerte de comprarlo después de cinco horas de cola. De lo contrario, como los frijoles están desaparecidos, arroz blanco, boniato hervido y croquetas de averigua que saben a rayo”, expresa alguien.

Todos en la cola coinciden en que si el gobierno no hace profundas reformas económicas y no le da libertad a los campesinos para producir, podría desatarse una hambruna en Cuba. “Que busquen soluciones a la escasez de comida. Porque van a tener que recoger con palas a los viejos muertos por el hambre en la calle”, indica otro.

Mientras la prensa oficial abre fuego con toda su artillería al modo de vida en Estados Unidos, el régimen verde olivo no tiene un plan de salida al complejo panorama interno donde confluyen una pandemia, crisis económica, arcas gubernamentales vacías y un sistema que en seis décadas no ha podido satisfacer la alimentación del pueblo.

Ha habido incapacidad administrativa y política. Y también se ha mentido. Si en archivos, videotecas o internet se revisan los extensos discursos de Fidel Castro, se encuentran innumerables citas asegurando que Cuba exportaría tanta carne de res, queso, leche y productos agrícolas, que se convertiría en una potencia mundial.

Erasmo, un ex ganadero que ahora vende tabletas de maní molido para sobrevivir, hace cincuenta años trabajó en una vaquería ubicada en el Valle de Picadura, en la actual provincia de Mayabeque, una comunidad donde Castro puso a prueba un modelo de producción ganadera que terminó en el más rotundo fracaso.

“En el Valle de Picadura estuvo un científico francés André Voisin, que nos enseñó técnicas modernas de pastoreo para alimentar el ganado. Fidel visitaba la granja a diario. Se hicieron cruces con la Holstein canadiense y con ganado de elevado rendimiento de Estados Unidos. Se les denominó F-1 y F-2 en evocación al comandante. Las vaquerías tenían aire acondicionado en los cuartones de ordeño. Toda la extracción de leche era mecánica. Y de fondo, como terapia para las vacas, una sinfonía de Beethoven que te daba la sensación de haber llegado al paraíso”, explica Erasmo.

Cincuenta años después el Valle de Picadura es una comunidad fantasma. En busca de un futuro diferente, los pobladores más jóvenes huyen hacia La Habana o emigran al país que les facilite una visa.

Cuando en las tiendas por divisas había carne de res, un kilogramo costaba entre 9,80 y 11,80 cuc, dependiendo del corte. Una cifra superior al salario mínimo y equivalente a un tercio del sueldo de un profesional. Diario Las Américas indagó con varias personas radicadas en Miami si suelen comer carne o son vegetarianos o veganos.

Germán, albañil, dice que come carne de res tres veces a la semana. “Llevo cinco años en Estados Unidos. Al principio, almorzaba, comía y hasta merendaba carne de res. Actualmente diversifico mi alimentación. Yo soy considerado pobre aquí, pues gano menos de dos mil dólares mensuales, pero puedo comprar diversos cortes de carne de res, además de queso, pescado y leche descremada. Claro que el periódico Granma miente. Con el coronavirus se limitó la cantidad de carne a comprar por cada consumidor. Pero te podías llevar a casa tres bandejas que en su conjunto eran más de diez libra de carne de res. Una cantidad que, excepto los mandarines, no come el pueblo cubano en un año”.

Iliana, periodista, precisa que hay varias cadenas de mercados. Unos más caros que otros, pero todos asequibles incluso para personas que viven en la extrema pobreza. “Yo hice mi última compra en Winn Dixie que es un mercado para bolsillos promedio. Pero si vas a la cadena Presidente puedes comprar más barato. Por ejemplo cinco libras de pechuga de pollo deshuesada y sin antibióticos cuestan 9.58 dólares, cinco libras de falda de res 8.18, cuatro libras de carne de cerdo 7.22, diez libras de filetes de pescado 29.07 y dos libras de camarones frescos 16.22 dólares”.

Diosbel, mecánico automotriz, considera que la comida no es un problema en Estados Unidos “Una persona que vive sola y gana un salario mínimo, con 500 dólares desayuna, almuerza y come lo que desee, que no es lo mismo que comer lo que haya, como en Cuba. Aquí los problemas son otros. El alquiler, sobre todo en Miami que es carísimo, o pagar las deudas estudiantiles. Pero no lo comida”.

Amanece en La Habana. La cola en el mercado ya es una aglomeración. Magda, avisa a los ancianos para que ocupen su puesto antes que pasen la lista. “Ya deben tener los estómagos llenos de hablar toda la madrugada de la carne de res y lo que comían antes de la revolución" y sonriente les dice: "Pónganse las pilas, pues si no comerán arroz pelao”.

Hernán tiene el número 82 en la cola. No sabe si podrá comprar pechugas de pollo. Si alcanza, le va pone diez pesos al número 82 en la ilegal lotería conocida como la bolita. De lo contrario, probará suerte en una próxima cola.

Iván García
Foto: Bistec de res con cebolla y arroz blanco. Tomada de Receta Cubana.
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