lunes, 24 de febrero de 2020

El comunismo es algo extravagante en Cuba


La ideología comunista no está de moda en Cuba. Incluso, muchos de los que públicamente apoyan al régimen instaurado por Fidel Castro, no se consideran marxistas.

Renán, 42 años, quien conduce un taxi climatizado durante doce horas en zonas turísticas de La Habana, cuenta que en su empresa estatal le propusieron ingresar al Partido Comunista de Cuba (PCC). “El jefe de núcleo en la base, desde hace tiempo, intenta convencerme para que ingrese al partido. Una tarde se me acercó a meterme una muela política y me propuso ser miembro. Yo le dije que ya era suficiente manejar doce o trece horas el taxi y estar buscando comida para mantener a mi familia. No quería más responsabilidades. Pero el hombre es duro de pelar y seguía con su propuesta. Entonces le conté que pensaba marcharme del país, para que me dejara tranquilo. A estas alturas del juego casi nadie quiere afiliarse al partido”.

Nayda, 16 años, estudiante de onceno grado, por sus excelentes notas académicas y buen comportamiento escolar fue propuesta para ingresar a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). “Primero habló conmigo una funcionaria de la juventud del municipio Diez de Octubre que me dijo que era un honor pertenecer a la organización. Me intentó convencer para que cuando terminara el preuniversitario ingresara en un una carrera militar. Me dijo que tendría todas las condiciones materiales garantizadas y que en esa academia la alimentación era de primera clase. Le dije que no me interesaba ninguna de las dos cosas”, comenta Nayda.

Eberto, 53 años, jefe de almacén en un centro nocturno, explica que en su empresa “prácticamente montaron una operación de cacería para que yo ingresara al partido. Cualquier evasiva que le daba, que era religioso, masón o no me interesaba el marxismo, me respondían que ahora al partido podía ingresar cualquiera. Lo único que se pide es fidelidad a la revolución y a Fidel. Yo les dije que era revolucionario y fidelista, pero no tenía interés en afiliarme a ninguna organización y mucho menos pasar un curso en una escuela del PCC, que era lo que querían en mi empresa. No soy bobo, donde está el billete es en el centro donde trabajo. No comiendo catibía en una escuela partidista”.

Norge, ex oficial del DTI que laboró en la refinería Ñico López, al este de La Habana, cuenta que no le quedó más opción y aceptó el carnet del partido, porque era instructor de delitos económicos. "Como ya me retiré quiero pedir la baja. Tengo a mis hijos en Estados Unidos y si quiero visitarlos o residir allá va ser difícil que me den visa si digo que soy militante del partido”.

Un funcionario que fue miembro del PCC en el municipio Cerro, ya jubilado, afirma que "desde que desapareció el antiguo campo socialista ha disminuido la membresía, tanto en el partido como en la juventud comunista. En las décadas de 1970 y 1980 era un orgullo pertenecer al PCC y la UJC. Se aceptaban a los mejores. Ahora se aceptan a católicos, babalaos y abakuás, algo que contradice las teorías marxistas. Hace 30 años había un millón de militantes en el PCC y una cifra similar en la UJC. En estos momentos la cantidad de miembros ha caído a la mitad”.

En la enciclopedia digital EcuRed, autorizada por el régimen, se destaca que en la actualidad la membresía de la UJC es de medio millón de personas. En el acápite correspondiente al PCC ni siquiera mencionan una cifra actualizada de afiliados. Wikipedia sí ofrece un dato: 670 mil miembros en el PCC. Pero la estadística es de hace tres años.

Según el ex funcionario del partido municipal, cada año renuncian al partido cientos de personas. “Las causas son diversas. Muchos intuyen que pertenecer al partido no trae ningún beneficio. Hay gente que se enrola en el partido pensando que el carnet le puede resolver un montón de cosas materiales. Los únicos que obtienen beneficios son los cuadros profesionales que trabajan en los comités municipales y provinciales. Y por supuesto, los que pertenecen al Comité Central, Buró Político, Consejo de Estado y de Ministros, donde reciben cestas de alimentos, dietas en divisas, buenas casas, internet de banda ancha y autos con chofer".

Diario Las Américas le preguntó a 18 personas, en edades comprendidos entre 17 y 70 años, si se consideraban marxistas o creían que el comunismo es la solución a los problemas de Cuba, y los 18 respondieron que no.

Saúl, economista, considera que el comunismo es una utopía inalcanzable. "Fidel Castro intentó probarlo en Cuba. En los años 60, en el poblado pinareño de San Julián, se utilizaron métodos comunistas. Pero no funcionó. Ninguna sociedad en el mundo ha alcanzado el comunismo. Y la sociedad que lo antecede, el socialismo, es como un edificio que nunca acaba de construirse. La única diferencia entre el socialismo y el capitalismo es en la forma de enfocar la economía y la plusvalía. Mientras la economía en el capitalismo desarrollado es liberal y potencia las pequeñas y medianas empresas privadas, en el socialismo la mayor parte de los medios de producción pertenecen al Estado. La plusvalía en el capitalismo la gana el empresario y sirve para perfeccionar sus mercancías, hacer dinero y generar más riqueza. En el socialismo las ganancias de las empresas se las lleva el Estado para mantener al pesado bloque de burócratas que frenan el desarrollo y la productividad dentro de la sociedad”.

Por su parte, el ex funcionario del partido en el municipio Cerro, asegura que debido al envejecimiento poblacional y la emigración, la membresía de las organizaciones comunistas cubanas continuará cayendo en picada. Y subraya: “La provincia con peores índices, donde cada vez es más difícil captar personas para que ingresen a la policía, fuerzas armadas o el partido comunista es La Habana. Un dato: muchos integrantes del Buró Político y el Consejo de Estado, inclusive algunos dirigentes provinciales, no nacieron en la capital”.

Si en Cuba el comunismo es algo extravagante, en La Habana lo que está de moda es el reguetón.

Iván García
Foto: Valla en una carretera cubana. Tomada de la web de Radio y TV Martí.

lunes, 17 de febrero de 2020

Darcy Borrero: "No me alejaría nunca del periodismo"


La Güinera, a 45 minutos del centro de La Habana, es el típico distrito de casas bajas con una iglesia católica, un centro comercial, una unidad policial y un pequeño cementerio de los que abundan al sur de la ciudad. Bordeando la Calzada de Bejucal, limita al norte con Párraga, al sur con el municipio Boyeros y al este el Reparto Eléctrico con sus horribles edificios-dormitorios de arquitectura soviética.

Las callejuelas adyacentes, oscuras y mal asfaltadas, no pocas veces son territorio de masturbadores públicos y atracadores. No hay hoteles cinco estrellas. Ni los tres Papas que han visitado la Isla, ni los Reyes de España ni el presidente estadounidense Barack Obama en sus recorridos incluyeron La Güinera, un lugar donde la gente bebe alcohol por cualquier motivo, las broncas son de coger palco y la violencia doméstica está a la orden del día.

A siete cuadras de la Calzada de Bejucal, entre casas de madera y paredes de bloques a medio repellar, vive Darcy Borrero Batista, periodista, poeta y ensayista nacida el 12 de diciembre de 1993, en el municipio de Palma Soriano, Santiago de Cuba. Vino al mundo en pleno Período Especial.

Darcy forma parte de una hornada talentosa que ha situado al periodismo narrativo cubano en un primer plano. En las redacciones de revistas y periódicos los reporteros más sobresalientes escriben bien, pero poco. Ella no solo escribe mucho, también redacta muy bien. Actualmente publica en varios sitios independientes (El Toque, El Estornudo, Tremenda Nota) y textos suyos han aparecido en Washington Blade y The HuffPost México. En septiembre de 2019 fue una de las firmantes de la Declaración de la Prensa Independiente de Cuba .

Por si no bastara, habitualmente participa en talleres narrativos y tertulias de poesía. El colega que me la recomendó me dijo: “En más de veinte años de trabajo mi curriculum es de cinco líneas y el de esa muchacha es de cuatro párrafos. Una abeja reina obrera”. Ha ganado varios premios de poesía y periodismo. Se mueve con soltura en cualquier género periodístico. Si le dieran escoger, prefiere el reportaje de fondo.

No puso reparo en ser entrevistada el viernes 13 de diciembre, un día después de cumplir veintiséis años. Quedamos en vernos en mi apartamento del barrio La Víbora. Llegó puntual. Vestida sin estridencias y sonriente.

Darcy, en tu perfil en El Toque te preguntabas a ti misma quién eras. ¿Ya lo descubriste?

Tengo dudas todo el tiempo sobre quién soy, qué represento y por qué estoy aquí. Soy bastante religiosa, entonces eso a veces me hace creer, exageradamente, que tengo alguna misión, que estoy aquí para recorrer tierras también.

¿Qué religión profesas?

La yoruba, religión afrocubana. No soy fanática. Pero cuando estoy en Santiago de Cuba suelo ir al Cobre. Nací a 25 kilómetros del Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. Recuerdo que con cinco años enfermé de otitis y mi mamá me llevó una promesa a la iglesia. Parece que la Virgen escuchó, porque mejoré muy rápido. Y quizás ahí está un poco la raíz de esa fe.

¿Cuándo te trasladas a La Habana?

Tenía seis años cuando mi madre vino para la capital del país. Comencé el segundo grado en la escuela primaria Tomás Alva Edison, en La Víbora. Allí sufrí burlas de mis compañeros de clase. Era la ‘palestinita’ del aula. Imagínate, mi mamá vendía cremitas de leche en los alrededores de la escuela. Entonces algunos alumnos me decían ‘cremita de leche’. Pero las cosas fueron cambiando a medida que me fui integrando.

¿De dónde vienen tus inclinaciones literarias? ¿Hay algún periodista o escritor en la familia?

No. Tengo una tía que es filóloga, estudió en la antigua URSS, es especialista en literatura rusa. Pero después de su regreso nunca ejerció la filología. Mi mamá siempre se preocupó de que yo leyera. A pesar de ganar muy poco dinero, me llevaba a las ferias del libro, me compraba libros y buscaba que yo leyera. Por parte de padre tengo dos hermanas que son doctoras, pero periodista soy la única en la familia.

Terminas la secundaria e ingresas en el Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin, donde la mayoría de los alumnos eran hijos de altos funcionarios del gobierno y también los mejores estudiantes habaneros. ¿Cómo pudiste acceder a la crema y nata del bachillerato en Cuba?

Es que yo era muy aplicada. Nadie me regaló nada. Mi madre no tenía dinero para pagar los repasos con maestros particulares fuera del horario escolar. Tuve que esforzarme bastante. En ese tiempo, la evaluación en la secundaria era en base a 10 puntos y yo la terminé con 9.98. Mi mamá lo único que pudo comprarme fueron algunos libros y una mesita para que pudiera estudiar mejor. Te cuento una anécdota. Como sabes, la Lenin es una escuela que prioriza las ciencias. Yo era muy buena en letras, sobre todo en español, pero en matemáticas no tenía todas las herramientas, por las carencias que existen en la educación pública actual. La nota que obtuve para ingresar en la Lenin no fue alta. Pero me aceptaron. Ya en la Lenin, mejoré mucho en las asignaturas de ciencias.

Cuando ingresas en la Lenin la educación cubana iba en franco retroceso ¿Cómo eran las condiciones allí?

Sí, es cierto, pero la Lenin era atendida directamente por el Consejo de Estado, en Cuba estaba de moda la 'Batalla de Ideas' y a pesar de los apagones, los albergues tenían aire acondicionado y había agua fría y caliente para bañarse. Los profesores eran de lo mejorcito que había en el país. Después comenzaron los problemas con el agua y el último año lo pasamos en un preuniversitario en la calle.

Para estudiar periodismo en Cuba, además de buenas calificaciones, se necesita ‘integralidad y compromiso con la revolución'. ¿Antes de ingresar en la Universidad sentías vocación hacia el periodismo?

En aquel momento tenía tres opciones. Pedí Relaciones Internacionales, Periodismo y Química pura. La primera opción que pedí fue Relaciones internacionales, pero ya sabes que para ingresar en esa carrera hay que ser 'hijo de papá' o de un peso pesado en el gobierno. Aunque yo tenía méritos y llegué hasta las pruebas finales, a última hora, aun no sé por qué, me desecharon. Entonces opté por estudiar periodismo. Ahora lo agradezco infinitamente.

¿Estudiaste en la Facultad de Comunicaciones que queda en la Avenida de los Presidentes, en El Vedado?

Sí, Elaine Díaz, actual directora de Periodismo de Barrio, era profesora y nos dio conferencias. Una prueba teórica que nos hicieron la calificaron Elaine y Liliam Marrero, otra profesora de la Facultad de Comunicaciones.

¿Y qué calificación obtuviste?

Fui diploma de oro. El máximo eran 5 puntos y mi promedio fue 4.88. Aunque para ser sincera, cuando comencé a estudiar periodismo tenía unas cuantas lagunas. Luego con la práctica fui limando errores.

¿Dónde hiciste el servicio social?

Hice prácticas en Prensa Latina y en el periódico Trabajadores, pero el servicio social lo pasé en el periódico Granma. También me propusieron Tribuna, el periódico oficial de La Habana, pero me dije, "qué voy a aprender en Tribuna, quiénes me van a leer". Entonces decidí ir a Granma, sobre todo porque llega a mayor cantidad de lectores. Que es lo único que se puede aprovechar en un medio oficial de ese tipo.

¿En Granma en que sección trabajaste?

Comencé en la sección cultural. Cubría cine, televisión y artes plásticas. Primero empecé haciendo notas. Hasta que un día propuse hacer un trabajo sobre el desarrollo de las telenovelas en Cuba, luego seguí haciendo otras propuestas y me dejaron hacer algunas cosas. En ese entonces el director del periódico era Pelayo Terry, posteriormente destituido. Ya estando en Granma yo quería comenzar a colaborar con medios alternativos o independientes y en eso el periódico me pide que entreviste al cineasta Enrique Pineda Barnet. En ese momento se debatía sobre la ley de cine y sobre la censura al filme Santa y Andrés de Carlos Lechuga. Había una serie de debates en el entorno cinematográfico y al ver que no publicaban la entrevista, la subí a mi muro de Facebook. Entonces alguien de OnCuba, medio internacional acreditado en La Habana y dirigido por Hugo Cancio, me pidió publicarla allí. Y cuando sale, se abrió la caja de los truenos en Granma. Me llaman los directivos del periódico y me dicen que funcionarios de cultura querían saber por qué la entrevista de Pineda Barnet, que supuestamente era para publicar en Granma, aparecía en OnCuba. Eso me costó una amonestación. Pero seguí trabajando en el periódico.

¿Por qué algunos periodistas oficiales optan por publicar en medios alternativos? ¿Porque se paga mejor? ¿O porque saben que ciertos artículos no van ser publicados en la prensa oficial?

Siempre las autoridades tratan de enfocarlo en el tema económico, monetario. La economía es importante, estamos claros, y en un medio alternativo o extranjero se paga mucho más que un medio estatal. Aunque eso es relativo, pues hay que ver las prebendas que tienen algunos periodistas oficiales. Pero mi motivación no era esencialmente económica, mi motivación era tener diálogo, balance, objetividad. Que el texto no estuviera totalmente inclinado a la opinión del partido comunista. Y que tuviera espacio para pensamientos y criterios diversos. En el periódico Granma la línea editorial es demasiado rígida. A veces puede ser conflictivo algo tan sencillo como decir que existe racismo en Guinea Ecuatorial o que en esa sociedad el machismo está muy arraigado. La justificación para esa censura bestial es que "no se puede hablar de eso porque ese es un país amigo".

¿Cuántos artículos publicaste en Granma?

Muchísimos. El castigo por publicar a Pineda Barnet en OnCuba fue pasarme a la redacción internacional, algo que mucha gente lo vio como un ascenso. En esa redacción logré integrarme. A mí me tocó cubrir el continente africano, el que nadie quería. Con mucho gusto lo acepté. Trabajar ese continente, el más silenciado mediáticamente, me dio la posibilidad de explorar muchas cosas. Pero había mucho refrito, porque parte del trabajo era de agencias de noticias.

¿Y a la hora de las coberturas en el extranjero?

No, eso jamás me tocaba. Para viajar buscan a los mismos de siempre. A mi me tocaron algunas coberturas locales cuando visitaba Cuba algún alto funcionario o presidente africano. Asistí a una que otra recepción, pero eso incluso se prohibió. Cosa disparatada, pues en ese tipo de actividad más que socializar, uno consigue hablar con diplomáticos y embajadores y obtiene sus fuentes.

¿Cómo son las condiciones de trabajo de un periodista oficial?

Mi primer salario fue de 212 pesos. Pero lo peor es pasarte el día entero en una oficina, hacer una guardia que puede extenderse hasta las dos de la mañana, cubriendo un atentado en Siria o un terremoto en México. Un trabajo bastante estéril. Me sentía como si fuera un medio básico. Ahora el Estado destina recursos a la prensa oficial, sobre todo para las coberturas nacionales. Así y todo, es un periodismo muy mal pagado. Y tiene territorios de silencio que no cubre y que los a cubanos de a pie les interesa conocer. Por ejemplo, en la redacción solo una computadora tenía acceso a You Tube. Había hasta un código de ética para el uso de las redes sociales. La conexión a internet no era mala, pero su uso estaba controlado. Y cuando escribías un texto, regresaba marcado por un plumón amarillo, no por faltas ortográficas, sino por criterios ideológicos, políticos o de censura. Y esas palabras o ese párrafo debías eliminarlo.

¿Cuándo comenzaste a publicar en OnCuba y otros medios independientes?

En noviembre de 2016. Primero fueron temas culturales. Luego hice entrevistas y crónicas. En El Toque comencé a publicar también en 2016. En El Estornudo y Tremenda Nota en 2019. Por supuesto, cuando mis colaboraciones con medios alternativos se hicieron frecuentes me cerraron el contrato en Granma.

¿Trabajas cualquier género periodístico?

Sí. En El Toque son textos más narrativos de mil quinientas o dos mil palabras. Pero uno lo fuerza un poco y he publicado textos de tres mil palabras, que más bien son un reportaje, aunque para mí no es lo ideal. Me gusta hacer reportajes de largo aliento, con cuatro o cinco mil palabras. A veces más.

¿Y el columnismo político de opinión no te gusta?

Lo respeto mucho. Creo que se necesita más conocimientos, relaciones y experiencia. Me gusta más el ensayo. Creo que tengo cierta vocación para el ensayo. Me parece que todavía no estoy lista para hacer columnas políticas.

¿No lo haces por los riesgos o por el rigor?

No, simplemente por el rigor.

A esta nueva hornada de periodistas libres le gusta coquetear con el verso y la narrativa. A veces me parece que el periodismo es un buen pretexto, un escalón para llegar a la literatura ¿Cómo te ves dentro de diez años? ¿Ejerciendo periodismo, haciendo poesía o escribiendo ficción?

Me veo haciendo las tres cosas. Pero no me alejaría nunca del periodismo. Y no lo veo como un escalón. A fin de cuentas, el periodismo narrativo, que tiene una vertiente muy fuerte en el nuevo periodismo norteamericano y latinoamericano, tuvo exponentes, como Tom Wolf y Truman Capote que sí vieron el periodismo como un peldaño para dar el salto a la novela. Pero quizás no pueda llegar a ser tan buena narradora, como lo que podría lograr en el periodismo narrativo. ¿Por qué razón? Porque en el periodismo se trabaja en base a los hechos y la novela en la ficción. Pero la posibilidad que te da la realidad, sobre todo la realidad cubana, es mucha más amplia que lo que te pudiera dar lo imaginativo. Al menos así lo veo. Para mí, hacer poesía y coquetear con la narrativa es más bien un complemento.

Entonces en el futuro te ves haciendo periodismo... ¿y viviendo en Cuba?

No sé, tengo muchísimas dudas al respecto. Ahora mismo no creo que me marche de mi país. Pero lo dejo abierto, pues cada vez se hace más difícil el ejercicio periodístico en Cuba. Hemos logrado algunas cosas, y nos hemos dado cuenta que trabajando junto tenemos más fuerza, más respaldo, ya son unos cuantos medios independientes, con el apoyo entre nosotros creo que podemos existir.

¿Has sufrido acoso por parte de la Seguridad del Estado u otras instituciones oficiales?

Por ahora la Seguridad no me ha molestado. Problemas con las instituciones sí he tenido, cuando trabajaba en Granma, después de la publicación en OnCuba de la entrevista de Pineda Barnet, pero como era recién graduada, me dieron una oportunidad. Salí de Granma el año pasado y comencé a trabajar en la Oficina Santiago Álvarez del ICAIC. Pero tras ganar un concurso de la Unión Europea cuyo premio era una viaje a Bruselas, comenzaron los conflictos. La gota que colmó el vaso fue cuando publiqué en El Estornudo un reportaje sobre la tumba de Fulgencio Batista en Madrid. Cuando aún no se había publicado decidí subir una primicia en Facebook. Entonces me llama la jefa y me dijo cosas muy ofensivas. Y me cerró el contrato.

Después de una hora y media de entrevista, acompaño a Darcy a coger un taxi colectivo rumbo a su casa en La Güinera. Por el camino me cuenta que le encantan las canciones del trovador Carlos Varela y el reguetón de El Micha. No realiza tareas hogareñas, “a no ser manosear un poco los recuerdos, organizar el cuarto y decorarlo en mis mejores días”. También me dice que de lunes a viernes tiene que caminar siete cuadras para “fajarse con una guagua, un rutero o un taxi. Si estoy de ánimo intento coger una botella (auto stop)”.

Su barrio, afirma, es una locura. “Vivo en la esquina de una cuadra que ha visto desfilar machetes arriba y abajo, al doblar se ha matado y el mercadeo informal es constante. Escasa instrucción, pocas cosas con las cuales distraerse y muchas para perder un rumbo si no se tiene definido lo que se quiere”.

Por suerte, Darcy Borrero lo tiene claro. Escribe, luego existe.

Texto y foto: Iván García

Curriculum de Darcy Borrero Batista (Santiago de Cuba 1993). Periodista, narradora y poeta. Licenciada en Periodismo por la Universidad de La Habana en 2016 y egresada del Taller de Técnicas Narrativas impartido en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Diplomada en Mediación Lingüística y Cultural en la Comunicación Pública por La Sapienza Universitá de Roma y la Universidad de La Habana. Es autora de los libros Eduardo Heras: los pasos, el fuego, la vida (Letras Cubanas, 2018) y Mestiza (Jugando a escribir po-e-sí-a), CAAW Ediciones, 2017). Ha recibido el premio de poesía “Un poema en alta voz”, que otorgan la revista St. Petersburg y el Festival Internacional de Poesía de La Habana. Mención en los Premios Nacionales de Poesía Calendario 2018 y David 2017. Premio en la categoría de Reportajes de la Editorial Hypermedia 2018. Ganadora del Concurso de Ensayo Periodístico “Cuba-Unión Europea, 30 años de relaciones diplomáticas”, 2019. Ponente en la I y II Conferencia Internacional de la Asociación Colombiana de Estudios del Caribe en 2015 y 2016. Textos suyos han sido publicados en revistas y antologías de su país y del extranjero. Forma parte de la antología de poemas Impertinencia de las dípteras (Ediciones Exodus del Instituto Cubano de Ciencias Culturales de la Diáspora, 2019) y la de cuentos Ariete (Ediciones Samarcanda, 2018), reconocida con el Latino Book Award de Estados Unidos. Colabora habitualmente con revistas cubanas independientes como Tremenda Nota y El Toque. Ha publicado también en El Estornudo y The HuffPost México. Recientemente, realizó un viaje de estudios a las instituciones de la Unión Europea en Bruselas. Trabajó en la organización de la Bienal de Poesía de La Habana y del Festival Internacional de Documentales Santiago Álvarez in Memoriam.


lunes, 10 de febrero de 2020

Mónica Baró: "No puedes sacrificar tu vida por una utopía"



Esta entrevista fue fruto del regateo. En varios perfiles que Diario Las Américas pretende publicar sobre periodistas independientes cubanos de diferentes generaciones, en letras rojas tenía marcado el nombre de Mónica Baró.

El plan era abrir la temporada con una entrevista a la brillante y joven reportera habanera de 31 años que publica en El Estornudo, revisita digital de periodismo narrativo. Pero Mónica era inatrapable. Cuando no estaba de viaje en el exterior, tenía mucho trabajo. Una y otra vez se aplazaba la fecha de la entrevista. No desistí.

Hasta que el martes 3 de diciembre quedamos en vernos en el Café Fortuna, en Primera y Calle 24, Miramar, barriada al oeste de La Habana que recibe la brisa del Oceáno Atlántico. El local está decorado al estilo vintage, con penumbras y poemas de Chaplin colgados en las paredes. Los dependientes visten con trajes de marineros de los años 50.

Doce minutos después de la hora pactada, se apareció Mónica con un jean negro lleno de parches. El pelo suelto, reloj plástico Made in China y un pulóver blanco desahogado con la imagen de la mexicana Frida Kahlo. Sonriente y con unas gafas que le dan un toque de intelectual friki y diferente. Mónica va a su bola.

En 2014 escuché hablar de ella por primera vez. Fue una tarde calurosa de verano, en un bar a tiro de piedra de la bahía habanera, donde un grupo de periodistas independientes íbamos a tomar cerveza una vez al mes. Conversábamos sobre nuestras familias, béisbol y fútbol. También de la política local e internacional. Pero la mayor parte del tiempo se lo dedicábamos al periodismo. No recuerdo si fue Jorge Olivera o Victor Manuel Domínguez el que mencionó una entrevista que una tal Mónica Baró había publicado en OnCuba.

Cuando leí la entrevista, me interesaron más las preguntas de la reportera que las respuestas del entrevistado. Al leer al final el machón supe que era una periodista recién graduada. Había trabajado en la revista Bohemia y en el Instituto de Filosofía. Poco después, mientras revisaba artículos en un parque wifi de La Víbora, me topo de nuevo con Mónica, esta vez en Periodismo de Barrio, con un reportaje sobre una señora que vivía en la extrema pobreza en La Habana profunda.

Ya en los corrillos de los periodistas sin mordaza se hablaba de Mónica Baró. Era evidente que ella jugaba en otra liga. Luego comenzaron a llegar los reconocimientos. El último, el Premio Gabo, en octubre de 2019 en Colombia, lo recibió por la investigación La sangre nunca fue amarilla, publicada en Periodismo de Barrio en febrero de este año.

Pero Mónica seguía refugiada en su humildad natural y huyendo de los focos y los elogios. Cuando se sentó en la banqueta del Café Fortuna, después del saludo de rigor, pidió cualquier cosa que la refrescara. Aproveché y le dije que era más difícil de atrapar que un ministro. Sonrió, ladeó la cabeza y comenzamos a grabar.

Pregunta: Mónica, tienes planes de marcharte, emigrar?

Respuesta: Hasta ahora no. No sé si definitivamente me voy a quedar en Cuba, es imposible saberlo. Uno no sabe nunca dónde va estar.

P: Te voy a poner dos escenarios hipotéticos. Uno, Cuba 2059, Mónica, abuela de un par de nietos se apresta a cubrir periodísticamente para El Estornudo el centenario de ese desastre llamado revolución cubana. Segundo escenario, Mónica con 71 años, ya jubilada, será recordada por sus aportes al periodismo narrativo cubano. Que escenario tú consideras nos deparará el futuro? Sinceramente, tú crees que Cuba tiene solución?

R: Yo creo que sí. Algunos consideran que Cuba va a cambiar en dos años. Otros dicen en cinco, diez. La verdad que no sé qué tiempo le falte a Cuba para democratizarse, para ser un país que respete las libertades políticas y de expresión. Para que pueda ser un país decente, donde la gente pueda tener un futuro y desarrollarse plenamente. Pero, insisto, no es algo que a mí me angustie. Creo que uno tiene que estar en el lugar que quiera estar y ser feliz.

Si estoy acá no es porque sienta una obligación por alguna causa o la democratización del país. Estoy en Cuba porque a mí me hace feliz el trabajo que hago aquí. El día que este trabajo no me haga feliz, me marcho. Durante mucho tiempo el gobierno, y la izquierda más rancia del continente nos ha querido inculcar que uno debe sacrificarse y darlo todo por la causa y poner los intereses de la sociedad por encima de los individuales. Y yo creo que eso no es sano para ninguna causa. Las causas para mí tienen que estar hechas por personas felices.

Si tú estás defendiendo los derechos humanos, la libertad de expresión y el periodismo independiente es porque eso te hace feliz. Cuando trabajé en la revista Bohemia, entrevisté a Pepe Mujica en un evento de la CELAC, y me quedo con una frase suya: "No se puede sacrificar a una generación por una utopía". Es lo mismo cuando lo llevas al plano individual. Tú no puedes sacrificar tu vida por una utopía. Para mí la utopía es el presente. No es el futuro. Es hoy. Y para mí, desde que me gradué de periodismo en 2012, cada día que he estado en Cuba he estado viviendo mi propia utopía, mi felicidad.

P: El periodismo libre, independiente, alternativo o como tú quieras llamarlo, surge a finales de la década de 1980. Después, en los 90 se consolidan varias agencias de periodismo independiente donde se abusaba del artículo de opinión, pero a su vez comienza el periodismo de calle con reportajes y crónicas de esa otra isla que el régimen pretendía ignorar. En 2007 llega el blog Generación Y de Yoani Sánchez, que indudablemente marcó una nueva etapa en el periodismo free lancer con la aparición de nuevas publicaciones digitales. Con la distensión de Barack Obama en 2014, surge una ola de periodistas de gran talento que exploran lo que yo llamo el nuevo periodismo narrativo cubano. Es un periodismo, sabroso, diferente y de calidad indiscutible, que ha despertado ciertos recelos en algunos periodistas independientes de barricada, abiertamente anticastristas. Dicen que esta nueva hornada no se compromete, que son una quintacolumna, que rehuyen los temas candentes de la sociedad cubana y que miran un poco por encima del hombro al resto. Cuál es tu impresión sobre este tema?

R: Considero que es otra malformación política que hemos heredado del gobierno. Creernos con autoridad para juzgar el compromiso político o social de cualquier otra persona. De emitir juicios, creernos jueces de los otros. Es triste, es una cultura que debemos superar, de estar constantemente cuestionando que si tú estás comprometido con esto, yo estoy más comprometida que tú, una lógica que a mí me choca muchísimo.

Me esfuerzo bastante por no caer en ese círculo vicioso, pero no quiere decir que no esté ajena a toda esa cultura, pues me eduqué en escuelas cubanas, sufrí adoctrinamiento, somos parte de una misma sociedad. Uno debe todo el tiempo cuestionar tu manera de relacionarte, tu manera de dialogar, tu manera de tratar con las personas que son diferentes y que piensan diferente a ti. Y no puede pasar por colocarte en una posición de superioridad moral para emitir juicios, pues la persona que juzga se cree con una superioridad moral para hacerlo.

P: Consideras que eso ha pasado?

R: Si, por supuesto. Todas las personas que puedan decir que El Estornudo, Periodismo de Barrio o El Toque no son medios más radicales, porque no hacen más temas políticos, obviamente lo están juzgando. Y para mí hay una explicación sencilla: esos medios están trazando una frontera entre activismo y periodismo. Yo entiendo que haya medios que hagan las dos cosas de manera simultánea. Yo entiendo que existan periodistas que hagan activismo político. Yo misma en las redes sociales he hecho activismo político en defensa de las libertades política, de prensa y expresión. De alguna manera cuando tú haces periodismo independiente en un país donde no hay libertades de prensa estás haciendo una defensa del derecho a libertad de prensa y la libertad de expresión, pero, tienes que saber que de todas maneras sigue habiendo una frontera entre el ejercicio del periodismo y el activismo. Que es importante respetar, porque es lo que va a garantizar que lo que tú estés publicando como periodista tenga más credibilidad.

Los géneros periodísticos están ahí por algo. Cuando uno quiere opinar, tú opinas. Cuando tú vas a investigar, tú investigas, tú demuestras con hechos, tú contrastas tus fuentes, utilizas varias fuentes si vas hacer una denuncia de algo. Uno trata de respetar esos géneros que están ahí por algo. Y respetar también a una profesión que tiene reglas y normas que no son por gusto. Están para garantizar, primero para protegerte, segundo proteger tus fuentes y tercero avalar que la información publicada tenga el impacto que tú buscas. Esto no quiere decir que un periodista cuando salga de su redacción vaya y milite en un partido, por supuesto. Pero tienes que saber donde están los límites.

P: Te voy a dar una mala noticia y una buena. El periodismo digital, incluso el tradicional, no ha superado la crisis que provocó la irrupción de las nuevas tecnologías. La mayoría de los medios no ha encontrado un modelo de negocios eficaz. Y lo peor es que dentro de diez años, inclusive ahora, medios chinos utilizan robots como presentadores. Se dice que la inteligencia artificial y los robots sustituirán a gran parte de los periodistas, en particular a los que redactan noticias. Quedarán, supongo, los periodistas que puedan contar historias diferentes para ser leídas por un puñado de lectores nostálgicos del diario dominical. La buena noticia es que esos adelantos tecnológicos van a demorar en llegar a Cuba. No te ha pasado por la mente renunciar al periodismo, ante esa eminente catástrofe y refugiarte en la literatura o la poesía?

R: No lo sé. Creo que nunca voy dejar el periodismo. Lo que quiero es contar historias. Y el periodismo que hago me da ese espacio. Aunque, por supuesto, en algún momento me encantaría hacer literatura. De hecho, cuando comencé a escribir de niña, con once años, no empecé haciendo periodismo. Me gustaba escribir cuentos y novelas. A los doce años escribía páginas y páginas de cosas. Ése fue mi inicio, la ficción. Pero mi interés principal es contar historias. Me encantaría escribir guiones de cine, pero sin renunciar del todo al periodismo. La única diferencia será que habrá cosas de ficción y de no ficción.

P: Piensas que las redes sociales le están haciendo daño al periodismo serio?

R: Las redes sociales son un instrumento usado por las personas. No las veo como algo abstracto, tienen vida propia. Sí creo que tenemos que educarnos en el uso de las redes sociales. Sobre todo en el consumo de noticias e informaciones. Mucha gente dice "lo leí en internet", pero internet no es una fuente de información. Tenemos que saber identificar cuáles fuentes son confiables, por qué son confiables y por qué no. La gente tiene que aprender a consumir periodismo. Buscar las fuentes y citas de las noticias. Creo que en las escuelas se debería incluir, como una asignatura más, como protegerte de internet, verificar lo que se lee y cómo consumir la información en internet. Lo que si no creo es que el periodismo vaya a desaparecer, porque el periodismo no solo informa, también ayuda a entender. Y el periodismo literario está buscando aportar otras cosas, otros enfoques. No solo dar una noticia dura y pura.

P: Pero sucede una cosa. Cualquier chisme o noticia falsa genera miles de comentarios en las redes. Sin embargo, un reportaje profundo y ameno como La sangre nunca fue amarilla, que tú publicaste en Periodismo de Barrio, y fue galardonado con un Premio Gabo de Periodismo, apenas tuvo comentarios en el sitio. La retroalimentación, cuando la hay, se queda solo en el mundo intelectual. Y viene sucediendo algo curioso, dañino y peligroso: los que te leen suelen ser periodistas y profesionales de la comunicación. A las personas que van dirigidos esos reportajes de fondo por lo general no les llega. Ni siquiera de rebote.

R: Ese reportaje, La sangre nunca fue amarilla, me llevó tres años, entre investigación y edición. Es cierto que a veces uno se siente un poco decepcionado. Pero sigo insistiendo.

El dependiente trae algo de comer. Mónica comenta que es fan del cine. “Cuando el 5 de diciembre comience el Festival de Cine anualmente celebrado en La Habana, y hasta que termine, el 15 de diciembre, desconectaré el móvil. Me gustan los filmes clásicos en blanco y negro. Todas las noches iré a ver una película”. Le gustó la versión de Joker de Joaquin Phoenix. Le encanta Tarantino. “No viste su último filme, Érase una vez en Hollywood?”, le pregunto. “No, qué tal”, quiere saber. “Muy buena, Tarantino en estado puro”, le digo.

Terminamos de comer y volvemos a la carga. Me cuenta que la Seguridad del Estado la ha detenido una sola vez. “Fue en Guantánamo, en 2016, cuando el huracán Matthew. Tampoco estoy regulada (impedida de viajar al exterior). Al menos por ahora”. No se ve haciendo política. “No es lo mío. Los políticos, en democracia, tienen que llegar a diferentes concertaciones para poder gobernar. Prefiero juzgarlos como ciudadana y desde el periodismo”.

Tiene sus hábitos y manías. "Antes de sentarme a escribir, preferentemente por las mañanas, tengo que bañarme, luego tomo café y prendo un incienso, en ese orden. No necesito aislarme. Igual puedo escribir en un aeropuerto que en medio del mayor bullicio. Leo mucho, a cualquier hora”, confiesa.

Respeta el columnismo político. Considera que se deben tener amplios conocimientos históricos, mucha información y una buena capacidad de análisis para ejercerlo. Pero le gusta mojarse y dar su opinión de cualquier tema cuando se la piden. Mónica Baró es una de las cuarenta cubanas que firmaron una carta pidiendo una Ley Integral contra la Violencia de Género y el pasado mes de noviembre la presentaron a la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Ya es de noche en La Habana. Me despido de una de las voces jóvenes del cambio en Cuba. Una mujer que apuesta por un periodismo diferente. Y también por democracia en su país.

Texto y foto: Iván García

Nota.- El 5 de diciembre de 2019, después de realizada esta entrevista, se conocía que cuatro cubanos, los periodistas Mónica Baró Sánchez y Carlos Manuel Álvarez, el cineasta José Luis Aparicio Ferrera y el emprendedor ambiental Alexander López, fueron incluidos en una lista de 100 jóvenes latinos que crean e inspiran un mundo mejor, elaborada por la revista Avianca. Sobre Mónica, la publicación colombiana recordaba que la cubana, vinculada a medios alternativos como Periodismo de Barrio, El Estornudo y El Toque, ganó el Premio Gabo de Periodismo 2019 en la categoría de Mejor Texto por su reportaje "La sangre nunca fue amarilla". El 31 de diciembre, el periódico español El País incluía a Mónica Baró entre los 10 latinoamericanos más destacados de 2019.

lunes, 3 de febrero de 2020

Hay cubanas que callan el maltrato de sus maridos



Desde las diez de la noche, Yamila, 24 años, jinetera, se sienta en un parque contiguo a un bar privado ubicado en El Vedado. Cuatro horas antes, mientras preparaba la comida para su marido y su hija de tres años, de manera simultánea, terminaba de lavar una montón de ropa sucia. Luego se acicaló y salió a prostituirse por 40 pesos convertibles la noche, en lugares donde suelen acudir turistas o cubanos con suficientes billetes.

Ya es habitual, cuenta Yamila, que cuando su esposo llega a casa con unos tragos, está estresado porque no tiene dinero o perdió plata jugando silot en un burle (casa de juego ilegal), "sin comerla ni beberla me golpea delante de la niña. alegando que yo le escondo el dinero que hago acostándome con otros hombres”.

Esa noche, con unos espejuelos oscuros para camuflar un ojo amoratado, Yamila, indiferente, fuma un cigarrillo mientras espera que lleguen extranjeros al bar para comenzar su trabajo. Sobre las once de la noche se sienta en la barra, pide un trago de whisky y de reojo mira el ambiente.

Dos horas más tarde, sale del bar con un parroquiano del brazo rumbo a una casa que alquila habitaciones. Al amanecer llega a la cuartería donde vive en el barrio pobre y mayoritariamente negro de Jesús María, Habana Vieja. Antes de acostarse un rato, guarda el dinero en la billetera de su esposo que duerme plácidamente.

Yamila descansa cuatro o cinco horas y al mediodía ya está escogiendo arroz, ablandando frijoles y haciendo las faenas de la casa. Su marido no trabaja. Se la pasa jugando cartas, viendo el fútbol de clubes europeos o bebiendo ron. Yamila mantiene a su familia prostituyéndose y, encima, es maltratada físicamente.

Pero ella nunca ha pensado denunciar a su esposo a la policía por las golpizas que recibe. Ha optado por el silencio. Su caso no es una excepción. Entre las prostitutas cubanas, es normal que mantengan a sus maridos, novios, amantes o chulos. Algunas alardean de ello.

Regina aún no ha cumplido 20 años y está orgullosa de que con el dinero que ha ahorrado jineteando, "le pude a comprar a mi jevito una cadena de oro y una moto eléctrica. Yo sí no soy una desaguacatada. Mi marido vive como Dios manda. Tremenda percha (bien vestido), oro en el cuello y dinero en la cartera”. Confiesa que de vez en cuando él le da un par de galletas (bofetadas), "pero no esas trancas como si yo fuera un saco de boxeo”.

Y es que en Cuba muchas mujeres no consideran violencia doméstica los gritos, insultos, empujones, bofetadas, palizas, un día sí y otro también.

A Mara, dependienta en una pizzería estatal, no le gustan “los hombres pajuatos, ésos que regalan flores y leen poemas. A mí me gusta tener un macho al lado que de vez en cuando te zarandee y te trate con rudeza. Desde que el mundo es mundo, los hombres son de la calle y los que buscan el dinero. Y las mujeres de la casa”.

Es inconcebible que en pleno siglo XXI haya cubanas, sobre todo jóvenes, que vean como algo normal el machismo y la violencia de género. Susana, ex trabajadora social, reconoce que en Cuba existen mujeres que aceptan que los hombres las maltraten verbal, psíquica y físicamente. Y lo peor, lo aguantan sin alzar la voz.

“En los barrios marginales y en aquellos segmentos de la sociedad donde se ejerce la prostitución, hay venta de drogas y juegos prohibidos, es donde el machismo se exacerba. Pero también existe condescendencia entre las mujeres mayores de 50 años, quienes crecieron con el falso concepto de que las mujeres se deben a sus maridos. Incluso mujeres que condenan el machismo piensan que las feministas a veces se pasan de raya. La violencia de género y el feminicidio ha aumentado en Cuba de manera alarmante. Sobre todo porque es un fenómeno que no se reconoce públicamente y apenas recibe tratamiento informativo en la prensa”, explica Susana.

Carlos, sociólogo, considera que “las condiciones están creadas para que las mujeres en Cuba sin cortapisas exijan sus derechos. Debido al alto nivel educacional y el número creciente de mujeres profesionales, es un buen momento para subir la parada y pedirle al gobierno un nuevo enfoque en el tema de la violencia de género así como leyes acordes al incremento de las agresiones físicas contra el sexo femenino”.

El 21 de noviembre, cuarenta ciudadanas cubanas presentaron a la Asamblea Nacional del Poder Poopular una solicitud de Ley Integral contra la Violencia de Género. A las opositoras y periodistas independientes, catalogadas por el régimen como 'contrarrevolucionarias', descaradamente se les infringen sus derechos.

A la periodista sin mordaza Luz Escobar y a la activista Nancy Alfaya, la Seguridad del Estado les ha impedido salir de sus domicilios y las ha detenido e interrogado sin motivo. Desde hace tiempo, cada domingo impiden manifestarse y hasta han golpeado a integrantes de las Damas de Blanco, movimiento surgido en abril de 2003.

Según un informe de la CEPAL, en 2016 la tasa de feminicidios en la Isla fue de 0.99 por cada cien mil habitantes. Baja, si la comparamos con México, Honduras, Salvador o Guatemala y alta en relación con Perú o Chile. Si damos crédito a la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), en 2016 había 5.052.239 millones de mujeres en el país. Eso representa alrededor de 50 mujeres asesinadas en delitos calificables como feminicidios.

Un ex oficial de la policía aclara que, por lo general, "las denuncias sobre violencia doméstica, acoso o machismo no se toman muy en cuenta, en particular si la denunciante es la esposa. En ocasiones mujeres maltratadas hacen la denuncia y después, cuando se arreglan con su pareja, la retiran. Las sanciones por maltrato son leves, uno o dos años en un correccional. El acoso de un jefe a una subordinada no es sancionado en Cuba. A los que se masturban en espacios públicos se les pone una multa de 60 pesos. Si son reincidentes van a la cárcel un año”.

Olga, contable de una empresa estatal, reconoce que muchas mujeres “sufren acoso por parte de los hombres en sus centros laborales, sobre todo las que trabajan en sectores donde existe la posibilidad de viajar al exterior. Es normal que un superior te proponga sexo a cambio de un ascenso. O te manosee sin tu consentimiento”.

El machismo y la violencia de género son fenómenos preocupantes en Cuba. Se necesita visibilidad por parte de la prensa oficial, leyes más duras y mujeres que no callen y denuncien a sus maltratadores.

Iván García
Foto: Simulación de maltrato. Tomada de Diario Las Américas.