miércoles, 30 de noviembre de 2011

Mondongo trenzado en Unión de Reyes y un tributo a Gonzalo Asencio


El 'especialista' en trenzar el mondongo o tripa del cerdo (creo que así los chinos preparaban en Cuba los 'chicharrones de tripitas') que aparece en el video, vive en Unión de Reyes, municipio de Matanzas, famoso por una rumba que en su letra dice "Unión de Reyes llora porque Malanga murió". Vale la pena reproducir Rumbero Mayor, de Lázaro Morell, publicado en Encuentro en la Red el 28 de mayo de 2001:

"Una de las rumbas más conmovedoras es este recordatorio a los grandes muertos del género, compuesta por uno de los más grandes compositores cubanos, Gonzalo Asencio, que los pobladores de Cayo Hueso bautizaron como 'Tío Tom', apodo que asumió hasta su muerte, en el olvido y la miseria, al igual que su más grande intérprete, Carlos Embale.

"Insisto en grandeza, porque pareciera que la rumba fuera un género menor, 'cosa de niches', cuando se trata de uno de los formatos rítmicos más complejos que ha dado América. Insisto en la muerte porque jóvenes, olvidados o inconclusos suelen morir los rumberos desde los tiempos de Papá Montero. ¡Qué saludable será nuestro país el día cuando su himno nacional, en lugar de asumir los repiques de una marcha militar, se regodee en la sabrosura rítmica que acontece cuando dialogan un salidor y un quinto!"

A continuación, Morell reproducía la letra de la rumba Malanga, de Gonzalo Asencio:

Siento una voz que me dice:
A-leriyé-ó.
Siento una voz que me dice:
Malanga murió.
Siento una voz que me dice:
A-leriyé-ó.
Siento una voz que me dice:
Malanga murió.
Unión de Reyes llora
a su timbero mayor,
Unión de Reyes llora

a su timbero mayor,
que viene regando flores
desde La Habana a Morón.
que viene regando flores
desde La Habana a Morón.
Hace tiempo que deseaba
cantar a tu compañía,
ya logré lo que quería
y encontré lo que faltaba:
cantores se aproximaban
hasta que cantar me oyeron.
Uno a otro se dijeron:
"este vate no es de aquí",
y yo que lo comprendí

me llené de puro gozo,
yo soy el vate sabroso
del valle de Yumurí.

Unión de Reyes llora
porque Malanga murió.
Unión de Reyes llora
por el timbero mayor.
Unión de Reyes llora
porque Malanga murió.

Se murió Malanga
y también Andrea Baró.

Unión de Reyes llora
porque Malanga murió.

Murió el pobre Paulino
y también murió Ninó.

Unión de Reyes llora
porque Malanga murió.

Murió Chano Pozo
y también murió René.

Unión de Reyes llora
porque Malanga murió

Murió Roncona
y el pobrecito René.

Siento una voz que me dice:
A-leriyé-ó.
Siento una voz que me dice:
Malanga murió…

En Wikipedia, los datos sobre Gonzalo Asencio Hernández (1919-1991) aparecen en inglés y por su apodo
'Tío Tom'.  Aquí, en español.

Además de Malanga, compuso Mi tierra, Mal de yerba, En la puerta de presidio yo vi cantar un gorrión, A la fiesta de los caramelos no pueden ir los bombones¿Dónde están los cubanos?, Siento que me regaña el corazón, Caballeros, qué mujer, Solo, errante y bohemio, Yo soy tu ley, No me culpes a mí y Consuélate como yo, entre otras.

En 2008, Orlando Ríos, Puntillita, al 'Tío Tom' le dedicó un disco. Unión de Reyes, como Matanzas toda, es tierra de rumberos.

Según Lázaro Morell, Gonzalo Asencio como Carlos Embale, murieron en la miseria, olvidados. No sé si Embale hasta el final de su vida siguió creyendo en la revolución, pero al parecer Asencio sí, si damos crédito al perfil que sobre él publican en esa especie de Encarta criolla que es Ecu Red.

Escuetamente dice: "Fallece el 10 de febrero de 1991", sin mencionar las circunstancias. Sin embargo, no olvidaron poner los títulos de canciones que el 'Tío Tom' dedicó a la revolución, igual que otros artistas que se ilusionaron con la llegada del barbudo al poder.

Por cierto, en Ecu Red y otros sitios de internet escriben que Asencio fue el autor de Mata Siguaraya. El dato es erróneo. Mata Siguaraya, una de las más canciones cubanas más populares y que en Benny Moré y Oscar D'León tuvo sus mejores intérpretes, fue compuesta por Lino Frías, pianista de la Sonora Matancera muy querido por Celia Cruz.

En All Music, esa biblia digital de la música, se pueden ver casi todos los intérpretes de Mata Siguaraya. El 'Tío Tom' fue un músico muy prolífico, pero no fue quien compuso Bemba colorá. El autor de Bemba colorá es José Claro Fumero, compositor y trombonista matancero (1906-1997).

martes, 29 de noviembre de 2011

Los cubanos llevan el juego en la sangre


Norberto, 69 años, suele vivir al filo de la navaja. Es dueño de un banco clandestino de lotería, conocido popularmente en Cuba como ‘bolita’. La primera vez que reunió cien mil pesos (4,200 dólares) hizo una fiesta con amiguetes y putas que aún se comenta en el barrio.

Después ha sido más cauto. Guarda los paquetes de 100 billetes minuciosamente envueltos en un enorme closet que cubre toda la pared de su cuarto. “Llevo en este negocio más de 30 años. Nunca le he trabajado al Estado. Cuando era joven derrochaba la plata. Ahora atiendo mejor a mi familia y ahorro para una probable emergencia. En este ‘bisne’ (negocio) hay que tener siempre dinero guardado. Hay días de perder hasta 200 mil pesos (8400 dólares)”, cuenta Norberto, vestido con un short azul prusia y una camiseta de los Miami Heat.

La ilegal lotería cubana no tiene una fecha precisa de comienzo. Según Norberto, después que Fidel Castro en 1959 aboliera las apuestas y los juegos de la suerte, comenzaron a surgir pequeños 'bancos de bolitas'.

“Un amigo de mi padre tuvo un 'banco' en los años 60. Y vivía a lo grande. Ese hombre fue un modelo para mí. En 1978 decidí abrir uno. Fue posible gracias al dinero que nos dejó un pariente que residía en la Florida que por esa fecha visitaba La Habana, cuando aquellos viajes a la isla de la comunidad cubano-americana a la isla”, recuerda Norberto.

La lotería nacional siempre fue pasión en Cuba. Antes de Castro era legal, y en cada esquina vendían billetes de lotería. Tanto la gente de la Cuba profunda como las personas humildes de la ciudad, con frecuencia se jugaban lo poco que tenían, para ver si la suerte les cambiaba y pescaban un premio gordo.

El Estado controlaba la lotería. Y no era raros los casos de corrupción entre funcionarios gubernamentales. A ratos el dinero se usaba para pagar las famosas “botellas”.

A los pocos meses del arribo del comandante único arribó a La Habana, el 8 de enero del 59, inició su cruzada contra todo tipo de juego. Los casinos fueron asaltados por turbas enardecidas que con hachas y bates de béisbol destrozaron mesas de billar y máquinas tragaperras.

El judío Meyer Lanski, hombre de confianza de Lucky Luciano y que estaba al frente de varios casinos tuvo que hacer sus maletas. Pero Castro no sólo fue a por los casinos. También prohibió por decreto la lotería nacional, peleas de gallos y otras variantes de juegos por apuestas.

En ese tiempo, Norberto era un joven y lampiño miliciano que hacía caminatas de 62 kilómetros y estaba acuartelado en una base militar en las afueras de La Habana. “Eran los días de la Crisis de Octubre. Ya por esa época, en los ratos libres, mientras la amenaza nuclear flotaba sobre nuestras cabezas, jugábamos cubiletes y cartas por dinero”, rememora Norberto.

A pesar de severas sanciones penales- entre 5 y 7 años y que aún se mantienen vigentes- hacia aquellas personas que pillaran jugando por dinero la gente seguía probando fortuna.

En esta primavera de 2011, la bolita en Cuba es otro deporte nacional. Al igual que el béisbol, el sexo o beber ron como si fuese un pirata. Norberto nos cuenta el entramado de un 'banco de bolita'. “Para empezar el negocio se necesita entre 200 mil y medio millón de pesos (8 mil y 20 mil dólares), ahora hay gran cantidad de personas que apuestan. Comparado con los años 70 y 80 se han triplicado los jugadores. Existe una impunidad relativa. La policía se ha relajado y mira para otro lado. Cuando existe algún problema, uno deja caer un billete por debajo de la mesa y las cosas siguen su curso. También es fundamental contratar varios 'listeros', una persona que sea un mago con los números”, apunta Norberto mientras bebe un vaso de jugo de piña.

Es usual que un banco de calibre tenga entre 4 y 10 listeros. Cada uno, como promedio, recoge apuestas que van desde los 400 a los1,000 pesos (18 o 40 dólares).

El 'listero' o colector es el tipo que revisa las listas y observa si hay demasiado dinero apostado en determinado número. En esos casos, suele hacer lo que en el argot de la lotería local se conoce como ‘botar números’. Es decir, traspasarlo a otro 'banco'. Una manera de prevenir fuertes pérdidas de dinero.

Un 'banco' suele pagar entre 80 y 90 pesos si aciertas un número fijo; 25 o 30 por los corridos, y entre 800 y 1,000 pesos por los ‘parlés’, o sea, por acertar dos números.

Se juega del uno al cien. Y se premian los tres primeros números. Uno fijo y dos corridos. Aunque también la gente suele apostar fuertes sumas de dinero a los terminales. Los resultados se siguen por la lotería de Miami, que se sigue por la antena por cable (ilegal). Los banqueros suelen tener una, para observar en vivo cuando cantan los números.

“Hay bancos de lotería, como el mío, que están haciendo dos tiros diarios. Uno por la tarde y otro en la noche. Esto redunda en más dinero”, acota Norberto con una media sonrisa.

Pero si de juego se trata no solo la lotería deja buenos beneficios. Claro, que un 'banco de bolita' próspero, como el de Norberto, deja tan buenas ganancias que permite tener dos casas amuebladas a todo trapo y todos sus hijos tienen viejos coches norteamericanos de los años 50 que parecen recién salidos de los talleres de Detroit.

También los pequeños casinos ilegales que brotan como flores por toda la ciudad dejan gran cantidad de plata a sus dueños. Al sur de La Habana, en un barrio pobre y de calles a medio asfaltar, radica el mejor casino de la capital.

Son conocidos como ‘burles’. Se habilitan en casas particulares. Suelen tener entre dos y cuatro mesas donde se juega longana, una variante del dominó, naipes y silot, un juego de dados de fuertes apuestas y que pusieron de moda los miles de orientales que a menudo recalan en La Habana.

Ahora mismo, en el casino clandestino de Rolando se juega trío, una variante del póquer estadounidense que se practica con 36 barajas. Tres cartas bocarriba, dos en la manos y tres posibilidades de tomar cartas.

Hay seis jugadores y para sentarse en la mesa se necesita cinco mil pesos (220 dólares). Un dealer muy serio reparte las cartas para evitar trampas.

“Llevo casi un año a 'tanque' (local) lleno. Un día malo gano no menos de 8 mil pesos (350 dólares). Además vendo comida y merienda”, cuenta Rolando.

Conozca el perfil de un ‘burliche’ (jugador). Por lo general son personas que viven de negocios en el mercado negro, marginales de arrabal, funcionarios y gerentes corruptos.

Suelen estar hasta más de doce horas sentado jugando trío o tirando dados. A ratos toda una noche. Al día siguiente de nuevo a la rutina. Es su estilo de vida.

No muy lejos de la casa de Rolando hay una valla de gallos. Los fines de semanas se pone caliente. Llega gente de barrios lejanos. E incluso de otras provincias. Los rumores en Cuba tienen piernas agiles. Y cuando un fanático a las peleas de gallos se entera que hay una valla donde corre el dinero, sin pensarlo dos veces la visita.

El negocio de los gallos es casi una industria. Funciona a todo vapor y con eficiencia. Desde personas que se dedican a vender gallos de lidia y preparadores hasta los dueños de las ilegales vallas.

Les presento a Oscar, un gordo que viste de forma estrafalaria y lleva en el cuello un ramillete de cadenas de oro de 18 quilates. En este domingo de cielo encapotado, Oscar da instrucciones a dos personas que en las afueras de su valla cobran la entrada de jugadores y curiosos. Por 30 pesos (poco más de un dólar) y si no tiene pinta de policía encubierto, usted puede sentarse en una grada rudimentaria a mirar el cartel.

Cuando arrancan las peleas sube la adrenalina de los jugadores. Y las apuestas crecen como la espuma. A la derecha, un tipo con aspecto lombrosiano, a toda voz lanza una oferta: “Mil 'monedas' al gallo negro”. Y enseguida recibe contestación de un mulato musculoso.

Cada 'moneda' equivale a cinco pesos. Tranquilamente, en unas horas, estos jugadores se apuestan el salario de cinco años de un medico. Cuando llega la pelea de lujo, entre dos gallos invictos, la gente pierde el control y se arremolina junto a la valla.

Ya para entonces las apuestas andan por los 30 mil pesos. Los gallos sostienen un enconado duelo. Sale victorioso un gallo de color marrón. Los ganadores están que se salen. Los derrotados, cabizbajos y resabiosos todavía comentan la pelea.

Pero Oscar, el dueño de la valla, todavía no cierra el negocio. Durante unas cuatro horas, la gente continúa jugando silot en un tablero largo de madera y tomando cerveza clara y ron añejo. El tipo es un lince para hacer dinero.

Las peleas de perros y de carreras de autos son otras de las opciones para quienes gustan de jugar y apostar plata. Quizás con menos seguidores, pero corre dinero. Y mucho.

En autopistas y vías en las afueras de La Habana, algunas noches se organizan carreras ilegales de autos y motos. También exhibiciones de habilidades. En un santiamén llega el promotor de la carrera, que con antelación citó a los competidores y apostadores para el lugar, y coloca vigías para que den la voz de alarma en caso de que aparezca la policía.

A veces los vigías son los propios policías. “Esta vez le pagué 20 pesos convertibles (22 dólares) a cada uno de las cuatro patrullas que gestioné para que me cuiden el evento. Porque a veces hay que cerrar tramos de la vía, para evitar accidentes”, señala Hilario, al frente de la carrera.

Como en la película Rápido y Furioso, los arrebatados por los deportes de velocidad aparecen por arte de magia con una decena de vehículos adaptados para correr.

Antes de las carreras comienzan las exhibiciones. En ellas, los conductores ponen a prueba su talento, ya sea parando de costado y en marcha el coche en dos ruedas o haciendo giros de 360 grados a gra velocidad.

Cuando arrancan las carreras, programadas a mil metros, los apostadores, curiosos y jineteras que suelen asistir a estas competencias en busca de clientes, se apiñan junto a los coches.

El ganador de cada carrera se embolsilla entre 200 y 500 dólares. Y si quiere juerga, al final de la competencia, se cuelga del brazo dos puticas risueñas para que hagan un cuadro lésbico por 50 dólares.

La policía se marcha complacida luego que Hilario les paga. Solo las marcas de neumáticos en el asfalto delatan que horas antes los motores rugieron.

Lo más brutal de todos estos juegos prohibidos que se practican en Cuba, son las peleas de perros. Pero como dan dinero, la gente involucrada deja un lado los escrúpulos. En el sótano de una casona al oeste de La Habana, los fines de mes dueños de perros inmensos que meten miedo, se ponen de acuerdo para hacer sus apuestas.

Donato, un señor canoso con facha de tipo importante es preparador de perros para peleas. “Lo mismo entreno un doberman, un rotweiler que un pastor alemán. Es un trabajo arduo y costoso. Se necesita una buena suma para darles comida de calidad y comprar medicamentos. Un perro bien preparado para combatir es una máquina mortífera”, dice Donato minutos antes de una pelea.

Y no exagera. Las peleas de canes asustan. Las dentelladas de un perro se llevan de cuajo la mitad del rostro de su adversario. Y la gente que apuesta se apasiona con la matanza. Ya en ese momento las apuestan superan los 800 dólares. Y prometen subir en la pelea final, que según Reinaldo, dueño de la casa, anuncia que son dos animales que no han sido derrotados en 14 combates.

Ya sean peleas de perros, gallos, carreras de autos, burles o lotería clandestina, la pasión por el juego crece en la isla. Unos prefieren apostar un puñado de dinero en el banco de Norberto y rezan, para intentar ganar unos cuantos miles de pesos que le ayuden a reparar sus desvencijadas casas o celebrar los quince años de su hija.

Otros prefieren peleas de perros y gallos. Los combates violentos y la sangre los pone en su salsa y con la adrenalina por las nubes. Cuba, da para todo.

Iván García
Foto: Stuart Kane, Picasa. Una de las tantas peleas de gallos celebradas en los campos y ciudades de Cuba.

lunes, 28 de noviembre de 2011

"Cuando trabajas con la vanidad, te conviertes en peor persona"


Choque con José Mourinho y salida del Real Madrid, donde ejercía como director general. El hombre de palabra y de corazón blanco lleva su autorizada y respetada voz a la cadena SER.

Este hombre ha vuelto a ser Jorge Valdano, argentino de Santa Fe, un exfutbolista de 55 años que fue campeón del mundo con su país y vivió días de gloria jugando con el Real Madrid, del que luego fue entrenador y (en dos épocas) director general, hasta que, a finales de mayo, el presidente Florentino Pérez optó por hacerle caso al entrenador José Mourinho y prescindir de quien había sido su mano derecha.

La historia del conflicto entre Mourinho y el director general del Real Madrid fue fulgurante. Al entrenador portugués no le gustaba que el director general tuviera el mando que tenía; primero hizo que desapareciera del contacto con el primer equipo, e incluso prohibió su presencia en los viajes. El punto culminante del desacuerdo fue una declaración televisada de Valdano indicando que, frente a la denuncia que hacía Mourinho (le faltaba, decía, un delantero), la evidencia era que uno de los mejores, Benzema, había estado todo el rato en el banquillo.

La tensión fue en aumento y, al final, como explicó en su despedida el propio Valdano, "Florentino Pérez ha dejado claro el vencedor" en ese choque de personalidades. Desde que dejó el club, ha vuelto a ser Jorge Valdano. Pero, como tal, que nadie espere que vaya más allá en su descripción de los hechos; el silencio que mantiene sobre la conducta de Florentino Pérez dice más que mil palabras. Respecto a Mourinho, detonante de este enfrentamiento de Valdano con el hombre que le llevó de nuevo al club, Valdano no pronuncia ni una palabra polémica ni un comentario desdeñoso, aunque de lo que dice o sugiere puedan extraerse metáforas.

Se diría que el exfutbolista que llevó el fútbol bien hablado a los campos de juego y luego a los micrófonos de la radio y la televisión cuida ahora aún más todo lo que dice, ha alimentado su discreción como un ejercicio de lealtad. Ha regresado a la cadena SER, donde estuvo en otro tiempo, como comentarista; en esa misma cadena interviene en Carrusel deportivo y en El larguero, y en las emisoras hispanoamericanas de Unión Radio comenta ahora el juego del equipo en el que ya no está, y lo hace con la disciplina profesional que le manda su idea del fútbol, sin que se advierta más allá de lo indispensable su corazón tan blanco.

En 1994, cuando estaban recientes sus éxitos en el Tenerife y volvía a triunfar, como entrenador, en el Real de sus amores, los hermanos Carmelo y Martín Rivero publicaron un libro que era, en cierto modo, la biblia de Valdano, Sueños de fútbol. Ahí es donde, recogiendo una frase de un cuento de su amado Mario Benedetti, explica la raíz de su pasión: "Confieso que es muy rara la noche que no sueño con goles espectaculares, hermosos y míos". Relajado, aquí está, en un sillón del hotel Palace, en Madrid, bajo la cúpula donde Borges, otro de sus amores literarios, decía que era capaz de ver colores. Y por los sueños empezamos.


"Todos tenemos sueños, dijo Ale. Sí, pero los míos son sueños de fútbol". Eso escribió Benedetti. ¿Ha sido un sueño? ¿Qué le ha dado el fútbol como ser humano?

-El fútbol es un territorio claramente emocional, pero abierto a los sueños. Como todo aficionado, tengo conectado el fútbol a mi memoria sentimental. Desde niño los sueños fueron un motor de algo esencial para cualquier futbolista: la pasión. Me gusta pensar que el balón es una especie de vehículo que me llevó por el mundo entero permitiéndome conocer lugares, personas y emociones que de otro modo hubiera sido imposible. ¿Cómo no voy a estar agradecido de aquellos sueños?


Pero el sueño tiene también su componente de pesadilla... ¿El fútbol también?

-Las lesiones, por ejemplo. Cuando conviertes el fútbol en el punto neurálgico de tu vida, una lesión puede parecer una catástrofe. Incluso perder un partido te puede dejar una sensación de amargura desproporcionada... Es el defecto de todo aquello que convertimos en una obsesión. El fútbol no se inventó para profesionales; debe de ser una de las materias más democráticas del mundo, abierto a todos los biotipos, a todas las personalidades, a todas las nacionalidades. Es un fenómeno tan global como la tecnología, solo que la tecnología forma parte de lo moderno y el fútbol es parte de lo primitivo.


Un juego como de niños, pero con enormes connotaciones empresariales...

-El juego es lo que el hombre se inventó para escapar de la realidad. Lo que ocurre es que se ha llenado de intereses y esos intereses lo han devuelto a la realidad. Lo vivimos como juego porque hay algo de azaroso e incontrolable en él, pero también como negocio, porque, en tanto espectáculo, es parte importante de la industria del ocio. Así es el fútbol, un sueño y una empresa a la vez. No hay más que ver cómo es el comportamiento de la afición. Si toda esa gente no supiera imponer la fuerza de sus ilusiones sobre el negocio, no habría graderío.


Y ahí la victoria y la derrota forman parte del mismo sueño. Usted ha sufrido derrotas, enfermedades, lesiones. Sin embargo, la gente suele verle como un triunfador... Ante esos factores de desilusión y de fracaso, ¿cómo ha reaccionado?

-Para ganar todos estamos preparados. La solidez de una persona, un equipo o un club se demuestra en la derrota. Son momentos en los que se dan saltos de madurez. He convivido muy bien con todas las desilusiones que me he ido encontrando a lo largo de mi carrera y de mi vida, avatares que han acabado por hacerme mejor. Sin embargo, frente al triunfo y el éxito tengo más reparos. Cuando trabajas con la vanidad, te conviertes en peor persona.


Lo dijo usted en ese libro 'Sueños de fútbol': "Debemos ser ambiciosos sin que nos gane la vanidad".

-Si tengo que elegir un tipo de deportista, y hasta un ejemplo de madridista, porque a través del madridismo proyecto mucho de lo mejor del deporte, diría que Rafa Nadal representa muy bien esa actitud de ponderación ante el triunfo y la derrota. En calidad de aficionados, le cedemos nuestro orgullo al deportista, y Rafa nos lo sabe cuidar como nadie. Lo cuida cuando gana porque se deja la vida en el campo, y cuando pierde porque lo hace con nobleza.


Usted ha comentado que la afición es un monstruo de 100 mil cabezas, orgulloso y exigente; da la impresión de que el aficionado es como un asistente al circo romano, quiere que el suyo gane a cualquier coste...



-Hay mil maneras de entender el fútbol. El fanatismo tiene el defecto de estrechar el recinto mental y dejar espacios solo para nuestras obsesiones, nobles con respecto a nuestro equipo y demoniacas respecto al contrario. El aficionado es sectario por naturaleza, y eso es siempre un peligro potencial. Creo más en las mayorías silenciosas. En la sociedad afloran muchas veces conductas extremas y cada día más ruidosas que me espantan.


¿Y qué dice ahora la mayoría silenciosa y la afición del fútbol respecto a los clubes y a los futbolistas?

-El fútbol es un juego que tiene una enorme capacidad de contagio. Cada afición tiene algo de tribu y cada tribu tiende a tener un pensamiento único. No caben muchas ideas dentro de un grupo de fanáticos.


¿Cómo ve el fútbol español? ¿Cómo ha evolucionado?

-El fútbol español vive su época dorada y la selección lo ha demostrado. La selección expresa el progreso del fútbol español y su estilo es un ejemplo muy poderoso que va a influir sobre las próximas generaciones. España es hoy, para el mundo del fútbol, lo que en otros tiempos fue Brasil... A nivel de clubes también marca diferencias, pero solo a través de dos grandes clubes, el Barcelona y el Real Madrid. Dos poderosos que tienen como mercado el mundo entero y que están fagocitando el campeonato. Cada día son más importantes los Madrid-Barça. El estatus general del fútbol dentro de la sociedad ha cambiado en el último cuarto de siglo. Los medios de comunicación, una sociedad más infantil, el futbolista como héroe moderno, todo ha influido para que el fútbol se convierta en el poderoso espectáculo cotidiano que es.


¿Y cómo ve al futbolista en este proceso de cambio que ha hecho líder al fútbol español?

-El futbolista de primerísimo nivel es muy inteligente. Ha mantenido un equilibrio ejemplar. Cada vez tiene un papel más relevante en la sociedad, de manera que cada día es más fácil confundirse. Sin embargo, los futbolistas siguen muy centrados en su profesión y, en términos generales, emitiendo mensajes equilibrados a la sociedad.


Ese concepto del buen profesional se interrumpe de pronto, sobre todo a raíz de los enfrentamientos Madrid-Barça, que son también dos concepciones distintas del fútbol. Usted se encuentra ahí en medio de una historia que le incomoda hasta el punto de cesar en la dirección general del equipo que ha sido la niña de sus ojos.

-En el discurso de despedida dije que fui mucho más director general que Jorge Valdano. Tengo una sola manera de entender el fútbol, el Real Madrid. No puedo obligar a nadie a que piense como yo.


¿Imaginaba que estos dos trenes iban a chocar de una forma tan abrupta?


-Dije lo que tenía que decir en los sitios en que debía hacerlo y cuando debía hacerlo.


Ha habido una gestión de estos partidos (los siete Madrid-Barça de los últimos tiempos) que también se puede identificar con dos concepciones del fútbol. ¿Cómo analiza esos enfrentamientos?

-Hay una parte apasionante, que es la estrictamente futbolística, de tremendo choque de fuerzas. Luego está el discurso de cada uno. Si no somos capaces de moderarlo, va a terminar provocando algún terremoto en las franjas de las aficiones más apasionadas, las menos pensantes.


En el último partido de la saga, el Barça-Real Madrid de la final de la Supercopa, se puso de manifiesto ese peligro que usted denuncia. Los futbolistas y su entorno se pelearon de una manera física evidente. ¿Cómo lo vivió?

-No tengo humor para analizarlo públicamente. Está de más decir que no me hizo ninguna gracia. La violencia convertida en espectáculo es denigrante.


¿Cómo está su ánimo ahora?

-Estoy bien, tengo gran capacidad para pasar página. También una buena gimnasia: la vida me hizo pasar página muchas veces. Y aprendí también a separar lo importante de lo que no lo es. Cuando salgo de una actividad, lo que hago es meterme inmediatamente dentro de otra y santo remedio.


Pero con memoria, imagino...

-La memoria existe siempre. Lo que no voy a ser capaz es de cambiar mi visión del Real Madrid y del fútbol como juego, como fenómeno social, como espectáculo y negocio. He dado la vuelta entera alrededor del fútbol. He sido jugador, entrenador, ejecutivo, soy socio... Todo me ha ayudado a entender lo que es el fútbol. A veces se aleja de mi ideal, a veces se acerca, pero yo siempre estoy en el mismo lugar.


¿No tiene la sensación de que el fútbol está en momentos sombríos? Algunos de los ideales, o de los sueños, se están perdiendo...

-El mundo se está transformando. Si uno se va un año y regresa a este mundo, se encuentra con que Mubarak está encarcelado, Libia ya no es Libia, Estados Unidos ya no es AAA... Y las visiones que la gente tiene sobre las cosas también van cambiando. Tengo un amigo, David Koncevik, argentino que da conferencias en México, que desde hace tiempo habla de la revolución de las expectativas. Tener acceso al conocimiento acumulado por la humanidad a lo largo de la historia nos crea algunas ilusiones que no se cumplen... Lo cierto es que todo aquello que tiene un valor de cambio, una casa, un coche, un trabajo, es muy difícil de conseguir, si no imposible, y eso genera tremendas desilusiones. Las expresan los indignados cuando salen pacíficamente a ocupar la plaza pública, o los jóvenes ingleses cuando saquean aquello que la sociedad les promete, pero a lo que no tienen acceso.


¿Y eso se da en el fútbol?

-Sí, claro. Clubes como el Real Madrid se sienten beneficiados de todo lo que ese equipo ha conseguido a lo largo de su historia. Pero también se sienten obligados a llenar todas las expectativas... Y siempre se está al borde de defraudarlas. Si uno queda segundo, no es digno del Real Madrid; si uno no se comporta adecuadamente, no es digno del Real Madrid; si uno se equivoca en un adjetivo en una rueda de prensa, tampoco es digno del club... Toda esa expectativa desproporcionada hay que volver a equilibrarla para devolverla a una realidad muy simple: que el Real Madrid está compitiendo con un club que vive el mejor periodo de su historia. Hay que observar ese fenómeno sin resignación, con toda la ambición del mundo, pero respetando los valores del club...


¿No genera eso una enorme ansiedad?



-A lo largo de tantos años me he acostumbrado a escuchar estupideces de distinto calibre. Recuerdo que no hace mucho, dentro del Real Madrid, llegué a escuchar algo tan disparatado como que el resultado había dejado de importar, que el Real Madrid había llegado a tener una imagen tan potente que ganar o perder había dejado de ser relevante. Es difícil oír una estupidez mayor. Pero hay otro tipo de estupidez, más recurrente dentro del fútbol, la que dice que lo único importante es ganar. La desesperación por ganar ataca todos los valores de referencia. Y termina atacando también a la economía de los clubes. La desesperación por ganar es la piedra angular de todos los concursos de acreedores que hay en España en estos momentos.


¿Qué hacer?

-Creo que hay que entender que debe existir un equipo competitivo, a la altura de la historia y de las obligaciones que plantea el Real Madrid, y un club que cuide la cultura que el Real Madrid ha sabido construir. Si esos límites están bien establecidos, no hay ningún problema. Si esa línea no está bien marcada, es mucho más fácil confundirse. Los periodos más importantes en la historia del club fueron aquellos en los que se encontró un equilibrio entre el respeto a los valores y el respeto al resultado.


Buenos aficionados del Real Madrid ven riesgos de que esa falla se produzca ahora...

-Alrededor del Madrid hay muchos prejuicios y la mayoría con bases falsas. El Real Madrid es el equipo más popular de España, es un equipo que siempre ha representado el poder, pero su fuerza es eminentemente popular. Creo que la fuerza de la historia del club es tan grande que no vislumbro ningún peligro. Al final, el peso de la cultura se impone a todo porque está grabado a fuego en todo buen aficionado.


¿Cree que en esos famosos Madrid-Barça se están jugando dos concepciones del fútbol?


-No dos concepciones, pero sí dos estilos. Uno más táctico y más físico, y otro también táctico, pero que gira más alrededor de la pelota y cuya línea de diferenciación más clara con respecto a cualquier otro club, no solo de España, sino del mundo, es la técnica colectiva...


Lo que usted ha enseñado, como entrenador y como comentarista, va más por lo que hace el Barça que por lo que hace el Madrid en los últimos tiempos.

-Menotti dijo hace poco en EL PAÍS que el 95% de los entrenadores quieren ser Guardiola. Es indiscutible que lo que ha conseguido el Barça tiene algo de sueño platónico para todos los que queremos el fútbol. Reconocer eso no es una traición a la patria madridista, es el reconocimiento natural de una forma de hacer fútbol. Después de reconocerlo, lo que hay que hacer es encontrar la manera de superarlo. Pero no hay por qué abandonar la nobleza, ni los principios, ni la deportividad.


¿A qué le obliga el madridismo, esa 'patria madridista' a la que alude?

-Siempre he tenido la sensación de que estoy en deuda con el Real Madrid, sobre todo por lo que me enseñó, lo que me obliga al agradecimiento, fundamentalmente. He tenido la suerte de atravesar el club en distintas funciones. Hay que recordar que a mí, con 19 años, me trajo a España José María Zárraga, capitán de las cinco copas de Europa del Real Madrid. Él fue quien me ayudó a idealizar al Real Madrid. Luego he leído mucho y me he rebelado contra determinados prejuicios históricos. Hablar de que este es un club que se hizo grande durante el franquismo es una manera muy ladina de leer la historia. Cuando Franco tenía un peso específico igual a cero en Europa, el Real Madrid gana cinco copas de Europa consecutivas. Solamente esos brochazos gordos tendrían que servir para deshacer algunas ideas que se han extendido sobre el club.

Otra idea discutible es que al club solo lo han hecho grande los triunfos. El Real Madrid ha crecido enormemente en ciclos que no fueron triunfales. Por ejemplo, desde que se inaugura el Bernabéu y durante seis años el fenómeno madridista no deja de crecer, y en esos seis años no gana absolutamente nada. Otro ejemplo a analizar es la primera elección de Florentino Pérez. Su oponente acababa de levantar la séptima y octava copas de Europa; sin embargo, Florentino le gana la presidencia, hablando de valores. Por eso digo que el Real Madrid es un fenómeno muy popular, muy rico y muy sólido, que está por encima de cualquier hecho puntual.


Por cierto, el hecho de que este desencuentro suyo con el club se produjera con Florentino Pérez, que es quien le repescó para la dirección del club, ¿le ha dolido especialmente?

-No quiero abundar en ese tema. Florentino es el presidente del Real Madrid y está en su derecho de llevar al club adonde crea conveniente.


Este verano han surgido en el mundo del fútbol los fondos de inversión para fichajes. ¿Qué puede ocurrir con esta mercantilización tan evidente?

-Los fondos de inversión aplicados al fútbol van a terminar por generar un nuevo clima de sospecha. Si el mismo fondo de inversión tiene jugadores en distintos equipos, mucha gente entenderá que, por cuidar la inversión, a esos fondos les va a convenir que un equipo le gane a otro en algún momento de la temporada. Ese clima de sospecha ataca a la esencia misma de la competición. Además, los fondos de inversión ayudan a los clubes a disimular sus catástrofes económicas, pero también a profundizarlas, porque no se capitalizan. Si los jugadores son de los fondos, lo único que hace el club es cuidar de esa inversión y no disfrutar de los beneficios. Es un fenómeno que ya lo hemos visto en Argentina, y el resultado ha sido poca gente millonaria y muchos clubes quebrados.


Hablando de fichajes, ¿los futbolistas se hacen súbitamente del equipo al que dicen amar en cuanto llegan?



-Sí.


¿Seguro?

-Ponerse la camiseta y besar el escudo forma parte de la liturgia mediática, pero este es un juego que trabajaba muy bien sobre la identidad. Yo llegué a Vitoria y a los tres meses me sentía sinceramente 
representante del Alavés. Si jugábamos en Valladolid y perdíamos, me apenaba por la gente que había ido a vernos y a la que no habíamos sabido responder. Sí, se dan esos fenómenos de identificación, que son mucho más potentes si empiezas y terminas la carrera en el mismo club. Ahora hay mucha más movilidad que antes, los jugadores duran menos tiempo en un equipo, son muchos los que desde países muy remotos aterrizan en un club y tienen que empezar desde cero el proceso de identificación. Pero es real.


Vuelve a ser Jorge Valdano y se sitúa ante los micrófonos de la SER para comentar el juego de su equipo. ¿Le obliga eso a interrumpir su madridismo? ¿Qué siente en un Madrid-Barça?

-Me siento madridista y eso me obliga a ganarle al Barcelona, no a aborrecerlo. Creo que cada uno es hijo de una historia distinta; yo me siento muy orgulloso de la historia del Real Madrid, la defiendo y sufro por ella, pero no hasta el punto de abrazar aquello en lo que no creo.


¿El fútbol dicho es tan importante como el fútbol actuado?

-También en eso hay que hablar de un cambio. Usted y yo somos de la generación de la radio y las revistas deportivas. Hoy, a los jóvenes el fútbol les entra a través de la imagen, pero para mí el fútbol no es nada sin la palabra.


Volver a la radio, volver a decirle al aficionado lo que ve, ¿qué reto supone para usted?

-Volver a la radio es volver a la palabra, al mensaje. Lo he hecho a lo largo de mi vida a través de los libros, de los medios de comunicación, incluso mientras he estado en el fútbol en distintos cargos. Siempre he tratado de traducir el juego a un determinado tipo de mensaje.


A un aficionado al fútbol debe resultarle insólito que un profesional le meta el dedo en el ojo a otro. Si el fútbol es pedagogía, ese debe ser un hecho rechazable, ¿no?

-Nadie debe sentirse orgulloso de lo que pasó en ese partido. Cada uno debe ser responsable de sus actos y cada quien tiene que explicarlos a su manera. Cuando las cosas son tan visibles, no hace falta hacer un gran esfuerzo para interpretarlas. Las diferencias que ha habido entre Mourinho y yo durante el tiempo en que hemos estado juntos en el Real Madrid no me convierten en un mourinhólogo... Que cada uno se haga cargo de sus actos.



Evoquemos un nombre propio estimulante: César Luis Menotti, un maestro, paisano suyo, que también asocia el fútbol a las buenas palabras.



-Lo mejor que se puede decir de Menotti es que el fútbol argentino se ha ido alejando de su discurso y desde entonces no ha parado de empeorar. Volver a Menotti sería volver a la fuente; tarde o temprano es un camino que el fútbol argentino ha de recorrer.



En tiempos recientes, el árbitro ha vuelto a ser chivo expiatorio de las derrotas. ¿Cómo ve usted esa figura?

-Reducir el fútbol a una cuestión arbitral es una simplificación peligrosa, para el fútbol y para el club que entre en esa dinámica. Durante décadas, el Barcelona acusó a los árbitros de sus frustraciones deportivas, algo que en Madrid nos hacía mucha gracia. Luego se refugió en el fútbol y ha abandonado ese discurso victimista. Creo que el Madrid no debe caer en esa tentación. Si cae, reducirá la grandeza de la que tan orgullosos nos sentimos.



¿Cuál es, según usted, el porvenir de esa dicotomía Madrid-Barça que ha sido tan jugosa recientemente?

-El Madrid ya mira a los ojos al Barcelona, y eso tiene mucho mérito. Creo que su principal virtud fue ahogar al Barcelona en la salida (en los partidos más recientes). Recuperaba la pelota en posiciones adelantadas y cada robo producía sensación de peligro. Cada partido que vemos es un laboratorio para los entrenadores, y tengo mucha curiosidad por saber cómo va a resolver Guardiola en diciembre el tipo de dificultades que le ha creado el Madrid en estos últimos enfrentamientos.

Juan Cruz
Foto: Jordi Adriá, El País. 
Jorge Valdano.
El País, 18 de septiembre de 2011

domingo, 27 de noviembre de 2011

La revolución de los oportunistas


Viviana, 34 años, es un buen botón de muestra que la revolución de Fidel Castro pierde rigor. Ella nunca ha leído ninguna obra de teóricos marxistas. Ni siquiera El Capital.

Ni falta que le hace. La joven lo tiene claro. Necesita obtener el carnet rojo del partido para escalar. Mejorar sus duras condiciones de vida y tener oportunidades y beneficios. Ésa es su meta. Y trabaja por ella.

Existe en Cuba una nueva camada de supuestos leales a los hermanos Castro con un increíble barniz de cinismo y oportunismo. Olvídese de la fe. En ocupar un puesto dentro del sector ideológico, ven una escalera de caracol para subir los peldaños hacia la superestructura.

Su vocación no es Carlos Marx, ni siquiera José Martí. Un poco de Fidel Castro y muchos deseos de viajar por medio mundo en nombre del socialismo tropical.

Saben las prerrogativas del poder. El 'Gran Hermano' es parsimonioso. Pero premia la fidelidad. Pasar el verano en una casa en la playa. Obtener alimentos y pacotilla sin que medie dinero en empresas estatales. Bailar reguetón sin pagar un duro, si acaso unos pocos pesos, en alguna discoteca de pegada en La Habana.

Y al final del camino, si superas el filtro de la confianza, primero un auto, después puestos de dirección, convoyado con una de las tantas casas pertenecientes a la 'reserva estatal'.

Luego de llegar y besar al santo, vienen otras tácticas camaleónicas. Estar en la Asamblea Nacional es importante. Codearse con generales y ministros es una maravillosa pasarela. Una buena carta de presentación.

Aplaudir a rabiar el discurso del jefe. Discretamente, sugerir la posibilidad de limar ciertos flecos en esa biblia criolla que son los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. Para ese momento, quizás algún viejo dirigente de una corporación militar o firma extranjera te haya echado el ojo y te haga la oferta esperada.

Es el sueño de los nuevos nietos de la revolución. Una visa a destajo. Y divisas en la billetera. Cebarse como cerdos con tres comidas diarias. Que nunca en la despensa falten las tres C: carne de res, camarones y café. No del mezclado con chícharos, si no del bueno. Brasileño o colombiano.

La genuflexión y mojigatería a granel resulta un medio para ascender. Progresar en nombre de un viejo filósofo alemán o aquel duro bolchevique ruso que nunca han leído, o leen sin analizar y, por supuesto, asimilando -o fingiendo que asimilan- el fidelismo, esa religión surgida en 1959.

Cualquier procedimiento es bueno para demostrar lealtad. Desde una golpiza a un disidente pacífico, o con las venas inflamadas gritar a las Damas de Blanco “al machete que son pocas” o insultar y calificar de 'mercenario' a un periodista independiente. En pos de llegar a la meta, todo vale.

Iván García

sábado, 26 de noviembre de 2011

La libertad según Jonathan Franzen


Jonathan Franzen es un revolucionario de la ficción. Ha puesto de acuerdo a la crítica más exigente, al público y hasta al presidente Obama. Su nuevo libro, Libertad , publicado en España por Salamandra, ha sido recibido en Estados Unidos como la primera gran novela norteamericana del siglo XXI. Nos habla de quiénes somos, de nuestros sentimientos más ocultos, de la libertad, un concepto tan real como amenazado. El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez mantuvo un encuentro con él en su casa de California, con la música de los pájaros como banda sonora.

Las correcciones, el libro que metió a Jonathan Franzen entre los grandes novelistas de su generación, llevaba una semana en las librerías cuando dos aviones de pasajeros se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York. La publicación en castellano de su nueva novela, por una de esas magias del azar objetivo, coincide con el décimo aniversario de los atentados.

Libertad, una fiesta narrativa de más de seiscientas páginas cuyo título sencillo no debería despistar a nadie, es una novela familiar y obsesivamente privada, pero guarda en sus sótanos una buena cantidad de cargas políticas que tienen mucho que ver con los años en que fue concebida: los años posteriores al 11-S, los años de Bush y de Irak, los años en que palabras como América, patriotismo y -bueno, sí- libertad estaban en boca de todos los norteamericanos, y en particular, de todos los políticos. "Una de las razones del título", me dijo Franzen cuando le hablé del asunto, "es mi intento por recuperar una bella palabra de manos de los estúpidos y volverla a poner en manos de quienes pueden apreciar su complejidad y su belleza".

Pues bien, misión cumplida: Libertad es una bella y compleja exploración de un puñado de vidas íntimas cuyo problema, igual que sucedía en Las correcciones, es el eterno conflicto entre lo que quieren y lo que se espera de ellas. En este choque frontal se mueve la extraordinaria historia de la familia Berglund, gente de buenas intenciones e incluso de buena fortuna; gente cuya buena fortuna, junto con todo lo demás, se va al garete de manera fascinante a lo largo de unas tres décadas. Lo que Franzen nos cuenta es el auge y caída del matrimonio entre Walter, ambientalista comprometido y marido fiel, y Patty, "una alegre portadora de polen sociocultural, una abeja afable". Todos los sospechosos habituales están presentes: el dinero, los deportes, el sexo, las drogas y aun el rock and roll, en la persona de Richard Katz: músico pospunk que prefiere ganarse el pan arreglando techos antes que comprometer su integridad artística, hombre caótico que interfiere de maneras imprevistas y calamitosas en el matrimonio Berglund. Son todos personajes (encantadoramente) confundidos, y a todos les queda a la maravilla la frase que una vecina insidiosa utiliza para referirse a los Berglund: "Creo que aún no han aprendido a vivir".

¿Cómo vivir? Libertad intenta responder a esta pregunta.

Franzen divide su calendario entre su piso de Manhattan, donde pasa nueve meses al año, y una casa de Santa Cruz, California, a una hora y media de San Francisco por una carretera que bordea el Pacífico. Es un paisaje de acantilados, playa y niebla al mismo tiempo -el mes de agosto en esa zona de California es tibio y húmedo-, pero al llegar a Santa Cruz todo eso desaparece: uno está en uno de esos centros urbanos que parecen surgir poco a poco, casi a traición, y en cuyas calles silenciosas no hay peatones.

La casa de Franzen es un lugar engañoso: la puerta principal da a una de esas vías de inconfundible aire suburbano, pero uno cruza el salón -dos bibliotecas pequeñas empotradas en la pared, y en ellas, libros de John Updike, de Don DeLillo, de Philip Roth- y en pocos pasos se encuentra al aire libre, en un porche de suelo de madera colgado al borde de un barranco profundo y cubierto de árboles donde cantan los pájaros. Los pájaros son importantes en la vida de Franzen. Cuando comenzamos a hablar, lo primero que me dijo Franzen no tenía que ver con su vida, ni con sus libros, sino con el canto que sonó en ese momento. "Un chingolo punteado", dijo. "Es un hermoso pájaro".

Me contó que unos meses atrás había estado en Colombia, cerca de la sierra nevada de Santa Marta, en los terrenos de una reserva natural con la que trabaja su organización. "¿Qué organización?", pregunté. "The American Bird Conservancy", me dijo Franzen. "Trabajamos con Pro Aves, un grupo conservacionista muy dinámico de Colombia. Una de las razones por las que hemos podido comprar el terreno que tenemos allí, en la selva tropical, es que en un tiempo hubo tantos combates que los campesinos abandonaron sus tierras". El Dorado -así se llama la reserva- está a unos 1.900 metros sobre el nivel del mar.

Franzen hablaba de ella y yo pensaba en Libertad y en Walter Berglund, que se pasa buena parte del libro intentando conseguir ciertos terrenos para proteger una especie en peligro de extinción: la reinita cerúlea. "En los últimos dos años", leemos, "Walter había viajado mensualmente a Colombia para comprar extensos terrenos y coordinar con las ONG locales que fomentaban el ecoturismo y ayudaban a los campesinos a sustituir sus estufas de leña por calefacción solar y eléctrica". Para Walter, baste decirlo, las cosas no salen tan bien como están saliendo para su inventor.

Jonathan Franzen nació en un suburbio de Saint Louis, Missouri, en 1959. Sus padres eran gente modesta que, sin ser muy educada, veía la educación como una herramienta de ascenso social, y siempre transmitieron a sus hijos la importancia de la lectura. (Mucho después, Franzen escribiría en un ensayo: "No soporto la idea de que la ficción seria es buena para uno, pues no creo que todo lo que está mal en el mundo tenga una cura"). La génesis de una vocación consta de muchos momentos. Uno de ellos, en el caso de Franzen, es una obra de teatro que escribió con una amiga durante el último año de escuela. Era una obra absurda, me dijo: espías rusos en el Londres de 1666 que tratan de robarle el secreto de la gravedad a Isaac Newton. "Invitábamos al público a pensar que los rusos no tenían gravedad, o algo así", rio Franzen. "Que estaban perdiendo la carrera gravitacional".

Luego vinieron las primeras lecturas serias. "Si tuviera que mencionar a un escritor que realmente me haya abierto los ojos, sería Kafka", dijo Franzen. "Mi primera novela fue una reescritura de El proceso, imagínese. Pero nunca quise ser el loco de la buhardilla, el hombre encerrado que escribe cosas ilegibles. Desde el comienzo sentí que mi misión era hacer justicia a esta nueva dimensión literaria que había descubierto sin renunciar a un público más amplio. Pensé, y creo que alguna vez lo dije, que no quería dejar atrás a mis padres. Quería escribir libros que ellos tuvieran oportunidad de leer y apreciar".

Pareció que iba a decir algo más, pero entonces abrió mucho los ojos, miró al vacío y dijo: "Oiga eso: es un colibrí. Hay muchos por esta zona".

Su primera mujer fue otra aprendiz de escritora. Habían estado saliendo desde el último semestre de universidad; cuando Franzen ganó una beca Fulbright y se marchó a la Freie Universität de Berlín, la relación se volvió epistolar. "Nos escribíamos una cantidad poco saludable de cartas", me dijo Franzen. "Como éramos tan ambiciosos, pensamos que no podíamos simplemente escribirnos esas cartitas llenas de emociones, sino que debían ser una especie de diario. Fue un mal experimento: yo pasaba días sin ver a nadie, viviendo en mi cabeza, y una vez, respondiendo a una carta especialmente perturbadora, tuve un colapso nervioso. En cualquier caso, esas cartas acabaron convertidas en un capítulo de mi primera novela, Ciudad veintisiete, aunque la mayor parte del capítulo fue eliminada".

Franzen había hecho a sus padres una promesa solemne: si no publicaba su primer libro antes de cumplir los 25, se daría por vencido y entraría a estudiar derecho. Y el libro, el terco primer libro, no llegaba. "Pero de alguna manera completé las 10.000 horas de trabajo que, según algunos, necesitas antes de llegar a ninguna parte", me dijo.

En 1985, en un período de 10 (intensos) meses, escribió el libro entero. "Y me acuerdo del día en que lo terminé: era a comienzos de noviembre, estaba trabajando en el porche de un piso que teníamos en los suburbios de Boston. Hacía un frío terrible, pero yo me había quedado afuera porque estaba fumando y mi mujer había dejado el cigarrillo recientemente. Cuando me di cuenta de que había terminado, me sentía exhausto y lleno de excitación. Puse los 18 capítulos en una pila y mi mujer me tomó una foto junto a ese manuscrito. Cuando llegó la foto, mi imagen era horrible. Había pasado 10 meses trabajando siete días a la semana, fumando casi hasta matarme. Me veía como un hombre de 60 años".

No tenía 60 años: tenía 29, y llegaba cuatro años tarde al compromiso con sus padres. Pero la publicación de la novela -un duro cuestionamiento de la inocencia del medio oeste en general y de Saint Louis en particular- fue una decepción inmensa. "La sorpresa más grande", escribió, "fue el fracaso de mi novela culturalmente comprometida a la hora de lograr que la cultura se comprometiera con ella. Mi intención había sido provocar; lo que recibí, en cambio, fueron 60 reseñas en el vacío". Con la segunda, Movimiento fuerte, ocurrió lo mismo: el aprecio de la crítica y el ninguneo de los lectores. Y con la caída de su destino literario, su destino personal -verbigracia, su matrimonio- también se estaba cayendo en pedazos. Fue entonces cuando la revista Harper's le hizo un encargo que sería determinante. El resultado se acabaría publicando en el libro Cómo estar solo con el título '¿Para qué molestarse?', pero todo el mundo lo conoce con su alias: 'El ensayo de Harper's'.

"El ensayo de Harper's comenzó siendo un encargo del New York Times Magazine", me contó Franzen. "Un reportaje sobre la disminuida autoridad cultural de la novela norteamericana. Me dieron un presupuesto, pero lo más importante es que me dieron también un pretexto para escribir a los novelistas que yo admiraba. Escribí a mucha gente: a Philip Roth, a Toni Morrison... Don DeLillo fue uno de los pocos que contestaron. Así que lo entrevisté, luego le escribí y él volvió a responder, y pronto estábamos comiendo un par de veces al año. Yo tenía (y tengo todavía) una opinión tan alta de él que al principio fue incómodo estar en su presencia. Pero lo hemos superado. Siempre me ha gustado el contacto con los mayores, saber de qué hablaban, y eso fue parte de mi motivación como escritor: quería unirme a esa conversación. El ensayo no fue solo el lugar donde resolver ciertos problemas, sino la manera práctica de llegar a conocer más escritores, de entrar en contacto con DeLillo o con Donald Antrim, y escuchar que les preocupaban las mismas cosas que a mí. Terminé el ensayo sintiendo que mi maldición era menos exclusiva de lo que creía. Escribirlo me cambió, me liberó para volver a ser novelista con una noción muy distinta de lo que estaba haciendo. Terminé Las correcciones, publiqué la novela y recibí una respuesta muy distinta de la que había recibido con mis dos primeras novelas. Averigüé, en pocas palabras, qué tipo de novelista quería ser".

¿Y qué novelista es ese? En uno de los pasajes más iluminadores de ese iluminador ensayo, Franzen habla de su descubrimiento de una novela que lo marcaría de ahí en adelante: Personajes desesperados, de Paula Fox. "Ese libro era y sigue siendo el mejor ejemplo de cómo el mundo puede verse reflejado en una conciencia individual", me dijo. "Al leerlo me di cuenta de que me había enfrentado al tema de una forma equivocada. Yo me había educado con los maximalistas, esas inmensas novelas que intentan contarlo todo. Pero hay mucho más sobre los Estados Unidos de 1968 en Personajes desesperados que en una novela como JR, de William Gaddis, cuya extensión es cinco veces mayor... Así que me di cuenta de que podía resolver dos problemas a la vez: uno era la obsolescencia de la novela social (me seguía preocupando lo que pasaba en el mundo, pero los métodos de la novela social ya no eran una opción viable), y el otro, la posibilidad de hacer lo que llevaba mucho tiempo deseando: habitar el mundo íntimo de los personajes. Así que Paula Fox me enseñó el camino. Y me parece muy elocuente que el libro estuviera descatalogado mientras que las grandes novelas socialmente comprometidas de los posmodernos estaban ganando premios, volviendo famosos a sus autores".

El artículo de Franzen y su posterior prólogo dieron una segunda vida a Personajes desesperados. Franzen, por otra parte, es uno de los principales valedores de escritoras como Alice Munro. Y, sin embargo, tiene el raro honor de haber sido la víctima en una de las controversias más ridículas de los últimos años en Estados Unidos. Tras la extraordinaria reseña que la crítica Michiko Kakutani le dedicó a Libertad en el New York Times, un par de escritoras encabezaron un curioso movimiento feminista para quejarse del favoritismo que dicho diario mostraba hacia los hombres blancos. Tan notorio fue el debate -aunque llamarlo debate es una hipérbole- que una de las escritoras involucradas en la queja inventó un tag de Twitter, franzenfreude, que definió como "el dolor producido por las múltiples y copiosas reseñas que le han llovido a Franzen". A él, acostumbrado desde que comenzó su éxito a los ataques de mediocres y resentidos, la cosa le trajo sin cuidado. Y, sin embargo, puede encontrar razón en la queja: "El canon olvida a las mujeres. Eso molesta a mucha gente, y me molesta a mí. Suelo tratar de rescatar a escritoras que hayan sido injustamente descuidadas, pero sigo siendo el hombre blanco".

Como Las correcciones, Libertad es un examen de un momento -mejor: de un zeitgeist- a través de una familia. Para Franzen, se trata de su novela más autobiográfica precisamente porque es la más puramente inventada. "Las cosas más duras o más interesantes de la vida de una persona no deberían contarse directamente en la ficción", me dijo al respecto. "Son demasiado vergonzantes, o contarlas causaría demasiado dolor a personas que aún viven. Una de las razones por las que fue fácil terminar Las correcciones es que mis padres estaban muertos, así que no era necesario inventar tanto. En Libertad, la cosa fue distinta. Quería, en parte, contar lo que sabía, pero no quería hablar de un matrimonio que ocurrió en 1944. ¿A quién le importa 1944? Dejad que los muertos entierren a los muertos, ¿no? Así que traté de imaginar cómo serían mis padres si tuvieran mi edad. Al ponerme en esa tarea -la de contar un matrimonio que no es el mío-, pude contar mi matrimonio disfrazado. En ausencia de la invención, la autobiografía más profunda no es posible. Y, sin embargo, no sé por qué, la gente necesita pensar en la ficción como autobiografía disfrazada. Tal vez todo venga de un prejuicio muy protestante: que la ficción es mentira. Para esa gente es tranquilizador pensar que una novela no es mentira, sino que el autor ha cambiado los nombres y los detalles, pero manteniendo la verdad de lo que le ha pasado. ¿Por qué leer mentiras? Mejor leo algo que me enseñe, piensan ellos, algo que me permita mejorarme".

Franzen ha reflexionado con terquedad y lucidez sobre el rol que juega la literatura de ficción en nuestras vidas, y sobre lo que perderemos cuando esa curiosa actividad (la de leer y escribir sobre gente que no existe) sea desplazada definitivamente. "Hay quienes sostienen que la no ficción nos da todo lo que la novela puede dar, así que ya no necesitamos novelas", me dijo, "pero hay ciertas cosas que la ficción hace mejor que ningún otro medio. El acceso a la vida interior de otras personas, con toda esta riqueza de gradaciones, es algo que solo la ficción puede dar. En la ficción podemos entrar en la mente de una persona y en seis palabras salir y entrar en la mente de otra. Fundamentalmente, esto estimula algo que podemos llamar 'simpatía liberal'. Jane Smiley habla de 'la novela liberal', con lo cual se refiere a la novela a secas: la posibilidad, no, la necesidad de presentar puntos de vista que no son los tuyos hace que uno deba abandonar cualquier absoluto moral. Así que la complejidad moral es una especie de segunda piel para un escritor de ficción".

Y los personajes de Franzen no son extraños a la literatura. Aunque a él, según dice, nunca le ha interesado escribir sobre escritores, le gusta reconocer el hecho de que los libros tienen un lugar en la vida de la gente. Así sucede en Libertad, donde Patty lee a Tolstói, y Joey, lamentablemente, no logra interesarse en Expiación. "Me supo mal, sí. Pero luego me llegó razón de que a McEwan no le había importado. Dijo que si él hubiera sido Joey en ese momento, tampoco le habría gustado su libro. Qué puedo decir: a mí me interesa el mundo de la gente que lee novelas. Sí, la tecnología seduce a muchos más jóvenes ahora que hace 20 años, y puede que se avecine un periodo de decadencia sostenida de la novela, pero el público es todavía muy grande. Aun si fuera pequeño, contaría con mi lealtad. Si seguimos escribiendo como si importáramos, seguiremos importando a la gente que lee novelas. La manera de conservar nuestro territorio no es darnos por vencidos y comenzar a escribir para nosotros mismos, sino tratar de escribir libros que sean relevantes".

Franzen hizo una pausa y me dijo: "Mire, un sastrecillo. El pájaro cantor más pequeño de Norteamérica. Siempre vuelan juntos, así que ahora vendrán otros. Para cuando estén todos, habrá unos quince. Una especialidad de la costa oeste. No se pueden ver en ninguna otra parte".

Franzen escribió Libertad durante el primer año de la presidencia de Obama. Pasó los años de Bush luchando con el libro, pero sin llegar a ningún lado, y no es una coincidencia que la novela solo se pusiera en marcha la semana anterior a las elecciones, cuando Estados Unidos asistía a esa sorpresa inverosímil: el candidato negro iba a ganar. "Solo entonces pude relajarme y ponerme a escribir", me dijo. Se había pasado los años de Bush asistiendo, con fascinación y repulsa, a la degradación progresiva del discurso político. "La política me parece muy tonta, muy simple: exige que uno piense que tiene la razón y que el contrario está equivocado. La mayor crítica que se le hace ahora a Obama es que piensa en las cosas de una forma muy complicada, mientras que una novela que no piense las cosas de una forma complicada simplemente no sirve. Así que hay una antítesis fundamental entre la política y la novela. Alguien debería llevar esta noticia a la Academia Sueca". Pensó un momento y añadió: "Soy una rara mezcla: alguien lleno de opiniones políticas que al mismo tiempo tiene muy poco respeto intelectual por la práctica de la política".

Varias cosas pasaron en esos años, los años de la lenta concepción de Libertad. Su relación con su mujer es una de ellas. Kathryn Chetkovich tiene una colección de relatos, Friendly fire, pero durante los últimos años ha estado dedicada de manera constante a la dramaturgia. Es además la autora de un bellísimo (y descarnadamente honesto) ensayo sobre su relación con Franzen: Envidia. "Esta historia trata de dos escritores", comienza el texto. "Esta historia trata, en otras palabras, de la envidia".

Pero en la vida de Franzen hay otra historia de dos escritores: su amistad con el novelista David Foster Wallace, que el 12 de septiembre de 2008 se ahorcó en el patio de su casa de Claremont, California. Franzen y Wallace habían comenzado a escribirse 20 años antes, en 1988. Dos años después del suicidio, Franzen publicó un ensayo en el que trataba de lidiar con esa pérdida; yo no conocía el ensayo cuando le pregunté, precisamente, cómo lo había hecho. "Dave, Dave, Dave...", dijo Franzen entrecerrando los ojos. "Lo que hizo me enfadó mucho, pero también la forma en que lo hizo. Lo digo en el ensayo: siempre supe que él sabía que el suicidio era una movida profesional. Por supuesto que no se mató para promover su carrera, pero estaba consciente de que lo haría. Lo terrible fue el contraste entre la adulación con que la comunidad literaria recibió su suicidio y mi conocimiento de los crueles, miserables detalles de lo que había hecho, de la traición que eso implicaba, de cuán salvaje era la agresión... No lo sé... La gente que lo llenaba de elogios tras su muerte era la misma que nunca lo había nominado para un premio nacional mientras estaba vivo. Y es particularmente grotesco ver que la principal reseñista del New York Times, a quien Dave detestaba, la mujer que siempre había tratado sus libros de una manera boba y mezquina, de repente se subía al tren y gritaba loas al genio".

"¿Y cómo marcó esa muerte la escritura de Libertad?", le pregunté.

"Bueno, siempre fuimos competidores amistosos", me dijo Franzen. "Así que pensé: oye, todavía estoy vivo. Tan pronto pasaron las seis semanas que siguieron a su muerte, literalmente la mañana que siguió al último servicio funerario, me enterré en Libertad. Mientras tuviera esta novela, pensaba, no tendría que lidiar con la tristeza. Libertad se convirtió en un mecanismo para diferir la tristeza".

Pensé en uno de los relatos de Wallace, El suicidio como una especie de regalo, pero la asociación de ideas me pareció inoportuna y aun grosera, y me avergoncé de ella.

Un canto se oyó al cabo de un rato. "Muy interesante", dijo Franzen. "Oiga eso: es un chivirín de cola oscura. Es raro que esté aquí. Su canto es muy fácil de distinguir. Óigalo".

Juan Gabriel Vásquez

El País Semanal, 18 de septiembre de 2011

viernes, 25 de noviembre de 2011

Seguidores de Castro: pocos, pero fieles


El 1 de enero de 2011, la revolución cubana cumplió 52 años. Ya no tiene tantos seguidores como al principio, pero los que le quedan son muy fieles. Se han convertido en una piña. A ciegas creen en Fidel Castro. Para ellos, el comandante siempre tiene la razón. Sigue siendo su 'máximo líder'.

Sus más leales defensores fueron perros de la guerra, tipos de corta y clava que tres décadas atrás, a punta de AKM apoyaron gobiernos marxistas en el continente africano. Ahora son unos longevos de línea dura, peripatéticos y conservadores.

Pregúntenle a Luis, 66 años, coronel retirado de las fuerzas armadas, como él desearía que fuera la Cuba del futuro y engolando la voz responderá: “Seguiremos al pie del cañón. El que no quiera socialismo, que se vaya. Actualizaremos nuestra economía para hacerla eficiente. Pero que nadie se confunda. Los mercenarios, traidores y vendepatrias anexionistas no tendrán cabida. A esa gentuza no le quitaremos el pie de arriba”.

Su manera orgánica de ver la realidad cubana le hace titubear ante la pregunta de si apoyaría a los Castro en caso de que en el futuro, permitiesen una oposición legal, al estilo de ciertos gobiernos autocráticos y de izquierda en América Latina.

“Cuba no puede darse ese lujo. El lobo imperialista está a 90 millas, y a la primera de cambio, querrá anexarse el país. Aquí eso no pasará”, afirma el coronel retirado.

Gran parte de estos ancianos se aglutinan en una asociación de combatientes, integrada por militares jubilados que tomaron parte en las innumerables contiendas en África, en la década de 1970-80.

Bajo la sombra de un flamboyán, una decena de sexagenarios toma ron 'peleón' (barato). Pertenecen a la filial de la asociación en el municipio habanero de 10 de Octubre. Cuentan tragedias humanas. Recuerdan a los amigos que ahora yacen enterrados en tumbas lejanas de Angola o Etiopía. Algunos se conmueven.

No parecen excombatientes. Simples ancianos. Sólo que en sus hogares suelen ser incomprendidos.
Sus descendientes están lejos de pensar como ellos. A casi todos se les ha marchado un hijo del país.

Pese a las diferencias políticas, a los viejos le giran euros o dólares "enemigos", para que puedan aliviar los rigores de las duras condiciones de vida en el socialismo tropical. Los hijos, ya se sabe, se parecen a su tiempo, no a sus padres.

En esas reuniones periódicas con los antiguos compañeros de armas es donde estos ancianos se encuentran a gusto. Desatan sus nostalgias evocando los buenos tiempos, cuando creían que el “imperialismo yanqui” tenía los días contados.

En sus ratos libres se aburren como cualquier abuelo. Buscan el pan y cuidan de los nietos. Escuchan béisbol y juegan dominó. Su intolerancia los hace antipáticos en el vecindario.

“Somos la vanguardia de la revolución. Su pupila insomne”, afirma Jesús, 74 años. Cuando hablan para defender sus ideas, de carretilla sueltan innumerables consignas y estereotipos ideológicos. Son una versión oral del periódico Granma.

En una sociedad democrática, estas personas de la tercera edad fueran un grupo más. En Cuba no. Están presentes en actos de repudio a la disidencia o las damas de blanco. Incluso, andan con poses de espías amateurs, anotando en una libreta los movimientos de los vecinos considerados “desafectos al régimen”.

Antes, eran soldados disparando ráfagas en parajes perdidos de la selva africana. Ahora, están en la primera línea, insultando a quienes piensan diferente. Es para lo que han quedado.

Iván García

jueves, 24 de noviembre de 2011

Willy Chirino: ¡La cara que pondría John Lennon!



Profeta fallido de sus paisanos (no vino llegando), rechazado por los aplaudidores del régimen y extremistas de ambas orillas, Willy Chirino lanza su disco número 30, My Beatles Heart, que incluye la colaboración de los raperos Flo-Rida y Black Dada, en el sencillo All You Need Is Love. Doce temas coproducidos por él y Nelson Albareda, un equipazo, y las chirínicas voces de Angie, Olgi, Jessica y Alana (sus hijas). ¿Qué esperaban, que a estas alturas fuera fiel a su estilo de hombre-orquesta?

Willy cursaba la secundaria cuando comenzó como percusionista y aprendió a tocar bajo, teclados, guitarra. Sin leer música, grabó sus temas en el estudio de un amigo que mostró esas grabaciones a Guillermo Álvarez Guedes (el humorista disquero que bautizó al Gran Combo), quien preguntó: "¿Cuál es esa banda?".

La respuesta decidió la suerte del "sonido Miami": "No es una banda, es un músico que se llama Willy Chirino; él toca todos los instrumentos". Willy grabó su primer disco: One Man Alone. El resto es historia de la salsa. Y del exilio: una calle en Miami que lleva su nombre, una estrella en la Calle 8, y un Grammy que demoró treinta años por decir el pinareño tantas verdades molestas:

Desde tus inicios mezclaste el son con el rock, la guaracha con el pop, no hay más que oír 'Yo soy un tipo típico': pero la música es generacional y tienes 64 años: ¿tu homenaje a los Beatles es una reafirmación de ti mismo?

-Es una reafirmación de la generación que dio a los Beatles, a Pink Floyd, Elthon John, a Billy Joel, a tantos que cambiaron la manera de hacer música, de vestirnos y hasta de vivir. Y también de mi Isla caribe, de los ritmos que corren por mis venas.

Cuando cayó el muro de Berlín, compusiste 'Ya viene llegando'… Veinte años después Castro sigue ahí y ha hecho metástasis en Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia… ¿Error de cálculo?

-¡Nunca fui bueno en matemáticas! ¡Ni en ciencias ocultas! Quizá esos que dicen que a Castro lo protegen fuerzas oscuras tengan razón. Que haya sobrevivido a la caída del muro de Berlín es cosa rara, ¿no crees? Pero como dicen los babalaos "tapa el coco, que la letra es ocana".

Las Damas de Blanco pasaron del pacifismo a la ofensiva política. ¿Lo consideras sintomático de lo que está sucediendo en la Isla?

-Vemos en videos grabados con celulares, que los cubanos están en una posición confrontacional con el régimen. Y las Damas de Blanco no son una excepción. En vez de pedir en voz baja, están exigiendo.

La avenida Bergenline de Union City, Nueva Jersey, está llena de restaurantes cubanos, pero sus dependientes son mexicanos, hondureños… Sus dueños argumentan que los recién llegados de Cuba son conflictivos. ¿Qué opinas?

-Cuando mi padre llegó de Cuba recogió tomate, mi hermana fue camarera, yo lavé platos en el colegio para que no me cobraran el almuerzo. Muchos cubanos que llegan deformados por el régimen, aspiran a ser de inmediato los dueños del restaurante y sufren no pocas decepciones. La suerte es que aprenden pronto, como aprendimos nosotros, que hay que sudarla.

No pocos que en su día aplaudieron a Castro, creen que hay cosas buenas que salvar en la revolución. ¿Qué piensas?

-Yo no creo que haya nada que salvar, porque nada bueno puede obtenerse a cambio de reprimir un pueblo, de quitarle sus derechos básicos.

¿Se puede ser honesto y defender una revolución equivocada?

-Muchos cubanos creyeron en los comienzos de la revolución que era algo positivo, pero desde hace muchos años es obvio que tomó un camino errado… Para defender la revolución a estas alturas hay que ser ingenuo, loco, hijoeputa, o las tres cosas.

Pero aspiramos a una democracia. ¿Se debe en Cuba libre permitir un partido socialista?

-¡Eso espero! Todo cubano debe aspirar a que en una Cuba democrática haya espacio para todos los puntos de vista, desde defender al comunismo, al liberalismo, al nihilismo, a lo que sea.

Dos generaciones que nacieron y crecieron en Cuba después de 1980, han cambiado Miami. Sólo hay que ver la televisión local, llena de artistas y música de la Isla. ¿Tú que fuiste Peter Pan, qué piensas?

-Vivo en Miami desde 1961, cuando las vacas pastaban en lo que ahora es la calle 57. La gran ciudad que es Miami hoy día (y que me perdonen los demás latinoamericanos, o no me perdonen, me da igual) la hicieron los cubanos que llegaron en los 60 y los 70, y los que siguieron llegando. Claro, los que llegan ahora traen otra manera de proyectarse porque se criaron en una isla-cárcel. Lo que sí te puedo asegurar es que aprenden rápido a vivir como hombres libres.

Pablo Milanés declara que es revolucionario y desea perfeccionar el socialismo con tolerancia y libertad. ¿Crees que una revolución puede ser tolerante?

-Winston Churchill decía: "El socialismo es la filosofía del fracaso, la distribución de la miseria". Yo no creo en el socialismo. La única forma de producir es que cada cual asuma su responsabilidad. Si el gobierno te garantiza la casa, la comida, la ropa, nadie trabaja. Y es la ruina de un país. Ejemplos sobran. Y en cuanto a la tolerancia: ¡Ojalá! Hay tantas cabezas cortadas en nombre de la revolución.

¿Aceptarías presentarte junto a Pablo Milanés?

-¡Absolutamente no! ¿Cómo es que él dice? "Hacer críticas constructivas…" Eso es lavarse sin mojarse la ropa. Cuando Pablo exija que ese régimen, de una vez por todas, se vaya de Cuba, creeré en él.

¿Qué opinas de los mítines de repudio a artistas que vienen de la Isla?

-Pasarle una aplanadora a los discos de Van Van, de Juanes, o de la mujer de Antonio, no es un mitin de repudio, es un acto puramente simbólico que no puedes comparar con lo que sucede en Cuba, donde paramilitares le entran a patadas a las pacíficas Damas de Blanco. Cierto que en Miami hay cosas rechazables, como insultos en un concierto… Pero también debes contar que hay castristas en Miami, dedicados a dar una imagen reaccionaria del exilio.

Paquito D'Rivera afirma que el cubano "es el único 'refugiado político que' irresponsablemente regresa una y otra vez al lugar del que tuvo que salir huyendo… y que no mandará ni un centavo más para Cuba, que el quiera pescado que se moje el culo". ¿Qué opinas?

-Muchos son inmigrantes económicos, no refugiados. No tienen convicciones políticas, para ellos patria y libertad son términos abstractos. Vienen a ganar dinero y, en cuanto pueden, regresan a Cuba cargados de bultos para su familia. Pero los entiendo. Si yo tuviera mi madre o mis hijos en Cuba haría lo mismo.

¿Qué opinas de los que piden modificar la Ley de Ajuste cubano?

-Todo lo que separe aún más a nuestras familias es injusto para mí. Los que quieren cambiar la Ley de Ajuste para que los cubanos no puedan regresar hasta después de cinco años, están politiqueando con el sufrimiento de las madres y abuelas que quedaron en Cuba.

¿En una Cuba libre debemos hacer borrón y cuenta nueva, como hicieron los españoles tras la dictadura de Franco?

-Sería hermoso que todos nos abrazáramos en la reconstrucción. Pero borrón y cuenta nueva sólo con las personas comunes y corrientes. Con los que han cometido crímenes, como los asesinos de los pilotos de Hermanos al Rescate, esos que gritaron "los jodimos cojones", esos tienen que pagar por sus crímenes.

Uno de los mayores éxitos de tu carrera fue 'Medias Negras'de Joaquín Sabina; por años el cantautor español no te perdonó que escribieras 'Ya viene llegando'Pero hoy, Sabina declaró que la revolución cubana envejeció mal y que le gustaría cantar contigo. ¿Te satisface?

-¡Muchísimo! Porque Sabina sufrió la ley del péndulo. Padeció tanto una dictadura de derecha (su padre fue exiliado del régimen de Franco), que no veía los horrores de una dictadura de izquierda.

Has compuesto un centenar de temas, producido discos para grandes intérpretes: Celia, Raphael, Rocío Jurado, ¿cómo ves la dos caras de la música actual: por un lado la tecnomúsica, el hip hop, el rap, conciertos en estadios; por otro, un regreso a la música acústica, a la melodía, al contacto más directo con el público, ¿qué prefieres?

-Un poco de las dos cosas, aunque me tiro más para la melodía, el contacto directo, la música acústica, la tecnología no se puede desechar. No puedo obviar los avances que permiten lograr un sonido contemporáneo.

Cachao me dijo que cada nuevo disco de salsa es más de lo mismo, pero a ti aún te ponen la etiqueta de salsero.

-La salsa, como el jazz, es un ritmo establecido. Está pasando por un momento flojo, pero no va a desaparecer. Tendrá su renacer. Ya están asomando nuevos artistas con ideas frescas. Y medios tiempos, como un tal Willy, que se lanza a juguetear con las melodías de los Beatles. ¿Ya escuchaste el disco?

Aún no sé si 'Yellow Submarine' en aires de merengue y son, 'Drive my Car' a ritmo de chachachá, y 'All you need is love' a golpe de reggae, son una irreverencia o un milagro.

-¡Te imaginas la cara que pondría John Lennon!

Armando López, Nueva York
Diario de Cuba, 29 de septiembre de 2011
Foto: Pedro Portal, El Nuevo Herald.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Los nietos cubanos de españoles


Armando aspira a ser un inmigrante con swing. “Si Dios quiere, en diciembre estoy viajando a Valencia, donde tengo parientes. Me estoy empapando con los modismos. He visto toneladas de enlatados. Y ya uso palabras como 'flipado' ‘mola’, ‘mogollón ‘qué fuerte’, ‘tío’ o ‘vale’”, dice imitando a un español a la entrada del Consulado de España en La Habana.

Desde que en 2007, el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero aprobó la Ley de la Memoria Histórica, y dentro de ella la llamada Ley de Nietos, decenas de miles de cubanos a lo largo del verde caimán se han acogido a la misma.

A partir de su entrada en vigor, el 29 de diciembre de 2008, los nietos de españoles pueden optar por la doble nacionalidad. Ese día, el Consulado agotó los 80 mil formularios disponibles.

Tres años después la marea no cede. El plazo fue prorrogado hasta el 27 de diciembre de 2011. Más de 165 mil solicitudes fueron inicialmente hechas, aunque la cifra se redujo a más de 140 mil, de los cuales unos 60 mil cubanos, al cumplir los requisitos, han obtenido la ciudadanía española.

Visitemos el Consulado. Está ubicado en la calle Zulueta esquina a Cárcel, Habana Vieja, a un costado de la bahía. Desde primeras horas de la madrugada, grupos de personas hacen cola para ser de los primeros cuando abra.

Algunos vienen desde lejos. Antonio, vive en Buey Arriba, en la provincia Granma, a 750 kilómetros de la capital. Arribó hace 14 horas. Con su mochila y un botellón plástico de agua corriente, charla de fútbol y béisbol con quienes pernoctan en la fila de los nietos de españoles que residen en Cuba.

“Mis abuelos eran de Zaragoza. Tengo primos allá. Me ha llevado bastante tiempo tener los papeles listos. Mi objetivo es visitar España, conseguir un trabajo temporal y volver a Cuba. No quiero emigrar definitivamente”, señala Antonio.

Las horas pasan más rápido para tres jóvenes sentados en un banco del parque situado frente al antiguo Palacio Presidencial, hoy Museo de la Revolución. Ileana, Lorenzo y Julián, hablan de música y famosos mientras se pasan una cantimplora con ron. Se han hecho amigos después de verse las caras en varias colas de consulados extranjeros.

Lorenzo y Julián se conocieron en las afueras de la embajada canadiense. Dos años atrás, Lorenzo buscaba trabajo. Escuchó un rumor que Canadá necesitaba tipos jóvenes y fuertes para talar árboles gigantescos en zonas inhóspitas.

“Yo era el hombre. Hace tiempo busco la manera de salir de Cuba sin tener que tirarme al mar. Pero al final, o todo es mentira, o piden una cantidad de documentos que no poseo. Ahí conocí a Julián que andaba en lo mismo. Íbamos a menudo al consulado estadounidense, pues tenemos parientes de tercer grado sanguíneo en Estados Unidos. Nos dieron el bate (negar la visa). Fue allí donde intimamos con Ileana, que también hacia sus gestiones”, cuenta Lorenzo.

Ileana es nieta auténtica de gallegos. “Yo hubiese preferido viajar a Estados Unidos, donde tengo familia, porque la cosa en España está que arde. La crisis y el desempleo, tu sabes”.

Para poder obtener la visa hay que demostrar fehacientemente que se es nieto de español. Quienes no lo logran, salen de las oficinas consulares echando pestes.

Raudel es uno de ellos. “La mujer no creyó que este pedazo de negro tuviera un abuelo español. Mi historia es increíble, pero es cierta. Resulta que mi abuelo tuvo a mi madre con una negra en una relación extramatrimonial, lo típico de ciertos ‘gallegos’ asentados en Cuba. Luego mi madre, una mulata, se casó con un negro. Una estirada funcionaria de un consulado no puede entender los vericuetos e historias de amor de muchos españoles residentes en Cuba”.

Orlando es de raza blanca, pero sale también enfadado. “Que mal agradecidos son estos españoles. Nosotros les abrimos la puerta el siglo pasado a su emigración cuando la situación en España era crítica. Ahora tienen una crisis económica y se quieren suicidar. Qué dirían si vivieran en un país en perpetua crisis como Cuba. Sin embargo, nos tiran la puerta en la cara”.

Si quiere escuchar historias de nietos o parientes descendientes de españoles, pase por la calle Zulueta. Hay de todo. Desde gente como Armando que habla como un español. Hasta el negro Raudel, que jura es nieto de un gallego.

También están los desesperados. Los que se les cierran todas las puertas de salida legal. Y cometen disparates. Luego son meriendas de tiburones en el Estrecho de la Florida. O mueren de hipotermia en el tren de aterrizaje de un avión. Como Adonis.

Iván García

martes, 22 de noviembre de 2011

"Palestinos" en La Habana


Para los 'palestinos', como los habaneros llaman a los nacidos en las provincias orientales, vivir en La Habana es casi una misión imposible. Por el decreto 217, aprobado en 1997, la ley sanciona y multa a personas nacidas fuera de la capital que deseen establecerse sin el permiso oficial.

Es como una frontera sin frontera. No hay un muro que impida a miles de orientales desplazarse a La Habana. Pero sí miles de ordenanzas, inspectores, policías y miembros de los CDR (comités de defensa de la revolución), atentos a los advenedizos que se instalan en barrios de la capital.

No todos los habaneros odian a los 'palestinos'. Pero abundan los que le tienen ojeriza a los santiagueros, guantanameros, tuneros, holguineros y granmeses, entre otros que en las madrugadas llegan en trenes con sus anticuadas maletas y el deseo de comerse el mundo.

Los orientales que llegan a la ciudad tienen las mismas aspiraciones que un exiliado cuando abandona su patria. Hacer dinero y ayudar a los suyos. Huyen de sus provincias espantados por la miseria y falta de oportunidades.

Por lo general, son buenas personas. Hacen de todo. Chapean un jardín, recogen latas de aluminio y durante 13 horas, bajo un sol de miedo, pedalean en bicitaxis por los alrededores del Capitolio y el Parque Central de La Habana.

También llegan tipos con mala pinta. Marginales violentos. Proxenetas. Ladrones. Pillos y tramposos a la caza de bobos, a quienes en un abrir y cerrar de ojos le despluman el dinero.

Para la policía es fácil identificar a un oriental. Casi todos también son orientales. Los reconocen por el físico y por la forma de hablar ‘cantando’ y comiéndose las eses. Una noche cualquiera, un camión atestado de policías hace sus redadas.

Les piden el carnet de identidad, y en caso de tener los papeles en regla, los hacen hablar. Los que hablan 'cantando' van esposados para el camión. El trámite de expulsión es expeditivo.

La noche siguiente lo montan en el tren, de regreso a sus pueblos. Deportados. Les prohíben visitar La Habana durante 3 años. Son excomulgados en su propio país. Por supuesto, este proceder es anticonstitucional.

La Habana es la capital de todos los cubanos. Los orientales no son una etnia diferente. Son de la misma nacionalidad. Pero en la práctica, las autoridades los tratan como si fuesen auténticos palestinos de Gaza o Cisjordania.

Así y todo, ellos se las arreglan para volver e instalarse en la ‘placa’, como llaman a La Habana. Por la periferia de la ciudad han surgido asentamientos ilegales. Concuní es uno de ellos.

Inspectores estatales han amenazado con traer buldozers y destrozar el reguero de chozas de tablas y aluminio. Pero los orientales se plantan como si fuesen mambises. Machetes y palos en mano, defienden su derecho a intentar vivir mejor. Mujeres y niños se arman con piedras. Ante tal jaleo, las autoridades se dan la vuelta.

Estos asentamientos son verdaderas villas miseria. Existen en los municipios de Regla, Guanabacoa, Cotorro, Lisa, San Miguel de Padrón y Marianao. Las condiciones de vida de sus pobladores son infrahumanas.

No hay agua potable. La gente hace sus necesidades en matorrales o en rudimentarias letrinas, donde el excremento desagua en las inmediaciones. Casi ninguno de los orientales residentes en estas favelas tienen libreta de racionamiento.

Comen lo que pueden conseguir durante el día. O no comen. Pablo, un santiaguero que vive en uno de estos asentamientos asegura que ha estado hasta tres días sin comer. “La comida que busco o amistades me dan, son para mis hijos”.

En una casucha de cartón y madera, sin luz eléctrica, televisor ni nevera, convive con su esposa y tres hijos. Pablo aspira a conseguir un empleo y mantener a su prole.

Le será difícil. Los administradores de empresas e instituciones estatales no pueden aceptar a ‘ilegales’. Por tanto, se ven obligados a trabajar por la 'izquierda'.

Muchos de estos orientales ilegales ya no tienen casa en sus provincias de origen. Quemaron las naves. Lo vendieron todo para probar fortuna en La Habana.

Pese a las adversidades, son optimistas. Desde que el sol asoma, salen a la calle a intentar buscarse unos pesos. Regresan muy tarde en la noche. A veces con comida y dinero. A ratos con los bolsillos vacios.

Sus peores enemigos son los policías, paisanos en su mayoría. Encima, tienen que soportar burlas y desprecios de algunos habaneros, quienes para humillarlos les llaman 'palestinos'.

Entre La Habana y Oriente se ha levantado un muro de acoso policial y maltratos. Con la anuencia de las autoridades.

Iván García
Foto: Dos policías piden identificación a cubanos sospechosos de ser 'palestinos', en La Habana.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El "español" de los marginales habaneros


Si usted se precia de ser un habanero de corta y clava. Conocedor de los barrios calientes y sitios donde se consiguen jineteras nocturnas por 5 pesos convertibles. O donde venden marihuana ‘yuma’ (colombiana) y 'melca' (cocaína) sin ligar con leche en polvo. En su memoria aún guarda el solar donde se expende ron añejo robado la noche anterior de un almacén de turismo.

Y como buen habanero, sabe los recorridos de las rutas de guaguas (ómnibus). Recuerda al detalle cada nombre de las calles en el barrio de Colón, Atarés o San Isidro. Y en Miami, Madrid, Roma, o donde quiera que se encuentre, duerme con el malecón debajo de su almohada.

A esos habaneros, alardosos y bulliciosos. Emotivos y llorones cuando se habla de su ciudad, que te cantan de memoria el line-up del equipo Industriales que ganó la serie de 1984 con el jonrón descomunal de Agustín Marquetti, les voy a hacer un examen.

Por favor, traduzca este diálogo. Les daré una pista. Es el castellano que se habla a día de hoy en La Habana de los barrios marginales. Dos tipos, jóvenes, con pinta de reguetonero uno, zapatillas bajas, cinturón de hebilla ancha, camisa entallada y gafas onda retro.

El otro, el típico asere. Salió hace un par de días del tanque. Sin un peso, ni cubano, ni en divisa en el bolsillo. Se encuentra en el Paseo del Prado con su ecobio.

Luego de darse un beso, nueva moda entre los tipos duros de la ciudad, el socio con facha de rapero se llega a un bar cercano a comprar media caja de cerveza clara Cristal.

“De verdad que tú la porta”, comenta el ex presidiario. “Qué vuelta, asereco, tírámela en estéreo. Pónme en talla de la cana", le pide el amigo. “Pa’que te cuento. No se pue’subir. La iria está de apéame uno. Picadillo de tiburón en dos tandas. Cerelac y los patos que hacen ola. Una pila de tupamaros fumando breva y dando el inán. Ah, el reeducador un tragicote. Allí to' es bisne. El tráfico esta a la patá. Las 24 horas el burle andando. To’cuesta. Hasta disparar. Tres jarros de azúcar prieta y te aviñan una Playboy. Por dos, te buscan jama de la buty: arrosendo y caruca con su respectiva frijolada en volá de tómame o déjame. Por diez cajetillas de prajo, Remberto La Rata, sí el enmaranñuao, se comía Abelito, la pájara pinta de Coco Solo. Lo que se ve ahí ni en una película del sábado. Hay de tó", cuenta el asere casi ladrando.

El consorte mueve la cabeza de un lado a otro. “Seguro que estás pasmao, sin una percha bacana, y desesperao por quimbarte una loca”, quiere saber su socio.”Di tú, tengo un hambre de siglo. Y he pasao más trabajo que un forro de catre. A la jevita que enganche la parto en dos como un lápiz. De dos a tres palos, sin pastilla ni ná. Te juro que la preño de jimagua, y cuidao”, responde sonriendo.

“Yo manicheo a un par de tuercas que pa'qué. La que arman las sinvergüenzas. Meten unas peguetas que ni en un pellejo. Es lo último que trajo el barco. La tiran de mandapinga. Una de ellas da hasta el botacaca”, le dice el marginal vestido al estilo reguetón.

“Ambia, me estoy poniendo de vuelta y media. ¿Cuándo es la salsa esa? No me percovees”, apunta el joven recién salido del talego y pidiendo a gritos una hembra.

“A la noche. Voy hacer de las mías. Voy andeare, a luchar una volá. Te vas acordar de mi”, le dice mientras abre su billetera y le regala dos billetes de diez pesos convertibles. “Eso es pa'que vayas calentando el brazo. No le pagues a ningún jarro de la zona”.

"Segurete, te cojo a la vuelta. A la descará esa les voy a meter el di tú por la boca”, contesta el amigo mientras se aleja Prado abajo rumbo a un café al aire libre por moneda dura.

Si entendió este diálogo entrecortado, usted es un habanero que emigró recientemente. Si no, entonces lleva años fuera de Cuba. O probablemente no sea de La Habana.

Iván García
Foto: paris1972. Paseo del Prado de La Habana.