lunes, 30 de enero de 2023

La canción al servicio del poder

Hace 50 años, el 2 de diciembre de 1972, se fundó en Manzanillo, en la actual provincia Granma, el Movimiento de la Nueva Trova, que significó la institucionalización y definitiva puesta al servicio del régimen castrista del grupo de intérpretes que se dedicaban a la canción de autor.

La plena adhesión al castrismo de los cantautores quedó demostrada en la fecha escogida para crear el Movimiento: la del aniversario del desembarco del yate Granma, en el que en 1956, Fidel Castro, al frente de un grupo armado de 82 hombres, regresó a Cuba para iniciar la insurrección contra el régimen de Batista.

Para reforzar aún más el simbolismo, antes de la reunión en que quedó constituido el Movimiento, luego de la lectura de una pomposa declaración que proclamaba que “la canción es un arma de la revolución”, sus integrantes habían realizado una kilométrica caminata desde Playa Las Coloradas, en Niquero, sitio del desembarco, hasta Manzanillo.

Debido a los prejuicios y aprensiones de los comisarios con la ambigüedad de los textos de algunas canciones, las melenas, la vestimenta y las inclinaciones por la música extranjera de muchos de los cantautores, con la Nueva Trova ocurrió como solía pasar antaño en el campo con muchos niños, principalmente los bastardos: fue reconocida tarde e inscrita oficialmente con años de retraso.

Los que integraron el Movimiento de la Nueva Trova, quedando uncidos a la coyunda oficial, llevaban más de cinco años cantando y componiendo lo que entonces era conocido como “canción protesta” (Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola habían tenido su primera presentación el 18 de febrero de 1968, en la Casa de las Américas).

El surgimiento de estos cantautores en Cuba respondía a un fenómeno mundial. Mucho antes de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, ya existía la canción política y social abordada de modo poético y filosófico en muchos otros países. En Estados Unidos, luego de Woody Guthrie y Pete Seeger, en los primeros años de la década de 1960, surgió el folk con intérpretes como Bob Dylan, Joan Baez, The Kingston Trio y Peter, Paul and Mary.

También existían este tipo de cantautores en España (Paco Ibáñez, Joan Manuel Serrat y la Nova Cançó catalana), Argentina (Atahualpa Yupanqui y la Nueva Canción de Armando Tejada Gómez y Tito Francia), Chile (Violeta Parra), Uruguay (Alfredo Zitarrosa y Daniel Viglietti) y hasta en la Unión Soviética (Vladimir Vysotsky).

Lo extraordinario de la Nueva Trova es que, a diferencia de los cantores de otras partes del mundo, que eran críticos y rebeldes frente a los gobiernos de sus países, los de Cuba servían de voceros y propagandistas del régimen.

Los cantautores de la Nueva Trova, pese a las intenciones que declaraban, no estaban tan estrechamente vinculados al folklore como sus colegas de otros países. Solo Pablo Milanés evidenciaba sus influencias del son, la trova tradicional, el bolero, la guajira y el feeling. Silvio Rodríguez estaba más influido por los Beatles y Bob Dylan que por Sindo Garay, Violeta Parra o Atahualpa Yupanqui, como alegaría posteriormente.

Las inquietantes y muchas veces crípticas primeras canciones de Silvio Rodríguez encarnaron el sentir de una generación de jóvenes cubanos para los que la vida cambiaba vertiginosamente sin que las consignas que repetían bastaran para explicar aquellas transformaciones traumáticas, el sacrificio de su individualidad y la conversión del país en un campamento de trabajo forzado.

Vapuleados por la censura y la intolerancia oficial, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés llegarían a estar tan censurados como el rock. Pablo fue enviado a las UMAP, y Silvio, luego del cierre del programa televisivo Mientras tanto y de su intempestiva interpretación de Resumen de noticias en el Festival de Varadero 70, fue a parar al barco pesquero Playa Girón, para que expiara sus pecados ideológicos.

Ambos cantautores emergieron rehabilitados del castigo, como revolucionarios incomprendidos que reclamaban su turno en la construcción de la sociedad socialista, con sentimiento de culpa y una patética autocompasión a cuestas por “no estar a la altura del momento histórico”.

En 1969, asignar a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola al Grupo de Experimentación Sonora, para que hicieran música para películas y documentales, fue el modo que hallaron Haydée Santamaría y Alfredo Guevara, directores de la Casa de las Américas y el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC), respectivamente, de usar sus poderes e influencias para protegerlos de los vientos inquisitoriales que corrían en vísperas del inicio del Decenio Gris.

El Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC fungiría como reformatorio, academia musical, taller experimental y escuela de instrucción política. Cuando se desintegró, ya los cantautores habían probado su incondicionalidad al régimen. Convertidos en los cantores de la Revolución de Fidel Castro, como antes fue Carlos Puebla, en las décadas de 1970 y 1980 fueron ensalzados por la cultura oficial. Así, el espacio dedicado a Silvio Rodríguez en el Diccionario de la Música Cubana fue mayor que el concedido a Ernesto Lecuona.

Durante el Período Especial, los multitudinarios conciertos de la Nueva Trova en la Plaza de la Revolución o la escalinata de la Universidad de La Habana tenían el objetivo de potabilizar para los jóvenes un discurso que ya mostraba señales irreversibles de desgaste. Aquellos conciertos constituyeron el canto de cisne del Movimiento.

Por aquellos días, cantautores como Carlos Varela empezaban a mostrarse agudamente críticos del sistema. En sus abarrotados conciertos, los jóvenes coreaban las canciones y gritaban y aplaudían a la menor alusión a la situación nacional. La ambigüedad en los textos de las canciones de la llamada Generación de los Topos o los Novísimos era ya lo único en común con sus antecesores. Pero eran más irónicos, nihilistas y cínicos. Se había producido una ruptura con la Nueva Trova y sus implicaciones estéticas y políticas.

Las ataduras a la maquinaria estatal, que limitó el talento de muchos artistas y los convirtió en comisarios-burócratas, terminaron por asfixiar a la Nueva Trova y provocar su derrumbe.

De los fundadores de la Nueva Trova solo sobrevive Silvio Rodríguez, que, aunque sigue apoyando al régimen, en su blog Segunda Cita suele evidenciar que ha empezado a distanciarse. No tanto como Pablo Milanés, quien murió el pasado 22 de noviembre en España, y hacía más de 25 años que se mostraba contrario al castrismo.

De la Nueva Trova quedaron muchas buenas canciones. Y también muchas otras cansonas y panfletarias, como las de Sara González y Vicente Feliú, que hoy sólo se escuchan en las ceremonias oficiales, como parte de la liturgia castrista. Es la música obligada en las fechas luctuosas. La melancólica banda sonora para “un viejo gobierno de difuntos y flores”.

Luis Cino
Cubanet, 2 de diciembre de 2022.

lunes, 23 de enero de 2023

Pablo Milanés y la memoria selectiva

Los que todavía hoy, aun después de su partida, reprochan a Pablo Milanés lo que dijo o dejó de hacer en épocas anteriores, tienen una memoria muy selectiva.

La mayor parte de quienes vivieron en Cuba durante las dos primeras décadas de la revolución perteneció a los CDR y asistió a las concentraciones en la Plaza. También son los que, más cercanos en el tiempo, apoyaron de una manera u otra los actos de repudio contra los asilados en la Embajada del Perú o a los que se iban por el Mariel. Ahora son muchos de ellos los que reprochan a Pablo su pasado, pero por nada del mundo aceptan reconocer el suyo propio.

Se podrían comprender las críticas de quienes se fueron de Cuba antes de 1968, cuando, tras la llamada "ofensiva revolucionaria", todo quedó controlado por la élite del Partido-Estado, cuando ya no era posible trabajar por cuenta propia y era imprescindible, para conseguir un empleo, estar integrado en alguna de las llamadas "organizaciones de masa".

Esos no vivieron realmente una verdadera dictadura totalitaria. Pero a quienes la vivieron, hay que decirles: "No pidas a otros lo que tú no fuiste capaz de hacer, ni critiques lo que tú de una manera u otra también hiciste".

Si se dice que Milanés rectificó muy tarde para ponerse del lado correcto de la historia, ¿cuál es, entonces, el momento justo que separa lo "temprano" de lo "tardío"? ¿Acaso el día en que "rectificaron" ellos? Y si nuestro poeta melódico rectificó muy tarde, ¿entonces qué decir de aquéllos que aún no lo han hecho, pero que podrían dar ese paso un día?

Y este es el mensaje que se les está enviando: "Señores represores, continúen reprimiendo al pueblo. Señores policías y soldados, continúen apoyando a la tiranía. Señores intelectuales apologistas, continúen defendiendo el oprobio. Continúen todos ustedes sosteniendo a los grandes responsables de la miseria y la opresión de todo el pueblo, porque, al fin y al cabo, de todas maneras caerá sobre todos ustedes la condena eterna de la historia".

No sé la historia, pero con este mensaje la ignominia se mantendrá mucho más allá de lo que estos mensajeros van a vivir, y los grandes culpables estarán muy contentos con este tremendo servicio que se les está brindando.

Si a los defensores de un fortín sitiado se les anuncia que, una vez tomado, todos serán ejecutados, nadie se rendirá, y la batalla se prolongará, porque todos lucharán hasta la muerte con el costo de muchas más vidas de ambos bandos contendientes, si es que queda algún sobreviviente.

Por otra parte, hay que decir que si estamos luchando por una Cuba donde se respeten todos los derechos y libertades de los ciudadanos, hay que respetar el derecho de aquellos que aún creen en la mal llamada revolución y la defienden sin violar los derechos de los que piensan diferente. Pero a esos otros que en la fila contraria violan esos derechos, hay que enviarles un mensaje diferente, como ese que el glorioso Oswaldo Payá Sardiñas lanzara sobre sus perseguidores: "Hermano, yo no te odio, pero no te tengo miedo".

Siento lástima de los que todavía piden "ahorcar con alambre de púas en matas de guásimas a los culpables de la tragedia cubana", un deseo que generalmente abunda más entre los que menos han sufrido, esos que ignoran las lecciones de la historia y piden repetir los mismos errores que nos llevaron a esta calamitosa situación, los de aquellos que pedían a gritos en las plazas paredón para los supuestos culpables de otros desatinos del pasado y después tuvieron que exiliarse o fueron a parar a las cárceles.

O, peor, como aquel comandante de la Revolución, el doctor Humberto Sorí Marín, firmante del decreto de los fusilamientos que luego fue fusilado por la ley que él mismo redactó. A no pocos inocentes se les arrancó la vida en los paredones en juicios sin garantías procesales.

La historia viene de más lejos. Cuando se decía que no podía haber nada peor que el machadato y, tras su fin, las turbas se lanzaron a las calles a linchar a cualquiera que fuera señalado como "porrista", aunque no fuera cierto, y fueron arrastrados por las calles en un caos generalizado que el propio Machado profetizó al pie del avión que le llevó al exilio, un caos que ha llegado hasta nuestros días. Luego vino algo peor: el batistato. Y muchos dijeron: No puede haber régimen peor que este. Y corrió la sangre, y siguió corriendo después que se impuso otro peor. Y ahora se dice lo mismo.

Basta. Hay que poner fin a esa cadena fecunda de tiranías, odios y represalias, cada vez más oprobiosas, antes de que nos hundamos todos en un mar de sangre. Sobre los puntales de los patíbulos no puede edificarse una república de paz, o como dijera un visionario llamado José Martí sobre los revolucionarios rusos de su época: "El acero de acicate no sirve para martillo fundador".

Ariel Hidalgo
14ymedio, 3 de diciembre de 2022.

lunes, 16 de enero de 2023

Pablo Milanés: vocación de fundar

Hace ya veintinueve años, a mediados de 1993 en pleno Período Especial, Pablo Milanés consiguió crear y liderar la primera organización cultural independiente, autofinanciada y sin fines ideológicos de Cuba.

La Fundación Pablo Milanés era también la primera —y hasta ahora única— entidad privada creada por un artista cubano a partir de sus propios recursos económicos para promover y fomentar la actividad cultural. Resultó ser también la primera iniciativa privada de intelectuales afrodescendientes que ha existido legalmente en Cuba después de 1959.

La fundación como forma jurídica de asociación tenía en la Cuba revolucionaria sólo tres antecedentes en el ámbito cultural; todos con participaciones privadas, pero financiados por el Estado y por tanto bajo su total control: la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, la Fundación Nicolás Guillén y la Fundación Alejo Carpentier. La de Pablo Milanés sería diferente, pues prescindiría del financiamiento estatal, aunque no podía hacerlo de cierto grado de tutelaje.

Desde inicios de la década, Pablo, con un grupo de amigos cercanos, venía dando forma al sueño de crear una institución con capacidad para tener y sustentar un capital propio —algo inédito y polémico en el país hasta el momento— destinada a apoyar y promocionar a los jóvenes artistas emergentes y sus proyectos no solo en la música, sino además en el arte en su sentido más amplio.

De hecho, antes de que la Fundación quedara oficialmente constituída, ya Pablo se había desdoblado en mecenas y promotor, impulsando una posible orquesta sinfónica juvenil dirigida por Leo Brouwer, un movimiento de jóvenes escultores, una casa de la poesía representada por la vanguardia, un proyecto teatral, una orquesta de cámara compuesta por muchachas graduadas de la Escuela Nacional de Arte, al periodista español Mauricio Vicent.

La iniciativa de Pablo se concretaba en momentos en que la crisis económica al interior del país, tras el derrumbe del campo socialista, limitaba la capacidad y los recursos del Ministerio de Cultura y a un nivel superior, compelía al Gobierno cubano a flexibilizar las estructuras productivas y ciertos espacios en las relaciones de propiedad.

Cuando el miércoles 23 de junio de 1993 Pablo Milanés y Armando Hart —entonces Ministro de Cultura— firmaban el acta constitutiva de la entidad, planeaba sobre las cabezas de todos una interrogante: hasta dónde la idea luminosa y trascendental del cantautor lograría permanecer y avanzar en un espacio político y de gestión en el que el Estado ejercía el control más estricto. La distensión parecía no estar dictada por la convicción de su necesidad en el espacio plural que debe ser la sociedad cubana, sino por las circunstancias de la economía.

El capital inicial para crear la Fundación Pablo Milanés se fijó en 160.000 dólares, donados en su totalidad por el cantautor, a los que se sumarían los ingresos que a partir de ese momento generara Pablo en tres vías y que antes iban a las cuentas del Ministerio de Cultura: las giras de conciertos con su grupo, las ediciones discográficas y los derechos de autor.

Según explicó un anónimo colaborador entrevistado en 1993 por el diario español El País, “por sus giras, discos y derechos de autor, Pablo daba anualmente al Ministerio de Cultura cifras de más de seis ceros«, valor que calculaba cercano al 92 % de sus ingresos. Debió batallar duro el cantautor para convencer a las autoridades y que estas cantidades tuvieran otro manejo y destino a partir de ese momento: los fondos de la Fundación.

En cuanto a los proyectos que apoyaría, Pablo fue enfático el día en que se hacía oficial la existencia del sueño acariciado: «La fundación no tiene ningún fin ideológico. Lo que nos importa es la calidad y no la militancia política». De inmediato, la Fundación PM concitó el apoyo de intelectuales y músicos de altísimo renombre tanto en Cuba como fuera. Demostraba así que el ámbito de influencia del cantautor, era ya inmenso.

Además de los fondos financieros aportados, la Fundación PM podía contar con otro capital: el prestigio internacional de Pablo, su poder de convocatoria y su magia para contagiar entusiasmo y atraer eficientes apoyos. A la altura de la década de los 90, la autoridad que Pablo se había ganado más allá de las fronteras cubanas estaba cimentada sobre su enorme y revolucionadora contribución a la música, el compromiso con su país y su nación.

Era ya muy notable el modo en que su impronta se expandió rápidamente desde los años 60, no solo por el continente latinoamericano en pleno auge de un proceso emancipador, sino también en la península ibérica, donde inspira a los jóvenes que despiertan de una prolongada dictadura y se enfrentan a sus efectos en el período de post-guerra.

Pablo había sido capaz de ser continuidad y renovación de la rica tradición de la canción cubana, de su música toda, desde la vieja trova y el son, al feeling, para tejer con hilos perdurables el entramado de su aporte esencial y originario a la llamada Nueva Trova.

Baste dar un vistazo sobre algunos de los nombres que, en apoyo a la Fundación, integraron su Junta de Honor en calidad asesora y consultiva, para aquilatar la altura intelectual y el reconocimiento internacional de quienes la integraron, dispuestos, con el solo pedido de Pablo, a contribuir material y espiritualmente los proyectos que el cantautor auspiciara: Nelson Mandela, Gabriel García Márquez, Leo Brouwer, Alicia Alonso, Mario Benedetti, Manuel Vázquez Montalbán, Chucho Valdés, Alfredo Guevara, Oswaldo Guayasamín, Tomás Gutiérrez Alea, Eliseo Diego, Joaquín Sabina, Eduardo Galeano, Rafael Alberti, Pedro Almodóvar, Teddy Bautista, Luis Eduardo Aute, Antonio Gades, Charo López, Paco Rabal, Joan Manuel Serrat, Miriam Makeba, Harry Belafonte, Chico Buarque, Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez, Rigoberta Menchú, Juan Echanove… Sin dudas, el acto fundacional gestado por Pablo Milanés llenaba a todos de esperanza y entusiasmo.

Para 1993, Pablo era luz en mi vida. A través de sus canciones y las de Silvio había descubierto no solo la épica gloriosa y la poesía estremecida de mis tiempos, sino también un lado desconocido de las raíces de mi identidad. Pablo me condujo una y otra vez por las rutas inequívocas de la trova tradicional y del son más raigal.

Por Pablo conocí la voz hermosa de María Teresa Vera, la inspiración adolorida a veces, exultante otras, de Sindo Garay y Manuel Corona; las cuerdas virtuosas de El Albino y Cotán, la crónica montuna y la cadencia sin igual de Compay Segundo.

En tiempos de The Mamas and The Papas, Fifth Dimension, Beatles, Irakere y Van Van, Pablo me hizo hurgar en mi raíz y descubrir lo sublime del pasado del que yo también estaba hecha. Al mismo tiempo que, con una sonoridad y una poesía de encanto desconocido, me hablaba de amor y desamor, de cubanía y patria, del compromiso social ante una guerra genocida en Vietnam, de la lucha de los afroamericanos por sus derechos, del diario vivir en una isla que amamos.

Era Pablo para mí, entonces, cercano e inalcanzable a la vez, desde esa distancia imprecisa donde la admiración ubica a nuestras divinidades, las de nuestro imaginario personal. Los hermanos Omar y Orlando Hechavarría, muy cercanos al cantautor, idean mi acercamiento a él y al grupo esencial de la Fundación PM. Es algo que siempre agradeceré, porque fue mucho más de lo que pude haber soñado entonces. Trabajar cerca de Pablo Milanés fue determinante en mi camino profesional y mi experiencia de vida. Un privilegio intransferible.

Entrar cada día a la añeja y elegante casona de la calle 11, empezó a ser un viaje al centro de la pasión creadora y al ser cubano, al que de manera consciente todos nos dejábamos arrastrar. Aquello era un oasis en medio de todo lo demás.

Cada día llegaban allí los amigos de Pablo. Estaban entre lo mejor de la intelectualidad cubana en esos momentos, ahora comprometidos con soñar y hacer: recuerdo al cantante y compositor Eduardo Ramos, el escritor Eliseo Altunaga, la poetisa Nancy Morejón, el periodista y escritor Víctor Águila, el periodista y editor Amado Córdova; amigos de los tiempos primeros de la Nueva Trova como los promotores Ciro Benemelis, Gil Lino Suárez, Sareska Escalona, Mariana Rivas, y otros —me incluyo— como Noel Álvarez, Daysi Díaz, Hilda Barrio, Rebeca González, Odette Pantoja, que vibrábamos con la obra y las ideas de Pablo, encarnadas en la Fundación, y dimos lo mejor por ellas.

Era imposible que no fuera así: el carisma de Pablo, la magia que desprendía, la forma en que fundamentaba la concreción y terrenalidad de sus sueños y proyectos, transpiraba la poética de sus canciones. Durante los veinticuatro meses de su existencia, la casona que albergó la Fundación Pablo Milanés fue lo más parecido a un lugar de peregrinaje a donde llegaban artistas de todo el país, proyectos en mano, para someterlos a la consideración de Pablo y conquistar su respaldo y apoyo material.

Mucho fue lo que se hizo en ese tiempo y muchos los proyectos que se concretaron con el respaldo económico y práctico de Pablo Milanés y su Fundación. Aquí solo algunos que la memoria me recuerda:

De los grupos más importantes que asume la Fundación bajo su tutela material destacan la Camerata Romeu, concebida y dirigida por Zenaida Romeu; los coros Exaudi y Schola Cantorum Coralina, liderados por María Felicia Pérez y Alina Orraca, respectivamente, y el grupo Yoruba Andabo, que como grupo profesional se había establecido en 1981 dirigido por Pancho Quinto.

PM Records, el brazo discográfico de la Fundación dirigido por Eduardo Ramos, al tiempo que pretende trabajar con artistas consagrados como el propio Pablo, Elena Burke, Omara Portuondo, lo hace también prioritariamente con jóvenes cantautores emergentes como Polito Ibáñez, Frank Delgado o Raúl Torres, cuyo éxito es deudor no solo del notable talento personal que por aquellos tiempos parecía inagotable en el cantautor, sino en gran medida, del mecenazgo y apoyo personal de Pablo Milanés, quien propicia su carrera a escala nacional e internacional.

La renacida Orquesta Anacaona pudo así grabar su primer disco. Alberto Pedro pudo concebir y estrenar su ya legendaria pieza teatral Delirio habanero, que en su primera puesta en escena tuvo a los grandes actores Zoa Fernández, Jorge Cao y Michaelis Cue en los roles protagónicos.

José María Vitier vio producido y publicado su disco Si yo volviera a nacer, con canciones infantiles de su autoría cantadas por el propio Pablo y María Felicia Pérez, que es, coincidentemente, su primer disco en formato CD. Natalia Bolívar vio publicado su libro Los orishas en Cuba. PM Ediciones, liderada por Nancy Morejón, se había trazado un ambicioso plan editorial, pero solo alcanzó a publicar este título.

Sara González, Mario Daly, Raúl Torres, el coro Exaudi, Polito Ibáñez, José María Vitier, el dúo Cachivache, Gema y Pavel, y otros músicos y formaciones son apoyados por la Fundación en giras y conciertos fuera de Cuba. En el caso de Raúl Torres, fue Pablo Milanés quien gestó y concretó la posibilidad de su permanencia durante tres años en Brasil, como el escalón siguiente en su carrera musical.

Del mismo modo, gracias a la amistosa relación de Pablo con ellos y la gestión de la Fundación, el público cubano pudo disfrutar las presentaciones de los españoles Joaquín Sabina, Los Ronaldos, la brasileña Simone, y otros. Artistas de la plástica se benefician del apoyo a su obra: Eduardo Roca “Choco”, Manuel Mendive, Nelson Domínguez, Zaida del Río, Pedro Pablo Oliva, Roberto Favelo, Flora Fong, Pedro Pablo Oliva y un entonces emergente Ernesto Rancaño.

La revista Proposiciones, dirigida por Víctor Águila, se convierte en un importante referente como publicación de arte y cultura. Solo logró sacar a la luz tres números y producir otro que quedó inédito; pero tuvo contenido planificado para los siguientes cinco años. La pasión de Amado Córdova al frente de PM Radio hizo posible la producción de programas dedicados a El Ambia, Moraima Secada, el trío Matamoros y otros; también la grabación y difusión del concierto Pablo canta boleros en Tropicana, un clásico en la discografía del cantautor.

La Fundación Pablo Milanés auspició eventos trascendentes como la constitución de la Cátedra de Estudios Culturales Iberoamericanos, el Coloquio Internacional sobre la obra de José Lezama Lima, considerado el primer evento teórico origenista. Promovió el diseño cubano más vanguardista a través de diferentes plataformas y manifestaciones y desarrolló ideas en el ámbito de la informática orientadas a la creación de una red digital para unir a las bibliotecas provinciales del país, uno de los proyectos más audaces de la Fundación, si se tiene en cuenta el estado en que se encontraba Cuba en los años 90 en el desarrollo de la informática.

En 1994, arropado por una amplia representación de la Junta de Honor, Pablo presenta la Fundación en España en acciones para visibilizarla y recaudar fondos para la creciente cartera de proyectos presentados por artistas cubanos.

El 9 de junio de 1995 amanecimos con la noticia de que la Fundación Pablo Milanés había sido disuelta, por decisión de su junta directiva. Otras versiones, como la transmitida por el Noticiero Nacional de Televisión, afirmaban que la decisión había sido del Ministerio de Cultura.

Culminaba así una etapa que comenzó casi con su propia actividad, signada por incomprensiones, desencuentros, obstáculos y bloqueos, intentos de validar imposiciones de carácter institucional más allá del tutelaje que marcaba la ley y el acuerdo de constitución entre el Ministerio de Cultura y Pablo Milanés.

También hubo, a mi juicio, errores internos en la gestión y administración dentro de un colectivo ilusionado, esencialmente conformado por artistas, intelectuales y jóvenes con escasa experiencia en la gestión burocrática.

Quedaron inconclusos, sostenidos en el aire de los buenos deseos, importantes proyectos como el auspicio a la academia de danza del bailarín y coreógrafo Narciso Medina, la recopilación oral y grabación del legendario akpwón Lázaro Ross, la creación de focos culturales en el barrio de Los Sitios, y otros.

La posibilidad de un modelo de gestión cultural promovido por prestigiosos artistas y fuera de los marcos estatales, recibía un golpe demoledor, congelando cualquier posibilidad de iniciativa individual en este sentido.

No asistí a ese momento final, pues hacía cerca de un año que no trabajaba allí, pero daba igual: entre alegrías y desencuentros, entre esperanzas y frustraciones, entre reconocimientos e incomprensiones sentía que aún pertenecía a aquel lugar y viví con profundo dolor este desenlace.

A mi juicio, había que haber trabajado para preservar el proyecto a toda costa, era demasiado importante lo que estaba ocurriendo ahí, no solo desde el punto de vista cultural, sino también sociopolítico.

Más allá de los errores internos, de la mala praxis, la imposición de decisiones erróneas, las muestras ocasionales de escasa confianza en un colectivo que amábamos lo que hacíamos porque creíamos en Pablo y en el ideario de la Fundación como brazo importante para el desarrollo de nuestra cultura, los dos años de su funcionamiento demostraron su pertinencia y ejemplaridad como una forma diferente de gestionar y fomentar la cultura, más allá de los límites de la estatalidad.

En solo dos años, la Fundación PM mostró con nitidez la fuerza aglutinadora de Pablo Milanés y la magnitud del respeto y apoyo conquistado en todo el mundo como músico, intelectual y figura pública.

La existencia de su proyecto fundacional demostró el escaso margen de tolerancia estatal a una iniciativa privada de tales características y singularidad. La rumorología insistía entonces, entre otros, en argumentos racistas que transmitían preocupación por la preeminencia de negros, cuya jerarquía intelectual estaba fuera de toda duda, en la estructura de dirección de la Fundación.

Aun así, nunca hubo límites que no fueran el talento y el compromiso, mucho menos raciales, a la incorporación de personas a sus proyectos y a su gestión. Lo que importaba era el talento y la laboriosidad, el compromiso con la cultura y la sintonía con las concepciones de Pablo en torno a esto.

La Fundación Pablo Milanés fue un reflejo de este pensamiento, fue una institución singular, única y trascendente, marcada por el respeto al talento verdadero, la exaltación de los valores de la cultura popular cubana, el estímulo de la creatividad, la desideologización de las oportunidades, y la supremacía del buen gusto.

La experiencia de la Fundación Pablo Milanés como un paradigma de gestión cultural en un entorno complejo y hasta adverso, sigue despertando interés en generaciones sucesivas que deciden estudiar el caso desde su propia singularidad. En 2019 la Lic. Carla Mesa Rojas dedicó a este tema su tesis de maestría en Gestión Cultural por el Colegio Universitario San Gerónimo, de La Habana.

Esa es la impronta de Pablo Milanés y de su vocación de fundar y crear. Con el solo llamado de su voz y su guitarra, con la fuerza invencible de su prestigio fue capaz de convocar a lo mejor de la intelectualidad y el arte cubanos y sacar lo mejor de ellos en momentos en que era preciso demostrar que otra manera de apoyar y fomentar la cultura, era posible. Hoy Pablo sigue convocando, porque queda aún demasiado por hacer.

Rosa Marquetti Torres
On Cuba News, 22 de noviembre de 2022.

lunes, 9 de enero de 2023

Adiós, querido Pablo

Cuando una mañana de 1982 en los archivos de la revista Bohemia descubrí una foto de un mulatico oriental, flaco, con espejuelos de armadura plástica negra que en la década de 1960 cantaba en clubes nocturnos habaneros, ya yo era fan de Pablo Milanés. En aquella foto, todavía no andaba con "espeldrum". Y al ser tan joven y delgado, le decían Pablito.

Aunque ya en 1963 él había compuesto Tú, mi desengaño, y en 1964 Ya ves, no fue hasta que escuché Mis 22 años que me convertí en fiel seguidora de Pablo Milanés. Eso ocurrió un domingo de 1965, cuando Elena Burke en el teatro Amadeo Roldán estrenó Mis 22 años, una canción que para muchos es un nexo entre el feeling y la naciente nueva trova cubana.

Además de ser mestizos, Pablo y yo éramos contemporáneos: él nació en Bayamo el 24 de febrero de 1943 y yo en La Habana el 10 de noviembre de 1942. No solo teníamos casi las mismas edades, también procedíamos de familias humildes y trabajadoras.

Si en La Habana hubo un matrimonio extranjero que adoraba a Pablo Milanés, ése fue el de Estela Bravo y su esposo Ernesto, estadounidense ella, argentino él. Cuando a mediados de la década de 1970 los conocí y comencé a visitar el apartamento de Estela y Ernesto, en el primer piso de un edificio situado en 5ta. Avenida y 10, Miramar, ellos y yo éramos incondicionales a Pablito, como entonces le decíamos. Al ser una periodista de a pie, que decía lo que pensaba, los Bravo solían pedirme opiniones sobre los más diversos temas.

Y aunque nunca coincidí con Pablo en el apartamento de Estela y Ernesto, siempre Pablo estaba presente en nuestras conversaciones: tanto ellos como yo amábamos a Pablo y queríamos lo mejor para él. A diferencia de otros jóvenes artistas, Pablo, mulato de pueblo, escuchaba consejos de las personas mayores y en particular de aquellas amistades que él sabía que de verdad lo querían, valoraban y respetaban. Uno de esos consejos fue que creara su propio grupo, algo que ya Estela y Ernesto me habían comentado y me había parecido fabuloso. Si en ese momento había en Cuba un compositor de primera y un cantante con una voz única, un músico fuera de serie, era Pablo Milanés. La vida se encargó de demostrarlo.

En 1986, cubriría el lanzamiento del disco Querido Pablo en una residencia de protocolo que la Universidad de La Habana tenía en Nuevo Vedado y que quedaba a un costado de la casa donde vivía mi primo Vladimiro Roca Antúnez. Fue una de las muchas veces que como periodista de la redacción cultural de los Servicios Informativos de la Televisión Cubana reporté el quehacer artístico de Pablo Milanés.

No recuerdo por qué, aquel día le pregunté sobre la canción Buenos Días, América, que no aparecía en ese álbum (le daría título a un disco lanzado en 1987). Pablo me dijo que la fuente de inspiración fue el programa homónimo de la Voz de América, emisora de Estados Unidos muy escuchada en Cuba. Unos meses después, alrededor de las nueve de la mañana llegué a la casa donde estaba viviendo con Zoé Álvarez, su tercera esposa y madre de su hija Haydée, cerca del Zoológico de 26, en Nuevo Vedado. Pabló había acabado de llegar de Brasil y mientras desayunaba huevos fritos con pan, jugo de naranja y café, lo que me contó del viaje lo convertí en una primicia informativa.

A todas las mujeres que marcaron su vida, fueran novias, esposas o amantes, Pablo les compuso canciones. A Zoé le escribió Comienzo y final de una verde mañana. La más famosa de todas las canciones es Yolanda, dedicada a Yolanda Benet, su segunda esposa, con quien tuvo tres hijas: Lynn, Liam y Suylén, fallecida en enero de 2022. Para vivir, ese himno al desamor, lo habría escrito tras divorciarse de Olga Ayoub, su primera esposa, con quien estuvo casado ocho años y no tuvo descendencia. A Sandra Pérez, su cuarta esposa y madre de su hijo Antonio, la recordaría con Sandra.

Recientemente, la actriz Lily Rentería confesó que Pablo le dedicó La felicidad. Desconozco el título de la canción o canciones que le dedicaría a su quinta y última esposa, la española Nancy Pérez Rey, pero sí que en 2014 ella, en un gesto de amor, le donó un riñón que en ese momento mejoraría su precaria salud. En esa fecha, ya eran padres de dos gemelos, Rosa y Pablo, los hijos más pequeños de los siete que en total tuvo Pablo y que le hicieron abuelo de nueve nietos.

En 1987, Suelí y su hija Mariana, amigas brasileñas de Sao Paulo, las dos fans de Pablo Milanés, viajaron a La Habana. A toda costa querían conocerlo. Por esos días, Pablo ensayaba con su grupo en el cine Chaplin, en el edificio sede del ICAIC, en 23 y 10, Vedado. Sin prometerles nada, hasta allí me fui con ellas. En un receso me acerqué a Pablo y se las presenté. Tomaron varias fotos. Antes de irnos, le pregunté a Pabo si la canción Mírame bien se basaba en una experiencia personal. Riéndose me respondió: "Muchas de las canciones que compongo se basan en experiencias de otros".

Desde 1987 y hasta 1991 fui realizadora de Puntos de Vista, programa televisivo de 27 minutos de duración que salía una vez a la semana, primero por el Canal 2 (Telerebelde) y después por el Canal 6 (Cubavisión). El tema de presentación era No vivo en una sociedad perfecta, uno de los nueve números que Pablo incluyó en su disco Yo me quedo (1982).

El estribillo (no vivo en una sociedad perfecta, yo pido que no se le dé ese nombre, si alguna cosa me hace sentir esta, es porque la hacen mujeres y hombres) estaba acorde del contenido del espacio: opiniones a favor y en contra vertidas por ciudadanos entrevistados al azar en las calles, acerca del tema del programa que se estaba realizando, y que lo mismo podía ser el problema del transporte urbano, la falta de conciencia jurídica o la pasión por las telenovelas.

A principios de los 90, para un Puntos de Vista que estaba preparando, me llegué hasta la casa que el cantautor compartía con Sandra, su tercera esposa, en una urbanización por la Novia del Mediodía, en las afueras de La Habana. En el portal, una placa en un mosaico decía Villa Haydée. Fue la última vez que hablé con mi querido Pablo.

Llevo 19 años residiendo en Suiza como refugiada política, pero gracias a You Tube sigo escuchando a Pablo, quien en solitario o acompañado, posee una de las discografías más variadas y extensas de un intérprete y compositor de la isla a partir de 1959. Aunque de niño en su Bayamo natal cantaba corridos mexicanos, su inigualable voz y su extraordinaria musicalidad le permitió cantar casi todos los géneros de la música popular cubana: trova, son, guaracha, montuno, bolero... y atreverse también con el tango, el bossa nova y el jazz.

Como escribió mi colega Luis Cino en CubaNet, "por muy extremas que sean las posiciones políticas, de una u otra bandería, hay que ser muy obtuso y roñoso para no reconocer las numerosas virtudes musicales de Pablo Milanés, su feeling, la incomparable segunda voz que hacía cuando cantaba a dúo, la belleza de sus canciones, que, estemos dispuestos a admitirlo o no, por ser parte importante del soundtrack de la vida en Cuba en las últimas cinco décadas, han marcado a más de dos generaciones de cubanos".

Tania Quintero

lunes, 2 de enero de 2023

Recordando a Pablo Milanés


Soplaba una brisa fresca en la barriada habanera del Vedado cuando decenas de personas comenzaron a congregarse en el parque de 21 y H en la tarde del martes 22 de noviembre de 2022 para rendir homenaje a Pablo Milanés, fallecido ese día en un hospital de Madrid, donde hacía tiempo se atendía sus problemas de salud.

Aunque el encuentro trató de ser frustrado por la Seguridad del Estado, y un camión de la policía estuvo todo el tiempo merodeando la zona, un grupo de sus seguidores se reunieron para recordar su trayectoria y cantar sus canciones. A pocas cuadras, en 11 entre J e I, sede de un estudio de grabación de Pablo, fue abierto un libro de condolencias. Cientos de personas pasaron a firmarlo y dejar mensajes.

Antes de caer la noche, ya las autoridades, expertas en manipular la obra artística de decenas de intelectuales incómodos con el régimen, habían organizado una cantata en el Pabellón Cuba, ubicado en 23 y N, en La Rampa. Abel Prieto, ex ministro de cultura, lanzó un órdago: “Pablo y su obra nos pertenecen. Son nuestros”.

No es una estrategia nueva. Desde José Lezama Lima y Virgilio Piñera hasta Celia Cruz, son muchas las figuras de la cultura cubana denostadas por la dictadura castrista. Incluso después de muertos, les intentan manipular sus obras.

Pablo Milanés Arias, nació el 24 de febrero de 1943 en Bayamo, hoy capital de la provincia Granma Muy joven arribó a la capital con la intención de estudiar música en un conservatorio. Para esa fecha, ya era un buen exponente del feeling, movimiento musical surgido en La Habana en la década de 1940. Un estilo influenciado por las corrientes estadounidenses en las composiciones románticas y el jazz y en el cual el sentimiento definía la interpretación.

Su primer gran éxito ocurre en 1965 con la guajira-son Mis 22 años, considerado un nexo entre el feeling y la Nueva Trova, de la cual Pablo fue fundador junto a Silvio Rodríguez y Noel Nicola (1946-2005). En 1966, tal y como les ocurrió a unos 48 mil jóvenes en toda la Isla, Pablo es enviado a la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), auténticos gulags instaurados por la autocracia caribeña para reformar ‘vicios del pasado’.

El solo hecho de ser religioso, homosexual, amante del rock o artista contestatario, constituían razones suficientes para que alguien fuera enviado a estos campos de concentración a realizar trabajos forzados. Milanés tenía entonces 23 años. La represión contra el cantautor la vivió en primera persona la actriz y cantante Myriam Acevedo. Exiliada en Italia y fallecida en ese país en 2013 , Acevedo se lo contó a la periodista independiente Tania Quintero en una entrevista en enero de 2009:

“Pablo Milanés, junto a Ricardo Barber, un actor de teatro, ambos amigos míos, fueron llevados a la UMAP y encarcelados en aquel campo de concentración. Ricardo me escribió un telegrama que decía: ‘Si no me sacas de aquí me suicido’. Di la voz de alarma, y en la Union de Escritores y Artistas se formó una comisión de diez intelectuales, entre ellos yo, para discutir el problema de la UMAP con el ministro de Cultura. Ni ese primer intento ni otros posteriores dieron resultados. Entonces Ricardo y Pablo planean la fuga y se escapan de la UMAP en Camagüey. Recuerdo que estaba cantando en El Gato Tuerto cuando veo aparecer el ‘fantasma’ de Pablo, a quien yo hacía en la UMAP. Lo tuve escondido tres días en mi casa. Pero tanto Ricardo como Pablo tuvieron que entregarse y volver a la UMAP”.

Era la época de la guerra de Vietnam. Y Pablo Milanés comienza a tomar partido por las causas sociales. En 1968 ofrece su primer concierto con Silvio Rodríguez en Casa de las Américas, que entonces dirigía Haydée Santamaría. Después de que en 1972 fuera miembro ilustre de la ‘nueva canción revolucionaria’ también conocida como canción protesta, Pablo compartió escenario con lo más granado de los cantautores de habla hispana y portuguesa.

A principios de los años 80, el autor de Yolanda decide dejar el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y crear su grupo musical, que desde los inicios estuvo integrado por soberbios solistas e impregnado de una riqueza de recursos musicales, acertados arreglos y variedad de géneros. Durante un tiempo, Pablo con su grupo siguió apostando por temas políticos y sociales como Yo pisaré las calles nuevamente, No vivo en una sociedad perfecta y Hombre que vas creciendo.

Una faceta destacada de Pablo Milanés es su aporte al rescate de las ‘vacas sagradas’ de la música cubana que estaban en el olvido. Mucho antes de que el alemán Win Wenders y el estadounidense Ry Cooder en 1996 se pasearan por las calles antiguas de La Habana en una moto rusa para filmar el documental Buena Vista Social Club, ya Pablo había grabado un disco con aquellos viejos músicos que vivían desahuciados entre la pobreza y el ron barato.

En 1983 cuando grabó la trilogía Años, con Luis Peña, el Albino, Cotán, y una pléyade de músicos de antaño como Pío Leyva, Ibrahim Ferrer y Compay Segundo. También fue el promotor de jóvenes valores de la música como Gerardo Alfonso, Raúl Torres y Los Aldeanos, a quienes llevó a escena en un recital en el malecón efectuado en el verano de 2008.

Mientras Silvio Rodríguez iba tejiendo una red de amistades e influencia con pesos pesados del régimen, en 1993 Pablo Milanés levantaba ronchas con el quehacer de su Fundación -clausurada en 1993- y canciones desgarradoras, entre ellas Éxodo y El pecado original, en apoyo a los homosexuales.

Silvio y Pablo son dos piezas claves de la llamada canción revolucionaria. Sin embargo, Rodríguez pasó de ser un crítico abierto de la situación en Cuba en las décadas de 1960-1970, a un ferviente admirador de Fidel Castro. Milanés recorrió un camino a la inversa. Su posición política se modificó. Públicamente criticó a los hermanos Castro, sobre los cuales dijo que no eran dioses. En un recital en Miami, en agosto de 2011, defendió a las Damas de Blanco.

Sus posturas contestatarias las pagó con un discreto silencio en los medios oficiales. Pasó de ser el autor de varios himnos de la revolución al cajón de los olvidados. Lentamente, la radio y televisión nacional lo fueron relegando y retiraron su música en fade. Las canciones de Pablo Milanés forman parte de la banda sonora de varias generaciones de cubanos.

Al trascender la noticia de su fallecimiento en España, el 22 de noviembre, la ola de reacciones originadas incluyó tantos elogios como reproches. Pero ni sus admiradores ni sus detractores niegan la grandeza de su obra musical.

Iván García