Hace ya veintinueve años, a mediados de 1993 en pleno Período Especial, Pablo Milanés consiguió crear y liderar la primera organización cultural independiente, autofinanciada y sin fines ideológicos de Cuba.
La Fundación Pablo Milanés era también la primera —y hasta ahora única— entidad privada creada por un artista cubano a partir de sus propios recursos económicos para promover y fomentar la actividad cultural. Resultó ser también la primera iniciativa privada de intelectuales afrodescendientes que ha existido legalmente en Cuba después de 1959.
La fundación como forma jurídica de asociación tenía en la Cuba revolucionaria sólo tres antecedentes en el ámbito cultural; todos con participaciones privadas, pero financiados por el Estado y por tanto bajo su total control: la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, la Fundación Nicolás Guillén y la Fundación Alejo Carpentier. La de Pablo Milanés sería diferente, pues prescindiría del financiamiento estatal, aunque no podía hacerlo de cierto grado de tutelaje.
Desde inicios de la década, Pablo, con un grupo de amigos cercanos, venía dando forma al sueño de crear una institución con capacidad para tener y sustentar un capital propio —algo inédito y polémico en el país hasta el momento— destinada a apoyar y promocionar a los jóvenes artistas emergentes y sus proyectos no solo en la música, sino además en el arte en su sentido más amplio.
De hecho, antes de que la Fundación quedara oficialmente constituída, ya Pablo se había desdoblado en mecenas y promotor, impulsando una posible orquesta sinfónica juvenil dirigida por Leo Brouwer, un movimiento de jóvenes escultores, una casa de la poesía representada por la vanguardia, un proyecto teatral, una orquesta de cámara compuesta por muchachas graduadas de la Escuela Nacional de Arte, al periodista español
Mauricio Vicent.
La iniciativa de Pablo se concretaba en momentos en que la crisis económica al interior del país, tras el derrumbe del campo socialista, limitaba la capacidad y los recursos del Ministerio de Cultura y a un nivel superior, compelía al Gobierno cubano a flexibilizar las estructuras productivas y ciertos espacios en las relaciones de propiedad.
Cuando el miércoles 23 de junio de 1993 Pablo Milanés y Armando Hart —entonces Ministro de Cultura— firmaban el acta constitutiva de la entidad, planeaba sobre las cabezas de todos una interrogante: hasta dónde la idea luminosa y trascendental del cantautor lograría permanecer y avanzar en un espacio político y de gestión en el que el Estado ejercía el control más estricto. La distensión parecía no estar dictada por la convicción de su necesidad en el espacio plural que debe ser la sociedad cubana, sino por las circunstancias de la economía.
El capital inicial para crear la Fundación Pablo Milanés se fijó en 160.000 dólares, donados en su totalidad por el cantautor, a los que se sumarían los ingresos que a partir de ese momento generara Pablo en tres vías y que antes iban a las cuentas del Ministerio de Cultura: las giras de conciertos con su grupo, las ediciones discográficas y los derechos de autor.
Según explicó un anónimo colaborador entrevistado en 1993 por el diario español
El País, “por sus giras, discos y derechos de autor, Pablo daba anualmente al Ministerio de Cultura cifras de más de seis ceros«, valor que calculaba cercano al 92 % de sus ingresos. Debió batallar duro el cantautor para convencer a las autoridades y que estas cantidades tuvieran otro manejo y destino a partir de ese momento: los fondos de la Fundación.
En cuanto a los proyectos que apoyaría, Pablo fue enfático el día en que se hacía oficial la existencia del sueño acariciado: «La fundación no tiene ningún fin ideológico. Lo que nos importa es la calidad y no la militancia política». De inmediato, la Fundación PM concitó el apoyo de intelectuales y músicos de altísimo renombre tanto en Cuba como fuera. Demostraba así que el ámbito de influencia del cantautor, era ya inmenso.
Además de los fondos financieros aportados, la Fundación PM podía contar con otro capital: el prestigio internacional de Pablo, su poder de convocatoria y su magia para contagiar entusiasmo y atraer eficientes apoyos. A la altura de la década de los 90, la autoridad que Pablo se había ganado más allá de las fronteras cubanas estaba cimentada sobre su enorme y revolucionadora contribución a la música, el compromiso con su país y su nación.
Era ya muy notable el modo en que su impronta se expandió rápidamente desde los años 60, no solo por el continente latinoamericano en pleno auge de un proceso emancipador, sino también en la península ibérica, donde inspira a los jóvenes que despiertan de una prolongada dictadura y se enfrentan a sus efectos en el período de post-guerra.
Pablo había sido capaz de ser continuidad y renovación de la rica tradición de la canción cubana, de su música toda, desde la vieja trova y el son, al feeling, para tejer con hilos perdurables el entramado de su aporte esencial y originario a la llamada Nueva Trova.
Baste dar un vistazo sobre algunos de los nombres que, en apoyo a la Fundación, integraron su Junta de Honor en calidad asesora y consultiva, para aquilatar la altura intelectual y el reconocimiento internacional de quienes la integraron, dispuestos, con el solo pedido de Pablo, a contribuir material y espiritualmente los proyectos que el cantautor auspiciara: Nelson Mandela, Gabriel García Márquez, Leo Brouwer, Alicia Alonso, Mario Benedetti, Manuel Vázquez Montalbán, Chucho Valdés, Alfredo Guevara, Oswaldo Guayasamín, Tomás Gutiérrez Alea, Eliseo Diego, Joaquín Sabina, Eduardo Galeano, Rafael Alberti, Pedro Almodóvar, Teddy Bautista, Luis Eduardo Aute, Antonio Gades, Charo López, Paco Rabal, Joan Manuel Serrat, Miriam Makeba, Harry Belafonte, Chico Buarque, Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez, Rigoberta Menchú, Juan Echanove… Sin dudas, el acto fundacional gestado por Pablo Milanés llenaba a todos de esperanza y entusiasmo.
Para 1993, Pablo era luz en mi vida. A través de sus canciones y las de Silvio había descubierto no solo la épica gloriosa y la poesía estremecida de mis tiempos, sino también un lado desconocido de las raíces de mi identidad. Pablo me condujo una y otra vez por las rutas inequívocas de la trova tradicional y del son más raigal.
Por Pablo conocí la voz hermosa de María Teresa Vera, la inspiración adolorida a veces, exultante otras, de Sindo Garay y Manuel Corona; las cuerdas virtuosas de El Albino y Cotán, la crónica montuna y la cadencia sin igual de Compay Segundo.
En tiempos de The Mamas and The Papas, Fifth Dimension, Beatles, Irakere y Van Van, Pablo me hizo hurgar en mi raíz y descubrir lo sublime del pasado del que yo también estaba hecha. Al mismo tiempo que, con una sonoridad y una poesía de encanto desconocido, me hablaba de amor y desamor, de cubanía y patria, del compromiso social ante una guerra genocida en Vietnam, de la lucha de los afroamericanos por sus derechos, del diario vivir en una isla que amamos.
Era Pablo para mí, entonces, cercano e inalcanzable a la vez, desde esa distancia imprecisa donde la admiración ubica a nuestras divinidades, las de nuestro imaginario personal. Los hermanos Omar y Orlando Hechavarría, muy cercanos al cantautor, idean mi acercamiento a él y al grupo esencial de la Fundación PM. Es algo que siempre agradeceré, porque fue mucho más de lo que pude haber soñado entonces. Trabajar cerca de Pablo Milanés fue determinante en mi camino profesional y mi experiencia de vida. Un privilegio intransferible.
Entrar cada día a la añeja y elegante casona de la calle 11, empezó a ser un viaje al centro de la pasión creadora y al ser cubano, al que de manera consciente todos nos dejábamos arrastrar. Aquello era un oasis en medio de todo lo demás.
Cada día llegaban allí los amigos de Pablo. Estaban entre lo mejor de la intelectualidad cubana en esos momentos, ahora comprometidos con soñar y hacer: recuerdo al cantante y compositor Eduardo Ramos, el escritor Eliseo Altunaga, la poetisa Nancy Morejón, el periodista y escritor Víctor Águila, el periodista y editor Amado Córdova; amigos de los tiempos primeros de la Nueva Trova como los promotores Ciro Benemelis, Gil Lino Suárez, Sareska Escalona, Mariana Rivas, y otros —me incluyo— como Noel Álvarez, Daysi Díaz, Hilda Barrio, Rebeca González, Odette Pantoja, que vibrábamos con la obra y las ideas de Pablo, encarnadas en la Fundación, y dimos lo mejor por ellas.
Era imposible que no fuera así: el carisma de Pablo, la magia que desprendía, la forma en que fundamentaba la concreción y terrenalidad de sus sueños y proyectos, transpiraba la poética de sus canciones. Durante los veinticuatro meses de su existencia, la casona que albergó la Fundación Pablo Milanés fue lo más parecido a un lugar de peregrinaje a donde llegaban artistas de todo el país, proyectos en mano, para someterlos a la consideración de Pablo y conquistar su respaldo y apoyo material.
Mucho fue lo que se hizo en ese tiempo y muchos los proyectos que se concretaron con el respaldo económico y práctico de Pablo Milanés y su Fundación. Aquí solo algunos que la memoria me recuerda:
De los grupos más importantes que asume la Fundación bajo su tutela material destacan la Camerata Romeu, concebida y dirigida por Zenaida Romeu; los coros Exaudi y Schola Cantorum Coralina, liderados por María Felicia Pérez y Alina Orraca, respectivamente, y el grupo Yoruba Andabo, que como grupo profesional se había establecido en 1981 dirigido por Pancho Quinto.
PM Records, el brazo discográfico de la Fundación dirigido por Eduardo Ramos, al tiempo que pretende trabajar con artistas consagrados como el propio Pablo, Elena Burke, Omara Portuondo, lo hace también prioritariamente con jóvenes cantautores emergentes como Polito Ibáñez, Frank Delgado o Raúl Torres, cuyo éxito es deudor no solo del notable talento personal que por aquellos tiempos parecía inagotable en el cantautor, sino en gran medida, del mecenazgo y apoyo personal de Pablo Milanés, quien propicia su carrera a escala nacional e internacional.
La renacida Orquesta Anacaona pudo así grabar su primer disco. Alberto Pedro pudo concebir y estrenar su ya legendaria pieza teatral
Delirio habanero, que en su primera puesta en escena tuvo a los grandes actores Zoa Fernández, Jorge Cao y Michaelis Cue en los roles protagónicos.
José María Vitier vio producido y publicado su disco
Si yo volviera a nacer, con canciones infantiles de su autoría cantadas por el propio Pablo y María Felicia Pérez, que es, coincidentemente, su primer disco en formato CD. Natalia Bolívar vio publicado su libro
Los orishas en Cuba. PM Ediciones, liderada por Nancy Morejón, se había trazado un ambicioso plan editorial, pero solo alcanzó a publicar este título.
Sara González, Mario Daly, Raúl Torres, el coro Exaudi, Polito Ibáñez, José María Vitier, el dúo Cachivache, Gema y Pavel, y otros músicos y formaciones son apoyados por la Fundación en giras y conciertos fuera de Cuba. En el caso de Raúl Torres, fue Pablo Milanés quien gestó y concretó la posibilidad de su permanencia durante tres años en Brasil, como el escalón siguiente en su carrera musical.
Del mismo modo, gracias a la amistosa relación de Pablo con ellos y la gestión de la Fundación, el público cubano pudo disfrutar las presentaciones de los españoles Joaquín Sabina, Los Ronaldos, la brasileña Simone, y otros. Artistas de la plástica se benefician del apoyo a su obra: Eduardo Roca “Choco”, Manuel Mendive, Nelson Domínguez, Zaida del Río, Pedro Pablo Oliva, Roberto Favelo, Flora Fong, Pedro Pablo Oliva y un entonces emergente Ernesto Rancaño.
La revista
Proposiciones, dirigida por Víctor Águila, se convierte en un importante referente como publicación de arte y cultura. Solo logró sacar a la luz tres números y producir otro que quedó inédito; pero tuvo contenido planificado para los siguientes cinco años. La pasión de Amado Córdova al frente de PM Radio hizo posible la producción de programas dedicados a El Ambia, Moraima Secada, el trío Matamoros y otros; también la grabación y difusión del concierto
Pablo canta boleros en Tropicana, un clásico en la discografía del cantautor.
La Fundación Pablo Milanés auspició eventos trascendentes como la constitución de la Cátedra de Estudios Culturales Iberoamericanos, el Coloquio Internacional sobre la obra de José Lezama Lima, considerado el primer evento teórico origenista. Promovió el diseño cubano más vanguardista a través de diferentes plataformas y manifestaciones y desarrolló ideas en el ámbito de la informática orientadas a la creación de una red digital para unir a las bibliotecas provinciales del país, uno de los proyectos más audaces de la Fundación, si se tiene en cuenta el estado en que se encontraba Cuba en los años 90 en el desarrollo de la informática.
En 1994, arropado por una amplia representación de la Junta de Honor, Pablo presenta la Fundación en España en acciones para visibilizarla y recaudar fondos para la creciente cartera de proyectos presentados por artistas cubanos.
El 9 de junio de 1995 amanecimos con la noticia de que la Fundación Pablo Milanés había sido disuelta, por decisión de su junta directiva. Otras versiones, como la transmitida por el Noticiero Nacional de Televisión, afirmaban que la decisión había sido del Ministerio de Cultura.
Culminaba así una etapa que comenzó casi con su propia actividad, signada por incomprensiones, desencuentros, obstáculos y bloqueos, intentos de validar imposiciones de carácter institucional más allá del tutelaje que marcaba la ley y el acuerdo de constitución entre el Ministerio de Cultura y Pablo Milanés.
También hubo, a mi juicio, errores internos en la gestión y administración dentro de un colectivo ilusionado, esencialmente conformado por artistas, intelectuales y jóvenes con escasa experiencia en la gestión burocrática.
Quedaron inconclusos, sostenidos en el aire de los buenos deseos, importantes proyectos como el auspicio a la academia de danza del bailarín y coreógrafo Narciso Medina, la recopilación oral y grabación del legendario akpwón Lázaro Ross, la creación de focos culturales en el barrio de Los Sitios, y otros.
La posibilidad de un modelo de gestión cultural promovido por prestigiosos artistas y fuera de los marcos estatales, recibía un golpe demoledor, congelando cualquier posibilidad de iniciativa individual en este sentido.
No asistí a ese momento final, pues hacía cerca de un año que no trabajaba allí, pero daba igual: entre alegrías y desencuentros, entre esperanzas y frustraciones, entre reconocimientos e incomprensiones sentía que aún pertenecía a aquel lugar y viví con profundo dolor este desenlace.
A mi juicio, había que haber trabajado para preservar el proyecto a toda costa, era demasiado importante lo que estaba ocurriendo ahí, no solo desde el punto de vista cultural, sino también sociopolítico.
Más allá de los errores internos, de la mala praxis, la imposición de decisiones erróneas, las muestras ocasionales de escasa confianza en un colectivo que amábamos lo que hacíamos porque creíamos en Pablo y en el ideario de la Fundación como brazo importante para el desarrollo de nuestra cultura, los dos años de su funcionamiento demostraron su pertinencia y ejemplaridad como una forma diferente de gestionar y fomentar la cultura, más allá de los límites de la estatalidad.
En solo dos años, la Fundación PM mostró con nitidez la fuerza aglutinadora de Pablo Milanés y la magnitud del respeto y apoyo conquistado en todo el mundo como músico, intelectual y figura pública.
La existencia de su proyecto fundacional demostró el escaso margen de tolerancia estatal a una iniciativa privada de tales características y singularidad. La rumorología insistía entonces, entre otros, en argumentos racistas que transmitían preocupación por la preeminencia de negros, cuya jerarquía intelectual estaba fuera de toda duda, en la estructura de dirección de la Fundación.
Aun así, nunca hubo límites que no fueran el talento y el compromiso, mucho menos raciales, a la incorporación de personas a sus proyectos y a su gestión. Lo que importaba era el talento y la laboriosidad, el compromiso con la cultura y la sintonía con las concepciones de Pablo en torno a esto.
La Fundación Pablo Milanés fue un reflejo de este pensamiento, fue una institución singular, única y trascendente, marcada por el respeto al talento verdadero, la exaltación de los valores de la cultura popular cubana, el estímulo de la creatividad, la desideologización de las oportunidades, y la supremacía del buen gusto.
La experiencia de la Fundación Pablo Milanés como un paradigma de gestión cultural en un entorno complejo y hasta adverso, sigue despertando interés en generaciones sucesivas que deciden estudiar el caso desde su propia singularidad. En 2019 la Lic. Carla Mesa Rojas dedicó a este tema su tesis de maestría en Gestión Cultural por el Colegio Universitario San Gerónimo, de La Habana.
Esa es la impronta de Pablo Milanés y de su vocación de fundar y crear. Con el solo llamado de su voz y su guitarra, con la fuerza invencible de su prestigio fue capaz de convocar a lo mejor de la intelectualidad y el arte cubanos y sacar lo mejor de ellos en momentos en que era preciso demostrar que otra manera de apoyar y fomentar la cultura, era posible. Hoy Pablo sigue convocando, porque queda aún demasiado por hacer.
Rosa Marquetti Torres
On Cuba News, 22 de noviembre de 2022.