lunes, 27 de septiembre de 2021

"Dentro de la revolución" un slogan cada vez más estrecho



Al conmemorar este 28 de junio, con dos días de adelanto, el 60 aniversario del discurso de Fidel Castro del 30 de junio de 1961 conocido como Palabras a los Intelectuales, Miguel Díaz-Canel, el presidente de la continuidad, redujo el espacio de permisibilidad cada vez más estrecho de lo que los mandamases consideran “dentro de la revolución”.

Díaz-Canel dijo que hay que evitar que los “mercenarios” —o sea, todos los que disientan un ápice del pensamiento oficial y se salgan de la cultura de rebaño— “desprestigien nuestro abanico cultural. La libertad de expresión en la revolución sigue teniendo como límite el derecho de la revolución a existir”, advirtió, añadiendo luego que “sigue existiendo espacio para todo y para todos, excepto para quienes quieren destruir el proyecto”.

Y todavía le quedó fuelle al mandatario, luego de negar la existencia de censuras y limitaciones, para asegurar, de lo más campante, que “sin la revolución, la deslumbrante cultura cubana de nuestra época no existiría”.

La cerrazón de Díaz-Canel hace superfluo el flatulento barraje de artillería por parte de la prensa oficialista y la intelectualidad orgánica de la dictadura sobre la significación histórica de aquel discurso de Fidel Castro de hace seis décadas, o la significación que sus continuadores hoy pretenden concederle.

En los últimos años, los intelectuales orgánicos y sus testaferros se muestran interesados por precisar la exactitud de la cita más recordada del discurso del Máximo Líder en la Biblioteca Nacional. Muestran especial interés en aclarar que la frase de marras no terminaba “fuera de la revolución, nada” como erradamente la citan casi todos, sino “contra la revolución, ningún derecho”. Eso implicaría, según ellos, que la advertencia a los escritores y artistas no era tan severa y que, por no estar delimitada con precisión, permitía cierto espacio a la creatividad artística.

Algunos como Roberto Fernández Retamar defendían la validez de “la crítica hecha dentro de la revolución”. Pero jamás en contra. Porque la revolución tenía el derecho a defenderse por todos los medios a su alcance y eso justificaría la abolición de todos los demás derechos que no fueran los de los infalibles mandamases a permanecer en el poder. ¡Ay del intelectual que, como revolucionario, creyéndose con el derecho y el deber de criticar aspectos negativos, incurriera en el abominable pecado de debilitar a la revolución antes que contribuir a fortalecerla!

La diferencia entre el bien y el mal, el dentro y el contra, la decidían, y aún la deciden, los Jefes y sus jefecillos, con sus designios inapelables al frente del monstruoso aparataje que decomisó la sociedad y la cultura. Si algo hay que reconocer -y Díaz Canel acaba de confirmarlo- es que las Palabras a los Intelectuales mantienen su plena vigencia: hoy, la cultura cubana sigue tan maniatada y encerrada en la camisa de fuerza con costuras de refuerzo extra que es el “dentro de la revolución”, como hace 60 años.

Ahora resulta que también en el caso de las órdenes del Máximo Líder a los intelectuales, no fuimos capaces de interpretar a cabalidad lo que quiso decir. Las reglas del juego no eran tan rígidas como creímos. La censura no fue tal, sino autocensura, brutos y masoquistas que siempre fuimos a la hora de cumplir las órdenes del Comandante en Jefe.

Pretenden convencernos de que las Palabras a los Intelectuales fueron inclusivas, antidogmáticas y conjuraron el temor a que, desde la institucionalidad, se dictaran normas, se impusieran criterios estéticos y se anatematizaran nombres y obras.

¡Miren para eso! ¡Y nosotros que pensábamos que era lo contrario! ¡Haberlo dicho Fidel Castro en un lenguaje más preciso y asequible a nosotros, los mortales!

De haberlo entendido, nos habríamos ahorrado los escalofríos que sintieron los que asistieron a la autoinculpación de Heberto Padilla, las condenas al ostracismo de Piñera y Lezama, las parametraciones del Quinquenio Gris, los muñecos quemados del Guiñol, el realismo socialista a la cañona y aquella extraña manía que les dio a ciertos poetas -si no se alcoholizaban, iban presos, se suicidaban o morían de rabia y de tristeza- por abandonar los versos coloquiales y dedicarse a escribir aquellas espantosas novelas policiacas que premiaban en concursos literarios auspiciados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior.

Para evitarle el teque a Díaz-Canel, el babeo a los comisarios y los problemas a quien no desee buscárselos, es una lástima que Fidel Castro se haya ido de este mundo sin aclarar de una puñetera vez, en alguno de sus discursos o en una de la reflexiones que escribía en el periódico Granma, dónde rayos comienza y dónde termina el “dentro de la revolución”.

Luis Cino
Cubanet, 30 de junio de 2021.

Foto: Fidel Castro durante el discurso que pronunciara como resumen de las reuniones celebradas con intelectuales en la Biblioteca Nacional José Martí, situada en la Plaza de la Revolución de La Habana, los días 16, 23 y 30 de junio de 1961. Tomada de La cultura dentro de la revolución.

lunes, 20 de septiembre de 2021

No pienso, luego sobrevivo



El partido único que gobierna Cuba creó una sección ideológica encargada de determinar qué podía pensar la población y qué no –"no se preocupen en pensar. Nosotros les ahorramos ese trabajo"–, porque pensar diferente a los lineamientos podía ser peligroso. Así que había que tener cuidado con lo que se pensaba y, sobre todo, no articular esas ideas en palabras. En caso de no obedecer, el destino del transgresor podía ser el ostracismo o la cárcel. De esta manera, se impuso en la población una norma inversa al método cartesiano. En vez de la famosa fórmula filosófica de Descartes en el Discurso del método, "pienso, luego existo", otra muy distinta: "no pienso, luego sobrevivo".

Vinieron los cierres de revistas, la censura y la represión de los escritores, pues sólo debía acatarse la línea política del Partido. Se sacaron de las bibliotecas todos aquellos libros que no cumplieran los "requisitos" y fueron guardados bajo llave, en espacios bien custodiados. En una reunión con los intelectuales, el caudillo plasmó la fórmula definitiva que se impondría a los escritores: "Dentro de la Revolución, todo, fuera de la Revolución, nada". Varios prominentes literatos fueron condenados al silencio permanente al no permitírseles publicar sus obras, y uno de ellos, incluso, arrestado y obligado a un humillante mea culpa. Luego tocó el turno a profesores, e incluso a miembros del propio Partido, en lo que se conoció como "causa de la microfracción", cuando algunos fueron expulsados de sus posiciones y los más prominentes, encarcelados.

A un joven profesor de marxismo comenzaron a vigilar sus clases y a revisar los cuadernos de sus alumnos, y como llegaron a la conclusión de que preparaba sus lecciones directamente de las obras de los clásicos, o sea, Marx y Engels, y no de los manuales redactados en la Rusia estalinista, registraron su hogar y encontraron el cuerpo del delito. No armas de fuego o explosivos, sino algo peor: nada menos que un peligroso manuscrito.

Los celosos guardianes de las opiniones "políticamente correctas" leyeron el texto y se aterrorizaron. El joven profesor había utilizado el método de análisis marxista, no para criticar al capitalismo como había hecho Marx, sino para criticar el propio sistema social de los regímenes gobernados por los partidos comunistas.

Fue arrestado de inmediato. Lo amenazaron y le prohibieron volver a dar una clase más en su vida. Pero como en libertad continuaba transmitiendo sus ideas, fue detenido nuevamente. La Seguridad del Estado le atribuyó problemas mentales y lo encerró en el Hospital Psiquiátrico de Mazorra, en un recinto donde jamás un médico ni un guardia se atrevían a entrar, atestado de presos comunes desequilibrados donde no faltaban asesinos y violadores.

Cuando algunos de ellos le preguntaron por qué estaba preso y él respondió que por escribir contra el Gobierno, lo consideraron el más loco de todos ellos y se distanciaron de él. El psiquiatra que lo atendió no le encontró nada grave y, cuando supo por qué estaba preso, diagnosticó "trastorno de la personalidad" y lo devolvió a la Seguridad del Estado.

La Seguridad lo envió a la cárcel junto a otros presos políticos. Pero como en la cárcel siguió hablando de sus ideas a los demás presos, fue incomunicado en una estrecha celda tapiada de los pabellones de la muerte, detrás de cuatro puertas de hierro, sin contacto con otros presos ni visitas de familiares, donde recibía sus escasos alimentos en un pozuelo canino por un agujero de la plancha de hierro a ras del suelo que solo se abría desde afuera.

Aquella "área especial", donde hablar en voz alta podía costar una brutal golpiza, estaba destinada para condenados a la pena capital y para personas peligrosas que habían perpetrado hechos de sangre. Pero al parecer, él era el más peligroso de todos, porque había cometido un delito horrendo: pensar. Lo sacaron solamente para llevarlo a un tribunal, y en juicio sumarísimo lo condenaron a ocho años de cárcel bajo acusación de "revisionismo".

¿Qué significaba "revisionismo"? Cuando mucho después lo buscara en el diccionario, leería esto: "Tendencia a someter a revisión metódica doctrinas, interpretaciones o prácticas establecidas con el propósito de actualizarlas y a veces de negarlas".

Como había publicado muchos artículos en revistas y hasta un libro sobre la historia del movimiento obrero que se hallaba en la bibliografía suplementaria de todas las carreras de letras, añadieron en la sentencia este mandato: "Y en cuanto a sus obras, destrúyanse mediante el fuego".

Aquel joven profesor que fue confinado en aquella ergástula estrecha y tapiada durante un año y veinte días es quien estas páginas escribe hoy, cuarenta años después.

¿Por qué tanto miedo a las palabras de un hombre aislado y casi desnudo?

En un mundo capitalista Marx predicó crear y desarrollar una conciencia de clase entre los obreros para que se unieran y derrocaran al Estado burgués, pero una vez que ese Estado fue derrocado, los intérpretes de la doctrina de aquel genial teórico crearon un régimen social suficientemente controlado como para que nadie más pudiera crear conciencia de nada.

Una de las razones por las cuales esta nueva modalidad de dictadura es muy difícil de derrocar es el casi absoluto control de las ideas. El hombre que después impondría en Cuba este férreo sistema publicó desde la cárcel, en época de Fulgencio Batista, algunos artículos en revistas del país contra aquel régimen de facto.

Después de los años 60, cuando la actual dictadura se impuso, era impensable que un preso político pudiera hacer lo mismo, porque todas las publicaciones, revistas, periódicos, estaciones de radio y canales de televisión, si no fueron cerrados, pasaron bajo el control del Estado con una férrea censura. Así ocurrió igualmente con el sistema educativo. Toda la enseñanza pasó a manos del Estado. Ese monopolio de la "información" –palabra que entrecomillo porque más exacto sería decir "monopolio de la desinformación"– les permitía el control de la conciencia colectiva.

"Nos casaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella". Nunca fueron más reales esas palabras del que, después de emitirlas, impuso su propio modelo de sociedad.

Todo era falso, pero la mayoría del pueblo lo creía. Y cuando un prisionero salía de prisión y contaba los horrores que había vivido, lo tildaban de mentiroso, porque en Cuba ya no se golpeaba a los presos. No le creían ni aunque enseñara las cicatrices de las bayonetas. "Sabe Dios en qué bronca de bares le dieron esos navajazos". Y si el pueblo no creía, ¿cómo iba a creer el mundo?

Por eso, a un año de ser sacado de mi confinamiento, media docena de prisioneros políticos creamos el primer grupo de derechos humanos, la célula madre de lo que después fue el movimiento disidente.

Hoy, con las computadoras personales, los teléfonos móviles e internet, ese mundo de la mentira comienza a derrumbarse. Con los blogs, las redes sociales, las revistas y los periódicos independientes el ciberespacio se ha ido llenando de ideas y de información, y la nomenclatura, atrincherada en su búnker, va quedando cada vez más aislada y cada vez más necesitada de servicios psiquiátricos por un nuevo mal: los ataques de pánico que provoca la ideofobia.

Ariel Hidalgo
14ymedio, 7 de julio de 2021.

Foto: Tomada de CubaNet.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Gastón Baquero y la educación pública en la Cuba pre-revolucionaria

Hace algunos años, leí un discurso del ya enfermo y jubilado Fidel Castro en la Universidad de La Habana, donde le brindaban un homenaje por haber estudiado en dicha casa de altos estudios de la capital cubana, a finales de los años 40. De más está decir, que fue un acto repleto del todavía vigente culto a la personalidad -en la más pura tradición estalinista- , aunque ya no ostentaba el poder (total). Pero lo que más me llamó la atención fueron sus aseveraciones sobre la educación en la Cuba anterior a 1959; haciendo hincapié en ese mal entronizado por el castrismo en nuestra patria, que es el adanismo (que consiste en que toda la historia cubana comenzó el primero de enero del 59 y que los años republicanos (1902-1958) se pueden resumir diciendo que la Isla era una colonia yanqui, un país de los más subdesarrollados del mundo, donde existía un racismo equivalente al del sur de los Estados Unidos, sin apenas educación ni salubridad pública). Además, la propaganda gubernamental todavía recalca, el “excesivo” porcentaje de analfabetismo nacional que en 1953 rondaba el 23 %, cuando en España y en Italia era del 40%.

Pero nada más alejado de la realidad, Cuba -aunque no era un paraíso y existía una fuerte desigualdad social, una diferencia campo-ciudad, mucho desempleo temporal y, sobre todo, una gran corrupción político-administrativa en esos 57 años fundacionales- logró, precisamente, después de la Revolución del 33 y del período democrático de la Constitución del 40 (1940-1952) convertir a esa joven República en uno de los países más prósperos, como demuestran casi todos los indicadores socio-económicos internacionales de entonces (CEPAL, ONU, etcétera) con una pujante clase media (destruida en los años sesenta, precisamente, por el castrismo).

En ese extenso discurso del todavía Comandante en Jefe (en la sombra), Fidel habló de sus inicios escolares en su Oriente natal, posteriormente su bachillerato en La Habana hasta sus años como universitario habanero; matizando que si él pudo estudiar en esa Cuba prerrevolucionaria fue porque era hijo de rico, porque su padre era un terrateniente millonario y que de haber sido pobre no hubiese podido estudiar en esa Cuba del pasado. Como si en nuestra Isla no hubiese existido jamás la educación pública desde el mismo inicio de la República en 1902. Por lo tanto, Fidel Castro mintió descaradamente -como un bellaco- en ese discurso ante los aplausos y ovaciones de los universitarios habaneros, porque hay suficientes datos y documentos que demuestran todo lo contrario de sus mentiras: hay constancia de miles de profesionales e intelectuales cubanos (pobres) que se escolarizaron en escuelas públicas por todo el territorio nacional (primaria y secundaria) que posteriormente ingresaron y se graduaron de médicos y abogados, dentistas e ingenieros (y de otras profesiones) en la Universidad de La Habana, en la de Oriente o la de Las Villas, etcétera… En cualquiera de las universidades publicas cubanas que existían antes del 59, además de las privadas.

Un ejemplo paradigmático de esa escolarización pública en la Cuba anterior a la Revolución es el caso de Gastón Baquero. De familia muy humilde, el autor de Memorial de un testigo se escolarizó tarde, pues -desde muy niño- tuvo que trabajar para ayudar a su madre, aunque sí estudió parte de la primaria en una escuela pública de su pueblo natal (Banes), estudios que más tarde terminaría en La Habana (en otro centro público) hasta terminar el Bachillerato, en otra entidad pública, y lograr graduarse en la Universidad de la Habana de ingeniero agrónomo y Doctor en Ciencias Naturales. Por lo tanto, ese niño y adolescente Gastón -aunque era pobre- accedió a su educación primaria y secundaria gracias al sistema de educación pública imperante en esos años 20 al 30 en Cuba.

Mientras que el padre de Fidel le pagó los estudios de primaria en un colegio privado de Santiago de Cuba (Dolores) y, posteriormente, le costeó la Secundaria en uno de los colegios más caros (y prestigiosos) de la Isla (Belén). Y si bien es verdad que Don Ángel (padre de Fidel) pagó a su hijo las bajas matrículas de la Universidad de La Habana le resultarían a todas luces baratísimas para su alta posición económica. No obstante, queda patente que un juvenil Fidel Castro con un padre pobre hubiese podido escolarizarse en esos años cubanos y graduarse de abogado en la colina universitaria habanera. ¡Nada se lo impedía!

Además, esa Universidad -como todas las demás instituciones superiores cubanas de esa época- donde estudió Gastón y Fidel no estaba limitada por la lapidaria frase fidelista de “La Universidad es para los revolucionarios”. Las Universidades republicanas (públicas y privadas) de entonces eran plurales y democráticas. Baste recordar los movimientos y luchas estudiantiles de los años 30 y 50 para corroborar esta aseveración de unas instituciones universitarias libres.

Pero ese Gastón de familia humilde y mestiza no solo pudo estudiar en la Cuba republicana, además ejerció su profesión de ingeniero agrónomo, triunfó en el periodismo nacional como un reconocido columnista y gran polemista (hay que recordar su controversia literaria con el intelectual comunista Juan Marinello en 1944) hasta llegar a la cima del periodismo cubano (hispano) al convertirse en Subdirector del prestigioso periódico habanero Diario de la Marina. Si a sus estudios y trabajos, sumamos su labor como poeta y colaborador de revistas literarias cubanas (Nadie parecía, Verbum, Poeta, Orígenes) nos da una medida de la figura trascendente -y reconocida- que ya era Gastón Baquero antes de exiliarse en abril de 1959.Respecto a su precipitada salida de Cuba, poco se ha escrito: Gastón no tuvo problemas al inicio de la revolución del 59, aunque había sido senador de la República anterior y asesor de Batista (como lo fue el dirigente comunista Carlos Rafael Rodríguez) y siguió en su alto cargo del periódico más prestigioso de Cuba y jamás se le acusó de “batistiano”.

De haberlo sido hubiese caído preso en ese inicial 59. Lo que pasó es que Gastón siguió escribiendo sus ya famosos artículos en su periódico, textos de matiz conservador como correspondía a un hombre de derecha y parece que sus trabajos irritaron al comandante Ernesto Guevara y a Baquero le llegó una advertencia de que el Che había dado la orden de detenerlo. Como en esos días, el argentino estaba al mando de la Fortaleza de a Cabaña, fusilando a diestra y siniestra, Baquero optó (no lo que quedó más remedio) que salir huyendo de su país, escoltado por tres embajadores latinoamericanos que le acompañaron al aeropuerto Rancho Boyeros (José Martí) hasta la escalerilla del avión que le llevó a Ecuador donde el presidente ecuatoriano, el profesor Velasco Ibarra (amigo de Gastón), lo recibió con una gran hospitalidad y le ofreció asilo político antes de proseguir su viaje a España, donde vivió todo su exilio vitalicio (1959-1997).

De todas maneras, hay que resaltar que Gastón Baquero no se exilia de Cuba perseguido por ser “batistiano” ni siquiera por conspirar contra el nuevo régimen, sino por sus ideas, por sus punzantes artículos en Diario de la Marina, por sus textos conservadores (en los primeros meses de 1959) en contra de la algarabía totalitaria. Ejemplo, de estos textos es su recomendable artículo en el que se despide de sus lectores, último texto que publicará en su país. Después de su exilio, ya se sabe el destino del Diario de la Marina: sus ejemplares fueron quemados por las turbas castristas, el periódico confiscado y clausurado para siempre (aunque renacería en Miami en 1960, por poco tiempo).

El poeta y profesor cubano Jorge Luis Arcos (Universidad de Bariloche) ha resaltado seis condiciones vitales de Baquero: pobre y mulato, homosexual y provinciano, poeta y exiliado. Pero, “ese pobre señor, gordo y herido, / que lleva mariposas en los hombros / oculta tras la risa y el olvido / la pesadumbre de todos los escombros”, como él se describió en su poema “Retrato”, fue algo más que todo eso. Poseedor de un físico de patricio del siglo XIX cubano, la cubanidad le salía por los poros y la contagiaba con su palabra. Quienes le conocimos, nos consta que fue un gran conversador, un hombre de letras -con un saber enciclopédico- y un apasionado lector con una memoria prodigiosa. Además, como buen criollo de principios del siglo pasado, fue una persona sumamente educada y fina, respetuosa y sencilla. Un hombre sumamente elegante (siempre le recuerdo de traje, corbata y sombrero), amante de la buena mesa, solidario y siempre hospitalario.

Lo que sí queda claro, en su trayectoria cubana, es que nada le impidió estudiar y trabajar, prosperar y triunfar en la Cuba de los años 20 a los 50 del pasado siglo XX cubano. Como poeta y periodista, como ensayista y por su ejemplo de amor a la poesía y a Cuba, Gastón Baquero se ha convertido en uno de las grandes voces de las Letras cubanas e hispanoamericanas. Hoy en día él es el decano (o santo patrón) de los exiliados políticos cubanos y es un claro ejemplo de que el adanismo castrista ya es una gran mentira enterrada por la Historia.

Como una vez le escuché a Don Gastón, más o menos, decir: “Cuando se hable dentro de cien años de Fidel Castro, se dirá: ‘Dictador del Caribe que gobernó durante los años que el excelente poeta y escritor cubano José Lezama Lima escribió su inmensa obra’ “. (Por lo que es oportuno recordar que Lezama terminó su secundaria en el Instituto (público) de La Habana (1928) y años más tarde se graduaría (1938) de abogado en la Universidad de La Habana). Lo mismo se podrá decir de Baquero, pues estos dos hombres ilustres del siglo XX cubano son un genuino producto del sistema educativo público de la Cuba prerrevolucionaria.

Felipe Lázaro, poeta y editor cubano, director de la editorial Betania.
Redactado en Toledo, España, en mayo de 2021, por el 24 aniversario de la muerte de Gastón Baquero.

Texto tomado del blog del escritor y periodista cubano León De La Hoz.
Video: Entrevista que al cumplirse el centenario del Decreto de Abolición de la Esclavitud en Cuba, el 7 de octubre de 1886, le hiciera el etnomusicólogo peruano Nicomedes Santa Cruz al poeta, ensayista y periodista cubano Gastón Baquero. Ambos coincidieron laboralmente en Radio Exterior de España.

lunes, 6 de septiembre de 2021

La isla de los ancianos


Los jóvenes cubanos sólo piensan en irse. No tienen otra cosa en la cabeza. Irse, largarse, darle la espalda a una situación invivible, de ataque de ansiedad. Quieren salir y dejar de padecer. Las consecuencias son evidentes al caminar por la calle. Imagínense andar un país donde sólo hay ancianos, viejitos machacados por la vida que caminan despacio, sin apuro, porque ya la vida les dio y les quitó, digo, porque ya Cuba les dio y les quitó todo lo que iban a tener. Esos viejitos se levantan de madrugada para poder comprar uno o dos panes para el desayuno. Tienen que hacerlo a esa hora porque no podría ser a ninguna otra.

En Cuba, dada la grave situación de escasez y desabastecimiento, hay que madrugar para encontrar comida en las tiendas, en los mercados, en los agros. Cuando sale el sol ya es tarde, a esa hora lo poco que se puso en las tarimas, estantes y vidrieras, ya se vendió a los que madrugaron. Así es con todo. Si quieres tener papel sanitario, madruga. Si quieres tener un muslito de pollo, madruga. Si quieres tener culeros desechables para el bebé, madruga. Si quieres comprar una colcha para limpiar el piso, detergente o jabón, madruga. No son lujos, sino necesidades básicas que implican dormir poco, sin que eso garantice cubrirlas todas.

A raíz de la pandemia, el gobierno tiene impuesto un toque de queda que comienza a las nueve de la noche y acaba a las cinco de la madrugada, así que por las noches los cubanos se suben a los árboles, se esconden en pasillos, balcones y hasta alcantarillas. En las madrugadas pasan patrullas de policía velando una ciudad que parece vacía, pero que en realidad está repleta. La Habana no duerme. No duerme porque si lo hace no sobrevive. Hay que dejar de dormir para comer, para bañarse, para asearse, para tomarse una cerveza o un trago de ron. Una vez que las luces azules y rojas de las patrullas de policía se alejan, la gente en las ramas de los árboles puede acomodarse un poco, puede destapar las alcantarillas para respirar aire fresco y que se escape el tufo subterráneo que los envuelve, puede asomar las cabezas en los pasillos, en los balcones. Y a las cinco de la mañana, por fin, cuando termina el toque de queda, el premio al bajar de los árboles es, quizás, ser el primero en alguna de las enormes filas que se forman para comprar cualquier cosa.

El único lugar donde uno encuentra jóvenes en Cuba es en el aeropuerto. Hay que ir allí para verlos largarse en masa. Siempre está repleto de jóvenes y de ancianos que van a despedirlos entre lágrimas. Las lágrimas no son de tristeza, son de alivio. Los ancianos lloran al saber que a sus familiares está a punto de cambiarles la vida y que cuando mayores no tendrán que verse como ellos ahora, como personas solitarias y sin aliento.

Cuba es hoy uno de los países más envejecidos de toda América Latina. El 21.3 por ciento de su población tiene más de 60 años. Se estima que para el 2025, los ancianos ya serán el 25 por ciento del país. Si la isla sigue esta tendencia, se espera que para 2050 Cuba sea la novena nación más vieja de todo el mundo y habrá perdido uno de los 11 millones de habitantes que tiene hoy.

Cuba es la isla de los ancianos. Porque a ellos ya no les interesa o no tienen la fuerza para emprender un nuevo viaje en sus vidas. Es triste ver los hogares de ancianos repletos, salones y salones llenos de viejitos muy solos, con bastones, sentados en sillones. En el barrio donde crecí hay uno que me quedaba de camino al parque donde me conectaba a internet. Recuerden que no fue hasta 2015 que el internet llegó a Cuba y que hasta 2019, si los cubanos queríamos conectarnos a la red, teníamos que ir a las pocas plazas públicas donde había antenas wifi, para navegar sentados en el contén de la acera, recostados en un poste de electricidad, bajo la lluvia, el sol o un árbol. Cada día, de regreso de ese parque al que iba a revisar mi mail, me quedaba sentado sobre un muro que había a un costado de ese hogar de ancianos.

Me llamaba la atención que al contrario de los viejitos que veía siempre solos caminando en la calle o en la fila para comprar el periódico o vendiendo maní, ellos estaban siempre sonrientes, alegres, conversaban entre ellos. Afuera del hogar tenían un portal con una fila de sillones donde se sentaban a convivir y siempre había alguno que se quedaba dormido. A pocos metros de ese portal tenían una mesa con cuatro sillas donde jugaban dominó. Una vez me acerqué para hacerles una foto y una señora me dijo: “Si nos vas a retratar, que sea para que cuando mires esta foto veas en lo que te vas a convertir dentro de unos años. Muchacho, no pierdas tiempo mirando lo que pasó ya y no tiene solución”.

Desde ese día, cada vez que iba al parque, pasaba por el hogar de ancianos y me quedaba un rato hablando con ellos. A veces les llevaba lo que encontraba por el camino: dulces, latas de refresco, algún helado, pero sobre todo, los escuchaba. No hay nada como escuchar un anciano. No tener nada que jugarse en lo que les queda de vida, los hace verlo todo con frialdad y puntería certera.

No es que sea altruista, pero si me quedaba con ellos era porque me percaté que cuando yo llegaba se les alumbraban los rostros. Yo era un extraño para ellos, un joven, mientras que ellos pasaban los días ahí, ya sea porque sus familias los habían abandonado o enviado a ese lugar para que no se sintieran tan solos como en casa, donde nadie podía abrir un hueco en sus rutinas para acompañarlos. Sentí que cada vez que me asomaba en la verja del hogar, les cambiaba el día. “Es que sólo vemos viejos y más viejos, y para viejos ya estamos nosotros”, me dijo un hombre gentil que siempre llevaba una gorra de béisbol y con el que hablaba de cómo era ese deporte antes de 1959, cuando Cuba era profesional.

La señora que los atendía también era una anciana, pero en mejor estado físico, aunque en cualquier momento pasaría de ayudarlos a sentarse entre ellos. Los que les llevaban la comida en un camión cada día, por el mismo estilo, y los pocos viejitos que recibían visitas, eran también de ancianos. Entonces, ellos no se alegraban por los dulces o los refrescos o el helado que les llevaba, sino por mí.

Según las últimas cifras, cada año se van de Cuba entre 40 000 y 44 000 personas, la mayoría de ellas son jóvenes. A eso hay que sumarle que si en 2020 nacieron en la isla 105 000 bebés, fallecieron —descontando los menos de 200 muertos que dejó la pandemia— 111 000 cubanos. Es decir, en Cuba mueren más personas de las que nacen, una tendencia que el gobierno confirmó con preocupación y que se mantendrá durante los próximos años.

No se puede pensar en el futuro de un país si no hay quién lo construya, si no hay cimientos posibles. Han sido tantos años en los que el gobierno no ha escuchado al pueblo, que al no poder cambiar las cosas, no le ha quedado de otra que bajar la cabeza y envejecer en casa o marcharse. Los 62 años de dictadura castrista en Cuba están comenzando a cobrar las cuentas. Los Castro nos volvieron un pueblo de ancianos, un pueblo triste, desojado. Un pueblo de viejitos caminantes que se mueven en masa de madrugada a comprar lo que pueden para sobrevivir lo que les queda de vida. Un pueblo en el que se nace, se crece y se migra.

Porque acá no hay comida, no hay medicinas y la gente no puede siquiera decir “esta boca es mía”, sin terminar en un calabozo, procesada por eso que el castrismo llama “diversionismo ideológico”, y que no es otra cosa que pensar diferente al gobierno, que pensar por la propia cabeza. Por eso, cuando salgo a la calle con mi hijo, la gente me mira como si fuéramos una rareza, y es que lo somos, pero en algún momento tanto él como yo también nos iremos. Y entones habrán dos jóvenes menos en esta isla de ancianos.

Abraham Jiménez Enoa
Gatopardo, 11 de junio de 2021.