lunes, 25 de noviembre de 2019

En Texas, Ana Francy espera que EEUU le conceda asilo político



Cuando usted le pregunta a Ana Francy Pita Domínguez, 27 años, una habanera que espera con incertidumbre en San Antonio, Texas, que el próximo 29 de noviembre la Corte se pronuncie sobre su petición de asilo, cuál es su opinión del régimen cubano, la joven responde de manera concisa: “Es una dictadura. Uno conoce mejor el absurdo que vivimos en Cuba cuando tenemos la experiencia de residir en una sociedad abierta y democrática”, expresa a través de WhatsApp.

La emigración en Cuba es un grifo que nunca se ha cerrado. Desde que Fidel Castro llegó al poder a punta de carabina en enero de 1959, casi tres millones de compatriotas se han marchado de su patria. Han dejado atrás familiares, amigos de la infancia, propiedades, recuerdos y nostalgias.

Es cierto que la primera oleada migratoria, además de abiertamente anticastrista, era más politizada. El resto, ya sea por el éxodo del Mariel, la Base de Guantánamo o el goteo imparable que continuó huyendo de Cuba a partir de 2013, cuando la autocracia verde olivo flexibilizó los trámites migratorios, no se puede encuadrar como emigrantes económicos. Es una vieja treta del régimen para lavar la vergüenza de miles de jóvenes y profesionales que escapan del manicomio ideológico recorriendo un auténtico maratón terrestre por varios países de Sudamérica y Centroamérica o tirándose al mar en cualquier cosa que flote.

Para solicitar refugio humanitario o político en Estados Unidos no siempre hay que ser un disidente, periodista independiente o activista de derechos humanos. La nueva generación de cubanos ha sido víctima de un bombardeo indiscriminado de propaganda política en una nación donde el Estado vela por lo que ven y leen los ciudadanos. Y hasta por lo que piensan.

Después de casi 25 años ejerciendo como periodista libre, he tenido la posibilidad de conversar con empleados del turismo que le roban al gobierno, profesionales descontentos, emprendedores privados frustrados y también con jóvenes de barrios marginales que viven de vender drogas, el juego prohibido o la prostitución.

Ninguno me habló con simpatía del gobierno. Todos están insatisfechos por las penurias económicas que sufren. Desde luego, la mayoría teme enrolarse en un grupo de la disidencia. Tampoco la oposición cubana ha sabido aprovechar la formidable materia prima que le rodea. Ocho de cada diez cubanos, cuando usted en confianza conversa con ellas, le confiesan que están en contra del régimen.

He conocido numerosas personas que me han aportado información de primera mano en un bar, un taxi colectivo o simplemente se han puesto en contacto conmigo por teléfono. Ana Francy fue de esas personas.

Cuando la conocí tenía 17 años, unos grandes ojos que miraban con asombro y era muy delgada. Yo estaba con un amigo en una pizzería particular en La Víbora. La chica, tímida y en voz baja, me dijo que quería hablar conmigo. Alguien le había dicho que yo ‘era de los derechos humanos’, como le dicen en Cuba a quienes abiertamente disienten del régimen.

Había concluido sus estudios de técnico medio y no tenía trabajo. Su padre, médico de profesión, había estado en una misión en Timor Oriental y la autocracia nunca le pagó los 50 pesos convertibles que le prometieron dar de por vida. Vivía con su abuela y necesitaba trabajar. Estaba haciendo los trámites para sacar la licencia de trabajadora por cuenta propia como manicure.

Recuerdo que me confesó: “No soporto este sistema. Mira mi familia, honesta y trabajadora, nunca sale adelante. Quiero reparar mi casa y no tengo dinero. Quiero desayunar, almorzar y comer. No hacer una sola comida al día. Quiero que mi abuelita tenga una vejez feliz. Este gobierno no me da opciones”.

Al final de su conversación me preguntó si podía integrarse en la disidencia. "Hago cualquier cosa. Sé limpiar, mecanografiar, coser, cocinar”. De momento me quedé sin respuesta. Pero después le dije que era muy joven, lo duro que resultaba el acoso de la Seguridad del Estado, las consecuencias que podría tener una decisión de ese tipo y que inclusive podía ir a la cárcel. Ana Francy insistía. Pensaba en su padre, a quien conocía del barrio.

Le prometí, para salir del trance, consultar con algunos colegas de la disidencia. Al cabo de tres años volví a verla. “Nunca me diste respuesta”, me dijo. Entonces le propuse que colaborara conmigo dándome información sobre el trabajo privado y la salud. Tenía parientes y amistades que laboraban en esos sectores.

Me presentó a decenas de personas que me aportaron informaciones valiosas. Ella misma me contó sobre la corrupción de los inspectores que regulan el empleo por cuenta propia y el acoso sexual del jefe del sector de la policía de su zona. A través de Ana Francy conocí a médicos, enfermeros, economistas y emprendedores privados. Al principio nos veíamos en una cafetería frente a su casa. Luego el grupo creció -alrededor de quince personas- y nos reuníamos en su casa. Eran jóvenes que siempre estaban atentos a las noticias que les llevaba en una memoria flash con reportajes sobre Cuba publicado por la prensa independiente y extranjera.

El martes 7 de marzo de 2017, un oficial de la policía le llevó una citación a su casa. Fue la primera vez que la Seguridad del Estado intentó intimidarla.“Fui con mi madre a la unidad. El oficial que me citó era flaco. Sacó su carnet de la Seguridad del Estado. Andaba con un abrigo puesto en medio de un calor tremendo. Era joven, pero parecía viejo. Me citó tres veces. No sé de qué forma consiguió el número de móvil y me llamaba insistentemente”, cuenta y añade:

“Me dijo que se llamaba Alejandro. Quería que yo trabajara para la Seguridad del Estado. Habló mil mierdas de ti. Que tu mamá, Tania Quintero, era una opositora peligrosa. Que tú eras un agente de la CIA preparado para crear redes de influencia y prostitución. La muela más loca que escuché en mi vida”, rememora Ana Francy por WhatsApp.

Desde el primer instante, Ana Francy me contó el asedio de la Seguridad del Estado. Escribí una crónica que Diario Las Américas publicó el 19 de marzo de 2019 con el título Seguridad cubana acosa a corresponsal de Diario Las Américas en la Isla y que en el blog Desde La Habana salió con el título "Hace cinco años estamos investigando a Iván García". Públicamente le dije a la Seguridad que si tenían interés en mí, que me preguntaran directamente, que no molestaran a mis fuentes (además de Ana Francy, citaron a otras personas).

El acoso de los servicios especiales hacia Ana Francy arreció. Constantemente visitaban a sus padres. Tras el fallecimiento de su abuela, Ana Francy y su novio, un cubano radicado en Estados Unidos hace siete años, comprendieron que la única opción viable era emigrar.

El 10 de marzo de 2019, en una mañana nublada que presagiaba un temporal, Ana Francy abordó en La Habana un avión rumbo a México. “La odisea que sufrí no se la deseo ni a mi peor enemigo. Pensaba entrar por Laredo, pero en ese tiempo habían secuestrado un ómnibus de cubanos. Cogí mucho miedo y decidí irme por El Paso. Cuando llegué solo tenía 500 pesos mexicanos. No sabía qué hacer. Cuando fui a la iglesia a que me facilitaran un número para la solicitud de asilo me dieron el 9898. Imagínate, en ese momento iban por el 7000. Con un grupo de cubanos salí a buscar trabajo. Me puse a trabajar en una peluquería. Me pagaban mil quinientos pesos mexicanos. Llegó un momento que por el puente internacional no pasaba nadie. Cinco al día, dos o ninguno. No sabía qué hacer. Estaba trabajando, pero todas las fronteras de México con Estados Unidos son muy peligrosas”, rememora Ana Francy.

Quince días después, con 700 dólares ahorrados, decidió tomar un vuelo barato a Reynosa, en Tamaulipas, al noreste de México. “Reynosa sí da miedo, dicen que es una ciudad tomada por el narco. Todas las noches se escuchaban los tiroteos. Una tarde, cuando fui a cobrar un dinero por la Western Union, en la casa donde estábamos alquilados un grupo de cubanos, la mujer y su esposo que se dedicaban al negocio del secuestro, nos quitaron mil dólares a cada uno, con el pretexto de pagarle a un coyote para entrar a Estados Unidos. Todo era mentira. Decidí esperar mi número de solicitud de asilo. Como tenía personas en Texas que me avalaban, me dejaron pasar hasta el día que fuera a la Corte. Tuve suerte, pues ahora no dejan entrar a nadie. Tienen que esperar en México”.

La aspiración de Ana Francy, como la gran mayoría de los cubanos que emigran, es trabajar, superarse, formar una familia, vivir dignamente y respetar las leyes. “Quiero seguir estudiando, mejorar mi inglés, ser una persona libre que no tenga que preocuparse por lo que va a comer cada día. Y por las noches, antes de acostarme, rezar para que mi madre y mi padre puedan vivir en una Cuba diferente, democrática. Han trabajado toda su vida y no tienen nada”.

El próximo 29 de noviembre una Corte de Texas dictará sentencia. Ana Francy espera.

Iván García
Foto de Ana Francy Pita Domínguez enviada por Whatsapp.

lunes, 18 de noviembre de 2019

El barrio de Luyanó (II y final)


En Luyanó crecí y viví hasta los 20 y tantos años. Es mi barrio. Sus características, sus bondades y sus debilidades tienen que haber dejado su impronta en mi personalidad lo cual no me molesta. Mi barrio no es la Víbora, ni el Vedado, ni tan siquiera Santos Suárez y que su fama no es la mejor, tampoco la tiene Hialeah donde actualmente vivo, y es casi por las mismas razones: son barrios de trabajadores, básicamente manuales.

Luyanó era un barrio duro, no admitía ni lloriqueos ni a gente pusilánime, pero también era divertido, franco y abierto. Es así como como lo veo en la distancia física y temporal. Lo conocí con sus talleres llenos de trabajadores, de allí salían, para poner muebles en las casas de los más ricos y los más pobres, y muebles para niños, cunas y sillitas, para todo el país. Talleres de pailería, mecánica, soldadura y herrería donde se elaboraban cercas y rejas decorativas, donde se confeccionaban las camisas McGregor, famosas en aquellos años, que se compraban en Cuba y se exportaban a Estados Unidos, decenas de trabajadoras ganaban un salario en ese taller.

En el mismo borde de Luyanó, estaba la planta de Swift, que producía embutidos, perros calientes y jamones de alta calidad. De menos trascendencia, pero de mayor interés para la población de menos recursos, La Caridad elaboraba las “fritas” que se vendían por toda La Habana, y Guarina confeccionaba helados y pasteurizaba leche. Los que carecían de recursos para comprarse un refrigerador -o como decíamos un “frigidaire"- adquirían las neveras El Vencedor hechas en Luyanó. Decenas y decenas de mujeres se ganaban el sustento como costureras, laboriosos artesanos confeccionaban los marcos y cuadros kitsch que adornaban las salas de miles de hogares, otros elaboraban toda la parafernalia necesaria para colar el café, equipamiento que se vio disminuido por la llegada de las cafeteras italianas Bialetti.

Estaba la fábrica de cigarros La Corona, que como un subproducto vendía las yaguas, que conformaban las pacas en que habían recibido el tabaco en hoja, a los que construían sus rústicas viviendas en la Loma del Burro (y por ello se conocía como Las Yaguas). En la acera del frente se fabricaban las cafeteras Royal que competían con la Nacional para estar presente en los locales donde se vendían tazas de café a 3 centavos en todo el país. La fábrica de sogas de henequén Carranza; una casa convertida en taller para el procesamiento y curtido de pieles de cocodrilo, que despedía un fuerte olor a tanino; la planta de descascarar los arroces que se importaban; el alambique de licores de aromáticos olores; el taller de envasado de especies con sus olores que te embargaban. Todo un emporio vibrante y pleno, que quizá solo queda en mis recuerdos.

En la rama del transporte, dos empresas vienen a mi memoria, una dedicada a mover mercancías por todo el país y que con decenas de “rastras”, algunas refrigeradas, llevaban en letras rojas y enormes el nombre de Amaro, ocupaba media manzana en la calle Enna. La otra, muy peculiar, era un establo en la calle Ensenada, donde las mulas pasaban la noche, reponiéndose del agotamiento del día y se resguardaban y reparaban los altos carretones que durante el día los “gallegos”, llevando las largas riendas, subidos a los altos pescantes y protegidos del sol por una negra y grande sombrilla, que en la extracción de mercancías del puerto hacia los almacenes en toda La Habana, competían con los camiones Mack, que en lugar de la barra de trasmisión para el movimiento de las ruedas traseras, utilizaban una cadena de grandes y gruesos eslabones.

Todo lo anterior hacía a Luyanó distinto a los demás barrios habaneros, en nada se parecía a los próximos Santos Suarez o la Víbora por poner solo esos dos ejemplos, más residenciales y con una población más cercana a la clase media, Luyanó era básicamente obrera, quizá eso explique su carácter duro del cual ya hablamos.

Luyanó estaba repleto de comercios de variados, múltiples, tamaños y fines. Panaderías que no solo vendían diversos panes y galletas, sino también los llamados “dulces finos”; bodegas de chinos, gallegos y cubanos, con sus jamones y arenques colgando de la estantería de madera; los sacos de diversos frijoles y arroces de diferentes calidades y precios, el variado laterío de dulces, sardinas, bonito, leche condensada, salchichas, aceite de oliva; los grandes pomos de aceitunas, las mortadellas y jamonadas para ser lasqueadas y venderlas por centavos. Café que se podía comprar en sellados sobres de celofán o molido en la misma bodega y envasado por el bodeguero en cartuchos de gruesa textura para preservar los aromas y que podía venir acompañado de una ñapa (ración de azúcar).

En Navidad, turrones españoles, dátiles e higos secos, sidras y vinos. En un extremo de la bodega había una una barra oscura de madera, sin banquetas. Detrás, un refrigerador de múltiples puertas donde se guardaban los quesos, crema, patagrás o el “suizo”, que era producido en Camagüey, la mantequilla y los litros de leche, los refrescos y cervezas de distintas marcas. En esa barra, a los borrachines se les servían tragos, que podían ir desde una “línea” de ron peleón como el Peralta o el Palmita o un coñac Napoleón. Una cornucopia de productos que por su variedad de precios estaba al alcance de todos.

Habían varias cafeterías, pero la más destacada era la de Maboa, en los límites de Luyanó con Tamarindo y la Calzada de Jesús del Monte, con sus batidos de frutas, los más baratos, 12 centavos un vaso grande y podías rellenarlo. Los mejores que he tomado. También, Dos Hermanos y sus deliciosos frozen de chocolate, la Asunción con sus sándwiches que competían con los afamados del Bar OK en Belacoaín y Zanja. Y la cafetería al costado del cine Atlas, que vendía “discos voladores” de jamón y queso derretido.

Los puestos de frutas, mayoritariamente en manos de chinos, ofrecían todas las viandas y frutas que en aquella época, se producían en el país. Junto a mameyes, mangos, anones, tamarindos, canisteles y guayabas, encontrabas vegetales y verduras que otros chinos producían en las cercanías de la ciudad, aprovechando cualquier arroyuelo que les permitía cultivar lechuga y berro. Los laboriosos chinos también ofrecían helados confeccionados con las frutas que se maduraban pronto y, por si no bastara, vendían mariquitas, chicharrones, boniatos fritos, frituras de bacalao y de maíz y de malanga, dulces o saladas. Un festival de olores y sabores.

Los chinos no solo dominaban el comercio de frutas, hortalizas y viandas, igualmente el del lavado y planchado de ropa, los llamados “trenes de lavado” con su compleja contabilidad que resultaba infalible, con sus caracteres trazados con un palito en sustitución de una pluma y con esa tinta negra china. Lavaban, almidonaban y planchaban, con planchas de carbón, la ropa que se les encomendaban, generalmente sábanas y pantalones y camisas de trabajo, ya que la ropa más delicada se enviaba a las tintorerías, cuyos dueños eran cubanos.

Las carnicerías estaban sin excepción en manos cubanas y en Luyanó sobresalía una llamada Rancho Verde, que no solo era la mayor, sino que además vendía huevos, gallinas y guanajos vivos, que a solicitud del cliente eran sacrificados y desplumados en una máquina especial destinada a ese fin. También vendía carnes de alta calidad, un poco más caras que la del resto de las carnicerías.

Abundaban las farmacias. Si tomábamos la calle Municipio de oeste a este, en sus primeras doce cuadras, nos podíamos encontrar tres de ellas que se turnaban con las del resto de Luyanó, para cubrir las madrugadas, por lo que siempre a pocas cuadras, encontrarías una abierta para alguna urgencia. En las farmacias no solo se despachaban medicinas con o sin receta: el farmacéutico, graduado universitario y generalmente dueño del establecimiento, oía de tu dolencia y te recomendaba algún medicamento. En esas farmacias, que olían a éter, te podían poner una inyección o te curaban una pequeña herida, servicios gratuitos para sus clientes habituales.

Casi en cada cuadra había una quincalla, donde vendían desde telas, botones, zippers, tijeras, hilo de coser y de tejer, libretas, lápices, plumas, tinta de escribir, pilas, linternas, bombillos, cigarros, tabacos, fósforos, fosforeras, juguetes pequeños, utensilios de cocina, perfumes y un larguísimo etcétera.

Igualmente habían muchas barberías, y los sillones de limpiabotas brindaban un necesario servicio al lado o cerca de un estanquillo de venta de periódicos, revistas, "muñequitos" (comics) y medio escondido, alguna revistilla porno. Y estaban las llamadas “caficolas” donde por tres centavos te podías tomar un vaso grande de refresco preparado al momento con agua de Seltz y el sabor que uno escogiese.

En Luyanó existían tres o cuatro ferreterías, la más importante estaba en Fábrica entre Santa Ana y Ssanta Felicia, no era Home Depot, como los grandes almacenes de Miami, pero lo mismo podías comprar un saco de cemento, que una llave de baño, un lavamanos o media libra de clavos de dos pulgadas.

Como ya he mencionado, la composición social de Luyanó era mayoritariamente obrera y predominaban las personas de la raza blanca y aunque las familias negras y mulatas eran minoría, no estaban necesariamente entre las más pobres. El racismo, al menos en mi memoria, no era una traba para que negros y blancos compartiesen. En mi niñez, “la pandilla” a la cual yo pertenecía, jugábamos pelota, a las bolas y empinábamos papalotes. Éramos ocho o nueve, entre ellos dos negros, uno hijo de madre soltera que lavaba y planchaba “pa’la calle” y vivían en el solar más grande de Luyanó, en Compromiso y Fábrica, el otro era el hermano de la muchacha que ayudaba en los quehaceres de mi casa y siempre almorzábamos juntos.

En cuanto al tema político solo recuerdo que existían dos concejales (Neto y Tancredo) y una eterna aspirante por el Partido Auténtico, Juana Martínez, que era todo un personaje: además de ser una “sargento político” de Ramón Grau y San Martín, regentaba un antro donde se jugaba el póquer, bacarat y otros juegos de azar. Le decían la “Casa del Pueblo” y permitida por el Capitán de la Oncena Estación, la que correspondía a Luyanó. En su parte posterior ensayaba la banda de música de la policía local.

El otro centro partidista era un esmirriado local del Partido Socialista Popular (PSP), en la zona de Tamarindo, en la corta calle Maboa, quedaba frente al “tren de bicicletas” de Darío, donde se arreglaban y alquilaban bicicletas, y a una fonda de chinos que vendían un excelente arroz frito por 25 centavos la ración. En esa misma cuadra, mi abuelo, viejo miembro del PSP, tomaba una acera por tribuna y daba conferencias anarquistas y contaba historias fantasiosas, y no le faltaban oyentes embargados por su imaginación y fácil locución, lo trataban respetuosamente, lo cual era muy saludable porque mi abuelo era de armas tomar.

La "bolita" se jugaba en todo el municipio, incluidas las “vidrieras”, donde además de vender cigarros y tabacos, se podía anotar un número a la "bolita" o a los terminales de la lotería. Decenas de “apuntadores” recorrían casas, calles y centros de trabajo para que los esperanzados apostaran unas pocas monedas al número con que habían soñado o relacionados con animales y otros elementos que aparecían en el Chino de la charada. Castillo, uno de los zares del juego de azar, radicaba a escasas cuadras de Luyanó, en la calle Porvenir, en la barriada de Lawton.

Los "apuntadores" eran perseguidos por los policías, no por interés social o legal, sino para cobrarles por la “protección” que les daban. Otra fuente de ingreso de los policías era pedir una caja de cigarros en cada bodega o bar durante su recorrido. Ponían un “real” (diez centavos) sobre el mostrador, esperando que el empleado lo rechazase. Si eso no ocurría, las consecuencias podían ser muy graves para ese dependiente.

Existían dos billares y en ellos no solo se jugaba billar, se vendía mariguana. No era el único lugar de Luyanó donde se podía comprar mariguana. En la esquina de Villanueva y Municipio tenía su centro de operaciones unos hermanos conocidos como Los Villalobos, título de una famosa aventura radial de la época, criminales que inclusive amedrentaban a los policías que se pasaban de la raya que los hermanos habían trazado y a más de uno desarmaron tirando los revólveres a la azotea de un almacén colindante. Fue legendario el caso del policía que trató de amedrentarlos y con una navaja lo cortaron desde la nuca hasta los pies, dejándolo desnudo y ensangrentado, requirió unos cien puntos de sutura. Sin embargo, se decía que eran caballerosos y no permitían que nadie se propasase con las muchachas que pasaban por su zona de operaciones.

También existían personas honorables y destacadas, recuerdo a un negro muy vinculado a la iglesia presbiteriana, Juan Jiménez Pastrana, autor de varios libros, entre ellos el muy reconocido Los chinos en la historia de Cuba 1847-1930. Otra personalidad destacada fue el Dr. Betancourt (he olvidado su nombre), destacado pediatra especializado en enfermedades del pulmón, fue director del Hospital Infantil Antituberculoso, una persona bondadosa capaz de ir a cualquier casa que se le llamase para atender a un niño, cobraba por ese apreciado servicio tres pesos o nada, según como viese la situación económica del hogar visitado.

En mi adolescencia me integré a un grupo de jóvenes amantes del béisbol, de la ópera, la música clásica y la tradicional cubana. Uno de los integrantes tenía una deformidad de nacimiento y poseía una excelente voz de tenor dramático, otro que a veces se nos unía, se caracterizaba por su timidez, gaguera y amaneramiento, llegó a obtener el premio Tito Gobbi en Italia, por su excelente voz de barítono. Los demás no estábamos tan bien dotados para el bel canto, aunque yo, de baja estatura, pretendía emular a Ezio Pinza.

Nos reuníamos a escuchar CMBF y los discos que aportábamos alguno de nosotros. Ahí oí por primera vez la 5ta. Sinfonía de Shostakovich en la interpretación de Leonard Bernstein y la Sinfónica de New York. Por las noches nos encontrábamos en los portales de un bar, ninguno tomábamos, pero discutíamos si la Aida de Jussi Björling era mejor que la de Mario del Monaco, o si el Rigoletto de Leonard Warren y Jan Peerce era insuperable. Y sin mediar la más mínima transición se comenzaba a valorar al equipo del Almendares y sus eternos rivales el Habana.

Normalmente esperábamos a la una de la madrugada a que saliesen los primeros panes de la panadería que quedaba en frente, La llave de oro, que horneaba usando leña. A la flauta de pan que comprábamos por siete centavos le añadíamos una barra de un cuarto de mantequilla. En ocasiones se acercaba Pito, un joven que cuando no estaba sumidos en los vapores de la 'hierba', cantaba excelentemente los boleros de moda.

A veces, a ese grupo también se unían jóvenes con los cuales compartíamos libros. Así conocí a Curzio Malaparte, Giovanni Papini, Kafka, Joyce... En Luyanó no había ninguna librería, ni de uso, la más cercana era La Polilla, en la Calzada de Diez de Ocubre casi esquina a Carmen, en La Víbora. Hasta allá tenía que ir o localizar a algún vendedor por los alrededores del cine Tosca.

Bigote de gato no fue el único personaje del folclor luyanosense. Teníamos también a Moquifín, quien se pasaba meses borracho, pero no era agresivo, no decía malas palabras ni se metía con nadie. Lo más que hacía cuando lo molestaban demasiado era tirarle una trompetilla al agresor y todo terminaba en risas. Se decía que era un especialista de filatelia y cuando estaba sobrio trabajaba en una casa filatélica en la calle Obispo. Pero cuando estaba sobrio era insoportable, daba sermones y repartía Despertad, una publicación de los Testigos de Jehová.

Otros personajes eran La Momia, quien en su trance de la droga ni hablaba ni se movía recostado, estirado e inmóvil, a un poste, y El Patato, con una difícil infancia que él pregonaba a toda voz y era en extremo pendenciero, de pequeña estatura, lo cual llevaba a que lo golpearan a menudo, esas broncas siempre terminaban con la frase “esto no se queda así” y la golpiza se volvía a repetir. El Patato tiene un pequeño monumento en la calle Rosa Enríquez donde cayó acribillado a balazos por la policía el 9 de abril, día de la huelga general fracasada.

Personajes más benignos, pero no menos interesante fueron El Ingeniero, que trabajaba como tal en Belot, pesaba más de 300 libras y como solterón empedernido, un jueves sí y el otro no, iba al barrio de Colón a solucionar sus necesidades sexuales, gustaba de dar complejas conferencias antimperialistas y a veces narraba la historia de cómo los americanos le habían robado su patente para refinar los aceites usados. El Doctor era un negro bajito y delgado que siempre andaba con libros en inglés debajo del brazo, la imagen perfecta del “negrito catedrático” del bufo cubano. En una ocasión se ganó dos mil pesos en la lotería e invitó a dos amigos blancos, a visitar el sur de Estados Unidos, las anécdotas de la tournée de escalofriantes pasaban a hilarantes.

En Hijas de Galicia, muy joven, falleció mi madre. Mi padre murió en su hogar casi cuarenta años después. En mi casa me violó una dama viuda y treintona, enamoré a más de una muchacha y a los 20 años, luego de mi padre firmar la autorización, por primera vez me casé. De ese matrimonio nacieron mis dos primeros hijos.

El barrio de Luyanó está enclavado en mi ser, pero ya nada de lo que resguardo en mi memoria existe. El tornado del mes de enero de 2019 fue poca cosa comparado con el que empezó en otro enero, sesenta años atrás.

Waldo Acebo Meireles
Cubaencuentro, 8 de julio de 2019.
Foto: Luyanó, bodega en la década de 1950. Tomada de Cubaencuentro

lunes, 11 de noviembre de 2019

El barrio de Luyanó (I)



Los orígenes de Luyanó se remontan a mediados de los años 50 del siglo XIX cuando el Capitán General José Gutiérrez de la Concha e Irigoyen (1), de triste recordación, autorizó el reparto (2) de las tierras ejidales, dando lugar al surgimiento de los Repartos de Iglesias, Caballero, Rodríguez, Pérez, Herrera y Ojeda, que conformaron el territorio básico e histórico de Luyanó. Tres poseedores de esas tierras, convertidos en sus propietarios por decisión del Capitán General, perpetuaron sus apellidos en los nombres de tres calles: Rodríguez, Pérez y Herrera, las cuales ya aparecen registradas en el mapa de La Habana de Esteban Pichardo (3), publicado en 1874, cinco años antes de su muerte.

Los límites de ese conjunto de repartos, a los cuales durante un tiempo se les llamó Concha, quedaban al norte y este de un camino vecinal denominado Camino del Alcoy que después se convertiría en Calzada de Concha (4), al sur la Calzada de Luyanó y al oeste la Calzada de Jesús del Monte. El nombre de Luyanó procede del río que originalmente se le conoció con el nombre Uyanó, tal vez de origen indígena (5).

Cómo Uyanó pasó a ser Luyanó, probablemente por algún copista, amanuense o escribano, que le añadió una L a Uyanó. No creo que haya sido por un agrimensor, éstos eran en extremo cuidadosos. Lo mismo pasó con el arroyo Polo que con el correr de los años se convirtió en Arroyo Apolo.

La Calzada de Luyanó era de suma importancia en el siglo XIX ya que se convertía en la continuación de la Calzada de Güines, una de las vías de entrada de los azúcares a La Habana para su exportación. El encuentro entre esas dos calzadas se producía en el puente Alcoy (6), donde existía un portazgo similar al que había entre la Calzada del Bejucal, la de Jesús del Monte y la del Batabanó. En ese portazgo no solo se cobraba por los derechos de entrada -el famoso portazgo- sino que se producía el cambio de las carretas tiradas por bueyes a los carretones tirados por mulas: por razones de seguridad los bueyes no podían entrar a la capital.

Tanto en un portazgo como en el otro, el ir y venir de viajeros, transeúntes, barriles de azúcar y otras mercancías generaba una concentración de animales, carretas y carretones, y personas, entre las cuales los esclavos no eran minoría. Era una zona muy bulliciosa con lugares para comer, tomar un refrigerio o dormir una siesta o pasar una noche. Habían artesanos, carpinteros, herreros, talabarteros, quienes arreglaban cualquier desperfecto en los medios de transporte, herraban caballos y mulos, un sinfín de actividades y de negocios. (7)

Según el mapa de Esteban Pichardo ya mencionado, varias calles de Luyanó antes de los años 70 del siglo XIX, tenían nombres relacionados con el movimiento reformista y su ideología, como Municipio, Justicia, Acierto, Reforma, Fábrica, Compromiso, Fomento (8), Arango (9) y Villanueva (10). De modo que el pensamiento reformista no lo podemos encasillar en los años 20-30 del siglo XIX, porque tuvo una trascendencia más allá de esa etapa como indican el bautismo de esas calles, las cuales han mantenido sus nombres hasta el día de hoy.

Otros nombres hacen referencia a accidentes geográficos: Atarés, Ensenada, Guasabacoa, de evidente ascendencia aborigen. Calles que corren de sur a norte apuntando al lugar que le ha prestado su nombre. Casi la mitad de Luyanó aparece en el mapa señalado con sus calles nombradas y trazadas, pero ello no es indicativo de que ya en esa época estuviesen pobladas.

Para 1929, de acuerdo a un mapa de ese año (11), todas las calles de Luyanó estaban trazadas, pero solo unas pocas estaban recubiertas con adoquines como Reforma, Fábrica, Villanueva, Rosa Enríquez y Municipio, las tres primeras atraviesen el barrio de norte a sur y la última de este a oeste. Sin embargo, curiosamente, casi todas tenían aceras. Para los años 60 del siglo XX se completó la pavimentación y se asfaltaron todas las calles.

En 1878 se crea el Señorío con el título de Conde San Rafael de Luyanó que ocupó Adolfo de Quesada y Arango de Horé (12) hasta su muerte en 1881, heredándolo su viuda y a la muerte de la misma quedó vacío, no era más que un título honorífico sin mayores consecuencias ni ventajas, salvo aquello de lucirlo en los encuentros sociales.

Luyanó se inserta en la historia nacional con dos hechos, el primero ocurrió en 1868 y se le conoce como El Grito de Luyanó, y se produjo el 2 de noviembre de ese año, con el fin de secundar, en el occidente de la Isla, el alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes. Desgraciadamente el intento estuvo mal concebido y peor organizado y fracasó. El segundo hecho fue el combate que se originó el 9 de agosto de 1931 entre las fuerzas policiales de Machado y el Capitán del Ejército Libertador Manuel del Pino y su amigo Felipe Cabezas que se atrincheraron en una fábrica de medias, que existía en Luyanó, donde escondían armas para la lucha contra Machado. El combate duró más de tres horas ocasionándole varias bajas a la policía. Al acabárseles las municiones, los revolucionarios fueron masacrados.

Luyanó recibió y dio cobijo a inmigrantes gallegos tanto en el siglo XIX como en el XX. La presencia gallega en la barriada le va a dar origen a la Casa de Salud La Benéfica que ya aparece en el citado mapa de Pichardo, por lo tanto, resulta anterior a la constitución del Centro Gallego que se produjo en 1879. Posteriormente se fundaría la clínica mutualista Hijas de Galicia (a estas dos clínicas nos referiremos más adelante). Lo mismo ocurrió con El Cerro que acogió a asturianos, quienes fundaron la clínica mutualista de los asturianos La Covadonga. Mi tío-abuelo vivió en El Cerro y fundó una fábrica de fósforos que le daba empleo a vecinos y coterráneos emigrados.

En el territorio de Luyanó se establecieron diversas fábricas, talleres y almacenes, lo que determinó la conformación de la población, mayoritariamente de obreros y empleados, con la presencia minoritaria de miembros de la clase media que podían ser los dueños o encargados de esos negocios, también por los comerciantes que fueron asentando sus negocios en una localidad que resultaba atractiva por el creciente número de residentes que ganaban un jornal o salario.

La planta habitacional de Luyanó era, fundamentalmente de casas de un solo piso (13), de ladrillo, colindantes unas con otras, las casas de dos pisos de inicios del siglo XX tenían en la planta baja un negocio, generalmente una bodega, pocas casas eran de madera y las de techos de tejas se encuentran, salvo excepciones, en la zona inicial de desarrollo de la barriada. Las pocas casas de vecindad, cuarterías o solares fueron construidas como solución para la población de más bajos ingresos. Otra solución fueron los llamados “pasajes” que generalmente, al fondo de casas de mayor prestancia, brindaban una solución más digna y de menos hacinamiento, con baños y cocinas individuales. En los años 50 se construyeron varios edificios de apartamentos, pero ninguno superó las tres plantas y generalmente tenían espacios en la planta baja para establecer diferentes negocios o comercios.

Las características del desarrollo de Luyanó limitaron la presencia de zonas de recreo existiendo solamente dos parques uno, el más concurrido, en la calle Fábrica, por ese nombre se le conoce, con frondosos árboles, asientos de madera y un bello pabellón, hoy desaparecido, que daba a la calle Justicia y sus anchas aceras exteriores e interiores permitían los juegos infantiles. El otro parque bordeaba la Calzada de Concha.

Pero como las calles estaban sin pavimentar, el recurso habitual, salvo que fuesen juego de pelota “al duro”, entonces quedaban los llamados placeres o solares yermos, espacios sin construir. El más utilizado era el “placer de chocolate”, que ocupaba toda una manzana donde solo existía una casa de madera en la esquina de Velázquez y Fábrica, habitada por una familia negra, quizás de ahí el nombre, el único problema era que en los meses de enero a marzo la comparsa El Alacrán ocupaba el lugar para sus ensayos, cercaban casi todo el terreno con paredes de yaguas que evitaban no solo el paso sino la vista de los ensayos, y cobraban a los que quisieran entrar a mirar. Otro placer era donde plantaba su carpa el circo Montalvo, un circo de barrio que daba funcionaba dos semanas o un mes, según el público que tuviesen.

En el placer del “blanquizar”, el más pequeño de todos, a inicios de los 50 se construyó el Centro Deportivo Pepe Barrientos, con canchas de voleibol, básquet, gimnasio de boxeo, fisicoculturismo, con baños y taquillas. Se acabaron los juegos de pelota, pero había otras opciones. Pero quienes quisieran jugar pelota. tenían que moverse fuera de Luyanó, hacia el placer de la calle Reyes o, con otros riesgos, al "arenal”, colindante con Cayo Cruz, área ganada a los mangles y a la zona cenagosa de la Ensenada de Guasabacoa.

En cuanto a atención social, Luyanó tenía una Casa de Socorro en la Calzada de Luyanó y una crèche (guardería) que fue construida a inicios de los años 40, era una bella construcción estilo art deco, y le brindó cierto alivio a las madres trabajadoras de la zona, aún existe en la esquina de Villanueva y Arango. La Casa de Socorro no solo atendía emergencias, también ofrecía consultas médicas, servicio de inyecciones y una farmacia que entregaba medicinas gratuitamente.

El principal centro de salud en Luyanó era La Benéfica, una clínica mutualista del Centro Gallego para varones, que por 2,85 pesos mensuales, cantidad que entonces representaba el 4 por ciento del salario mínimo y brindaba atención médica, diversos especialistas, dentista, medicinas, cirugía, servicio de diagnóstico como análisis, rayos X, etc. Además contaba con un gimnasio y baños turcos. La clínica estaba rodeada de jardines, fuentes y árboles.La cuota mensual daba derecho a la escuela primaria Concepción Arenal, a un balneario en las playas de Marianao y a todas las actividades del Centro Gallego, que incluían una biblioteca, bailes sabatinos y dominicales y excelentes mesas de billar. Hijas de Galicia era para el sexo femenino y brindaba similares servicios, excepto el gimnasio.

Aparte de los centros de salud señalados, existían dos clínicas que trataban dolencias de las mujeres, pero en la práctica era para realizar legrados o abortos, una práctica prohibida aunque admitida por las autoridades. El más económico estaba en la esquina de Pérez y Fábrica y el otro, más elegante y caro, en la Calzada de Luyanó.

Por el número de iglesias, podemos poner en duda la religiosidad de los luyanosenses. Existía una pequeña capilla católica en una escuela de niñas pobres, una pequeña iglesia católica, Nuestra Señora de la Guardia, de planta neogótica, tres protestantes y un templo de los Testigos de Jehová. Iglesias protestantes había una bautista en la Calzada de Luyanó, en un local adaptado, la anglicana o episcopal, establecida en los años 20 con una construcción de estilo ecléctico ubicada en Municipio y Ensenada, constaba de una pequeña escuela primaria, y la Presbiteriana, también establecida en los años 20 en la calle Santa Felicia entre Fábrica y Reforma, con elementos bizantinos y tenía una escuela primaria, considerada la mejor, patrocinaba los Boys Scouts de la barriada.

Además de estas escuelas, existían otras laicas privadas y un kindergarten gratuito sufragado por el Partido Socialista Popular. La Escuela Pública No. 24, en la esquina de Guasabacoa y Herrera, no solo brindaba enseñanza primaria, también clases nocturnas de inglés, mecanografía y secretariado, que eran muy concurridas por quienes buscaban elevar su posición social. Clases similares eran impartidas en centros privados y casas particulares, en algunas de las cuales se ofrecían también clases de piano.

Si por el número de iglesias no podemos determinar la religiosidad, por el número de cines sí podemos afirmar que la población de Luyanó era muy cinéfila. Solamente en la Calzada de Luyanó existían cuatro cines: el Norma construido en los años 20 con un edificio con elementos art nouveau y columnas interiores que bloqueaban la pantalla según donde te sentaras; el Luyanó con un frente parcialmente construido de bloques de cristal y una fachada y techo curvilíneo como un hangar; el Atlas, y el Dora especializado en películas mexicanas, argentinas y españolas. Por la Calzada de Jesús del Monte encontrabas el Moderno y el Florida, que proyectaban películas de estreno, los dos con aire acondicionado. Y en el interior del barrio, se localizaba el Ritz, donde los jueves era el “día de las mujeres” estas solo pagaban cinco centavos para ver dos películas, pero podían ser víctimas de masturbadores y rascabuchadores. Y a pocas cuadras el Fénix, que originalmente se le llamó Ferroviario porque en su planta alta se encontraba el sindicato ferroviario y tenía una característica que lo hacía similar al cine Negrete, en el Paseo del Prado: era largo y carecía de balcony. En el Fénix conocí los film noir del cine estadounidense. Creo que el único cine que existe es el Florida, los demás desaparecieron.

Las comunicaciones en Luyanó eran excelentes, a pesar de las calles sin pavimentar, una estación de ferrocarril estaba a dos cuadras de sus límites, y más de diez “rutas de guaguas” la bordeaban o lo atravesaban de norte a sur y de este a oeste, utilizando las calles pavimentadas. Ello permitía enlazar a Luyanó con el resto de La Habana, El Diezmero, Lawton, Víbora, Puentes Grandes, Vedado, Guanabacoa, San Miguel del Padrón, Jacomino, El Cotorro, entre otras localidades habaneras. También había varias “piqueras de taxis”.

En la música popular, Luyanó es mencionada en algunas guarachas, tenía su representación, la más famosa fue una de la década de 1940 en la cual el puertorriqueño Daniel Santos con la Sonora Matancera cantaba Bigote Gato. En más de un sitio se practicaba la santería, había una fuerte presencia abakuá en el territorio y durante los carnavales por sus calles pasaban congas y comparsas.

Waldo Acebo Meireles
Cubaencuentro, 3 de julio de 2019.
Mapa donde se ven los límites del Luyanó histórico. Tomado de Cubaencuentro.

Notas.-

(1) Gobernador de la Capitanía de Cuba en tres ocasiones 1850-1852; 1854-1859 y 1874-1875, por sus servicios recibió los nombramientos de marqués de La Habana, vizconde de Cuba, grande de España de primera clase.

(2) La palabra “reparto”, en el caso cubano y particularmente habanero, designa un fenómeno económico y social, es el “reparto” en pequeñas parcelas de una finca rústica, con el propósito de urbanizarla. Este término es un cubanismo ya que en España y en la América hispana, a ese mismo fenómeno y sus resultados se le conoce como: colonia, fraccionamiento, urbanización, unidad habitacional, villa, etc., sólo en Nicaragua y El Salvador se utiliza con el mismo significado que en Cuba.

(3) Pichardo y Tapia, Esteban. Plano de la Habana. Ed. José Valdepares 1874.

(4) En los años 50 del siglo XX se intentó rectificar ese nombre llamándosele oficialmente Ramón Pintó en recordación de un anexionista condenado al garrote vil por Concha, en la práctica, como ha ocurrido con decenas de calles habaneras, el pueblo le siguió llamando por su nombre original.

(5) En las Actas Capitulares encontramos que en el cabildo de 21 de agosto de 1551 aparece que el gobernador Pérez de Angulo pide le hagan merced de una caballería de tierra, “en el Ancón de la mar deste puerto”, que queda perfectamente localizada al determinarse que linda esa estancia “con el Uyanó”; ensenada que recibió posteriormente el nombre de Buasabacoa, más tarde a esa ensenada se le llamó Guasabacoa. En un plano de 1750 copiado en 1911 por el agrimensor Arturo Espinosa aún aparece señalado “Río del Uyanó”.

(6) Este Puente tomó su nombre de Federico Roncali (Conde de Alcoy) que precedió a Concha como Capitán General en los años de 1848 a 1850.

(7) Aunque esos portazgos fueron perdiendo su importancia con el desarrollo de los ferrocarriles en los años 50’del siglo XX tanto en La Palma como en la Virgen del Camino se mantenía ese aire de feria, de miles de transeúntes que cruzaban a diario y encontraban un lugar de descanso, para tomar un refrigerio o para cambiar de un medio de transporte a otro.

(8) Por la Junta de Fomento.

(9) Por Francisco María de la Luz de Arango y Parreño.

(10) Por Claudio Martínez de Pinillos y Ceballos II Conde de Villanueva y I Vizconde de Valvanera.

(11) Rojo García, Francisco. Plano General de la Ciudad de La Habana y sus alrededores. Cultural S.A. 1929

(12) Destacado músico criollo que dejó varias obras para piano entre ellas varias contradanzas.

(13) Las necesidades habitacionales no resueltas en los últimos 60 años han generado las construcciones de barbacoas y plantas adicionales, muchas de ellas precarias.

lunes, 4 de noviembre de 2019

La Habana y los huracanes



Cada temporada ciclónica transcurre en La Habana como un juego de la ruleta rusa. Desde el 1 de junio al 30 de noviembre, la aparición de un huracán en el Atlántico, despierta las alarmas en la población.

Muchos cubanos de a pie viven en la zozobra y siguen los partes del tiempo con la misma pasión que una telenovela brasileña o un candente play-off final de la Serie Nacional de Béisbol.

Aunque la autocracia comunista en la Isla ha determinado que el embargo económico, comercial y financiero de Estados Unidos es el culpable de las penurias cotidianas y de las que están por venir, los daños provocados por huracanes, tormentas tropicales, penetraciones del mar y otros fenómenos meteorológicos, suman cientos de millones de dólares en pérdidas materiales cada año.

Lo más afectado es la infraestructura inmobiliaria. Tener en cuenta que el 70 por ciento de las viviendas en Cuba están en regular o mal estado técnico. Entre todas las ciudades cubanas, la que corre más riesgos es La Habana, por su deterioro habitacional y densidad poblacional en municipios como Centro Habana, Habana Vieja, Cerro, Diez de Octubre, Arroyo Naranjo y San Miguel del Padrón.

El pasado 27 de enero, un poderoso tornado, en poco más de 16 minutos recorrió once kilómetros y cinco municipios habaneros, provocando siete fallecidos, 195 heridos y más de 7 mil viviendas dañadas, de las cuales 730 sufrieron derrumbes totales. Casi nueve meses después, cuando usted recorre las zonas afectadas por el tornado, observará edificaciones y casas en los cimientos o que todavía esperan por ser reconstruidas.

La dictadura de los hermanos Castro ha coartado libertades fundamentales y es enemigo de la democracia moderna, pero cuenta con un organizado y eficaz sistema de Defensa Civil, estructurado como un organismo militar.

Luis, ex delegado del Poder Popular en la barriada de La Víbora, dice que en Cuba todo es burocrático e ineficiente, "pero la Defensa Civil hace bien y rápido su trabajo. Cuándo tú comparas la cantidad de muertos en los fenómenos naturales con otras naciones del Caribe, e incluso Estados Unidos, verás que por lo general son mucho menores. Después del ciclón Flora, que en 1963 dejó casi tres mil fallecidos en las regiones orientales, la Defensa Civil ha creado un sistema de aviso preventivo y evacuación de calidad” y añade:

“No contamos con muchos recursos, pero el hecho de vivir en una sociedad diferente, donde la gente acata más las orientaciones de la Defensa Civil que en otros países, provoca que el número de víctimas mortales sea reducido. Salvar vidas es la primera prioridad en la etapa de ciclones. Es cierto que Cuba y sobre todo La Habana, están expuestas a sufrir severos daños. Hay barrios de la capital que un simple aguacero inunda las zonas bajas y provoca destrozos. Por desidia del gobierno y falta de mantenimiento, la ciudad no está preparada para recibir el impacto de un huracán categoría 5 como Dorian. No solo por el aspecto constructivo, las pérdidas materiales también abarcarían a las redes eléctricas, pues al no contar con tendido soterrado, el aéreo es muy vulnerable”.

Nueve meses después que el tornado desplomara el techo de su endeble vivienda, Mercedes, ama de casa, aun no ha terminado de reparar su casa en Jesús del Monte. "De manera bastante chapucera, me pusieron un techo de tejas acanaladas que si este año pasa un ciclón se lo vuelve a llevar. Una brigada de constructores comenzó con tremendo embullo a repellar la casa y levantar el baño, un cuarto y la cocina, pero las obras se pararon por falta de materiales. Solavaya si La Habana tiene que sufrir un ciclón como Dorian. Vi en la televisión las imágenes de Bahamas y ese monstruo arrasó en esas islas”.

Los científicos y meteorólogos no se ponen de acuerdo al señalar cuáles son las causas para que cada año asolen al Caribe y Estados Unidos huracanes cada vez más destructivos, probablemente por los cambios climáticos.

Regis Chapman, jefe de la Oficina para el Caribe del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, expresó que “Bahamas es un país más desarrollado, con mejores infraestructuras y estándares de construcción que otros del Caribe, y la sede del gobierno sigue intacta en la capital, lo cual facilitará la coordinación de la emergencia. Pero hay que tener en cuenta que el huracán, de categoría 5, estuvo dos días clavado encima de las islas. No hay infraestructuras capaces de soportar un azote así”.

Diego, un cubano residente en la Florida que viajó a La Habana para evadir la furia de los vientos huracanados de Dorian, cuenta que “la FEMA (siglas en inglés de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias) hace un trabajo impecable. A veces hay muertes que se pueden evitar, pero muchas personas no cumplen las orientaciones del gobernador o la FEMA. Se va la luz, como en Cuba, pero la mayoría de las personas tienen plantas en sus casas y nunca demora más de dos o tres días en volver. Todas las viviendas tienen un seguro que te cubre los daños. Además, no falta comida, agua potable, linternas, baterías y otros insumos necesarios en estos casos. Ha habido problemas, pero las instituciones federales funcionan bien cuando hay desastres naturales en Estados Unidos. En Cuba, la Defensa Civil hace una gran labor, el problema viene después que pasa el ciclón: a los cubanos, el Estado no le garantiza con rapidez recuperar sus casas y restablecer los servicios, sin contar la escasez de alimentos”.

En San Cristóbal sigue protegiendo a La Habana, escrito en 2002, la periodista independiente Tania Quintero relataba: "Tres ciclones en menos de un año han afectado a Cuba. Y ninguno ha pasado por la capital. San Cristóbal es el patrono de la ciudad. En la religión yoruba se denomina Aggayú Solá, Según la leyenda cristiana, San Cristóbal era un gigante que ayudaba los hombres a cruzar ríos anchos y turbulentos y en una ocasión ayudó a cruzar al propio niño Jesús. En la santería, Aggayú Solá es Orisha mayor, padre de Shangó y deidad de la tierra seca. No solamente los habaneros creyentes dan gracias a sus santos por la protección que les ha venido dando. También deben estar agrdecidos los gobernantes, sobre todo Fidel Castro: el paso de un huracán fuerza cinco lo pondría en un dilema, pues más de la mitad de las edificaciones de la ruinosa ciudad se vendrían abajo".

Diana, ferviente practicante de la santería, confiesa que ella reza cada vez que informan que un ciclón puede pasar por Cuba, "sobre todo por La Habana, mijo, que si con un aguacero se caen dos o tres edificios, imagínate que sucedería si pasa un ciclón como el que afectó a Bahamas. Tienen que recogernos con palas”. Y se santigua.

Orestes, arquitecto, cree que las regiones del Caribe e incluso en Estados Unidos, en materia constructiva no están lo suficientemente preparados para resistir huracanes con vientos de más de 300 kilómetros por hora.

“En esos lugares, las casas modernas las edifican con materiales ligeros, lo cual permite una construcción acelerada. Son bonitas y funcionales, pero poco eficaces para soportar las rachas de vientos de un ciclón categoría 5. Las que mejores soportan los huracanes son las edificaciones construidas con acero y concreto, siempre y cuando se hagan con calidad. En el caso de La Habana, una combinación de factores permite que quede muy expuesta a los eventos climatológicos, como la falta de mantenimiento y las construcciones de mala calidad que no cumplen los parámetros técnicos dictaminados por instituciones oficiales, para construcciones estatales y particulares”.

El último huracán que cruzó por La Habana fue Irma, en septiembre de 2017. En dos años, el deterioro de la capital ha continuado aumentando. Por eso, como dije al principio, los habaneros perciben cada temporada de huracanes como un juego de la ruleta rusa.

Iván García