lunes, 29 de mayo de 2023

Cuando Cuba era de azúcar



La dulce caña de azúcar fue uno de los tantos cultivos que los españoles introdujeron en América. Con anterioridad habían expandido su siembra en las Islas Canarias. Con ello no solo diversificaron los productos de consumo local sino además, aprovecharon las magníficas condiciones naturales que estas islas tenían para su cultivo, convirtiéndolo en una oportunidad de desarrollo económico inestimable.

A mediados del siglo XVI ya se producía azúcar en Cuba, aunque durante los primeros 200 años se destinó al consumo interno. Fue en la segunda mitad del XVIII que comenzó el monocultivo del azúcar en la Isla, favorecido por la posibilidad de comercio con todos los puertos españoles y el mercado internacional que ocupó tras la revolución haitiana.

En consecuencia, desde el siglo XIX, el azúcar alcanzó un papel preponderante en la planificación de la economía cubana y en toda su infraestructura. Hacia 1870, dominaba casi un tercio del mercado mundial. En 1954, la industria azucarera representaba el 40% de la producción agrícola nacional, el 88% de las exportaciones y el 32,5% de los ingresos del país. Entonces tenía 161 ingenios activos y 26 refinerías, una red ferroviaria privada de 8.000 km, y una capacidad total de almacenamiento de más de 300 millones de galones de mieles y 32.514.000 de sacos de azúcar en 200 almacenes. Había, además, siete casas exportadoras con agentes en todo el mundo.

El privilegiado monopolio de este cultivo continuó después del triunfo revolucionario, cuyo Gobierno fundó en 1964 un ministerio para el azúcar que administró y planificó su producción hasta 2011. De esta forma, a pesar de las fluctuaciones, la producción se mantuvo en ascenso hasta bien avanzado el siglo XX: de las 340 toneladas producidas en 1760, en 1894 se alcanzaron 1.054.214 toneladas; en 1952, 6.554.830 toneladas; y en 1989, 8.100.000 toneladas. Así la industria azucarera fue hilvanando la historia económica e industrial del país, la identidad de parte importante de sus pueblos y la imagen de la nación.

A pesar de las riquezas que proporcionó, creó un desbalance en la utilización de los recursos naturales cubanos, ya que muchos suelos fértiles fueron ocupados solo con caña de azúcar. Y, como esta planta no necesita sombra para crecer, bosques enteros desaparecieron para dar paso a amplias zonas cañeras, por lo que fue el principal agente modificador del paisaje natural de la Isla.

Con el tiempo, varios elementos de la industria azucarera alcanzaron connotación de símbolo, como la chimenea, el trapiche y la torre campanario; y en sentido negativo, el barracón. Ejemplo paradigmático resulta la torre del ingenio Manaca-Iznaga (1816), declarada Monumento Nacional en 1981. Con sus 45 metros de altura, este campanario se utilizaba además para vigilar la plantación y el trabajo esclavo. Desde temprano fue entendida como signo de riqueza, al posibilitar la observación de uno de los paisajes productivos más prósperos y por ser, en sí misma, una de las torres más altas de la Cuba colonial.

Es indudable el impacto que la industria azucarera tuvo en la configuración de pueblos enteros, marcando con la zafra el movimiento de poblaciones y el ritmo de vida de la gente en función de la producción, repercutiendo en sus costumbres diarias, modos de hablar, en su azucarada dieta, en sus vínculos interpersonales y en su relación con el espacio. Además de los elementos que comparte con otras colonias americanas, generó manifestaciones específicas como los barracones de esclavos de planta rectangular que, según Reynaldo Fleites, son un tipo arquitectónico únicamente cubano.

Con la inversión directa de las compañías norteamericanas en las primeras décadas del siglo XX, se impuso en los bateyes la construcción de madera típica del Caribe anglófono, que determinó el diseño de varios pueblos, los cuales funcionaban como comunidades autosuficientes, con una infraestructura destinada a la satisfacción de las más diversas necesidades. En ellos se utilizó el sistema balloon frame para viviendas tipo bungalow, tanto de la clase alta como para pequeños comerciantes y obreros. También fue frecuente su uso en segundas residencias de veraneo, muchas ubicadas en zonas de playa. Pero fue en los bateyes donde se hizo característica esta arquitectura de madera.

En el siglo XX, en los bateyes la vida giraba en torno al central. La campana heredada del ingenio colonial señalaba los horarios de trabajo y descanso de todo el pueblo. Sustituida a veces por un silbato o sirena, fue un vehículo de comunicación dentro del proceso industrial muy vinculado a la figura del esclavo, y luego del campesino y el obrero. En cuanto símbolo, ha sido también interpretada como llamado a la unidad comunitaria y convertida en emblema municipal, como es el caso de la campana del central Héctor Molina, insignia del Municipio San Nicolás, provincia Mayabeque, desde 1999.

El campesino organizaba su año laboral en función de la zafra y de su éxito dependía la prosperidad de todos. De hecho, puede decirse que la prosperidad del país llegó a medirse por el éxito de la zafra. Tal lo demuestran los planes trazados por el Gobierno revolucionario que pretendieron alcanzar, en 1970, diez millones de toneladas de azúcar. Más allá del hecho productivo, este plan fue expresión del alarde político de un Gobierno apoyado en el orgullo de una consagrada cultura azucarera. Por esa razón los 8,5 millones de toneladas alcanzadas, aun siendo nuevo récord, no se celebraron y significaron un fracaso económico y moral.

Todavía se recuerda como un hecho histórico importante aquella Zafra de los Diez Millones, por lo que conllevó y generó como un proyecto más simbólico que realista, y que involucró al país entero. Algunas memorias permiten entender su influencia en las más variadas esferas de la vida: "Yo viví muy sentidamente aquella campaña del 69-70, en la que la consigna '¡Y de que van, van!' se convirtió en parte de nuestra cultura, de la cotidianeidad, de la vida misma. Hasta las cartas personales terminaban con la frase. (…) De aquella época data el inigualable e inolvidable estilo de narración beisbolera de Bobby Salamanca: '¡Azúcar, abanicando! Chic, chic, chic. Tres golpes de mocha y lo tiró pa’la tonga'. Así narraba Bobby, por ejemplo, el ponche que el pitcher le daba al bateador".

La consigna de esa zafra de 1970, "¡De que van, van!", dio incluso nombre a la orquesta más popular que ha tenido Cuba en su periodo revolucionario y que nació en esa fecha. Las letras de Los Van Van se han caracterizado desde entonces por reflejar el decir y el pensar del cubano. Asimismo, se ha asimilado por la cultura popular el grito de alegría, muy empleado en la música cubana, que más tarde identificó a la cantante Celia Cruz: "¡Azúcar!"

¡Azúcar para crecer! Una frase así ya es cosa del pasado. En la actualidad, con el desmantelamiento de la mayoría de los centrales y un volumen de producción comparable al de inicios del siglo XIX a pesar de la diferencia tecnológica (480.000 toneladas en 2021), la industria vuelve a ser metáfora de la nación y su impacto tiene incidencia profunda en los cubanos.

Yaneli Leal
Diario de Cuba, 6 de marzo de 2023.
Foto: Torre del ingenio Manaca-Iznaga en Trinidad, Sancti Spiritus. Tomada de Diario de Cuba.

lunes, 22 de mayo de 2023

De la dulcería La Gran Vía sólo queda el recuerdo


En todos mis cumpleaños infantiles había siempre un cake de La Gran Vía, la dulcería más famosa de La Habana. Aún conservo fotos de aquellas fiestas que muestran en el centro de la mesa el cake, que alcanzaba para todos los invitados y sobraba.

Aquellos cakes —torta o pastel les llaman en otros países— eran enormes comparados con los que se elaboran en la actualidad. Y eran muchísimo más baratos: los precios oscilaban entre 1,50 pesos hasta los 500 pesos que costaban los cakes gigantes para bodas que se hacían por encargo y al gusto del cliente.

Hoy, los reposteros privados que los hacen cobran hasta 1 500 pesos, y más, por un cake pequeño y muchas veces hay que darles los ingredientes (azúcar, huevos).

En la década de 1950, cuando vivía cerca de La Gran Vía, me gustaba ir a ver sus vidrieras y estanterías llenas de dulces de todo tipo bellamente decorados.

Los cakes para niños los adornaban también con algún juguete para usarlos después, lo cual los hacía más atractivos. En una ocasión quise un cake que tenía tres barquitos plásticos arriba.

La variedad de dulces era inmensa. La especialidad de la dulcería era el cake de nata. Había también pastelitos de guayaba, queso o carne, montecristos, coffee cake, eclairs, torticas y torrejas, entre otras variedades.También vendían panes, siempre muy fresco y con un sabor exquisito.

La dulcería tenía 100 metros de longitud. La entrada estaba en el número 118 de la calle Santos Suárez, pero mercancías las recibían por un portón trasero situado en la calle Enamorados, en la barriada habanera de Santos Suárez.

Existía un mezzanine para que el público viera como hacían los dulces con máquinas modernas de la época y, sobre todo, con total higiene. La mano del hombre intervenía nada más que en la decoración del cake.

Los clientes podían comprar los cakes y los dulces (que siempre venían en cajas de cartón) en La Gran Vía o hacer sus pedidos por teléfono para que se los entregaran en sus casas. Si lo solicitaban, el repostero añadía el nombre de la persona a felicitar.

La historia de La Gran Vía se remonta a 1921 cuando tres españoles oriundos de Toledo, los hermanos José, Valentín y Pedro García, se establecieron en Güines como reposteros y crearon su propio negocio. En 1940 trasladaron su establecimiento para La Habana, en Santos Suárez. Además de La Gran Vía, los hermanos fundaron Super-Cake, en Zanja y Belascoaín, y La Suiza, en 23 entre 10 y 12, al lado de lo que fuera el Ten Cent del Vedado.

Después de 1959, cuando les quitaron sus dulcerías, los hermanos García se fueron de Cuba y se establecieron en Puerto Rico. Sus descendientes, ya de tercera generación, han continuado el negocio en Miami.

Luego de ser intervenida por el Estado en la década de 1960, el declive de La Gran Vía ha sido imparable. Hace dos años la cerraron, para un remodelación, según dijeron. No se sabe cuándo ni cómo se hará. Antes había sido convertida en un establecimiento de la cadena Sylvain y vendían dulces, panes, refrescos y cerveza. Pero sus dulces nunca tuvieron la calidad que caracterizaba a los de La Gran Vía.

Hoy, el gran salón de ventas, que contaba hasta con aire acondicionado, está vacío, sin muebles.Gracias a recientes trabajos de mantenimiento, el lugar se conserva en bastante buen estado, con excepción del techo, algo deteriorado.

En la parte posterior, donde estaba el almacén de la dulcería, ahora hay un taller automotriz. Si alguna vez La Gran Vía vuelve a ser dulcería, ya no tendrá su tamaño original.

Jorge Luis González
Texto y foto: CubaNet, 12 de marzo de 2023.

lunes, 15 de mayo de 2023

El hotel Habana Riviera


En Paseo y Malecón, frente al mar y con una altura que supera los 70 metros, el 10 de diciembre de 1957 fue inaugurado el hotel Habana Riviera, que pronto se convertiría en uno de los más emblemáticos de Cuba, con 21 pisos y 400 habitaciones.

La edificación tuvo un costo de unos 12 millones de dólares. Las crónicas históricas aseguran que el dinero salió del bolsillo de la mafia radicada en Estados Unidos. Incluso su cabecilla Meyer Lansky se instaló en una suite del piso 20 y desde allí dirigía la sala de juegos: el Riviera tenía su propio casino, el más lujoso de La Habana de entonces y el mayor después de los casinos de Las Vegas.

No se escatimó en lujo y confort ni tampoco en arte. Fue decorado con obras del pintor Cundo Bermúdez (La Habana 1914-Miami 2008) y Florencio Gelabert (Las Villas 1904-La Habana 1995), autor de la escultura La sirena y el pez que se encuentra a la entrada. Entre otras curiosidades, el Habana Riviera contaba con la piscina más grande de la ciudad y. fue uno de los primeros hoteles del mundo en tener aire acondicionado central.

Se cuenta que su apertura fue un evento social de tal impacto que la transmitieron en Estados Unidos. A la ceremonia asistió el cardenal Manuel Arteaga Betancourt, que lo bendijo: Rafael Guas Inclán, vicepresidente de la República; Justo Luis del Pozo, alcalde de La Habana, un centenar de estadounidenses vinculados a la mafia y varias celebridades de Hollywood.

Tanta fue la expectativa que abrieron el hotel con una revista musical presentada en su cabaret Copa Room con Ginger Rogers, bajo la dirección de Jack Cole. En su primer año de operaciones, el Habana Riviera dejó utilidades netas cercanas a los 400 mil dólares, cantidad hoy equivalente a unos 4 millones 200 mil dólares.

Declarado Monumento Nacional el 18 de abril de 2012, por falta de mantenimiento y debido al salitre por su cercanía al mar, el hotel administrado por la empresa cubana Gran Caribe, sufrió un gran deterioro. Actualmente, con categoría de 4 estrellas, el Habana Riviera pertenece a la cadena española Iberostar.

Por otra parte, aún sigue la disputa por él. En 2015 el Riviera fue noticia porque los familiares del fallecido Meyer Lansky demandaron al gobierno de Cuba para que les devolviera el hotel o que los compensara por su expropiación. Eso, por supuesto, no ocurrió.

Cubanet, 12 de marzo de 2023.
Foto: Hotel Habana Riviera, en la calle Paseo entre Primera y Malecón, Vedado, La Habana. Tomada de Fotos de La Habana.

lunes, 8 de mayo de 2023

Una ciudad pobre no tiene por qué ser desordenada


No cabe duda de que las dificultades económicas entorpecen y limitan las ineludibles acciones de mantenimiento y rehabilitación que necesitan las ciudades; pero se ha convertido en una respuesta estereotipada del Gobierno y la administración el afirmar que los problemas urbanos no pueden enfrentarse por falta de recursos materiales. De hecho, más grave resulta la carencia de recursos técnicos, intelectuales, culturales y organizativos.

Vivir en sociedad —en particular en las ciudades— exige un mínimo de reglas del juego que eviten los múltiples conflictos que se generan por la densidad y diversidad propias del contexto urbano, tanto de construcciones como de ciudadanos. Hay que ordenar las edificaciones y hay que organizar de algún modo las relaciones sociales. Y es evidente que La Habana se está desordenando, cada vez más.

En lo que concierne a las edificaciones, parece que ha desaparecido la actividad de control urbano y que cada uno puede hacer lo que le parezca. Agresiones a diversas edificaciones patrimoniales han hecho sonar recientemente las alarmas.

El desarrollo de la capital cubana está siendo cada vez más fragmentado y desarticulado. No existe un plan director realmente operativo, y la ciudad se va transformando debido a múltiples iniciativas sin coordinación, tanto privadas como públicas.

Se entremezclan sin orden ni concierto acciones constructivas de emprendimientos privados, proyectos de desarrollo local, modificaciones, ampliaciones o divisiones de los ciudadanos, con obras públicas de pequeña magnitud como las que se llevan a cabo en los llamados barrios vulnerables; las iniciativas de las autoridades municipales —que suelen ser reactivas, apresuradas, cuando no improvisadas— con las obras de iniciativa nacional como los elefantes hoteleros para el turismo —que ignoran su contexto inmediato—, sin que se perciba que existe una idea estratégica de cómo conducir y salvar la ciudad. Todo ello, además, consume materiales.

Son diversos los campos en los que se debe y se puede actuar sin que sea necesario gastar muchos recursos financieros o materiales. Señalaría dos en particular: la difusión, aplicación y control de las regulaciones urbanísticas, y la formulación de unas ordenanzas de convivencia urbana.

Es importante destacar que no basta en absoluto redactar y promulgar un texto jurídico propuesto por un grupo de especialistas. Debería tratarse de reglas que sean comprendidas y asumidas como necesarias y convenientes por la ciudadanía. Como respuesta a la pregunta de por qué acatarlas, no vale la tradicional réplica del funcionario de turno: “Porque es lo que está establecido”; que es lo mismo que decir “porque sí”. De ser así, quizá se acatarán, pero no se cumplirán.

En el caso de Cuba, las primeras normas datan de 1574 (las conocidas ordenanzas de Cáceres). Estas fijaban las reglas del juego tanto en el campo de la convivencia pública como en el de las construcciones. Su artículo 63, por ejemplo, ya precisaba hace más de cuatro siglos que “ninguna persona pueda tomar sitio para casa (…) sin que tenga licencia primero para ello, so pena de 200 ducados”.

En 1861 se promulgaron unas ordenanzas de construcción, más específicas y abarcadoras, que fueron perfeccionándose en el caso de la ciudad de La Habana hasta la versión de 1963.

Si cada uno decidiera construir donde, cuando y como quisiera o pudiera, muy pronto colapsaría el funcionamiento del tejido urbano. Unos afectarían a otros y no sería factible ni siquiera circular por la ciudad. Hubo que ponerse de acuerdo en reservar un espacio libre de construcciones para el tránsito, en alinear las edificaciones, en acordar rasantes para la evacuación de las aguas pluviales, etc.

No parece muy difícil de entender que, si se quiere construir en un recinto limitado (alguna vez, incluso amurallado), es necesario organizarse de algún modo para hacerlo habitable, transitable, protegido del sol, la lluvia y las enfermedades, etc.

Las regulaciones suelen abordar una serie de aspectos relacionados con la estética, la funcionalidad, la higiene, la protección y la seguridad. Con el tiempo han ido actualizándose y adaptándose a los avances tecnológicos, los gustos estéticos y las particularidades del contexto social y medioambiental.

Suelen regularse los siguientes aspectos:

  • la intensidad de edificación: grado de ocupación (del suelo) y utilización (en altura) de las manzanas y las parcelas para controlar densidades excesivas o insuficientes
  • el tipo de uso de suelo permitido (habitacional, industrial, recreativo, no urbanizable, etc.) para evitar incompatibilidades
  • la protección de los valores patrimoniales
  • la alineación de las edificaciones (jardín, portal, pasillos…)
  • los tipos y elementos de fachada (portales, balcones, puntales, medianería, vistas y luces…), pintura
  • las acciones constructivas limitadas o prohibidas (ampliaciones, divisiones…), así como las demoliciones
  • la calidad del paisaje urbano: mobiliario (bancos, luminarias, papeleras, paradas…), carteles, señalizaciones…
  • la vialidad y la infraestructura técnica (agua, electricidad, comunicaciones, residuales…)
  • las áreas verdes y los espacios públicos.

De ser necesario, pueden redactarse unas normas generales y otras específicas para aquellas zonas que lo requieran por sus particularidades (zonas patrimoniales, zonas inundables…). Suelen acompañarse de un conjunto de procedimientos para solicitar y autorizar la ocupación del suelo, la licencia de obra o construcción; definen las contravenciones para los incumplimientos y, naturalmente, requieren de un cuerpo de inspectores que controlen su cumplimiento, orienten a la población y sancionen las violaciones.

La mayoría de las ciudades cubanas tienen definidas regulaciones más o menos actualizadas; pero su inobservancia ha alcanzado niveles insospechados. A menudo se trata de documentos engavetados, cuyo texto desconocen tanto los funcionarios como la población, o son percibidos como un conjunto de prohibiciones arbitrarias y sin sentido.

A partir de ahí los ciudadanos improvisan ampliaciones y divisiones sin asesoría técnica, invaden o cierran portales, privatizan áreas comunes de los edificios, abren o cierran ventanas y puertas donde les parece, pintan pedazos de fachada, improvisan garajes y el paisaje urbano va adquiriendo un aspecto caótico que a nadie le gusta pero en el que muchos cooperan.

Las instituciones públicas no se quedan atrás: se multiplican las obras sin licencia, se irrespetan las zonas o edificaciones patrimoniales supuestamente protegidas, se incumple el proceso inversionista.

Por otra parte, la casi desaparecida actividad de control urbano es más sancionadora que educativa, lo cual no ayuda a que se comprenda su necesidad.

Es urgente volver a pasar a primer plano la vigencia de las regulaciones y los procedimientos. Los beneficios de recuperar su aplicación no solo no generarían costos adicionales sino que evitarían gastos innecesarios, evitarían conflictos y mejoraría notablemente el aspecto de las ciudades.

No solo hay que actuar sobre los edificios, sino además sobre las personas. Es necesario promover valores y normas de convivencia, de solidaridad, de respeto al prójimo (diverso) y al entorno; así como de participación ciudadana, para que lo que no sea de nadie sea de todos. Habrá que regirse por la regla de oro de la convivencia: no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. El civismo no puede desligarse de la cultura, ni ésta de la educación.

Todos hacemos —o deshacemos— ciudad en mayor o menor medida. Y con ello incidimos en la vida colectiva; es decir, en la vida propia y de los demás. Es inevitable, por tanto, establecer unas reglas acordes al modo de vida urbano en convivencia cercana.

Esas reglas no pueden formularse de manera unilateral y burocrática. Tanto las regulaciones urbanas como las ordenanzas de convivencia deberían ser debatidas, acordadas y divulgadas para que puedan sean apropiadas por todos y, de este modo, cumplidas. Convendría mucho abrir un proceso ciudadano de formulación de unas ordenanzas de convivencia. Ello implicaría seguir algunos principios en su formulación y puesta en práctica.

En primer lugar, sería necesario lograr una implicación y una firme voluntad política de dirigentes políticos y administrativos, así como involucrar a la población a través de campañas de educación y comunicación y, sobre todo, de su participación en el proceso de formulación.

Resulta imprescindible lograr una comunicación fácil y consistente de la ciudadanía con la administración (por ejemplo, a través de un número de teléfono o de una página web con funcionarios especializados en la comunicación con los ciudadanos).

Sería oportuno comenzar por unas ordenanzas “mínimas” que no regularan más de lo que se puede realmente controlar y que cubrieran, para comenzar, tres aspectos esenciales:

  • el orden público (es decir, las reglas de una convivencia respetuosa, solidaria y participativa),
  • la protección del medio ambiente natural (arbolado, áreas verdes, contaminación acústica, basuras…) y
  • la protección del medio ambiente construido (en particular de los espacios públicos, el mobiliario urbano, la vialidad…).

Se podría igualmente revitalizar los reglamentos de los edificios múltiples en muchos casos olvidados o inoperantes.

Se trataría de normas que habría que revisar cada cierto tiempo; puesto que los valores cambian, no son eternos. Sobre todo, deberían ser normas complementadas con sanciones adecuadas (no solo financieras sino además de reparación del daño), así como con un cuerpo de control y educación ciudadana; es decir, una policía local.

Será difícil rescatar la imagen física de la ciudad sin recuperar y restituir al mismo tiempo una sensibilidad colectiva ante el medio ambiente construido que permita su disfrute y su defensa. Esa sensibilidad debería ser cultivada desde la escuela y enriquecida y fortalecida por los medios públicos de comunicación.

El papel de la arquitectura y el urbanismo —no la mera construcción— es esencial en la creación de referentes estéticos de calidad. Para que sea un proceso efectivo debe existir reconocimiento por parte de los decisores políticos, los administradores de recursos y los gestores urbanos de la importancia del asesoramiento técnico y estético de arquitectos y urbanistas. El hecho de ser elegido o designado a un cargo público no otorga de por sí ninguna cualificación en este campo. La actual monotonía y pobreza no se expresa solo en la falta de recursos materiales, sino además de recursos estéticos y culturales. La educación de la mirada es, pues, esencial. Rescatar la imagen significará rescatar además la calidad de la mirada y, con ello, a nosotros mismos.

La idea de que no podremos aspirar a una ciudad mejor mientras no dispongamos de más cemento y acero está lejos de la realidad. Es mucho lo que puede hacerse en términos de organización, cooperación, participación, rigor y control. Pero ello requiere de unos requisitos mínimos que hoy no existen.

En primer lugar, una real voluntad política que guíe las acciones y una administración que “se busque problemas” con quien tenga que buscárselos. Nadie debería estar autorizado a irrespetar la ley, ocupe el cargo que ocupe.

En segundo lugar, formulación y redacción de las normas a través del debate, la consulta pública y la participación. Es la única vía para que la población se apropie de la conveniencia y utilidad de estas.

En tercer lugar, una sólida y mantenida campaña educativa a distintos niveles. Debería comenzar en la escuela a través de una asignatura o de actividades que promuevan y enseñaran a debatir con respeto y tolerancia por lo ajeno; a entender y apreciar los valores del civismo. Las actividades tendrían su complemento en una sólida y permanente campaña comunicativa a través de los medios.

Por otra parte, es necesario definir y fortalecer las instituciones responsables de la aplicación y el control de las regulaciones urbanas y las ordenanzas de convivencia. Hoy existe una dispersión de responsabilidades y competencias que desorienta a la población y facilita que las instituciones responsables “peloteen” al ciudadano.

Es imprescindible fortalecer con medios y recursos —sobre todo humanos y culturales— las instituciones responsables. Hoy día el control urbano está prácticamente en manos de los ciudadanos que, a través de las redes sociales, denuncian barbaridades, ilegalidades, atentados a la higiene, al paisaje, al bienestar ciudadano. El control popular es positivo siempre que las denuncias no caigan en el vacío. Pero a los teléfonos nadie responde; las páginas web son mudas; los funcionarios “están reunidos”…

En pocas palabras: el asunto no va solo de recursos materiales. Una ciudad pobre no tiene por qué ser una ciudad desordenada. Entiéndase, no estoy llamando a la intransigencia y la represión, a poner multas sin ton ni son, sino precisamente a recuperar la educación; estoy llamando al respeto y el rigor.

Mientras llega el momento de actualizar la estrategia de desarrollo de la ciudad (que requerirá tiempo y esfuerzo), sería oportuno centrar los esfuerzos en recuperar un mínimo de orden que haga la vida más llevadera y la ciudad más agradable. Bastaría —nada más y nada menos— con cumplir y hacer cumplir lo regulado. ¿Seremos capaces de ello?

César García Pleyán
On Cuba News, 29 de marzo de 2023.
Foto: Basurero en una calle de Centro Habana. Realizada por Otmaro Rodríguez y tomada de On Cuba News.

lunes, 1 de mayo de 2023

La sanidad cubana antes de 1959


El sistema de salud en Cuba, antes de la llegada del castrismo al poder, era único en comparación con el resto de los países del continente. Predominaban los servicios prestados por instituciones no lucrativas que daban servicios médicos con cuotas muy modestas. Por ejemplo, una clínica como Católicas Cubanas, Hijas de Galicia, El Sagrado Corazón cobraban cifras tan bajas como 3.50 pesos. Una cantidad de dinero que podían pagar en la isla la inmensa mayoría de los cubanos.

El castrismo, en más de 60 años, no ha podido superar la calidad de los servicios médicos que había en Cuba antes de 1959. Sobre todo, si valoramos que la época republicana arrancó prácticamente de una etapa colonial, con una isla devastada por la guerra y las enfermedades, mientras que el castrismo llegó al poder y encontró toda una extraordinaria red de hospitales, clínicas, seguros médicos, y casas de socorro.

El sistema de salud cubano era una combinación de servicios gratuitos de salud pública financiados por el gobierno, y servicios privados. El gobierno administraba y financiaba los servicios públicos, a través del Ministerio de Salubridad y Asistencia Social. Cuba fue el primer país del mundo en crear en 1909 un ministerio para atender exclusivamente los asuntos relacionados a la salud. Cuando el comunismo tomó el poder en Cuba destruyó toda la red de servicios privados, y convirtió todo el sistema en servicios financiados y administrados por el gobierno, con la intención de manipular políticamente los servicios de salud e imponer una narrativa que borraba la historia del desarrollo médico en Cuba antes de 1959.

Antes del castrismo, todas las ciudades importantes de la isla tenían hospitales generales con servicios médicos de altísima calidad, que era hospitales públicos financiados por el gobierno, además, la red de hospitales públicos en el país tenía hospitales especializados en el cuidado de la lepra, enfermedades mentales, cáncer, poliomielitis, oftalmología, ortopedia, tuberculosis, pediatría, enfermedades contagiosas y cardiología. Si bien la mayoría de estos hospitales especializados estaban en La Habana, tenían consultas externas en otras provincias para quienes no necesitaban hospitalización.

Además, por toda la isla estaban otros servicios médicos. Estaban los llamados dispensarios, que se dedicaban a trabajar con tratamientos especializados en enfermedades como lepra, tuberculosis o la pediatría. Eras servicios centrados en el diagnóstico y la prevención. Esto desmiente la narrativa comunista que ha dicho que ellos crearon la atención médica preventiva con los llamados Médicos de la Familia. Un programa que ha demostrado su ineficacia y hoy en completa decadencia. Los servicios médicos de los hospitales generales y los dispensarios eran completamente gratuitos para todas las personas.

A diferencia del sistema de salud castrista, el sistema de salud de la Cuba republicana era muy variado y completamente descentralizado. Y consistía en:

Servicios Médicos Públicos:

  1. Servicios financiados y administrados por el gobierno central a través del Ministerio de Salubridad y Asistencia Social
  2. Servicios financiados y administrados por gobiernos locales y regionales.
  3. Servicios gestionados por instituciones autónomas de carácter público: seguros sociales (en Cuba hubo seguro social primero que en Estados Unidos), hospitales de beneficencia, hospitales de escuelas de medicina oficiales.

Servicios Médicos Privados:

  1. Servicios financiados por los no beneficiarios: instituciones de caridad, hospitales de escuelas de medicina privadas, servicios médicos pagados por los empleadores.
  2. Servicios financiados por beneficiarios en forma de grupos que se dividían en: Instituciones no lucrativas (asociaciones mutualistas, como el Centro Gallego y el Centro Asturiano, y empresas de seguros no lucrativas) e instituciones lucrativas (servicios prestados en instituciones propias y compañías de seguro)
  3. Servicios financiados por los beneficiarios (hospitales privados, consultas médicas privadas, y la medicina no científica -curanderos)

Las fuerzas armadas y la policía nacional tenías sus propios hospitales completamente gratuitos para ellos y sus familiares.

Los centros penitenciarios, los centros de reeducación juvenil y las escuelas técnicas con alumnos internos, tenían sus propios servicios de atención médica.

Además, en Cuba existían, en 1958, unas 200 casas de socorro, que se dedicaban a prestar servicios de emergencia y que también ofrecían las vacunas que ofrecía el gobierno. Porque, contrario a lo que ha vendido el gobierno comunista, la vacunación en Cuba no comenzó con el castrismo, los niños, para asistir a la escuela, recibían vacunación contra enfermedades como el tétanos y la poliomielitis.

Los centrales azucareros, que se encontraban lejos de los grandes centros urbanos, tenían pequeños hospitales para prestarle servicio a sus trabajadores, que eran financiados por los empleadores.

Cuba fue uno de los primeros países latinoamericanos en contar con seguro social, y tenía uno de los porcentajes más altos de población cubiertos por el seguro social. En el caso de la atención médica, estaban cubiertos por el seguro social tres áreas: los accidentes de trabajo, las enfermedades derivadas de las profesiones que se ejercían y la maternidad. Sí, parir en Cuba no era un problema de salud. Las mujeres trabajadoras estaban protegidas por el seguro social. Y las esposas de los trabajadores también, tanto durante el embarazo como en el parto. Los empleadores tenían la obligación de asegurar a sus empleados. Y el trabajador escogía el médico y el hospital. Con el dinero de este seguro de maternidad se construyeron varios hospitales de maternidad en Cuba, y las mujeres que no tenían acceso a los hospitales, el seguro les pagaba los servicios del médico y la comadrona que atendía el parto.

La Liga contra el Cáncer y La Liga contra la Ceguera, eran instituciones autónomas que se financiaban con dinero del público a través de campañas, y también con dinero del gobierno central.

Los hogares de ancianos y los orfelinatos, manejados por religiosos, tenían sus propios servicios médicos de atención primaria.

Es importante destacar, que las instituciones mutualistas cubrían a todos los miembros de una unidad familiar, y brindaban amplios servicios médicos: visitas médicas a la casa (a diferencia de la era castrista, donde usted tenía que ir a un policlínico o al médico de la familia para recibir una atención médica limitadísima), suministro de medicinas, tratamiento de enfermedades mentales y de larga duración, atrayendo a personas en toda la nación, lo que llevó a la creación de delegaciones de estas mutualistas en los pueblos importantes del país. Y si el paciente necesitaba hospitalización, se llevaba a La Habana o algunas sedes en capitales de provincia.

Después de la creación del Colegio Médico Nacional, en 1945, muchos médicos crearon las cooperativas médicas, para competir con las mutualistas, y a precios muy bajos, porque las mutualistas ofrecían más y mejores servicios.

Contrario a lo que el castrismo ha publicitado, los hospitales privados dedicados a prestar servicios médicos individuales, al estilo de Estados Unidos, eran muy pocos.

Hay que destacar, sin embargo, que muchos de los más renombrados y prestigiosos médicos cubanos trabajaban en las instituciones médicas gratuitas, como era, por ejemplo, el hospital Calixto García, donde ejercían la inmensa mayoría de los mejores médicos de Cuba, y al mismo tiempo mantenían sus consultorios privados.

En 1958, la tasa de mortalidad en Cuba era de apenas 4,93 muertes por cada mil personas. Y la tasa de mortalidad infantil era de 33.7 muertes por cada mil nacidos.

Cuba era el país con la tasa de mortalidad más baja de toda América:

Cuba……......   4.93
Uruguay……   7.6
Canadá……..   7.9
Argentina…..   8.1
Nicaragua…..   8.4
Dominicana..    8.4
Bolivia……      8.6
Panamá……     8.8
Costa Rica…    9.0
Venezuela….    9.4
EEUU...........    9.5

En cuanto a la mortalidad infantil, se ubicaba en el tercer puesto, con 33,7, sólo superado por Estados Unidos con 26.9 y Canadá con 30.2. Para tener una idea de lo bien posicionada que estaba Cuba, el país que se ubicaba en 4 lugar era Panamá, con una tasa de mortalidad infantil de 57,2.

Cuba, en 1958, ocupaba el quinto lugar en cuanto al número de habitantes por médico. Había un médico por cada 998 habitantes, solo superaban a Cuba, Argentina, con 764, Estados Unidos, con 805, Uruguay, con 860 y Canadá, con 953.

Las estadísticas son demoledoras, en 1958 en Cuba existían 87 hospitales públicos y 250 privados, para un total de 347, además de 200 casas de socorro para primeros auxilios y consulta externa. La inmensa mayoría de esos hospitales se mantienen hoy en día en pie, a pesar del deterioro en que los tiene el castrismo, y algunos que el comunismo cubano sencillamente no pudo sostener en pie, como el magnifico Hospital Infantil del Vedado, que era, por demás, un espléndido edificio de arquitectura Art Deco.

Había en Cuba, en 1958, entre la salud pública y privada, una cama por cada 174 habitantes. Sólo en los hospitales públicos era de una cama por cada 294 habitantes. Los hospitales públicos tenían 21,141 camas y los privados otras 15,000 para un total de 36,141.

Una de las críticas del castrismo siempre ha estado basada en que la mayoría de los servicios médicos estaban concentrados en la capital, que por demás era el mayor núcleo urbano del país, pero lo que no dicen, es que el servicio de transporte en la isla era fabuloso por aire, por mar y por tierra, y los pacientes que necesitaban servicios especializados que no hallaban en sus ciudades capitales, eran trasladados con facilidad a La Habana.

Ciertamente, el sistema de salud de Cuba en 1958 estaba lejos de ser perfecto, afectado por la concentración de los servicios en los grandes centros urbanos, y porque estos servicios no alcanzaban a las zonas montañosas y remotas de la isla. Pero la salud en Cuba está muy lejos del estado calamitoso que vendió la propaganda castrista después de 1959.

La falacia de que los servicios médicos “fundamentalmente eran privados en Cuba”, se ha repetido hasta la saciedad, como propaganda que buscaba exaltar las bondades de la medicina castrista con relación al sistema de salud de la era republicana. Sin embargo, el resultado final, tras el demagógico discurso político, es un sistema de salud disfuncional y en ruinas, que se sostenía con los subsidios de la Unión Soviética. Una vez que se cayó el comunismo en Europa del Este, el sistema de salud cubano se derrumbó, porque era una estructura política y de propaganda, no una verdadera estructura médica sostenible, y que además, era, y es, gestionada con una gran ineficacia desde el estado autocrático.

La mayoría de los hospitales que hay hoy en día en Cuba, ya existían antes de 1959. En la actualidad, según el ministerio de Salud Pública, en Cuba existen 152 hospitales con 36 mil 718 camas, apenas 577 camas más que las 36,141, que existían en 1958. Si consideramos que la población de Cuba en 2021 era de 11 millones 260 mil habitantes, hay una cama por cada 306.6 habitantes. Comparada con la de una cama por cada 174 habitantes de 1958.

El sistema médico cubano ha estado enfocado en la masificación, en la graduación de médicos, con el propósito de usarlos como mano de obra esclava, exportándolos hacia otros países. Y para darles empleo en el país creó los ineficaces médicos de la familia: 11 mil 550. Estos servicios médicos eran mucho más eficaces antes de 1959, pues los servicios médicos cubanos ofrecían atención médica a domicilio.

Pero sin duda, lo que más afecta al sistema de salud cubano es la pésima calidad de las instalaciones, su equipamiento tecnológico atrasado, la falta de medicamentos, y el deterioro de la atención de especialistas y médicos en general.

ADN América
30 de marzo de 2023.
Foto: Hospital General Calixto García, Vedado, La Habana. Tomada de ADN América.