Debemos empezar por preguntarnos si en esta nueva Guerra Fría será igual de fácil echar mano del no alineamiento. No hay razones para confiar en que lo sea. Porque la realidad es más bien que lo ocurrido entre 1945 y 1989 ha sido bastante inusual en el contexto de relaciones internacionales, a través de la Historia.
Por ejemplo, antes de 1918 Europa se rigió por los mismos principios que ahora propone el Kremlin: por la idea de que la soberanía era un derecho solo de los fuertes, en razón de la naturaleza de las cosas, pero también en el del interés general en la estabilidad internacional, y que por tanto solo los grandes poderes tenían derecho a ser soberanos, mientras cualquier pequeña o poco poderosa unidad política, o incluso nacional, debía ser ocupada y luego absorbida —las pequeñas o poco poderosas unidades políticas o nacionales eran vistas solo como factores de inestabilidad.
En base a esa visión de las relaciones internacionales, entre las postrimerías del siglo XVIII y 1900 la mayoría de los pequeños estados europeos, y no pocas de sus naciones más atrasadas o menos poderosas, terminaron por ser absorbidos por un grupo de siete grandes potencias. El derecho a la independencia de los pequeños estados, o de las naciones poco poderosas o atrasadas, sólo fue respetado en el de aquellas trepadas en las montañas o hundidas en los pantanos, como Suiza o los Países Bajos, o en el de aquellas en que al varias potencias disputarse ese territorio, como Bélgica y Dinamarca, se prefirió dejarlas por su cuenta.
Por tanto, no, en el nuevo contexto de las relaciones internacionales que propone abiertamente Moscú, pero también Pekín, aunque con mucho más disimulo, el cual contexto por demás se apoya materialmente en la tendencia actual de la economía global a dividirse en grandes bloques independientes, no será igual de fácil definirse por el no alineamiento. Es improbable que los superpoderes actuales, núcleos de los bloques económicos en formación, pasen en lo inmediato más allá, hasta la eliminación de la independencia, o un masivo corrimiento de las fronteras, en primer lugar por el peso de las tradiciones de respeto a la soberanía nacional heredadas del siglo XX, pero sobre todo porque tanto Rusia, como China, son unidades étnicamente muy homogéneas, con un gran interés en mantenerse así –lo cual no podrían conservar de comenzar a absorber territorialmente a otras naciones y etnias.
Sin embargo, dentro de sus áreas de influencia, o de lo que consideren como tal, las cuales áreas ahora incluirán a todo el planeta, ni esos superpoderes, ni los Estados Unidos, serán tan permisivos como lo fueron las superpotencias de la Guerra Fría anterior. Estados como Brasil, o la India, sin duda conseguirán mantener un alto grado de independencia, política y económica, pero ese no será el caso de los pequeños, como Cuba, Bielorrusia, o Birmania, justo junto a los actuales superpoderes.
Hay que acabar de entender que la anterior Guerra Fría se desarrolló en un contexto muy ideológico, en que los dos grandes centros de poder admitían los principios de convivencia internacional de Woodrow Wilson: la inviolabilidad de las fronteras, y al menos en teoría la soberanía e independencia de los estados dentro de ellas. En un final eran, más que dos estados en lucha por el poder global, dos concepciones de la sociedad y la economía que se disputaban entre sí el corazón y la voluntad de todos los humanos, a quienes por lo tanto se les debía permitir cierta capacidad de decisión a nivel nacional.
Si bien esto último no era tan así, y los golpes de estado preparados por la CIA o el KGB abundaron entre 1945 y 1989, e incluso las intervenciones militares abiertas —aunque siempre para apoyar a un sector de la población local, real, creado o supuesto, que compartía visión ideológica con el interventor—, en comparación las diferencias con el nuevo contexto de la segunda Guerra Fría sí son importantes. Ahora hablamos de la vuelta al realismo político en las relaciones internacionales, y del abandono del idealismo en ellas.
Del retorno de la vieja política anterior al principio de soberanía de las naciones, aquella en que simplemente se interviene de manera directa en base a un interés nacional que no se disfraza tras declaraciones idealistas. Del retorno al derecho de la fuerza, sin necesidad de fingimientos. Porque repito, lo que proponen los actuales retadores de la hegemonía de los Estados Unidos, o incluso un sector muy importante dentro de la propia política americana, es no otra cosa que un acuerdo de división del mundo entre los fuertes, en el cual la opinión de los menos fuertes no importa. Y en ese contexto pensar que se puede echar mano del no alineamiento, al menos por aquellos estados que de manera evidente quedamos muy adentro del área estratégica de cada uno de los grandes súperpoderes, o en los puntos clave del planeta, no es más que un sueño.
En todo caso que Cuba consiga o no adoptar una política de no alineamiento dependerá de la buena voluntad de los Estados Unidos, y de su determinación a mantenerse comprometidos con los principios internacionales de Woodrow Wilson. Si los Estados Unidos aceptaran finalmente la idea de las zonas de influencia, dentro de las cuales el interés de estabilidad global dicta la necesidad de que los pequeños estados y naciones al interior de las mismas se subordinen a la superpotencia respectiva, la independencia de Cuba para mantener una política de no alineamiento no será en todo caso más que una fantasía.
Pero incluso si los Estados Unidos no cedieran por completo, se resistieran ante las tendencias de la época y optaran por mantener su actual posición ideológica de campeones globales de la Democracia, la cercanía a ellos de Cuba, geográfica pero también demográfica, porque un crecido por porcentaje de la sociedad cubana transnacional vive allí, la actitud y la filosofía de sus contendientes globales… todo, en fin, los obliga a no permitirse una República de Cuba que no se declare su aliada en la defensa de esos mismos principios y valores de la política exterior —los principios y valores en base a los cuales podría soñar con no alinearse. Con lo que no, ni tan siquiera ese caso a Cuba le cabría optar por el No Alineamiento.
La realidad es que a Cuba solo le cabe alinearse a los Estados Unidos, e incluso no quedarse en un simple alineamiento diplomático, sino en buscar acercarse a ellos económica o políticamente todo lo que la propia política americana lo permita. Insistir en empujar a Cuba en dirección contraria es condenar a la población cubana a sacrificar los niveles de vida que podría alcanzar, para que una minúscula élite, que no compartirá el sacrificio, consiga satisfacer sus ansias de poder, y de estatus internacional –los guías de una proeza numantina.
Como hemos visto, incluso en caso de que los Estados Unidos se dejaran arrastrar por la concepción política internacional de quienes los desafían, a Cuba no le queda otra solución que alinearse a ellos. Porque en caso de que los tres grandes coincidieran en la misma visión imperialista, de áreas de influencia, esas otras opciones presentadas por Roberto M. Yepe en On Cuba News en inglés, existen menos que nunca: ni alinearse a Rusia y China, ni mantenerse a distancia de cualquiera de los grandes súper poderes globales —hasta aquí hemos hablado de tres, pero no hay que descartar que ese número llegue a los cuatro, si la India termina por acercarse a los Estados Unidos.
A menos que alguno de los nuevos polos de poder global abandonara el nacionalismo para pasarse a una ideología universalista, a la manera de la desaparecida Unión Soviética, Cuba no podrá escapar de la realidad, más que a costa de las vidas de su gente de a pie. De esos, que a pesar de poner todos los sacrificios, nunca saldrán en la foto con que se ilustra el heroísmo numantino del pueblo cubano ante el Imperio más poderoso de la Historia.
Que la tendencia de Cuba es alinearse a los Estados Unidos, el mismo Yepe lo comprende, como hemos mencionado más arriba. Lo admite al reconocer que esa tendencia es tan fuerte como para que exista la posibilidad de que el mismo régimen, tras la desaparición de los últimos remanentes de la generación histórica, se deje arrastrar por ella. De hecho, que Yepe escoja situar de primera en su lista la opción de alinearse a los Estados Unidos puede entenderse como una manera de presentar a las otras como las posibilidades que podrían salvarnos de esa, tan poco querida.
El asunto es que aun cuando se admita esa tendencia real, desde la posición de Yepe no se puede avanzar más allá. Para ello habría que admitir la necesidad de eliminar al actual régimen cubano, o de cambios al mismo que en definitiva implicarían su destrucción, y eso, desde dentro de él, es pedir demasiado. Porque es ese régimen, o por lo menos lo que aún queda de su dirección histórica, lo único que evita que la tendencia a acercarnos a los Estados Unidos se cumpla. Lo cual, si miramos a nuestro alrededor, en lo profundo de la Isla, el régimen nacional-castrista solo lo logra al costo de empobrecer y despoblar cada vez más a la sociedad cubana.
José Gabriel Barrenechea
Cubaencuentro, 6 de junio de 2023.
Foto: Mansión que también forma parte del Ministerio de Relaciones Exteriores, en la barriada habanera del Vedado. Tomada de Diario de Cuba.