viernes, 31 de enero de 2014

Glorias deportivas en el olvido


Todavía Javier Méndez, el elegante jardinero central del equipo Industriales, espera que las autoridades deportivas le hagan un retiro oficial. Y créanme que no ha sido una omisión involuntaria.

A grandes estrellas del béisbol local al estilo de Lázaro Vargas, Omar Linares o Germán Mesa, tras diez años de retiro, no se les ha tributado una despedida por todo lo alto como su afición desea.

Si esto sucede en el deporte nacional, qué podemos esperar de otras disciplinas. Mientras luminarias como Mireya Luis, Javier Sotomayor o Raúl Diago regentean paladares de calibre, y otros se casan con extranjeros para vivir en un limbo rosa entre dos mundos, la mayor parte de los héroes deportivos cubanos viven en el olvido.

En determinadas fechas, un comentarista deportivo los trae a colación. O el periodista televisivo Aurelio Prieto les hace una entrevista en su programa sobre glorias deportivas, donde casi todos se quejan del trato incorrecto de las autoridades tras su jubilación.

Aquellos deportistas profesionales o amateurs que decidieron quedarse a vivir en su patria después de que Fidel Castro se hiciera con el poder a punta de carabina, la pasan aún peor.

Quizás ha sido Yasel Porto el único reportero oficial que ha dedicado tiempo para divulgar sus hazañas deportivas en la radio y televisión. La amnesia del régimen con quienes brillaron en el deporte no fuera tan preocupante, si no observáramos la indigencia en que viven algunos atletas retirados.

La vida útil de un deportista es corta. En muchas disciplinas, como la gimnasia rítmica o artística, a los 30 años eres un anciano. En otros deportes, gracias a los avances científico-técnicos, y por qué no, utilizando novedosas formas de dopaje, se puede llegar a competir pasado los 40.

En especialidades como el golf o la más longeva de todas, la equitación, hay competidores de hasta 70 años. Pero en Cuba, excepto los hijos de la exclusiva burguesía verde olivo, esos deportes apenas se practican.

Por orden de Fidel Castro, todas las luminarias deportivas cubanas compitieron de manera aficionada. Por tanto, no tienen cuentas en el banco y deben sobrevivir con un miserable retiro.

Algunos se buscan unos pesos extras vendiendo aguacates. La mayoría intenta gestionar una colaboración como entrenador en el extranjero. Conozco casos de basquetbolistas habaneros que son contratados como porteros o personal de seguridad en instalaciones hoteleras.

Y se dé un amigo que brilló en la liga nacional de baloncesto que ahora es guardaespaldas de un millonario ruso. Ellos han tenido suerte. Pues un doble campeón olímpico como Héctor Vinent anda atrapado en el flagelo de las drogas.

A un boxeador formidable, tres veces campeón olímpico, Teófilo Stevenson, el alcohol le aceleró la muerte. Nunca quiso el recio pegador tunero aceptar un cheque en blanco y pelear en el pugilismo rentado.

Por decreto estatal, debía boxear para su pueblo. Stevenson escogió ese camino. Fue su decisión. Antes que Dios se lo llevara, andaba en su antiguo auto ruso abollado y vestido con una guayabera blanca que combinaba fatal con sus zapatones chapuceros. Por un trago de ron al strike, te contaba anécdotas sobre aquel posible combate con Mohamed Alí que nunca se llegó a dar.

Según las nuevas regulaciones del régimen -un intento por insertar a Cuba en el deporte profesional moderno, que es ante todo de clubes-, es probable que los deportistas, pensando en su futuro, puedan ahorrar dinero.

Entonces cabría preguntarse, si valió la pena que glorias como Teófilo Stevenson renunciaran a un salario millonario por cuestión de ideología.

Iván García
Video: Jugadas de Germán Mesa, uno de los mejores torpederos que ha tenido el béisbol cubano.

miércoles, 29 de enero de 2014

Religión a la carta


Ana Rosa, ingeniera, 46 años, dice que ella es seguidora del Dios auténtico. Evangelista desde hace una década, asegura adorar a Jesús, el mismo que venera la iglesia católica, pero con una interpretación diferente.

Para ella, el catolicismo es un fraude. Y el Papa, un aderezo de mercadotecnia. Más o menos parecido piensa Miguel, un ferviente protestante que reside en la barriada habanera de Lawton.

“La iglesia de Roma ha prostituido el discurso del Señor”, afirma de manera tajante. También Eliecer, un gerente de éxito, cree en Dios a medias.

Es el típico caso de sincretismo religioso. Mitad religión yoruba e idolatría hacia los orishas de los ancestros africanos. Mitad lector de la Biblia y un tímido respeto por los santos y las tradiciones católicas. Aunque Eliecer no aprueba la gestión del Cardenal Jaime Ortega. “En quince años, dos Papas han visitado Cuba. La iglesia católica no ha tenido la decencia de reunirse con personas que practican otros cultos, sobre todo los afrocubanos”, dice sentado en un parque.

Sin embargo, y pese a la incredulidad de Ana Rosa, Miguel y Eliecer, muchas cosas han cambiado en el último año. A todas las confesiones religiosas, el Estado presidido por Raúl Castro les ha permitido abrir una sede.

En la céntrica y sucia Calzada 10 de Octubre esquina Acosta, existía un derruido cascarón que con paciencia y trabajo duro los seguidores de una secta evangelista transformaron en un templo. También, como muestra de la mejoría notable de las relaciones del gobierno con diferentes religiones, se les permitió abrir un café particular las 24 horas del día.

Ha llovido mucho desde que en enero de 1959 un enfadado Fidel Castro arremetió contra sacerdotes y monjas, la mayoría de nacionalidad española. Jóvenes cubanos cristianos fueron los primeros disidentes que se opusieron al autoritarismo y conversión marxista de la revolución.

La cruzada personal del barbudo fue furiosa. El propio cardenal Manuel Arteaga Betancourt, debido a la represión, se vio obligado a refugiarse en la Embajada de Argentina primero y después en la sede de la Nunciatura Apostólica, en 1961-62. Un año más tarde, el 20 de marzo de 1963, falleció.

Durante esa etapa de ofensivas y nacionalizaciones a granel, planes económicos descabellados y utopías de formar un hombre nuevo, que peleara como una perfecta máquina de matar gringos en cualquier sitio del planeta, el régimen de Castro confiscó cientos de propiedades pertenecientes a la iglesia católica.

El asedio oficial provocó que los templos se vaciaran. Era casi un sacrilegio adorar a Jesús. Las imágenes del Sagrado Corazón se escondieron en un cuarto de desahogo y se sustituyeron por fotos de Fidel Castro. Pero la travesía revolucionaria del comandante sufrió una tormenta. En su intento de subvertir el statu quo en América Latina, los servicios especiales percibieron el alto grado de catolicismo existente en el continente.

No se podía separar a Dios de los cambios sociales. Tanto el brasileño Leonardo Boff, figura destacada de la Teología de la Liberación en Brasil, como el padre Camilo Torres en Colombia o el guerrillero salvadoreño Roque Dalton, dormían con la Biblia, un libro de Carlos Marx y al lado un rosario.

Por oportunismo ideológico, Castro mejoró la relaciones Iglesia-Estado en los 90. Sus extensas conversaciones con Frei Betto fueron publicadas en un libro impensable en 1959: Fidel y la religión. Cuando el Muro de Berlín se cayó, en 1989, ya los cubanos habían vuelto a abrazar la fe. Cada cual se acogía a la religión que le apetecía.

La santería floreció. Tanto, que a día de hoy, es casi una industria. El ñañiguismo y la masonería crecieron en flecha. Igual que otras denominaciones.

Se necesitaban templos. Y el gobierno de Raúl Castro dio luz verde para que los beatos edificaran sus santuarios. La iglesia católica conservó sus ermitas. Es cierto que en los primeros 30 años de revolución daban misa a sala vacía. Pero nunca dejaron de hacer sus celebraciones.

El nuevo trato con el régimen permitió tejer una relación de confianza que los catapultó a convertirse en mediadores de un conflicto político, a raíz de la muerte del opositor pacifico Orlando Zapata Tamayo, el 23 de febrero de 2010, tras 82 días de huelga de hambre.

Fue el diálogo a tres bandas entre el cardenal Ortega, Castro II y el canciller español Moratinos, el que propició la liberación de 75 disidentes en el verano de 2010. Apartir de esa fecha, la influencia de la iglesia ha ido en aumento.

El otrora Seminario de San Carlos, a tiro de piedra de la Bahía de La Habana, es el único sitio donde se desarrollan diálogos respetuosos y se habla de una futura Cuba democrática, con la participación de académicos, intelectuales y disidentes de diferentes tendencias. Sin el acoso de la policía política.

La autorización de Raúl Castro a ceder bienes expropiados a la iglesia católica, está en esa cuerda de buenas vibraciones que viene sosteniendo el gobierno con el clero hace poco más de 15 años.

En general, la población aprueba las devoluciones de antiguos colegios y conventos. Y algunos piensan que la antigua Villa Marista, hoy sede del Departamento de Seguridad del Estado, debía ser desmantelada y devuelta a sus verdaderos dueños.

La gente espera más. Desearía que a la vuelta de unos años, la iglesia católica tenga una mayor participación en la salud pública y la educación. De hecho, ya Caritas-Cuba presta ayuda social a cientos de ciudadanos de escasos recursos económicos.

El buen rollo entre la iglesia y los autócratas cubanos debiese trasladarlo el Cardenal Ortega a intentar un diálogo con las múltiples denominaciones religiosas existentes en todo el país. Si en 1959 un 70% de la población practicaba el catolicismo, en 2004, según datos de la revista Newsweek, solo 150 mil personas acudían con regularidad a misa.

El sincretismo religioso es profuso en la isla. Muchos creen en Dios, pero no todos asisten a la misma iglesia.

Iván García
Foto: Lázaro Yuri Valle Roca. Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, en la Habana Vieja, el 24 de septiembre de 2013. Una joven le enciende una vela a Obatalá, como en la religión yoruba le llaman a la Virgen de las Mercedes.

lunes, 27 de enero de 2014

Jineteras de arrabal


Mientras la ministra cubana de Justicia María Esther Reus ante un puñado de reporteros extranjeros presentaba un informe de 2012, sobre el enfrentamiento jurídico y penal en Cuba a la trata de personas y otras formas de abuso sexual, Gisela, camarera de un café estatal que alterna su trabajo con la prostitución, llamaba desde el móvil a dos amigas para puntualizar un encuentro sexual.

Esa noche, Gisela y otras dos jineteras de un barrio marginal al sur de La Habana, acordaron realizar un cuadro lésbico a tres clientes. Cada una ganaría 15 pesos convertibles.

“Lo vengo haciendo desde que tengo 15 años. Intento escoger los clientes adecuados. Tipos que viven de negocios en el mercado negro, funcionarios que laboran en el sector de las divisas, dependientes de agromercados, trabajadores por cuenta propia y faranduleros o reguetoneros de éxito que viven de fiesta en fiesta, halando polvo y haciendo sexo”, cuenta Gisela, quien no se considera una jinetera de tiempo completo.

Invisibilizar el fenómeno de la prostitución en Cuba es una irresponsabilidad. Banalizarlo, al estilo de Fidel Castro que contaba casi como un chiste que las prostitutas cubanas eran las más cultas del mundo, es simplemente ocultar un flagelo social del cual jamás se podrá trazar una estrategia correcta, mientras la autocracia verde olivo barra la basura para debajo de la alfombra.

La prostitución en la isla es sui generis. Las jineteras no solo practican sexo a cambio de dinero. Algunas lo hacen en pos de una visa al extranjero. Otras desean casarse y formar una familia, pero fuera de su país. La crisis económica, el agobio ideológico, la falta de futuro y pérdida de valores las lleva a prostituirse en busca de su sueño dorado, emigrar.

Pregúntele a cualquier chica que jinetea en Cuba cuál es su aspiración. Mientras hay una élite de prostitutas bonitas, instruidas que dominan hasta dos idiomas y solo se acuestan con turistas foráneos, por los barrios marginales de la capital y provincias, se expanden negocios sexuales que trafican con las penurias materiales y un sinfín de problemas familiares.

A ese último grupo pertenece Gisela. Su vida es un buen expediente para un siquiatra. Un círculo vicioso de familias rotas, parientes que abusaron sexualmente de ellas y un entorno donde no falta el ron casero y la marihuana criolla.

No saben o no quieren cambiar. Acostarse con cinco hombres en un día, drogarse y beber hasta que salga el sol, es algo que a casi todas les gusta. Por una sencilla razón. Es la manera que conocen para poder ir a discotecas de moda, comer en buenas paladares y ganar moneda dura. La mayoría de las jineteras de arrabal tienen hijos siendo aún adolescentes.

María Esther Reus, la señora ministra de Justicia, puede alegar que es un fenómeno a la baja. No dispongo de las estadísticas que ella maneja. Pero estoy a diario en la calle.

Y percibo como la prostitución, lejos de disminuir, aumenta en diversas variantes. Ya no solo es un segmento de jóvenes a la caza de turistas. No. Ahora mismo, decenas de chicas pobres arriban a la capital en tren desde cualquier rincón de la isla, como si La Habana fuese su Eldorado.

Practican sexo por 5 cuc. O menos. También hay madres solteras que discretamente se prostituyen a cambio de un kilo de carne de cerdo o una reparación en su casa. Unas y otras, dañan toman grandes cantidades de ron o cerveza de baja calidad, solo para alejar el fantasma de un futuro entre signos de interrogación.

Desde hace tiempo, ha ido creciendo la prostitución de gays, lesbianas y travestis. Y de bisexuales, quienes esculpen su físico en gimnasios particulares. No hay una estructura organizada de la prostitución en Cuba.

Es cierto que no existen mafias como las rusas o rumanas, que en la Europa desarrollada introducen chicas de las ex naciones comunistas. Pero en Cuba, muchas jineteras trabajan para proxenetas violentos. Y lo que es peor, no pocas veces sus padres las empujan a prostituirse.

Si usted se aleja del Vedado o Miramar, verá que estas muchachas de los barrios marginales no visten con ropa de marca, no hablan inglés y no se preocupan en cuidar su físico.

Están allí, jineteando por unos pocos pesos. Olvidadas de todos. Hasta del Estado.

Iván García
Foto: Tomada de Confesiones de una jinetera.

viernes, 24 de enero de 2014

El hombre nuevo devora al hombre nuevo


Un tipo consagrado al trabajo. Obediente y presto a cumplir cualquier orden de sus superiores sin chistar. Poco dado a las farras y el alcohol.

La génesis del hombre nuevo cubano era odiar al enemigo, al imperialismo yanqui. Debía ser, al decir de Ernesto Guevara, una perfecta máquina de matar. Escuchar a Mozart o leer a John Locke era un rezago pequeño burgués.

Usted puede pensar que la disparatada teoría de intentar moldear el individualismo, sus egos y el alma compleja del ser humano es una exageración o una fantasía del periodista.

Pero fue cierto. Se intentó en Cuba. Fidel Castro y sus camaradas, inmaduros y utópicos, embriagados después del triunfo en una guerra de guerrillas, donde 300 barbudos derrotaron a un ejército regular de 8 mil efectivos, se creían capaz de diseñar un arquetipo de hombre que prefiriera trabajar horas extras sin remuneración y no moviera los pies al compás de una rumba.

El reto sonaba a disparate. Ni genetistas, ingenieros sociales y políticos cuerdos lo habían intentado. Aunque se conocían ciertas experiencias.

Mediante el terror, la Alemania de Hitler y el forzoso experimento ideológico en Rusia, lograron la obediencia colectiva al régimen. Mussolini en Italia disminuyó la delincuencia y arrinconó a la mafia.

Stalin logró que los pioneros delataran a sus padres. Y el Führer eliminó del censo a los judíos, gitanos y enanos. Evidencias de que la transformación humana solo es posible mediante la coacción y el miedo.

He sido testigo del fatal ensayo, donde lo más importante era la lealtad a Fidel antes que a tu familia. Por ello me pregunto por qué 54 años después, Raúl Castro se asombra de la indolencia y la vagancia, de los borrachos en las calles, de las groserías cotidianas, de la gente que cría cerdos en su apartamento o escuchan reguetón a todo volumen.

La generalizada indisciplina social, pérdida de valores y falta de educación es un producto tangible de la revolución verde olivo.

Esas generaciones de cubanos nacidas después de 1959, que no dicen buenos días cuando abordan un taxi, delatan al vecino por envidia, participan en linchamientos verbales y golpizas a los disidentes y se roban lo que pueden en sus puestos de trabajo, es el resultado del intento de amasar y crear un hombre diferente.

Somos una especie de Frankenstein. Cuando uno conversa con amigos extranjeros, aquéllos que vienen a Cuba no a tomar mojitos o acostarse con mulatas, su primera preocupación es la devaluación moral del cubano de hoy.

Todo lo demás se puede reparar. Cuando hayamos dejado atrás esta larga travesía por el desierto y el manicomio ideológico sea algo testimonial, Cuba recuperará sus encantos arquitectónicos, probablemente la economía despegará, la comida no será un lujo, habrá diferentes partidos políticos, el 20 de mayo volverá a ser el día de nuestra independencia y cada 4 o 6 años elegiremos a un presidente.

Pero recuperar civismo y valores perdidos llevará tiempo. Demasiado quizás. El perfil de muchos cubanos en este siglo 21 no es halagüeño. Mentirosos, hipócritas, irrespetuosos, oportunistas, expertos en bajezas humanas y hábiles para trepar dentro del status social pisoteando cadáveres frescos.

El régimen implantó en la sociedad el colectivismo y la adoración a un líder. Durante un tiempo, escribir una carta a un pariente o amigo en Estados Unidos fue un delito. O escuchar a los Beatles o vestirse con un Levi’s 501.

Decir señor en vez de compañero te encasillaba como un pichón de contrarrevolucionario. El odio enfermizo y retorcido del régimen a los que pensaban diferente, convocó a una multitud enardecida a tirarles huevos y arrastrar por la calle a los cubanos que decidieron abandonar su patria en 1980 por el puerto del Mariel.

La insolvencia económica y el mal gobierno han obligado a los hermanos de Birán a trazar piruetas ideológicas y camuflar su radicalismo y ojeriza al exiliado con tal de mantenerse en el poder.

Fidel Castro quería cubanos que supieran tirar, y tiraran bien, con un fusil AKM. Pues bueno, eso es lo que tiene.

Iván García
Foto: Juan Antonio Madrazo. Escena común en La Habana actual, una ciudad que en los años 40 y 50 figuraba entre las más cosmopolitas del continente americano.

miércoles, 22 de enero de 2014

No quiero cargar con espejismos


Si no fuese absurdo envidiar la ignorancia, la candidez extrema o lo que es peor, el intento cómplice de manipular y desinformar, quisiera llenarme del optimismo que respecto a la actualidad cubana muestran muchos corresponsales extranjeros acreditados en La Habana.

Quisiera, como ellos, poder escribir historias de cuentapropistas exitosos, de prósperos dueños de paladares con muchas mesas y anécdotas de famosos que han sido sus comensales; de cubanos que pasan sus vacaciones en Varadero; de compatriotas que viran al revés el curso de las remesas y mantienen a sus familiares en Miami o Madrid; de cooperativistas y arrendatarios que le ganan la pelea al marabú y a los burócratas del Ministerio de Agricultura; de dirigentes que cambian de mentalidad, de intelectuales que empujan para levantar el techo de la censura, de periodistas oficialistas que se destraban las lenguas y empiezan a llamar a los males de nuestra sociedad por su nombre y se atreven a señalar hacia donde recaen las responsabilidades.

Pero no puedo. Las historias que conozco son las de carretilleros que para vender viandas y frutas tienen que moverse por los barrios sin parar, como derviches giratorios; de propietarios de timbiriches agobiados por regulaciones absurdas, multas e inspectores chantajistas y que están a punto de devolver sus licencias, porque la ganancia apenas le da para tirar a diario; de ancianos menesterosos que sueñan con la muerte; de borrachos con el hígado cocinado por un alcohol que lo mismo puede ser de madera que de reverbero, qué más da; de gentes que decían estar dispuestas a dar la vida por la revolución y que hoy no quieren dar su brazo a torcer y reconocer que no sirvieron de nada sus sacrificios; de corruptos y demagogos que no cambian de mentalidad, qué van a hacerlo, sino que mudan la piel según las circunstancias, como los camaleones; de padres que tienen que cerrar los ojos y tragar en seco para aceptar que su hija adolescente putea para poder tener lo que ellos no pueden darle; de hombres que trabajaron duro todas sus vidas, que no saben hacer otra cosa que trabajar, y que tuvieron que aprender a robar al estado porque lo que les pagan no les alcanza para malcomer; de muchachos que pudieron tener otra vida, pero que luego de pasar por las cárceles porque les aplicaron la ley de peligrosidad social porque no tenían empleo porque no lo había o porque al jefe de sector de la policía le vino en ganas aplicársela, porque el “chiquito ese” le caía mal, ya no tienen otro camino que la delincuencia; de policías abusadores que parecen chulos; de las parejas que no quieren tener hijos “hasta que esto mejore”; de los derrumbes, la peste en las calles llenas de baches, basura y agua sucia; las enfermedades que las autoridades se niegan a aceptar; de los hospitales que dan grima; del vacío en la mirada de los que nada esperan; de las familias fracturadas, que prefieren las remesas y la pacotilla por encima de la separación; de los jóvenes que solo aspiran a huir de su país; de las Damas de Blanco reprimidas, de las largas condenas de prisión que les quieren imponer a Sonia Garro y Ramón Muñoz por acusaciones ridículas que todos sabemos que están movidas por un afán de venganza enfermizo contra dos opositores que no transan y que para colmo, son negros…

Cuba dice, que ahora es una sección del NTV, me dice mucho menos de lo que ya sabemos. Y a casi todos los cubanos les pasa lo mismo, pero prefieren creer en espejismos. Para no reventar. Poco aporta que la gente haga catarsis si sabe que no van a haber soluciones, porque no puede haberlas, al menos así, a la manera de los autores del desastre.

No quiero cargar con espejismos. Discúlpenme si resulto un aguafiestas para los que quieren llenarse de optimismo con ciertos reportes de la prensa extranjera acreditada en la Habana. Con no leerme tienen suficiente. ¡Qué se le va a hacer!

Luis Cino
Blog Círculo Cínico, 9 de octubre de 2013.
Foto: Juan Antonio Madrazo. Uno de los tantos vagabundos y borrachos que hoy se encuentran por los portales de Galiano, antes de 1959 la calle más chic y comercial de La Habana.

lunes, 20 de enero de 2014

Pobre Nueva York



En medio de un descalabro mundial de la izquierda nunca antes visto -pues ya sabemos que en España apenas existe la izquierda desde que Zapatero hundió al país, por otro lado en Francia ningún otro presidente anterior a François Hollande había registrado índices de fracaso tan vergonzosos, en Italia ni se habla de los militantes, y en Estados Unidos, Barack Obama barre con el bajísimo nivel de popularidad el suelo del cuarto de los trastos, y así por el estilo en el resto del mundo-, en New York, sin embargo, ha ganado la alcaldía un tipo que se dice demócrata llamado Bill de Blasio.

Parece el nombre de un cantante populachero de esos de los años setenta, como Lupita de Alesio, o algo por el estilo, que me perdone Lupita.

Pues Che de Blasio, el camarada, como lo llaman sus amigos y miembros de su partido político, pasó su luna de miel en Cuba al casarse con la "poetisa negra", tal como la denomina la prensa en un alarde antirracial que más racista no puede ser, Chirlaine McCray.

El alarde antirracial lo ha encabezado el mismo recién estrenado alcalde, que no ha vacilado en airear a su mujer negra y a sus hijos "mestizos", tal como los clasificó la televisión francesa ayer, al mostrar imágenes de De Blasio luciendo no a la mujer que ama, o sea a su compañera sentimental y esposa, sino a la "negra intelectual" con la que se casó y con la que tuvo hijos nada más y nada menos que mulatos, ¡oh, novedad!. Como si fueran los primeros “mulatos” de Nueva York, como si el Bronx, Harlem y hasta la Quinta Avenida no hubiesen sido descubiertos hasta hoy.

En fin, que se comenta que ha ganado un demócrata, un liberal, etc, y todos esos epítetos politiqueros para engañar, enmascarar la evidencia de lo contrario. Este señor que pasa su luna de miel en Cuba con su rabiosa "poetisa negra" comunista no es un demócrata, no, es un colaborador del castrismo y un comunista, al igual que su mujer, exmiembro de las Panteras Negras, exlesbiana vociferante de los grupos gays y feministas.

Y ha ganado porque ha sido votado también por una gran cantidad de inmigrantes que, cómo iba a ser de otro modo, ya le presentaron la lista de sus "diez deseos". Estos inmigrantes, por cierto, son bastante curiosos, esa lista de "diez deseos" jamás la presentan en sus respectivos países cuando todavía se encuentran en ellos, ni intentan cambiar las leyes migratorias de sus países tal como lo intentan hacer en Estados Unidos, y para colmo, en lugar de aportar alguna utilidad se la pasan pidiendo con las guitarritas entonándoles el cerebro, viven de las ayudas y las becas, rara vez de su trabajo.

Pero a estos inmigrantes el nuevo alcalde no los lució en su campaña, ni tampoco el presidente votado en dos ocasiones. Los usan, eso sí, y los dejan tirados como papel higiénico cuando ya les arrebataron el voto. Pero estos inmigrantes, desde luego, son tan brillantes que siguen votando a la izquierda con la esperanza guindada del cortinaje de una ranchera. ¡Allá ellos!

Bill de Blasio, cuyo verdadero nombre es Warren Wilheim Jr., de ascendencia alemana por parte de padre e italiana del lado materno, es, quién se atreve a dudarlo, un admirador de Fidel Castro, y un sandinista adorador de la musulmanería. Sus votantes son, de hecho, una gran cantidad de musulmanes antisemitas, y también, ¡cómo que no!, los judíos neoyorquinos, siempre tan devotos del sacrificio.

No hay más que verlo aquí. El mulá De Blasio ya declaró que hará de la ciudad de Nueva York un "paraíso igual para todos" y la pondrá en un "rumbo absolutamente progresista". Léase igualitario, o mejor, totalitario; y es que ese discurso ya lo oímos los cubanos. Por cierto, prepárense para que la Gran Manzana desborde de espías castristas (más de los que ya hay), y de hombres nuevos de ultramegadiseño raulista. Eso es lo que trajo el barco.

Zoé Valdés
Libertad Digital, 6 de noviembre de 2013.

viernes, 17 de enero de 2014

El mercado agrícola de la calle 114



Justo a las 4 de la mañana, Alcides, dueño de una cafetería particular en el municipio Diez de Octubre, luego de ahuyentar la modorra con una taza de café fuerte, en su Moskovich se dirige a un sitio a tiro de piedra de la universidad técnica José Antonio Echevarría, en Marianao.

Alcides pretende comprar al por mayor frutas, hortalizas y viandas para su cafetería. Es el ‘mercado de la calle 114’, como es conocido. Una plaza al aire libre, polvorienta y espontánea, donde largas filas de camiones desbordados de productos agrícolas ofertan su mercancía.

Surgida a finales de 2010, tras la ampliación del trabajo por cuenta propia dictada por el General Raúl Castro y la flexibilización de ciertas normas que rigen el sector agrícola privado, este mercado mayorista ha ido creciendo en popularidad, gracias a las hortalizas, viandas y frutas frescas que se venden según la oferta y demanda.

Aquí el comprador puede regatear los precios directamente con el vendedor. Ahora mismo, Alcides se pone las manos en la cabeza, mientras trata de negociar con un camionero que intenta venderle tomates, piñas y jugo de naranja concentrado, cuyos precios considera muy caros.

“Mira -le dice al camionero- yo cada tres días te puedo comprar cien libras de frutas y viandas. Hagamos un trato. Te garantizo que junto con otros dueños de paladares y cafeterías que conozco, podemos comprarte los dos camiones de productos agrícolas que tu traes”.

El camionero, con cara de sueño (estuvo casi 9 horas de viaje desde Ciego de Ávila) llega a un acuerdo y reajustan los precios. Con un grito despierta a dos ayudantes que duermen en el techo del camión, para que le ayuden a descargar.

En el trato no hizo falta notario ni firmar un contrato de varias hojas. En este lugar, todavía la palabra de un hombre es suficiente para negociar.

La mercancía procede de provincias a cientos de kilómetros de La Habana y es transportada por los propios campesinos o cooperativistas, y hay intermediarios que compran miles de kilogramos, para revenderlos al por mayor en la capital.

Los dueños de pequeños negocios gastronómicos van personalmente, como el caso de Alcides, o envían a un comprador que les garantice la adquisición de vegetales y frutas de estación.

También carretilleros por los barrios habaneros adquieren productos agrícolas en el mercado de la calle 114. Tomás es uno de ellos. Mientras escoge malangas y boniatos dice: “Vengo desde hace dos años. Compro mercancía de calidad, que luego revendo en una carretilla que tengo en el Vedado. Casi de todo se puede adquirir”.

Lo dice porque no todo lo ofertado sale de la tierra. Hay cosas que se negocian por debajo de la mesa. Es el caso de manzanas, peras y jugos concentrados. A un chofer que parsimoniosamente fuma un tabaco torcido, le pregunto cuál es su procedencia. “De donde sale todo lo que se vende en el mercado negro. Del puerto, de los almacenes, de las fábricas, en fin, de lo que se cae del camión”, me responde.

Vecinos de barriadas aledañas se llegan al amplio mercado improvisado y a mejor precio adquieren viandas y vegetales que consumirán en la cena. Otros vienen de zonas distantes como Guanabo. “Es que aquí se compra mucho más barato que en los mercados de la ciudad. Llego temprano, regateo y además de comprar para mi casa, me voy con varios kilos extras que luego revendo. Lo mío es que la comida de mi familia me salga gratis”, confiesa el señor con una sonrisa.

Hora y media después, Alcides se marcha con el auto repleto de viandas, hortalizas y frutas. El viejo Moskovich se resiste arrancar. Las gomas pegadas al piso son una señal del exceso de carga. Un grupo de personas lo ayudan a empujar el carro. “Oye, esto pesa más que un tanque de guerra”, le dicen. Cuando el auto se pone en marcha, Alcides les da las gracias.

“Maté dos pájaros de un tiro. Trabé un buen negocio con un camionero que me puede garantizar de manera estable el suministro a mi cafetería. Ahora corro la voz entre mis socios dueños de paladares. Les estoy poniendo el ‘punto’ y un precio razonable. Una mano lava la otra”, argumenta Alcides mientras conduce por la Avenida Boyeros.

Mientras el Estado intenta fiscalizar los negocios particulares con exceso de controles y normas, el mercado de la calle 114 funciona a todo gas y sin un solo burócrata.

La gente lo sabe. Allí se compra más barato y fresco, el surtido es mayor y también la calidad. Eso sí, usted debe madrugar.

Iván García
Foto: Tomada de Diario de Cuba, donde este trabajo fue publicado el 26 de noviembre de 2013.

miércoles, 15 de enero de 2014

Regla: del lado de la bahía y la miseria


Muchas personas recuerdan al ultramarino poblado de Regla como un lugar donde se respiraba prosperidad antes de 1959. Para María, una reglana de 70 años: “Hay una cultura particular para el reglano. Regla fue un lugar en el cual teníamos casas como la panadería dulcería Las Tres Cruces, la fábrica de calzado Ayda, la de mosaicos Nuestra Señora del Cobre y la de tejidos Villamar Industrias. En la carnicería Hermanos Valdés o en la bodega de Benigno había oportunidades para todos los bolsillos”.

Hoy, el municipio de Regla no cuenta con la Flota del Golfo y desde la Colina Lenin no se ve un solo barco en la bahía. Dentro de sus propios escenarios se encuentran barrios como La Verdolaga, Patilarga, Modelo o 10 de Octubre, Reparto Unión o asentamientos como La Loma. Este último no está en el catálogo de la Habana oficial, es un minúsculo espejo de la mala vida habanera que se esconde detrás de las fachadas de Regla. Para llegar hasta allí hay que hacerlo de la mano de alguien conocido en el lugar.

Los nombres de muchos de los sitios y figuras de Regla son iconos de La Habana: el santuario de la Virgen de Regla -Yemayá para los creyentes de la Regla de Ocha-, el Parque de la Mandarria, los Guaracheros de Regla, Roberto Faz, el célebre dúo musical de Clara y Mario, los juegos de las potencias Abakuá o el antiguo Liceo de Regla, donde tantas señoritas de sociedad lograron ser coronadas como reinas del Baile de las Flores.

Regla es también cuna de personajes populares como Caridad Bengala, Marlen Pestillo o el Babio, un blanco famoso en el mundo de la guapería. Allí los mulatos tienen su propio linaje, pues los filtros del erotismo pasan por las hijas de Cecilia Valdés. Mientras los blancos viven en su ambiente, seducidos por la guapería y las mujeres negras.

En La Loma reina el tambor Enchemiya, el cuarto Famba Sese Ecoy Beromo, donde solo tendrán acceso los iniciados al universo de la cultura Abakuá. Es un laberinto, y como granero humano, está montado sobre frágiles puertas de latones viejos y oxidados, cartones, pedazos de tablas, materiales recogidos en vertederos sanitarios, tendederas eléctricas, techos remendados con hojas de plástico, con latas y ondulados de fibrocemento.

Según Amaury: “Para vivir hemos tenido que crear nuestras propias condiciones. Aquí ha venido gente del gobierno, pero no resuelven nada. El delegado del Poder Popular no tiene poder para resolver ningún problema. En La Loma hay muchos niños y personas muy mayores que aun trabajan, y es un peligro la escalera por la cual se entra a este lugar. No hay iluminación. De noche esto es la boca del lobo. Cuando llueve, las casas se inundan de heces fecales. Lo único que hacen las autoridades es ponerle multas a los vecinos y vigilar si estamos criando puercos, o si tenemos el patio sucio”.

Odalys Esperanza Valdés Roca es la presidenta del Comité de Defensa de la Revolución No. 3, Jesús Menéndez, circunscripción 17, La Loma. Ella testimonia: “Aquí llevo viviendo 52 años, la edad que tengo, y con una niña de 15 años. Hace unos días, con estas lluvias, vino un tornado que a muchos nos dejó peor de lo que estábamos. En esto que llaman vivienda todo se moja. Me quedé sin taza de baño, pues se me rajó, las tejas las amarré con un cable eléctrico. En la Dirección Municipal de Vivienda no resuelven nada, dicen que porque esto es un barrio insalubre. Pero sólo lo consideran así para algunas cosas, porque, por ejemplo, si no pagas la luz, te la cortan. No entiendo nada”.

Texto y foto: Juan Antonio Madrazo Luna
Cubanet, 8 de octubre de 2013.

lunes, 13 de enero de 2014

El Barrio Malo de la Luz Brillante


Le llaman El Barrio Malo de La Luz Brillante, caserío situado al oeste de Santa Fe, en la provincia de la Habana. Dicen sus pobladores, casi todos negros o mestizos (emigrantes de las zonas orientales), que en un principio, hace más de veinte años, las casas, a orillas del mar, se componían de chozas, levantadas a base de palos viejos y materiales encontrados en la basura, y que muy pocos de los que allí residen están registrados en las oficinas del carné de identidad, tampoco sus casas, que, hoy mejor arregladas, no han sido legalizadas por la Dirección de Vivienda.

A este barrio regresó hace unos días Claribel, una cubana que había escapado en una balsa hacia Estados Unidos, cinco años atrás. Tanta fue mi curiosidad que pedí a una vecina, amiga de su familia, me llevara a conocerla.

Tomamos un bicitaxi y atravesamos con mucho temor sus intrincadas, peligrosas y fangosas callejuelas, hasta llegar a la casita donde vive la familia de Claribel, a muy pocos metros del mar. El espectáculo fue deprimente. Es una chica veinteañera, de cabellos alborotados, con cara de muñeca negra Lily y sonrisa contagiosa. Pero en la casita, aún con paredes hechas de tablas rotas y ya con techo de fibrocemento, viven sus padres, hermano y abuelos en plena pobreza, o como ellos mismos me dijeron: sobreviven a duras penas.

“No estoy asombrada. Todo lo sabía. No pueden tomarse ni siquiera un vaso de leche al día. El salario mensual de mi hermano no alcanza ni para medio mes, todavía no han arreglado las calles, no tienen agua potable por tubería, ni baños con servicio sanitario, ni ómnibus para llegar hasta aquí, y lo que es peor, el dinero que les mando tampoco alcanza para que tengan una alimentación propia de personas mayores, porque los productos de las shoppings son muy caros. En una palabra: mi familia vive tan mal como cuando llegaron al Barrio Malo de La Luz Brillante, hace unos diez años. Así se llamó desde un principio este barrio porque todos carecían de gas manufacturado para cocinar. Hoy muchos de ellos emplean todavía ese peligroso producto en antiguas hornillas”, me dijo Claribel.

No quise despedirme sin antes preguntarles por qué se habían ido de las provincias orientales, y me respondió el abuelo:

“Allá, en Santa Cruz del Sur, en Camagüey, retrocedió nuestra vida social, porque todo se fue deteriorando poco a poco. Las esperanzas que nos dio la Revolución se evaporaron como fuegos fatuos. El central azucarero Haití dejó de producir. Los jóvenes se dedicaron a beber alcohol. Nada funcionaba: ni la panadería, ni el correo, ni el pequeño restaurante. El batey se convirtió en un fantasma, mientras Fidel seguía con sus mismos discursos, comentando las crisis de otros países, sin decir que Cuba estaba más que muerta. Yo, que me sentía orgulloso de mi terruño, cuando nos fuimos, lo dejé todo destruido, como están tantos pueblos cubanos olvidados”.

Antes de irnos, preguntamos por alguna calle asfaltada, para salir de allí, y así evitar los saltos del bicitaxi. No había ninguna. De nuevo en Santa Fe, a pesar de sus calles rotas y sus aceras comidas por la hierba, pensamos que habíamos llegado al Paraíso.

Texto y foto: Tania Díaz Castro
Cubanet, 9 de octubre de 2013.

viernes, 10 de enero de 2014

Las dos caras de La Habana




Muy cerca de La Palma, localidad al sur de La Habana donde confluyen cuatro céntricas calzadas, en un ranchón típico campesino con techo de guano, columnas de troncos de madera y sin paredes laterales, se ha montado una exitosa cervecera particular.

En la carta, variados menús, cervezas, tapas, vinos y el mejor surtido de whisky de la ciudad. En el techo cuelgan camisas de peloteros de Industriales mezcladas con la azulgrana de Leo Messi. El ambiente es agradable.

Aunque es un sitio caro para el habanero promedio -un 'tubo' con diez vasos de cerveza y una ración de nuggets de pollo cuesta 16 cuc, el salario mensual de un obrero-, casi todas las noches se llena.

A menos de un kilómetro del lugar, en la barriada marginal de Párraga, Lucía ya olvidó la última vez que el Estado asfaltó las calles. Auténticos cráteres que se desbordan de agua los días lluviosos o debido a roturas en las cañerías. Esa agua estancada es el embrión del mosquito trasmisor del dengue que asola la capital.

Lucía ha oído hablar de la 'cervecera' de La Palma. Pero su bolsillo no puede sufragar tales gastos. Sus dos hijos están presos por robo con fuerza en una bodega y el escaso dinero que reúne vendiendo tamales, apenas alcanza para darle a comer a sus tres nietos y cada 45 días llevarle a sus hijos a la cárcel, una jaba con azúcar prieta, pan tostado y mayonesa casera.

“Soy yo sola. Mi marido es un alcohólico a tiempo completo. Desde que se levanta está pegado a la botella de 'chispa' (ron infame). Las madres de mis nietos son 'matadoras de jugadas' (jineteras del montón). Lo de ellas es hacer el amor, fumar marihuana y beber cerveza, cuando reúnen unos pocos pesos convertibles. Apenas les importan sus niños. Mi vida es llevar a los tres nietos al colegio, preparar y vender tamales y en las noches ver en la tele la novela de turno”, cuenta Lucía, sentada en un viejo taburete.

Mientras las nuevas aperturas económicas crean un sector gastronómico y de pequeños negocios privados con aire acondicionado, luces de neón, diseños elegantes y precios de Manhattan, la otra parte de La Habana parece una zona de guerra.

Camine usted por barrios de Centro Habana, Marianao o Cerro. Pregúntele a la gente de sus prioridades. El 90% le hará un extenso recuento de lo difícil y caro que les resulta llevar cada día a la mesa dos platos calientes de comida.

Muchas familias de las áreas más pobres comen poco y mal. Lo que aparezca. Una pizza o un pan con croqueta, que ni el gastronómico que las vende sabe decirle con qué se elaboran.

La mayoría de los barrios pide a gritos una remodelación de envergadura. El 60% del fondo habitacional de la ciudad está en regular o mal estado técnico. A bolina hace rato se fue aquel Estado del Bienestar instaurado por Fidel Castro con la intención de crear una sociedad igualitaria.

Su hermano Raúl ha sido el enterrador de ese Estado. Era incosteable e ineficiente. Trajo consigo la pobreza socializada, corrupción rampante y un ejército de pillos y compadres que visten guayaberas blancas y hablan en nombre de los desposeídos, pero hacen opíparas cenas, andan en autos con gasolina estatal y residen en espléndidas mansiones en antiguos repartos de la burguesía criolla.

En esta Habana otoñal, si alguien vive como Dios manda, es la casta de empresarios verde olivo, amanuenses disciplinados y coristas creativos.

Entre los que también han logrado dar un salto hacia delante en sus vidas, remodelar sus casas, tener un iPhone y televisor de plasma, se encuentran artistas, músicos y deportistas. O pequeños empresarios que han montado cafeterías y restaurantes exitosos; los que se dedican a la prostitución o quienes en Miami tienen parientes que les hagan préstamos.

El resto de la población se las arregla como puede. Eulogio, dueño de una casa de juego ilegal, pasadas las 10 de la noche suele ir a beber dos 'tubos' de cerveza y picar camarones al ajillo en la cervecera de La Palma.

A esa misma hora, Lucía está tostando pan viejo en una destartalada cocina de queroseno. Al día siguiente tiene visita en el Combinado del Este. El viaje de ida y vuelta demora 6 horas. En sus hombros carga una jaba de 10 kilos, con lo que ha podido prepararle a sus dos hijos presos.

La Habana con aire acondicionado, diseños elegantes y luces de neón no existe para ella.

Iván García

Foto: Tomada de Diario de las Américas, donde este trabajo fue publicado el 22 de noviembre de 2013.

miércoles, 8 de enero de 2014

El libro más desgarrador de Cabrera Infante



En los primeros años de su exilio en Londres, y en los días más fríos, Guillermo Cabrera Infante se iba despojando de su ropa, de su saco, de los pantalones, de la ropa interior, de los calcetines, hasta que se quedaba completamente desnudo ante su máquina de escribir, una Smith Corona que le acompañó siempre. Así, desnudo, cerca de un mapa de La Habana, escribió La Habana para un infante difunto. Y, aun más, escribió un libro que hasta ahora ha permanecido secreto, Mapa dibujado por un espía, que su mujer Miriam Gómez y su editor Antoni Munné (Galaxia Gutenberg) han decidido dar a la imprenta.

Dar a la imprenta este libro secreto fue una decisión dolorosa. “Pero tenía que salir”, confirma Miriam Gómez. “La materia de la escritura de Guillermo era él mismo. Y este libro es él mismo, en su dimensión humana más descarnada”. Lo que cuenta en Mapa dibujado por un espía le cambió la vida. Ocurrió en 1965, cuando ya había ganado el premio Biblioteca Breve por Tres tristes tigres y era agregado cultural del embajador cubano en Bruselas; fue entonces cuando recibió la noticia de la muerte de su madre, Zoila Infante, y viajó a La Habana para velarla.

Lo que ocurrió a partir de entonces fue un conjunto de vejaciones que él relata con la naturalidad asustada de un perseguido. No deja un detalle fuera; es tan minucioso, y tan triste, como el relato de un condenado en un campo de concentración. No oculta la vida doméstica y sus miserias, ni los amores y sus intrigas, y es en todo momento descarnado hasta hacerse sangre, y hasta hacer sangre.

En seguida supo Cabrera Infante que en aquella atmósfera no podía quedarse y decidió que debería regresar a Europa por cualquier medio. Hasta que lo logró. La sensación que tienen Miriam Gómez y Munné es que él escribió ese relato minucioso y terrible al poco de salir de la isla; probablemente era lo que escribía cuando se desnudaba ante la Smith Corona en aquellos amargos, y gélidos, días de Londres después de que lo sometieran los médicos a los electroshocks con los que quisieron aliviarle su crisis nerviosa.

Miriam Gómez conserva en la mesa de su comedor, en el loft en el que convirtieron los dos su casa de siempre en Londres, un mapa de La Habana. Siguiéndolo paso a paso él recuperó su memoria de la ciudad. Y este Mapa dibujado por un espía es también, como dice Antoni Munné, “la cartografía de una despedida”. Nunca volvió a La Habana, pero se la sabía de memoria. Aquí, en este mapa, esa memoria está intensamente herida.

“La Habana era para él un recuerdo”, dice Miriam Gómez, “pero allí se le convirtió en un infierno”. Reconstruyó, en La Habana para un infante difunto, por ejemplo, todo lo que ya se había derruido. Y no tenía nostalgia. Uno no tiene nostalgia del infierno”.

Ese manuscrito permanecía entre los papeles secretos que dejó Cabrera Infante cuando murió, en febrero de 2005. “No los toques”, le había dicho a Miriam. Nunca lo abrió. Ella sabía muchas de las historias que contenía el sobre, incluso las más duras para ella, pues ahí su marido contó avatares sentimentales muy íntimos, que a ella la podían dañar. Y dejó a Munné que decidiera sobre lo que había en ese sobre cerrado.

Dice el editor: “Lo leí en un par de noches en Londres. Fue una sensación tremenda. Es un testimonio enormemente humano y melancólico de alguien que sufre una enorme decepción. Una decepción que no le viene de nuevo, porque él ya albergaba muchísimas dudas acerca del curso de la Revolución, pero que se le confirma y se le aumenta. Y cuando digo que es enormemente humano me refiero a la peripecia vital: un hombre joven de 36 años que asiste a una pesadilla kafkiana que le hace comprender que va a perder amigos, familiares, país, y que ve cómo se derrumba todo aquello que había vivido; todo eso son síntomas de que eso no tiene vuelta atrás”.

El resultado, para este primer lector, fue “de una profunda tristeza, y esa misma tristeza se ha reproducido en todas las lecturas posteriores”. “Te va a doler”, le dijo a Miriam Gómez. Pero ella aceptó. “Yo le tenía pánico al libro, conocía el romance que cuenta. Pero me daba miedo leerlo. Lo leí, cuando Munné lo había acabado. Fue un golpe terrible para mí. No podía creer lo que estaba leyendo”.

¿Y qué pasó? “Se agrandó mi admiración por él. Él es la materia de su escritura, y aquí está grande, inmenso. Un padre bueno. Un hombre entero, sufriendo, sabiendo que si no se alejaba de aquella monstruosidad, la Cuba de Castro, iba hacia la destrucción. Cuando él vio la realidad se dio cuenta de que no podía ser cómplice de lo que estaba pasando ahí”. La historia de mujeres que hay en el libro es dura, pero no inesperada. “Guillermo era un loco por las mujeres, creía que eran superiores, para él su madre misma era un ser superior. Cada vez que tenía un problema, él se agarraba a las mujeres…”.

Mapa dibujado por un espía parece escrito de un tirón”, dice Munné, como “un exorcismo necesario, para no olvidar nada”. Pero logra mantener el interés en todas las páginas, como un cronista notarial que no quiere que se le escape ni el menor atisbo de las metáforas, duras o simples, que hay en la vida cotidiana. Es el libro más desgarrador de Cabrera Infante. Su descubrimiento, dice el editor, contribuye a conocerlo mejor. “Constituye un testimonio de uno de los más grandes escritores en lengua española. A la altura de lo que fue el viaje a la URSS de Gide o de la obra de grandes disidentes como Orwell y Koestler”.

Munné revindica su publicación “como algo que el lector tenía derecho a conocer”. Su viuda, Miriam Gómez, piensa lo mismo. “Su escritura era él, él era la materia de sus libros. Cuando lo veía desnudarse ante la máquina de escribir me decía a mi misma: ‘Qué estará escribiendo este hombre’. Se estaba desnudando por fuera y por dentro. Por eso es tan desgarrador leer ahora este tremendo testimonio doloroso”.

Juan Cruz
El País, 4 de noviembre de 2013.

lunes, 6 de enero de 2014

Los Reyes Magos también pasan por La Habana

Havana Toy Stores por PunkOutlaw.

Se acerca el Día de Reyes. La juguetería del Centro Comercial de Carlos III, en Centro Habana, está abarrotada de padres e hijos, abuelos y nietos, tíos y sobrinos. Un niño entre sus manitas aprieta con fuerza un camión rojo.

El padre, apenado, en un susurro le dice que no tiene el dinero suficiente para comprárselo. Vale 32 cuc. “La plata solo me alcanza para una pelota y una pistola”, comenta con la madre.

La tradición de los Reyes Magos ha vuelto a ocupar su espacio en Cuba. Después de la revolución de Fidel Castro, en los meses de julio y agosto y hasta finales de la década del 80, por la libreta de productos industriales se ofertaban tres juguetes por niño. El burocratismo estatal los clasificaba en básico, no básico y adicional.

El básico era un juguete grande y caro para la época. El no básico podían ser soldaditos plásticos, una muñeca pequeña o un jueguito de cocina. Y el adicional, bolas, yaquis o una pelotica.

En las vidrieras de los establecimientos de toda la isla se pegaban extensas listas con los nombres de los núcleos familiares con menores de 12 años. En ellas, por orden numérico, aparecía la fecha, hora y la tienda donde los padres, en un plazo de seis días, podían comprar los juguetes.

Los afortunados, con números más bajos, compraban el primer día y podían adquirir los mejores juguetes. Los últimos en las listas o a quienes les tocaba comprar el sexto día, se llevaban a casa sólo bates o pelotas, que siempre estuvieron al alcance de los más pobres. Muchas estrellas cubanas de béisbol comenzaron a practicar porque en su infancia, sus padres solo les podían regalar bates, guantes y pelotas el Día de Reyes.

Después que en 1989 desapareciera la URSS y con ella la tubería de rublos y petróleo del Cáucaso, llegó la indigencia y esa guerra sin tronar de cañones conocida con el eufemístico nombre de “período especial en tiempos de paz”.

Ya el período especial cumplió 23 años y fue el causante de que hubieran desaparecido la cartilla de productos industriales y los juguetes en pesos cubanos para los hogares con niños menores.

En enero de 1959, aún sin haberse sacudido el polvo de la guerrilla que llevó a Fidel Castro al poder, éste y un grupo de oficiales del Ejército Rebelde se montaron en una avioneta cargada de juguetes y los dejaron caer en las montañas orientales, donde niños azorados por primera vez en su vida veían un juguete.

Castro intentó desmontar la historia de los Tres Reyes que al filo de la medianoche, cuando los pequeños dormían, se apeaban de sus camellos y dejaban los juguetes al lado de los zapatos o junto al árbol navideño, que hasta ese día permanecía puesto en la sala del hogar.

Cincuenta y cinco años después de la llegada de los barbudos, muchos cubanos que crecieron sin la fantasía de los Reyes Magos, han retomado la tradición. Como Joel, 41 años, obrero, que se hizo hombre sin conocer la leyenda de Melchor, Gaspar y Baltazar. Pero ahora con su esposa, meticulosamente revisa cada estante de una juguetería en la calle Obispo, en la Habana Vieja.

“Creo que los niños no deben perder las ilusiones. La tradición de los Reyes es fascinante, he recuperado esa costumbre con mis dos hijos, nos privamos de cosas, pero siempre le compramos juguetes”, dice Joel, mientras con su mujer analiza la posibilidad de comprarle a la niña una Barbie de 30 cuc.

Comprar juguetes en Cuba es un lujo. Y caro. Solamente los venden en divisas y en la isla no pagan con esa moneda. Y en los casos que pagan con “chavitos” -como le dicen al peso convertible- la cantidad nada más alcanza para aceite, jabones y detergente. Pero algunos como Joel se las agencian para ir guardando dinero y en diciembre poder comprarle juguetes a sus hijos.

A diferencia de España o México, en Cuba usted no verá festejos ni carruajes con los personajes del Oriente, vestidos con trajes antiguos, recogiendo cartas infantiles y repartiendo ilusiones.

Les cuento. En enero de 2001, Fidel Castro acusó de "provocación, ofensa y ultraje" a diplomáticos españoles que junto al entonces Centro Cultural de España, organizaron una Cabalgata de Reyes por el Paseo del Prado.

Para Castro, lo bueno y lo correcto era que los menores, una vez cumplidos los 12 años, estudiaran y trabajaran la tierra, internados en escuelas alejadas de sus hogares y sus padres. Que crecieran sin esa 'tontería' de reyes y de magos en sus cabezas.

Ya las escuelas en el campo dijeron adiós. Y aunque el gobierno no reconoce ni le interesa que sobreviva la tradición, cada año aumentan los padres que, a golpe de sacrificio, en la madrugada del 6 de enero, mientras sus hijos duermen, colocan juguetes en distintos sitios de la casa.

Hay muchas cosas hermosas en la vida. Una de ellas es ver la felicidad de un niño y el brillo especial de sus ojos, cuando descubre un juguete escondido debajo de su cama. Eso vale más que el oro. Gústele o no a los hermanos Castro.

Iván García

viernes, 3 de enero de 2014

Avatares de un periodista independiente


American Car 48 Buick por ahisgett.

Joder. Qué me hago ahora. Tenía planificada una entrevista con una señora en el barrio de Marianao que hace labor comunitaria con niños pobres. Por causas ajenas a mi voluntad tuve que postergarla.

Son las 8 de la mañana de un inusual y frío mes de enero. Miro la cartera, me quedan 28 cuc. Tengo que improvisar, por la entrevista fallida. Ya dentro de un "almendrón" (viejo auto americano), decido compartir con ustedes avatares y sueños de un periodista independiente cubano.

Cuando en octubre de 2009 del diario español El Mundo, en su versión digital, me pidieron escribir a dos manos junto a Max Lesnik un blog de debate titulado 90 millas, la idea me pareció genial.

También algunas historias, me dijo el míster de la redacción con su tono de madrileño. Ok. Manos a la obra. Pero -siempre hay un pero- escribir en Cuba es digno de una hazaña de Tarzán.

He visto siete veces el filme de Robert Redford sobre el caso Watergate. Encarna al famoso reportero del Washington Post, Bob Woodward y su célebre fuente, Garganta Profunda. Una clase magistral de periodismo. Con avidez leo las historias que publican en las revistas Time o Newsweek. También los reportajes de El Mundo o El País dominical.

Ser periodista en el primer mundo debe ser gratificante. Ningún funcionario te puede negar información pública. Ni pende sobre tu cabeza una ley terrorífica que te puede condenar a 20 años de cárcel. Tampoco en el barrio donde vives nadie te arma un “acto de repudio” o linchamiento verbal, estilo fascismo alemán, donde lo menos que te gritan es la madre que te parió.

En ese primer mundo donde se desayunan varios platos y con frecuencia puedes comer carne, nunca te visita un cándido agente de la inteligencia para amenazarte, que si sigues escribiendo podrías ser procesado.

Debe ser gratificante ser periodista en el primer mundo. En el civilizado, porque en Colombia o México, un sicario pagado por un cartel de la droga te puede acribillar a balazos.

Tengo la costumbre de leer los comentarios que me dejan. Acepto las críticas. Sobre todo cuando contienen criterios de peso. Si algo adoro del periodismo del siglo 21 es la retroalimentación.

Escribo lo que pienso, sea en una crónica o un artículo de opinión. Trato de ser objetivo. Pero ni Fidel Castro ni Elián González se tomarán la molestia de darme una entrevista si se las pido. El gobierno me considera un mercenario. Un traidor a mi pueblo y a la revolución socialista.

No me amilano. Me tomo el trabajo en serio. Creánme. Soy un iluso, que piensa que en el fondo, la gente es buena.

Ya llegué al hotel Parque Central. Una tarjeta de internet de una hora me cuesta 8 cuc, un dineral. Guardo bien en la billtera los 20 cuc restantes. Para la próxima vez.

Daría lo que no tengo por intentar hacer extensos reportajes, polémicos y balanceados y fotos de calidad. Y por lograr entrevistas con personalidades de la política, la cultura y el deporte, de Cuba y del mundo. Es bueno soñar.

Pero ahora tengo que poner los pies en la tierra. Y además de esta crónica, ver qué más escribo para El Mundo y mi blog Desde La Habana. Después puedo seguir soñando.

Iván García
Publicado en enero de 2010 en El Mundo/América.
Foto: ahisgett, Flickr.