jueves, 28 de junio de 2018

Raúl Castro, general de las FAR y soldado soviético



Las fuerzas armadas soviéticas encontraron en el Ejército Rebelde, que tomó el poder en Cuba en enero de 1959, la célula necesaria para clonarse a miles de millas de distancia. El uniforme de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) de Cuba, desde la mitad de los años 70, se confeccionaba en fábricas textiles soviéticas. La gorra de plato para los oficiales venía de fábricas moscovitas y las charreteras con los grados tenían en el reverso el sello de calidad de la URSS.

Y todo fue por la iniciativa y el entusiasmo de Raúl Castro. Durante décadas las armas provenientes de Moscú llenaron los almacenes militares de Cuba. El maná de AK-47, las pistolas Makarov, tanques T-34, helicópteros MI-8, camiones KAMAZ, aviones Mig-21, los jeep UAZ, y el Volga de los generales, fueron distintivos de las FAR.

Todo comenzó en junio de 1960, cuando Raúl Castro, ministro de las FAR, fue inicialmente a Checoslovaquia para comprar armas y pertrechos pero terminó en la URSS, abrazado de mariscales y generales soviéticos, con un crédito amplio. Él fue el impulsor, organizador e implementador de la sovietización del ejército cubano. A diferencia de su hermano que nunca dejó el uniforme verde-olivo y las insignias inventadas de Comandante en Jefe, Raúl no dejaba de lucir su uniforme militar de diseño soviético.

Dejó de ser Raúl Castro comandante en 1975 para ponerse en los hombros las charreteras de General de División y dos años después las de General de Ejército. El sistema de grados fue inventado por su hermano Fidel en la Sierra Maestra para el Ejército Rebelde. Comandante era el grado máximo y los oficiales eran capitanes y tenientes. No había mayores, tenientes coroneles, coroneles y mucho menos generales. Durante el proceso de conversión de los grados militares cubanos, el ministro de las FAR no fue ascendido de inmediato a general de ejército, y tuvo que pasar meses con dos estrellas en las hombreras. Era General de División. Fue un castigo de su hermano, porque durante unas semanas estuvo tentado a incluir en el ejército cubano el grado de Mariscal.

En la sastrería soviética le confeccionaron a la medida un traje con la estrella dorada de mariscal encima del escudo cubano, una copia de la versión de Mariscal de la Unión Soviética. La idea no se implementó tras preguntar un asesor soviético a Fidel Castro si Mariscal de Cuba era un rango militar superior al de Comandante en Jefe. Cuando Leonid I. Brezhnev visita Cuba en enero de 1975, el jefe del MINFAR tenía sobre sus hombros dos estrellas de general de división. Pero quedó entre los oficiales superiores cubanos por décadas, mientras existió la URSS, el corte de uniforme de general con ramos de olivo en las solapas, sus charreteras con hilos dorados y la gorra de plato para los eventos oficiales.

La formación académica militar transcurre en centros militares soviéticos, donde a distancia, recibe instrucción, con profesores que lo mismo viajan a La Habana o les envían las tareas por correo diplomático. Los cursos de instrucción se organizaban en las academias militares de Moscú y también asistió al Curso Superior de Guerra que se impartían en la naciente Academia Máximo Gómez.

En su afán de fomentar instituciones que conserven el poder, fue el principal impulsor de la institucionalización del proceso político en Cuba, de la jerarquización partidista al estilo del Kremlin y de un modelo estatal en la economía planificada. La división del ejército cubano en tres zonas militares y la formación de una gran unidad, división y después cuerpo de ejército blindado de tanques (Managua), seguía el concepto soviético de distribución de las unidades territoriales y por tipo de armamentos.

Raúl Castro ostenta varias medallas que en su momento le fueron otorgadas por las autoridades soviéticas y después rusas. Recibe la Medalla Conmemorativa por el Centenario de Lenin en 1970 y en 1979 le impusieron la Orden Lenin, en 1981 la Orden Revolución de Octubre. Ya en tiempos del reacercamiento con el Kremlin, en 2008, le entregaron la Orden Príncipe Danilo de la Buena Fe de Primer Grado, que puso en sus hombros el entonces Metropolitano Kiril Gundajaev (hoy Patriarca Kiril) por el apoyo brindado a la construcción de la catedral ortodoxa rusa en La Habana.

Sus primeros contactos con el mundo soviético y la URSS fueron en la Universidad de La Habana donde matriculó, pero nunca llegó a graduarse. Allí se relacionó con los militantes de la juventud comunista y a ellos se unía en misiones, reuniones y manifestaciones. Comenzó a leer literatura soviética y libros de marxismo-leninismo. En el verano de 1953, meses antes del ataque el 26 de julio al cuartel Moncada, Raúl participó la Conferencia Internacional para la Defensa de los Derechos de la Juventud en Viena, así como en reuniones preparatorias del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que se celebró en agosto de ese año en Bucarest, Rumania. Viajó por países del bloque socialista.

De regreso a Cuba, tras haber asistido a una reunión de las Juventudes Socialistas y de preparación para el festival en Rumania, Castro viajaba en el buque italiano Andrea Gritti. Allí conoció al soviético Nikolai S. Leonov, un joven graduado del Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú y quien viajaba a México a perfeccionar su español en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Tres años después, en 1956, cuando organizaban los cubanos en México la expedición para desembarcar en la isla, Leonov ya no era estudiante de la UNAM, sino un funcionario de la embajada soviética que socializaba con Ernesto Guevara y Raúl Castro. En junio de 1956 Fidel Castro, Universo Sánchez, Ramiro Valdés, Juan Almeida, Ernesto Guevara y otros fueron detenidos en México, y Guevara tenía una tarjeta de presentación de Leonov. La vinculación llevó a la expulsión de México del funcionario soviético.

Así comenzó la mejor, más fructífera y longeva de las relaciones del Kremlin con un clan político en el extranjero. Sería Leonov el más fiel de los aliados de La Habana en Moscú y Raúl, el más soviético de todos los comunistas cubanos. Leonov fue el encargado por el Kremlin de sacar a Raúl de Praga, donde estaba de visita en junio de 1960. Había ido a Checoslovaquia para comprar armas y pertrechos. Logró entonces contactar a Castro y llevarlo a Moscú, donde fue recibido por Nikita S. Jruschov y los mariscales soviéticos.

Su conocimiento de los hermanos Castro ayudó a Leonov en una ascendente carrera en el Comité de Seguridad del Estado, KGB. Estuvo destacado en México y fue el último funcionario soviético que habló con Lee Harvey Oswald en septiembre de 1963, dos meses antes del asesinato a Kennedy. A lo largo de los años, Leonov, fue subiendo en el escalafón del KGB y alcanzó el grado de teniente general, siendo vicedirector del Departamento de América Latina del KGB, segundo al mando en el espionaje exterior y encabezó el Departamento de Análisis e Información del KGB hasta su desintegración en agosto de 1991, tras el golpe de Estado a Mijaíl S. Gorbachov. A las pocas semanas de la intentona neo-bolchevique el amigo del clan Castro fue pasado a retiro.

En calidad de jefe de los analistas del KGB, acompañó en mayo de 1991 al director del KGB, Vladimir A. Kriuchkov, en su visita de cinco días a Cuba. El viaje a La Habana se realiza tres meses antes del golpe de Estado contra Gorbachov, donde Kriuckov fue uno de los complotados. Leonov fue vicedirector del Departamento de América Latina del KGB, segundo al mando en el espionaje exterior y encabezó el Departamento de Análisis e Información del KGB hasta su desintegración en agosto de 1991, tras el golpe de Estado a Gorbachov, cuando pasó a retiro.

Cuando en octubre de 2001 el presidente Vladimir Putin decidió cerrar la base de escuchas de Lourdes, fue Leonov quien respaldó desde Moscú la crítica que en La Habana hacia Fidel Castro por la medida. Del 2003 al 2007 fue miembro de la Duma rusa por la fracción Patria. Un primer intento en 1999 no fue exitoso. En sus memorias tituladas Tiempos difíciles, Leonov reconoce que fueron los “amigos cubanos” quienes en una de sus vacaciones en la isla le aconsejaron que se dedicara a la política.

A la prensa rusa Leonov dijo que visitó Cuba en octubre del 2008 repasando con Raúl Castro el mejoramiento de las relaciones entre Rusia y Cuba. Entonces visitaba la isla una delegación de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El general ruso es el autor de la única biografía autorizada de Raúl Castro, que publicara primero en ruso la Editorial moscovita Joven Guardia en el verano de 2015 y después en español, en edición especial de la editorial Capitán San Luis, para los diputados de la Asamblea Nacional del Poder Popular.

El gobernante cubano le brindó fotos familiares, acceso a los archivos (cerrados para investigadores y periodistas de la isla) y le concedió horas de entrevistas y le facilitó que recogiera la opinión de sus correligionarios por toda la isla. El libro de Leonov fue presentado en la Feria Internacional del Libro en La Habana y en en la lista de los libros más vendidos en Cuba aparece en el tope.

La tierras rusas (primero la Unión Soviética y luego Rusia) han estado entre las más visitadas por Raúl Castro. En la era del secretismo soviético, muchos de sus viajes fueron ignorados o silenciados por la prensa controlada con la ferocidad del comunismo.

El viaje de La Habana a Praga en junio de 1960 fue para comprar armas de segunda, sobrantes de la Segunda Guerra Mundial. Pero el pretexto oficial fue la asitencia a las Espartaquiadas (juegos deportivos) de la entonces República Socialista de Checoslovaquia. Además de gestiones para adquirir el material bélico, allí "de manera muy casual" se encuentra con Leonov. Juntos parten para lo que sería su primera visita a Moscú, donde estuvo en el Ministerio de Defensa, por los pasillos del Kremlin y las dachas de los generales.

Otro importante viaje a Moscú fue en julio de 1962, cuando Raúl Castro se reunió con el entonces Ministro de Defensa Rodion Y. Malinovski y el jefe del Estado Mayor Matvei V. Zajarov. En ese momento se acepta la instalación en Cuba de los misiles soviéticos cuya presencia llevarían a la Crisis de los Misiles en octubre de ese año. Años más tarde, en uno de los viajes a la URSS, se reunió con el general Issac A. Pliev en Rostov del Don. Pliev fue el jefe de las tropas soviéticas en Cuba durante la Crisis de los Misiles y el que organizó tanto el arribo como la retirada de los cohetes soviéticos de Cuba.

Como ministro de las FAR, gustaba de participar en las maniobras militares organizadas por los asesores soviéticos o simplemente visitar las unidades militares de las tropas soviéticas en Cuba. En una ocasión, en 1962, estuvo en el campamento soviético que dirigía el entonces coronel Dimitri T. Yazov, quien años más tarde sería el ministro de defensa de la URSS y uno de los implicados en el golpe de Estado de 1991 contra Gorbachov.

Durante la década de los 70, a Raúl Castro se le veía activo en los ejercicios militares, visitando las unidades de los soviéticos por toda la isla. Iba acompañado de sus más cercanos colaboradores como el entonces comandante Raúl Menéndez Tomasevich. También visitaba los buques soviéticos que llegaban a la isla, no siempre en visita oficial y se reunía con la tripulación, comía y bebía con ellos, como hizo con el buque Lgove en 1962, cuando estuvo atracado en el puerto de Banes, en la oriental provincia de Holguín.

El ministro de Defensa de la URSS Andrei A. Grechko visita Cuba durante una semana en noviembre de 1969, la primera de un alto jerarca militar soviético a la isla. Raúl Castro le acompañaba en las visitas a unidades militares soviéticas y cubanas, aunque Fidel Castro también le llevaba en jeep por todo el país. En mayo de 1970, Raúl Castro viaja a Moscú y durante la gira se reúne con el Mariscal de la Unión Soviética Vasili I. Chuykov, entonces jefe de las tropas de la defensa civil de la URSS.

Como jefe de la delegación cubana viaja a la Unión Soviética en octubre de 1976, donde se reúne con Leonid I. Brezhnev. El 31 de octubre de 1977 arriba a Moscú para participar en los actos por el aniversario 60 de la Revolución de Octubre, encabezando la delegación cubana. En el aeropuerto lo reciben el Secretario del PCUS Iván V. Kapitonov, presidente de la Comisión de Revisión y Control del Comité Central y el entonces ministro de Defensa, Dimitri F. Ustinov. Es uno de los oradores principales en la ceremonia central por el 60 aniversario de la Revolución de Octubre, que organiza el Comité Central del PCUS, el Soviet Supremo de la URSS y del Soviet Supremo de la RSFSR. También sostiene una reunión con los militares soviéticos que estuvieron presentes en el acto.

En medio de las celebraciones, visita el Palacio de Deportes en Luzhniki, Moscú, y junto a su esposa, Vilma Espín, se reúne con los jugadores de hockey del Club Central del Ejército, CSKA. Años después comparte con el actor ruso Mijaíl Ustinov, quien interpretara el personaje del Mariscal Georgi K. Zhukov en la serie de televisión Liberación, dedicada a la Segunda Guerra Mundial.

En diciembre de 1982 vuelve a la capital soviética y encabeza la delegación cubana a los actos por el 60 aniversario de la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). A su arribo le recibió en el aeropuerto el Secretario del CC del PCUS y miembro del Politburó Konstantin U. Chernenko. En esa ocasión supo que ya la Unión Soviética no iría a una conflagración con Estados Unidos por Cuba. Y confesó al periodista mexicano Mario Vázquez Raña que mantuvo el secreto con su hermano “para no estimular al enemigo”.

En enero de 1985, viajó a los funerales de Chernenko donde conoció al electo secretario general del PCUS Mijaíl S. Gorbachov. No hubo la efusividad de antaño. En enero de 1989 recibe en La Habana a Oleg D. Baklanov, para las celebraciones por el 30 aniversario de la revolución. Viaja también a Cuba Valentina V. Tereshkova. A pesar de la tirantez entre las autoridades cubanas y rusas, en la isla descansaban personalidades de la época soviética y algunos de los que pasaron por los tribunales bajo el mandato de Gorbachov, como el coronel general Yuri M. Churbanov, viceministro primero del Interior y yerno de Leonid I. Brezhnev.

Ya una vez instalado en el poder Raúl Castro en 2008, hizo una serie de viajes a Rusia, el país que más ha visitado como gobernante, después de Venezuela. El punto inicial del abrazo entre Castro y Moscú fue la consagración, en octubre de 2008, de la Catedral Ortodoxa Nuestra Señora de Kazán en La Habana por el entonces Metropolita Kiril de Smolensk y Kaliningrado, quien dos meses después es electo Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El metropolita es recibido por Fidel Castro y reparte medallas religiosas rusas en La Habana.

Bajo la dirección de Raúl Castro los dos presidentes de Rusia, Dimitri Medvedev y Vladimir Putin, han visitado Cuba. Dimitri Medvedev aterriza en La Habana en noviembre de 2008 tras visitar Venezuela, Brasil y Perú. Llega invitado por Raúl Castro y realiza dos rondas de conversaciones, una oficial y otra privada. Visita la Catedral Ortodoxa y al convaleciente Fidel Castro, quien hasta una “reflexión” le dedicó después. A finales de enero del 2009 hizo el general cubano su primer periplo por Rusia, cuando todavía era presidente Dimitri Medvedev.

Rusia era el tercer país que visitaba siendo jefe de estado. Además de las rondas privadas y oficiales, Castro visita el Kremlin, se reúne con el recién electo Patriarca Kiril, firma un Memorando sobre Principios de Colaboración Estratégica y el Acta Final de la Comisión Mixta Intergubernamental con los mismos mecanismos de “cooperación” de la época soviética. Los comunistas rusos le entregan la medalla 90 Aniversario del Ejército Rojo y de paso hizo un recorrido por el Museo de la Gran Guerra Patria. En la dacha presidencial comparte vodka y pan negro con salo (la tira de carne de puerco curada). El entonces viceprimer ministro ruso, Igor Sechin (hoy CEO de la empresa estatal petrolera rusa Rosneft), le prometió que Rusia continuaría la cooperación técnico-militar con Cuba.

En julio de 2012, Raúl Castro visita de nuevo Moscú en julio, haciendo escala después de una gira por China y Vietnam. El presidente Vladimir Putin le recibe oficialmente en su residencia campestre de Novo-Ogariovo, a las afueras de Moscú. La prensa rusa destacó el particular interés de Castro en modernizar su ejército con nuevos tanques, submarinos y otras tecnologías militares.

Durante la reunión con el primer ministro Dimitri Medvedev en la sede del gobierno ruso, el gobernante cubano expresó su deseo de que las relaciones de Cuba y Rusia sean como su amistad con Leonov y recordó que ambos se conocieron en 1953, cuando atravesaron el Atlántico en el buque italiano Andrea Gritti. Se reunió con el Secretario del Consejo de Seguridad de Rusia Nikolai P. Patrushev, ex director del Servicio Federal de Seguridad, FSB, un exagente del KGB y compañero de Putin en los años de servicio en Leningrado. Aprovechó aquel paso por Rusia para reunirse con su “camarada” Leonov. El premier Medvedev le invitó a que asistiera a los XXII Juegos Olímpicos de Invierno de 2014 que se efectuaron en Sochi, pero Castro no asistió.

Medvedev vuelve a Cuba en febrero de 2013, ahora como primer ministro. Rubricó diez acuerdos, pues para entonces Rusia era el noveno socio comercial de Cuba con un intercambio de 224 millones de dólares. Castro logra una “regularización de la deuda” de Cuba con Moscú que data de los tiempos de la desaparecida Unión Soviética. Rusia le cancela unos 30 mil millones de dólares y le arrenda ocho aviones a la Isla por 650 millones de dólares. De nuevo se reúne con el agonizante Fidel Castro.

Tras regresar Vladimir Putin a la presidencia rusa en 2012, visita La Habana. Llega en julio de 2014 en condiciones muy diferentes a su primer viaje en el 2000. Raúl Castro le recibe con la tranquilidad de que ya la deuda con Rusia había sido perdonada en un 90 por ciento, de los 35 mil millones de dólares adeudados. La nostalgia por la URSS le hizo cometer un lapsus: "En la arena internacional coincidimos con la actual política de firmeza y política inteligente que está llevando a cabo la Unión Soviética, digo, Rusia".

Es invitado por el Kremlin para participar en los actos en Moscú por el 70 aniversario del fin de la Guerra Patria en la URSS. Era su tercer viaje a Rusia en la nueva etapa. Semanas anteriores, los rusos habían prometido a los cubanos renovar el arsenal militar de la isla. En esta ocasión estuvo en la tribuna de la Plaza Roja viendo el desfile de las tropas rusas el 9 de mayo. El día antes, el 8 de mayo, en reunión con el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Cirilo (Kiril) le reiteró la invitación que hizo en 2009, para que viajara a Cuba en visita eclesial. De Moscú se trasladó a Roma, para reunirse con el papa Francisco y planificar el histórico encuentro entre los dos jerarcas, el primero entre los líderes de las Iglesias Ortodoxa y Católica desde el cisma de 1054.

La reunión entre Francisco y Cirilo tuvo lugar el 12 de febrero de 2016 “por la gracia de Dios” dijo el Vaticano -y por la gracia de Raúl Castro, dijeron en Moscú, por la actuación mediadora de Castro. El Kremlin le agradeció con mayor énfasis que cuando dio su aprobación para instalar cohetes nucleares en la isla.

Ahora, ya sin tener la presidencia del Consejo de Estado y el Consejo de Ministros, Raúl Castro ha dejado el hilo conductor de las relaciones más sensibles, seguridad y defensa, con Moscú en manos de su hijo Alejandro Castro Espín. Coronel del Ministerio del Interior, asesor del Consejo Nacional de Defensa y Seguridad de Cuba, el único hijo varón de Raúl Castro es el encargado de firmar los acuerdos de cooperación con el Servicio de Seguridad de Rusia (FSB) y el Consejo de Seguridad de Rusia.

Nadie mejor que su hijo para mantener el vínculo medular con el país de los Soviets.

Álvaro Alba
Martí Noticias, 19 de abril de 2018.
Foto: El general Isaac A. Pliev, quien fuera jefe de las tropas soviéticas en Cuba durante la Crisis de los Misiles, entre Raúl Castro y Vilma Espín, en la ciudad rusa Rostov del Don. Tomada de Martí Noticias.


lunes, 25 de junio de 2018

La revolución congelada



Cuba, 1968. En el filme Memorias del subdesarrollo, Tomás Gutiérrez Alea dibuja un cuadro ácido de la Cuba revolucionaria. El protagonista parece una ilustración de La chinche de Maiakovski, emblema de la agonía inexorable del mundo burgués. Pero no se limita a reflejar la propia crisis y la de su medio, sino que presenta una sociedad carente de vida propia, de sentido de la comunicación y por tanto dispuesta a aceptar que “alguien piense por ella”. Nada que ver con la imagen utópica de la Revolución.

Dos fogonazos apuntan al futuro. Uno es el lúcido pronóstico del amigo a punto de emigrar, quien compara la perspectiva de una Cuba socialista con el antecedente de Haití, donde ya una revolución acabó en la miseria. Otro es la reflexión en off sobre las imágenes de escaparates vacíos: La Habana fue el París del Caribe; ahora es la Tegucigalpa del Caribe.

Cuando Titón presenta Memorias, Fidel apoya la invasión soviética de Checoslovaquia, impone una socialización general del comercio y la censura a Heberto Padilla anuncia la represión de la cultura. Su cine se aleja de la realidad cubana hasta 1993, con Fresa y chocolate. Hacia 1980, abundaban en Moscú chistes sobre la previsible desaparición de Brézhnev. En uno, su secretario le despierta jubiloso: el comunismo toma el poder en Brasil. “¡Otra Cuba, no!”, exclama Brézhnev y muere.

El profesor Carmelo Mesa Lago demuestra que Cuba se mantuvo hasta 1989, gracias a la enorme ayuda soviética, 65 mil millones de dólares en treinta años (el PIB cayó un 50%). A partir de ese momento, la deriva haitiana resultó inevitable, hasta que Hugo Chávez volvió a distribuir el maná en forma de petróleo: “Lo vendo a Cuba a precio bajo, y si no pueden pagar, que no paguen”, me explicó el líder venezolano durante su visita a Madrid. En términos económicos, la cubana era una revolución subvencionada, por sí misma inviable en el marco del igualitarismo burocrático.

Como en la gran hacienda del padre gallego en Oriente, una gestión ejercida con mano de hierro se limitaba a asegurar la simple supervivencia de la población, reducida a mano de obra pésimamente pagada. Con una mentalidad propia de sus orígenes campesinos, Fidel odiaba el capitalismo, especialmente el comercio, y la noción misma de bienestar. Por eso, tras cada fase de reformas ineludibles, impuso una rectificación antieconómica, “revolucionaria”, desastrosa al faltar la ayuda exterior. El “eterno Baraguá” daba mal de comer. Así, una de las tres economías más ricas de Latinoamérica en 1960 se hundió en el subdesarrollo, por positivas que fueran sus políticas educativa y social.

La protesta popular del Maleconazo en agosto de 1994 y la tragedia de los balseros evidenciaron el callejón sin salida voluntarista. Se atribuye a Raúl la recuperación del principio de realidad, con apertura al capital exterior, la rendija hacia las actividades privadas y la dolarización. Así que una vez alcanzada la sucesión, su pragmatismo pareció augurar la adhesión a una vía vietnamita, pero Raúl es ante todo un comunista dispuesto a encarcelar y reprimir cuanto sea necesario.

El mantenimiento del poder deviene prioridad absoluta. Por eso en los años 90 fue edificada una auténtica muralla frente a cualquier racionalización. En 1989, con la ejecución/asesinato del general Arnaldo Ochoa, había sido conjurado el peligro de una alternativa de los héroes africanos. Como compensación, en la siguiente década, los militares obtendrán el control económico, convirtiéndose en los principales beneficiarios del régimen y en sus más interesados defensores. Y ahí están hoy. Versión cubana muy eficaz de “la nueva clase”.

El olvido creciente de Cuba en la esfera internacional reforzará la estabilidad. Razonablemente, Obama aminoró el embargo. El embajador de España elogia a Fidel y a la Revolución: hoteles mandan. En uno de sus ejercicios de estrabismo político, el papa Francisco se deja engatusar por Raúl, olvida a los sufridos demócratas y cambia el texto de una homilía en La Habana para ensalzar “la pobreza” frente a “la mundanidad”. Los proyectos de dinamización económica generan un impulso lastrado por la resistencia burocrática. Y en el plano político la mínima tolerancia en la comunicación no altera la condición de una sociedad de vigilantes, sin espacio siquiera para las Damas de Blanco.

Poco significa por ahora la farsa electoral del 19 de abril, mediante la cual Miguel Díaz-Canel ocupa formalmente el vértice político, mientras Raúl conserva partido y ejército. El pueblo cubano sigue obligado a que sus redentores piensen por él.

Antonio Elorza
El País, 23 de abril de 2018.
Foto: Sala de una casa habanera. Tomada del sitio mexicano Debate.


jueves, 21 de junio de 2018

Un nuevo tiempo


Como muchos de ustedes, yo también pasé horas frente al televisor observando la elección de Miguel Díaz-Canel como nuevo presidente de nuestro país. Sin dudas para la gran mayoría de los cubanos fue un momento histórico. Raúl Castro cumplió su promesa.

¿Qué sobrevendrá tras este cambio? No lo sé, hay que esperar. Según lo que todos pudimos escuchar, por ahora no llegarán algunas transformaciones que muchos esperan. De hecho, se ratificaron políticas y procedimientos que garantizan la continuidad y prefieren la unanimidad.

En los medios de prensa internacionales una avalancha de analistas predicen y recomiendan. Desde el fin de la dualidad monetaria, la aprobación de la pequeña y mediana empresas, hasta una apertura más amplia al sector privado y la inversión extranjera, por solo hablar del plano económico.

Me preocupa que no se planteen con el mismo interés y más temprano que tarde, soluciones para remediar el descontento popular con sus condiciones de vida, la falta de motivación para participar socialmente, la persistente intención migratoria entre personas de todas las edades, y fundamentalmente entre jóvenes.

En los últimos días, mientras ocurría este cambio presidencial en nuestro país, siguieron llegando noticias de cubanos atrapados en las vías terrestres de Centroamérica, tratando de llegar a Estados Unidos a pesar de que la política de imán –pies secos / pies mojados– hace más de un año fue cancelada por el ex presidente Obama.

El gobierno de hoy debe tratar de enmendar ineficientes e incoherentes políticas que han desgastado las esperanzas de gran parte de la población cubana. Las evidencias superan la propaganda; lo prometido sigue sin llegar a las mesas de los cubanos y a su día a día.

Por años hemos visto en Cuba decisiones y posturas de contraataque en una guerra en la que a veces las amenazas son más imaginarias que reales. Es cierto, el embargo ha hecho mucho daño. También es cierto que sin tener que fomentar un nacionalismo de consigna hay que esforzarse por preservar nuestra identidad nacional y la soberanía del país. Hay que cuidar los logros sociales alcanzados y velar por los más desfavorecidos para evitar que se conviertan en desamparados. Pero algunos de los daños más grandes que padece Cuba hoy no tienen solamente causas o influencias externas: se producen desde adentro, it’s homegrown.

Como padre de tres hermosas hijas, he invertido horas, días, años, en prepararlas para que puedan enfrentar el mundo que les espera. Tal como ese mundo es, y no como yo quiero que sea. Los padres casi siempre creemos que sabemos lo que es mejor para nuestros hijos, les advertimos de las cosas feas, las diferencias entre el bien y el mal… En algunos casos, aun con las mejores intenciones, hasta les trazamos y diseñamos a nuestros hijos el camino a seguir.

Mi abuelo, médico, quiso que sus siete hijos fueran médicos. Yo no soy abogado, pero aun así intenté que mis tres hijas estudiaran Derecho. Solo una me escuchó.

Mi abuelo no logró tampoco que sus hijos vistieran batas blancas, pero no por eso dejó de confiar en sus hijos. Mis tíos y mi madre encontraron felicidad y prosperidad en la música y la cultura y enorgullecieron a nuestra familia.

Como hijo de la Revolución -no formó parte de su triunfo inicial, de sus sueños e ideales primeros, sino es más bien un fruto de sus consecuencias-, Díaz-Canel puede y debería –con todo respeto lo afirmo– adueñarse de sus pasos y trazar su propio camino, con la misma determinación y osadía con que lo hicieron Fidel y Raúl. Y tal como lo hacen los hijos, diferenciándose, experimentando, descubriendo por sí mismos a pesar de nuestros consejos y ejemplos; aunque ellos siempre vislumbren sus horizontes, conscientes o no de ello, subidos sobre nuestros hombros.

Muchos esperamos que Díaz-Canel pueda ir despejando los rasgos de la conducta paternalista del Estado y el gobierno; que ponga a dieta a la obesa burocracia gubernamental; que dedique todo su empeño en la reorganización jurídica que necesita el país y que debe comenzar con reformas a la Carta Magna y llegar a la promulgación de leyes específicas largamente esperadas; que se afane en disminuir el escepticismo entre los cubanos -de la Isla y de fuera- tras una década de cambios que no consiguieron el éxito necesario y esperado. Todo ello para que la confianza se renueve y se propague recíprocamente, de gobierno a pueblo y de pueblo a gobierno.

El propósito principal en el futuro que acaba de comenzar, y que no dependerá solamente de Miguel Díaz-Canel, no debe ser el culto a una ideología, sino en todo caso su renovación, a través de la integración y la reconstrucción del país, en su tejido material y espiritual.

En los años 60, el economista de tendencia liberal Friedrich Hayek dijo: “Si viejas verdades deben retener su control sobre las mentes de los hombres, estas deben ser reafirmadas en el lenguaje y conceptos de generaciones sucesivas”. Es muy posible que las ideas fundamentales sean hoy tan válidas como antes, pero las palabras y la forma de expresarlas ya no provocan la misma convicción.

Por otra parte el nuevo Presidente de Cuba debe ser más inclusivo. No llega al poder para atender, escuchar y gobernar solo a los incondicionales o seguidores, a los que reconoce o incluso a los que lo eligieron de manera directa o indirecta.

Díaz-Canel es también mi Presidente a pesar de que yo no viva en Cuba, como lo es de quien lo critica y del que disiente; del que fundó un restaurante privado con mobiliario y decoración alegórica al país antes de 1959, o del que consiguió echar a andar un pequeño negocio de reparación de teléfonos móviles.

Díaz-Canel debe buscar a toda costa la reconciliación familiar, erradicar el miedo al retorno de la diáspora a su país; miedo que persiste y ha sido cultivado y abonado con prejuicios de todo tipo tanto entre los que vivimos fuera como entre los que residen en la Isla.

La errada, obsoleta e inhumana política de los Estados Unidos hacia Cuba no es una ilusión, y tiene raíces plasmadas en los libros de historia y en nuestra memoria reciente. Sin embargo, esa no debe seguir siendo la excusa principal para seguir postergando una agenda enfocada a acercar Cuba a los cubanos, dondequiera que estén.

Ojalá hayamos comenzado un tiempo nuevo.

Hugo Cancio
On Cuba Magazine, 22 de abril de 2018.
Foto: Tomada de On Cuba Magazine.

lunes, 18 de junio de 2018

Sin los Castro y con Trump


Felipe González y el rey Juan Carlos trataron de convencer a Fidel Castro, en 1995, de las ventajas de que él mismo liderase en Cuba una transición política similar a la española. Estaban en Bariloche, sede de la V Cumbre Iberoamericana. Castro escuchó con paciencia. Al terminar, respondió: “Todo eso que me cuentan está muy bien, pero la transición empezó tras la muerte de Franco y yo estoy vivo”.

Fidel Castro murió el 25 de noviembre del 2016. Siete años y medio antes se había apartado del poder, tanto del Ejecutivo como en el partido, cediendo el testigo a su hermano Raúl. Conservó la autoridad moral que ejerció con cautela. Era el inicio del proceso de una transición política que promete ser larga.

El periodista español Enrique Meneses decía que Fidel era el soñador y Raúl, el que resolvía problemas concretos. Les conocía bien pues estuvo con ellos en los primeros tiempos de Sierra Maestra. Se repite la receta: de Fidel a Raúl, de Raúl a Miguel Díaz-Canel, a la generación que no hizo la revolución.

El nuevo presidente no se entregará a aventuras políticas. Primero porque no puede, solo es una pieza de un engranaje que incluye al Ejército. Y en segundo lugar porque no le conviene. En la mente de todos está el derrumbamiento de los regímenes comunistas de Europa del Este en 1989, y de la URSS en 1991 después de que Gorbachov intentara una revolución encaramado en un castillo de naipes.

El otro modelo es China, que ha liberalizado poco a poco la economía sin perder el control político. Ese segundo modelo, que sería también el de Vietnam, es el que desea el Partido Comunista de Cuba.

Díaz-Canel ha marcado la ruta de su mandato con dos frases: “Raúl encabezará las decisiones de mayor trascendencia” (desde la dirección del partido) y “seremos fieles al legado de Fidel Castro, líder histórico de la Revolución”. Esto no deja de ser una declaración. Lo importante se verá en los próximos meses.

La omnipresencia de un enemigo exterior ha creado un espíritu de resistencia patriótica, pero no sabemos cuál es el grado de hartazgo de la población.

Será difícil una hecatombe súbita como en la URSS porque la revolución, pese a sus fracasos (¿dónde están la libertad y la democracia prometidas en el manifiesto de Sierra Maestra?), ha tenido éxitos en la educación (99,8% de alfabetos), en la cultura (250 museos; 11 millones de habitantes) y en la sanidad (mayor ratio del mundo de médicos por pacientes: 1 por cada 155 frente al 1 por 396 de Estados Unidos). No hay desnutrición infantil, ni pandillas de matones como en El Salvador, Honduras o Guatemala.

Cuba es algo emocional para las izquierdas y visceral para las derechas. Tuvo un líder carismático en una época difícil. La ceguera política de Eisenhower en un mundo dominado por los códigos de la Guerra Fría lo acabó empujando al campo soviético. Fidel se convirtió en un piedra en el zapato para 10 presidentes estadounidenses. Esa lucha contra lo que llamó imperialismo consolidó su estatus en el continente.

Cuba fue un ejemplo para las revoluciones latinoamericanas. El embargo que, sin duda, hizo daño y reforzó su dependencia de la URSS, es otro error: ha dado argumentos a un sistema que no funciona.

Las revoluciones duran poco, a veces horas, otras meses o años. Tienden a calzarse los mismos zapatos. La cubana ha sido una de las más longevas, quizá duró toda la década de los 60, al menos hasta el 1967, año de la muerte del Che. Después sustituyó la utopía por el 'merchandising' revolucionario, que en su caso es imbatible: la fotografía de Korda, los eslóganes, la música. Debajo de la iconografía habita un régimen que tiene presos políticos, que castiga cualquier disidencia.

Cuba no lo tuvo fácil desde el triunfo de la revolución el 1 de enero de 1959. La CIA apoyó una chapuza de invasión en abril de 1961 en Bahía Cochinos y la URSS se puso a jugar al póker con John Kennedy en la crisis de los misiles en octubre de 1962. No se han llevado bien Estados Unidos y los Castro. El mismo Fidel sufrió más de 600 intentos de asesinato. Al menos eso dice la mitología que rodea al personaje. Tres opciones: sus servicios de contraespionaje eran excelentes, sus enemigos, unos chapuzas, o ambas.

La presencia de Trump al otro lado puede darles gasolina ideológica para resistir un poco más en espera de mejores tiempos, de otro presidente. Pasó la oportunidad de Obama. Raúl y Díaz-Canel deben saber que la única salida es una apertura económica y política. La clave es quién marca el ritmo. Si Venezuela dejara de mandar petróleo, el ritmo lo marcará la realidad. O tal vez Putin.

Ramón Lobo
El Periódico, 21 de abril de 2018.
Foto: Trump y Díaz-Canel. Montaje tomado de Infobae.

Leer también: El hombre en la encrucijada.

jueves, 14 de junio de 2018

De Raúl Castro con amor: la presidencia de Cuba



El jueves 19 de abril, en vísperas de su cumpleaños 58, Miguel Díaz-Canel recibió en el Palacio de las Convenciones de La Habana un presente que el castrismo jamás le había regalado a nadie: la presidencia del Consejo de Estado de Cuba. Puede tratarse de un obsequio peligroso, una bomba de mecha corta.

A lo largo de la Revolución, nombramientos de menor jerarquía le han explotado entre las manos a los agasajados, haciéndoles añicos los cuerpos y enviándolos al puesto de desguace al que van a parar ciertos líderes comunistas de segundo orden.

Díaz-Canel parece un hombre tan consciente de la larga tradición de cancilleres y ministros que que nacieron alrededor del año cero de la historia de Cuba, es decir, de 1959 y que justo por esa razón cayeron de repente en desgracia, que difícilmente haya habido alguna vez otro presidente que iniciara su mandato con más apatía y cautela que él.

Tomó posesión casi a su pesar, al menos en apariencia. Lucía aturdido con semejante regalo, como si no pudiera aceptarlo, como si el pantalón obsequiado no fuese su talla de cintura. Pero también parecía alguien a quien le daba pena o terror hacerle un desaire a la persona que con tanta dedicación había guardado esa pieza exclusiva para él. Me recordó cuando alguien de dinero en Cuba quería tener una deferencia conmigo y me llevaba a comer langosta. Se suponía que tenía que disfrutarlo, pero no era lo mío.

El sastre que es Raúl Castro entalló ese traje sin chamarreta para su pupilo disciplinado. Desde 2013,  cuando lo ascendieron a primer vicepresidente del Consejo de Estado, Díaz-Canel tuvo tiempo suficiente para adaptarse a la idea; bien pudo haberse repetido para sus adentros que ya era el jefe en funciones. No importa que todavía no lo fuera, nadie se iba a enterar de su travesura. Si él no lo permitía, la Seguridad del Estado, que husmea en todas partes, no tenía por qué meterse en su cabeza.

Sin embargo, el anuncio formal lo agarró bajo presión. No es para menos. El tiempo político de Cuba funciona con una lógica particular. Puede decirse, sin faltar a la verdad, que así como se sabía desde hace varios años que Díaz-Canel iba a sustituir a Raúl Castro en la presidencia del país, no se supo nunca hasta el último momento quién era el elegido.

El hecho reviste implicaciones especiales porque es la primera vez, desde que se aprobó la Constitución socialista en 1976, que el mandatario de la isla, un ingeniero electrónico, tiene influencia nula sobre las Fuerzas Armadas. Esta brecha quizás pueda abrir un camino inédito de disputas, de lucha de egos, o al menos de desavenencias entre los funcionarios que detentan el poder formal de la diplomacia y el Estado y los generales y coroneles que controlan el poder fáctico del Ejército, los conglomerados económicos y los eficientes aparatos de vigilancia ciudadana.

Los cargos de presidente del Consejo de Estado y de ministros y de primer secretario del Partido Comunista tampoco recaen ya en la misma persona, una situación que promete extenderse hasta 2021, cuando Raúl le entregue a su heredero las riendas del órgano rector de la vida nacional.

Los reportes de la prensa extranjera suelen fallar con frecuencia en sus predicciones sobre Cuba porque la información concerniente a los asuntos gubernamentales siempre se ha movido entre lo predecible y lo misterioso, ente el conservadurismo burocrático pausado y los golpes de efecto repentinos. Los resultados de unas elecciones pueden planearse con cinco años de antelación y también pueden cambiar en el último segundo.

Díaz-Canel debe haber pasado cada uno de los días en que fue primer vicepresidente del país atrapado en esa cuerda esquizoide, mezcla virtuosa de planificación e incertidumbre que viene a ser como la última prueba del videojuego psicológico del totalitarismo cubano. Son los obstáculos que los padres fundadores les pusieron a sus hijos más valiosos, hasta encontrar al hombre nuevo definitivo, una tarea que les tomó casi sesenta años. Díaz-Canel llegó exhausto al final y el 19 de abril apareció en cámaras con el semblante de un sujeto que, más que comenzar un mandato, parece concluirlo.

La frase de cierre del discurso de despedida de Raúl, en cambio, no fue un enérgico “¡Patria o muerte!”, o un optimista “¡Viva la Revolución!”, sino un contundente “Ya acabé”, algo nunca visto u oído en actos tan solemnes, sacándose un peso de encima. Cuba parece representar una carga tal que quien cede el mando se va feliz y quien lo recibe no quiere recibirlo del todo.

“El compañero general de Ejército Raúl Castro Ruz (…) encabezará las decisiones de mayor trascendencia para el presente y el futuro de la nación”, dijo Díaz-Canel en su intervención, como quien no acepta completamente su regalo, o como quien sabe que aunque el regalo es suyo pueden volvérselo a quitar.

Su discurso estuvo marcado por la falsa emoción y por constantes evocaciones al pasado histórico, o más bien a cierta interpretación oficialista de éste; una suerte de comodín para los funcionarios públicos que no encuentran nada relevante o juicioso que decir sobre esas dos interrogantes eternamente pospuestas, el presente y el futuro de Cuba.

No son pocos los dilemas y las malas prácticas que Díaz-Canel deberá corregir en adelante y a las que más le vale encontrarles solución: el proceso de unificación monetaria, una relación estatal plausible con el sector privado, un posible proyecto de reforma constitucional, el trato violento a la oposición política, el paso de los huracanes sobre la isla, el conflicto diplomático de los supuestos ataques sónicos, las turbas juveniles que van a chillar a los foros internacionales, el fantasma de Fidel Castro, el gobierno de Donald Trump.

A diferencia de otros países, donde la gente espera que los políticos no simulen o mientan en sus campañas de candidatura y sus discursos de toma de posesión, para luego darse cuenta de que justo una vez más eso fue lo que hicieron los políticos, en Cuba muchos ansían que Díaz-Canel esté simulando y mintiendo, guardando la forma ante sus superiores y esperando el momento justo, que es ya.

Su entrada en la historia pasa por el riesgo personal y depende únicamente de cuánto se aleje su gestión de sus padres políticos, no importa que deba seguir reivindicándolos en el discurso. Las transiciones empiezan con un demagogo y los cubanos sabrán entender. En un país clausurado para todos, suena como que este hombre tiene todavía una oportunidad.

Carlos Manuel Álvarez
The New York Times en Español, 22 de abril de 2018.
Leer también: Político del cambio o títere? y Hombre nuevo al timón.

miércoles, 13 de junio de 2018

El silencio cómplice de la disidencia y el exilio cubano



Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, acaba de reunirse con Kim Jong-un, que no sólo es el dueño y señor de la República Popular Demócratica de Corea, sino uno de los dictadores más sanguinarios del mundo.

Kim siguió los ejemplos de su abuelo Kim Il-Sung, y de su padre Kim Jong-il, una dinastía que ya lleva 70 años al frente de la nación más cerrada del planeta y que durante todo ese tiempo ha logrado la 'proeza' de convertir a su pueblo hambriento y oprimido en zombis, obligados a aplaudir al unísono, que tienen que inclinarse ante sus 'líderes supremos', que no pueden expresarse públicamente y ni siquiera disentir en privado.

A quienes no obedecen ciegamente, les esperan campos de trabajo forzados, torturas y la muerte. No una muerte cualquiera: pueden ser tirados a perros hambrientos, como hizo Kim Jong-un con un tío. O matarlo tapándole la boca y la nariz con un paño envenenado, como hizo con su hermano Kim Jong-nam en el aeropuerto de Malasia.

La única posibilidad que tienen los norcoreanos de salir de aquel infierno es escapándose a través de ríos y bosques o si tienen la suerte de viajar al exterior en una delegación de la tiranía Kim.

La disidencia en la isla y el exilio cubano, que en su mayoría se localiza en Estados Unidos, especialmente en la Florida, saben todo lo que en siete décadas ha ocurrido y sigue ocurriendo en Corea del Norte. Hace un año, en junio de 2017, Otto Warmbier, estudiante estadounidense de 22 años, fallecía en un hospital de Ohio tras un cautiverio en Corea del Norte, debido al grave daño neurológico que le produjeron las torturas a las que fue sometido..

Warmbier estuvo 17 meses encarcelado en Corea del Norte, luego de ser acusado de tratar de robar un cartel propagandístico en el hotel donde se hospedaba. Fue condenado a 15 años de trabajos forzados, al ser considerado culpable de "actos hostiles contra el Estado". El joven había sido detenido en enero de 2016 en el aeropuerto de Pyongyang despu'es de realizar un viaje de cinco días por el país, organizado por una agencia de viajes de China, donde se encontraba realizando un intercambio académico.

En los medios internacionales no he leído que Trump le recordara a Kim el caso de Otto Warmbier. Y ya que quiso ser tan 'delicado y diplomático' y no quiso mencionar las brutales violaciones de derechos humanos en Corea del Norte, lo menos que pudo hacer es pedirle a Kim que se disculpara por ese crimen, al tratarse de un ciudadano de esa América que para Trump es todopoderosa y está por encima de dios y del diablo.

Sobre el encuentro de Donald Trump con Kim Jong-un en Singapur, el pasado 12 de junio, los congresistas cubanoamericanos, el exilio duro miamense y el ala trumpista de la disidencia isleña han preferido hacerse los 'suecos'. O los 'chivos locos', como se dice en Cuba.

Desde Miami, todos ellos se la pasan amenazando al régimen cubano, diciendo que van a enjuiciar a Raúl Castro por crímenes de lesa humanidad (que al lado de los cometidos por la dinastía Kim son ínfimos: comparada con Corea del Norte, Cuba es un paraíso caribeño), haciendo panfletos y declaraciones, llamando a la desobediencia civil y la rebeldía o a no votar en las elecciones para delegados al Poder Popular.

Quienes desde la llegada del millonario rubio de 72 años a la Casa Blanca ahora son más trumpistas que el propio Trump, son los mismos que se han dedicado a insultar al ex presidente Barack Obama, de 56 años, y tratado de borrar y echar por tierra su legado en Cuba. Pero la diferencia entre Obama y Trump no solamente radica en sus edades y los colores de sus pieles, si no por sus actuaciones y comportamientos políticos, sociales y humanos.

El martes 22 de marzo de 2016, Obama hizo en el Gran Teatro de La Habana un memorable discurso dirigido al pueblo cubano, con Raúl Castro y la élite gobernante viéndolo y escuchándolo desde un palco. Ese día, Obama habló de democracia, de libertades, de valores.

Después, Obama se dirigió a la Embajada de Estados Unidos y se reunió con representantes de la disidencia (entre ellos Antonio Rodiles hoy un supertrumpista) y activistas de derechos humanos y del movimiento LGBT. En otra sala de la Embajada, su principal asesor, Ben Rhodes, intercambió con cuatro periodistas independientes: Yoani Sánchez, Ignacio González, Augusto César San Martín e Iván García.

Desde Miami fueron -y siguen siendo- innumerables las descalificaciones hacia Obama por haber reestablecido las relaciones diplomáticas y comerciales con el castrismo y haber viajado a La Habana y compartido con Raúl Castro, un dictador que a pesar de tener 87 años al lado de Kim Jong-un, de 34 años, es un niño de teta.

Después que Trump y Kim se dijeron oprobios vía Twitter, como los dos son egocéntricos y a ambos les gusta el show, los flashes de las cámaras y acaparar titulares mundiales, se reunieron en Singapur, se dieron varios apretones de manos, se miraron y se sonrieron, como dos viejos enamorados: en el fondo, dada su forma autoritaria e intolerante de ser, Trump debe admirar a personajes como Kim, capaces de mantener bajo un puño de hierro a todo un pueblo durante siete décadas. Y hasta se invitaron a visitarse, uno a Washington, el otro a Pyongyang.

En un trabajo que hasta el momento de redactar esta nota no se había publicado, Iván García escribió:

"Corea del Norte es un Estado delincuencial. Diferentes ONGs le pidieron al presidente Trump que no olvidara recordarle al impresentable Kim Jong-un el tema de los derechos humanos. Pero hasta donde se sabe, no se lo recordó.

"Y es un dilema para la oposición en esas naciones. En el caso de Cuba, es sintomático que opositores consultados intentaron atenuar la estrategia de Trump con Corea del Norte como un mal menor y necesario.

"Entonces, ¿qué argumentos pueden sostenerse para no negociar tratados económicos con el neocastrismo? ¿Qué la dictadura castrista no tiene armas atómicas y la norcoreana sí? Porque si comparamos las dos dictaduras, la de 60 años de los Castro y la de 70 años de los Kim, la cubana es una aprendiz.

"Lo más preocupante, buscando opiniones de opositores para este trabajo, es el silencio y el temor a juzgar las decisiones de la Casa Blanca.

Nadie en la disidencia y el exilio cubano ha levantado la voz condenando las negociaciones de Washington con el Estado canalla de Corea del Norte".

Inexplicablemente, la disidencia y el exilio cubano han guardado silencio. Un silencio cómplice ante el reconocimiento público que un presidente de Estados Unidos acaba de hacer de un sanguinario dictador asiático.

Tania Quintero
Foto de AFP tomada de La Vanguardia.

lunes, 11 de junio de 2018

Mis días con Díaz-Canel


Aquella tarde, cuando nos subimos en su Lada oficial, Díaz-Canel puso un casete de Fito Páez, empezó a repiquetear sus dedos sobre sus rodillas y me dijo: “Ya estás en Buenos Aires”; la canción que canturreaba se llamaba Circo Beat. Aquella tarde no estábamos en Buenos Aires, sino en Santa Clara, Cuba, y Miguel Díaz-Canel andaba en jeans gastados y camiseta del Che, pero no tenía el pelo tan largo como me habían dicho ni había hecho todo lo que se decía. Sobre él corrían, ya entonces, las historias.

—No, eso yo no lo dije.

Me dijo, por ejemplo, cuando le conté que un amigo en La Habana decía que él se había declarado “el secretario de todos, de los obreros, los estudiantes, los campesinos, los homosexuales”.

—No lo dije, no, pero yo siempre he dicho que tenemos que dar un espacio para todos, trabajar para todos, ¿me entiendes?

Me dijo aquella tarde, hace ya más de veinte años. Yo estaba escribiendo sobre Cuba para una revista argentina y su dueño, industrial farmacéutico con negocios en la isla, me había conseguido un privilegio único: que me mostraran el mausoleo del Che Guevara, cerrado, en obras todavía. Para eso tuve que ir hasta Santa Clara, a unos 300 kilómetros de La Habana, su lugar. Miguel Díaz-Canel era, entonces, el primer secretario del Partido Comunista provincial y por eso me recibió, me contó cosas, me sacó a pasear, me alojó en una casa para funcionarios extranjeros, me hizo sentir como un ruso que había llegado tarde. Cuando caminamos por el centro de la ciudad, personas lo paraban, lo interpelaban con retintín caribe:

—Oye, Díaz, a ver para cuándo terminan con el camino aquel que tú dijiste.

Le dijo, por ejemplo, un vecino, y él se paró para darle explicaciones. Otros lo saludaban, le preguntaban algo, lo trataban de cerca. “El secretario Díaz-Canel —escribí entonces— es alto, bien hecho, mucho deporte encima. Tiene 36 años y un diploma en ingeniería electrónica, pero siempre estuvo en política y fue parte del equipo del ahora canciller Robertico Robaina en la Unión de Juventudes Comunistas. Los cuadros dirigentes cubanos están empezando a renovarse: de los quince secretarios provinciales, ocho tienen menos de cuarenta años. En principio, los nuevos no tienen diferencias ideológicas serias con sus mayores, pero en muchos casos se manejan distinto. Después de una época en que funcionó bastante el modelo soviético de burócrata encerrado, los nuevos buscan el contacto, la discusión. Y además, me parece, esta nueva generación ha sido capaz de inventarse una épica de la gerencia: frente a sus mayores, que hicieron revoluciones heroicas, su trabajo de producción y distribución podría parecer menor.

—¿Y no tienes cierta envidia de aquellos años, de lo que ellos hicieron?

—¿Por qué? En estos momentos difíciles, organizar una zafra, lograr la recuperación económica, convencer a la gente de que dé todos sus esfuerzos por la Revolución también es una batalla que vale la pena pelear. Hacer la revolución fue importante, fundamental, pero construir el socialismo también puede ser la pelea de una vida”.

Fueron paseos muy ilustrativos, y el mausoleo me impresionó con sus masas de mármol y de bronce, su pretensión de eternidad, diez metros de Guevara con boina y metralleta. Pero la revelación —burlona, chiquitita— vino poco después. Díaz-Canel me llevó a una reunión. Un año antes un huracán había asolado la provincia y, desde entonces, los responsables de las empresas y servicios provinciales se reunían con él tres veces por semana: desde allí la manejaban al detalle.

—Esta semana no hemos tenido ningún caso de hepatitis. La diarrea bajó de 308 a 259.

Informa uno y otro dice que se encontró carne salada en mal estado y otro que el agua sigue saliendo turbia y otros hablan del caso de un recién nacido que murió, de la disminución de los apagones, de recuperar los atrasos en el plan de helados, de lo bien que va la producción de ron, de la llegada de veinte baterías para micros escolares.

—Nosotros en la funeraria estamos dentro de las cifras. Tenemos siete cajones, que nos pueden alcanzar para diez días más.

Díaz-Canel opina, cita cantidades, da órdenes menores:

—Bueno, hay que aumentar la producción de repostería. Atención, que con las vacaciones va a subir la demanda.

Después discuten cómo van a hacer para darles algo de comer a los chicos que tienen viajes largos en los micros escolares: es un lío pero están dispuestos a solucionarlo, no puede ser que esos muchachos pasen hambre.

Entonces creí que había entendido: allí, en esa reunión de funcionarios provinciales y datos burocráticos estaba la explicación de todo. Lo que arruinó las experiencias comunistas fue, sabemos, la ineficacia, la paranoia, la concentración de poder, la “dictadura del proletariado”. Pero fue, sobre todo, esa ambición magnífica, imposible: la de ser todo para todos, hacerse cargo de cada detalle, proclamar que el Estado debe garantizar el bienestar de cada ciudadano. El capitalismo siempre fue más astuto: consiguió hacernos creer que ese bienestar era la responsabilidad de cada uno, que si a alguien no le va bien en la vida es culpa suya: que el Estado debe ofrecerle ciertas bases y después cada cual que se arregle. No podría haber dos sistemas más opuestos: uno te deja librado a tu suerte so pretexto de la libertad y consigue perpetuarse; el otro te promete todo en nombre de la igualdad y falla porque todo no se puede.

—En el capitalismo, si alguien no tiene un ataúd la culpa es suya, por no poder comprarlo. Aquí, en cambio, la culpa es de Fidel. Eso es muy difícil de sostener, ¿no?

—Sí, claro. Pero tú no sabes la satisfacción que te da cuando ves que va saliendo bien, que la gente va viviendo mejor. Eso no se paga con nada, chico, con nada.

Pasó hace más de veinte años. Después el joven pelilargo se tornó un funcionario atildado, siempre obediente, siempre dispuesto, que se fue volviendo el heredero de la diarquía de los Castro. Ya entonces mostraba su ambición; ya aquella tarde me contó cómo, un año antes, se había ganado el favor del primogénito organizándole de la noche a la mañana un “gran acto de masas”. Después siguió subiendo: fue ministro de Educación Superior, vicepresidente del Consejo de Estado, esas cosas. Ahora es el primer mandatario en más de medio siglo que usa otro apellido.

Pero se diría que las diferencias con sus excomandantes no van mucho más lejos. Leo, en estos días, artículos de amigos cubanos que lo miran llegar sin sombra de esperanza; ellos, por supuesto, lo conocen y dicen que va a seguir por el mismo camino de estos años: que nadie podría llegar tan alto en el escalafón de su aparato sin dar fidelidad garantizada. Así que es, suponen, muy improbable que el sistema cambie.

Y entonces yo no puedo dejar de recordar esa otra noche —Moscú, mayo de 1991— en que Vodimir Natorf, el exsecretario de organización del partido Comunista polaco, bebía vodka con limón, me hablaba del fracaso de los comunistas y me decía que habían cometido muchos errores, pero ninguno tan decisivo como “actuar como si el hombre fuera intrínsecamente bueno, como si existiera un hombre ideal, perfecto, utópico”.

No lo es, por supuesto. Pero tampoco sirve actuar como si fuera tonto, como si hubiera que hacer todo en su lugar, pensar y actuar por él. No le gusta, se rebela un poco. Y, si no encuentra otras vías, puede incluso creer cosas tan raras como que la rebeldía, la libertad, el camino a la felicidad pasan por Miami. Esa es, ahora, la herencia triste de la “Revolución cubana”.

Martín Caparrós*
The New York Times en Español, 27 de abril de 2018.

* Periodista y escritor argentino (Buenos Aires, 1957). Es autor, entre otros, de los libros El hambre, Echeverría y Lacrónica. Reside en España.

Foto: Miguel Díaz-Canel y su esposa Lis Cuesta, en la inauguración de una exposición fotográfica dedicada al Che, en el Centro de Artes Visuales de Santa Clara el 7 de octubre de 2017. Tomada del periódico villaclareño Vanguardia.

viernes, 8 de junio de 2018

"Díaz-Canel está sentado en un barril de pólvora"



Como cada mañana, Yosbel, 22 años, camina diez cuadras desde su hogar en la avenida Santa Catalina, en el barrio de La Víbora, hasta la sucia Calzada de Diez de Octubre, donde aborda un taxi particular rumbo al Vedado.

Ayudante de cocina en un restaurante privado, Yosbel no terminó sus estudios universitarios. Hijo de padres divorciados, madre diabética y dos hermanas menores de edad, tuvo que comenzó a trabajar para mantener a su familia. "Mi hijo es el hombre de la casa", dice su madre mientras de desayuno le prepara pan con mayonesa y jugo de guayaba.

La avenida Santa Catalina se viste de gala en primavera.

De los viejos framboyanes se desprenden, cientos de flores rojas, amarillas y anaranjadas que tapizan el pavimento entre trinos de gorriones y un sol luminoso y caliente.

Pero Yosbel no se detiene a contemplar la belleza de los framboyanes que le rodean. “Cuando me levanto por la mañana siempre hay un problema distinto. Hoy, por ejemplo, no hay agua y no pude comprarle las medicinas a la vieja porque no entraron a a la farmacia. Por si no bastara, la carne de puerco cada vez está más cara. Y un mango grande cuesta veinte pesos. Por eso la gente en la calle andan de mal humor. Uno se pregunta ¿hasta cuándo vamos a soportar a un gobierno que no hace nada para resolver las carencias de la población?”.

Aclara que el dueño de la paladar paga el diez por ciento de las ventas. "En un día suelo ganar más de 30 chavitos (cuc). En un mes casi 900. Ni con dinero en la cartera puedo resolver el montón de problemas acumulados en mi casa”. Y menciona algunas dificultades: el alto precio del cemento en el mercado negro (en el estatal no hay) y de los materiales de construcción. "Y ni pensar en adquirir muebles o un simple electrodoméstico".

Al final de su historia, similar a la de muchos cubanos, siempre hay un culpable: la ineficiencia del régimen. Yosbel no es un disidente y ni siquiera le interesa la política. Si compra el periódico Granma es por la página deportiva y después utilizar las hojas como papel sanitario o para envolver y botar la basura. Pero tiene un mal día y revienta:

“Asere, ¿hasta cuándo vamos los cubanos aguantar a esta gente? En su discurso inaugural, Díaz-Canel no habló de su programa de trabajo y cómo va resolver tantas penurias que tenemos cubanos. Sus palabras fueron muela jorobada y guataconería. Se sienten seguro en sus cargos. Hasta un día, como han hecho los jóvenes en Venezuela y están haciendo en Nicaragua”.

No hace falta caminar demasiado en Cuba para encontrar personas frustradas con el estado de cosas. Los medios estatales intentan maquillar la realidad presentando un mundo virtual de ciudadanos siempre sonriendo o bailando reguetón y que confían ciegamente en sus mandatarios.

Carlos, sociólogo, considera que “es contraproducente disfrazar la realidad y edulcorarla. Siempre hay un límite. La gente aguanta hasta un punto determinado. En la crispación actual que se vive, cualquier cosa puede provocar un estallido popular. El gobierno de Díaz-Canel no tiene un cheque en blanco como el de Fidel o Raúl Castro. No solo la gente lo va cuestionar, insultar o incluso rebelarse. Los empresarios militares, que han hecho bastante dinero, quieren seguir aumentando su capital y expandiendo sus negocios. Si el actual mandatario no abre la puerta y permite que se desaten las fuerzas productivas locales, domestica la salvaje inflación que va a provocar la unificación de la moneda y mejora drásticamente los salarios, esos militares reconvertidos en gerentes no van a tener a quien venderle sus productos. El desarrollo de un país pasa por potenciar el consumo interno. Díaz-Canel está sentado en un barril de pólvora”.

“Es la economía, estúpido”, apunta Senén, economista jubilado, recordando el eslogan de la campaña de Bill Clinton en 1992. “Cualquier estudio o encuesta que se haga, a pesar que Cuba también necesita cambios políticos, la ciudadanía en la calle prioriza los temas económicos. El nuevo presidente hubiera acertado, hubiera difundido una hoja de ruta explicando su programa. Qué piensa hacer, cómo, en qué tiempo. Díaz-Canel, solo tiene cinco años, pues en caso de un mal desempeño no saldría reelegido. El régimen sigue violando preceptos políticos que son sagrados. Un gobierno se debe a los gobernados, no a los gobernantes. Si de manera urgente la nueva administración no toma el toro por los cuernos, aumentará la frustración social y la apatía”.

"Díaz-Canel es el mismo perro con diferente collar", expresa Bárbara, ama de casa. "No, contesta su esposo, es el mismo cake con distinto merengue". Los cubanos siempre se burlaron de los hermanos Castro y de otros dirigentes, como Esteban Lazo y Abel Prieto, ahora se burlan del nuevo presidente. La prensa extranjera lo ha calificado de delfín, elegido, enigma, pero en La Habana ya le dicen Mickey Mouse y Moco Pegado, por su guataconería con Raúl, su descubridor.

"Para mí, el tipo es un sepulturero, porque vino pa'terminar el papeleo y enterrar al socialismo", comenta el dependiente de un agromercado. El choteo criollo ha desatado innumerables memes en las redes sociales.

Ofelia, peluquera, reconoce que Díaz-Canel es alto y tiene buena presencia, "pero hablando es un muerto, no tiene chispa, debiera pasar un curso donde le enseñen a dirigirse al público. Fidel sí le sabía al arte del teque, Raúl no, con ese vozarrón". Carmelo, taxista privado, dice que "es aburrido, inexpresivo, habla sin énfasis, sin gesticular, algo propio de los cubanos y los latinos. Parece un curda después de una resaca. A mí me da la impresión de que el hombre se da cuenta de que lo embarcaron. Arreglar a Cuba es imposible". A Margot, jubilada que se gana unos pesos vendiendo maní, lo que le gusta es el nombre: "Como ya Fidel quedó en la página dos, tiene rima decir A la Plaza con Miguel".

Al margen de jaranas y nombretes, lo cierto es que abre un compás de espera y para juzgarlo, como mínimo, habrá que esperar hasta julio, cuando estaría nombrado el nuevo Consejo de Ministros y se supone que Díaz-Canel haya realizado algo concreto. Pero la percepción entre los cubanos de a pie es que él es una suerte de cobaya de laboratorio.

De triunfar, el mérito es para Raúl Castro por su visión política. Si fracasa, otro excomulgado de la dictadura verde olivo que cae en desgracia. Uno más.

Iván García

Uno de los numerosos memes y caricaturas que los cubanos han circulado por las redes sociales.


lunes, 4 de junio de 2018

Cubanos opinan sobre Miguel Díaz-Canel



Verano de 1993. Cuando caía la noche en Falcón, poblado al borde de la Carretera Central, atravesado por los ríos Sagua la Chica y Jagüeyes, la gente se sentaba en la puerta de sus casas a contar historias y beber ron casero destilado con heces de vaca.

Eran los años duros del período especial y en Falcón, como en el resto del territorio nacional, durante los extensos apagones programados de doce horas que por decreto oficial transformaban a Cuba en una isla oscura y silenciosa, los cubanos mataban así el tiempo e intentaban hacer más llevadero el calor veraniego.

En una finca particular de Falcón, en el municipio Placetas, Villa Clara, a unos 320 kilómetros al este de La Habana, el 20 de abril de 1960 nació Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, bisnieto del asturiano Ramón Díaz-Canel, quien a mediados del siglo XIX emigró a Cuba en busca de una vida mejor.

Buena parte de los casi 6 mil habitantes de Falcón, un sitio idilico donde a los lejos se escucha el cantío de los gallos, se dedican a la ganadería, la cosecha de tabaco y la siembra y recogida de viandas y hortalizas. La fiesta principal son las parrandas, que enfrenta a dos barrios, sagüeros y jagüeyeros. Todavía los falconeros, entre ellos Díaz-Canel, recuerdan la inundación del 18 y 19 de agosto de 2008, cuando por las intensas lluvias de la tormenta tropical Fay, muchos vecinos tuvieron que correr hacia una loma cercana. No hubo muertos ni heridos, pero sí importantes pérdidas materiales.

Antonio, jubilado, oriundo del lugar, cuenta que “unos años atrás, Díaz-Canel era flaco, se dejaba el pelo largo y le gustaba la música americana. Él y su familia eran y son buenos ciudadanos. Antes de ser elegido primer secretario del Partido en Villa Clara -una suerte de alcalde- tuvo un puesto importante en la Unión de Jóvenes Comunistas. Pero el hombre llegaba con el apagón a su hogar y si le tocaba, hacía la guardia del CDR o se ponía a hablar de deportes con cualquiera”.

En los nueve años que administró Villa Clara, una provincia con 13 municipios y poco más de 800 mil habitantes, la valoración popular fue de notable. "El brother andaba en bicicleta china por toda la ciudad y a pesar de las carencias, siempre se preocupaba por los villaclareños. En la radio local inauguró el programa Alta Tensión y los oyentes podían hacer llamadas y reportar sus quejas. Fue el primer político cubano que autorizó un centro nocturno con actuaciones de homosexuales y travestis", rememora Elpidio, residente en La Esperanza, Ranchuelo, Villa Clara.

En 2003 fue promovido a primer secretario del Partido en la provincia de Holguín, a 800 kilómetros al noreste de La Habana. “En Holguín, Díaz-Canel no fue tan espontáneo como en Villa Clara. Dejó de sonreír y engordó como otros dirigentes partidistas y funcionarios estatales. En sus intervenciones incorporó la jerga de los apparatchiks”, señala el holguinero Daniel, hoy viviendo en la capital.

En Holguín conoció a su actual esposa Lis Cuesta Peraza. Hizo algo poco habitual en el comportamiento machista de los burócratas comunistas: en vez de tenerla como amante, se divorció de la madre de sus dos hijos y se casó con Cuesta, una profesora que laboraba en el Instituto Superior Pedagógico José de la Luz y Caballero. "Ojalá se convierta en primera dama, le daría más caché, porque no es lo mismo ver a los presidentes solos, como si fueran solteros o viudos, que acompañados de una mujer, sobre todo si está preparada como ella", expresa Mercedes, maestra retirada.

En 2009, Díaz-Canel fue nombrado Ministro de Educación Superior, cargo que ejerció hasta 2012. Ya para entonces, solía vestir con la típica guayabera blanca, el uniforme de los mandarines criollos. "En esos tres años como ministro, no recuerdo ninguna normativa novedosa o atrevida de Díaz-Canel. Al contrario, continuó con la misma muela del socialismo, citas de Fidel y el estribillo de que la universidad es solo para los revolucionarios", apunta Sergio, ingeniero.

La autocracia verde olivo, un sistema disparatado donde prevaleció el personalismo, nunca propició que se engendraran políticos de calibre. Gobernaba Fidel. El resto aplaudía y cumplía órdenes. En julio de 2006 a Castro se le reventó el intestino y en un 'dedazo' histórico, nombró sucesor a Raúl, un conspirador nato con manías dictatoriales, pero que tenía por costumbre trabajar en equipo y escuchar otros puntos de vista.

Según las malas lenguas, a Castro II le agradan las personas bien parecidas. Sea por su físico o por su curriculum, lo cierto es que cuando releva a su hermano, ya le había echado el ojo a Díaz-Canel, un tipo por el cual suspiraban algunas cuarentonas. En 2012, al designarlo vicepresidente del Consejo de Estado, Raúl lo ubicó a un escalón de la presidencia. Han pasado seis años, pero Díaz-Canel sigue comportándose con cierta timidez en el escenario público.

"Parece como si aún viviera en Falcón", señala el jubilado Antonio. "A veces se le ve cohibido, apendejado", dice Yadira, estudiante universitaria. "Su comportamiento es contradictorio. Me acuerdo que fue el primer dirigente en aparecer con una tableta en una reunión del partido", añade Víctor, también universitario. Rogelio, taxista privado, opina que "Canel un día habla como si fuera un político liberal y al día siguiente hace un discurso propio de los dictadores".

De buena tinta, en La Habana se rumora que gracias a Díaz-Canel, el ICRT transmite en vivo los partidos de fútbol del Real Madrid y el Barcelona. "El socio es culé (barcelonista) a morirse. De ésos que cuando pierde el Barça le sube la presión. Creo que cuando coja confianza en la presidencia, hará gestiones para que se trasmitan partidos en vivo de la NBA y las Grandes Ligas. Es muy amante de los deportes", comenta un productor de la televisión estatal.

El periodista puertorriqueño Benjamín Morales, de El Nuevo Día, el pasado 17 de abril escribía: "Placetas, donde la localidad de Guaracabulla ostenta una ceiba que marca lo que se supone sea el centro de la isla, a partir de esta semana podrá decir que es también el epicentro de la dirigencia cubana, cuando Miguel Díaz-Canel, su hijo más célebre, se convierta en el primer presidente que no se apellida Castro Ruz ni fue guerrillero".

Después de recoger opiniones a pie de calle -y entre las cuales no figuraba la de Antúnez, conocido opositor de Placetas- Morales resumía: "El entusiasmo embarga a los pobladores, pero ellos no se dejan cautivar en exceso, pues entienden que los cambios son buenos, siempre y cuando no afecten lo que es beneficioso para el pueblo".

Para la mayoría de los habaneros, ocupados en llevar cada día un plato de comida a la mesa familiar y tratar de sobrevivir a las penurias del socialismo caribeño, la cacareada sucesión presidencial no ha colmado sus expectativas.

“Es más de lo mismo. Lo veo como una extensión del fidelismo, con otro nombre, tal vez instaure el 'canelismo'. No espero grandes cosas de él. Si logra salvar el desastre en que se ha convertido Cuba, habrá que erigirle un monumento”, manifiesta Diana, empleada bancaria.

Miguel Díaz-Canel igual puede transmutarse en un Adolfo Suárez que convertirse en otro Nicolás Maduro. Habrá que esperar.

Iván García