lunes, 27 de abril de 2020

Los antiguos "gusanos"


Mientras Agustín, empresario cubano radicado hace 40 años en Estados Unidos, en la terraza del hotel Packard fuma un tabaco Cohiba y toma una copa de vino tinto español, la tarde va cayendo en La Habana. Fotos del atardecer, de las olas del Océano Atlántico estrellándose contra el muro del Malecón, la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña y el Castillo de los Tres Reyes del Morro, entre otras, han quedado plasmadas en su iPhone 11 dorado.

Una semana atrás, Agustín llegó de Miami con las maletas a reventar de electromésticos y regalos para sus parientes, a los cuales, además, invitó a cenar en uno de los tres restaurantes del Packard, hotel cinco estrellas plus sito en Prado y Cárcel. Antes, repartió dinero, recargó cuentas telefónicas y escuchó historias recurrentes de ex vecinos y amigos, quienes a pesar de haberlo intentado, nunca pudieron prosperar y quedaron atrapados en un sistema diabólico.

En mayo de 1980, Agustín y dos amigos del barrio decidieron marcharse a Estados Unidos, aprovechando la estampida migratoria por el puerto del Mariel. La decisión dividió a sus familiares, algunos dejaron de hablarle. “Cuando fui a la unidad de policía y me preguntaron los motivos, dije que no me adaptaba al sistema. El oficial me miró con desprecio y me dijo: 'A los maricones no los queremos aquí. Algún día vendrás pidiendo perdón por abandonar la patria y la revolución. Que no se te olvide mi cara, porque seré el que te dé la bienvenida'. Imagínate, tenía 20 años y tuve que soportar ese mensaje de odio y también un acto de repudio con gritos de Gusano, Abajo la escoria y Lechuza te vendes por un pitusa”, recuerda Agustín y añade:

“Estudié, trabajé duro y triunfé en el mejor país del mundo. Es la segunda vez que vengo a La Habana y ahora la encontré más abandonada y ruinosa. El problema no es la ciudad destruida que asemeja un escenario de guerra. Lo peor es que la gente perdió la fe. Se subvirtieron los valores. No funcionan los servicios públicos. Cuba es un país en bancarrota. El gobierno, en vez de impulsar los pequeños y medianos negocios e insertar mecanismos que aumenten la productividad, se ha enroscado en una estrategia de sanguijuela, intentando recaudar la mayor cantidad de dólares posibles de la emigración. Es un sistema enfermo que se sostiene de ordeñar, sacarle dinero a otros”.

Eusebio, economista, considera que es una irresponsabilidad del Estado no implementar cambios profundos que reactiven una economía a la deriva. “Mientras más demoren las reformas económicas que el país necesita, más se descapitalizarán las empresas, crecerá la ineficiencia y seguirá cayendo la productividad. A las acciones de presión del gobierno estadounidense y las malas políticas del régimen, hay que sumar la disminución de la liquidez monetaria y el aumento de la emigración, sobre todo jóvenes y profesionales. Y como las cubanas no quieren tener hijos en Cuba, el envejecimiento de la población se acelarará".

En su opinión, el país está en números rojos, anda en reversa. "De seguir así, en cualquier momento la situación va a implosionar. Apostar por recaudar dólares abriendo tiendas en divisas y vendiendo carros, es una decisión peligrosa, irracional y estúpida. Una cortina de humo que acrecienta el descontento social. Un obrero se pregunta en qué lo beneficiarán esas medidas, pues con su salario, a diferencia de una sociedad normal, no puede ahorrar y poderse comprar un televisor inteligente y necesitaría siete vidas para adquirir un Peugeot 508”, expresa Eusebio.

En la calle, las nuevas medidas estatales para recaudar dólares han provocado críticas y burlas por igual. Pero sobre todo mucho malestar. La gente se da cuenta que al régimen no le interesa mejorarle la vida a los cubanos con menos recursos, sin acceso a divisas y forman parte de ese porcentaje de la población que vive en la pobreza.

Joel, empleado de una agencia automovilística situada en Vía Blanca y Primelles, Cerro, afirma que es un chiste de mal gusto del gobierno decir que el dinero recaudado por las ventas de autos se utilizará para mejorar el transporte público. “De 2014 a la fecha no se han vendido más de 200 vehículos y motos. Si el gobierno pretende solucionar la problemática del transporte con ese dinero, está diciendo por lo claro que no moverá un dedo para mejorarlo. ¿Quién va a comprar un auto de segunda mano en 80 mil dólares o un Peugeot nuevo en más 200 mil dólares, cuando en cualquier nación no pasa de 40 mil? Además sin otorgar créditos, pagando al contado. La apertura de esas tiendas dolarizadas es un disparate. Beneficia a menos del uno por ciento de la ciudadanía, el 99 por ciento restante solo las ve a través de las vitrinas. Se supone que los gobernantes debe legislar para beneficiar a la mayoría, no a la minoría”.

Irma, maestra, cree que el gobierno debiera implementar medidas que acrecienten el poder adquisitivo de la clase trabajadora. “Se tiene que acabar esa distorsión disparatada, de que el Estado te paga en una moneda inservible y para comprar bienes de calidad debes pagar en otra moneda que no recibes como salario. En vez de buscar sacarle el dinero del bolsillo a los cubanos emigrados con remesas y recargas telefónicas, el Estado debiera propulsar que el sector laboral sea competitivo y el consumo interno aumente por la productividad, no con dinero ajeno”.

Las remesas son una prioridad para la autocracia verde olivo. Han diseñado un esquema, administrado por empresas militares que recauda los miles de millones de dólares que por ese concepto entran al país. Según The Havana Consulting Group, con sede en Miami, en 2018 Cuba recibió unos 6.600 millones de dólares en forma de remesas en efectivo y mercanías. El 90 por ciento de las remesas fue enviado desde Estados Unidos.

Un ex oficial de la inteligencia señala que aunque públicamente no aparezcan estadísticas, "las remesas son la segunda industria de Cuba, detrás de la exportación de servicios médicos. Y a mediano plazo podría ser la primera. El entramado de empresas militares es dueño de gasolineras, mercados, cafeterías y otros centros de servicios en divisas. Una parte significativa de ese dinero no se invierte en salud pública, educación y obras sociales. Tampoco en reprimir a la oposición, como equivocadamente piensan algunos cubanólogos. Se reinvierte en la construcción de hoteles. Casi 20 mil millones de dólares ha gastado GAESA construyendo hoteles en toda la isla. Y para administrarlos contratan firmas españolas, suizas o francesas, pero ellos son los dueños. Han creado un emporio hotelero, que va camino de ser uno de los mayores del mundo. Y con dinero de los antiguos gusanos”.

Kendry, chofer de taxi colectivo, considera que el mercado de compra y venta y de automóviles en Cuba está distorsionado. “Al no existir agencias de compra y venta, encuentras que un Lada de hace treinta años cuesta 30 mil dólares y un Chevrolet reformado de la década de 1950 ronda los 40 mil. Pero la tapa al pomo la pone el gobierno, que dobla esos precios vendiendo autos de segunda mano con un millón de kilómetros recorridos. Si de verdad dejaran importar automóviles, sin la intervención de empresas estatales, llegarían al país miles de vehículos nuevos o de segunda mano comprados a mucho menor precio en Miami. Pero el Estado no permite esa opción”.

En una cola para comprar pollo, Susana, jubilada, comenta sobre las nuevas tiendas en moneda dura. “Son unos descarados (se refiere a los gobernantes). No se puede ser más cínico. Hay bloqueo para comprar pollo, medicinas y detergente, ¿pero de donde sacan los dólares para comprar las mercancías que luego revenden en esas tiendas? Sabes lo que pasa, que esas tiendas forman parte de un negocio que han encontrado para recoger dólares fácilmente. Y con los impuestos a las ventas ganan un montón de dinero. Pero como la comida que compran para vender por pesos a la población les reporta pérdidas, prefieren seguir con el tumbao de las tiendas por dólares. Los dirigentes cubanos han perdido la dignidad, solo piensan en sus beneficios. No veo la hora que toda esa crápula se largue”.

Sentado en una tumbona de la piscina del hotel Packard, Agustín contempla La Habana de noche. El faro del Morro, de manera intermitente, lanza destellos de luz sobre el mar. Dirigiéndose a los parientes que después de cenar le acompañan, pregunta: “¿Qué será de la vida de aquel policía que me dijo que yo regresaría pidiendo perdón por querer marcharme de Cuba?”. Nadie responde. El tiempo ha demostrado quién estaba equivocado.

Iván García

Video: Los huevos que te tiramos cuando te fuiste con la escoria, se titula la canción de de Erick Sánchez, cantante, compositor y guitarrista nacido en La Habana en 1969. Está dedicada a los cubanos que abandonaron el país durante el éxodo del Mariel en 1980, después de ser sometidos a mítines de repudio, donde se les tiraba huevos y se les llamaba escoria, gusanos, lumpens... Pero ahora los 'gusanos' son recibidos con los brazos abiertos por el régimen castrista, pues suelen ser hombres de negocios, empresarios o trabajadores bien pagados en Estados Unidos. Cubanoamericanos que además de enviarles dólares a sus familiares en la Isla, cuando viajan a La Habana u otra provincia lo hacen con la billetera abultada de dinero.

lunes, 20 de abril de 2020

¿Qué va a pasar en Cuba?



Según aquellos que lo conocen, Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, 59 años, presidente designado por el dictador Raúl Castro para administrar el desastre económico en Cuba, no es una mala persona.

Le gusta escuchar a Joaquín Sabina y de vez en cuando bailar casino. No es el típico machista verde olivo que trata a la mujer como un objeto y tiene un reguero de amantes alquiladas en casas del gobierno. Díaz-Canel se puede beber media caja de cerveza Bucanero con un grupo de amigos para ver un partido de fútbol de la liga española.

Ni siquiera los más acérrimos activistas anticastristas lo pueden acusar de tener las manos manchadas de sangre. Aunque, de momento, apuesta por las detenciones breves a los disidentes o abrirles un expediente por un delito común y justificar una posterior sanción penal.

Como el 90 por ciento de los altos dirigentes cubanos, está pasado de peso y le cuesta armar un discurso espontáneo alejado de palabrerías huecas y consignas. Todas las mañanas asiste a las sesiones del Consejo de Ministros con ropa discreta y peinado al cepillo. No se le puede decir que trabaja poco.

Cuando el próximo 19 de marzo se cumplan tres años de su ascenso al poder, Díaz-Canel ha recorrido el país de arriba abajo dos veces y media. En todas las provincias ha revisado el plan de viviendas en construcción y visitado empresas, fincas estatales y hospitales. Después de Fidel Castro, un narcisista de libro que pensaba que la nación era su latifundio privado, es el político que más kilómetros ha recorrido en la Isla.

Lo único que nada ha resuelto. Más o menos bien disecciona los problemas estructurales del país. Pero no encuentra las soluciones. Repite una y otra vez sobre la cultura del detalle, la necesidad de una buena educación integral, eliminar importaciones, elevar la productividad y exigir a cada empresa que exporte algún producto. En teoría, su discurso no suena mal. Pero en la práctica es una muestra que Díaz-Canel está desconectado de la realidad.

Un funcionario que estuvo presente en una reunión presidida por el mandatario, comenta que “cuando tú lo escuchas, te surgen varias preguntas: ¿está preparado Díaz-Canel para implementar medidas que cambien el actual panorama? ¿se cree las mentiras que le dicen algunas de las personas con las cuales se reúne? ¿de verdad piensa que el socialismo es reformable? Te juro que si fuera valiente, me hubiera parado en la reunión y le hubiera desmontado punto por punto las limitaciones y falta de autonomía de la empresas estatales y por qué mientras se siga apostando por la economía planificada, no saldremos adelante. Olvídate del bloqueo yanqui. El problema de Cuba es que hay que tirar abajo el modelo económico actual”.

Guillermo, ex directivo de una empresa estatal, señala que la ingenuidad de Díaz-Canel es alarmante. “O es muy buen actor o es un tonto al cubo. A simple vista parece un hombre franco, pero en ocasiones suelta ingenuidades. Hace poco, en un encuentro en Cienfuegos contó a los presentes que cuando era niño y visitaba la casa de una tía, comía frutas debajo de un árbol y le preguntó al auditorio por qué ahora eso no es posible. Ahí es cuando uno se da cuenta lo mal que está este país, pues tiene pantalones suficientes para levantarse y decirle: 'Díaz-Canel, de qué planeta tú viniste. Tu no sabes que la culpa de que no haya frutas, vacas, cítricos y muchísimas cosas más, es de Fidel Castro, quien con su voluntarismo mantuvo un sistema que no funciona ni para nosotros mismos, como una vez le dijo a un periodista norteamericano'. La solución de los problemas de Cuba pasa por cambiar el modelo productivo y político. Pero no hay un tipo con huevos que se lo diga a Díaz-Canel o a Raúl Castro mirándole a los ojos”.

Según opiniones de habaneros de a pie, la aceptación de Díaz-Canel se ha devaluado considerablemente. “Al principio, la gente le dio el beneficio de la duda, pero ya son casi tres años y él sigue chapoteando en las mismas aguas. Recorre una provincia tras otra, repite los mismos cuentos, critica el burocratismo, pero todo sigue igual o peor. O no lo respetan, o baja toda esa muela porque es políticamente correcta o es un guanajo. A mí me parece que es el típico bobo de la yuca que llegó de Placetas, su pueblo natal, a gobernar el país y todavía no se ha dado cuenta que el socialismo cubano no tiene arreglo”, apunta Otilia, maestra jubilada.

Diario Las Américas le pidió a veinte personas su evaluación sobre el desempeño de Miguel Díaz-Canel como presidente. Quince lo consideran malo, tres lo catalogan de regular y dos prefirieron no valorarlo.

Mientras el mandatario Díaz-Canel sigue en modo hiperquinético, gastando gasolina junto a su comitiva, recorriendo la isla de oriente a occidente, Fernando, informático, lleva toda la mañana haciendo cola en un mercado de Arroyo Naranjo, al sur de La Habana, para comprar pechugas de pollo.

Según Fernando, “hay que acabar con el exceso de reunionismo. Con dos o tres televisores en una sala se pueden hacer teleconferencias sin tener que viajar tantos kilómetros. No se gastaría en alojamientos ni comidas y se ahorraría combustible. El gobierno debiera predicar con el ejemplo. Hablan y hablan y no resuelven nada. Esta semana, en mi trabajo nos mandaron para la casa, hasta nuevo aviso, para ahorrar electricidad. En vez de descansar, me paso todo el tiempo en colas. En una de artículos de aseo sólo daban un tubo de pasta dental y tres jabones por persona y en ésta, dos paquetes de pechuga de pollo per cápita. Después tengo que pasar por la farmacia, a comprar la medicina que necesito, que hace tres meses estaba en falta. Los cubanos llevamos 61 años haciendo colas”.

Elsa, empleada de ETECSA, cuenta que la ‘situación coyuntural’ ha provocado que a partir del martes 25 de febrero, su empresa no tendrá transporte obrero. "Debemos ir por nuestra cuenta al trabajo. Con lo malo que está el transporte público, la gente llegará a las mil y quinientas. El país está en bancarrota y Díaz-Canel no se ha enterado”.

Un dirigente municipal del partido comunista confirma que en “los dos próximos dos meses, debido a la inestabilidad en la llegada de combustible, solo se mantendrán las inversiones consideradas prioritarias. Habrá interrupciones laborales en diversos sectores y en determinados casos, los empleados laborarán desde sus domicilios. En otros, se dedicarán a otras tareas como la fumigación o la agricultura. Los productos de aseo no se van estabilizar hasta mediados del mes de abril”.

La nueva vuelta de tuerca en esta segunda versión del período especial, coincide con el aumento del descontento social, la violencia de pandillas juveniles en las calles y el desabastecimiento crónico en mercados estatales por pesos y por divisas. El último fin de semana, siete municipios habaneros estuvieron sin gas manufacturado. Y en distintas zonas de la capital, a intervalos han sucedido apagones.

En opinión de Alejandro, dueño de un negocio de reparación de teléfonos inteligentes, el dilema de Cuba es que son varios problemas urgentes que confluyen a la vez. “A los edificios en ruinas en peligro de derrumbe, el caótico servicio del transporte urbano y la escasez de comida, ahora se suma que ni con dinero en la mano puedes comprar lo que necesitas, porque debido al incremento de la demanda, en el mercado negro tampoco es fácil conseguir algo. Si la situación no cambia, aumentarán las broncas en las colas y se generalizará la violencia urbana. La Habana puede convertirse en una jungla”.

Hasta los cubanos más optimistas se preguntan qué va pasar en Cuba. Las noticias no auguran nada bueno.

Iván García

Foto: Una de las imágenes que grabó con su celular el humorista Ulises Toirac, donde se ve la gran cantidad de personas que el 7 de febrero de 2020 hicieron largas colas para comprar pollo en el antiguo diplomercado de 3ra. y 70, Miramar.

lunes, 13 de abril de 2020

Tres niñas cubanas



La niña Lisnavy discutía con el señor del helado en la calle ruidosa del parque del barrio. Su frozen chorreaba y quería que se lo cambiaran. Es difícil que alguien pueda tomarse en La Habana un helado con consistencia, pero a los 11 años uno todavía lo cree posible. Su madre, sentada al otro extremo del parque, cerca de las dos casetas de correo ubicadas en la esquina de Vives y Águila, "acababa de darle un menudo para que fuera a comprar platanitos y tomates para la comida", dice a duras penas la abuela Margarita Rodríguez, quien también merodeaba por la cuadra en ese momento.

Lisnavy no llegó a comprar nada. Sus amigas de aula, Rocío y María Karla, la llamaron antes desde la acera del frente, quién sabe para qué. Era casi las cinco de la tarde cuando el balcón sin apuntalar de la casa 102, esquina Vives y Revillagigedo, se vino abajo. El barrio pobre de Jesús María –la desoladora postal de guerra de un conflicto bélico que nunca sucedió– enfrenta el mayor déficit habitacional y deterioro de viviendas del municipio de La Habana Vieja. Este, a su vez, es uno de los municipios más densamente poblados de la ciudad.

Las tres niñas, de 10 y 11 años, quedaron sepultadas bajo una maleza de muerte. Rejas, cosas contundentes, escombro, trozos letales. Una piedra, que eran dos vigas de hierro en cuyo medio se funde la losa, deshizo el cuerpo de María Karla. "La piedra que yo cargué no sé ni cómo la cargué, no me cabe en la cabeza cómo pude quitar eso", dice Sergio Gutiérrez, vecino de la casa 104 y custodio de la escuela Quintín Banderas, donde estudiaban las niñas. «Más o menos tendría sesenta centímetros por sesenta, y diez centímetros de grosor. Pesaba.»

Sergio llegó desde la otra esquina –Revillagigedo y Esperanza– porque pensó que se trataba de una pelea en los bajos de su casa, donde vive con su madre, su hijo y la novia de su hijo. Temió por ellos. Todo el mundo cree que un estruendo así le habla directamente a uno. Minutos después corría en dirección al derrumbe una madre que Sergio conoce. "Oye, tranquila, que no es la tuya", le dijo él. "Lo sé, lo sé", contestó ella, "pero igual déjame verlas".

La maestra Ramona, una señora respetada en la escuela y el barrio, bajó por la calle Vives en puntas de pies, y más tarde subió a su casa «hecha una bola de nervios, pero una bola», dice Jorge Ortega, un hombre flaco y locuaz. Días más tarde, la maestra Ramona sigue en ese estado de estupefacción.

La escena es fragmentada; el horror lo es. "¡Lisnavy!", gritó su madre Magdaly, desde la otra esquina del parque. Fue ella quien sacó a su hija de los escombros y la acostó en la acera del frente. "La única que salió con vida, mi nieta", dice Margarita. Se detuvieron carros en la calle, cargaron los cuerpos inertes de las niñas y arrancaron con la puerta abierta. Alguien recuerda haber visto cómo acomodaban en el asiento trasero un pie colgante, un pie pequeño.

Mujeres y hombres empezaron a gemir. Preguntas al aire, celulares encendidos. ¿Quiénes son? Madres descontroladas, algunos que filmaron y tomaron fotos. Chillidos, ¿quiénes son? Llantos, sus nombres, ¿qué niñas son? Voces, más madres. El barrio entero desembocando en las afueras de la casa 102 como una legión movida de igual manera por el espanto y el morbo, chupados por el tragante de la tragedia. ¿Quiénes son, quiénes eran? La gente hablando de ellas ya en pasado, haciendo en directo el cambio de una dramática conjugación verbal. "Todo rápido", lo define alguien, "una cosa muy rápida", y aún los presentes sin saber, puesto que poco aún se definía.

"Entre el polvo, cuando uno se fijaba, ya se veía una niña desmembrada", dice Sergio. "El cráneo abierto, el cuerpo molido, muy maltratada, como si la hubieran machacado. Estaban destrozadas, llenas de polvo, caras desfiguradas. Eran piedras muy grandes". A esa zona entra el rescatista, pero no su cabeza. El pensamiento se interrumpe en el socorro justo para que el socorro sea posible. Luego el pensamiento, acumulado, se derrama. Sergio ha intentado taponearlo e igual se le desborda. "No he soñado porque yo no soy de soñar, pero sí me viene la imagen a la mente en cualquier momento, cuando estoy conversando, cuando miro para ahí, cuando estoy solo". Lo que se le aparece de golpe, eso que Sergio llama "la imagen", esa especificidad, ¿qué es? "Prefiero no pensar, porque todo el que estuvo ahí está medio jodido de la cabeza con eso".

Son hombres de más de cuarenta y menos de sesenta de edad. "Con 57 años que tengo, yo he visto lo que es y lo que no es y este caso me sacó las lágrimas" dice Jorge. Hace una pausa. "A mí sacarme las lágrimas no es fácil, y me las sacó". Tiene un rostro arrugado y seco como una semilla gris. ¿Cuándo fue la última vez que Jorge lloró? "Baf, ¿quién se acuerda de eso? La última vez fue en 2010, cuando enterré a mi madre, a una tía y a mi padre con 37 días de diferencia. Podrás imaginarte. Obligado había que llorar".

Parado en el límite del llanto, turbado, Dayán Poutú habla con silencios, y sus palabras son apenas el matiz agudo de una consternación que en él se expresa con más fuerza y pesar que en ningún otro. De su cara sin vigas, a punto de desprenderse, penden unos ojos arrasados, dos bulbos de tristeza. También custodio en la escuela Quintín Banderas, Dayán se encontraba de guardia donde siempre suele estar, sentado en el quicio de la puerta de fondo que da a la calle Águila, cuando sintió el estruendo al doblar y pensó en su hija de 15 años. Llegó enseguida, la gente levantaba bloques. Ya Lisnavy estaba en la acera, Rocío también. Sergio cargó la losa y Dayán sacó a María Karla.

Hace un gesto de desgajamiento, las manos endebles, como si María Karla se le escurriera entre los dedos. "Tú me ves así conversando, pero yo no puedo dormir. Lo mismo me despierto a las dos que me despierto a la una". Dayán repite cada pregunta que se le hace. "¿Cómo se siente? En ese momento no se siente pesado ni se siente nada. Ese cuerpo es para salvar la vida, eso no es como si fuera un deporte. Cógelo y que se te caiga en tus manos. Eso es un salvamento y rescate, y yo no soy bombero".

Rocío y María Karla murieron al instante. Todavía en el hospital Calixto García, a unos tres kilómetros y medio de allí, Lisnavy peleaba sus últimos sorbos de aire, como si no supiera ya hacerlo, desaprendiendo, entrando en la apnea definitiva. Vestía su uniforme de primaria, la blusa blanca, la saya y la pañoleta rojas. Era 27 de enero, vísperas del natalicio de José Martí, y Lisnavy acababa de ensayar en el parque el acto conmemorativo de los pioneros para el día siguiente, lo que llaman la parada martiana.

Enseguida llegó la policía al lugar, oficiales del Ministerio del Interior, y no se marcharían hasta mucho después. Según la gente, era ya algo tarde para la redención que el gobierno quería ensayar. Si no vas, eres indolente. Si vas, eres oportunista. "Vinieron una pelota de descarados con carros cómicos todos. No vi a ninguno en un Lada o en un jeep Uaz. Los vi a todos en carros cómicos". dice Jorge. La plana mayor de eso que Jorge define con inmejorable precisión como "una pelota de descarados" estaba compuesta por Luis Antonio Torres Iribar, primer secretario del Partido y el gobernador de La Habana, Reynaldo García Zapata,.

Delante de ellos, Dayán se desató. "Me puse a gritar allí en la esquina que mis hijos estaban en la calle, que miren lo que había pasado, que por culpa de esto". "Y había coroneles y generales de la policía", apunta Jorge, para resaltar el valor de los gritos de su amigo. "Ah, y a mí no se me puede tocar", les dijo Dayán. "No se me puede tocar". "No, estos no son momentos de eso".

El balcón desplomado en la casa 102 daba a la calle Vives, pero aún quedaba otro hacia Revillagigedo en estado similar. Esa misma noche una brigada de la constructora Secons apuntaló el balcón y recogió los escombros del otro, mientras los vecinos organizaban una vigilia por las niñas. Hubo velas, coronas de flores, cartas de amigos de la escuela, osos y otros animales de peluche, un unicornio inflable.

En la casa que había en los altos del número 102, ahora un hueco, vivió Dayán por casi veinte años, justo antes de que Secons comenzara la demolición del inmueble hacia noviembre de 2019. Ahí vivían 11 personas, casi todos niños. Según las últimas cifras oficiales, publicadas en 2017, en Cuba había un déficit de 883 mil viviendas y casi un cuarto de ellas se encontraban en La Habana, donde, para 2016, unas 34 mil 400 personas vivían en hogares en los que sus vidas peligraban. Desde entonces, claro, estos números han aumentado.

Primero cayó una viga de la parte delantera de la casa, y la familia de Dayán se arrinconó en el fondo, hasta que tuvieron que dispersarse. Algunos pararon en albergues, otros bajo el techo de otros familiares, y así. Ahora Dayán vive, o más bien duerme, en Nuevo Vedado con dos de sus hijos. "El contrapeso es la estructura interior que calza la viga y no deja que se desprenda y se caiga. Al quitar toda la pared de arriba, la viga quedó en el aire", dice Jorge, refiriéndose a la viga que sostiene los balcones y que solo se adentra un tramo en la estructura interior. "La mañana siguiente yo estaba en el bar de la esquina. Había un compañero del Ministerio del Interior y vi cómo movieron una de las vigas del balcón que quedaba y la sacaron con la mano. La tiraron al medio de la calle y le tomaron todas las fotos habidas y por haber. Ese era, coincidentemente, el tramo que se cayó y mató a las niñas". Los balcones estaban sueltos.

Una nota publicada en un medio de propaganda oficial poco después del accidente pone en boca de un entrevistado cierta versión que atenúa la responsabilidad del Estado y culpa directamente a los paseantes. "Venían un día, tumbaban tres ladrillos y se iban. Después colocaban la cinta amarilla para que las personas no pasaran. Pero la gente es negligente, las cortaban, incluso los choferes, para no dar una vuelta de más, pasaban por encima. Después no quedaba nada que señalara el riesgo", dice el testimonio.

La experiencia, en cambio, dicta que no parece haber gente menos negligente con las señales de derrumbe, ni que conozca más del asunto, que quienes saben que el derrumbe puede en cualquier momento caerles encima. Una enfermera, de pie en la acera bajo un balcón de Águila y Misión, brinca a la calle en un rapto y dice en voz alta que cómo se le ha olvidado, que ahí no puede pararse. Otro, un policía amigo de Sergio, cuenta que por Monte unos carros le pitaron y le dijeron: "Oficial, coja la acera", pero que él no coge la acera para nadie. El susto cuelga sobre las cabezas. "Por aquí vas a tener dos o tres derrumbes en estos días. Creo que por allá alante había uno hoy", dice Sergio, con cierto desdén, acostumbrado. Tanto riesgo potencial destroza la idea ligera de que hechos de este tipo son solo resultado del azar.

La versión oficial de la demolición en la casa 102 no le gustó nada a los residentes de Jesús María. "Ahí nunca hubo apuntalamiento, jamás", se exalta Alberto Naranjo, cocinero de la escuela Quintín Banderas y vecino de la calle Águila. "Vino la gente de la brigada y nunca puso nada ahí. Jamás se puso una tira amarilla de esas que dicen ellos. Los trabajadores nunca tuvieron cascos, y esa noche les pusieron cascos para que apuntalaran el otro balcón. Tuvo que pasar todo eso para hacer lo que hicieron ahí. Hubo que esperar la muerte de las tres niñas para poner… en fin, una cosa increíble".

La última vez que Alberto vio a Rocío, la niña estaba sentada en los bajos de su casa con su larga saya negra, a punto de salir para sus clases de baile español. "Las tres eran lindas, las tres eran lindas, las tres eran lindas", repite Dayán, y se pasa la mano por la cara como si se quitara una suciedad. "Sexto grado, las tres de la misma aula". Las niñas vivían casi equidistantes del lugar de sus muertes, un punto central a menos de 200 metros de cada una de sus casas. Rocío, en la calle Esperanza, Lisnavy, en Águila y María Karla, en Vives y Factoría.

Cerca de la casa 102 hay en una ventana varios racimos de plátanos colgados de una reja abierta. También hay lechugas de un color anémico y guayabas maduras y verdes amontonadas dentro de unas caretas de ventiladores devenidas cestas metálicas. Una rara quietud sobrevuela Jesús María. En el parque hay tres, cuatro ceibas, y la estatua de un tal Manuel Jesús Doval, "eximio orador y sabio maestro de la juventud habanera". La escuela tiene un campanario de iglesia. Paredes amarillas, techo de tejas, cúpula marrón. Los charcos de agua insalubre en la calle Vives, con pésimo sistema de alcantarillado, reflejan como un espejo turbio ese paisaje que parece de otro tiempo, pero que es de este, rematado por un cielo solemne y plomizo.

Pareciera que le fue sacado el sonido al lugar, manteniendo, sin embargo, la gestualidad estridente. Es la cinta muda de un carnaval de tristeza. Dos adolescentes pasan por el parque y no parecen escuchar nada, o lo escuchan solo para ellos, pero se mueven como avezados bailarines de 'reparto', la versión más radical del reguetón cubano; un estilo desaliñado, descaradamente ruidoso y con una base rítmica muy identificable que ha surgido en barrios habaneros pobres como este.

La cultura oficial odia el 'reparto', quiere esconderlo, así como la política oficial quiere esconder Jesús María, esa postal incómoda de miseria y vicisitudes evitables. "No se admite música, el barrio se paró, y este barrio es el día entero con una bocina puesta afuera. Aquí la bulla es algo serio. Ensayos de rumba, un culto con sus cantos religiosos", dice Sergio.

Los vecinos pensaron diseñar una tarja y ponerla en el lugar del accidente, pero la idea se diluyó. El domingo siguiente al derrumbe, la Iglesia de las Mercedes ofreció una misa a las niñas; se escucharon canciones infantiles. Dayán asistió, como también asistió al velorio y al entierro. Sobre esos eventos dice unas palabras cargadas inconscientemente de una ironía feroz, palabras de dos verdades: "El gobierno atendió muy bien en la funeraria. No hay queja del gobierno ahí. Lo que fue la funeraria, el cementerio… el gobierno se comportó muy bien con la familia y con los que estaban. Esa parte sí no nos podemos quejar". Sergio, en cambio, decidió no ir a nada. Dayán visita todos los días a las familias. Sergio no sabe cómo mirarles las caras.

De manera paralela, el Ministerio del Interior había comenzado sus investigaciones para encontrar un responsable. También se hablaba de un celular y una cadena supuestamente perdidos tras el accidente. Los rescatistas no vieron nada. "Eso seguro se fue cuando recogieron los escombros. ¿Quién va a ponerse a robar algo a esa hora?, se pregunta Sergio. A él ya lo habían citado para una conversación en la estación de Picota. Todavía faltaba Dayán. Lo buscaron en su horario de guardia, pero Dayán logró posponer el encuentro. "Esa gente viene a buscarme a mí, para hacerme las preguntas que me van a hacer. Yo no sé por qué, si yo lo que hice fue recoger a una niña que se me caía de las manos", dice. "A ver, ¿explícame tú? ¿Qué preguntas me van a hacer?". "No tengas miedo", le dijeron los oficiales. "Miedo ninguno", contestó él.

El martes 4 de febrero, par de días después de la misa, se organizó espontáneamente un acto de homenaje en el parque del barrio. Iban a leerse algunos poemas, y un joven reguetonero, un repartero vecino, iba a cantar el tema que les compuso a las niñas y que ya los muchachos de la zona y también varios adultos se pasaban de celular en celular. El sitio se repletó. "Este es un barrio que, cuando lo miras a la primera, tú piensas que es un barrio marginal, un barrio donde cada quien vive su mundo. No. Cada quien vive su mundo hoy. Pero si existe un problema de esa índole, es un solo barrio, es un solo mundo y es una sola persona. Un marco muy unido, demostrado estuvo ahí. Demostrado más que demostrado", explica Jorge.

La policía movió el homenaje de las dos de la tarde para las cuatro, luego de las cuatro para las seis, y finalmente lo suspendió. "Dijeron que porque estaban las Damas de Blanco aquí, escondidas. Y aquí no había nadie. Eso era mentira. La policía estuvo hasta las doce menos diez de la noche y nadie se apareció", dice Alberto, el cocinero. ¿Entonces no vino ninguna Dama de Blanco? "Yo no vi ni blanca ni negra", suelta Dayán, todavía ofuscado. "Lo que había era cinco patrulleros en el parque", aclara Jorge. Las Damas de Blanco son uno de los principales grupos de la disidencia política en el país. Invocar sus probables presencias le funciona al gobierno para suspender el acto organizado de manera colectiva porque ningún vecino quiere politizar las muertes, es decir, diluir en consignas la experiencia concreta.

Si bien eventos así en Cuba siempre traen una relativización de la tragedia en la pugna ideológica convencional, donde las víctimas pasan a un segundo plano y se instrumentalizan de modo grosero en función de defender al gobierno o de atacarlo con el lenguaje inflamado de costumbre, estas muertes sí tienen una carga política, en el sentido primero de que detrás de ellas hay una responsabilidad pública. No asumir eso supone un sesgo de tintes únicamente melodramáticos que, al despojar las muertes de su contexto puntual (niñas negras, clase baja, barrios cuasi abandonados), rebaja la magnitud y desvirtúa las causas de la tragedia, da rienda suelta a la impunidad y maneja una idea abstracta del dolor.

"Que me citen delante de Díaz-Canel. Él ahí y yo aquí, para que después me manden a dar un tiro en el cielo de la boca", dice Jorge. "Porque juzgo mi pellejo por el ajeno. Pudo haber sido la nieta mía, un hijo mío, la mujer mía. Pude haber sido yo". En un celular modesto que le cabe en el hueco de la mano, Jorge pasa unas fotos difusas, diapositivas granulosas de varias de las fachadas y edificios de la zona con peligro de derrumbe que él ha ido pacientemente registrando en los últimos meses; una suerte de conciencia popular, de memoria cívica que nadie escucha. "Yo le dije al jefe de sector: ¿Tú eres jefe de sector? Entonces ocúpate de esto, de esto y de esto", y señala las imágenes.

Acto seguido, como un cicerone de las ruinas, Jorge recorre algunos de los lugares del barrio que ha documentado. Columnas caídas de un almacén de la policía, balcones cuarteados, edificios inhabitables y siniestros como bocas de muertos en los que de noche se meten a dormir, junto a las ratas, emigrantes del oriente del país que no tienen un techo y mantienen un estatus ilegal en La Habana; también un inmueble ubicado en Cárdenas y Gloria cuya pared dice ¡Viva el 26 de Julio!, un cartel que según Jorge habría que sustituir por otro que diga: ¡Ojalá llegue al 26! De todos esos lugares, ninguno le importa más a Jorge que el frente, verdaderamente tenebroso, de la bodega ubicada en la esquina de Vives y Florida.

Una grieta profunda recorre la pared de arriba abajo, y de los ventanales superiores apenas cuelgan unos pocos cristales dispersos. "Yo ya estoy cansado de hablar con Pedro, el jefe de Atención a la Población en el Gobierno, y estoy cansado de hablar con Marlén, la encargada de Construcción. Ahí hay también un almacén de la ANAP (Asociación Nacional de Agricultores Pequeños) y, según tengo entendido, el administrador o el director del almacén fue a Vivienda, y de ahí lo mandaron para Planificación Física, y de ahí para Vivienda, y de ahí para Planificación Física. Lo pelotearon, y se trata de un señor mayor que no puede darse el lujo de corretear La Habana."

A Jorge le molesta de modo particular que uno de estos días, después del derrumbe del balcón de la casa 102, un camión de la empresa eléctrica con una grúa Tadano demolió dos columnas de una casa ubicada justo frente a la bodega, y luego no trabajaron más. Él protestó. "Marlén me dijo, vía telefónica, que se estaba haciendo el estudio, porque para demoler el bodegón hay que apuntalarlo. Mi santa, yo no te digo que no lo apuntales, lo que no puede ser en 2022. Tiene que ser la semana que viene". Toma aire y vuelve: "Seguimos con la indolencia de decir que el bodegón no se ha demolido porque hay que hacer no sé qué documento y tiene que autorizarlo no sé quién. Los clientes de la bodega y la carnicería van a ser cadáveres de la estructura del edificio. Porque algún día se tiene que caer, no hay fallo. En un final, no hay respuesta. Ya no hay forma, no hay adónde ir".

No se trata de una perversidad gratuita, sino de la maldad de la ineficiencia. De puertas para adentro, las situaciones no son muy distintas. Alberto, el cocinero, vive en los altos de Águila 918, entre Misión y Esperanza. Hay que subir unas escaleras angostas, y luego pasar una serie de espacios abiertos, entre ellos un puente estrecho de vértigo y cemento, para llegar a su vivienda derruida. Derrumbaron al lado de su casa y a él lo dejaron sin techo y sin pared lateral.

Alberto culpa al gobierno y se queja de una serie de funcionarios municipales y provinciales que no lo escucharon nunca y le sugirieron que se olvidase del asunto. Su casa, ese día, estaba inundada de un agua infecta que él sacaba con palas y botaba al patio para que escurriera. Había ido a todas partes, hasta al Consejo de Estado, y había pernoctado afuera de cada una de las instituciones –Partido, Gobierno, Atención a la Población. Largas esperas de sesenta días, luego de tres meses. Su expediente de albergue lo habían botado, pero, según él, "si llevo los 200 dólares, me lo dan". Es el cocinero de la escuela, y duerme a la intemperie, con unas mal puestas planchas de zinc encima.

La religión yoruba tampoco parece haberlo ayudado mucho, pero es una especie de refugio. Su padrino, el babalawo Angelito, es justo el padrastro de la niña Rocío, a quien adoptó desde que ella tenía dos años. Como buen ahijado, Alberto pasa cada vez que puede por la casa de la calle Esperanza y cruza palabras con Angelito. Por ahora la familia no quiere hablar con nadie más. Desde el cuarto de arriba, solo se escuchan los gritos de Gloria, la madre, una mujer de 35 años. En un ambiente de duelo generalizado, las madres son el estado último del lenguaje, ahí donde la palabra se deshace y todo queda dicho.

Esa seguramente sea la razón por la que ahora la casa de María Karla está cerrada. Sus familiares volvieron, por lo pronto, al lugar del que salieron antes de mudarse a La Habana hace unos pocos meses. La niña llevaba en la escuela apenas desde septiembre. A su vez, Magdaly, la madre de Lisnavy, se fue a dormir a la casa de su marido, porque acostumbraba dormir en el cuarto con su hija y ahora no puede permanecer ahí. Ella le entregó a la maestra de Lisnavy los libros de texto de la escuela para que otro alumno pudiera aprovecharlos el curso entrante. También botó las libretas a medio terminar de su hija. Páginas en blanco, ejercicios abruptamente interrumpidos, lecciones que ya nadie iba a escribir.

En el tercer piso de un edificio al fondo de la escuela Quintín Banderas, la familia había improvisado en la sala, al lado de una mesa de mantel blanco, un altar íntimo, modesto, austero en su representación del sufrimiento. Se veía una foto de Lisnavy en un marco rosado, una piedra severa y encima una copa de agua con una cruz dentro. Había un búcaro con girasoles y margaritas. El retrato y la piedra se apoyaban sobre una edición verde chillona con letras rosadas de Alicia en el País de las Maravillas, quizá un libro que a Lisnavy le gustaba.

"Es mentira eso que se comenta, que nos dieron dinero", dice Margarita desde su sofá, compungida, la voz raspada. "No nos han dado un peso, pero el Estado se portó muy bien con nosotros". La acompañaban otra hija, una nieta y otro familiar. Todos serios, medio desfallecidos. Unos minutos después, Margarita volvió sobre el mismo punto: "El Estado nos dio de todo. Hubo buenas atenciones". ¿Qué cosa era buenas atenciones? "Nos llevó y nos trajo del velorio y del cementerio. Nos puso carros, nos puso café, nos puso meriendas".

Justo cuando Margarita contaba que había vivido sus 65 años en Jesús María, Magdaly entró por la puerta como un aluvión de rabia que barrió con todo. Mulata, no muy alta, ojos verdes, el pelo corto pintado de amarillo. Gritó que no quería a nadie allí. Gritó más cosas, muchas. Un grito ahogaba al otro en su garganta y a veces dos gritos se mezclaban y una serie de sonidos atarugados le salía a trompicones desde las entrañas, la lengua de la la furia batiéndose sola en un remolino de improperios. Cuando respiraba parecía tragarse todo el aire de Jesús María. Hasta que gastaba esa reserva y se apagaba, y de nuevo volvía.

Pero ese mismo viernes, un poco más tarde, en una casa de Vives entre Florida y Alambique, algunos ya empezaron a escuchar el irresistible himno del 'reparto' llamado Normalmente, un tema interpretado por el reguetonero Wildey y el dúo de Yomil y el Dany. Nadie mandó a quitar la música ni dijo nada. En el umbral de la noche, hundidos en la luz opaca de un garaje de puerta verde, niños y niñas del barrio bajaban hasta el suelo y bailaban sonrientes. Estaban vivos, llenos de energía. Era una fiesta pequeña entre globos amarillos y coches de bebés. Habían pasado once días. Algo empezaba a quedar atrás.

Carlos Manuel Álvares
El Estornudo, 23 de febrero de 2020.
Foto: Homenaje que las Damas de Blanco y la Red de Comunicadores Comunitarios hicieron a las tres niñas fallecidas a consecuencia de un derrumbe el lunes 27 de enero de 2020 en la barriada habanera de Jesús María. Tomada del Facebook de Martha Beatriz Roque Cabello.

lunes, 6 de abril de 2020

Cuba: disidentes como monedas de cambio



En 1959, y durante los primeros años de la década de 1960, la estrategia de Fidel Castro contra sus opositores y presuntos asesinos del ejército y la policía de Fulgencio Batista, era simple: juicio sumario, pelotón de fusilamiento y tiro de gracia en la sien.

En 1999 conocí en La Habana a Jorge González, un ex verdugo del Ejército Rebelde, posteriormente oficial de las FAR, que había perdido la cuenta de las ejecuciones en las cuales tomó parte. Tenía 48 años y parecía un anciano. Residía en un bloque de apartamentos en el reparto Alamar, al este de La Habana. Un día me contó que sufría de una pesadilla recurrente. Soñaba que estaba al frente de un pelotón de fusilamiento y después de dar la orden de fuego, al ultimar a la víctima con un tiro en la cabeza, el fusilado era él mismo.

González, ya fallecido, consideraba que aquellos juicios sumarios de 1959 eran un espectáculo. “A nosotros, los del pelotón de fusilamiento, nos alistaban antes del juicio, pues de antemano se sabía el veredicto. Se fusilaba en cualquier parte. En el famoso juicio a los pilotos de Batista en Santiago de Cuba, que se repitió porque el fiscal no los sancionó a pena capital, se les fusiló en el monte y luego con una buldócer se abrió una zanja para enterrarlos". La crónica sobre Jorge González la titulé El llanto del verdugo, y en el 2000 salió en Cubanet. En 2009, cuando me enteré que se había ahorcado escribí La última ejecución, en 2012 reproducida en mi blog.

A raíz del fallecimiento de Fidel Castro, el 25 de noviembre de 2016, la BBC refería que "Archivo Cuba, organización con sede en Miami, señala que en el más de medio siglo que lleva la Revolución, se fusilaron 3,116 personas y otras 1,166 fueron ejecutadas extrajudicialmente, aunque reconoce que es muy difícil saber los números exactos".

Las muertes por fusilamiento después de celebrar juicios sin garantías jurídicas, provocó un escándalo internacional y Fidel Castro se vio obligado a amortiguar la carnicería revolucionaria. Se continuó fusilando, pero a discreción. Tras la invasión de Bahía de Cochinos, en abril de 1961, Castro puso en marcha otra estrategia: menos sangre y más tiempo en la cárcel. En los años duros de la instauración del comunismo criollo (1959-1979), cifras sin confirmar mencionan más de 20 mil presos políticos en la Isla. Las cifras bajarían a cerca de 8 mil presos políticos entre 2010 y 2016, de acuerdo a la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.

A Fidel Castro no le importaba tanto el número de prisioneros políticos, como los nombres e historiales de algunos de ellos. A más de tres mil combatientes de Bahía de Cochinos los canjeó por compotas para bebés y alimentos en conservas Made in USA. Los presos disidentes más conocidos se han utilizado como arma de presión en negociaciones con la Unión Europea, para complacer a instituciones internacionales, al Vaticano o un congresista estadounidense.

Era habitual que los funcionarios occidentales que se reunían con Fidel Castro en el Palacio de la Revolución llevaran un listado de presos políticos, para intercambiarlos por acuerdos comerciales o trueques políticos. Castro leía la lista, levantaba el teléfono de su oficina y comenzaba el regateo. Si por ejemplo la lista contemplaba veinte reclusos, Fidel liberaba solo a cinco. Siempre tenía las prisiones repletas de opositores. En una coyuntura determinada, le podían servir como piezas negociables.

Con la caída del comunismo en la Unión Soviética y la Europa del Este, el maquiavélico juego perdió valor. En la Primavera Negra de marzo de 2003, que coincidió con la invasión de Estados Unidos a Irak, encarceló a 75 disidentes pacíficos, entre ellos 27 periodistas independientes. La intención era menguar la agresividad del presidente George W. Bush hacia la dictadura castrista y tener en el bull pen una cantidad presos políticos que a Castro, en un futuro, le permitiera canjear por los cinco espías de la Red Avispa cumpliendo sanciones en Estados Unidos.

El modus operandi de Fidel Castro era encarcelar opositores durante las administraciones republicanas, las más enemigas del socialismo fidelista, y luego, tras negociaciones, excarcelarlos cuando en la Casa Blanca estuviera un demócrata. Con la llegada al poder de Raúl Castro el 31 de julio de 2006, la estrategia cambió. Todavía en las cárceles quedan más de un centenar de presos políticos, algunos cuestionables, pero muy pocos prisioneros de conciencia declarados por Amnistía Internacional y casi ninguno demasiado conocido en el exterior.

Últimamente, las detenciones son breves y en caso de encarcelarlos, las condenas no superan los cinco años. El gobernante elegido a dedo, Miguel Díaz-Canel, continuó con el procedimiento raulista. Pero, con el aumento de una incipiente sociedad civil, periodistas alternativos y artistas e intelectuales contestatarios, las líneas maestras de la represión buscan legitimar jurídicamente las sanciones, imponiéndoles elevadas multas o deteniendo, enjuiciando y mandando a prisión a disidentes, activistas, periodistas e intelectuales críticos con el estado de cosas.

La autocracia verde olivo ha aprobado Decretos como el 349 y 370, que buscan deslegitimar a periodistas y artistas incómodos al régimen e inclusive camuflar sanciones a disidentes bajo el pretexto de supuestos delitos comunes. El plan es tener a mano una lista de presos "contrarrevolucionarios" que puedan servir para negociaciones futuras. La probable sanción a varios años de privación de libertad a José Daniel Ferrer, así como el acoso a varios periodistas independientes y el próximo juicio al artista visual Luis Manuel Otero Alcántara van en esa dirección.

Mientras más reconocimiento internacional tiene una figura opositora, más valiosa resulta como moneda de cambio para el régimen. Las sanciones del presidente Donald Trump al régimen de La Habana, la crisis socioeconómica de Venezuela y el descalabro de la economía cubana, por su escasa productividad y falta de liquidez, tienen al gobierno de la Isla al borde del precipicio. A eso se suma el descontento social, la burocracia e ineficiencia de las instituciones estatales y el pésimo servicio en la gestión pública del transporte, agua, gas licuado y recogida de basura, entre otros.

La respuesta del régimen siempre fue huir hacia adelante. Detener el crecimiento de sectores disidentes como el periodismo y enviar un mensaje de ida y vuelta a los creadores, artistas e intelectuales: si continúan el desafío, podemos encarcelarlos. Ahora le ha tocado el turno a Luis Manuel Otero Alcántara, mulato de 31 años.

Como muchas cubanas, su progenitora, María del Carmen Alcántara, ejerció de madre y padre. Vivían en la barriada pobre y marginal de El Pilar, en el municipio Cerro. Ella optó por criarlo dentro de la casa. Para entretenerse, Luis Manuel construía sus propios juguetes, de madera. "Desde pequeño tuve ese don, no sé de quién lo heredé, porque en mi familia no hay ningún artista. Me pasaba horas hablando solo, creando escenas y personajes imaginarios", me contaba Luis Manuel en una entrevista que le hice en diciembre de 2018.

A la escuela primaria y secundaria siempre iba con un pedazo de madera en las manos. Vestía ropa de uso y solo tenía un par zapatos que siempre estaban rotos. Antes de inclinarse por las artes, Otero estuvo cuatro años entrenándose como corredor de medio fondo en una pista de arcilla de la Ciudad Deportiva. “Al deporte le agradezco la disciplina y compromiso. Corría 1,500 y 5 mil metros planos. Tenía perspectivas. Entrenaba durísimo en busca de mi propósito, escapar de la pobreza. Pero en una competencia en Santiago de Cuba, a pesar de ser favorito, quedé en cuarto lugar. Entonces decidí dejar el atletismo y estudiar y probar suerte en la escultura y las artes visuales”.

El único delito de Luis Manuel es emplazar al régimen desde las artes visuales con un sesgo crítico. Puede gustar o no su actitud y sus performances, pero Otero, al igual que miles de jóvenes cubanos, es libre de expresar sus puntos de vista. Le he entrevistado en diversas ocasiones y le conozco bastante. Es un tipo jovial, convencido de que la democracia se impondrá en Cuba. Entre junio de 2017 y el 1 de marzo de 2020, había sido detenido en 21 ocasiones.

Claudia Genlui Hidalgo, especialista en historia del arte y actual novia de Otero, el miércoles 4 de marzo lo visitó en Valle Grande, prisión del municipio de La Lisa donde esperará la celebración de un "juicio sumario abreviado", según han denunciado sus colegas del Movimiento San Isidro, fundado en 2019 y cuyo antecedente es el Manifiesto de San Isidro, lanzado en septiembre de 2018 por creadores, artistas, realizadores audiovisuales, músicos, poetas, productores y cualquier ciudadano que se considere libre e independiente.

A Otero Alcántara tenían previsto condenarlo de dos a cinco años de privación de libertad, por los delitos de 'ultraje a los símbolos patrios' y 'daños a la propiedad', le dijo la instructora que lleva el caso a Michel Matos, del Movimiento San Isidro. "Ese tipo de delitos no necesita juicio, sino llamar a la fiscalía, ordenar los papeles y en menos de ocho horas ya está procesado. Por eso hay que hacer toda la presión que se pueda", pidió la activista Iris Ruiz tras consultar al abogado del artista.

El periodista guantanamero Roberto Jesús Quiñones Haces y el habanero Luis Manuel Otero Alcántara son dos de las monedas de cambio con que el régimen cuenta para mejorar su posición negociadora. Matan tres pájaros de un tiro: al encarcelar a los 'incómodos', envían un mensaje de miedo a la población y cuando éstos son liberados, los obligan a emigrar. Otro punto a favor del castrismo es que las instituciones internacionales y la UE canjean a los opositores con promesas de no sancionar a Cuba en foros internacionales o por alguna migaja de carácter económico. Eso permite al régimen actuar en lo que mejor se le da: reprimir, acosar, amenazar y mandar a prisión a los disidentes más críticos. Luego le tienden puente de plata para que se vayan del país. Un plan que les ha funcionado desde hace 61 años.

Iván García
Foto: De cuando en febrero de 2018 entrevisté a Luis Manuel Otero Alcántara. La foto fue realizada por Yanelys Núñez, su pareja en ese momento.